«Hiperbreves, breves y otras delicadezas», Silvana Pressacco

Imagen by Olcam Ertem

Poética hiperbreve

Inventé un mundo tan lejos de mí que ahora no encuentro un pájaro que me quiera regresar.




Ante la oscuridad del mundo abro las ventanas hacia mi adentro porque allí los fantasmas son conocidos verdugos a los que ya no les temo.




Por proyectar tantos vuelos he olvidado cómo agitar las alas.





Deseo un pedacito de brillo entre las sombras para que mi memoria vislumbre lo que tengo antes de que la vida reproche mi ceguera.




Hay batallas que nunca suceden porque las manos se encierran para lastimar la propia carne, para que el dolor que causa esa impotencia silencie la boca de los vía fora. Es inútil enfrentarse al enemigo si nuestro corazón es el que lleva su estandarte.




En muchas oportunidades me propuse modificar la rapidez con la que transito por la vida porque, siempre confabulada con mi responsabilidad, impidió que disfrutara de muchos paisajes que dejé atrás. No puedo victimizarme porque mientras mantenía la mirada fija en el cartel de llegada sabía que no había caminos de retorno.
Mis talones nunca encuentran una fuerza externa que resista el empuje de las obligaciones. Sigo el trayecto vencida por la inercia.




El aire que regalaba por estas fechas gestos y mates sin apuros, se convirtió en un huracán que empuja y que bate todos mis costados. Nunca sospeché que las estaciones nacían y morían dentro de uno y que mi invierno fuera inmortal.




Cuando me busco cierro los párpados. Cuando necesito sentir o pensar apago la luz del afuera. ¿Será que la verdad se pega al reverso de los ojos? ¿Qué es lo que ellos ven que enceguece el entendimiento? ¿Por qué si en el silencio oscuro de mi habitación la verdad es tan clara, por la mañana ando a tientas?




De qué vale la fortaleza de las raíces, para qué el crecimiento y el cuidado de las ramas para albergar muchos nidos.
Se están robando la tierra y las semillas y hasta la lluvia quiere abandonar el ahora y el futuro.



Mi yo monocromático


Estoy paralizada ante un campo de matas y espinas. Permanezco rígida hasta en mis pensamientos, agobiada de tanto color marrón. Marrón el camino que atraviesa la planicie como si fuera un tajo de muerte en un cuero incapacitado de sangrar. Marrón el horizonte, el cielo, el reloj. Marrón seco, marrón amarillento como el color de la muerte, de la desilusión. Todo es marrón afuera, todo es marrón en mi adentro, todo es del color de la tierra gastada, sin aromas, sin semillas; del color de la tierra que solo vive inviernos.
Aguardo
Y sigo aquí, en la esquina de los intentos, aguardando que el tiempo se detenga alguna vez ante un semáforo para que pueda cruzar la vida sin miedo a que su hambre egoísta arranque las plumas que resguardo apretadas a mi carne. Quiero recordar el sonido de mis propios pasos, reconocer entre tantas sombras mi silueta y sorprenderme de nuevo con el alumbramiento de esas palabras que me tomaban de la mano para llevarme por la vereda que conduce hacia mi adentro.



No es traición


Desde que las palabras son de mi propiedad tus ojos están llenos de preguntas. Duele tu mirada mientras escuchas la verdad. Una verdad que limará las costras viejas y permitirá reencontrarnos con lo que somos y con lo que sentimos.

Los motivos de mi decisión quedan sobre la mesa junto a tus manos entrelazadas. Unas manos grandes que no saludan al desamor que presento y reprimen el deseo de ahorcar mis razones.

Mi sinceridad sin anestesia colgó algo pesado de tus hombros. Tu aspecto de niño triste conmueve; tanto, que me confunde. Pero logro ignorarte porque me resulta difícil continuar sin restos y abandonar a la guerrera que soy detrás de un escudo de conformismo.

En la vida nada es definitivo y mis sentimientos entregaron las armas convencidos de que luchaban por una causa de mentira. Llamalo locura si querés, egoísmo, pero no traición. Traición sería el silencio y seguir compartiendo un maquillaje cada vez más inútil.

No me retengas, esta vez gana mi fuerza sobre tu dolor

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