Por qué y para qué comentar un texto

Por Silvio Rodríguez Carrillo

No podría entender a nadie si primero no me entiendo, por lo que parto de mí, sin partirme. Y entonces, ¿por qué y para qué comentar? Yo estoy muy bien con mi ombligo, redondito, hundido y en su lugar gracias al ombliguero que me puso mi abuela, por lo que a primera vista no tengo porqué salir de él, menos cuando tengo pelusas con las cuales hago bolitas pelusianas mientras me cuestiono porqué el mundo no se detiene a ser feliz en la contemplación de mi ombligo, tal como lo hago yo todo el tiempo que puedo sin molestar a nadie.

Porque comentando se aprende, me respondo. Aprendo vocabulario, primero, porque uno intenta decir exactamente lo que está pensando y, a veces, falta esa palabrita que hay que rebuscar para que no sea rebuscada, justamente. Como ejemplo, ¿cuántos discursos serían un torrente de palabras de no ser por el vocablo “empatía”? Y partiendo del ejemplo, uno aprende a ponerse en el lugar del otro, porque uno no sólo quiere escribir lo que está pensando, sino que quiere ser entendido, de manera que el esfuerzo es doble. Aquí, si el lector es más activo que el escritor, el comentador lo es aún más.

Para que el texto comentado mejore en estética o en intensidad, me sigo respondiendo, y aquí, vuelvo a mi ombligo, dado que cumplido el “para qué” existe una cuota de placer ganada, gracias al esfuerzo puesto en funcionamiento y que responde a por qué comentar. Obviamente el para qué de las cosas es más difícil de lograr que el por qué, y ahí, si me permiten, la chiquita distancia entre la filosofía y la teología. Aún cuando la Historia explique el presente y permita visualizar un futuro, no lo determina. Sabemos por qué se enfermó Juan, ignoramos para qué se enferma.

Ahora, desde el por qué y el para qué que yo me planteo y yo me respondo, queda entrar en el fangoso terreno de “los otros”, es decir, llegar a sus por qués y sus para qués, y para hacerlo no hay otra herramienta que leer sus comentarios y desde ahí juzgar la intensidad de sus propios planteamientos a la hora de comentar. Como también aparecen “los otros” a nivel de comentados, que exponen sus propios postulados a través de sus respuestas, que van desde un “me chupa un huevo” hasta un “me importa”. Así, partiendo de uno todo es sencillo.

Por otra parte, hay que recordar que existe una diferencia entre crítica y comentario, que ya es otro cantar; diferencia que derivó en ciertos currículos escolares a cambiar el nombre de la materia “música”, por el de “apreciación musical”. Y es que cuando uno está frente a un texto, y/o o frente a un comentario realmente siente la tenencia o carencia de las herramientas para juzgar o apreciar lo que tiene enfrente. Y ahí, en ese frente a frente, si se tiene un mínimo no de erudición, sino de ese sencillo don de gente, no se puede salir ileso casi nunca.

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