Mirella Santoro – Argentina

No-es

Hoy un hecho que esperaba no se produjo. Uno de esos acontecimientos, cada vez más escasos, que todavía me provocan cierto entusiasmo.

Esperaba esta tarde con ganas. Ganas que hace mucho duermen el sueño de los injustos, porque actualmente los justos son los que padecen insomnio, mientras que quienes no lo son duermen a pata tendida, envueltos en la frazada de la impunidad.

Como generalmente no pego una —y en los últimos tiempos todavía menos— cuando leí el mail de la cancelación, quedé en blanco. Entonces vi sobre el escritorio los objetos que había preparado para el evento la noche anterior y me acordé de otros preparativos, de antiguas ilusiones, especialmente las de la infancia, con el ulterior gusto acibarado de la frustración.

Ese NO mayúsculo que te viene de afuera, si se vuelve una constante en tu vida muy por encima de tus decisiones, te forma una costra que, poco a poco, te impermeabiliza para que te inmunices ante los reiterados “no-es”.

Creí que estaba vacunada, pero la negativa que apareció al comienzo del día, me afectó más de lo normal. Caí en una sensación que detesto: la autocompasión, cuando lo habitual en mí es culparme hasta por el vuelo de una mosca.

Recordé el refrán que taladró mi mente desde que tengo uso de razón: unos nacen con estrella y otros nacen estrellados. Nosotros pertenecíamos a la casta de los sin estrella. En mi familia se había dictaminado que la fortuna no nos favorecía ni acompañaba.

No voy a hacer un análisis sobre la suerte y la mala suerte. Lo que para otros era simple y les salía al primer intento —y me refiero a cuestiones cotidianas— en mi caso venían encarajinadas, con vueltas, trabas, esperas. Si el asunto llegaba a buen término, la alegría era una alegría mustia por la incertidumbre previa y por toda la carga energética invertida para lograr la concreción.

Este pesimismo que avanza como una marea oscura, el vacío de anhelos que se agiganta, no son aspectos de los que me sienta orgullosa, sin embargo, ahora existen en mí y ya no me importa manifestarlos.

Hoy necesito tener piedad hacia esa mujer que acarrea un baúl de ilusiones trizadas. Ilusiones sin desmesura, apenas algunas expectativas sobre sucesos comunes, que siguen pasando de largo por su puerta.

Hoy soy egoísta, hoy me quejo. No puedo decirme, a modo de lenitivo como hago ante otras frustraciones, fíjate en los que viven en la calle, en los chicos que son enviados a pedir limosna, en…

Hoy me encuentro espiritualmente inarmónica y aunque me siguen doliendo las manos al tipear, escribo mi queja.

No quiero consuelo, consejos, solo la posibilidad de desahogarme, un derecho al que no le doy cabida.

Hoy se me volaron los pájaros.

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