Gavrí Akhenazi – Israel

Ejercicio de noche

Mientras Adi moría
me fui cortando el alma en finas lonjas
y las puse a secar de frente al viento
que aniquila las alas.

Mientras Adi moría
el sol era un estético estallido
en un cuadro amarillo.
Goteaba sol sobre las carnes rotas
y encima de la sangre y sus pedazos.

Yo sólo estaba ahí.

Mientras Adi moría
la luz era un silencio de honrar las efemérides
igual que un acto público.
Recuerdo que veía en el reflejo del charco de su sangre
una bandera rota.
Flameaba como un ala que se aleja.

Mientras Adi moría
encontré entre las piedras a su pájaro.
El pájaro aterrado y pequeñito
que buscaban sus manos por dentro del estruendo.

Ruth le tomó una foto al niño con su pájaro
cuando ambos eran un niño con un pájaro.

Luego, todos morimos.
O nos fuimos

(Del poemario: Nostalgia del Edén-poemas boca abajo)




Acto multidisciplinario

Vienen con sus morales de reloj
y sus cuadros de santos.
Vienen a hablarme de la bondad
como si yo todavía fuera un huérfano no prostituido,
un huérfano recién orfanado,
un cachorro de perro en un madero
después de la zozobra de sus músculos.

Vienen con sus morales de mural religioso
y de osamenta de almanaque
a hablarme de dolor desde su esfera de lidocaína
osados
anestésicos
anacrónicos
óptimamente acomodados al enamoramiento
y a la silla ergonómica.

Vienen con sus recitaciones de salón con beatos
a hablarme de las políticas correctas
para el género humano
con sus bocas untadas de pan
y sus dedos satisfechos de arroz con mejillones.

Vienen a decirme lo que está bien
con una Biblia costumbrista bajo el brazo blindado
porque todavía hablar es gratis

en algunos lugares.

(Del poemario: La temblorosa opacidad)




Fellare

Ella baja
despacio
hasta lo más hirsuto
y su lengua
envolvente
como una sierpe cálida

reclina la inquietud
lame lo más salado y lo más áspero
lo bebible
en los últimos sorbos y el temblor.

Ella baja con un filo sin saña
hasta mis propios filos
y desliza
la suave mojadura de sus ojos
por los espacios libres donde mis ojos tiemblan.

Carnosa mansedumbre
traza sobre mi tronco un ronco mapa que no tiene islas
y me cura en pasión
sin egoísmo
como una dulce sensación carnívora
que bebe mis silencios
mis gemidos sin orden
mis antebrazos rotos sin abrazos.

Ella baja y me lame las victorias
mastica el cuero con sus dientes breves
y arranca la derrota de mi cuerpo
arde en mi Territorio
y es una antorcha que no me pronuncia
más que en la oscuridad.

Ella tiene apretado entre sus labios
mientras traga
el llanto de mis letras.



Vocación de silencio

Yo me caigo en el arte de caerme
como un fractal oscuro siempre huérfano
o como una ecuación que no responde
al alto resultado del silencio.
Yo me arrodillo a veces, no me caigo,
con la boca en la piel del desencuero
para que uses tu látigo de seda
en la sangre copiosa de mi cuerpo.

Yo a veces me arrodillo y nunca en vano,
porque me da la gana; nunca es miedo
de que un día me escupas en la tumba
o te escapes del piélago violento
en una barca inútil de promesas
con quién no sepa jota de sus remos.

Yo agacho la cabeza si tu mano
escribe en mi cabello un manifiesto
donde el sol se haga frágil como un niño
que cree en las promesas y en lo eterno,
porque apuesta a saber que hay en tu idioma
un río metalúrgico y sediento
del agua de mi espada y la victoria
de nuestro amor es cosa del destiempo.

Y vos, entre la duda y la promesa,
vas de la fruta al jugo o al pelecho
si mi boca reclama, intempestiva,
que por fin fructifiquen los anhelos.

Vos sos esa raíz avariciosa
que sostiene en la tierra todo el huerto
y yo soy ese viento que deslinda
la gran docilidad de los desiertos

y un mar…un mar hecho con diques
con arrecifes, pulpos y alfabetos
en que el coral —en púrpura— madura
y escribe que me encallo en los «te quiero»
con esta vocación por lo inaudible,

como un profundo voto de silencio.

(Apúrate mujer, ponte bonita,
no te tiñas el pelo
y trae vino tinto y dos cebollas…
Yo cacé dos conejos.)

Acerca de Gravrí Akhenazi

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