Mi cartel 50, por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

No caigas en la tentación de rememorar el tiempo, de fijarlo y festejar el paso del mismo. No vale la pena, lo sabes, aunque no te guste, aunque no lo aceptes, aunque la sangre te pide lo contrario, convéncete y vive de acuerdo a lo que en tu alma anidó tu cerebro. Piensa, y trata de sentir de acuerdo a lo que piensas, porque si el corazón es grande, no lo es más que tu mente, deja la cursilería barata y asume que un nuevo tiempo de desprendimientos te esperan, a la vuelta del pasto roto, el pozo del abismo, los ojos azules de un doberman bastardo.

Soy un cuerpo extendido al mundo, soy lo que queda luego de toda destrucción, soy el último eslabón hacia el nuevo espacio.

Acaso se lo lleva la que menos le cuesta.
Halló en ella más fácil la vida ya pesada.
Todo cerebro activo lleva un alma quebrada
Y el hombre, en las mujeres, busca un poco de fiesta.
Alfonsina Storni. Y agrega la tercera.

Aquí es lugar sagrado, la violenta tempestad del espíritu, donde nadie llega sin estar dispuesto a todo. Aquí es donde los músculos se tensan, donde las colinas son montañas. Aquí las manos están curtidas por piedras, cuero y sal. Aquí los ojos ven mejor, porque ocultamos a los niños en la oscuridad hasta que cumplen tres meses de vida y el iris cierra su desarrollo. Aquí el lunes dura cinco días, el viernes, dos, y el domingo nadie habla demasiado.

El cierre de campaña es siempre bastante demoledor, sobre todo para los “representantes finales”. Este año sólo quedaron dos partidos, por lo que la competencia final se realizó entre dos personas. El representante final del partido verde limón y el del partido naranja vieja se encontraron en los límites de Efrat, donde se inicia la hierba. La tradición obliga a cada partido a elegir un representante (el representante final) sobre el cual recae el cierre de campaña. Cada partido tiene una serie de músicas que lo identifica, por supuesto, bien pegadizas y de letra bastante burda, pero eficaz para canturrear por los bares antes de ejecutar las necesarias hurras madrugueras.

Bien, las caravanas se dieron cita a las siete de la mañana, y cada partido levantó una muralla de veinte bafles, 1.000 watts reales de salida, una belleza. Las murallas se levantaron una frente a la otra con cincuenta metros de distancia, todo el séquito de adherentes de uno y otro partido se colocaron detrás de su muralla correspondiente junto con el disc-jockey. En frente, a una distancia de cinco metros, se sentaron los representantes finales.

Así, cada representante tiene la muralla de bafles de su partido cinco metros detrás, cuarenta metros enfrente a su adversario, y cuarenta y cinco metros delante la muralla de bafles de su contrincante de turno. La ceremonia se inicia puntualmente a las ocho de la mañana, cuando cada partido hace sonar a todo lo que da el himno que lo caracteriza. Luego del himno inicial, casi todo depende del disc-jockey, quien irá poniendo las músicas que crea necesarias para vencer al partido contrario. En esta última prueba no existe un ganador oficial, pero si uno de los representantes muestra mayores signos de disgusto que el otro, se considera como perjudicial para su partido, y esto muchas veces ha terminado en una corrida de votos, y otras en un advenimiento de los famosísimos indecisos. Porque el representante puede mostrarse irritado, pero en esa irritación puede notarse a veces verdadera inutilidad, o un sentimiento de ofensa por la vulgaridad de lo que está escuchando. Así, de una imagen de aturdido puede llegar a una de víctima, lo cual puede favorecerlo extremadamente, aunque es una posibilidad remota, dada la calidad neuronal de los asistentes, y del propio representante. Otras veces, alguno de los partidos, o ambos, dañan una buena parte de los bafles, de manera que el sonido salga sin bajo, volviendo a la música horriblemente estridente, y es aquí donde los representantes más se lucen, porque no sólo deben soportar el nivel escandaloso de decibeles, sino también un sonido pésimo.

La ceremonia termina a las siete de la tarde, por lo que se trata de once horas de música por detrás y por delante, y con sólo la figura de un representante adverso enfrente como símbolo de la especie. Quede claro que durante todo este tiempo los representantes no pueden ni beber ni comer, aunque se les está permitido levantarse de sus sillas para realizar sus necesidades fisiológicas (a este respecto, la práctica consiste en que cada representante se traslada hasta la mitad exacta del terreno, y ahí, despojándose de las ropas, defeca y orina con diversidad de estilos, expresando su repudio o cualquier otro tipo de sentimiento que pueda hacia el adversario). Por lo demás, el resto de los participantes se limita a ubicarse y permanecer detrás de los bafles, alentando al disc-jockey, quien por lo común no tiene idea de lo que ocurre allende los bafles, puesto que ni a él ni a los adherentes se les está permitido siquiera asomar la cabeza al terreno.

