Sentada frente al mar bajo la calma de las olas rompiendo, con sus voces de piedra es muy fácil pensar que el mundo es bello.
Mientras mis hijas juegan en la playa la espuma de algún dios de pacotilla posa suave en mis ojos el extraño sabor de la armonía.
Aquel barco pesquero que regresa perseguido por miles de gaviotas Esta brisa, esta luz, este poema…
Sentada frente al mar sería fácil volar también con ellas y subirse al alto del paisaje, pensar a voz en grito que la paz es posible.
El mundo se desangra en mi mirada por un cuerpo de niña de Kabul y es difícil sentarse frente al mar sin separar el agua de las lágrimas.
Puedo oír las sirenas convertidas de pronto en ambulancias aparcando el horror frente a la entrada de una escuela hospital, aquí tan cerca.
Ese cuerpo me sigue a todas lados cojea en mi retina, en mi cabeza en la terca cojera de mis manos arrastrando palabras, sin saber bien del todo, si este frío en la punta de los labios es la pierna amputada de una niña o la sangre de alguna de mis hijas alcanzadas de pronto por las balas.
(Esta vieja obsesión que me persigue de sufrir por los hijos que no sufren, de llorar de repente en cualquier parte…)
Pero el mar sigue ahí, y ellas persisten levantando castillos en la arena y es difícil negarles si me miran la sonrisa más cálida y más tierna.
Esta brisa, esta luz, este poema aquel barco pesquero regresando perseguido por miles de gaviotas…
Esta mujer que ríe amargamente porque el mar sigue ahí… también sus olas.
Morgana de Palacios
Peligrosa
Pervivo en una especie de desierto en que los hombres son un campo abierto a las contradicciones y soy como una oscura profetisa que a la hora de amar siempre divisa sus circunvalaciones.
Voy más allá de mí cuando adivino quién dejará su instinto en mi camino de malherida rosa por decir una flor que hermosa rime con una realidad que legitime ser peligrosa.
Porque lo soy, sin darme apenas cuenta. Lo soy porque mi letra es una afrenta cuando un hombre me miente, y me han mentido siempre, tanto y tanto, que voy curada de cualquier espanto, creciéndome en el diente.
No me escondo ante ti. No soy perfecta ni sublime mujer ni loba abyecta. Sé objetivo conmigo. Necesito creer que hay algo cierto y me escribes a pecho descubierto. El mundo por testigo.
Alejandro Sahoud
Pájaro félido
¿Quién gritará tu nombre con la tarde en la boca?
Desde tu pelo sube un pájaro a mi pecho vegetal y brumático. Sube un pájaro terso con frente de pantera y aletear de mar calmo encima de mis vientos.
Cierra la puerta al aire que te roba esos besos celestes . Enciéndeme con ellos tus inciensos de angustia. Vuélvete barcarola en éstas las manos de mi sangre. Vuélvete unicidad sedosamente pausa de lo eterno e invulnerable al día de los vivos.
Y que nadie te llame. Vuélvete a su palabra un espejismo cuando habitas mis cosas.
Quizás, muchos consideren al acto creativo como el hecho de trasladarse a un mundo irreal o que, al menos, dista del real general.
Ya, que algunos se dediquen a escribir pensamientos o reflexiones provoca curiosidad en aquellos que no lo hacen. Entonces, aparecerá un buen cúmulo de detractores que impondrán sus dudas acerca de la capacidad de decir o su repudio por hacerlo, al considerar a la literatura una pérdida de tiempo abocada exclusivamente a desfogar la emocionalidad de quien escribe.El mundo comunicativo de la tecnología impone actualmente otros parámetros comunicacionales.
Sin embargo, no hay nada extraño en esa necesidad de escribir conclusiones personales o, simplemente vivencias personales, como germen original de lo que puede –a veces– convertirse en una historia desde todo punto universalizable.
La escritura representada por sus escritores más allá de tratarse de una manifestación cultural es una imagen de la verdad –léase realidad, vida, humanidad, hombre– que se expresa a través de un intérprete que obra de manera mediumnica al plasmar o reinterpretar los hechos del hacer humano, independientemente del escenario en que los radique, aunque en general el mundo vea al hacer literario como un pasatiempo asequible a todos, más aún en estos tiempos de internet.
Esta forma de ver al hecho literario como algo sin importancia ya que «redactar» –no escribir– está al alcance de cualquier persona mínimamente alfabetizada e incluso analfabeta y capaz de hilar un frondoso relato oral, hace que, por su masividad actual, no se le preste la debida atención y menos aún, el necesario crédito a una expresión de calidad.
Esa especie de minusvalía en que ha sumido a la literatura el exceso de oferta, atenta contra la calidad de la elaboración ya que la ausencia casi total de enfrentamiento al despiadado ojo del buen lector, ha conseguido la aceptación de cosas indefectibles de leer sin experimentar una irrefrenable «vergüenza ajena».
Diría que es este cúmulo inefable de descuidos literarios el que me produce rabia al comprobar la ceguera y la falta de pensamiento crítico presente en el actual mundo lector que sería disculpable si en el actual «mundo escritor» existiera, aunque fuera mínimamente, la condición autocrítica.
Para que una expresión alcance todo su potencial y pueda convertir el sentimiento original en fuerza expresiva, desenmascarando y desmembrando sus ribetes y sus consecuencias, la forma a la que se apele para construirlo es fundamental.
La forma literaria implica el equilibrio, la justeza en el adecuado balanceo de cómo se propone una situación e incluso, en muchas ocasiones, para que un producto literario sea efectivo en su comunicación particular, puede apelar a la subversión o sea, a los riesgos que se aceptan por fuera de los modelos convencionales y exponerlos sin miramientos, casi como una especie de escándalo que busque remover resortes en el lector.
La subversión o la transgresión está en la elección de los temas, en develar mediante una forma ajustada al fin propuesto, las anécdotas y lograr comunicarlas con efectividad y contundencia.
Las búsquedas reales y efectivas, según entiendo, deben ejercerse sobre la mirada que el autor proyecte sobre las cosas a plasmar y en cómo será capaz de edificar esa visión para conseguir compartirla con el potencial lector.
La escritura que le impondremos a cada frase para darle forma elocuente al producto literario es el elemento decisivo.
Una mala forma, una elección equivocada en la construcción de un mensaje, arruinan cualquier buena idea y le impiden lucir su natural intensidad.
