Gavrí Akhenazi – Israel

Sitio web: https://gavriakhenazi.wordpress.com/

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo dice lo siguiente acerca de la narrativa de Gavriel Akhenazi (pseudónimo):


«Desde el primer reglón de sus novelas se comienza a exponer la dramática situación del autor, el difícil protagonista de toda historia, o mejor dicho, del conjunto de historias que componen esta gráfica emocional que es su escritura, lacónica en detalles y abundante en profundidades. Una situación marcada por rojos intensos que parecieran buscar dominar el destino, o por lo menos, probar hasta qué punto podrá llegar la resistencia de su inasible humanidad. Y es que va de una naturaleza íntima contrapuesta a la manifestación de un entorno sobradamente hostil, en donde ningún disparo queda sin ser respondido, en donde nada nunca se olvida porque es un autor al que le sucede casi una entera descreencia, porque casi le gana el picaporte de la puerta la sombra del cansancio, porque las tantas muertes que ejecutó o presenció casi le pesan más que las vidas que salvó, porque no le suman como quisiera.


Lo terrible, sin embargo, se da a causa de un cóctel en donde se mezclan experiencia, actitud e inteligencia. Sus calles han sido mucho tiempo cementerios (experiencia), salir de ellos para volver a la otra calle y seguir empujando a su modo implica una beligerancia vital (actitud) en la que debe recurrir a su capacidad de resolución de conflictos (inteligencia) para poder sostener su mundo, mientras una y otra vez acepta misiones que a los de a pie dejaría sin posibilidad de alivio alguno siquiera imaginarlas. Porque ahí se mueve él, donde la moral la dicta el vivir en los límites.


Lo complicado surge con la belleza. Gavrí Akhenazi mismo se proyecta, se amalgama en Jekyll y Hyde, porque así como destruye también construye. Escribe igual poemas que novelas, dispara un proyectil o una metáfora. Surge así quizás el punto más notable -para mí el mejor- de sus novelas: la dialéctica con la que el protagonista se bate a duelo contra sí mismo desde lo intelectivo hasta lo emocional. Se razona, se ataca, se desprecia, se explica y se muestra así mismo la salida, aunque esta no sea otra que la puerta que da con un nuevo laberinto.


En lo formal, es del tipo de escritura que no se rige por lo lineal, por lo estructurado de “un peldaño lleva al otro”, sino que sigue su propio impulso generando así su aliento único.
Es una lectura durísima que demuele concepciones aprendidas de memoria y que muestra la cicatriz por dentro y que habrán de disfrutar los que gustan de examinarse sin el hábito de perdonarse.»

Isabel Reyes Elena – España

Su sitio web: http://almaticamente.blogspot.com

A la hora de celebrar un buen poema suele decirse que goza de calidad tanto en fondo como en forma, pero ¿qué implica esta sentencia? En el caso de Isabel Reyes significa el equilibrio entre el mensaje, la estructura formal del mismo y el aliento propio del autor. Aquí señalo que con empeño y algo de oficio es posible conseguir decir adecuadamente lo que queramos, pero, expresarse de tal modo que pareciera ser la normativa la que se adecua a nuestro tono es algo que implica talento. Más aún, si los platillos son variados.


Si vamos a sonetos, por ejemplo, Isabel combina pies de rima y encabalgamientos que en conjunto diluyen la idea de estar leyendo un soneto, porque consigue una fluidez y una claridad tal que el lector antes que nada se hace con el poema y ya después valora la técnica formal.


Si vamos a arte mayor o a verso blanco, se permite construcciones que se asemejan al trazado de una pista de fórmula uno -se perdonará esta comparación-, con rectas largas alternando con curvas cerradas, logrando un dinamismo que incita a recorrer de nuevo de principio a fin cada poema.


Pero, cualquiera sea el ritmo en el que se exprese, Isabel irradia una madurez exquisita fácil de disfrutar, aunque compleja de entender. Y por eso vuelvo a la idea de equilibrio y de resultado, porque detrás de la sonoridad de sus versos hay un músico, y detrás de la intimidad emocional y desnuda con que se nos muestra, hay un médico que sabe cómo son los latidos.


La poesía de Isabel Reyes implica el placer de la lectura, y el dolor muy intenso de querer aprender a escribir. Una presión precisa que muestra y lava las heridas.»

