El mundo, el demonio y la carne, por Juliana Mediavilla

Hace ya tiempo que me duele el mundo,
con un dolor tenaz en el costado.
Como una barca frágil que hace aguas,
tan expuesta a las olas y a los vientos,
el mundo balancea su naufragio,
de poco han de servir curas y parches.

Clonaron al demonio y hay demonios
por todas las esquinas
siempre dispuestos a comprarte el alma.
Desalmados los hombres cargan tristes
—desahuciada y perdida la ilusión—
el fardo de la vida y sus cadenas.

Pecado era la carne, así nos lo enseñaron
cuando era tierna y joven, tan propensa a pecar.
La vida era cuaresma permanente.
La carne por fortuna es también débil
y en su debilidad lleva la fuerza:
la moral desconoce esos recursos.

Acerca de Juliana Mediavilla

El mundo, el demonio y la carne, por Victoria Tejel Altarriba

El mundo hiende el alma como torre de arqueros,
saetas de violencia torturando mi entraña,
arropada en barrotes, enfermedad y muerte.

No tengo nada más que ofrecerte en candil
que demonios meciendo mi carne tierna y débil
como luz de luciérnaga enroscada a mi cuerpo.

Quiero olvidar mi carne y el demonio y el mundo
y ser un ritmo largo besando un cielo limpio,
mecer un arco iris de oro y cristal amante,
romper los laberintos y temblar con estruendo
que alcance toda voz; resonar en las almas.

Habladme del incienso, del pan para el espíritu
como tallo encendido sobre ritmos de aurora;
contadme del amor, de su capa de luces,
de las remotas tierras que son cálido rezo.

Decidme que en el mundo se abre un amanecer,
que el Hombre ya no llora, que es blanco y sin lamento,
que evoca en su contento días de honor y gloria.

Dadme en suma esperanza y no angustia y tristeza.

El mundo, el demonio y la carne, por Mariví González

Nadie podrá quitarme la palabra,
aunque a veces mi voz
sea de agua y tiemble
cuando la soledad se asoma al precipicio.

A esa tierra sin alma
donde habitan los hombres de corazones secos
que la incitan al salto a lo insensible.

Pero nada podrá congelarle la vida.

Yo voy con mi dolor entre los ojos
buscando algún lugar lleno de pájaros
donde los miedos vuelen,
donde se pare el vértigo,
donde las piedras cierren sus ombligos
y las distancias abran sus sorderas.

Nadie podrá quitarme esta palabra,
esta obesa palabra que recorre y recorre
los mapas hacia el sol
hasta quedarse quieta y en los huesos,
exhausta,
pero con una luz siempre encendida.

Acerca de Mariví González

El mundo, el demonio y la carne, por Silvana Pressacco

Cuál será la palabra poderosa
que rompa las costuras de los párpados
y cosa en nuestras manos dedos multicolores.

En qué otoño caerán las armas
para abonar el mundo.

Qué río lavará los ojos de inocentes
y les presentará sus sonrisas sin hambre.

De qué semilla nacerá la estaca
que venza los demonios.

Acerca de Silvana Pressacco

El mundo, el demonio y la carne, por Mercedes Carrión Masip

la amnesia nos transita anestesiados

zombis autistas
de risa medio ausente
ajenos al dolor al odio y a los mapas
que el miedo desdibuja

el presente encapsula la inquina de la historia
la guerra se traviste y vuelve a escena
con ínfulas de estreno

que nadie se confunda si el diablo
aparece en pantalla repartiendo
con gesto politólogo
el mundo entre los dioses
sus sectas y herejías reventando
la carne de quien sobre

si un día la mañana no me ofrece
resquicios de promesa
rendijas de pasión para abordar
la vida en lo inmediato y compartirla
soltaré las amarras del recuerdo
zarparé de inmediato hacia otra luz
en busca de otro altar y otro legado

dejando que el olvido
habite mis estancias

de algo hay que morirse

mientras eso no llegue
hoy pido por vosotros
como pido por mí
por los míos
por todos

aunque hace mucho tiempo
que dejé de rezar

Acerca de Mercedes Carrión Masip

El mundo, el demonio y la carne, por Ovidio Moré

Yo tengo
algo de Satán, y de algoritmo,
de matemático ente endemoniado,
de poros que destilan un azufre
inocuo y, a la vez, algo perverso.

Tengo
algo de ángel caído, de Ícaro desnudo,
de corazón que late bajo hojas de yagruma,
pero en el fondo, muy a mi pesar,
sólo soy hojarasca voluble.
Irrisorio neonato, blanda carne,
romántico héroe.

