
La dulce ausencia
No hablaré de mi muerte,
no merece la pena,
será solo un instante
por mucho que te duela,
tampoco muy dispar
del dolor de una ausencia.
Hay ausencias en vida
que las entrañas queman,
y si me apuras, hijo,
será más llevadera
porque nunca se extinguen
los amores que bregan,
mano a mano, en los surcos
de pasiones gemelas.
Y aunque a tu juventud,
aún salvaje y tierna,
le parezca un horror
vivir la vida huérfana,
es mejor que otras muertes,
y vivimos con ellas.
No te hablaré tampoco
de mis propias vivencias,
mi condición de madre
respetará las reglas
que entre los dos pactamos
y que firmé a sabiendas,
para que mis fracasos
no te cancelen puertas
que la ilusión traspasa
con voluntad y fuerza,
si el azar nos ayuda
con su mano de niebla.
Te hablaré del afán,
de las noches en vela,
en que brillamos juntos
igual que dos luciérnagas,
porque allí me hallarás
convertida en estrella.
Y cuando el tiempo pase
seré una dulce ausencia.
La piel
Su ausencia es como un barco a la deriva
que se acerca a mi costa sin motivo
y me desborda de melancolía
cambiando mi razón por espejismos.
Hoy me dejó la playa reducida
a un extenso mosaico cristalino,
cada tesela muestra una sonrisa
en millares de rostros de mis hijos.
Yo contemplo sus gestos en la arena,
a la luz de este lento atardecer,
hasta que se los lleva la marea.
Y regreso pensando que no sé
resetearme y despedir su estela
ni detenerme al borde de mi piel.