Ciudades / Recuerdos del hombre partido / Individuo 12, por Joan Casafont Gaspar

Ciudades

La ciudad mira al cielo,
clama el cielo y se queja
y en su queja se nubla
y nublada se duerme.

La ventana está fría
desde el frío me llama
y repuebla con labios mis silencios más crudos.
Y me hablan con signos
los neones, las sombras, las montañas distantes
y esa aguja de luz que imagino curiosa
que presiento a lo lejos
cómo entra en mi casa e ilumina mi ausencia.

La ciudad
infeliz, taciturna, extranjera en el mundo
oscurece en el llanto de los hijos del plomo
y se acuesta conmigo,
viajero incansable por las horas más torpes.
Enredada en mis piernas esta ciudad oscura
me conquista la piel y me asalta el espíritu.

Hambrienta y desvestida
la ciudad amanece,
se despierta cercada, trinchera y cicatriz,
con la lengua extenuada
codiciando un mendrugo de otro sol y otro cielo

y tú llegas con nombres
y colocas las calles
y embadurnas con soles el reguero de sombras
que rodea mi casa
y esperas.

Recuerdos del hombre partido

Tras una vida oculta y malherida,
tras ser sólo la sombra, la sombra de un demente,
clamé a los alquimistas de rostro indiferente
y a esas luces rojas y a la luna suicida

y a esa libertad mal entendida
que fue de mi ignorancia la esposa complaciente
y a la lluvia adictiva, continua, impertinente
embargo de un pasado que hipotecó mi vida,

a esos reclamé la fuerza de mis manos
y ese tiempo perdido
de un norte pervertido que enmarañó mis planos.

Hoy ya no pido nada y escapo decidido
de esos días insanos,
recuerdos aún cercanos de aquel hombre partido.

Individuo 12

No sé si yo maté al individuo
o a ese pensamiento que invadía
mi mente con ideas delirantes
y mis ojos con otros sin retina.

Sólo sé que conservo manchas rojas
en la piel y en las letras intranquilas
y en la voz que compone telarañas
y se pierde en sus trampas y mentiras.

Después de este trastorno interminable
soy esclavo de vivir en la rutina,
de sentir que el porqué de mi existencia
se apaga entre las nieblas y las brisas
y cuanto más intento conocerme
me siento más lejano de mi vida.

No sé si el individuo es un estado
de esta mente confusa y victimista
o es tan solo una imagen proyectada
de aquellas emociones que suplican
librarse para siempre de los nudos
que las lían, censuran y limitan.

Por no saber ni sé si esta locura
es real y tangible o es ficticia
y en mi ignorancia sigo caminando,
dudando si soy yo el que camina.

Acerca de Joan Casafont Gaspar

Barca varada: un libro de Arantza Gonzalo Mondragón, por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

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Ficha del libro

Título: Barca varada
Autor: Arantza Gonzalo Mondragón
Año: 2012
Género: Poesía
Edición: Primera
Editorial: Lulu Editores
Páginas: 102
ISBN: 978-1-4717-1018-6

Según leí alguna vez, a Julio Cortázar le dijeron que la novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por Knockout. Cuando comencé a leer a Arantza recordé esta sentencia porque una de las características de su expresividad es la concreción sin rodeos del mensaje que aborda, esto es, cuando un verso o una estrofa transmiten con claridad una emoción sin prescindir del marco espacio temporal en el que ella sucede. Dentro de esta característica cabe marcar que lo resolutivo no aguarda al final de un poema, sino que lo va constituyendo, a manera de luces sin pestañeos.

Al tiempo, algo que no se debe dejar de considerar es el hecho de que la construcción de un poemario de por sí implica el riesgo de desgaste por parte del autor, porque mantener el enfoque en un cuadrante juega contra la dispersión, falsa y natural amiga de la amplitud. En este sentido, Barca varada resulta en una suerte de ejemplo de cómo es posible girar y avanzar alrededor de un punto, explorando los diversos matices con los que se concibe la realidad, la cual muta, junto con quien la dice, en una interacción constante que fusiona a ambos en protagonismo.

“El mar era emoción y yo era el mar”, es el primer verso con el que el libro nos recibe y que nos ubica tanto en el estilo como en el fondo general, en el que encontramos un intenso juego o lucha, entre el deseo de libertad y/o liberación nacido de la sensación de sujeción (“Somos fantasmas,/ enfermos del pasado,”), los posibles espejismos (“pero luego vino el hacedor de milagros/ que volvía cuadrados los círculos”),  y  la siempre terrible premonición de las concepciones ajenas “Creían que llevaba una estela/ y lo que arrastraba era una colección de nuncas.”, por una parte.

Por otra, Arantza logra construcciones como “y cuando más clara vemos la salida/ más aceleramos hacia el fondo del pozo”, o aquella “Y fue el mismo cielo su cariño,/ como fue el mismo infierno su locura.”, en donde, bien leído, tras haberlo vivido, uno se encuentra nadando en vitalidad pura, respirando con la autora el intento y la apuesta, de repente sin saber u olvidando que con solo poner un pie adelante ya tenemos el camino ganado. De sus alas, ella misma nos dice “Las utilizo para agrandar el salto/ que me libera de las heces que piso,/ siempre hacia adelante”.

El detalle, nada pequeño, que enriquece el libro, es la colección de fotografías de César San Millán, las cuales, ya en colores, ya en escala de grises, acompañan y recrean en buena medida los textos, logrando un conjunto armónico y particular. Conjunto que nos lleva del mar al cielo en un vuelo en el que no se nos priva ni del dolor de las estrelladuras, ni del placer de volver a superar una y otra vez a Cronos y a uno mismo. Todo, de la mano firme hasta la rudeza, y fraterna hasta la ternura, de una poeta preñada de presente.

Gerardo Campani – Argentina

Bacanal

Estoy, al fin, frente a la mesa que más me gusta: una tabla de fiambre, con bondiola y queso Chubut. Hay también un frasco de aceitunas verdes, morrones, salsa golf, pan casero y una botella de cabernet. El vino tinto me hace doler la cabeza, pero al día siguiente. Por la tarde hice una última incursión en la satisfacción de los sentidos más bajos (más abajo del estómago). No fue la plenitud que siempre busqué, pero al menos ahora no la estoy buscando. El rostro aniñado de ese cuerpo alquilado me acompaña al costado de la escena, apagándose de a poco. De a ratos interrogo a mis imágenes, acumuladas en tantos breves años: ¿debería este momento postergado ser más patético o más estremecedor? La verdad es que, hasta ahora, los colores que me rodean son los mismos, y la sangre fluye autónoma y ajena, como siempre. Corto una rodaja de pan y un trozo de bondiola. Como. Mastico. Paladeo. Es muy rica esta bondiola, y el pan, perfecto. Un sorbo generoso de vino me hace seguir pensando. ¿Habrá un crescendo en esta bacanal secreta que me sitúe en una cúspide extática propicia a la trascendencia? ¿Habrá un momento en el que el placer me diga “este es el broche de oro” o “ahora o nunca”? ¡Qué tiernas las aceitunas y qué grandes! La salsa golf les agrega un gusto exquisito. ¡Roquefort! ¿Cómo me olvidé del roquefort? ¡Qué lástima! Con roquefort hubiera sido perfecto. Este pequeño contratiempo le confiere al momento una nueva dimensión de realidad. Mastico y lucho, a la vez, contra frases que me acechan tercamente, pero que no voy a permitirles la entrada. Frases como “la última cena” o “el canto del cisne”. El cabernet es ideal para componer esta obra de arte: separa los distintos sabores de la comida como en párrafos, y a la vez los organiza como un texto. De una cosa estoy seguro: este otro texto no va a recibir corrección, no mía, por lo menos. Alguien va a descifrar esta letra garabateada, de médico, extraña a este papel de envolver con que traje los manjares del almacén. Después, tal vez, serán mecanografiadas en una hoja decente, y envejecerán en una carpeta en una comisaría, o en algún juzgado (tampoco le permití la entrada al ridículo encabezamiento “Señor Juez”). Los colores, qué extraño, siguen sin cobrar intensidad, no son los colores saturados y definidos de los sueños. No sé si esto es mejor o peor, pero siento una leve decepción. Neoplasia. No es una palabra tan terrible. No tanto como cianuro de potasio, más sonora, más real, más al alcance de mi mano. Pero ninguna palabra es incompatible con la consistencia exacta de este bocado de queso. Sin embargo, este festín no tiene crescendo; no habrá, ya lo sé, una cúspide extática propicia a la trascendencia. El momento deberá ser cualquiera. Cualquier momento entre los situados más altos en esta sinusoide achaparrada. De todos modos no está mal. ¡Qué exquisito cabernet! Siento la libertad (qué curioso que es sentirla en este momento) corresponderse con lo fatal, y esto es un descubrimiento que me conforma. Neoplasia es un absurdo, una posibilidad desechada. Cianuro es la elección y a la vez la predestinación. ¿Y el momento exacto? Cualquiera, pero ¿cuándo? Ya me he comido la bondiola y más de la mitad del queso. El frasco de aceitunas está aún casi lleno, pero ya no me apetecen. Queda un poco de pan, y un cuarto en la botella de vino. El momento será cualquiera, pero no dentro de mucho tiempo. Sigo ahora sólo con el queso, que es lo que más me gusta. No sé si soy rata para la astrología china, y no voy a averiguarlo. También aquí coinciden la libertad y el determinismo: no me interesa saberlo y no podré saberlo. ¡Qué sensación extraña y agradable la de comer queso sin la preocupación de futuras constipaciones! ¡Qué privilegio el de tomar vino tinto sin el temor de la migraña del día siguiente! Neoplasia. No tiene sentido; nunca, en realidad, tuvo sentido, nunca tuvo significación por sí misma. Cianuro. Tampoco. Es el nombre de un trámite breve que reemplaza otros más fastidiosos. Cabernet. Un símbolo, un tanto arbitrario, de las cosas que van a quedarse de este lado. Junto con el reloj pulsera, que dejé en el baño; con los mocasines guinda que compré el mes pasado y no llegué a estrenar; con los recuerdos de sueños terribles y maravillosos; con diálogos fragmentados y escenas entrecortadas, míos y ajenos; con lo que supuse que era el amor de Adriana; con la mirada incomprensible de la niña alquilada, con ese rostro que vuelve a hacerse nítido y me observa con expresión de máscara, como destacado, tal vez por ser el último. Se acabó el vino, qué pena. Aunque el cianuro, me aseguraron, no da tiempo ni a un último sorbo de vino. ¡Qué extraordinario! Me acabo de dar cuenta de que he dejado, al fin, de fumar. Los cigarrillos están en el dormitorio, y no tengo ninguna gana de fumar, a pesar de que acabo de comer. Mis últimos pensamientos no están, definitivamente, a la altura de las circunstancias, y a lo mejor es preferible. ¿Y qué siento, por lo menos? Nada. Se me está terminando el papel. El registro de estos últimos instantes podría consolar a mis deudos, o tal vez informarle a quien lo lea que no es tan terrible esta determinación. Bajo la mesa me espera el frasco mágico. Un ligero temblor en mi mano empeora  la caligrafía de estos renglones finales. Miro con desgano a mi alrededor (los anaqueles desordenados, el televisor apagado, las migas de pan desparramadas sobre la mesa, la puerta entreabierta que da al baño), como echándole un último vistazo a este pequeño rincón del universo.

