Enero / Ansiedad / La tienda de Modesta / Lo poco que me queda, por Máximo Pérez Gonzalo

Enero

Cuando el enero es blanco
la nieve es negra,
se hiela entre pinares
la madreselva,
y ojo al plantío,
con las hojas del chopo
tapa el camino.

Por la vereda quise
seguir tus huellas,
peregrinando al ritmo
de tus caderas,
ando de noche,
la razón que me guía
sólo es tu nombre.

De eneros tengo parte
de mi cosecha,
pregonando aleluyas
voy por mi aldea,
canto dorado,
puestas de sol que alargan
mi calendario.

Enero será corto
como el estuche
que me trajo un rey mago.
Por dentro luce
turrón y almendras,
en la vida te endulza
quien te recuerda.

Enero paliducho,
escarcha y frio,
parabién de contrastes
de a pan y vino,
quieto y en calma.
La ansiedad que me cubre
guarda mi casa.

Ansiedad

Ser o no ser, mi calidad no existe.
Sigue mi piel con los zurcidos ocres
de mi lejana juventud que escupe
la lluvia amarga de pasados sueños.

Risa fugaz de temporero al saco.
Casa de ayer, con paramera al aire
y soportales con hilvanes de ocio
que alimentaron de alquitrán mi barba.

En peso valgo lo que pesa un mirlo.
De estilizados compromisos lucro,
a media alforja, mi vejez creciente.

No gano el pan que mi sustento exige,
ni aporto el don que a perfección me inclina,
ni soy el ser que mi ansiedad reclama.

La tienda de Modesta

La plaza era sencilla, leve cuesta
en la calle empedrada, y por cimiento
la soledad de un viejo ayuntamiento,
y en la esquina, la tienda de Modesta.

De adobe y corazón creció el poblado,
y en la escasez, las sombras del destino,
sueños de alondra levantando el trino
para olvidar los ecos del pasado.

En los días de otoño una candela
colgaba en cada hogar. De mala gana,
con mueca de hambre y pantalón de pana,
aprendiendo a ser niño, iba a la escuela.

El rostro helado, la mirada ausente,
desnutrido el ajuar de cada día,
y un rayo de esperanza en sintonía
con la inquietud que amaneció en mi mente.

Una casucha oscura era la tienda,
que atendía Modesta, un santuario,
sometido a los ritos de un horario,
mitad despacho, y la mitad vivienda.

Alineados entorno a una farola,
colocada a la puerta de la casa,
con hambre y sed, y la barriga escasa,
los niños de la escuela haciendo cola.

Por despensa un arcón, y en la cocina
con zumo de limón y chocolates
solventaba la sed de los gaznates,
y algún beso perdido por propina.

Cuanto niño creció, amor y beso,
y un poco de ternura en la mirada
de aquella dama, loba enamorada
de limpia voz y corazón travieso.
En forjados de hierro, y por tabiques,
se colgaron escudos honorarios,
y entre letras de adorno y comentarios,
las hazañas de tiempos de caciques.

Modesta se perdió, tarde sin prisa,
con su pobreza al sol de una mañana,
y en los golpes de honor de una campana
se fue su voz y el eco de su risa.

Nadie esculpió su gesto, y en aquellas
calles de ayer, la indiferencia y mito.
Entre el recuerdo, y el altar de un rito.

Lo poco que me queda

El hambre con la sed se acerca a la ligera
lamiendo la pandemia que abrasa mi costado,
y ese grito de ayer, que presumo olvidado,
me rasca en el recuerdo, como si ayer, hoy fuera.

En mis sienes rezuman las mieles de la higuera,
el aroma del huerto, aquel canto rodado
entre cercos de adobe, y albardas de un pasado
con el sello en las noches de luna pasajera.

No consigo el olvido ni afilando mi mente,
y aunque rabie y no escuche, oigo el canto del mirlo.
La penitencia suple el afán de mi encierro.

Al río de mis años, le pesa la corriente,
y en la edad que me oprime, me da miedo decirlo,
lo poco que me queda, pasear a mi perro.

Acerca de Máximo Pérez Gonzalo

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