Sergio Oncina – España

Sergio Oncina (1979) es un pseudónimo en homenaje a las raíces leonesas que impregnan su personalidad y por tanto cada uno de sus textos.

En 2017 fue consciente de que el ser humano es un contador de historias y que, consciente o inconscientemente, necesita comunicarse. Meses después eligió adentrarse en cómo escribir su historia. Hoy aspira a contarla cada vez de un modo diferente.

Se considera un aprendiz de escritor centrado en los sentimientos que imperan en nuestra realidad cotidiana, caótico y cínicamente fatalista.

Anamórfosis – Sonetos

Morgana de Palacios

ISBN 9780244214265

Copyright Morgana de Palacios (Standard Copyright License)

Edition Segunda edición

Publisher Morgana de Palacios

Published September 20, 2019

Language Spanish

Pages 218

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Sitio web: http://www.dualidad101217.com

Cuando la mística y la realidad se conjugan, una como explicación de la otra o una como justificación de la otra, nace el enigma.

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo es el cazador de lo imposible, el buscador de la piedra filosofal, el que se ha hecho todas las preguntas que no tienen respuestas y el que ha respondido todas las respuestas que aún no tienen preguntas.

Como autor es impetuoso, sonoro, agresivo cuestionador, diría que casi es cientificista en su criterio de indagación, porque sus textos, ya sea su poesía, ya sea su prosa, son una indagación constante, un requerimiento exigente –y hasta por momentos irrespetuoso–  de la explicación de todas las cosas o de la fe que hay que tener frente a la inexistencia de explicaciones.

Más que un autor es un alquimista que conjuga la mística con el agnosticismo, la partícula divina con la carnalidad extrema, pero por sobre todo, conjuga el debate humano frente a la inexplicable relación de la criatura con el universo y sus leyes, como una parte esencial del todo que debe llevar inexorablemente a la armonía.

Su identidad cabalística lo demuestra como un espíritu inquieto a la vez que inquietante, cosmogónico y demiurgo de los paralelismos entre el mundo místico y sus innumerables puertas al mundo real.

Anárquico y avasallante, matemático y perfeccionista, coloquial o hermético, aventurarse en este autor es arribar a una isla de tesoros incalculables, movidos por la intrepidez de las preguntas.

Eva Lucía Armas – Argentina

Sitio web: https://anforayagua.blogspot.com/

Dadas las condiciones actuales, dado el “cómo anda el mundo hoy en día”, Eva Lucía Armas es una especie de mundo aparte. No porque ella sea de esas personas introvertidas que habitan en una burbuja encerrada en su propio juego, mucho menos porque a la hora de escribir elija construir textos cargados de claves personales, o de un hermetismo propio de doctos, sino exactamente por lo contrario.

El dominio que tiene sobre la lengua española le permite, justamente, no sólo expresarse con precisión, sino también leer con exactitud cualquier texto -espíritu y letra-, generando así un ida y vuelta entre lectura y escritura que explica la sustancia de su quehacer literario: una reflexividad activa acerca de la realidad.


En poesía, suele alternar la suavidad sin afectaciones con la firmeza tajante sin excesos, a veces, incluso una melancolía breve y serena con un entusiasmo maduro como envidiable. No es la suya una poesía de indagación, sino más bien de manifestación de lo sabido, no es una poética de alguien que “busca”, sino la de alguien que “construye”. Así, como particularidad no cabe ahondar en aquello de que “maneja cualquier estilo”, es mejor remarcar que es del tipo de poetas que consigue brillar con o sin métrica.


En prosa, ya sea en ficción o no ficción, logra presentar tanto lo espacial como lo temporal sin esa tradicional herramienta de las descripciones excesivas, por lo que el lector entra en la piel de los personajes y en el ámbito de las circunstancias sin el menor esfuerzo. Es notable aquí cómo consigue, por decir un detalle, con un diálogo y un par de acotaciones durante el mismo, exponer todo un rango de emociones vivenciales.


