EDITORIAL

«De esas poses ridículas y otros yerbajos», Gavrí Akhenazi

«Para el poeta, escribir significa derribar el muro tras el cual se oculta algo que siempre estuvo allí».

Milan Kundera

Leo con mucha frecuencia ciertas catarsis exacerbadas y violentas, acerca de lo terrible, lo cruel, lo implacable y desgastante que es para algunos el hecho de escribir.

Leo a esos renegados, enfrentados a su propia expresión, renegando (valga la redundancia) de ella como si el poder escribir fuera poco menos que haberle entregado el alma al diablo y luego de firmado el pacto diabólico de quedarse sin alma, andar a los gritos y mesándose los cabellos por tener un don.

No los entiendo. No consigo interpretar su sufrimiento, su angustia, su desespero, su clamor, su gritería, su pataleta, su berrinche.

¿Por qué ese sufrimiento?¿Por qué esa tortura truculenta que los hace pedazos, según dicen? ¿Por qué el odio/amor, exasperado y casi desquiciado en su obsesión por denostar lo grandioso del acto expresivo?

Allí se presentan con largos discursos apoteóticos, como mártires de la letra ensangrentada, atormentados indefensos del cruel verdugo del arte que eligieron para hacerse visibles a sí mismos.

Porque de eso se trata la escritura: de la visualización de los propios habitantes que todos tenemos dentro. De ese otro que está ahí y que nos habita y que, además, escribe todo lo que se es incapaz de decir sino por su intermedio.

Entonces ¿de qué se trata ese tormento del que hablan algunos como si la literatura los hubiera atado a un potro de tortura intentando arrancar una verdad inconfesable?

La escritura no es eso que algunos –vaya usted a saber por qué–, dicen que es. Es algo maravilloso, extraordinario y por sobre todo, reparador.

Los poetas suelen ser especialistas en estas dramatizaciones de opereta: La poesía, la más cruel de las madrastras, la más intransigente de las carniceras, la más despiadada de las tiranas.

¿Qué les pasa? ¿Qué les pasa a estos tipos? Eso es lo que quisiera saber yo. ¿Por qué tienen semejante conflicto existencial con la escritura?

La escritura no es una cosa que nace de un repollo o que uno se choca en el camino como un espíritu errante que se apodera de nuestra conciencia en una película gore.

Que se puede hablar de trance, sí, a veces, pero la escritura es una parte del escritor que habla, es un hecho consciente que se realiza, es algo que no es ajeno, sino propio.

No es una condena ni uno está maldito. Más bien, es justo al revés. Escribir, poder hacerlo, sana o por lo menos ayuda a ver todo lo que nos habita y ponerlo a cierta distancia como para poder analizarlo con otra perspectiva. Es un acto creativo, no un linchamiento público ni una inmolación a lo bonzo delante de un espejo.

Ese folklore ridículo del escritor traumado o del poeta al borde del suicidio, ya son cosas que han pasado de moda y que han perdido, en consecuencia, su validez como liturgia. Se han vuelto un rasgo grotesco, una pose inválida, una pirueta circense para llamar la atención de algún desprevenido que todavía crea en los pececitos de colores.

Así que no consigo entender a todos esos desesperados que lloran por tener la capacidad para escribir, para descubrir sus monstruos y descubrirse, para curarse o para aliviarse, para expresarse, al fin y al cabo,  que es una de las cosas que más rehúye el ser humano.

Porque la escritura es la tabla que sostiene al náufrago, no el barco mientras se hunde.

Quizás, para evitarse tanta burda infelicidad creativa, todos estos renegados lacrimosos y atormentados, deberían dedicarse al bonsái. O en su defecto, dejar de dar lástima y seguir escribiendo honrando su arte con la boca cerrada y la letra dispuesta.

2 opiniones en “EDITORIAL”

  1. Una editoríal clara,directa y excelente para reflexionar como todo lo que escribe Gaví Akhenazi.
    Un gusto poder disfrutar la lectura.

    Saludos.

  2. Interesante texto de Gavrí. Me pregunto, sí la escritura es la tabla que sostiene al náufrago y no el barco mientras se hunde; entonces queda claro que la escritura es un naufragio, que el hacer poesía es un naufragando, una especie de estado eterno de supervivencia. Queda claro, además, que el hacer literario supone estar rodeado de aguas acechantes y que en todo instante persiste la situación de autosalvataje. Existe la literatura del piélago, del estar a salvo, la poesía del continente, del estar vivo y sin las alarmas encendidas de la urgencia de muerte. O acaso se puede naufragar sin aguas, mas que el agua inexistente en la que uno mismo, a conciencia, intenta ahogarse o reflotarse.

    Creo que los apuntes de Gavrí traen un nivel reflexivo discutible. Me ha gustado su reflexión.

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