Nihilismo
Aovillarme
es todo lo que hoy me pide el cuerpo.
Sumirme en el placer del nihilismo.
Vivir...
Vivir sin más,
sin molestarme
en buscarle un por qué al hado absurdo
de existir masticando la congoja
de ser burda materia que suspira
por trascender,
por ser iridiscente
aleteo en el aire, que trastoca
universos perdidos y es pálpito que crea
el caos necesario.
Entregarme a la plácida desidia
de respirar,
gozando del instante
lo mismo que la hierba, que se esponja
bajo la carantoña de la lluvia
y agradece cualquier deleite mínimo
que sin querer la vida le regala.
Ser solamente
un ser elemental, emancipado
de sus mil soliloquios, que rumian
soledades y agravan
el silencio con ecos de derrota.
Regresar al estado venturoso
que tenía en el vientre de mi madre
donde un don de quietud era infalible.
Y dejar de pensar...
Y dejar de sentir, si se pudiera.
El día de los lúcidos
Alguna vez
tenía que llegar a reclamarme
el día de los lúcidos.
Hoy sí
voy a mirar de frente,
por fin voy a atreverme a vislumbrar
lo que vale la pena,
a dejarme
tentar por el peligro
de la vida exultante que deflagra
ante mis ojos secos.
A subvertir la historia y a lograr
que campen a sus anchas en tropeles
las mariposas blancas sobre mis prevenciones.
Porque yo sí que sé
qué color tiene el miedo, pues lo he visto
enturbiarme el fulgor de la mirada.
Astillarme en los labios la sonrisa,
asaltarme el latido, hasta volverlo
una insana cadencia que acongoja
y abruma el corazón.
Porque yo sí que sé
cuánto puede pesar sobre los párpados
un tenue velo de desesperanza.
Voy a mirar de frente,
a buscar
la verdad,
esa que dicen todos,
que siempre duele y que nos hace libres.
Valdrá la pena desangrarse a cántaros,
llorar sobre las ruinas que contemplas
y redimirte en tus contradicciones.
Y ver cómo amanece
más luminosa y clara la mañana.
Designio
No se entretiene el viento en la cintura
del sauce, ni se enreda en su ramaje,
los acaricia, en breve travesura,
con sus dedos de brisa y sigue el viaje.
No se ensimisma el río en el celaje
de su orilla bucólica, procura
discurrir, susurrándole al paisaje,
hacia la mar, buscando otra aventura.
Los astros, suspendidos en el cielo,
no saben de quietud, son un revuelo
de azares enfrentándose a su suerte.
¿Y quieres tú, espíritu inaudito,
contrariar el designio de este rito
del cambio universal y detenerte?
Sabido es que lo inerte
lleva sobre la frente un nombre escrito
con escarcha y es muerte, muerte, muerte.
La tristeza mayor
El aire, ese es ahora
el mortal enemigo
que se empeña en faltarnos,
que se obstina
en ahogarnos con saña en el silencio
supurando congoja,
al tiempo que proclama su triunfo incontestable
trayendo mil virtuosos olores añejados,
que van acuchillando la memoria.
Ya no cabe, por mucho que se apriete,
el hondo desamparo
en la estrechez del pecho
ni alcanza la tristeza
esconderse en los ojos de cuévano y estanque.
El abandono deja
la piel, tibia añoranza del tacto , al descubierto;
la soledad la acecha
de frío a dentelladas.
Y este extravío extremo
de manso corazón que en cada rostro
te busca a su pesar...
El desamor
es este perro flaco empecinado
en pasarse las noches
contándole sus penas a esa Luna
de luz desangelada
por si acaso se digna a contestarle.
No queda ni un rincón en el que guarecerse
de tanta indefensión desasistida,
de tanto desconcierto..
Estupor desvalido,
ferocidad inerme ,desdicha sordomuda,
que acaba por volverse indiferencia
No hay desdicha mayor que un desconsuelo,
que ya agotó sus lágrimas
y al que ya no le quedan más ganas de llorar.