Gerardo Campani

Atmósfera

Ayer estuve en una sala de chat, llamémosla X. Y no digo equis por haber sido el 33% de una sala -llamémosla- triple equis , sino por lo de la incógnita.
Charlé con gente X también. Bueno, aquí hay una diferencia, porque en el diálogo, así sea en el caos del chateo múltiple, mal que mal, te das cuenta de si una persona es medianamente potable o se trata de un caso perdido.
¿Te das cuenta, dije? Pues no, No sé los demás, pero yo no me di cuenta.

Paso a contar.
Había una vez, un agente aburrido y cándido y desgraciado que fue a pasear por los senderos señalizados de Zeus. Con la gorra, pero medio ladeada, un poco por el desaliño propio de la ingesta alcohólica desmesurada y otro poco de posta, porque no hay que ser tan botonazo cuando no se está de servicio, específicamente.
Hete aquí que, en una encrucijada entre tantas, trabó conocimiento con dos sujetos (un masculino y un femenino) cuyo comportamiento llamó su atención. No poderosamente, como es lo popular, sino apenas un poco más que moderadamente.
“¡Ah, no existen las casualidades!” pensó Gerard, que es sumariante de la Sub 4ta, pero estudió dos años filosofía en la UNR y seis meses astrología en la UCh, por correspondencia. “Si estamos los que estamos, es porque somos lo que somos.” (Inferencias así son muy usuales entre los que manejan el abecé de la ontología y de la astrología a la vez.) “Seguramente ella (el femenino) es de géminis, y él (el masculino), de sagitario. Y ambos, mortales.”
No se equivocó Gerard (nada hace suponer que pudiera haberse equivocado) en la aplicación del célebre silogismo. Es más, hasta es preferible que la realidad sea así de rigurosa. Ya que algunos han nacido, nos consuela saber al menos que morirán. En cuanto al barrunto natal-babilónico, hay que decir que no tuvo oportunidad de corroborarlo. Lo que falló fue su olfato policial. Paradójico fallo, si tenemos en cuenta su impronta quevediana o su perfil numismático, según la perspectiva del observador. Del observador de la nariz de Gerard, quiero decir.

Sigo.
El masculino iba con hándicap a favor, más que nada por ser oriental y por escribir ligero y no muy feo. A pedido mío (y juro que no hubo apremios ilegales) puso el link de su blog, que copié para ver después.
El femenino, directamente, confesó su modus operandi (en un privado): “sí, soy escritora”. Y luego de un hábil interrogatorio de mi parte, se ve que le cupo el chamuyo del policía bueno y también puso el enlace del suyo.

(Ah, bueh, volví a la primera persona sin darme cuenta, pero es que ahora ya estoy relajado y más tranquilo. Estoy en casa.)
Decía que encontré a dos, entre unos doce, más o menos, y justo esos dos escribían y tenían una página. Qué olfato, ¿eh?
Bla, bla, bla, y luego me despedí con la seria intención de irme a dormir. Pero…
¿Qué habrá sido? No sé, no soy psicólogo. Pero no me fui a dormir directamente, sino a curiosear qué mambo curtían. Una sospecha latente, qué sé yo. Cliqueé primero en el link del masculino.

Ay. ¿Cómo expresarme? A esta altura de mi relato ya sabrá mi culto lector y mi intuitiva lectora de cómo me fue en la pesquisa. Pero el punto es ¿cómo decirlo con mis palabras? Se me quiebra la voz. Lágrimas piadosas obnubilan mis ojos y caen sobre mi teclado. Y no es joda: lo juro por la Virgen del Rosario y por el Comisario Sánchez. Lloré, sí. Yo, el sumariante veterano y socarrón, lloré.
Creo que lloré por mí, como las campanas doblan por Hemingway. Claro, el masculino me importaba un carajo, pero yo me importo. Y me vi como despegado de mí mismo (ahora pienso que quizá por eso me bandeé antes a la tercera persona), como una conciencia repentina que observa a un idiota oficial sumariante engañado por el declarante.
Ay. Ay. ¿Dónde está el sagitariano oriental de marras? “Estúpido” dice la conciencia desde el cenit (el altillo de la Sub 4ta). “¿No sabés que la astrología es un cuento y que el Oriente es nada más que el Este?”
Y el pobre infeliz que dilapida su tiempo ya no se consuela con el verso de asumir el absurdo, sino que llora.
Sí, yo (como todos) soy la conciencia facha y la inconciencia populachera.
No soy psicólogo, repito. Soy el sumariante fuera de servicio, con sus vicios profesionales pertinentes.

Me hice un café y me tomé la pastilla para dormir. Volví a la PC y cliqueé el link del femenino.
Volví a llorar. Lo juro por los arriba citados (la virgen y el comisario). Pero ahora no eran solamente lágrimas piadosas sino también azoradas. Ojiplático y temblequeante, comencé a convulsionar. Gemidos, estertores a mitad de camino entre la infinita pena y la carcajada. Tal cual (supongo) como quien se encontrara frente a frente con la Nada. (Bueno, un poco me dejo llevar en la narración de los hechos por mis rápidas lecturas juveniles de Sartre, perdóneseme el culteranismo.) A ver. ¿Qué es la literatura? No sé, solamente soy el sumariante, que de entrecasa se desahoga escribiendo. Pero en la pregunta está la clave de la respuesta. ¿Qué es tal cosa, por lo pronto? Digamos, sin saber qué pueda ser, que será algo. Y aquí (ríanse las ninfas constantes y los faunos perseverantes) es cuando no quiero que me hablen de Wolff ni de Hartmann ni de Sarmiento inmortal.
Porque yo sí que la tengo clara. Materialismo o idealismo, ¿no? Pues no. Nada de materia en el blog de la escritora: un cundiente agujero que se detendrá solamente con la extinción física de la escritora. Y nada de idealismo, ni de ismo ni de idea: nada de nada. Cero al as. Pito catalán al boludo del sumariante que teclea en una Olivetti del año del pedo. Fuiste, alpiste. Ganó el delito. El eje del mal. La puta madre que me reparió.

Y sin embargo soy un buen tipo. Es decir, un blandengue. ¿Cómo vuelvo a esa sala y me enfrento (es un decir) al masculino y al femenino? Me van a preguntar qué me pareció. ¿Y qué les digo? Misión imposible, porque mentir no es negocio. Mentir al pedo, digo. Si me parecen una cagada atómica, para eso, no voy. Porque tampoco es cuestión de decirle “perro” al perro, que no sabe ni que él mismo es un perro.
El perro sagitariano y la perra geminiana. Un diámetro en una esfera infinita… ni diámetro es.

Floto. Me está haciendo efecto el zolpidem. Después de tanto llorar, floto por encima del altillo de la Sub 4ta. Flotan también las viejas Olivetti y las viejas Ballester Molina. Flotan las tiras de los uniformes. Y los uniformes. Todo flota, y veo el barrio desde muy arriba, arriba de los manchones verdes de los plátanos. Ya no soy el llorón ni la conciencia, Ni el cana. Ni Gerard. Más bien soy, como el finado, un pedazo de atmósfera.

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