Tengo
algo del músculo de la tierra,
de la arcilla cocida del alfarero:
pájaro sediento en su nido,
pájaro de barro (bestia taciturna,
poética bestia
perdida en los pliegues
de la noche incandescente).
Ave pétrea en la rama
de un árbol bicéfalo y triste.
Así me veo,
como en un evangelio apócrifo,
donde los milagros se concretan a golpe de pluma,
a golpe de tinta, a penitencia del verbo,
a silicio de la metáfora.

Tengo
de la carne de la isla, que es madre
y atalaya donde otear el horizonte
de aquel otro mundo arcaico
que ahora quiere retoñar
de entre las cenizas y desde las naves quemadas.

Tengo
del ciclón que silba y saca sus pezuñas
arañando el agua, y luego llora sus lágrimas
de verde cocodrilo.
De esa carne, tengo.
Acaso he de sobrevolar esa galaxia imberbe
que saca sus colores de mundo nuevo,
de estrella recién creada;
acaso he de vestir sobre mis hombros
otra piel de león de Nemea,
ahora, justo ahora, que Oshun
ha llenado de miel las jícaras
y Obatalá pinta de blanco
con cal viva cada rincón,
cada estancia, cada arteria…
Y el hacedor de los caminos,
el inquieto Eleguá,
limpia de marabú y de guao
el sendero que ha de conducirme
al último grito, al último suspiro.

Acaso no soy yo mi propio demonio.
Acaso cada hombre no es un mundo.

Todos tenemos nuestro infierno cotidiano,
el paraíso no estaba a la vuelta de la esquina.
Se equivocaba Vargas Llosa,
el paraíso estaba en mi única neurona,
y hace tiempo,
mucho, pero mucho tiempo,
que celebré sus exequias.

Acerca de Ovidio Moré

El mundo, el demonio y la carne, por Héctor Michivalka

He sido una ilusión inoportuna
siempre que quise nunca estuve listo
cuando lo estuve nunca pude hacerlo
cara o cruz dando vueltas en el aire

Subyugan los aprietos en la vida
y te aflojan la cuerda los fracasos
a intervalos los sueños se despiertan
y a veces por insomnio ya no duermen

siempre vivo sumido en la lujuria
y pago los favores al pecado

Soy el payaso alegre en el entierro
el cura desnortado en una morgue
la nostalgia moral de una ramera
los recuerdos salaces de una monja

me aguarda la esperanza en un andén
comiéndose las uñas de los pies

El mundo, el demonio y la carne, por Mirella Santoro

Me estoy yendo de a gotas,
como migas que caen de un pan seco,
me voy,
pellizcando la nada
para hacerla cenestesia de mis células enfermas.

Me voy de este mundo que amo y desprecio.

Lo amo en el candor de los niños, en sus dientes de leche
o cuando los pájaros en vuelo trazan sombras en el agua,
lo amo en la tibieza de la mano amiga en mis manos.
Lo desprecio en la avidez por los cetros,
en la hipocresía de las guerras santas,
en el gatopardismo, la indiferencia, el abandono.

Me voy,
en puntas de pie para no despertar sospechas
ni sepan que aún estoy
y ser leal a la mujer invisible que siempre fui.

Ya me ha visto la muerte
en alguna de sus rondas hambrientas,
la muerte, portadora de sahumerios de incienso
para cubrir su fetidez.
Ella, la simbólicamente oscura,
es la otra cara de la vida, su inseparable hermana gemela.

Me voy,
encorvada bajo el peso de dioses y demonios, míos y ajenos,
con la bolsa roja de Papá Noel al hombro, vacía de amores:
esa suma de misterios,
pliegues y dobleces de la carne y el alma
un entrar y salir por puertas giratorias
así como entramos y salimos del mundo,
desnudos y solos.

Acerca de Mirella Santoro

El mundo, el demonio y la carne, por Rosario Alonso

Ya sé que el mundo tiende su cuerpo malherido
sobre un diván de acero
y que el diablo le apremia vestido de psiquiatra
con el firme propósito de anestesiar su mente
para estrenar más sangre.

Y así
la historia se repite igual que una condena.

También nacen demonios noche y día
—miserables e innobles—
y se alojan en cada pensamiento
que se acerque a sus códigos,

—nos invaden—

pero saco correas del fondo de mi piel
y los sujeto
con camisas de fuerza improvisadas.

Después puedo sentir que les venzo en la guerra
donde todo sucede a puro corazón,

aunque me dejen llagas sus intentos de fuga
indefinidamente.

Acerca de Rosario Alonso

El mundo, el demonio y la carne, por Ana Bella López Biedma

Dices que hable del mundo.

