María Quesada

Refracción

Comenzó a llover copiosamente. En otra circunstancia no nos hubiera importado, pero estábamos dando un paseo con nuestros perros por el campo. Aquel aguacero nos pilló en medio de la nada.
Gus me cogió la mano y tiró de mí para que echara a correr con él.
Pero a dónde vamos —le dije entre risas—, no hay ningún refugio a la vista.
Los perros ladraban, se les veía felices.

Hice caso a Gus y ajusté mi paso al suyo. Era un poco absurdo aquello de correr, la verdad, porque lo mismo nos daba mojarnos a menor velocidad, total, el resultado iba a ser el mismo.
Al final no tuvimos más opción que la de aceptar como resguardo el sombrero del único árbol que había.
Le dije que, precisamente, esa era la peor elección en caso de tormenta puesto que los árboles atraen los rayos.
—Entonces —contestó— en ese caso tenemos que desprendernos de todo lo metálico que llevemos encima.

Comenzamos a palparnos los bolsillos: llaves, un encendedor, monedas. Los lanzamos lejos.

Después me fijé en sus muñecas: en una de ellas llevaba una pulsera de cuero con una chapa decorativa de acero. Le abrí el cierre y se la quité. Él se fijó en mis pendientes. Maniobró entre mis cabellos hasta que atrapó el lóbulo de mi oreja, tenía los dedos calientes y escuchaba su respiración acelerada. Instintivamente me fijé en la hebilla de su cinturón y la abordé sin miramientos. Gus me susurró que le acababa de alcanzar un rayo. Lo que no sabía Gus es que a mí los rayos me pierden, y se me empezaba a notar.

Sentí en la espalda cómo su mano escalaba por debajo de mi camiseta empapada. Lo miré y me dijo: busco el metal de esos corchetes. Los soltó. Mis pechos liberados rozaban su tórax. El escaso grosor de nuestra ropa era lo único que mediaba distancias.

Me empujó suavemente hasta apoyarme contra el árbol y con la misma suavidad me hizo sentir la turgente presión de algo que antes no estaba en su pantalón. Mis caderas se adelantaban.
Ronroneábamos como gatos mientras besábamos nuestros torsos desnudos.

Se apagó la lluvia que encendió al fuego.

Conversa con nosotros