El medio que elegimos, o sea, la forma y su escritura, constituyen una parte insoslayable de la verosimilitud literaria y son, desde el comienzo, aquello que acabará por definir el resultado.Por eso, creo que encontrar la forma justa para cada producción que encaremos, es parte esencial de nuestra propia verdad planteada en el actocreativo.
La poesía del arrebato (corriente literaria en que se basó el proyecto Ultraversal) debe su nombre a la propuesta de improvisación en que dos autores se desafían en tiempo real a responderse con poemas. Es un ejercicio de agilidad y coherencia que permite demostrar el dominio de la técnica tanto poética como de discurso.
Cárceles y causas (improvisaciones en tiempo real)
(soneto – arte mayor – pareados – rimado)
Yo no te mentí nunca. Te dije que no soy más que el rescoldo oculto en la ceniza vieja, el humo que se expande inasible y no deja ni la más leve huella de los pasos que doy.
Lázaro imprevisible, resucito si estoy absorta con un rostro que la luna refleja mas cuando llega el día, la tumba que no ceja me requiere a su sombra y hacia su sombra voy.
Todo me es cárcel, todo, salvo mi pensamiento, larga la pena larga en el penal del viento que no precisa rejas para echar sus cerrojos.
No me quieras querer, no soy la primavera, sólo ceniza y humo en tránsito y entera toda la muerte, toda, se florece en mis ojos.
Morgana de Palacios
Todo me es cárcel, todo, menos la libertad el cerrojo que ciñe mi puta humanidad y el látigo en mi boca.
Carcelera del precio de la roca carcelera tenaz sobre la soledad que descoloca, sobre todas mis fugas va tu instinto, asesino y procaz
Si me muriera ayer desde la muerte, si no fuera este grito, ni tus cadenas unieran a mi suerte su recurso maldito, toda mi voluntad sería inerte.
Toda esta furia sorda en que me hundo valdría acaso la ira en que te irrito desde lo demencial que hace a mi mundo.
Gavrí Akhenazi
Todo es circunstancial cuando tiras los dados de la furia fugaz. Alma sobrecogida en el intento gris de acaparar la vida trascendiendo sin pausa, versos accidentados.
En la frontera fértil de tus acantilados columpio mil vocablos con sabor a manzana y nadie encontrará la pasión de morgana porque en el lado oscuro mantiene sus reales.
No es la razón de ser de los hombres cabales que no han de traspasar su cerrada ventana.
Por si quieres hablar del rumor del pecado de la desolación que nos marca la vida, de por qué mi canción suena a causa perdida, recuerda, por favor, que no tengo pasado ni creo en los futuros de terciopelo ajado, ni finjo algarabía si hablo con verdad.
Me someto al decreto de la banalidad sólo por hacer dedos desde cualquier teclado. Si miras lo profundo de mi verso acerado verás que no comulgo con la casualidad.
Morgana de Palacios
Una causa perdida ya no tiene remedio ni en tu boca que canta ni en tu boca de tedio. Una causa perdida es un rincón oscuro una ansiedad a medias, un parto prematuro.
Una causa perdida es también una meta una propuesta al viento que rompe una veleta para que ya no existan los puntos cardinales ni las mediocridades ni las banalidades.
Una causa perdida es la luz de un proyecto que se mantiene siempre altanero y erecto. Una causa perdida es un sueño a futuro. Para soñar tal causa, hay que nacer impuro.
Según Jorge Luis Borges en «El idioma analítico de John Wilkins», no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural.
Partiendo de esta premisa, encontramos que se ha sistematizado de manera «conjetural» a las categorías que definen al objeto literario.
Podríamos señalar una división más o menos precisa cuanto no precaria de las formas diferentes de explicar al objeto.
Si nos remitimos al punto de vista ontológico, la categoría será «obra». Si aplicamos sobre esta primera, una clasificación taxonómica, hablaremos de «género». Luego, atendiendo al tiempo y el espacio concebidos como factores condicionantes de lo anterior, quizás hablemos de «escuelas, movimientos, generaciones, regiones». Luego, si hablamos ya de la genética que definirá al objeto, mencionaremos al «autor».
Partiendo de unidades de análisis menores: el poema, el cuento, la novela, el ensayo, derivaremos a supracategorías que engloben esos detalles –obra, género– hasta terminar en orden superior, hablando de «la literatura» y a partir de ella, un regreso a las subdivisiones anteriormente planteadas: «literatura europea, literatura romántica alemana, literatura latinoamericana, literatura universal». Sin embargo, aunque la sistematización se mantenga, el autor seguirá siempre en su rol de creador en el proceso.
La clasificación del universo literario como fenómeno, utilizará entonces la batería de criterios de clasificación para sistematizar en rangos acotados los límites de cada expresión, significándose como una especie de reflejo especular que represente a su modo a algo real, respondiendo al concepto de mímesis.
Estamos, frente a esto, reconociendo a la escritura literaria como un espacio en el que se plasma el devenir de una realidad modificada por relaciones complejas, dadas por el trabajo que sobre el lenguaje marca un espacio de sentido otorgado desde el «creador».
Este «autor creador», inscribe lo extraño como propio y así lo fragmenta y lo libera de un sistema que lo clasifica al tiempo que impide su infinitud.
La particularidad del discurso poético representaría para ese creador la transformación del significante que es aquello que genera sentido en la lengua. De ese modo, ese significante puede ser distorsionado, desarticulado o articulado de otra manera, escapando al dominio de lo formal, ya que en el discurso poético, la combinatoria adopta heterogeneidad dado que trabaja sobre realizaciones singulares y por esto mismo, ilimitadas.
Cada creador desarrolla el fenómeno poético dentro de su propio ámbito de sentido, por lo cual, cada tema adquiere en el espacio de cada creador, una nueva resignificación que debe ser reconocida por fuera de la sistematización o la preconcepción que se tenga de lo significado.
De ese modo, la «genética» funcionará sobre el objeto en base a la impronta de su densidad significante que no es otra cosa que los diferentes grados de eficacia en la realización del discurso poético.
Se instaura, de esta manera y sobre una misma realidad tratada, un espacio de diálogo donde cada uno de los múltiples discursos sobre ella, conformarán una especie de polifonía tematizada pero que adopta en cada caso su propia forma para el significante.