Finalmente, luego de once horas de polkas, óperas, conciertos, villancicos y cánticos de hinchada, termina el cierre de campaña. Cada partido retira a su representante, que se encuentra por lo general en un estado de estupidez envidiable, estimulándolo primero con palabras, y luego golpeándolo (es parte de la tradición) con palos para que hable y relate la jornada, y es en base a esta narración que cada partido juzga si ganó o no en el cierre de campaña. Sin embargo, dado el estado de los representantes, que apenas atinan a decir una que otra palabra, y dado el nivel de comprensibilidad del resto de los participantes, es frecuente que cada partido se retire convencido de que ha ganado una gran cantidad de votos.

Dos días después se realizan las elecciones, con absoluta calma y en medio de un clima más bien alegre. Nunca se han registrado hechos de violencia, ni insultos de ningún tipo, nunca hubo acusaciones ni detracciones, ni nada que pudiera provocar una alteración de la paz. Al tercer día se dan a conocer los resultados (que son inapelables), y el nuevo presidente, junto con su representante final, pasea por la avenida principal de la ciudad saludando a sus adherentes. En tanto que el presidente del partido derrotado, junto con los suyos, se encarga de romper minuciosamente cada uno de los huesos de su representante final, el cual, semimuerto, es depositado en las afueras a su suerte, donde finalmente muere olvidado por todos bajo un cartel que dice “por inútil”.

—¡¡¡Baal!!! Prepara mis ropas, ¡marsupial decrépito! ¡¡¡Gabrieeeel!!! Algo de música, por favor… Sí, Baal, lo sé, pero aún así selecciona algo de amarillo, bordó y azul. Ajá, sí, vamos a probar.

Esta noche tendré que elegir, también habrá elecciones dentro de mí. ¿O seré elegido yo? ¿Coincidencias de elección? Probabilidades nulas, cada quien toma lo que puede en la medida que en verdad lo quiere, cosa de no terminar en las afueras… jajaja.

¡Bum bum bum ea! Creí que eras pura miel, producto de abejas, amor de zánganos y reina promiscua. Te busqué por las calles de cera, prestando verdadera atención, pero no estuviste, faltaste a nuestra tácita cita citadina y eso, no se hace. Ahora no estás, y yo que pensaba llegar a un acuerdo contigo, ya sabes, esas cosas que ocurren de madrugada. Pero ni modo, será otra la compañía, otros brazos y otros besos, hilos de colores diferentes. Por ahí la clave justa, músicas iguales en casetes diferentes, y en otro punto de otro lugar esa misma música sonando entre cuatro paredes, cuatro bafles gigantes y mucha gente, cerveza, cigarrillos y el cruce de miradas, el reconocimiento en el casi furor, un detenerse y reconocer. ¡Ea! Cuando los chicos se portan mal.

Viernes de delicia. Alfonsina, si estuvieras por ahí, si pudiera encontrarte de este lado del tiempo, aquí, más cerca, al alcance de mi deseo… pero tampoco vos estás, ¿y qué me queda? Hoy dejo el castillo, la fiesta de anoche fue como debía ser, buena. Pero hoy, esta noche, las cartas se jugarán y me echaré a correr por el asfalto, velocidad y música, perfumes y bebidas, eso que algunas veces es necesario porque se quiere, porque en el fondo está bien, porque nunca estuvo mal, porque se me da la gana, la verdad. De manera que se quedan en el castillo todos, Baal, Gabriel, Philip Glass, Puccini, Tchaikovski y Scharwenwa, Nietzsche, West y Láinez, todos bajo llave, detrás del puente. Esta vez cruzo el puente yo, esta noche me ofrezco a quien pudiera animarse a comprarme por unas horas.

¿Mañana? Mañana será mañana, el mañana es una idea, una posibilidad, y ya veremos qué ocurre, qué pasa y qué transita. Si habrá arrepentimiento (como les pasa al resto) o si habrá ese sentimiento de burla y menosprecio, nada fuera de lo extraordinario, todo dentro de lo previsible, a menos que se dé el cariño certero, la crueldad de la ternura, eso que luego se convierte en ancla, eso que te arroja hacia abajo, que te eleva hasta el fondo de un alma ajena. Paso.

Sin complicaciones, entrega sencilla, plena y sin rodeos, y por favor dejame escuchar esta música, que no vengo a menudo.

Quedará alguien en casa, a uno le faltará edad, otra estará “castigada” por llegar tarde la noche anterior. Y en la cadena de desenlaces, disgustos y reconciliaciones, habrá olas que sobrepasarán las previsiones, y en la cresta de cada una de ellas destellarán los nombres que harán historia, que serán parte de mí, como el mío de ellos. Una fusión caliente, como la piel, una intromisión desenfadada como una lengua en otra boca, mientras hay que pensar en este detalle: “no dejarse atrapar”.

Hoy es viernes.

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