«Los hay suaves», «Movimiento de rotación», «Orientación sin brújula», poemas de Sergio Oncina

Imagen by Evgeni Tcherkasski

Los hay suaves



Los hay suaves, amores que en pucheros de barro
hierven borboteando a fuego lento
e impregnan las cocinas
de exquisitos aromas
a carbón, leña y especias.

Son guisos magistrales de novatos.

Son talento cuidado por el mimo
de quienes aman sin más exigencias
que aprender a quererse.

Son la infancia del sexo suculento,
donde nace el deseo desnudo de mentiras
y el sabor en el otro es el que imaginaste
cuando solo intuías que besabas su piel.

Densos y silenciosos
rellenan los rincones de la vida
y alimentan vacíos.

Permanecen en uno
recordándonos cómo fuimos, somos
y querríamos ser.



Movimiento de rotación



Gente, risas, bullicio,
un barril de cerveza
y un rincón para dos
alejados del resto.

También en ese bar
había camarera y servía las cañas
con igual diligencia que las chicas
que inspiran mis poemas rutinarios
sobre cafés y brownies.

El universo se vestía de color estridente
para llamarnos la atención
y en la televisión daban noticias
que no eran importantes
porque lo ajeno a ti y a mí
era solo un atrezzo
con el que el mundo simulaba
una realidad ficticia y aburrida
e intentaba mostrar
que no giraba a nuestro alrededor.

Como si de verdad
existiese algo más y no tuviera
relación con nosotros.
Como si los muchachos que reían allí
fuesen felices como yo
o las chicas, tan guapas como tú.

Ya no existe ese bar,
escribo versos por rutina
y me engancho al maldito telediario.
Cada día la Tierra
rota sobre su eje.


Orientación sin brújula


También la carretera habla de ti
en cada intersección.
Múltiples direcciones
y cambios de sentido
nombran pueblos que habitas sin estar.

En el norte te veo
corriendo en una playa
con un minúsculo bikini azul
y ganas de inundar el mar Cantábrico
con el contacto fiero de tu cuerpo.

El oeste, el lugar de tu infancia,
es todavía más tuyo que yo.
Ahí es donde creciste sin saber
quien sentiría tu presencia
muchos años más tarde.

El sur me atemoriza
porque nunca volvimos a encontrarnos
y el mundo es un pañuelo
y no es tan grande el metro de Madrid.

El truco es conocer la línea, la estación,
el horario y la puerta de salida.

Y esquivarte.

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