La «genética» del «autor creador», trabaja y modela el código de la lengua con la que opera, hasta lograr una construcción que libere a las imágenes del servilismo debido a las cosas que retrata.
De esta particularidad en el proceso de reestructuración poética de la cotidianidad, el creador se aparta de los aspectos «fotográficos» del realismo para incursionar en un mundo de simbolización, alejada de aquello denotativo que impera en el lenguaje.
Edifica, pues, más de una realidad de acuerdo a su visión particular de la historia que plasma o del mundo en que ésta se desarrolla.
El fenómeno poético, tomando su ocurrencia en relación a estas bases, rompe los límites de los prototipos genéricos, de modo que transforma en irrelevante la clasificación en cuanto a género que se mencionaba al principio y niega una suerte de exclusividad a determinados formatos literarios, ya que trasciende los límites por la propia singularidad de su acontecimiento.
Hay nombres (signos) que se pierden y que perviven sólo en los diccionarios arrumbados en un rincón del que parece nadie los sacará (quizá si en la casa no hay internet y se está jugando al scrabble, ante la necedad de quien dice que esa palabra sí existe alguien los desempolve), si es que nadie los ha tirado aún. Igual que las enciclopedias se volvieron obsoletos.
Hay palabras que se repiten tantas veces, regodeándose al hacerlo, porque se han vuelto populares por una moda que obedece a quién sabe qué cosa.
Hay palabras que se visten de ropas viejas, unas veces elegantes y otras en harapos; a veces los que escribimos las usamos cuando queremos encontrar palabras con un significado afín a esa palabra que no queremos repetir.
También las usan los viejos y los cultos. Arcaísmos les llaman.Hay palabras que son mal pronunciadas, la costumbre dejó que nadie advirtiera que así no se decía el nombre de esa cosa. Seguro estarán enojadas, molestas cada vez que no se les usa correctamente. Incluso la ignorancia colectiva hace que se corrija a quien sí conoce la verdadera palabra: “¡no se dice magullado!”
Hay palabras recluidas porque a alguien se le ocurrió decir que eran malas, palabras que aparecen en ocasiones especiales como cuando hay alcohol recorriendo las gargantas. Aunque en algunas personas como yo conviven codo a codo con las que carecen de maldad. Son palabras que se divierten en la boca de niños y adolescentes que se sienten importantes mientras más de estos vocablos saquen del encierro.
También, hay palabras que han perdido su valor, palabras que fueron despojadas de su identidad y viven en una crisis en la que ya no saben qué significaban. “¿Entonces, qué es un amigo?”, pregunta una. “¿Qué es el amor, qué, amar a alguien?”, se escucha decir a otra totalmente desgastada. “¿Y paz?”, no recuerdo ya lo que significaba.
Los diccionarios siempre llegan tarde a la fiesta, nunca se les dice la hora exacta o será que son impuntuales de cuna; la cosa es que nunca están presentes en los momentos precisos.
En México todos cantinfleábamos y catafixiábamos sin importar si el diccionario y su real academia nos daban o no permiso.
Que a la larga lleguen al diccionario o no no será ningún mérito. Las palabras no están hechas para eso.
Cuando comencé esta Revista, mi objetivo pasaba por la fidelidad al grupo del que formaba parte y por ello, dar a conocer el proyecto Ultraversal y sus resultados.
Al proyecto en cuestión me uní hace trece años. Trece, para los que creen en cábalas, la gloria o el desastre. Pero en mayo de este año se cumplieron los trece años que nadie puede suprimir de la vida desde que se cuenta de ese modo el tiempo.
Tan cuestionado como resistido, encontré que me parecía a Ultraversal en un montón de cosas, pero por sobre todo en esas dos que menciono: cuestionado y resistido. Para mí fue un desafío pertenecer, justamente por lo problemática que resultaba mi presencia para los entonces habitantes del Taller que si bien siempre mantuvo ese perfil, como todos los lugares literarios por momentos servía apenas para la exposición de egos escritoriles.
Yo venía desde la realidad y como la realidad me comportaba, sin corrección política y diciendo lo que pensaba de lo que me tocaba leer. Alto y claro, para que se entendiera y no le cupiera a nadie dudas de mi opinión ni de mis sugerencias. Era un Taller literario y yo era escritor real, de esos que pueden tirar un curriculum sobre la mesa y que la mesa se caiga por el peso al suelo, pero la cuestión es que ese no fue mi camino. Como me gusta a mí, el llano es el llano y con seudónimo, todos los gatos somos pardos, así que pensé que alcanzaba con lo que uno escribe o con cómo lo escribe, para sentar precedente y que las cosas se entendieran sin mayores cuestiones. La falsa humildad nunca fue lo mío. No sé cómo se come eso, aún hoy y creo que se nota.
La inteligencia y la nobleza me seducen mucho más que dos tetas tirando de una carreta.
Luego se dirá que dos escritores, como dos amas de casa en la misma cocina, no pueden convivir porque los atropella el propio peso de sus egos.
No fue mi caso. Mi caso fue el contrario y encontré en Morgana de Palacios, la fundadora de Ultraversal, esas otras y extrañas relaciones de escritores, esas «parejas» de escritores que funcionan en base a la potenciación y jamás a la competencia o el recelo.
Los que están acostumbrados a las batallas tienen un carácter diseñado para eso. No cualquiera es capaz de entregar su vida por algo que considera una «causa». Y quizás, eso es lo que me fascinó del asunto, superado el escollo de la resistencia que encontré entre los miembros originales del proyecto que hasta ese momento era exclusivo patrimonio de Morgana.
Todos saben que soy soldado y que proceso las cosas siempre con un enfoque bélico y hasta quizás, heroico, como esa posición que te ordenan no abandonar y que, al final, uno termina defendiendo por propia convicción a costa de su propia vida, pero como sostenía Martin Luther King: Cuando encuentras una buena causa por la que vivir, también la encuentras para morir por ella.
La cosa es que esta vez, retomo la Revista no por fidelidad al grupo sino por fidelidad a mí mismo.
Lo mío son y serán las trincheras, aunque sea el último soldado en ellas.
Morgana suele decirme que mi sinceridad es impúdica. Siempre lo ha sido, no voy a cambiar de viejo. Pero también me ha repetido: «La Revista es tuya».
La voy a hacer a mi modo, entonces, no porque antes no fuera mi modo el de hacerla, sino porque también uno cambia sus estrategias en medio del combate.
