«Gestación de vacío», «Bocados de realidad», «Los peripatéticos», poemas de Jordana Amorós – España

Imagen by Stefan Keller

El hueco

No fue en cuarto menguante…

Ni el inquietante aullido de los perros,
que huelen los siniestros,
alborotó las tapias.

La noche del estrago
llegó sin avisar.

El corazón
notó que congelado quedaba su latido
al sentir el mordisco pavoroso
del desamor.

Después,
quién sabe cómo,
el hueco
fue ocupando lugar, ganando espacio
a expensas de lo vivo y su dolor.

Enorme vientre inverso,
en el alma gestante apenas hubo
señales de aquel mal, que, soterrado,
carcomía su entraña.

Ya ni siquiera soy un manantial
de bilis corrosivas.

De mí hoy sólo queda
este vacío ingente, este imposible
afán por vomitarse.

Esta atroz,
visceral,
abrumadora
y omnipresente náusea.


Bocados de realidad

Pudiera parecerlo, pero esto
no es un desvarío
ni principio
de demencial senil.

Sucede todo
de forma natural.

Es algo que nos pasa
sobre todo a nosotras,
las que fuimos
tan minuciosamente programadas
para pasar la vida desviviéndonos
cuidando de los otros.

De repente,
una tarde de lluvia,
delante de una taza de poleo,
te da por echar cuentas
y encuentras cien desfalcos en tu haber
y demasiadas cosas que te debes.

Y te apuntas a clase de pilates
o a un curso de bachata,
o te pones a dar la vuelta al mundo
montada en parapente.

O te unes al club
de Los Poetas Cuerdos…

Nunca es negociable
renunciar a uno mismo
toda una eternidad.

Sientes cómo demanda,
vital la sangre, que busques y devores
el mínimo bocado de la realidad
que la ocasión te brinde.

Siempre fue ahora o nunca.

Pero hoy es urgente exprimir la experiencia
de vivir
mientras dure.

Toca gastar tus últimos alientos
persiguiendo las sombras
de sueños ya olvidados.

Y echar en el olvido lo único que sientes
como una certidumbre.

Cómo crujen tus huesos
y cómo a tus espaldas
los rumores del frío muy poco a poco crecen.


Los peripatéticos

Lo mismo sí,
lo mismo en otro tiempo
sí que fue necesario rebelarse
contra el cielo, que nunca dejaba de mandarnos
sus lúgubres augurios.

Gritar, como se debe,
cuando a tu alrededor todo es desierto
y tú no eres un cactus
ni una rosa de sal.

Gritar,
hacer del grito
el venablo de rabia
que alcance las alturas y logre penetrar
su coraza de impía indiferencia

O al menos gritar
hasta hacer que los cuervos
se espanten y no sueñen
en darse a nuestra costa su gran festín de vísceras.

Gritar hasta vaciar
los últimos vestigios
de hiel de las entrañas y que con ello deje
de asfixiarnos la náusea .

Lo mismo sí,
lo mismo en otro tiempo sí que hubo
que dejarse jirones
del alma y de la voz en el intento
de tratar de enmendarle los designios
torcidos al futuro.

Ahora lo que toca
es callar y seguir hacia adelante,
con la sobria elegancia de los peripatéticos
que pasean sus dudas por los ásperos
senderos de la vida,
vestidos de estoicismo
y de serenidad,
como todos aquellos que ya están
libres de cualquier miedo,
pues con sus propias manos se encargaron
de arrancar de raíz sus esperanzas.

Poco puede pasar…
acaso que se abran las puertas del infierno,
y diluvie la ira de los dioses
sobre nuestras cabezas

Que esta vez, si hay suerte,
se muestren compasivos con tanta indefensión.

Y que dejen caer sobre nosotros,
feroz,
definitivo,
un aluvión de piedras.

Conversa con nosotros