Mencionado lo de “vivencial”, y con ello la labor que ella realiza en favor de otros día a día,  queda decir que Leer a Eva Lucía Armas es leer integridad, dación fraterna y raciocinio vigoroso. Mas, así como acceder a su escritura -que no es otra cosa que su esencia convertida en grafías-, resulta en premio para quien es fiel a los principios que erige, no deja de ser castigo severo para quien no sabe ser honesto consigo mismo. Porque ella es la hermana que sabe todos los juegos y disfruta enseñando a jugarlos, y por eso, no admite trampas.
Si lees a Eva, lees la vida. ¿Te animas?

Morgana de Palacios – España

Sitio web: http://ultraversalia.blogspot.com/

Morgana de Palacios ha hecho de la vida y sus tormentas, su mejor oficio. Ha tomado la vida entre las manos y con ella fabricó un papel virtual y un teclado real y desde sus dedos sobre ese teclado, esparció como cabe a alguien que se precie de saber escribir, el rumor de una leyenda épica, hecha toda de versos como los de aquellos cantares heroicos que contaban la vida de otras vidas, donde todos los sentimientos son posibles.
Poeta por antonomasia o quizás porque transformó esa antonomasia en una forma de vida, Morgana de Palacios surge rotunda en infinitos planos y con matices sólidos y bravíos, abarcando con precisión de mujer culinaria los sabores más íntimos de los sentimientos humanos como si condimentar con especias ignotas se tratara y sin temer al verbo ni a la crítica que apareja desafiar al Parnaso establecido.
Ya se la ve salvaje como una enorme potra que ha montado en el viento, o fatalista, como una sacerdotisa abandonada en un templo sin dioses. Perdura allí, tan inerme a veces como armada otras, violenta o racional, furia o ternura, y siempre, como un largo dolor hecho de imponderables y belleza.
Su poesía es de una antigüedad inmemorial como lo es la sabiduría sobre el conocimiento humano y refleja una y mil mujeres, que aggiorna a su capricho, con vocación de intérprete del mundo.
Sería esperable en esta reseña indicar el baluarte que significa su técnica, trayendo desde el verso clásico la forma para darle la vitalidad del día a día correspondiente al siglo del cual es hija esta poeta, pero más allá de su vigor técnico y su arraigado conocimiento, lo verdaderamente poderoso es su capacidad para el idioma de hoy en una creatividad férrea y convocante, movilizadora y muchas veces hiriente como otras trágica.
Morgana de Palacios escribe de la misma manera en la que vive, de la misma manera en la que piensa, de la misma manera en la que es. Ella es lo que escribe y –como un aleph– es una coleccionadora de mundos interiores que reflejan el espectro humano y sus riquezas y sus miserias, porque no se puede decir que esta autora sea de una escritura complaciente o feble, apegada al imaginario femenino y portadora del canon de debilidades que muchas veces, otras poetas, manejan como su registro más productivo.
Por el contrario, Morgana no teme a los registros y la suya es una búsqueda incesante por expresar las innúmeras vibraciones profundas por las que pasa un corazón humano.
“No me queda más que reafirmarme en una de las definiciones más sólidas que he leído sobre esta poeta española con la cuál es imposible la indiferencia: Morgana de Palacios, la violencia que canta.”

Gerardo Campani – Argentina

https://www.facebook.com/gerardo.campani

La inteligencia se marca a la hora de resolver un conflicto y, cuando el conflicto radica en lograr un equilibrio estético y emocional en un texto, es cuando la inteligencia de Gerardo Campani se destaca. En sus textos siempre alguien percibe una parte de la realidad y la desmenuza desde su propia e íntima sensibilidad, para luego echarle una pizca de racionalidad, de manera que el color del sentimiento queda delineado por un atisbo de explicación del mismo. Explicación esta que suele adquirir el ropaje de cuestionamientos sin respuesta.


En su poética, hace gala de un profundo conocimiento de las reglas que norman este arte, lo que le permite no sólo desarrollar cualquier metro, sino también cambiar de fondo, forma, como también de tono. Bien puede escribir un poema blanco de carácter existencial, como decantarse por unos octosílabos si se lanza a un contrapunto divertido. Es también para remarcar que, en poética, no le cuesta trabajo distinguir o confundir al yo poético de cualquier sujeto que elija recrear. Cosa que a pesar de que dificulta llegar al fondo del escritor, permite el disfrute de cualquiera de sus poemas.