Norma Rodríguez – La redacción instrumental y sus nuevos enfoques
Comenta y recomienda: Silvio Rodríguez Carrillo
Dice Norma Rodríguez en la introducción de su libro “por lo general, no dedicamos un espacio especial al aprendizaje de la expresión escrita, ni le prestamos la misma atención que a las otras actividades o disciplinas”, para luego hacer hincapié en la diferencia que existe entre lo que podemos decir oralmente y aquello que podemos expresar de forma escrita. El lenguaje tiene sus reglas, y desconocerlas necesariamente llevará a error, más todavía en el español, que es una lengua compleja, cuyo estudio en profundidad parecería una tarea interminable si, por ejemplo, nos vamos al tema de las oraciones subordinadas e inordinadas.
Sin embargo, es el espíritu de este libro, antes que marcar todas las complejidades posibles del idioma, puntualizar los aspectos básicos que hacen a la redacción instrumental, de manera que el lector pueda hacerse con las herramientas básicas que le hará posible encarar el acto de escribir despejando dudas por un lado, y por otro, recibiendo indicaciones para no cometer los errores que comúnmente cometen aquellas personas que carecen de una formación un poco más profunda de la media en cuestiones de gramática. Se trata, desde el principio, de un manual que fija los ojos del lector en lo más importante.
En la primera parte del libro, que hace a la cuestión de la gramática, se abordan los temas que con más frecuencia habrá que considerar en la redacción, como el dequeísmo, los casos especiales de acentuación –consta de un capítulo aparte para los monosílabos–, las reglas básicas que rigen la utilización de los signos de puntuación, el uso de los números, incluyendo la escritura con cifras y el uso combinado de cifras y palabras, entre otros muchos aspectos. En esta primera parte se expone no sólo la regla, sino también una breve explicación de la misma con los ejemplos correspondientes.
En la segunda parte, ya en materia práctica, el libro aborda toda una serie de documentos que normalmente son redactados en cualquier empresa o institución, sea privada como pública. Así, nos encontramos con una clasificación extensa como precisa de documentos que de acuerdo su origen y/o finalidad poseen su propia categorización, independientemente de que se trate de una carta, un memorándum, un decreto, una circular, un acta, una convocatoria a asamblea, un contrato, un curriculum vitae, etc. Y lo más interesante, en esta sección se encuentra una serie de ejercicios como para que el lector pueda poner en práctica lo leído.
La redacción instrumental y sus nuevos enfoques” es un material didáctico de gran utilidad, sobre todo, para todos aquellos que por motivos laborales se ven en la necesidad de escribir algún tipo de documento. Con una estructura sencilla y lógica, todo el libro se dispone de tal manera que lector podrá recorrerlo a la manera de un libro de lectura como también como un libro de consulta al que podrá recurrir cuando necesite precisar desde cómo darle forma a la respuesta a un presupuesto, hasta cómo darle el debido tratamiento a las siglas y los acrónimos. Es una app en papel.
Los que comienzan a transitar el camino del escritor tienen, cuando se les interroga acerca de sus porqués, un grupo de respuestas generalmente uniformes. Algunos buscan un modo de expresar sus emociones (entonces uno escucha: «escribo mis sentimientos», como si los demás prescindiéramos de ellos al escribir) u otros son decididamente fabricadores de mundos ficcionales porque suponen que el escritor es eso: un ficcionador. Luego hay otros, entre los que me incluyo, que no intentan fabricar nada imaginario, porque piensan que no hay nada más fantástico que la diaria realidad. Por lo tanto, no les interesa crear otros mundos, ya que este que hay tiene material de sobra para todos los gustos.
Lo de crear mundos es algo que ha seducido siempre a los escritores, llegando este hecho a ser considerado como el objeto mismo de la literatura.
Ceñirse estrictamente a los hechos, también tiene su aquel porque los hechos se trabajan a través del prisma de quien los reproduce y por los tanto, siempre existirá un grado más o menos abundante de matiz, otorgado por la visión de quien los relata.
Escritor y escrito, impregnan a los hechos narrados de su propio poder de intervención óptica.
Las cosas escritas suceden «como quien las escribe las ve», de modo que la impronta narrativa es lo que confiere a un texto todos los condimentos necesarios que requiere lo que se recibe como materia prima: «la anécdota».
Muchos escritores no se avienen a abandonar aquello que le da resultado a otros y entonces trabajan en base a la recreación de cuestiones remanidas que otros han escrito con mayor enjundia, de modo que cada autor que se transforma en un apostador al número puesto, pierde la posibilidad de ajustarse a su propia creatividad.
No porque hayan resultado efectivas en otros momentos históricos del hombre, ciertas obras pueden ser traídas en copias al carbón hasta el presente, sin modificar el tiempo de ocurrencia, ya que la historia del hombre es absolutamente dinámica y cada momento de la misma tiene su propia connotación vivencial, aunque los hechos se repitan como una constante de la condición humana. Un ejemplo sería hablar de la Primera Guerra del Golfo como si se tratara de la Primera Guerra Mundial. Hay, entre una y otra, un siglo de cambios en la Humanidad, aunque la Humanidad no sepa cómo no estar en guerra.
Lo que importa, realmente, no es lo que uno escribe -realidad o ficción-, sino cómo lo escribe.
Un escritor debe ser ante todo un explorador de su internalidad y un observador minucioso de su alrededor. Asimismo, resulta fundamental el estar dispuesto a correr cualquier riesgo sin temor a las herramientas que posee para correrlo. También, debe estar consciente de que es mucho más fácil fracasar que conseguir el éxito y debe estar preparado para el rechazo porque en estas cuestiones, la última palabra siempre la tiene el público o sea, el lector.
A mi entender, la diferencia entre escritores la da la capacidad de escribir «peligrosamente» que algunos poseen y a la que otros ni siquiera se animan.
Un escritor, incluso el ficcional, es un testigo, porque el material del que se nutre siempre será su propio proceso de observación y recreación de lo observado. Y lo observado, sobre todo en los tiempos que corren, presenta un profundo grado de inestabilidad y de permanente mutación que deben ser reflejados por la literatura para mantener su propia vigencia.
Las formas que se le impriman a lo narrado, la elección de palabras en la escritura de cada frase, lo deciden todo. El estilo es lo que define al autor y es lo que el autor necesita encontrar para identificarse y a la vez, ser identificado.