1992

Acerca de Gerardo Campani

Milagros I & II / Vos / Siete lunas: Poemas & óleo de Daniel P. Ilardi

Milagros

Yo tengo esta razón para mis ojos
y para mi balance, esta ganancia:
la grata novedad, la relevancia
urdida en el jardín de tus sonrojos.

I

Al cabo de este andar que se aligera,
de un ángel entre encajes suspendido,
me ha sido este verdor irrepetido
porque te quiera así, porque te quiera.

Porque contigo todo se acelera,
velocidad de instante y de latido,
a tu sonrisa voy como hacia el nido
aún a medio hacer en primavera.

Y aún a medio hacer la flor y el gajo,
la sangre por las venas se reprisa
motivo de frutal predicamento.

Que arriba todo es como es abajo:
a Dios en vecindad de tu sonrisa,
por un momento vi… por un momento.

II

Del Verbo es el deseo de que explores
desde lo inaprendido a lo supuesto,
y nuevas son las cosas —pormenores—
al desafiar tu boca aquello y esto.

Qué cónclave de lirios seductores
en los jardines niños de tu gesto,
la viva perspicacia de las flores
en nítida ascendencia sobre el resto.

Qué inevitable asunto de la hierba
dirime entre tus dimes y diretes
el aire emparentando epifanías.

Cuanto tú dices —niña— se exacerba
la dulce inequidad a que sometes
el alma, los relojes… y los días.

Vos

Vos:
del sueño
dueña del párpado,
reloj de sol de la vigilia.
Cuadrante en que relata el morbo
estancias de un espacioso despertar,
donde los gestos te embleman
fotón en caída vertical
de un quásar lejano.
Orden del prisma
cayéndome
en la cara,
Vos.
Vos:
del vos
con brillo,
lúcido sextante
midiendo en coordenadas
ansias del ángulo imposible
de un efímero vivir en luz,
propicio a los encuentros
cómplice al suspiro.
Lo posible y vos,
fugaz y eterna,
silencio…
Vos.

Siete lunas

¿Ves aquélla mujer mecer la cuna?
Parece tan posible, tan cercano
tocar el horizonte con la mano,
uncirle un cielo nuevo a la fortuna.

Ha debido comerse siete lunas,
ese vientre crecido del rellano;
las tibias levaduras del arcano
leudar en sus dos pechos como dunas.

¿Adviertes la patada inoportuna
la nausea repentina y el desgano?
¿La larva del antojo a contramano,
de ese cuerpo por dos que se le apuna?

La punta del pezón como aceituna
que espera el amasar de su artesano
ya sueña con la vida mano a mano
¿Has visto esa mujer mecer la cuna?

Acerca de Daniel P. Ilardi

Acentuaciones posibles de la métrica española

Por Alejandro Sahoud

La estructura del verso español se inserta dentro del ámbito mayor de la métrica románica (en especial provenzal y francesa), aunque con rasgos distintivos. Los elementos más importantes son el acento de intensidad, la pausa métrica (final de verso o de hemistiquio), la cesura y, en última instancia, el número de sílabas. Existen procedimientos variables, aunque no imprescindibles, como la rima, las figuras de repetición fónica o sintáctica o la disposición en estrofas.
El ritmo del verso reside en la sucesión de sílabas acentuadas y no acentuadas. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”. Los acentos rítmicos pueden caer en el acento propio de la palabra aislada, pero también en sílabas cuyo acento original es débil. Cada grupo de dos, tres o cuatro sílabas, una de ellas tónica, recibe el nombre de pie de verso o cláusula rítmica. El primer nombre proviene de la analogía que suele hacerse con la métrica clásica y sus pies fundamentales:
  • Troqueo: formado por sílaba larga y sílaba breve (—È) o sílaba tónica y sílaba átona (óo).
  • Dáctilo: larga y dos breves (—È È) o tónica y dos átonas (óoo).
  • Yambo: breve y larga (È—) o átona y tónica (oó).
  • Anfíbraco: breve, larga y breve (È — È) o átona, tónica y átona (oóo).
Estos pies están basados en una sucesión de sílabas largas y breves (sistema cuantitativo) que la métrica española ha asimilado a tónicas y átonas; en el esquema, u es una sílaba breve, una sílaba larga, o una sílaba átona, y ó una sílaba tónica.
Pese a haberse intentado la asimilación de las versificaciones griega y latina a la española, al ser lenguas de distinta flexibilidad, no compatibilizan en la base de los pies (sílaba larga / sílaba corta) para ser nombradas. Por ende, la clasificación de Bello, mejorada por Coll y Vehí, asentada sobre sílabas métricas y acentos, es la más recomendada y de hecho, la que mejor se adecua al tipo de lengua.
Las sílabas que quedan sueltas al principio del verso, hasta el primer acento, constituyen lo que se denomina anacrusis. Las cláusulas rítmicas reunidas forman el periodo rítmico, que se extiende hasta la última sílaba átona anterior al último acento del verso, el forzoso de la penúltima sílaba. Este último, junto con las átonas que lo siguen y la pausa de final de verso, forma el periodo de enlace con el verso siguiente.
Sabemos, pues, que los versos toman su nombre de la cantidad de sílabas. La medida o metro del verso depende del número de sílabas métricas que tiene. Para contar las sílabas métricas hay que aplicar principios especiales, tales como el acento final y las licencias poéticas.
Una sílaba, en español, consiste de una vocal (a, e, i, o, u, y) o de un diptongo o triptongo y las consonantes que se agrupan alrededor de ella.
El diptongo es una combinación en una sílaba de una vocal débil (i, u) con otra vocal fuerte (a, e, o) o débil.
El triptongo es una combinación en una sílaba de tres vocales.
Si la vocal débil está acentuada cuando está precedida o seguida por otra vocal, no se forma un diptongo, y cada vocal pertenece a una sílaba diferente:
} frío: frí-o
} día: dí-a
} veía: ve-í-a

Lo mismo ocurre cuando la sílaba termina con una vocal y comienza con una consonante:

} casa: ca-sa
} florido: flo-ri-do

Generalmente, cuando se juntan dos consonantes, son divididas; la primera pertenece a la sílaba anterior y la segunda a la siguiente:

} ascua: as-cua
}  voluntad: vo-lun-tad

    Excepción: Las siguientes combinaciones de sílabas forman grupos que no pueden dividirse:

    • Una combinación de f, p, b, t, d, g, c (k, qu) con r:
    • } cuatro: cua-tro
      } febrero: fe-bre-ro
      } grabado: gra-ba-do
    • Una combinación de f, p, b, g, c (k, qu) con l:
    • } hablar: ha-blar

    A partir del último acento del verso, una sílaba y solo una debe contarse.
    Si la palabra final es aguda (que recibe el acento en la última sílaba, como “domar” o “albornoz” o “sofá”), al contar las sílabas se añade una.
    Cuando la palabra es esdrújula (que recibe el acento en la antepenúltima sílaba, como “libélula” o “círculo”), se descuenta una sílaba.

