Ronald Harris, prosas

Tu sombra en las cortinas

En las habitaciones vacías pena tu sombra, silente de perplejidades, austera. Nada, sino su anodino ritmo en las cortinas. Nada, sino la tenue insolencia de su paso, difuminando estos anhelos ateridos, vástagos de una pérdida, olvidados. Yo no tengo más que la pupila de estas noches, atormentada. Yo no tengo más que un espacio lleno de viento, aquel maléfico sonido parecido a un alma; rito de la nada buscando abrigo. Yo no tengo más que mi duda, vacía, vacía y bella como tus tobillos; oquedad que danza en el despeñadero de un espejismo parapléjico. Un sueño se adentra en la espesura, mis dedos lo sienten pasar, lo tocan sin remedio, y lo pierden.


Carolina

En tus manos no hay destino, sólo este imperio de sombras azules, y ese largo y ebrio cascabel donde juegan tus dedos a matar mis eternos insomnios sin sosiego. Y sólo soy cuando me tocas. Sólo soy cuando tus ojos me crean, y el feroz aparato de mis horas comienza a moverse, chirriante y devastado, reloj que en mi pecho cruje, metálico, por cada segundo de este ardiente espejismo que son tus ojos en mí, sobre mí. Te huye el mar sin duda, así como todas las cosas de las que estoy hecho te buscan sin remedio por el mundo. Como los alfileres a su imán. Como las abejas a su reina. Así mis huesos se arrastran hacia ti, cada noche y cada día de mi inútil existencia.


Divagaciones para el retorno

No estaba en el apetito la encrucijada, ni en el medio de esas piernas la respuesta. Había una gruta si, donde dejar la agonía por un rato; un momento que de no ser tan finito y fugaz, sería ciertamente similar a la alegría. Y caducamos los sueños esperando nuestro cometa, uno que quizá no venga a salvarnos. Pero que importa la salvación si al otro lado estás tú y la posibilidad de la sorpresa.

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De frente a las mareas Dios vigila su creación. El viento sopla su nombre sobre el brillante lomo de las gaviotas, y recorre las costas gritándolo en susurros que exaltan oro de la arena y del caracol, y de las barcas que muerden el tiempo que les devora bajo el agua, cuando las Eras de sal acumulada en sus barrigas húmedas, se convierten de pronto en las estrellas de aquel cielo que fuiste junto a mí. Porque conmigo siempre fue la mejor época, la tierna intensidad de las cosas que terminan; ese hermoso y cruel refugio que fue el amor.


Hay cosas que no se deben tocar, cosas que no se deben repetir ni en secreto.


Y el cristo ensangrentado que habita en mi corazón grita mientras beso el luto blanco de las noches sin ti.

Conversa con nosotros