Nadie podrá quitarme la palabra,
aunque a veces mi voz
sea de agua y tiemble
cuando la soledad se asoma al precipicio.
A esa tierra sin alma
donde habitan los hombres de corazones secos
que la incitan al salto a lo insensible.
Pero nada podrá congelarle la vida.
Yo voy con mi dolor entre los ojos
buscando algún lugar lleno de pájaros
donde los miedos vuelen,
donde se pare el vértigo,
donde las piedras cierren sus ombligos
y las distancias abran sus sorderas.
Nadie podrá quitarme esta palabra,
esta obesa palabra que recorre y recorre
los mapas hacia el sol
hasta quedarse quieta y en los huesos,
exhausta,
pero con una luz siempre encendida.