Sin embargo, algunos aspirantes a narradores no advierten que lo que resultaba efectivo en otro momento histórico ya no resulta efectivo en este porque viven ya en otro mundo y la realidad ha dado para el hombre una vuelta de campana. Por lo tanto, no pueden aferrarse a esquemas narrativos pertenecientes a siglos anteriores porque las respuestas de los hombres frente a los desafíos de la vida han cambiado sustancialmente. Incluso la emocionalidad ha cambiado y las reacciones frente a un mismo hecho, son completamente diferentes.
En un mundo de redes sociales, donde la emoción se reduce a «emos» y a «gift», resulta un desafío la traducción a palabras de aquella intimidad particular que, en otra época, podía resultar todo un argumento de relato.
La intimidad se halla expuesta a la visión pública, como en un escaparate de feria, de modo que aquello que podía recrearse como la hondura de un personaje, parece ahora flotar en su exhibicionismo como si cada fanpage o cada muro, fueran libros abiertos y expuestos sin el menor cuidado a los ojos de un público al que tampoco le importa demasiado lo que tengamos para decir ya que siempre estará más ocupado enseñando su propio libro.
Aunque el hecho de narrar traspone esa superficialidad, requiere de todos sus elementos intrínsecos para derrotarla y abrirse paso.
Entre esos elementos,siempre estará la calidad que el autor ostente para encontrar la proximidad con el lector.
Mamá era buena pero sobre todo correcta. Con ella nunca me faltaba nada, me llevaba bien vestida y calzaba buenos zapatos; ella tenía obsesión con el calzado, siempre impoluto, preciso, casi ortopédico. Con respecto a la alimentación también era muy determinante: comida sana y equilibrada y azúcares los justos, que eran las galletas y el Colacao del desayuno y algún caramelo ocasional. Para con mis estudios era firme, sin agobiarme pero al acecho; reconozco que a veces lo necesitaba. Yo siempre iba con permiso de mamá. La quería
La tía Paula era su antítesis. Era de las que si no combinaban rayas con cuadros qué más da, la de la broma espontánea, sonrisa abierta y la que me enseñó chulería. Cuando ella me hablaba me desinhibía. Ella era como el polvo de talco en el zapato que aprieta, la bienvenida a la frescura y quien me enseñó a salir del molde para encontrar mi forma. La mejor hermana que podía tener mi madre porque me mostraba y me hablaba de todo lo que mi madre no me decía y además, sentía que teniendo su permiso, también tenía el permiso de mamá. Me habitaban muy bien aunque ellas dos nunca se veían. La quería.
Llegaron momentos de grandes choques entre las tres, lo percibía cuántos más años iba cumpliendo. Cada una tiraba de mí para su lado. Mamá se volvió más inflexible conmigo cuando mi anatomía fue cambiando de niña a mujer. Llegó a volverse prohibitiva tanto como yo insegura pero ahí estaba la tía Paula quitándome miedos. Mamá no sabía cómo hacerlo; no la culpo, aunque la tía Paula, a veces, como de manera homicida, me asomaba a balcones sin barandilla.
Un día mamá se fue y la tía Paula dejó de existir, entonces nací yo.
Ana Estepa
Tiempos de cambio (fragmentos)
Eran tiempos de cambio, de las primeras escuelas públicas y la sanidad universal. Todo estaba por construir, tras una oscuridad de inocente ceguera.
Recuerdo a mi padre, de madrugada, forrando su pecho con panfletos sindicales, para lanzarlos en la puerta de la fábrica, y los sobresaltos de mi madre cuando sonaba el teléfono. Las mañanas heladoras frente a la estufa de butano, mientras sudaban las paredes.
En la televisión en blanco y negro, la familia Telerín nos llevaba hasta la cama, en donde por fin podía liberarme de la tirantez de mis trenzas.
La felicidad era un domingo de playa y sombrilla, con tortilla de patatas y filetes empanados. Por la noche, los paños de agua con vinagre sobre la piel quemada, y en el bar de Pepe, unas gambas.
Los hombres, adiestrados para la censura, no parpadeaban ante las piernas de las azafatas de un concurso televisivo, mientras los amantes distantes languidecían ante cartas eternas.
Septiembre era el mes de las lágrimas y de decir adiós al amor del verano.
Recuerdo con nostalgia el chocolate y los churros de los domingos, las mañanas gélidas y las ventanas empañadas. La vida transcurría todo lo lenta que supone la infancia, y el tiempo era una senda de creatividad ilimitada.
Mi madre hacía magia en la cocina. Ponía sobre la mesa manjares de puchero y cuchara. Y por la tarde escuchaba por enésima vez las historias de mi abuela. De cómo ella «Sebastiana la Gata», militante socialista, se enfrentó sin miedo a los fascistas que querían fusilar al cura rojo del pueblo. De cómo logró salvarle, a cambio de barrer durante todo el año la plaza del ayuntamiento. Y de por qué nadie del bando nacional delató su ideología. «Hija mía, hacer el bien a todo el mundo, sin mirar el color de su camisa, me salvó la vida.»
Recuerdo también el quiosco de la esquina, como si fuese la cueva de los tesoros. Me atiborraba de dulces mientras pensaba angustiada en el lunes siguiente. Lunes de cuadernos y lápices, y calcetines blancos. El camino a la escuela era una aventura, que a veces era plácida y otras el infierno a pie de calle.
Mientras los yonkis se picaban en los descampados, la mano de mi hermana pequeña, agarrada a la mía, me hacía invencible. Y aunque a veces me temblaban las piernas, sabía sacar los dientes ante el peligro. Fue por aquel entonces que comencé a escribir, necesitaba contar lo que ocurría en mi cabeza de diez años. Supe por primera vez, del placer de la escritura y de la libertad de vivir otros mundos.
Gavrí Akhenazi
Posición de combate (fragmento)
El sol se reclina sobre el polvo de la mampostería y se mantiene sobre las cosas como un observador que resplandece con quietud.
Bajo ese sol brillante y suspendido, todo es caótico luego de la explosión.
Un remolino de colores aturdidos se abre y se cierra sobre su propia confusión sin un espacio cierto en el que desarrollar la locura de su espira, hecha con hombres y mujeres sin rumbo que escapan o se arrastran o están ahí, inmóviles de pie, como si los hubieran abducido y ahora se hallaran en un planeta distinto de aquel en el que el estallido los sorprendió atrapados en las ocupaciones de su día.
La gritería resulta abrumadora, del mismo modo que abrumador es el silencio en que se mueven azorados aquellos a los que la explosión ha ensordecido. Algunos ni siquiera advierten sus heridas. Caminan como zombies hasta que se desploman.
Por todos lados y en un radio amplio, los restos de cosas y personas forman la misma alfombra deshecha y esparcida.
El olor de la muerte posee demasiados componentes ahí, pero esa mezcla de sangre con escombro, de carne con frutas y verduras, de amoníaco y lágrima, absorbe otros sentidos y se introduce por las fosas nasales hacia oscuros reductos de la mente para colonizarlos.
A pesar de que todo es una filmación en cámara rápida, interiormente se procesa en cámara lenta, como quien hojea un álbum de postales en el que agregar las fotos que le gustan. Aunque todos escapan dando gritos, parecen detenidos, estáticos, inertes, pegados sobre el caos.
Porque no hay demasiadas ambulancias, los médicos del grupo del Noveno suelen ser de los primeros en llegar. Entran al cataclismo con la resignación de la costumbre y entonces, los que han quedado en pie pelean por ellos, disputan por ellos y los tironean y los arrastran de un lado a otro, de herido en muerto, desesperados por salvar a sus seres queridos que estaban allí un minuto antes y ahora son heridas o pedazos.
Es imposible detenerse en alguien porque son demasiados cuerpos por doquier y se requiere apenas el instante de un golpe de vista para entender a quién salvar y en quién no se puede invertir tiempo.
En la camioneta que oficia de esa ambulancia que han conseguido improvisar, suelen cargar de a varios y los trasladan hasta el hospital, como si de mercadería se tratara. Poco se puede hacer en el terreno ya que, en general, al primer estallido suele suceder un segundo y a veces un tercero, porque en esos ámbitos la muerte parece inconformista y regresa y regresa a la cosecha.
El terror es, para la muerte, un consorte de lujo.
El Noveno y el Tercero, que «dominan el campo» como siempre explica Víktor el acto de escogerlos, protegen al Ebrio y a su paramédico. Es uno de los que aún resta del diezmado ya plantel de Mathi. Se complementan bien, sin sobresaltos, con imperio sobre la realidad horrorizada en la que funcionan de manera eficiente.
—Les dije que ese tiene experiencia en estas cosas —apunta el Noveno—. A los hombres los definen sus gestos.
—¿Por qué a ti te da por la filosofía cuando estamos en estas misiones? —se queja el Tercero, sonriendo. Ayuda con un cuerpo al paramédico y observa al Noveno que no lo ha escuchado, porque está ahora junto al Ebrio, ambos arrodillados junto a un cuerpo.
—¡Orev!… ¡Iala! Estamos completos —grita el paramédico— ¡Iala!¡Iala!
El Tercero observa a aquellos dos ahí. Se acerca, porque piensa que entre la debacle, no escuchan el llamado. Hay demasiado ruido alrededor.
El Ebrio sostiene la mano de un hombre al que el estallido le ha amputado las piernas y es apenas un resto de humano en un lago de sangre, que protege debajo de sí a un niño.
El Noveno intenta extraer el cuerpo pequeño, porque el hombre les implora que lo salven. Lo recoge, lo atrapa entre los brazos y asiente a la vez con la cabeza frente a los ojos de aquel resto que habla con el Ebrio y le encomienda a su hijo.
El Ebrio le dice que él lo cuidará. Repite varias veces «yo lo cuidaré».
Lo ven morir apenas sonriendo. El Noveno deja junto al cuerpo del padre también el del niño. Busca un momento la cabeza. Encuentra la mitad. La acerca al tronco.
Vuelven a la ambulancia.
John Madison
Out of this world
No me hablen de la muerte. No me pidan que acepte su embestida. No me pidan que acepte convertirme en su siervo ni tampoco que no llore a mis muertos.
Algo se rompe eternamente dentro de ti cuando pierdes a un hijo y no existe herramienta mortal en el reino de Dios capaz de arreglar tal avería, máxime si tu hijo no ha vivido lo bastante como para fabricar los suficientes recuerdos que a ti te gustarían. Y cada vez que uno de tus hijos vivos celebra su cumpleaños, o logra alguna meta, la puerta blindada de ese búnker que has construido muy al fondo de tu corazón para guardarlo se abre y tu hijo resurge en el umbral y te saluda. Ahí, sacas la cuenta de la edad que tendría si no se hubiera marchado y te preguntas qué número de zapatilla calzaría y en qué lugar trabajaría, cómo sería su novia y un sinfín de hipótesis que sabes que nunca tendrán cabida en tu realidad.
Sí, ahí empiezas a odiar el verdadero significado de la palabra Nunca.
La muerte es más difícil de llevar para los que se quedan que para los finados. Así que no, no me hablen de la muerte.
Yo podría morir hoy. He sido buen hijo, buen hermano, amigo. He sido padre y madre, buen esposo. He sobrevivido con una comida al día para que mi mujer y mi hijo tuvieran más posibilidades en cuanto a nutrición. Me he prostituido, he trapicheado, he gritado por mis derechos y los de mi hijo en un país dictatorial en el que a sus gobernantes les importaba un soberano maravedí el bienestar de sus conciudadanos.
No, no me hablen de la muerte. Yo he enterrado a un padre, a un hijo, a un hermano, a un abuelo, a mi mujer. En ese orden y en edades difíciles para aceptar la lidia con esa hija de perra.
Sí, yo me puedo morir hoy, y aquí paz y en el cielo gloria. Así que no, no me hablen ustedes de la muerte.
Sé bien lo que es la muerte. Algo putrefacto e injusto, algo indomable, porculero e incómodo que vive contigo los trescientos sesenta y cinco días del año. La muerte cena contigo, se viste, desayuna y trabaja a tu compás y sabes que será así hasta el día en que Dios te llame a filas y, finalmente, vuelvas a reunirte con tu hijo y el resto de tu fallecidos.
Hay un tema tabú en mi literatura, se llama Manuel Martínez Shong: mi hijo. Ni todas las palabras y metáforas del mundo, ni todas las novelas conseguirían traermelo de vuelta. Así que no, no me hablen de la muerte.
Quien no ha perdido a un hijo no podrá jamás saber de lo que hablo.
Por el amor de Dios: No me hablen ustedes de la muerte.
Como el amor, el agua te rodea. Inunda tu boca, tus oídos, penetra por tus poros, se acompasa a tu respiración, baila contigo y te besa hasta dejarte exhausta.
Entonces, flotas libre de todo mal y ajena al mundo.
No hay sustituto para el agua que, además, no hace promesas y suele llenarse de luces para seducirte con su transparencia.
A veces pienso que no hay nadie cuya boca brille tanto.
El amor gotea y se va acumulando en una vasija de porcelana donde me lavo la cara cada día al levantarme.
Por la noche desmaquilla mejor que cualquier fórmula japonesa, cierra los poros y elimina imperfecciones de la piel.
Cuando gotea sangre, como ahora, los pómulos se tiñen de un rubor exquisito y hasta se difuminan las ojeras.
No hay mal que por bien no venga, así que la violencia que canta está afónica de ausencia, pero tiene el rostro resplandeciente.
Eugenia Díaz Mares
Meditando
En las pupilas se quedaron añejos tus anhelos porque no pudiste encontrar atajos para llegar a realizarlos ni lograste inventar una excusa para hacerlo.
Observas en tus manos solo sombras y te tiemblan, deseando sacudirlas hasta cambiar de piel, aunque te duela.
Deambulas por las habitaciones imprimiendo tu silueta para ver si la gente que te ama logra ver que existes también para ti, y que, aunque te hayan enseñado a no pedir, entre tus labios habita una madeja de cosas que has deseado queriendo disfrutarlas con juventud y salud.
Te das cuenta que así lo has elegido al aplazar tus cosas por darle prioridad a las de los demás, que se han acostumbrado a verte como ese mueble cómodo que siempre está presente, en el que ellos descansan sin ver cómo te ahogan.
Y te quisieras ir de ese lugar donde te sientes muerta, descansar, hacerlo realidad.
O derribar murallas que has construido alrededor del corazón, reencontrarte, volver a ser tú y observar lo que has hecho contigo, por el apego y la rutina de solo ver el mundo por esa rendijita de ventana.
Idella Esteve
Cristales de otoño
Pero siempre tenemos esa ventana de otoño, esos cristales que nos aíslan aunque nos permiten ver las hojas en vuelo, amarillos y ocres en espirales, y las gotas de lluvia… ¡Oh, esas gotas de lluvia!, esa nostalgia acuosa cayendo, resbalando, esa humedad que llega hasta los huesos y que invade nuestro ser pero que inspira tanto. Mi inspiración es de lluvia, no de viento; es la lluvia de afuera y es la lluvia interior que se desborda sacando el sentimiento, es la lágrima en estado puro que se va sorbiendo a tragos cortos en la copa de los recuerdos que siempre permanece inacabada.
Cristales que hoy se van entristeciendo y se van empañando con el vaho silencioso del suspiro.
Gavrí Akhenazi
Fernet con cola
Fernet con cola y la cosa toma ese tinte de espuma cremosa, oscura, dulce. Empieza por ahí la lengua a relamer la pasión por la muerte y se libera, se libera como una independencia bicentenaria, hecha un poco de lluvia y mucho de calor.
Hoy llegamos a casi 50ºC y todos sufrimos las ganas de matar.
Es esa intolerancia dulce de exigir que hay que ser tolerado, aunque uno no tolere. Mata y muere en el mismo acto de prestidigitación. Se impone o se sepulta. Cincuenta grados sobre las cabezas, las ideas, la voluntad, las ganas y la sed.
Cincuenta grados y un solo tacho de agua, en el que todos vamos cincuenta veces a sumergir la cabeza, con todas sus ideas de derrumbe y salimos chorreando ideas líquidas, licuadas, calientes, abusivas, exhaustas, decisorias.
Cincuenta grados te generan las ganas viscerales de no tener paciencia y entonces, luchás contra vos mismo, luchás por disciplina, porque se debe, por voluntad, por ira contra el clima o porque querés ser el mejor en el acto aquel de resistir.
Después llegás al mundo de los buenos, que tienen ventilador, aire acondicionado o viven en las zonas donde el mundo es invierno. Y vos venís así, casi en cenizas, iracundo de haberte chamuscado en nombre del deber, todo el puto día ese caliente que te comió desde el sudor al habla.
Venís y ves que hay gente que está bien, que mira el mundo desde su tranquilizador ombligo anónimo de gente que está bien en un mundo que está patas arriba ¿y qué hacés? ¿Revisás el cargador del arma a ver si los pescás desprevenidos y le quitás un peso inerte al hambre?
No.
El calor te dejó tan sin ideas, que te ponés a discutir de Roma.
Ergo, terminás igual que terminó Bizancio. Sin nada que decir y plagado de muertos imposibles.
Así que yo les dije: Fernet con cola para «todo el mundo por el que se supone que vamos a morir».
Igual que una luna en llamas que en metáforas se empoza damos a luz la palabra con cruces de la memoria. Abrimos senderos íntimos que dejan al mar sin olas y la tinta sangra y sangra por nuestro parque de sombras.
Pero ocurre algunas veces que el sol se nos desmorona y no podemos plasmar el grito, el llanto, el aroma del alma que va por libre sobre el blanco de las hojas y es cuando miro al reloj despojado de sus horas y en el mapa de mis ojos se reflejan las palomas.
Cuando la música llega a desaguar en mi boca, la poesía me llama con su voz arrulladora. Entonces me arrugo en mí igual que una caracola y en introspección me escribo y el poema se desborda.
Pero ocurre algunas veces que el sol se nos desmorona y no podemos plasmar el grito, el llanto, el aroma del alma que va por libre sobre el blanco de las hojas y es cuando miro al reloj despojado de sus horas y en el mapa de mis ojos se reflejan las palomas.
Cuando la música llega a desaguar en mi boca, la poesía me llama con su voz arrulladora. Entonces me arrugo en mí igual que una caracola y en introspección me escribo y el poema se desborda.
Iza velas compañero timonel de las palabras y a la orilla de las horas ponle música a tu alma dirigiéndote sin miedo hacia el noray de mi abra donde rugen los silencios y los siglos de nostalgia.
No tengas miedo y expresa qué te duele, qué sed alta te está quemando por dentro y se enraíza con saña en el fondo de tu mente, las palabras susurradas que temen salir al aire y son aves que no cantan.
En mi isla de sigilo allá donde guardo el arca de metáforas y versos siempre encontrarás la calma.