En cuanto a su prosa, la misma se caracteriza por un aliento tranquilo y ameno, con el cual logra proponer, partiendo de situaciones sencillas – o mejor dicho, comunes -, un montón de variables que deja a cargo del lector extrapolar. En su novela «Conrado está muerto», por ejemplo, sin mencionarlo jamás, realiza un juego extenso sin líneas divisorias precisas y enérgicas entre crueldad y maldad, nociones nada pequeñas.


A la hora de dar la mano a un compañero de letras, es de él tener la precisa, la frase que empatiza con el que busca aprender. Con el tono humilde del que sabe y busca transmitir lo que sabe, y no con la altanería del que conoce lo que no sabrá enseñar a nadie. En este aspecto, uno de esos profes que se sientan a tu lado y te muestran el cómo sin impaciencias.


Gerardo Campani es un escritor que pisa firme en territorios difíciles, como lo son la densidad del absurdo o la milimétrica consistencia de la ironía. Un tipo capaz de decir «el mejor resultado es el empate», y ya el que tenga capacidad para sopesar, que lo haga.

Ad ventum

Ana Bella López Biedma – España

Yo hablo con el viento. Algunas veces
aparece de pronto, en una ráfaga
de polvo y de tristeza. Solo espero,
mientras posa su aliento de metralla
encima de mis hombros, como lumbre
que acaba consumiéndose en sus ascuas.

Yo hablo con el viento en los veranos
que conservan el frío en la mañana,
abriéndole mis brazos sin reservas
se enreda en mi cintura, y con sus palmas
revuelve mil corales por mi pelo
bajando la marea de mi espalda,
y escribe con sus dedos de siroco
mis muslos de papel. Tiembla de ganas
el agua de mi centro, y el silencio
se vuelve soplo y grito que restalla.

Y puedo distinguir si no aparece
o si se queda quieto, boca amarga,
por no sembrar dolor sobre los campos
de mis días de siega y esperanza.

Yo hablo con el viento mientras sube
por el calvario oscuro de su alma
y hablo sin hablar cuando tropieza,
y abrazo el vuelo gris con que levanta
las hojas del otoño de sus días
como levanta el peso de mis lágrimas.

Y en las noches que el aire huele a pólvora
y no sopla la brisa, una palabra
se escapa de mis labios, y se queda
temblando sola igual que una plegaria.

Consideraciones sobre análisis del relato

Por Gavrí Akhenazi

El relato está presente en todos los tiempos y en todas las sociedades. No existen los pueblos sin relatos y podemos hablar de él como una «repetición» de acontecimientos o «la representación» de dichos acontecimientos (imitación a través del lenguaje –la mimesis–) amparados en el arte o talento del autor (narrador) que refiere a la capacidad de crear mensajes diferentes a partir de un mismo código.

No creo que sea posible definir la literatura fuera del marco de la situación comunicativa.

El carácter «literario» de un texto tiene, no solamente relación con el esquema discursivo, sino que la referencia insoslayable se halla en el «metatexto» que codifica al discurso en base a un determinado «código estético».

Este «código estético» debe analizarse desde el punto de vista tanto emotivo como cognoscitivo y no puede pensarse la literatura como un arte que se desinterese de su estrecha relación con el lenguaje, puesto que es este el instrumento mediante el que las ideas se expresan.

Para el análisis de un relato podrían proponerse dos instancias o niveles básicos:

–la «historia» o sea, el argumento que emana de las acciones y su lógica

–el «discurso», casado en los aspectos nodales del relato.

Por ende, el análisis o comprensión de los relatos, no se basa solamente en comprender la historia, sino determinar y visualizar los distintos encadenamientos del hilo narrativo que se desprenden de ese hilo direccionado por la anécdota de base.

No debemos olvidar que el verdadero sentido de un relato no es algo que se devele al final, sino que subyace en toda la extensión del mismo.

Todos los detalles de un relato tienen un sentido.

Todo tiene alguna significación o función, aun cuando resultara insignificante y ésto no es una referencia al mayor o menor arte del narrador sino que obedecería a una cuestión estructural.

Sin embargo, dentro de lo estructural, existen diferentes jerarquías para diferentes aspectos contenidos en la generalidad del relato, por lo cual varía la importancia de acuerdo a cómo juegue cada unidad narrativa que compone el corpus.