    Licencias poéticas

    • Sinalefa: unión de las vocales finales e iniciales de dos o más palabras consecutivas en una sola sílaba métrica. (No se trata de una licencia o ruptura de las reglas normales de la pronunciación española; es la norma prosódica de la lengua).
    • Sinéresis: unión de vocales en el interior de una palabra, vocales que de ordinario no formarían diptongo, como “caos” (que en vez de dividirse en dos sílabas forma sólo una en virtud de la sinéresis). Otro ejemplo: a/é/re/o podría dividirse aé/re/o según las necesidades del poeta.
    • Hiato: el opuesto de la sinalefa, mucho menos frecuente. Consiste en la separación de las vocales finales e iniciales de dos palabras consecutivas. Casi siempre ocurre en la última sílaba acentuada del verso.
    • Diéresis: ocurre cuando se rompe un diptongo; el procedimiento se marca claramente por medio de un signo especial de puntuación, llamado diéresis o crema (¨), que se coloca sobre la vocal débil o sobre la segunda vocal cuando ambas son débiles.
    Teniendo todo esto en cuenta, inferimos que una sílaba métrica no es lo mismo que una sílaba gramatical.

    Acentuaciones rítmicas posibles para cada metro:

    Los acentos se denominan:

    • Obligatorio al de penúltima sílaba
    • Interiores a los rítmicos.
    • Tetrasílabo: No necesitan acentos interiores. Se dan éstos sencillamente por las palabras que se utilizan. Pero atendiendo a la norma expresada anteriormente, se considera de acentuación obligatoria en 3ra.
    • Pentasílabo: Es muy poco usado y como el tetrasílabo, no necesita de acento interior, pero generalmente, además del obligatorio en 4ta, para que tenga un ritmo correcto, el acento interior debe recaer en la 1ra.
    • Hexasílabo: Se consideran con buen ritmo los que acentúan en:
    • } 3ra y 5ta
      } 2da y 5ta
      } 1ra y 5ta

      Sobreacentuado:

      } 1ra, 3ra y 5ta

      Con semirritmo:

      } sólo 5ta
    • Heptasílabo: Se consideran con buen ritmo los acentuados en:
    • } 3ra y 6ta
      } 4ta y 6ta
      } 1ra, 3ra y 6ta
    • Octosílabo: De todos los metros, es el que más fácilmente puede seguirse con el oído, dada su musicalidad. Se consideran con buen ritmo, los que acentúan en:
    • } 2da, 5ta y 7ma
      } 3ra, 5ta y 7ma
      } 3ra y 7ma
      } 2da y 7ma
      } 4ta y 7ma

      Aunque éstos tres últimos podrían entrar en la clasificación de semirrítmicos.

    • Eneasílabo: Si bien este es un verso de compleja acentuación, se consideran con buen ritmo los acentuados en:
    • } 1ra, 4ta y 8va
      } 2da. 4ta y 8va
      } 3ra, 6ta y 8va
      } 4ta y 8va
      } 3ra y 8va

      Se consideran de semirritmo:

      } 5ta y 8va
      } 2da y 8va

      Se consideran sobreacentuados:

      } 2da, 4ta, 6ta y 8va
      } 1ra, 3ra, 5ta y 8va

      No son recomendables los que acentúan en:

      } 2da y 5ta y 8va
      } 6ta y 8va
    • Decasílabo: Se considera de acentuación clásica el que lleva los acentos en:
    • } 3ra, 6ta y 9na

      Con buen ritmo los que acentúan en:

      } 4ta, 6ta y 9na
      } 4ta, 7ma y 9na

      Semirrítmico:

      } 4ta y 9na
      Sobreacentuado:
      } 1ra, 4ta, 7ma, 9na
      } 2da, 4ta, 7ma, 9na
      } 2da, 4ta, 6ta, 9na
    • Endecasílabo: Presenta este metro una diversa cantidad de acentuaciones, cada una de las cuales recibe un nombre específico, que se identifica con la nomenclatura de los versos griegos.
    • Clásico o melódico:

      } 3ra, 6ta y 10a

      Dactílico o de gaita gallega:

      } 1ra, 4ta, 7ma, 10a

      Trocaico o heroico:

      } 2da, 6ta, 10a

      Dáctilo, trocaico o enfático:

      } 1ra, 6ta y 10a

      Sáfico:

      } 4ta, 6ta y 10a

      Otra forma de sáfico:

      } 4ta, 8va y 10a

      A la francesa: Con acento en 4ta sobre palabra aguda u otro acento en 6ta u 8va, además del obligatorio de 10a.
      Semirrítmico:

      } 6ta y 10a

      Sobreacentuado:

      } 3ra, 6ta, 8va y 10a
    • Dodecasílabo: Se encuentra formado por dos mitades o hemistiquios y tal como sucede en el alejandrino, según algunos autores, no se produce sinalefa entre las dos mitades del verso, para las cuales rigen las reglas de silabeo correspondientes a los tipos de terminación de verso.
    • Se consideran con buen ritmo los acentuados en:

      } 2da, 5ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 7ma, 11a
      } 3ra, 6ta, 9na, 11a
      } 3ra, 6ta, 8va, 11a
      } 3ra, 5ta, 9na, 11a
      } 2da, 5ta, 7ma, 11a
      } 1ra, 5ta, 7ma, 11a
      } 2da, 5ta, 9na, 11a
    • Alejandrino: Considerando las mismas reglas para los hemistiquios, la acentuación de los alejandrinos es la siguiente:
    • Clásico:

      } 2da, 6ta, 9na, 13a

      Con buen ritmo:

      } 3ra, 6ta, 9na, 13a
      } 3ra, 6ta, 10a, 13a
      } 4ta, 6ta, 9na, 13a
      } 4ta, 6ta, 11a, 13a
      } 2da, 6ta, 10a, 13a
      } 3ra, 6ta, 11a, 13a

      Semirrítmico:

      } 3ra, 6ta, 13a

      No recomendable:

      } 2da, 6ta, 8va, 13a
      } 1ra, 6ta, 9na, 13a

    Gildardo López Reyes – México

    Eufemismos

    No sé en otros países, pero, aquí en México, desde chicos nos enseñan a no llamar las cosas por su nombre. A temerle a las palabras. A poner entre ellas y nosotros una pared que se vuelve infranqueable al paso de los años, cuando al ser adulto y querer hablar sobre algo, no encuentras las palabras necesarias para decir lo que quieres decir y te ves rodeado de tabúes hacia donde voltees. Tantas palabras nunca dichas, que ya no sabes pronunciar sin ruborizarte, sin sentirte culpable por pronunciarlas.

    No sé cuántos términos diferentes existen, por ejemplo, para nombrar al sexo, a la relación sexual. Incluso en una reunión entre puros adultos escuchas palabras como: aquellito, el traca traca, el prau prau, echar pasión, echar pata, entre otros más que ahora no recuerdo. Nos cuesta tanto trabajo decir: tener sexo, o hacer el amor, en todo caso, que suena incluso más romántico.

    Mi madre se ha sacado de no sé dónde palabras cagadísimas, que sólo nosotros usamos y conocemos su significado familiar. De niños nos enseñó que nuestro pene se llamaba “el pajarraco” (quien sabe si inconscientemente deseaba que fuéramos bien dotados, jajajajajaja), y así lo aprendimos Daniel y yo. Para los demás compañeros del kínder era “el pilín”, poca cosa frente a nuestros pajarracos. En una ocasión vino a jugar a la casa un compañero de Daniel, mientras los tres merendábamos, comenzó entre ellos dos una de esas guerras de ofensas graciosas: tú tienes cara de elefante, tú tienes cara de moco, ah sí, pues tú tienes ojos de sapo, hasta que Toño disparó nuestras sonoras y larguísimas carcajadas, cuando esgrimió que mi hermano tenía nariz de pajarraco; obvio es que sin saber nuestro significado. Otra de esas divertidas palabras es cuando nos pedía que recogiéramos “las cagarrutas del perro”.

    Creo que entre los eufemismos más patéticos están los referentes a la pobreza. “Personas de escasos recursos”, “gente humilde”: La gente pobre es pobre. Tal vez algunos sean humildes pero también habrá soberbios. Y el uso de un lenguaje supuestamente no ofensivo, no les ayuda en lo más mínimo.

    “Nosotros los indios”, decían muy normales mis amigos, Yulquila y Antolín, ante la mirada incrédula de otros, esos otros, supongo, de los que ofenden a los demás llamándolos “indio”.

    Acerca de Gildardo López Reyes

    Gavrí Akhenazi – Israel

    Ejercicio de noche

    Mientras Adi moría
    me fui cortando el alma en finas lonjas
    y las puse a secar de frente al viento
    que aniquila las alas.

    Mientras Adi moría
    el sol era un estético estallido
    en un cuadro amarillo.
    Goteaba sol sobre las carnes rotas
    y encima de la sangre y sus pedazos.

    Yo sólo estaba ahí.

    Mientras Adi moría
    la luz era un silencio de honrar las efemérides
    igual que un acto público.
    Recuerdo que veía en el reflejo del charco de su sangre
    una bandera rota.
    Flameaba como un ala que se aleja.

    Mientras Adi moría
    encontré entre las piedras a su pájaro.
    El pájaro aterrado y pequeñito
    que buscaban sus manos por dentro del estruendo.

    Ruth le tomó una foto al niño con su pájaro
    cuando ambos eran un niño con un pájaro.

