Morgana de Palacios – España

Me reconozco fiera

El problema es que yo no ofrezco nada,
ni miel ni hiel ni carne de papel,
ni meta que alcanzar ni andarivel
ni siquiera una lengua amaestrada
en violencias virtuales, abocada
al más puro fracaso realista.

Si peco de algo es de fetichista
coleccionando versos asombrosos
que cambio por los míos venenosos
con quien no cree que me pasé de lista.

Me reconozco fiera. De telones
entiendo poco y nada. Boca adentro
carezco de pudor y salgo y entro
de mí sin timidez y a borbotones
sin pretender de nadie absoluciones
al pecado de serme en sinrazón.
Tú cuida, si peligra, el corazón
que conmigo te arriesgas al infarto.

Sé que acabo doliendo como un parto
y que termino siendo una adicción.

Y te estoy taladrando las neuronas
sin pose, sin teatro, sin divismo,
te estoy acompañando a ser tú mismo,
a definirte sin las bravuconas
consignas de la hombría cabalística.
Te estoy zarandeando con la mística
de una mujer que está en huelga de hombre
por motivos que no vienen al caso.

Tan rebelada estoy contra el Parnaso
como tú contra el filo de mi nombre.



El ojo de Satán

Yo ya no me apaciguo ni en mis propias pulsiones
y escribo desvaríos por encontrarme el centro,
por transmitirme absurda desde el punto de encuentro
con otros ojos libres. Por amargas razones,
ahondar en el útero de las desilusiones,
les quita la coraza, el acero, la roca.
Catártico el instinto rebelde de una boca
que desnuda tragedia para vestir consuelo.
Yo uso la palabra como el largo escalpelo
que limpia las heridas que el amor me provoca.

El verso me conduce a falsas posiciones
y dejo que me roben lo que me pertenece
pero no soy culpable si el desengaño crece
como la mala hierba sobre los corazones.
Yo camino de vuelta de avernales razones
y no hay sitar que imite la voz de mi armonía
ni llama que se prenda en la noche vacía
para paliar mi ausencia del ojo de Satán.

Mi boca se rebosa de caliente champán
cuando le miro fría, fría, fría.

En(carnadas)

Será por algo, entonces, que las mujeres sangran
cuando se caen desnudas desde el aire translúcido
sin que las apuñalen.

Será por algo
que se derraman purpúreas
y no verdes biliosas o ámbares seminales.

Será por algo, digo, que como las mareas
se van de sí, volviendo a sus adentros
con la luna regente en los instintos
y desbordan los cántaros terrestres
de neuróticas aguas escarlatas.

Será que por sus venas corre el hombre
de atávicos cuchillos afilados
para la gran venganza de su génesis
grabada en la memoria colectiva.

Será que no hay amor sin sacrificio cruento
en el altar de Cronos
ni vida sin la muerte
de sus cárdenas rosas menstruales.
Será que se suicidan gota a gota,
criaturas de sangre
para el semen de un dios
muerto de rojos.



Al fondo de los hombres

Al fondo de los hombres, yo siempre llego tarde.
A destiempo me gustan los que hubieran servido
para darle la vuelta a tanto amor fingido
y desmontar los tópicos sin excesivo alarde.
Yo no salgo de mí si inquietante no arde
la mente en una pira de surrealidad
y resulta evidente que, pasada una edad,
sin los inconvenientes que tiene la inocencia,
sólo un antiguo preso, ahíto de experiencia
puede acercarse un poco a mi exacta verdad.

En eso me distingo de cualquier hombre al uso
que sueña a los cincuenta con dos de veinticinco,
así que, siendo perra, no pego ningún brinco
por una galletita que morder, ni me excuso
por no ladrar eufórica ante el primer pituso
que me rasque la panza que muestro generosa,
con esa deferencia tan feble y cariñosa
de quien para el paseo, no te pone bozal.

Pero eso ya lo sabes. Soy esa fleur du mal
que llega siempre tarde, herida y sospechosa.

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