Básicamente podemos determinar dos grupos de unidades narrativas que funcionan integradas en la constitución del relato:

–los nudos o núcleos, que forman las claves para que el relato avance y continúe hasta acabar (secuencias elementales)

–los complementos, que abarcan el «relleno» entre dos núcleos y que no tienen la función de modificarlos sino que obran como aportes subsidiarios correlacionados con el núcleo al que se enlazan pero sin el poder de alterarlo como tal, sino que, más bien, aportan una necesaria tensión semántica entre los polos nucleares que dicho complemento relaciona en determinada secuencia narrativa.

Tenemos, entonces, que combinando las «secuencias elementales» obtenemos su complejización o sea que de su combinatoria surgen las «secuencias complejas» que son las verdaderas conformadoras del relato.

El enlace entre las elementales crea el «planteo narrativo».

Una vez establecidas las secuencias y sus complementos, el relato avanza como el narrador decida, siempre que se dirija hacia un proceso de mejoramientos del planteo desde el que parte, hasta alcanzar un punto en que la secuencia elemental inicial alcanza el equilibrio resolutivo en la secuencia elemental final.

Si el narrador, a pesar de conseguir que ambos pesos nodales entren en equilibrio resolutivo, decide continuar agregando secuencias, el relato suele entrar en un proceso de degradación conceptual por exceso de factores yuxtapuestos que requieren de aportes descontextualizados, obtenidos desde anteriores secuencias complejas ya resueltas. Esta «prolongación» por adición de factores anteriormente resueltos que aparezcan nuevamente irresueltos da idea de agregados no vinculados realmente al planteo original del corpus y da como resultado un forzamiento o una aparición de «segundo relato» con dependencias no resueltas en la resolución original que se obtuvo primariamente.

En un caso así, lo mejor es escribir otro relato «referencial» y no intentar prolongar digresionalmente el original hasta conseguir su degradación definitiva.

Eva Lucía Armas – Argentina

Mundo biblios

Mi mundo siempre tuvo mucho de papel más allá de su fragilidad. Había muchos libros en mi mundo.

Grandes bibliotecas había en mi mundo que tapizaban las paredes y la forma de ser.

Alguien que tiene tantos, tantos libros, no es como los otros.

Luego, estaban las bibliotecas públicas. Y mi padre con ellas. Era un hombre/ángel diseñado para habitar entre los libros.

En Córdoba, también, toda una habitación era una biblioteca.

En las dos casas, los estantes no daban abasto para sostener tanta afición por el conocimiento y los libros que no encontraban mundo quedaban apilados en la mesa, en el escritorio, en las sillas o en el suelo.

La geografía montañosa de mi vida estuvo hecha de sierras y de libros.

Metamorfosis

P or entonces sobraba en todas partes, inclusive al humor de Tomás que tuvo que prestarme un par de pantalones y una camisa ancha en la que entraba mi cuerpo varias veces.

Arremangaba los pantalones y los metía adentro de las medias porque Tomás me llevaba más de una cabeza. La camisa la dejaba suelta y me disfrazaba de fantasma. Total, tampoco nadie me veía en esa casa.

Nos alojaron en la pieza de atrás que daba sobre el huerto.

La abuela dejó dos juegos de sábanas que olían a mucho sol, pero que estaban duras, como almidonadas por el agua de pozo y el jabón.

Eran sábanas blancas, poderosamente blancas, de una tela dura, rígida, como la abuela.

Yo hice mi cama. Mi mamá se acostó sobre el colchón y se subió el acolchado hasta los ojos.

Supongo que lloraba debajo. Era lo único que hacía últimamente.

En la habitación, había además una cómoda con un espejo en medialuna, enorme, y un ropero de madera tan oscura que parecía negro. También tenía un espejo en la puerta central.

Yo nos miré ahí, retratadas en ese espejo alto.

Mi mamá era un bulto, una apariencia, cubierta totalmente y aún así, no invisible. Yo, no sé lo que era.

Las trenzas mal atadas dejaban escapar pelos de todos las medidas. Se notaba mucho que mi camisa era la parte de arriba de un pijama que no pegaba con el pantalón. Estaba fea, como un pájaro que no acabó el emplume, todavía con el polvo que entraba por las desvencijadas ventanillas del tren, adherido a mis formas.

No podía imaginar un lugar más polvoriento que aquel en el que estábamos.

