«Siempre diciembre», relatos breves de Silvana Pressacco

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La caja de bombones


Ese año diciembre me había parecido un mes demasiado largo; sin embargo, la navidad que no queríamos llegó para recordarnos que nada sería igual, que ya nunca nada sería lo mismo.

El arbolito había quedado olvidado en el armario de todos mis olvidos y aún hoy, cuando se aproxima esa fecha religiosa, me privo de recordarlo.

La familia que se había congregado en mi casa no estaba completa. Fue difícil explicarles a los más pequeños por qué faltaban los abuelos. Ni yo misma encontraba explicaciones que me conformaran y las que el tiempo me dio tampoco lo hicieron.

Cuando levantamos las copas para cumplir con la tradición del brindis los adultos no nos miramos a los ojos para superar el peor momento. Recuerdo a los niños, ingenuos de todo, con los ojitos contagiados de las chispitas brillantes y coloridas que caían del cielo. Los míos, en cambio, se llenaron de lágrimas inoportunas.

Todavía no sé cómo pude murmurar un “feliz navidad” mientras entregaba los regalos, ni cómo pude medir la ansiedad que me gritaba que debía estar en otro lugar mientras elegíamos con mi hija qué vestido ponerle a la nueva muñeca.

Apenas cumplí con lo que consideraba un trámite; dejé un beso en el aire a todos y me fui a la casa de mis padres, una casa que olía a hospital desde que alojaba a dos sombras junto a todos los silencios corridos de las calles.

No permanecí mucho tiempo, mi madre casi me empujó de ahí cuando me dio un paquete envuelto en papel de regalo. Creo que quería la última navidad de mi papá para ella sola y obedecí aunque sentí que me robaba unas horas junto a él. Aún escucho el diálogo a una sola voz que ella comenzó a interpretar mientras yo recorría el largo pasillo camino a la puerta de salida.

Ninguno de mis familiares me preguntó nada cuando regresé porque mi rostro acostumbra a hablar por sí solo.

El grito alegre de mis hijos dándome la bienvenida me hizo recordar el libreto por lo tanto retomé la actuación deslizando el paquete por la mesa en dirección a las tres caritas curiosas que controlaban sus manos en espera de alguna señal.

-Los abuelos –fue lo único que me permitió decir mi voz.

Después vi entre nubes cómo el papel volaba en pedazos por el aire.

No hizo falta averiguar el contenido del paquete, todos sabíamos que era una caja con los bombones que mi papá tenía siempre en sus bolsillos. Mientras circulaba de mano en mano sentí la presencia de los que estaban en la casa de los silencios.

Ahora, cada vez que llega la navidad, vuelven a pesarme los ojos, pero es inevitable dejar de sonreír cuando alguien pasa con la caja para compartir los bombones.


Mes de emociones


Diciembre es el mes en el que despiertan las emociones que hibernaron durante el año, ellas bostezan mientras abren la puerta que mi celador racional había cerrado con llave porque las obligaciones debían ser la prioridad.

En este mes huelo el verano, el mar y la piel bronceada. Es un mes que asocio a la libertad, un mes que es sinónimo de caminar descalza. Tal vez transcurre alimentándose de todas las rutinas porque roba los relojes y los almanaques, cualquier momento es propicio para vivir el ahora porque el después todavía no importa. Durante sus semanas aparecen los jueces de mi conciencia obligándome a una pausa, a una mirada que evalúan las acciones realizadas durante el año y a veces en la vida. Muchas veces sin querer, termino ante los álbumes familiares que conducen también sin querer, a momentos de risa y de llanto porque encuentro evidencias de cómo las largas mesas que conformábamos como familia fueron perdiendo el bullicio y ganando ausencias.

Cuando empieza diciembre y despiertan las emociones, las mañanas tienen más aire, más color. Disfruto sin considerar que es una pérdida de tiempo, sin que me sorprenda el miedo a olvidar hacer lo que sea porque se despejan los apuros de mi entorno y en los espejos por fin me veo.

Diciembre es el mes que explota mi sensibilidad porque apenas comienzan a ceder los nudos en mi cuello comienzan a formarse otros en la garganta. Es un mes que trajo a mi primer hijo y durante el cual agonizó mi padre.

Es un mes agridulce que tiene sobre mí poderes que otros meses desconocen. En su transcurso me libero y sin embargo me concede el tiempo para enredarme en viejos dolores.

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