«Llueve», «Tiempo de bruma», «Soneto de invierno», tres poemas de Ana Bella López Biedma

Llueve

Me crecen las ortigas en la boca
donde antes sólo había un mar de espliego.
En tus manos de azogue y voz de fuego
lo que fue pedernal se ha vuelto roca.
Mi piel no se equivoca.
Soy el hambre que existe entre dos despedidas
o el olor de estas lágrimas suicidas
que siempre se deslizan por mi cara.
Mi vocación de beso y almazara
no llega a tantas vidas.

La espera se hace líquida y fecunda
en todos los espacios de mis noches.
Mientras en las aceras, los parques y los coches
llueve ausencia de ti, llueve e inunda
cada rincón. Como una flor rotunda
crece el dolor, un agujero espeso
que rompe cada luna, cada hueso
entre sus dientes de alimaña impía.
Llueve y no hubo nunca mas sequía
en este corazón torpe ex profeso.

Tiempo de bruma

Hay días largos y fríos,
como una tundra infinita
que se extiende ante los ojos
y nunca se va. Proscrita
del paisaje de la piel
huye la vieja alegría,
mientras las ausencias clavan
su silencio en las costillas.

Me rebelo en soledad
a la muerte sin orillas
que se lleva los pedazos
de la que fue nuestra vida
en un hermano, una madre,
viejos, jóvenes, chiquillas…

Nadie se escapa al abrazo
del adiós. Y aunque no olvida
nuestra realidad presente
el puntal de tanta herida,
hay que honrar al que no está
con cada sol que nos brilla.
Nada nos cabe en el hueco
de un corazón a medida
que nos completaba ayer
y hoy es sombra en cada esquina.

Pero el tiempo, hecho de bruma,
se está yendo de puntillas.

Hay que soltar la tristeza
del pasado retenida
cuando una mano aparece
como un pájaro suicida
para ventilar la casa,
sacudir las esterillas
y llenarnos el jardín
de guirnaldas y bombillas.

Dejar que nos vuele adentro,
y que pose su caricia
en el alero del mundo
donde todo va deprisa.
Que nos sosiegue las nubes
y nos respire de brisa.

Que recuerde quiénes somos,
esa espontánea alegría
que se anida en nuestra boca
cuando se encuentran las risas
y chocan en la distancia
como dos locos tranvías.
Ese tiempo compartido
donde no caben mentiras,
y las promesas se cumplen
y los tiempos se apaciguan.

Soneto de invierno

He bailado en el agua frente a frente
con tu ausencia de páramo. Desnuda
he rozado tu prisa que se muda
dejándome su rastro de aguardiente

en la garganta de soñar. La gente
ha pasado por mí sin ver que, aguda,
se clava la palabra de tu duda
bajo la piel de mi coraza. Miente,

porque no quiero desvivir contigo
si me dejas las manos sin abrigo.
Por ti el milagro, tú sembraste eterno

la flor exuberante en mis despojos
y brotó tierra y agua. Ahora el invierno
ha vuelto a la ciudad que hay en mis ojos.

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