Contingencia de los seres » Por Galefod Gal

El horizonte, nítida línea entre azules,
muestra la certeza del día que en silencio avanza
indiferente a las constelaciones y las puertas del destino.
El Sol resplandece sobre pueblos que sestean en la orilla del mar inmenso
donde las olas mueren desplomadas sobre sí mismas
bajo el esfuerzo inútil contra la gravedad omnipresente.

La vida bulle dentro y fuera de ese océano impasible.
Nada importa al mundo ni mi vida, ni la tuya,
pues nada somos
y el mundo real, tangible,
no el que inventamos con la razón equívoca y desnortada,
es ajeno a todo.
Sé que me ignora como instrumento superfluo
destinado al vertedero donde el fuego lo purificará.

¿Te das cuenta cómo influyen simples colores en el ánimo?

Afectado por el azul que fascina,
la deslumbrante luz abrasadora,
el rumor indefinido que burla los sentidos y el cerebro controlador,
me siento nada en este universo que se autofagocita.

¿Qué sentido poseen las ciclopeas montañas
formadas por innumerables microcaparazones de seres marinos?
En ellas se lee la historia fugaz de los eones.
Mármoles de sólida blancura precedieron las estatuas
que halló el artista ocultas en su futuro contorno.

Todo es contingente y caduco,
hasta la obra más bella y la más triste,
como gota de lluvia
creadora de círculos evanescentes
en el lago calmo mientras se ahoga.

Al fin desaparecerán las cosas,
todas las cosas,
evaporadas por la expansión de estrellas rojas,
la explosión de supernovas diluyéndose en el espacio ilimitado
o engullidas por esos insaciables y oscuros agujeros puertas de otros mundos.

¡Qué absurda la belleza si no se ve!
¡Qué absurda la vida si carece de sentido!
Y, sin embargo, así se muestra
en la aleatoria evolución de las especies
transformándose, para permanecer,
en la amoralidad perfecta de la Naturaleza.

Si pudiera gritar…,
gritaría con una voz que resonara en los confines del orbe
llamando a maitines en la aurora de un nuevo día;
cantaría un canto de alabanza con la nota,
la única nota que vibra ubicua en el cosmos,
la palabra que ordenó la creación y aún recorre su reino violeta;
«fiat»,
un silbido de la serpiente uróbora,
un dragón electromagnético que contiene el misterio en el que nos encontramos
absortos de luz y fuego entrelazados en el espaciotiempo.

Lo diré:

no soy nada más que un suspiro congelado en el instante de nacer,
un puñado de células armonizadas por la emoción en noches de perplejidad y asombro,
una fugaz emoción capaz de vibrar en resonancia con el universo,
la información acumulada en el alfabeto de la vida,
un recuerdo avanzando hacia el olvido.

Estoy hecho del polvo de la aurora cenital, sonrosado vacío,
sonoridad silenciosa y apagada,
nada al fin,
nada.

No me preguntes.

Sé que no soy sino por la dignidad del que siendo Señor de los ejércitos,
de las miríadas de ángeles que titilan en la bóveda celeste,
de las fluctuaciones cuánticas y de las almas enamoradas,
se abajó hasta ser de mi estatura y me elevó al cielo revelando su señorío.

Sé de mí en cuanto soy en Él, abandonado a su providencia y misericordia,
pues siendo nada
hallaré el sentido último
en la soledad de la profunda umbría de la noche.

Galefod Gal

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