LOS FAVORITOS DEL EDITOR

María Meleck Vivanco

Canciones para Ruanda (selección)

1.- Solitario escorpión de amarillo purísimo con erecciones que delatan la guerra

Bajo las puras rosas las palabras más áridas
resisten.
Bermellones y negras fulguran casuarinas
languidecientes
brotes y viento atribulado.
Atadas están al carruaje del sol y a la desolación
del mundo.
Acompañan postales con dinamita y gritos de locura.
Pronto desaparecen todos los ruidos del amor
mezclados
con amuletos, consumaciones y presagios.
Amor que se complace con herejías y reniega del hombre.
Piratas como dioses sellan la última puerta
como mudos sonámbulos de otro lagar oscuro.

De otro violín de infortunada melodía.

Texturas para un cielo que contrasta el furor.
Doble corona de infaustas mariposas.
Paneles que se cierran por adentro.
Huestes que ardieron antes y yacen apagadas
recubiertas de sal.
En cautiverio

Solamente nube rizada de pólvora
y ángel desvelado.
Oh aldeas enterradas y lábiles como el fino temblor.
Espacios de inocencia.
Nieve de la tristeza que encanece jardines.
Llamador insistente en la desierta alcoba
abandonada.
Aquietad remolinos.
Tened piedad en esta angustia larga.
Resistid el escombro de inauditos recuerdos
porque en Ruanda aún se abren blanquísimos capullos
y
en Ruanda todavía los espejos resplandecen.



2.- Las banderas de orfandad enrojecen la lluvia

La partición de las estrellas descubre oscuridad
sobre los mismos cuerpos que luminosos nos herían.
Agotados
estaban
de escandalosos sueños sin conocer del llanto,
esa orla de pies inertes.
Su filo de flamencos que van minando
las profundas sedas,
las mordidas de besos,
las diminutas lunas de la mano.

Deseo por deseo el borde de mis labios amaneció vacío.
Adormideras del mar retengo a mi costado.
Escalofrío de extremaunción convocan las campanas
de norte a sur.
Su oficio de follaje y negra sed se instala en las murallas.

La palabra cabeza funda banderas lejos de su templo
en ingle alucinada en rojo ardiendo.

En gotas de atormentados niños
cayendo a sobresalto,
aullando a flor de vientre
desde una comisura de relojes.
Busco el secreto manuscrito de Ruanda,
su memoria discriminada al cielo polvoriento
y el pobre Dios cruzaba la frontera
esparciendo como al acaso pétalos.

Naturalmente la víspera caían
abriendo al mundo
de par en par sus ritos para que entrara el mago de la suerte.
Y pagar su rescate de azucenas desnudo hasta el cabello
prendido de una nube como si fuera un ángel.


3.- Y el valle violento es como un matuasto al sol galopado de turbulencias

Volvía del castigo y recordé los tártagos
donde enredaba música la luciérnaga triste
con instrumentos traídos de la guerra.
La huída a contraluz .

Los corredores que sepulta la tierra gris
y el viaje de la aurora cuidan mi corazón,
mi vino pálido que noche a noche sorbe la metralla.
Yo he intentado morir y no he podido.

Desciende el viento pero nunca muero.
Quema lágrima heroica en carne que supura tanta impiedad
tanta neblina
ansiosa.
Dios proteja esta herida dulcemente

Y entorne las ventanas del espejo.


4.- Como una caracola la muerte estará en otro ruido
Como un higo de luto en otros dientes de tímido conocimiento blanco

Oscuros umbrales de revelación sostienen temerarios
la edad impura
o el cuchillo de plata a la intemperie o la caravana
que alisa arenas y castiga a los pájaros heridos

(Cuando aparece el huésped persignarse)

La inocente descubre ceremonias en los huesos de un niño.
Voraz, una cascada de nieve derretida lava de olvido su alma,
red luminosa fluye en el coro de renacuajos del diluvio
Y plegaria comulgante en el oído sordo de tristeza
sobre tristeza Ruanda inventa un corazón para olvidar.