El mundo era un desierto y yo desnuda.
Eso fue ayer… Ayer e incluso antes.

Y ya no es más.

Como una herida azul, de orillas anchas,
una grieta cansada y sin esquinas
no deja sin embargo
de mirar hacia el sol
entre las sombras de las catedrales
y las esquirlas de fuego.

Yo no soy nada apenas,
un reducto de carne diminuto
que no pide perdón por estar viva.

Pero creo en la piel y en el asombro,
en el hombre mejor porque se sabe.

El mundo tiene manos de poeta
y sigue siendo un pájaro sin miedo.

El mundo, el demonio y la carne, por Ricardo Fernández Esteban

Mundo, demonio y carne, enemigos del alma
en el lejano tiempo colegial
donde todo lo bueno era pecado.

Cuánto nos engañaron,
porque es el mundo lo que nos rodea,
y sin mundo no hay nada,
y lo bueno o malo, tu elección.

¿Y al demonio?
¿Quién le dio ese papel de malo en la película?
Pues debió ser el bueno entre comillas,
ese por el que matan los fieles al infiel;
para mí que intentó salirse del guión,
y eso no lo permiten ni en el cielo.

Y de carne, carnívoro, por suerte,
por mucho que lascivos con sotana
negasen la mayor, y el sano disfrutar
llevase a la condena, al fuego eterno.
Como dice el refrán:
“Nadie podrá quitarme lo bailao
y que toque la orquesta otra bachata”.

Conclusión:
Mundo, demonio y carne, tres amigos
para correrse farras cada noche,
mi alma paga las rondas
y mi cuerpo disfruta de lo lindo.

Acerca de Ricardo Fernández Esteban

El mundo, el demonio y la carne, por Gonzalo Reyes

No encuentro en ningún verso la catarsis,
tal como veo el mundo, mi reducido mundo,
desde un viejo sillón gastado, roto
que ve correr el tiempo como corre
el agua y su erosión
entre los muchos desaciertos
la poca certidumbre,
que aún sonríe triste
por tanta caridad, urgida de tutores
y tanta oscuridad y estupidez
con decenas de miles en sus filas.

No puedo hallar en mi arsenal un verso
—con una ojiva que nos riegue la esperanza—
para arrojarlo al mundo.

Y no puedo encontrarlo
porque en el vértice del tiempo-espacio
apenas soy un gramo de dolor,
una voz que se miente para ocultar el rostro,
una mano que escribe su placebo,
una gota de sangre
que se evapora en este cuerpo mío,
en esta carne que devoran los demonios
con la ilusión de ver
de creer en la mejora
de mi pequeño hogar
de mi maltrecho prado,

habitado por quienes se nombran a sí mismos
seres humanos.

Acerca de Gonzalo Reyes

El mundo, el demonio y la carne, por Leo Zambrano

I

Este mundo quiebra toda semilla
un baladí sin alma con sus abismos
y su farsa que escuda con otras caras
sacrificando más gritos y más lamentos.

II

Qué hay de los niños que fuimos
donde los dioses fueron tolerantes,
hoy los llantos no son parejos
porque nos arrancaron la raza.

III

La sangre ya está turbia y cambia
un buitre al acecho de la víctima
que yace junto a sus vísceras
para amasar sus partes y angustias.

IV

Son las piedras sobre piedras
la sombra de la pólvora
un figurativo de deshechos
bajo una lluvia radiactiva.

Acerca de Leo Zambrano

El mundo, el demonio y la carne, por Silvio Rodríguez Carrillo

Embrutecido al mango por tanta erudición
nutrida por los libros que me leyó mi viejo
y por relatos duros contados por mi abuela
—los de tanto patriota y soldado guerrero—
el mundo, mis queridos, era un asco sencillo
donde sólo hermanaban los pobres con sus miedos.

Ya con muertos encima, la depresión hambrienta
mordiéndome las manos si acaso no exigía
a mi sangre su límite de herencia inmaculada,
y mi cara de póker luciéndome de arcilla,
entendí que el demonio, prisionero del mundo,
no es más que un crío triste que en los muchos habita.

Cansado, si pudiera —si acaso yo pudiera—,
de arrastrar mi cansancio de la gente y sus cosas,
de escuchar el lamento que se nutre de sí
y por eso detesta la luz y ama las sombras,
sentí desde mis yemas y desde mis rodillas
la majestad del polvo, las infinitas horas.

Hoy, que voy captando el drama del presente
no me lastima la comedia del enviado,
ni me levantan ni me aquietan las virtudes
de tanto cura y tanto rey de los satánicos.
Hoy sólo sé que alguna vez dije su nombre
que fui de carne al conocerla entre mis labios.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo