LOS CANTARES DE ALCOHOLADO

Antonio Alcoholado – Reino Unido

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El agujero, un relato en sonetos

Miraban todos por el agujero
y la curiosidad me sugería
unirme a ellos, aunque todavía
tenía que afrontar un grave pero:
mi condición de raro y forastero,
exhausto de medirme cada día
contra el desdén hacia mi extranjería,
teniendo siempre que empezar de cero.
Al verlos, sin embargo, de ese modo,
ante el boquete absortos y apiñados,
parecía que ya el entorno todo,
el horizonte inmenso a ambos lados,
eran nada; y sentía, como un grito,
la llamada de aquel agujerito.


Es un apacible entorno:
prados verdes, bosque denso,
cielo de color intenso,
montes de dulce contorno.
Sin superfluidad de adorno,
en las casas, un consenso
por pertenecer al censo,
y pan salido del horno.
Algún vestigio romano,
una iglesia y un castillo,
y un antiguo ciudadano
con sus aires de caudillo
recordado en una piedra
que ahora cubre la yedra.


Y a solo unos pasos de aquel monumento,
el gran artilugio que a todos absorta:
apenas un mueble de altura muy corta
con ese boquete, magnífico invento
que ansiaba explorar, llegado el momento,
si así me dejaban, pues no les importa
la gana que el otro, distinto, soporta;
según sus razones, no tengo argumento.
De mí recelaban por ser un extraño,
y entiendo el temor a mi diferencia,
a no respetarles sus leyes de antaño…
Por eso, aquel día que al fin mi paciencia
obtuvo su fruto, miré agradecido
por ese agujero… y aun más, sorprendido.


Dentro del hueco existía un prodigio:
toda la villa, en detalle y aspecto,
un ideal apolíneo y selecto,
cuna de eterno prestigio;
toda su gente, sin mal ni litigio,
solo elegancia y ejemplo perfecto,
formas amables y trato correcto,
música en modo mi frigio.
Todos con ropa de marca famosa;
ellos, peinado impoluto y ellas, audaz maquillaje;
autos de manufactura ostentosa.
Sí, miniatura sublime y un reducido paisaje.
Pero contentos de, cada segundo,
verse cual centro y ombligo del mundo.


Cuando al plano real retorné la mirada,
sentí por un momento la sórdida tristeza
por ellos compartida, la constante certeza
de no ser quien pareces en vida figurada.
Y cuando preguntaron, con mi mayor sonrisa
de reconocimiento, les alabé el buen gusto.
Apenas esto dije, y en el momento justo
volvieron a apiñarse junto al hoyo, deprisa.
Allí se acomodaban a insultos, a empujones,
como no quieren verse, como son de verdad,
ciegos a la existencia más allá de sus ojos,
sumidos y enredados en fatuas ilusiones,
a conciencia atrapados en aquella oquedad,
como si solo fueran un montón de despojos.


Porque soy extranjero
y siento diferente,
no encuentro inconveniente
andar el mundo entero.
Lo de aquel agujero
me es insuficiente,
pues paso a paso, enfrente
hay más, y verdadero.
Recogí mi equipaje,
retomé mi camino:
el cambiante paisaje
es mi mejor destino,
y la naturaleza
me explica mi rareza.

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