Otras veces habíamos llegado igual, como una imposición. Pero era la primera que no llevábamos valija ni bolso ni una muda de algo. Pensé si la gente se habría dado cuenta en el tren que yo viajaba vestida con pijama.

La abuela lo notó.

-Usted… vaya a bañarse -me dijo, desde lejos, apareciendo como una sombra estricta en la suave penumbra del corredor que llevaba a nuestra habitación.

Esperó que pasara junto a ella, sin otro gesto que su dedo señalando el baño. Después se acercó a la puerta para hablar con mi madre que seguía debajo del cubrecama.

-Podrías haber traído ropa -dijo, solamente.

Yo me encerré en el baño.

Pensé en las otras veces de mi tan larga historia de paquete.

Siempre terminaba vestida con la ropa de otro, contribuyendo a mi estilo de adefesio.

La abuela abrió la puerta y me miró todavía sin desvestir, de pie junto al lavabo.

-Báñese rápido, que no se desperdicie nada de agua. Acá tiene.

Dejó sobre el banquito de junto al bidet la ropa de Tomás.

Me tuve que desnudar delante de ella, para que se llevara la mía y la lavaran.

-Su madre tendrá que coserle alguna cosa. No va a andar siempre vestida de varoncito, pidiendo ropa ajena -comentó y volvió a cerrar la puerta mientras yo me metía bajo el agua.

Pero mi madre no salió durante mucho tiempo de debajo del cubrecama. Y yo tuve que andar vestida de Tomás, que tampoco tenía más ropa sobrante que la que me había dado y que le hacía a él tanta falta como a mí.

La abuela le dijo varias veces a mi madre: Ocupate de tu hija, que para eso sos la madre.

Después, le encargó a Tomás que me cuidara.

Cuidar para Tomás era enseñarme a hacer lo que él hacía. Ser mandadero, peón de patio, andar entreverado con los otros peones, un poco acá un poco allá, aprendiendo el oficio de los hombres. También la libertad de andar tan suelto.

Lo fastidiaba hacerme de niñero pero no se animaba a traspasar el límite y transformarme en su propio peón.

Yo, más que su peón, era su perro. Andaba todo el día atrás de él, tratando de no molestar al único que me dirigía muy de vez en cuando la palabra o me compartía una galleta, un pedazo de pan, un mate en el galpón, alguna broma, además de la única ropa que te-nía yo para vestirme.

Cuando le preguntaban los jornaleros quién era yo, él se encogía de hombros. No lo tenía claro. Solamente obedecía el encargo de la patrona. “Una parienta”, murmuraba entre dientes sin conseguir asegurarme un rango de parentesco con los patrones. Y los peones farfullaban: “¿pero es hembra?”

Así fue que le pedí el cuchillo que llevaba cruzado sobre los riñones, una tarde.

Me lo alcanzó sin otro ademán que el de alcanzármelo ni otra recomendación que la de su gesto.

Yo me corté el cabello a cuchilladas delante de un pedazo de espejo que él usaba para afeitarse sus principios de bigote.

-Ya no soy más mujer -le dije a su mirada.

Él, como siempre, se encogió de hombros.

Tareas de mañana día 20 de octubre.

Sergio Oncina – España

Ir al magosto del colegio con mi hija pequeña
y que coma castañas,
poner dos lavadoras sin mezclar los colores,
pedir certificado de la cuenta de ahorro,
mostrar más empatía con mis clientes,
comprarme chocolate: negro, con leche y blanco,
escribir un poema que me seque las lágrimas,

olvidarme de ti.

Sirve dos copas más

Morgana de Palacios – España

Lo que yo escribo repercute en ti
y cruza vidas con tu día muerto,
equilibra tu voz
y te transmuta el rostro
si te susurra algún verso prohibido.

Lo que tú escribes me imagina a mí
bailando en algún pub
fuera del mundo
-levísima distancia entre los cuerpos-
mientras hablan desórdenes los ojos.

Saja tu letra el aire del augurio
como un largo cuchillo
deseado
y mi sibila intuye cicatrices
para lamer despacio
cualquier noche
después de que te pierda mi mirada.


Sirve dos copas más
y haz que me importe un bledo
la desmesura de la mente ardida.


Sé nuevo para mí que yo
probablemente
si uno mis pedazos con tu verbo
nunca seré la misma.