    Luego, todos morimos.
    O nos fuimos

    (Del poemario: Nostalgia del Edén-poemas boca abajo)




    Acto multidisciplinario

    Vienen con sus morales de reloj
    y sus cuadros de santos.
    Vienen a hablarme de la bondad
    como si yo todavía fuera un huérfano no prostituido,
    un huérfano recién orfanado,
    un cachorro de perro en un madero
    después de la zozobra de sus músculos.

    Vienen con sus morales de mural religioso
    y de osamenta de almanaque
    a hablarme de dolor desde su esfera de lidocaína
    osados
    anestésicos
    anacrónicos
    óptimamente acomodados al enamoramiento
    y a la silla ergonómica.

    Vienen con sus recitaciones de salón con beatos
    a hablarme de las políticas correctas
    para el género humano
    con sus bocas untadas de pan
    y sus dedos satisfechos de arroz con mejillones.

    Vienen a decirme lo que está bien
    con una Biblia costumbrista bajo el brazo blindado
    porque todavía hablar es gratis

    en algunos lugares.

    (Del poemario: La temblorosa opacidad)




    Fellare

    Ella baja
    despacio
    hasta lo más hirsuto
    y su lengua
    envolvente
    como una sierpe cálida

    reclina la inquietud
    lame lo más salado y lo más áspero
    lo bebible
    en los últimos sorbos y el temblor.

    Ella baja con un filo sin saña
    hasta mis propios filos
    y desliza
    la suave mojadura de sus ojos
    por los espacios libres donde mis ojos tiemblan.

    Carnosa mansedumbre
    traza sobre mi tronco un ronco mapa que no tiene islas
    y me cura en pasión
    sin egoísmo
    como una dulce sensación carnívora
    que bebe mis silencios
    mis gemidos sin orden
    mis antebrazos rotos sin abrazos.

    Ella baja y me lame las victorias
    mastica el cuero con sus dientes breves
    y arranca la derrota de mi cuerpo
    arde en mi Territorio
    y es una antorcha que no me pronuncia
    más que en la oscuridad.

    Ella tiene apretado entre sus labios
    mientras traga
    el llanto de mis letras.



    Vocación de silencio

    Yo me caigo en el arte de caerme
    como un fractal oscuro siempre huérfano
    o como una ecuación que no responde
    al alto resultado del silencio.
    Yo me arrodillo a veces, no me caigo,
    con la boca en la piel del desencuero
    para que uses tu látigo de seda
    en la sangre copiosa de mi cuerpo.

    Yo a veces me arrodillo y nunca en vano,
    porque me da la gana; nunca es miedo
    de que un día me escupas en la tumba
    o te escapes del piélago violento
    en una barca inútil de promesas
    con quién no sepa jota de sus remos.

    Yo agacho la cabeza si tu mano
    escribe en mi cabello un manifiesto
    donde el sol se haga frágil como un niño
    que cree en las promesas y en lo eterno,
    porque apuesta a saber que hay en tu idioma
    un río metalúrgico y sediento
    del agua de mi espada y la victoria
    de nuestro amor es cosa del destiempo.

    Y vos, entre la duda y la promesa,
    vas de la fruta al jugo o al pelecho
    si mi boca reclama, intempestiva,
    que por fin fructifiquen los anhelos.

    Vos sos esa raíz avariciosa
    que sostiene en la tierra todo el huerto
    y yo soy ese viento que deslinda
    la gran docilidad de los desiertos

    y un mar…un mar hecho con diques
    con arrecifes, pulpos y alfabetos
    en que el coral —en púrpura— madura
    y escribe que me encallo en los «te quiero»
    con esta vocación por lo inaudible,

    como un profundo voto de silencio.

    (Apúrate mujer, ponte bonita,
    no te tiñas el pelo
    y trae vino tinto y dos cebollas…
    Yo cacé dos conejos.)

    Acerca de Gravrí Akhenazi

    Entrevista a Silvana Pressacco, por Rosario Alonso

    «En la poesía se juega con la imaginación, las rimas,
    el ritmo, la métrica y otras estructuras repetitivas
    que hacen escucharla como música”

    Silvana Pressacco, argentina,  cordobesa, docente de profesión, es una mujer a la que le gustan los extremos y tal vez por eso a la vez que imparte clases de matemáticas explora el mundo de las letras. En un principio escribía solamente relatos, pero como mujer curiosa que es, se adentró en el mundo de la poesía escrutando, poco a poco y con paciencia (a pesar de que dice no tenerla), la técnica poética hasta lograr excelentes resultados.

    Disfruta tanto de la soledad como de la compañía. En sus ratos libres cuida el  jardín de su casa, observa el mar con  sus diferentes colores al atardecer, nada, camina y, amiga del bullicio, organiza reuniones en su domicilio tanto con amigos como con familiares.

    No le gusta el reloj. Como ella misma dice,  es “perrera” y siempre que puede, sobre todo los fines de semana, trasnocha y se levanta muy tarde.

    Algo que admite con firmeza es que detesta no saber delegar. Según nos cuenta,  le resulta  imposible decir «no», «no puedo», «no quiero» y siempre que se compromete con alguna labor no descansa hasta terminarla y terminarla bien.

    En su trabajo disfruta del contacto con los jóvenes y nos aclara que, según sus alumnos, demuestra la pasión por lo que hace.

    Así, a grandes rasgos, es Silvana, pero vamos a conocerla un poquito más.

    1- ¿Qué es la literatura para ti?

    Es una forma de expresar a través de la escritura atendiendo a ciertas condiciones. No cualquier texto es literario.

    Recuerdo que en una oportunidad en la que compartí mis escritos con una docente de esa cátedra para que me hiciera una crítica, me sorprendió con su respuesta «te falta la literatura».

    Quedé esperando una explicación más amplia porque para mí yo estaba haciendo literatura. Después de su aclaración supe de las condiciones que menciono en el primer párrafo, los recursos literarios. Llegar al lector sin decir todo coloquialmente, escarbando en las imágenes que pueden hacer percibir más allá de los sentidos, por supuesto ajustándose a las reglas gramaticales.

    Por lo tanto, no cualquier texto escrito es literatura. La diferencia está en el cómo lo expreso; hasta lo más simple puede serlo y lo más complicado no serlo nunca.

    2- ¿Y la poesía?

    Es una forma de hacer literatura. Tal vez la primera forma que se conoció.

    Yo era reacia a escribirla porque desconocía su estructura y variedades y porque suponía que debía hacerlo con un lenguaje rebuscado, alejado del que corrientemente uso.

    En la poesía se juega con la imaginación, las rimas, el ritmo, la métrica y otras estructuras repetitivas que hacen escucharla como si fuera música.

    Muchos la recitan sin plasmarla en un papel.

    3- ¿Desde cuándo escribes y qué motivación te impulsa a continuar?

    Soy muy lectora y ese gusto me llevó a querer cambiar las historias que leía, a decirlas de otra manera. Así en el año 2009 comencé con textos extensos que armaron novelas, sí ¡novelas! , creé historias y personajes de los que me enamoraba, los sumergía en todo tipo de escenarios y contextos.

    Después vino el tiempo de evaluarme porque comprendí que me dejaba llevar por mis impulsos a ciegas y comencé a participar del foro literario Ultraversal desde donde estoy dando mis primeros pasos con conocimiento y ayuda de personas que saben guiarme a partir de su experiencia y preparación.

    Ahora puedo decir que estoy aprendiendo a escribir literatura.

    4- ¿Cómo definirías tu poesía?

    Si bien muchos me dicen que tengo mi propia voz, yo todavía no podría definirme. Sí puedo decir que intento acercarme a ella, a conocerla para después poder definirme. Me gustan los versos blancos, los alejandrinos y los sonetos porque sus estructuras me dan cierta seguridad.

    Por lo general en mi poesía trato de dejar un mensaje pero me cuesta mucho encontrar la manera de decirlo de otra forma que no se haya dicho.

    5- ¿Y tu prosa?

    Es de un lenguaje muy cotidiano, directo. Antes creía que no tenía reglas sino que era escribir atendiendo a la gramática y con unos pocos recursos literarios. Era a lo que más me dedicaba. Hoy siento que la tengo abandonada no porque haya perdido el gusto por ella sino porque comprendí que no es sólo narrar como lo hacía.

    A veces escribo prosa poética y otras, cuentos o testimonios.

    6- ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir?

    Las únicas influencias son las que me otorgan día a día los compañeros de Ultraversal, a ellos les debo todo lo que logré.

    7- ¿A qué público pretendes llegar?

    A cualquiera que sea capaz de emocionarse con las cosas sencillas de la vida.

    8- Para ti, ¿qué condiciones debe cumplir el escritor para ser considerado como tal?

    No sabría decirte, pero creo que hay más escribientes que lectores. Que cualquiera se autodenomina escritor sin hacer un gramo de literatura.

    9- Cuál es tu proceso creativo, ¿te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?

    A veces me sorprende la necesidad de escribir, me siento enfrente del teclado aún con otro trabajo pendiente en un rincón y surgen los versos sin siquiera pensarlo. Al final me llevan a contar la historia que ni sabía que tenía en mente. Pasa un tiempo, me leo y me pregunto cómo se me ocurrió.
    Otras veces la pantalla queda en blanco.

    Creo que escribo más poesía de arrebato.

    10- ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?

    Hay de todo. Ya te confieso mi parecer cuando afirmo que hay más escribientes que lectores. Otro ejemplo es la ausencia de comentarios en las comunidades y la publicación compulsiva para mostrar lo propio.

    Creo que si deseas avanzar es necesario compartir lo que sabes y lo que no. El interactuar con otro permite crecer, pero la única manera de interactuar significativamente es siendo humilde, sincero, curioso y observador. Características muy alejadas de una persona egocéntrica.

    Una persona puede tener todas las cualidades para ser considerado un escritor excelente pero sería muy bueno que toda esa capacidad le sirviera para detectar potenciales nuevos y ayudarlos en su crecimiento. Eso es lo que se hace en Ultraversal y te aseguro que fui testigo del crecimiento de muchos compañeros a los que particularmente en un principio no entendía ni uno solo de sus versos. Aquí está presente la solidaridad y la pasión compartida. Por esa pasión a la que se respeta, se enseña, se comparte, se guía. El egocentrismo no permite el crecimiento.

    Siendo profesora de matemáticas, ¿piensas que los números y la poesía se complementan?

    Siempre consideré que mi mundo numérico era muy lejano al de las letras. Fue una rareza para mí y hasta para mis colegas que comenzara a cruzarme a la vereda de enfrente. Creo que la poesía tiene mucha matemática en sus estructuras y también siempre consideré que la matemática con su exactitud es una belleza, es un arte. Así que sí, se complementan y se acompañan.

    11- ¿Crees que la poesía vende? ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?

    Estas dos preguntas van de la mano. En la sociedad actual la poesía se escribe, no se lee y menos se compra.

    Cualquiera escribe y llama poesía a una sucesión de versos porque considera que es suficiente volcar sentimientos en un papel para que sea un poema. Hay muy pocos que distinguen textos, de literatura.

    12- ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?

    Creo que la tecnología está presente en muchos aspectos de nuestra vida. Que se instala cómodamente y que debemos aceptarla y manejarla porque, de otro modo, pasamos a ser unos analfabetos.

    Personalmente me gusta el papel pero entiendo la comodidad que significa el formato digital. Pero de todas maneras, cuando leo algún libro que me queda en la memoria por determinadas circunstancias, prefiero tenerlo en mi biblioteca.

    13- Silvana, agradezco tu implicación. Se me hizo corta la entrevista. Ha sido estupendo charlar contigo.

    Gracias a vos,  Rosario,  has sido generosa al dedicarme tu tiempo e interesarte por mí.

    Sueño invernal & Recuerdos: Textos & fotografía de Arantza Gonzalo Mondragón

    Sueño invernal

    Escucho esta canción y veo a la Pávlova bailando en la Plaza Roja, en una noche invernal.

    El cielo es un lamento ruso lleno de estrellas.

    Anna estira su mano para acariciar el canto de los pájaros nocturnos y sus ojos alcanzan el fondo de Dios. No hay público pero es la dueña del mundo porque allí están todas las almas. Cuánta belleza hay en la extrema fragilidad, en el movimiento lento de un cuerpo borracho de música y de nostalgia. El viento silba en re mayor.

    Recuerdos

    Hace unos años trabajé en un quiosco de revistas y periódicos, muy bien situado y que tenía mucha clientela. Lo conocía porque desde niña compraba golosinas antes de subir al autobús que me llevaba al colegio.

    Lo regentaba un matrimonio desde hacía más de veinte años. Acababan de separarse de forma traumática y la mujer se había quedado con lo puesto, con cinco hijos muy problemáticos y el quiosco, que era de alquiler.

    Ella, totalmente desbordada por los acontecimientos, era incapaz de atenderlo por lo que me ofrecí a llevarle la contabilidad y ocuparme de la venta al público.

    El hijo mayor se llamaba Miguel y era esquizofrénico. Vivía con otros enfermos en un piso tutelado por Asistencia Social donde les cubrían las necesidades básicas y les medicaban.

    Disponían de mucho tiempo libre porque allí sólo estaban a la hora de las comidas y para dormir. El resto de la jornada eran carne de calle, al no tener dinero para comprar el ocio que les gustaba.

    De unos cuarenta años, por aquel entonces, Miguel era alto y fuerte y, a mí, me daba miedo. No me atrevía a mirarle a los ojos porque estaban perdidos en una negritud que me asustaba. Él tampoco me miraba y cuando me quería decir algo hablaba muy deprisa, con sus ojos clavados en cualquier sitio, en mi mano, en mi blusa o en el mostrador.

    En las horas que yo atendía, podía aparecer hasta en seis ocasiones. A veces se sentaba en el quiosco conmigo y ojeaba alguna revista. Le apasionaban las de misterio o ciencias ocultas.

    Nunca estaba mucho tiempo, quizás porque percibía mi inquietud en su presencia.

    En su visita de todos los mediodías me pedía dinero para un café y yo se lo daba sin rechistar. Se iba a la cafetería de enfrente y lo echaba a las máquinas tragaperras. Yo le vigilaba a través de las cristaleras del bar. Nunca estaba allí más de cinco minutos y salía, desapareciendo por la acera, sin despedirse.

    Cuando se lo dije a su madre me dijo que no le diera un duro, que ya le daba ella para café y más cosas y que lo mismo que me pedía a mí les pedía a sus hermanos.

    «Dame doscientas pesetas», era su soniquete.

    Daba igual que yo me negara porque se quedaba allí delante, dos, tres, diez minutos hasta que conseguía las monedas.

    Llegó un momento en que tenía el dinero preparado para quitármelo de encima cuanto antes.

    Un viernes le di trescientas pesetas. Cruzó presuroso la carretera y entró en el bar. Estuvo trasteando con la máquina y luego se sentó a tomar un café.

    «Menos mal», me dije, «hoy al menos toma algo y estará un ratito entretenido».

    Pero cuando salió vino directo hacia mí. Se me plantó delante del mostrador y empezó a sacar monedas de los bolsillos.

    —Toma, me han tocado diez mil en la máquina. Cuéntalas y guárdalas para mi madre.

    Fue la única vez que vi algo parecido a una sonrisa en su mirada de fría amargura.

    En la mía, lágrimas. No faltaba ni una sola moneda.

    Acerca de Arantza Gonzalo Mondragón

    Alegoritmos: un libro de Gavrí Akhenazi,

    Por Silvio Rodríguez Carrillo

    Ficha del libro

    Título: Alegoritmos
    Autor: Gavrí Akhenazi
    Año: 2009
    Género: Novela
    Editorial: Ediciones Juglaría
    Páginas: 94
    ISBN: 978-987-1166-46-6

    Uno entra a esta novela como entra un enemigo a territorio desconocido, con los sentidos en alerta y dispuesto a recibir el ataque. Desprovisto de adornos, el paisaje es hostil, casi inasible en lo descriptivo pero intensamente denso en las emociones que transmite, porque las secuencias las vive mientras las dice en un lacónico diálogo – un protagonista oculto en sí mismo, protegido en una identidad que sin nombre propio va emanando todo cuanto le va sucediendo, pero como si no fuese parte de eso que le está pasando, como si la pasionalidad de los hechos fueran competencia del lector.

    La historia se da en algún lugar impreciso, pero real, y así es el planteo del relato, que transcurre en una geografía particular imposible de fijar, o, mejor dicho, innecesaria de precisar, pero que se entiende cierta desde el plano de la realidad en cada una de las situaciones. Las simbologías que parecieran ser tales, son más cercanas de lo habitual: cabezas, ojos y corazones cercenados, bombardeos y líneas demarcando límites, significan y simbolizan, parecen y realmente son; y es por esto que una “presencia” o un “ángel” devienen en protagonistas reales que sostienen los sucesos hasta el estremecimiento sin reparos.

    Pero, más allá de la trama, hay algo que apuntala la novela, y este algo es el enorme conocimiento que tiene el protagonista sobre sí mismo y sobre las circunstancias. Digo “sobre” y no “de”, para remarcar el factor experiencia que viene tácito en el relato, pero que no puede obviarse. Una experiencia vital que hace responda con aparente frialdad ante la atrocidad circunstancial, que hace lata prevenidamente todo el tiempo, como si no le cupiera ningún resto de asombro ante el desastre y, que sin embargo, hace que todavía guarde en lo íntimo, la emoción que genera la inocencia.

    Con este autoconocimiento, comprende que vivir al límite es casi un no vivir, que en algún momento todo pudiera ser tanto que desearía desprenderse del propio cuerpo; mas, al no darse esto, y darse en cambio la persistencia de la vida, surgen las dos variables que cierran los cimientos del libro, la de la camaradería, y la del amor, pero, con un dramatismo fuera de norma. El círculo se hace tan breve y los sentimientos tan fuertes, que con el camarada vuelto “ángel” no precisa hablarse, ni dialogar con la “presencia”, porque el amor es una urgencia que vence al tiempo.

    Recorrer las páginas de Alegoritmos es recorrer ciertos abismos que pareciera sólo el hombre puede generar, encrucijadas que sólo ciertos sujetos elegidos por la vida están llamados a transitar, pero también es vivenciar de manos expertas el poderío de la fe, la razón hecha carne en cuanto se vuelve convicción y deviene en manera de actuar. Novela noble, narrada visceral y poéticamente, Alegoritmos es una belleza literaria desde cualquiera de los ángulos que quiera y pueda mirarse, donde escritor y protagonista, fundidos y velados, se descubren en su sencilla grandeza, porque es cierto, “Todos los monstruos somos en el fondo románticos”.

    Héctor Michivalka – Honduras

    Tinta China

    “Y desde la llegada, el hombre es un ser en despedida.”
    Alejandro Salvador Sahoud

    Como letra en cursiva
    y en sentido chino
    va mi vida
    decantada

    deprisa

    Cuesta

    a
    b
    a
    j
    o

    Escribo

    a la orilla del mar

    sobre la arena

    la densa marea
    acecha

    un caracol
    partió primero
    dejando
    su concha abandonada

    es invierno

    los peces
    están hambrientos

    el tiempo

    un cardumen de pirañas
    que me devora

    quien dice
    que es único

    niega

    a su otro
    yo

    a veces

    el camino más áspero

    es hacia adentro

    el tiempo
    no existe

    solo la muerte
    y sus partidarios

    volveré a ser bacteria
    mi vida es tan enana
    que cabe en una célula

    y mi ego tan gigante
    que no cabe en el mundo

    capricho de molécula

    …noches sin más luna
    que la del miedo

    noches que decides
    si sigues o no viviendo

    ser el buitre
    o ser el muerto

    he tenido
    el orgullo de ser primero

    el arrepentimiento
    del soberbio

    el golpe mortal
    del ateísmo

    viaje
    del ego
    a la verdad

    de la verdad
    al polvo

    siempre al polvo

    el enano cree
    que al caminar
    una milla

    camina
    tres

    Tinta verde

    me voy
    dijiste
    no te creí

    ahora el dolor
    alcanza

    orgasmo
    tras orgasmo

    las dos velas

    que incendian tus ojos
    me señalan
    el regreso a casa

    esta noche
    la luna

    no es más que un adorno
    en el ático
    de mis nostalgias

    la luna llena

    fue
    voyeur

    de mis aullidos

    cuando entré
    al corazón de esa mujer

    aún olía
    a pintura fresca

    y cuando ella entró al mío

    se abría paso
    quitando telarañas

    en un cuarto de hotel

    te acuerdas amor mío

    casi te hago mía

    una cordillera
    de botones nerviosos
    me impidieron el paso

    en ese cuarto
    amor mío
    este poema
    conoció el fracaso

    ingresas en mi vida
    con pasos de asaltante

    qué le puedes robar
    a un corazón en quiebra

    amor

    así desnuda
    no necesito un mapa

    para socavar tu deseo
    que tiembla por intimidarme

    amor
    en tu piel aprendí el Braille

    gritos
    de sirenas
    en celo

    someten a mi pluma
    a practicar

    el onanismo

    al infame
    camisa de fuerza
    en la lengua

    al político
    cadenas
    en las manos

    a mí
    con el preservativo
    es suficiente

    Recursos literarios (primera entrega)

    Por Enrique Ramos

    Primera entrega del estudio de Enrique Ramos
    publicado en el taller de Ultraversal

    El uso literario del lenguaje implica una llamada de atención por parte del escritor sobre el lenguaje mismo. El escritor utiliza el lenguaje generando extrañeza en el lector, sorpresa, llamando su atención gracias al uso de palabras poco usuales (arcaísmos, neologismos), gracias al empleo de construcciones sintácticas que se distancian de las usadas en el lenguaje no literario, y también puede el escritor buscar ritmos marcados, utilizar epítetos o bien utilizar otros recursos que generan extrañeza, que se denominan de modo genérico “recursos literarios”, “recursos retóricos” o “recursos estilísticos”.

    Se han hecho, para su estudio, muchas clasificaciones de estos recursos, casi todas aceptables (son pura convención), pero yo voy a utilizar aquí una de las que tienen más tradición, que clasifica los recursos estilísticos de la siguiente manera:

    • Figuras del pensamiento.
    • Figuras del lenguaje o de la dicción.
    • Tropos.

    Figuras del pensamiento

    Se suele entender por “figuras del pensamiento” aquellas que no dependen tanto de la forma lingüística como de la idea, del tema, del pensamiento, con independencia del orden de las palabras. Las figuras del pensamiento afectan al contenido, buscando la insistencia en el sentido de una parte del texto.

    Algunos autores distinguen, dentro de las figuras del pensamiento, entre “figuras patéticas”, cuyo objetivo es despertar emociones, “figuras lógicas”, cuyo objetivo es poner de relieve una idea y “figuras oblicuas o intencionales”, para expresar los pensamientos de forma indirecta.

    Entre las figuras del pensamiento encontramos, por ejemplo (sin que la lista sea exhaustiva), las siguientes:

    • anfibología
    • antífrasis
    • antítesis o contraste
    • auxesis
    • apóstrofe
    • asteísmo
    • carientismo
    • cleuasmo
    • comunicación
    • concesión
    • corrección
    • deprecación
    • descripción
    • diasirmo
    • écfrasis
    • enumeración clásica
    • enumeración caótica
    • epifonema
    • epíteto
    • etopeya
    • exclamación
    • gradación o clímax
    • hipérbole
    • interrogación retórica
    • ironía
    • lítotes o atenuación
    • meiosis
    • mímesis
    • oxímoron
    • paradoja
    • parresia
    • perífrasis o circunlocución
    • pleonasmo
    • preterición
    • prosopografía
    • prosopopeya o personificación
    • reticencia o aposiopesis
    • retrato
    • sarcasmo
    • sentencia
    • símil o comparación
    • sinestesia
    • tapínosis
    • tautología
    • topografía

    Figuras de la dicción

    Se suele entender por “figuras de la dicción” aquellas que se basan en la colocación especial de las palabras en la oración.

    Como figuras de la dicción encontramos, entre otras, las siguientes:

    • aliteración
    • anáfora
    • asíndeton
    • complexión
    • calambur
    • concatenación
    • conduplicación
    • conversión
    • dilogía o silepsis
    • elipsis
    • endíadis
    • epanadiplosis
    • epífora
    • epímone
    • hipérbaton o anástrofe
    • onomatopeya
    • paralelismo
    • paranomasia
    • polisíndeton
    • reduplicación o geminación
    • retruécano
    • similicadencia
    • zeugma

    Tropos

    Los tropos consisten en la utilización de las palabras o de las expresiones en sentido figurado, es decir, en sentido distinto del que propiamente les corresponde, pero que tiene con éste alguna conexión, correspondencia o semejanza. Son tropos la sinécdoque, la metonimia  y la metáfora en todas sus variedades.

    Algunos autores incluyen también como tropos la alegoría, la parábola y el símbolo.

    A continuación, en sucesivos ítems iré analizando con más o menos profundidad algunos de los recursos estilísticos que se han enumerado anteriormente; no voy a seguir un orden concreto, ya que comenzaré con aquellos recursos que tienen más utilización, si bien indicaré siempre de qué tipo de recurso se trata en función de la clasificación anterior. Mi propósito es incluir varios ejemplos de cada recurso.

    Anáfora

    La anáfora es una figura de la dicción queconsiste en la repetición de una o varias palabras al principio de dos o más versos, frases o enunciados de la misma frase.

    La anáfora se utiliza para estructurar el poema o una parte de éste; es algo así como si a lo largo del poema pusiéramos pilares sobre los que éste se sustenta; la anáfora ayuda al lector a relacionar entre sí los fragmentos encabezados por las mismas palabras, de forma que aquel siente unidad en el escrito.

    Como veremos en otro apartado de este pequeño análisis, la polisíndeton es un tipo particular de anáfora, en la que el término que se repite es una conjunción, es decir, es una anáfora leve, poco marcada. El efecto de la anáfora suele ser mucho más contundente que el de la polisíndeton, pues remarca mucho más cada uno de los miembros de la enumeración.

    Con frecuencia se utilizan expresiones de varias palabras para la construcción de la anáfora, pero aún es mucho más frecuente el uso de la anáfora breve, con repetición de una palabra corta Como “si…”, “donde…”, “cuando…”, “mientras…”, “dime…”, “como…”.

    La anáfora no exige que la palabra o pequeño grupo de palabras que se repiten estén en el principio del verso, sino que deben estar al principio de cada enunciado, que es bien diferente. Así, se puede hablar de anáforas “internas”, de forma que la palabra que se repite se encuentra en medio de un verso y no al principio del mismo.

    Veamos algunos ejemplos.

    El primer ejemplo que he traído es una anáfora continuada dentro de un bello soneto escrito por Morgana de Palacios, titulado Eresma:

    Cómo ríe triscando entre las piedras
    verdes de limo verde inmaculado,
    cómo susurra el agua su recado
    en el oído agreste de las hiedras.

    Cómo acaricia el aire, cómo medra
    entre la zarzamora y tu costado,
    cómo se solivianta casi alado
    y se enrosca en tu cuerpo y no se arredra.

    Cómo me quiere el río mientras pasa
    a través de mi piel, cómo me abrasa
    con su gélida mano atardecida.

    Cómo nos mece en su vibrar sonoro
    —acuático ritual de sol y oro—
    de una vieja pasión, recién nacida

    Se puede apreciar perfectamente la manera en que “Cómo…” articula a la perfección el soneto. En el segundo cuarteto y en el primer terceto se pueden apreciar también perfectamente esas anáforas internas de las que antes he hablado. Bellísimo.

    Otro ejemplo de Anáfora, lo podemos distinguir con facilidad en estos versos de Rafaela Pinto, en un poema titulado A favor:

    A favor de nadar contracorriente
    en los mares del mal, venciendo al aire
    que amartilla impiadoso el desvarío.

    A favor de vivir rompiendo soles
    que queman la raíz del inconsciente
    y son el enemigo encadenado.

    A favor de ser látigo, castigo
    de los espurios dioses que lapidan
    la lábil voluntad, desfalleciente.

    A favor de la luna, la inocente
    vigía del amor pulverizado
    en brazos de un ladrón y una poeta.
    A favor de los santos ideales
    del que ha sabido ser el combatiente
    del hambre, la bondad y el contracanto.

    A favor del instinto desvestido
    de ironías, fracasos, frustraciones
    decidido a ser él, impunemente.

    A favor de amarrar a un expediente
    al pérfido burócrata embebido
    de inútil presunción, y de indolencia.

    A favor de encerrar en la clausura
    con su ominosa luz cuarto creciente
    al monje desvestido de entereza.

    A favor del dolor descontrolado
    que parte ardores en la voz profunda
    de la entraña irreal, casi demente.

    A favor de lo ausente.

    A favor de la noche a medianoche

    De los fantasmas húmedos de alcoholes

    De dividir hipócritas por besos

    De incendiar el cociente

    De tu voz
    (alarido)

    Del murmullo
    (mi aliento).

    Encontramos también anáforas en este fragmento de un poema de Nieves A.M. (NALMAR), escrito sin título como contestación en el conjunto de poemas “Días de marihuana”:

    Contra mis delirios, contra mis torpezas,
    contra mis palabras, contra quienes piensan
    que he venido al mundo para ser muñeca.
    Mirad estas carnes, mirad estas piernas,
    mirad este ombligo paridor de penas,
    mirad la locura, mirad la tristeza
    y no digáis nunca que el viento me lleva,
    pues soy esta cárcel en la que estoy presa.

    En este poema, Nieves utiliza el recurso de la anáfora en todas sus posibilidades: versos que comienzan por “contra…”, y anáforas internas con esta misma palabra; y también versos que comienzan por “mirad…” y anáforas internas con la misma palabra. El resultado, una estrofa perfectamente vertebrada y de gran belleza.

    También utilizaron este recurso poetas consagrados, como Miguel Hernández en Recoged esa voz:

    Aquí tengo una voz decidida,
    aquí tengo una vida combatida y airada,
    aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.

    O como Amado Nervo:

    Ha muchos años que busco el yermo,
    ha muchos años que vivo triste,
    ha muchos años que estoy enfermo,
    ¡y es por el libro que tú escribiste!

    O, por último, Federico García Lorca en su “Oda a Walt Whitman”, de la que reproduzco un fragmento:

    Pero ninguno se dormía,
    ninguno quería ser río,
    ninguno amaba las hojas grandes,
    ninguno la lengua azul de la playa.

    Enrique Ramos

    Mariana / Preso de tu ausencia / Me recuerdas a Sabina, por Gonzalo Reyes

    Fotografía de Michel Comte

    Me recuerdas a Sabina

    Siempre supiste huir
    con la fugacidad de tus silencios
    y la tenacidad de tus antojos
    por no saber
    que en el amor apenas empieza a germinar
    —igual que una punción para dejarse el alma—
    muy pocos son los que le huyen:
    solo el cobarde
    o el mentiroso.

    Por eso
    hoy puedo descifrar tu pacto con Cupido
    en la necesidad de la oquedad
    que te llevó a cazarme
    cuando la claridad del corazón
    te lo decía con franqueza
    “no es amor lo que buscas”

    y el juego terminó
    cuando ganaste el desafío,
    cuando te decidiste a botar el disfraz
    porque tu meta siempre fue muy clara:
    satisfacer tu ego
    de niña competente
    y colocar tu nuevo trofeo en la vitrina.

    Mariana

    Ya no eres esa niña que dormía
    sobre mis piernas, de regreso a casa
    del viejo sabio. Ya no eres bahía
    donde encallar mi mano, torpe y rasa.

    Ya no gozo tu Luz de hechicería
    porque hace rato eres tú la brasa
    de tu aroma en tu nuevo hogar, el día,
    empeño del futuro, cal y asa.

    Hoy que te sé y te encuentro más mujer
    —mi hermana, mi flaquita recia y chula—,
    me enorgulleces corazón de tul.

    Soy  feliz de mirar como tu ser
    ha cruzado la línea que triangula
    la concreción de tu desvelo azul.

    Preso de tu ausencia

    Vivo preso de tus ojos
    de gata juntando lunas
    trepada por el tejado
    de mis tontas desventuras.

    Vivo preso de tu imagen
    atrapada en una blusa,
    en un sueño complaciente
    que se ha vuelto una locura.

    Vivo preso y condenado
    a tu cama, mi cicuta,
    a tus reflejos de añil
    que retozan y hasta curan.

    Vivo preso en tus recuerdos
    viejas flores de mi tumba;
    de tu alma que se esconde
    en la sombra de las dunas
    porque te tornaste prófuga
    de mis brazos y mis dudas.

    Desde entonces vivo preso
    debatiéndome en preguntas,
    escribiéndote estos versos
    porque te has vuelto una musa
    y en el alma lloro tinta
    por no asir tu piel desnuda.

    Aquí sigo y sigo preso
    siempre en la constante lucha
    que termina en las mañanas
    y acomete en cada luna
    cuando llega la nostalgia
    del contorno que transmuta.

    Acerca de Gonzalo Reyes

    El principio era el fin, por Miguel Palacios

    Se me fue la mano a conciencia y sin ‘queriendo’ aterricé aquí. El destino era otro.
    Cuando leí este ensayo, con un título tan atrayente, comprendí algo fundamental como lo es el mar al manantial y, a su vez, éste al deshielo u otro principio conocido (p.ej. lago superior) o no. El libro trataba del origen de la inteligencia en el hombre (homínido más antiguo) -hoy sabemos que posiblemente fue el homo-antecesor, que deambuló por el entorno de Atapuerca hace 1.200.000 años-. El autor era consciente en sus aseveraciones «La raza humana alcanzó su primer atisbo de inteligencia cuando empezó a comerse el cerebro de sus congéneres (supuestos enemigos de su grupo o familia)» y desde entonces, y con esa base antropófaga, no ha dejado de crecer aumentando su curiosidad por lo que no entiende del todo (otra versión de la manzana bíblica). Un auténtico ‘brainstorm’ para aquel que leyese el ensayo.

    Si la gallina fue o no antes que el huevo carece de importancia porque no se puede demostrar, como tampoco se puede saber qué ocurrió antes, si el principio o el fin. Desde que se consiguió determinar ‘la partícula de dios’ —Bosón (*)— se abrió un nuevo campo para la especulación, ya que se entreabría una puerta muy peligrosa para el hombre (otro bocado a la manzana). En verdad la ‘teoría del caos’ es muy sugerente pero lo que muestra no demuestra nada; es mera especulación con una base matemática de ‘alto standing’.

     Cuando se puso nombre a la pesantez (gravedad) y se pesó o se determinó la masa en un punto geográfico específico no se conocía aún el Bosón, pero estaba allí, inmerso en un maremágnum de campos que le hacían manifestarse como masa. Los campos (o entornos conocidos hasta principios del siglo XX) eran el gravitacional de Newton y otros, y el electromagnético de Tesla y otros. En esa época habían abierto ya dos puertas al campo (o campos), realmente sólo uno, pues andan siempre concatenados e imbricados; son, de una forma absoluta, imposibles de separar.

    Entonces entra un tal Einstein en el juego y abre una tercera puerta, llena ésta de ambigüedades y paradojas, y nace la física cuántica.

    (*) El Bosón de Higgs, la mal llamada «partícula de Dios» (¿qué habrán hecho los pobres electrones, neutrones, protones y otros para no merecer ese nombre?) es un esquivo corpúsculo responsable de que la materia tenga masa. Sabemos que existe porque sin ella no funcionaría el modelo estándar de explicación del mundo físico. Es necesario que todos los cuerpos masivos interactúen unos con otros a través de algo. El físico Peter Higgs demostró sobre el papel que ese algo es un campo cuántico que hoy conocemos como
    campo de Higgs.

    Imaginemos que tenemos un frasco de miel en nuestras manos e introducimos en él una cuchara. Al girar la cuchara, la miel ejerce resistencia, tanto mayor cuanto más grande sea la cuchara –o más espesa la miel–. El Campo de Higgs es a la miel lo que la cuchara a cualquier cuerpo. Todas las partículas que forman la materia son frenadas por el Campo de Higgs en mayor o menor medida. A esa interacción la llamamos masa. Y debe nacer de una partícula capaz de generar ese campo (como todos los campos conocidos). Sólo hay una partícula que no es afectada por él: el fotón. Por eso puede viajar a la mayor velocidad posible, la de la luz. A ella, la miel no se le pega.

