De odios necesarios y otras literaturas

Por Gavrí Akhenazi

Los adultos que «se dicen a sí mismos» que «escriben» en la Red se comportan ante un comentario desfavorable, generalmente, como niños literarios.

Anteponen la validez de la emoción (como si los escritores de oficio no supiéramos que es eso y el patrimonio emocional fuera un gen ligado al bodrio) y arman berrinches más o menos pueriles frente a una observación negativa.

Me recuerdan, en la mayoría de los casos, a aquello de cuando los padres levantamos la voz para reprender a nuestros hijos porque están haciendo algo mal y el niño empieza con pucheros y termina llorando. Es su forma de defenderse de la corrección. Si no somos enérgicos, probablemente incurrirá muchísimas veces en el mismo error hasta que un día nos preguntemos ¿pero qué hice mal yo para que haya metido los dedos en el tomacorriente?

Otros, como los adolescentes, prefieren el insulto ausente de argumento, porque al no saber claramente cómo escribir, menos aún pueden hacer la defensa argumentativa de lo escrito. No tienen idea de los porqués íntimos de su obra, parida a la que te criaste en medio de un charco de amnios emocional.

Un adulto que escribe (ya sea de emociones o de vampiros) es esencialmente un adulto y como un adulto debe razonar y no dejarse llevar por la conmoción que pueda producirle una palabra u otra que la crítica esgrima hacia él y aferrarse a esa odiable palabra como a la excusa válida para no reflexionar sobre sus falencias literarias.

Herirse por el modo en que las cosas nos son dichas es no ver lo que se nos está diciendo cuando se nos está diciendo algo, porque el objetivo «docente» de la cosa es llegar a poder dar la explicación de por qué se dice tal o cuál cosa sobre un texto expuesto a la lectura pública. Y eso queda automáticamente invalidado por la reacción violenta del «autor» cuestionado.

Cuando un trabajo literario no es bueno, no lo es, así el autor suponga que con su emoción desbordada alcanza para que lo sea y por consiguiente, todos comulgaremos con ella. La literatura «también» es un arte y como tal, merece un respeto necesario que tanto «pseudo» le resta diariamente.

La Red, tan democrática como anárquica, tiende a emparejar todo hacia abajo.

Los lectores no diferencian lo bueno de lo horrible y los autores son incapaces de la más mínima autocrítica, amparándose en un «todo vale» que ha transformado al hecho literario en un charco para cerdos donde todos chapotean con placer volviendose indistintos e indistinguibles.

Dar lo regular por bueno y lo malo por bueno ¿ayuda? ¿aporta algo? ¿estimula qué? Abunda lo mediocre por la Red como la maleza crece ahogando lo noble de un cultivar. Sin embargo, la tendencia es a abonar la maleza siendo que convendría no fomentarla ya que, al tiempo de la cosecha, veremos que está deshaciendo la literatura que a los escritores nos cuesta tanto en este momento mantener erguida y digna.

El grupo de gatos pardos que se autotitulan «escritores y poetas» en internet (excepciones hay como en todo y se destacan por sí mismas), en realidad no conciben a la escritura como una disciplina sino como «algo fácil de hacer» ya que, para ellos, alcanza con saber el alfabeto y tener emociones, como si eso fuera, lisa y llanamente, el oficio de escribir. El descuido no sólo en los contenidos sino en la exposición de esos contenidos parece, a ojos vista, supeditado a la exigencia de que exista una emoción escrita, no importa cómo. Alcanza con que sea una emoción y que (supuestamente para su autor) esté escrita, para que todo este grupo de terroristas literarios piensen que han alcanzado el culmen de la obra impoluta y guay con que venga alguno de los demás a decirles que no es así o que el hecho literario es un poco más complejo que soplar y hacer botellas deformes.

La literatura es amplísima y todas sus vertientes son válidas. Todos los autores tenemos un lector. Por lo tanto se puede hacer todo tipo de literatura. Lo que no se puede ni se debe es hacerla mal. No hay nada más soberbio que la ignorancia y en las comunidades literarias de internet este es el fenómeno palpable y constante ya que no se apunta a sostener la literatura como el enorme arte que es sino a fomentar el amiguismo mediante la prostitución del arte.

La literatura es el arte reflexivo por excelencia aunque tanta marea roja en sus costas impida hasta la más insignificante creación de pensamiento en pos del «todo está permitido y avalado por ser una emoción». Nada nuevo en el mundo que nos toca, por otro lado. ¿Para qué complicarse la vida pensando y haciendo las cosas bien si es el mundo de lo más o menos y del tododalomismo?

Ódienme con enjundia aquellos a los que este artículo refiere porque nunca llegarán a sentir por mí la honda repulsa que yo siento por lo que acabo de describir que sucede con la disciplina artística que amo.

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