Sergio Oncina – España

Una reflexión

Estómago

Auguro que este texto será un caos y pasará de un tema a otro sin más lógica que la visceral.

Siempre he considerado que el órgano que contiene al alma es el estómago y estos días de emociones contradictorias me lo confirman: la gente está muriendo por asfixia en nuestros hospitales y asilos (residencias de ancianos es su denominación políticamente correcta, pero es tiempo de mandar a la puta mierda el lenguaje políticamente correcto) y el corazón late, el cerebro ordena, pero el estómago se niega a asentar la comida en mi cuerpo.

Por suerte yo no soy político y puedo hablar con las tripas, llorar por las esquinas si me sale de los cojones, enfadarme con el mundo como un niño pequeño, tener atisbos de depresión e, incluso, ser irracional y a la vez humano.

Ya no tengo trabajo, de la noche a la mañana vivo de las rentas y las ayudas que pueda proporcionarme el estado, el mismo estado que me prohíbe trabajar para preservar el bien común, esa idea casi utópica que tantas veces he defendido vehemente.

Mi generación se enfrenta por primera vez a un recorte brutal de las libertades personales y nunca pensé que lo aceptase con tanta mansedumbre. Creo que estamos asustados porque nos hemos dado cuenta de que el futuro es incierto; yo lo estoy aunque lo esconda.

Lo disimulo porque tengo una hija. Hoy ha llorado a las ocho y cinco de la tarde, hacía frío y hemos salido al balcón para aplaudir a nuestros sanitarios, llevamos una semana con esta rutina y se ha convertido en la oportunidad de ver gente diferente a su padre y su madre, el resto de las horas es una niña de cinco años confinada en casa.

Cada mañana leemos y hacemos juntos los deberes, le encanta mostrar a sus padres lo lista que es y tenemos que buscar en internet más tareas que las que nos envía su profesora por email. Después de comer jugamos al fútbol o a las muñecas en el hall y escuchamos música. Pero su momento preferido son los aplausos y yo sospecho que es porque ve niños en las ventanas de en frente.

Cuando la niña duerme el estómago se me sube a la garganta porque tengo tiempo para pensar.

De repente tengo demasiado tiempo para pensar y mandan las entrañas.



Un poema

Hoy, que me sobran fuerzas, me permito llorar,
porque aún tengo fuerzas me permito llorar,

porque nuestros relojes
puede que no se encuentren
pero siguen marcando el mismo tiempo,

porque ella está en la guerra
y yo me quedo en casa
con su silueta azul en la memoria,

porque noto las lágrimas surcando mis mejillas
y sé por qué brotaron,

porque tiembla mi estómago
y desbordo salud,

porque nos asoló una puta pandemia
para volver a hablarnos,

porque ningún amor, por muy platónico
o imposible que sea,
se merece acabar en un cuarto de hotel,

porque queda esperanza,
porque puedo escribir,

porque seguimos siendo los mismos dos idiotas:
ella capaz de renunciar a todo
y yo incapaz de renunciar a nada.

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