Papelera de reciclaje I, II, III & IV » Por Joan Casafont Gaspar

Papelera de reciclaje

I

Si quieres que te diga la verdad
no sé cómo explicarte aquello que me pasa,
será que de repente me invaden esos miedos
que creía tener muy superados
o será que el otoño
regresa como siempre
con toda esa nostalgia de la infancia,
con la desilusión y la tristeza
que después de vivir la magia del verano
un niño va a sentir al volver al colegio.

Será que yo también tengo la obligación
de guardarme mis sueños y quimeras
en esa dimensión desconocida
que tantos arrastramos por las calles.

(A veces veo gente incapaz de cruzar ningún semáforo
de tan cargados como van de sueños).

No sé tampoco mucho
si los poemas hablan alguna vez de mí.
Creo que están callados, a veces aburridos,
jugándose a las cartas sus versos y sus rimas.
A veces se reúnen y organizan peleas.
Yo los encuentro heridos, algunos mutilados,
incompletos, sedientos de venganza.
Algunos están muertos,
otros son demasiado pretenciosos
para reconocer
que han sido abandonados, víctimas del olvido.

Entonces les dibujo una “L” con alas,
una especie de símbolo que indica libertad
y acabo planeando sobre todo el paisaje
que esos poemas libres acaban por formar.

II

A mí me gusta mucho
salir a pasear con mi calculadora.
Mirar escaparates y puestos callejeros,
sentarnos en un banco y ver pasar la gente,
compartir un helado de nata y chocolate
y regresar a casa.

Siempre me soluciona los problemas,
a veces dice doce,
otras dice quinientos diecisiete,
pero no tengo dudas
yo sé que ella me quiere, tanto como yo a ella.

A veces en el parque nos tumbamos al sol.
Es algo relajante mirar al infinito
sabiendo que un futuro pronto nos va a acoger.

A veces llegan nubes presagiando tormentas.

Qué enamoradas vienen del viento y las corrientes
y cómo se divierten pintándose los labios.

Pasan dos o tres veces, algunas hasta cinco
y quieren espejarse en la ola que sonríe,
sumergida en la acracia
a lomos de un caballo que se la lleva lejos
de la uniformidad y la mecánica
del reino de los mares.

Cantan todas las nubes:

Corre, corre caballo,
caballo de cartón.
Que nos pilla una bruja,
que nos pilla un dragón.

Y se ríen las nubes,
las nubes remendadas.

Han llegado zurcidas,
recreando un paisaje que viví en la niñez,
donde el sol era un globo
y unas manos creaban con un poco de barro
millones de universos
y de un papel salían barquitos y aviones.

Entonces sí que el mar llegaba hasta mis pies.

III

A veces me pregunto si me quieres.
Otras quiero saber cuál es la solución
para quitar las manchas de cola en el parqué.
(Sin duda ahora mismo lo que más me interesa
es lo que se refiere al tema de las manchas).

Ya sé que tú recuerdas, tal como yo recuerdo,
los días en que el mar brillaba en nuestros ojos…

Mira.
Ya empiezo a estar muy harto
de buscar una forma de expresar lo que pienso
que contenga lirismo y emoción.

Yo prefiero escribir
de llaves, engranajes y motores,
de la gente en la calle que a veces come queso,
o de las propiedades del calcio y del potasio.

Yo prefiero leerme
si escribo sobre el modo
en cómo interactúan los neurotransmisores
a nivel de membrana celular
o de cómo se estira en una asíntota
una función de equis que tiende al infinito.

Si el poema te aburre o no lo entiendes,
piensa que no lo he escrito para ti.
Y si a mí me disgusta tampoco pasa nada,
al fin y al cabo todo es susceptible
de encontrar su destino en una papelera.
Por ejemplo este texto,
quizás nosotros mismos,
tal vez esa bendita relación
que me salvó la vida.

Inspirada en un windows, hay una opción posible
que es la de reciclar aquello que tiramos
a nuestra papelera personal.

Quizás es buen momento de iniciar el proceso
con todos los poemas que quedaron en nada.
Luego, si te apetece,
podemos reciclar aquella relación
que se inició en Noviembre, hace casi tres años.

Y acabaré el poema
diciendo que esta noche
tú vas a ser un verso
dormido entre mis labios.

IV

Hoy yo quiero imitar a aquel muchacho
que quiso corregir las noches ciegas
bailando con los ojos muy abiertos.

A aquel muchacho joven que soñaba
con brújulas de sal en cada roca.
A aquel que no encontró jamás la llave,
para la casa ingrata que escondía los soles,
si no solo la llave del hacerse mayor.

Quiero recuperar a aquel que fui
y acogerte en mi hoja de papel,
llenar de ideas nuevas nuestras mentes
y escribir un poema sin fechas ni lugares.

No voy a permitir que borren tu sonrisa
e iniciaré una historia
con helados de estrella
y muchos, muchos más, dulces de horizonte,
que yo ya sé que a ti te gustan mucho.

Y, aquí, sigo instalando
algunas embajadas en mi cuerpo
de todos los países que surgen de tu voz
y un manicomio cerca de mi frente
donde poder crear nuevas locuras

que el asma, la rutina y los pronombres
nos dejaran sin aire
si seguimos buscando motivos en la nada.

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