    Cómo es nuestro mundo: finito, infinito, constante, mutante, todo depende. Cuántas puertas se le abrirán al hombre a partir de ahora, no se sabe. Lo que sí es cierto es que la naturaleza siempre ha dado pistas para averiguar de qué modo se formó y de qué manera evolucionó. Entramos en el entorno de los fractales, verdaderos modelos de comportamiento física y matemáticamente demostrables. Luego, entramos en un campo de penumbra, iteración, cómo se repite natura, cuándo lo hace, por qué lo hace, dónde lo hace, etc. Este campo, como todos, puede ser cíclico o no, y si lo es, con qué cadencia se repite, es uniforme, es discontinuo, es de Fourier, tiene o no límite, es vectorial o tractorial, etc. Si hacemos caso a Edmundo Flores, la propia entropía de los campos le llevan inexorablemente al desorden total (teoría del caos), pero si no, a la armonía. Opino que a una mezcla de ambos como en la música que, después del desorden total (p.ej. frenético solo de batería), se produce un punto de inflexión y vuelve la armonía primitiva con o sin contrapunto, luego estribillo o no.

    Mi parecer es que el universo es una entidad prácticamente vacía, como el átomo en el que unos electrones que en un espacio de gran dimensión giran en torno a un minúsculo núcleo (donde se encuentra toda la masa) son neutralizados por los protones que contiene. Pero aún nos quedan los neutrones (neutros, sin carga) y muchas otras subpartículas (neutrinos, fotones, taquiones, etc.) que se van descubriendo porque cada vez son más sofisticados los equipos que miran al cielo (exterior e interior). En ambos, universo y átomo, la materia está cuasiestabulada en un espacio que, digamos, es finito o no, pero que en términos de densidad de población, ésta no es apreciable, hay que medirla de una forma muy sutil.

    Con la aparición del Bosón se quiere demostrar que se ha descubierto el agente que proporciona la masa al universo, pero los números son serios por naturaleza.

    Cuando realmente son serios, son números, vocales o consonantes, o grafías de otros alfabetos [0,1…, e, π, φ, g, etc.] y son serios porque en ellos está el principio y el fin, si aceptamos que la matemática es una ciencia exacta. Las ecuaciones dimensionales son correctas en la física convencional, la de andar por casa, pero no así en la cuántica.

    Cuántas dimensiones existen: 3 (largo, ancho y profundo), no: 4(+tiempo), no: infinitas.

    Cuántos Grados de libertad: 3 (tren, barco, avión), no: 4(+tiempo), no: infinitos.

    Cuántas ecuaciones dimensionales existen: 3 (L, M, T), no: 5 (+eV,+B), no: infinitas.

    De aquí pasamos a la física cuántica, al principio de incertidumbre, a los plegamientos en el espacio-tiempo, a los agujeros negros, a los de gusano… no de la manzana, etc. y hasta a la teoría, con más adeptos, del Big-Bang como principio, pero ¿y antes del principio?, ¿hubo un fin? y, así, como cerrando una banda de Moebius, llegamos al título del libro.

    Acerca de Miguel Palacios

    Ovidio Moré – Cuba

    El comerciante

    Fotografía de Arantza Gonzalo Mondragón

    Cuentan que en un pueblo de la campiña cubana vivió el viejo Celestino Mendoza. Un viejo desabrido y cascarrabias que siempre vestía de verde y llevaba un enorme sombrero alón de color naranja con flecos azules y magentas. Pero… ¿cómo era que tan pintoresco atavío, propio de un payaso de feria, era el vestuario de aquel viejo malhumorado, gruñón y triste, que se peleaba con todos por el más mínimo detalle? El dilema estaba en que el viejo Celestino era dueño de un secreto, y este secreto le había agriado el carácter arrebatándole  la alegría. Celestino no podía  sonreír aunque hiciese el intento, pues su boca se transformaba en una mueca espantosa que no dejaba escapar la risa.

    El viejo Celestino no siempre había sido así. Hubo una época en que era un hombre jovial, bonachón y botarate. Trabajaba como vendedor ambulante y se hacía acompañar de una cotorra, una jutía conga y una jicotea. El viejo Celestino vendía palabras. Sí, como lo oyen, comerciaba con palabras, palabras fugaces y palabras eternas, fáciles y difíciles, dulces y amargas, vacías y  de intenso significado, benditas y malditas, alegres y tristes, benéficas y ponzoñosas, y así, un larguísimo catálogo de palabras que no tenía fin. Iba de pueblo en pueblo con su mercancía, sus mascotas y su llamativo vestuario en una carreta tirada por un buey más viejo y matungo que el propio Matusalén.

    Un día Celestino llegó a un pequeño pueblo de apenas veinte  bohíos  en la falda de una montaña del Escambray, y allí empezó a ofertar su mercancía.

    El pueblo estaba falto de palabras y todos fueron a por la que necesitaban y hasta algunos de los vecinos se llevaron de más, por si las tenían que utilizar más adelante, cuando se les presentara la ocasión propicia, y otros, porque les sonaban tan raras y exóticas, que quisieron guardarlas como un tesoro.

    Celestino estaba eufórico, había hecho una buena venta. De todos los sitos visitados en lo que iba del mes, era donde mejor había vendido sus palabras. Con la bolsa llena y el corazón feliz recogió todas sus pertenencias y, montado en su carreta, se dispuso a partir. Y partió, pero no había recorrido aún ni un kilómetro desde la salida del pueblo cuando se topó, a la orilla de la guardarraya, con un bohío solitario. El bohío era de tablas de palma y techo de guano como todos los bohíos, pero llamaba poderosamente la atención por un detalle en lo alto del techado, un cartel de yagua con letras en cal, rezaba: SE VENDEN SECRETOS.

    Cuentan que Celestino, mordido por la curiosidad o quizás por la perspicacia y la intuición de comerciante presto a renovar su mercancía y su oferta, se decidió a entrar en aquel bohío con el ánimo de comprar algunos secretos que luego pudiera revender. Palabras y secretos hacían buenas migas, dicen que pensó. Al entrar en el bohío sólo encontró a un viejo idéntico a él, vestido también de verde, sentado en medio del suelo de tierra y con un gran tabaco en la boca. El viejo del bohío tenía la mirada más vacía que Celestino hubiera visto en su vida.

    —Buenos días, vengo a comprarle algunos secretos… señor… —dijo Celestino, dejando las palabras en el aire, a la espera de que el otro respondiera.

    —Señor Sin Nombre —contestó el viejo sentado. —Ese es el primer secreto, el único secreto, el secreto más grande, el secreto que tengo en venta.

    —Sólo ese…, pero si el cartel dice secretos… no un secreto ¿Me toma usted por guanajo? ¿Qué de especial tiene su nombre para que sea secreto?

    —Mi nombre es el padre y la madre de los secretos. Quien acceda a él conocerá la verdad y la mentira.

    —¿La verdad y la mentira…? ¿De qué? —dijo Celestino con incredulidad y sorpresa.

    —Ves, ya se ha desprendido otro secreto —dijo el viejo del tabaco echando una inmensa bocanada de humo—. Compre usted mi secreto y sabrá todo sobre la vida y la muerte, sobre lo conocido y lo desconocido, sobre los dioses y los demonios, sobre el hombre y la mujer, sobre el arte y la ciencia, sobre la modestia y la soberbia, sobre el amor y el desamor…

    —¿Todo eso? —interrumpió Celestino.

    —Todo eso y mucho más, porque conocerás el secreto del Poder, y de este deriva todo lo que te he dicho. Mi nombre es la llave de ese cofre.

    —¿El secreto del Poder? Suena interesante… y ¿cuánto pide por su secreto?

    —Una palabra.

    —¿Sólo una palabra? Pues ha dado usted con la persona indicada, yo vendo palabras.

    —Lo sé, pero no me la venderás. Haremos un trueque, yo te digo mi secreto, o sea, mi nombre, y tú me das la palabra, y nunca, nunca jamás, podrás venderla a nadie una vez que sea mía.

    Celestino accedió, pues pensó que hacía el mejor negocio de su vida. Por sólo una palabra sería dueño del padre y de la madre de todos los secretos, conocería el secreto del Poder.

    —Y cuál es la palabra —preguntó Celestino.

    —La palabra LIBERTAD.

    Y cuentan que Celestino hizo el trueque, y al oír el gran secreto éste se le coló por los oídos como un ciclón, alojándose en su cerebro para luego bajarle por todo el cuerpo y meterse en su sangre convirtiéndola en plomo. El secreto se hizo tan pesado que apenas podía moverse, luego sintió como se retorcía en su boca privándole de la alegría. El viejo Sin Nombre le dijo:

    —Ahora ya lo sabes todo, nunca podrás contar este secreto, pues, si intentas decirlo, morirás al instante; tampoco creo que puedas seguir comerciando con palabras, al darme la palabra libertad me has dado tu propia libertad y yo te lo prohíbo, además, me quedo con toda tu mercancía, ya no eres libre para utilizarla a tu antojo.

    El Viejo de Verde echó mano del gran saco de palabras de Celestino, metió la mano y, después de rebuscar un poco, dio con la palabra elegida: SILENCIO, y dibujando una sonrisa sardónica en su rostro, la lanzó a los pies del, ya para siempre, amordazado Celestino.

    Desde ese instante Celestino Mendoza dejó de comerciar con las palabras y arrastró el pesado secreto hasta la tumba. Y aunque siguió vistiendo con su alegre y comparsero traje hasta el día de su juicio final, denotando una alegría superflua, por dentro la tristeza le corroía el alma. Celestino Mendoza había quedado “Fuera de Juego”.