Suelta lujurias en los ojos velados que encienden la imaginación.

Aquí
en su piel
existe una rosa cautiva perversamente lastimada.

Es
la rosa
esclava de secretas voces.

La casa desprovista de manjares y paciencia

Los fantasmas del ancestro que convocan animales,

libidinosos ruidos

y grifos de voces permanentes.

Dioses sorprendidos en el Kivú,
apostados entre mariposas salvajes.
Oscuros umbrales de revelación.
Cuerpos destruidos de tanto vagabundeo sin brújula
con su joroba verdinegra que asoma
en la claraboya de la luna.

Deseo comparecer a tu lado Ruanda de incestuosas lágrimas
efímera como tu pulso de felicidad invisible.


12.-Se oyen lejanos gritos de hombre y de mujer y el fuego que devora un monte en la dinastía de los pétalos


La enemiga cruzaba la frontera. Iba dormida la inocente abeja. La matriz de su ala sangraba hilo delgado de oro fino. Y el sacerdote pescador hilaba perlas negras cama de erizos para la novia tímida, apresurada amante de la muerte. Su noche errática. Su posada de palmeras y tigres.


Gritan los pájaros gemelos en su pareja celestial.
Aldea virgen, Ruanda. Heridas respirantes la convocan. Fulgores que salvan la oscuridad, verbenas machucadas con olor a alcanfor.

Las manos los pulmones y la sombra son el humo de un pez.
Encima de la fuente agonizan los capullos del iris.
La creación abre sin luna al mirto.

Tatuada selva maldecida.

Muertos de Ruanda descorren los visillos de sangre. Miran pueblos llenos de excusas, renegados sacramentales del azar y palpitantes sexos en la hoguera
quieren medir el peso de los huesos (que aquel que te acompaña te derrumba) mientras el alacrán del lago cuida su prole hambrienta bajo las hojas amarillas.

La enemiga cargaba su fusil. Iba dormida la inocente abeja.


14.-Papeles amarillos húmedos de oscuridad destiñen de a poco las galas del reino

En remolino de menguados ojos entro en el laberinto de la guerra
El delirio flamea junto a una nube extraña con una agorería de gallo bataraz, de ave gloriosa incursionando en causes de zozobra.
Bajo un aura salvaje donada por las flores más lujosas atraigo mi deriva de ser en el lago Kivú. En los fértiles sueños jubilosos rodeados de azahares que junio resucita.

La dimensión del luto es hálito inocente. Como un padrillo en celo descarrila sus ángeles en cavidad de piedra desollada.
Nadie le salva el corazón a nadie

Nadie le salva el beso, la herencia la memoria el trino.

Que de olvido y de brasa son los pueblos que entregan sus ovejas y corolas. En duelo desesperan a los ríos ocultos

Madres rituales que desgranan fábulas en un recodo de aquietada guerra
Lagrima mía. Efigie de medalla oxidada reconocidamente muerta, desgajada en la rama.

Ya nadie cuida el oro fuera de la tierra
Ya nadie nombra el llanto

Ediciones ibuK – 2013

Acerca de la autora

Nacida en Valle de San Javier, Córdoba, Argentina en 1921 y fallecida en Portezuelo, Maldonado, Uruguay en 2010, Meleck Vivanco publicó siete libros –número cabalístico- y dejó inéditos otro tanto desde 1956, cuando escribió su libro inicial «Taitacha temblores» hasta la publicación en 2009 de su Antología poética. Sus otros libros publicados son: Hemisferio de la rosa (1973), Rostros que nadie toca (1978), Los infiernos solares (1988), Balanza de ceremonias (1992) y Canciones para Ruanda (1999); mientras que en la lista de inéditos figuran: Plaza prohibida, La moneda animal, Balanza de memorias, Bañados de sereno, Mi primitiva cruza, Los regalos de la locura y Mar de Mármara.

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