«Hoja, camino, tiempo y silencio», «Egombre», relatos de William Vanders

Imagen by Dimitris Vetsikas

Hoja, camino, tiempo y silencio


Hace poco más de veinte años mis padres mutaron piel y huesos, sangre y memoria, por arena. Y de la arena surgieron un ciruelo y un apamate. En los ojos de las frutas y en el polen de las flores, los encuentro y me aroman.

Recuerdo cuando cumplí dieciocho años. Me dijeron: ya eres un hombre y queremos entregarte una carta que escribimos para ti antes de que vieras la luz de este mundo. Solía releer la carta a menudo, pero hace 35 años que no lo hago. Mi visión de mundo se fue desarmando con los años y solo me queda una tuerca, un tornillo y la mano derecha para girar los ciclos meditativos tanto como para distraer a mi mente en asuntos propios de la eternidad. La mano izquierda la dejé sin oficios naturales, solo la empleo para formar con ella un tragaluz por el que puedo espiar a las hormigas.

Hicimos todo lo que no debimos. Era el título de la carta escrita por mis padres tres meses antes de nacer:

«Amado hijo. Cuando tengas la mayoría de edad leerás por primera vez esta carta. Queremos confesarte que previo a tu nacimiento, hicimos todo lo que no debimos. Que como seres humanos cometimos los mismos errores que todos cometieron. Nos creimos eternos y desperdiciamos la vida empeñados en defender ideales. Gastamos nuestro dinero creyendo que la muerte nos llegaría al día siguiente. Nos educamos para ser alguien y encontrar el respeto de la sociedad. Compramos autos, viajamos, bebimos, nos llenamos de recuerdos materiales. Y hoy, al saber que pronto nacerás, convinimos en repensar nuestros propósitos y creer que la vida es larga en su brevedad. Eres una extension nuestra y queremos estar contigo tanto tiempo como sea posible. Sabemos ahora que entre nacimiento y muerte nada es al azar y que todas las circunstancias están preescritas y sucederán predestinadamente. Con esta carta anexaremos instrucciones a seguir luego de abandonar este habitáculo. No es el fin, hijo, es la continuidad de la creación transmutante. Aunque no nos veas, nuestra esencia seguirá a tu lado y te abrazaremos con colores, sabores y aromas, hasta que nos reencontremos renacidos en otras formas de vida. Te dejamos libre en Hocatisi, porque libre naciste y libre serás siempre. Hoja, camino, tiempo y silencio. Recorre la senda a tu criterio sin dañar a nadie. Observa que el daño que puedas causar no necesariamente es físico. Puedes aplastar emociones sin mover un dedo y puedes, también, ser feliz sin mucho esfuerzo. Solo debes concentrarte y mirarte. Hocatisi es una casa, es un reloj, es libertad. Sé libre para los oficios libres. Duerme mucho y despierta temprano. Come poco y siéntete saciado. Haz de las aves tus amigas y no arruines a la culebra por culebra. Toma de la naturaleza los dones y agradece. Ve al árbol y dialoga. Camina y háblate. Libera el ruido de tu mente. Hocatisi te revelará que el silencio es un camino y que la hoja es tiempo. Aunque la hoja esté marchita no significa que ha muerto. Esa hoja está en un proceso de vida eterna. Hocatisi son tus ojos y los ojos de quienes miras. Entenderás a las miradas por el rostro que llevan puesto. Conocerás a tus bisnietos y tus últimos veinte años serán vividos como si hubiesen transcurrido sesenta. Sabrás que el tiempo no es el que se mide en horas sino aquél que dentro ti fue marcado por el infinito. Por último, si escuchas nuestras sonrisas y voces, ve rápido al espejo, tócalo, cierra tus ojos y luego duerme. Que el amor esté contigo, por siempre, para siempre. Mamá y Papá»

Hace mucho decidí no revelar todos los detalles de las otras partes de la carta, porque son las mismas instrucciones que siguieron mis padres justo después de verse morir. Solo es indispensable llevar una pisca de sal, un trozo de tiza , un espejo ovalado,pequeño, y cien metros de hilo pabilo, entre otras menudencias. Es que como me indicaron mis padres: Al morir es como dicen. Te conviertes en fantasma a semejanza de tu cuerpo hasta que se ejecute la metamorfosis. Entre el tránsito de abandonar el esqueleto y adaptarse a gravedad cero, es necesario lamer un poco de sal para alejar espíritus malignos atrapados en la tristeza. La tiza es para marcarse la frente con un punto porque por ahí es por donde entra la nueva existencia. Un espejo para ver la distancia entre el alma y los pies no vaya a ser que sintamos vértigo. Y cien metros de hilo pabilo por si nos arrepentimos y queremos retornar al cuerpo físico.

Estos apuntes siempre me parecieron exagerados y fantasiosos, pero cuando toco el espejo y me duermo, confirmo que todo es cierto. Y que el apamate está florido y que el ciruelo está en cosecha y que estoy aquí, conmigo, viviendo en un camino de hojas dentro de un silencio sin tiempo.



Egombre


Ronco Campana surcó su existencia sin estrellas para la fortuna. Cuando se percató de haber nacido en una época ambigua, ensilló a Sur y a Monte, dio la espalda a su rancho y cabalgó sin ver ni hablar con nadie. En aquella casona de bahareque enterró sus armas, su pasado y sus recuerdos. También ocultó su nombre entre dos tapias y con los años olvidó su linaje. Juró anularse y que nadie lo conociera, salvo sus caballos y su perro Panza. Su plan eremita pronto encontró una nueva tragedia. Monte enfermó repentinamente y murió. Luego la tristeza tocó el corazón de Sur y también falleció. Panza se mantuvo fuerte y longevo, salvo por tres cráteres que crecieron en su garganta. Parecían volcanes negros, profundas cimas agoreras del infortunio. Panza se fue aletargando y convirtió en costumbre tumbarse a dormir casi todo el día. Esta actitud preocupó a Ronco y le preguntó con voz dulce, melancólica y entretenida:

—Qué tienes Panza, por qué ya no ladras. Hacia dónde migró tu sonrisa y por qué ya no vienes cuando te llamo.

El perro lo miró con párpados agazapados, se echó en su regazo, lamió sus manos y durmió profundamente. Ronco Campana acarició su pelaje y tornó ojos al cielo con boca apretada y cuello extendido, para hundir su congoja en las cuencas de sus ojeras. Supo con los años que Panza era un perro transmutador, que absorbía los males para aminorar sufrimientos de quienes amaba con el propósito de extender sus vidas tanto como fuera posible. Panza acumuló tanta enfermedad ajena como pudo, pero no logró salvar a Sur ni a Monte. El destino de los equinos se escribió hace mucho y la configuración matemática de sus nacimientos es como la vida de todo: inmodificable.

En otro día de mucho calor, Panza se arremolinó en los pies de Ronco, lamió sus tobillos, lo miró con amor profundo, cerró sus ojos y dejó de respirar. Los ojos de Ronco quedaron huecos por siempre, su rostro fue un sin semblante y ya no hubo espacio en su pecho para ningún sentimiento. Se convirtió en un hombre sin nadie ni para nadie, de pasos sin ruido ni huellas. Ni la soledad fue su compañía. Caminó durante años sin rumbo fijo, como embebido en lo inerte. Todo lo que amó lo perdió y todo lo que tocó lo arruinó. Es una energía extraña con la que algunos seres nacen y sin querer ni merecerlo llegan a la vida estando muertos.

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