Amigo de tus amigos no defraudes a tu dama.
Ella guarda mi armadura yo en el alma su requiebro, pienso llevarme a la tumba este amor, todo desvelo y no pienso olvidar nunca su nombre de altos cerros..
Por favor, pido a la luna que cuando crucé mi cuerpo el túnel a sierras pulcras me devuelva su recuerdo y le susurre a mis dudas su mantra edénico entero.
Ella guarda mi armadura, yo en mis arterias su verso, mi pasaporte de runas para salir del infierno:
¡Son poemas de alta cuna!, dirá seguro el barquero.
Ella guarda mi armadura, yo su sonido en stereo
Morgana de Palacios & Gavrí Akhenazi
Pleamar
En las islas de tu nombre hay pájaros veraniegos.
Un hecho del mar, tu boca, para mi río de muertos que desagua algunas veces sus peores pensamientos en su rutina sin sol sobre tus playas sin miedo.
En las islas de tu nombre hay pájaros extroversos.
Un hecho del mar, tus pájaros sobre el camino desierto que sobrevuelan constantes –como a historias de misterio– la sequía de mis pasos desprovistos de alimento.
En las islas de tu nombre hay pájaros a destiempo.
Un hecho del sol, tu mar acantilado de besos, amurallado de pájaros, desabrigado y esbelto que con sus manos de agua va moldeando mis silencios.
Cuando mi boca se calla, un hecho de amor, tu gesto.
Gavrí Akhenazi
En las islas de tu nombre un cuervo tutela alondras que en lengua romance dicen lo que murmuran las sombras.
Cuando el sol quiebra el ocaso y la noche se transforma en la escalada de odio que al sur de tu sur zozobra, me han dicho que los misiles caen a cientos en la zona, que son días de matanzas programadas peligrosas, que las alertas no cesan en sus gritos a deshoras, que se incendian edificios, bosques, desiertos y rocas.
Que siguen acuarteladas en sus cuarteles las tropas, con la paciencia perdida y un «alto el fuego» en la boca que no cumplen las naciones de la muerte expendedoras.
Qué pasará si el poder con su mano temblorosa aprieta el botón del pánico y descarga cuatro bombas contra Irán y los sicarios del terror que en Gaza flota como el venenoso aliento traicionero de las cobras.
La información que nos llega desorienta más que informa, porque pocos son veraces con la realidad rabiosa y menos los que dan cuenta de las manos tenebrosas que en la guerra de desgaste trafica con sangre roja.
Tú escribes por olvidarte un rato de tus pistolas, y yo porque no me olvido de la luz vertiginosa de esos misiles que estallan sobre el rostro de la aurora.
Morgana de Palacios
Décima espinela
Ángeles Hernández Cruz – Ana Bella López Biedma
Encadenados a la esperanza – Paisajes de interior
Ángeles Hernandez Cruz
Ana Bella López Biedma
Hoy quiero que fabriquemos una gran cometa blanca que nos sirva de palanca y arranque el mal que tenemos. En su vela pintaremos flores de vivos colores que ahuyentarán los temores, los llantos y pesadillas. Volverán las maravillas con eco de cantadores.
Con eco de cantadores, volando en nuestra cometa, veremos la silueta del monte de los amores. Te pediré que no llores por los que se han apagado que estarán al otro lado arropando nuestras vidas. Aun con las almas heridas el dolor será olvidado.
El dolor será olvidado y nuestro Teide orgulloso destacará siempre hermoso aunque el día esté nublado. Lo perverso desterrado, nos hará ser más humanos, generosos, más cercanos, aunque quede algún mezquino. La esperanza es como el trino de un canario en nuestras manos.
Abro la ventana. Llueve con su arpegio gris plomizo. En mi corazón granizo y en mis ojos pura nieve. Busco un gesto que me lleve hasta un paisaje de sol, un roce de tornasol a esta foto en blanco y negro. Una sonata en allegro a mi pena en Mi Bemol.
Cruza el portal, el bolsillo lleno de arrojo, aventura, y un toque sin calentura. Juega conmigo chiquillo a ese corre que te pillo que nos devuelva a la infancia. Retemos con elegancia a este tiempo que nos toca. Tiremos a quemarropa sin mirar la circunstancia.
Inventemos mil paisajes de vinilo o mazapan, lugares a los que van solo los que inventan trajes sobre torpes fuselajes con los que subir al cielo. Convirtamos cada anhelo en la real realidad. Solo aquí somos verdad que en su verdad alza el vuelo.
Puedo olvidar mi cita con el médico las gafas, el teléfono o el paso castigador del sol de mi hemisferio pero nunca su voz, ahí no hay trato. Su voz me trae de vuelta del infierno.
Hace algunos otoños, tiempos malos para la de la voz, pedí en secreto a mi Dios sanador en desacato: “Permítele vivir, yo te lo ordeno. Y busca en el jardín de tus finados las memorias de Juan, el marinero”.
Dios cumplio aquel mandato y un catálogo de versos tramontanos y te quieros nos marcaba la ruta por océanos tan solo navegables en los cuentos.
Viví días felices al amparo de su voz medallistica de ensueño olvidando con ello que el naufragio estaba por llegar. Los sortilegios practicados por Dios conllevan altos impuestos que abonar. Ya no recuerdo la letra ni el arpegio de aquel canto que levantaba oleajes en su pelo. Dios se llevó mis barcos, mató a Madison.
Hoy solo reina un Juan: el de los muertos.
Eugenia Díaz Mares
Sin consuelo
(romance heroico)
Yo quise unir mi llanto con el tuyo en busca de consuelo a nuestra pena, abrazarnos callando nuestro espanto de verla que quedaba bajo tierra, perdida para siempre entre las flores al quedar sin aliento y sin estrella.
Rechazaste mi mano y te encerraste en el infierno solo con tristeza; Me has dejado vivir sola mi lucha. Cegada me abrí paso entre la niebla para encontrarte hundido en tu silencio, con candado en la voz y en esa celda donde pagas las culpas que no debes, sin encontrar reposo con tu entrega.
Quisiera descansar y que descanses llorando junto al mar aunque nos duela.
Morgana de Palacios
Baja las armas
(quintetos)
El diablo me observa desde la sombra con gesto displicente, me inhibe el roce con tu boca pausada, la que me nombra en la carrera diaria y hasta se asombra de este empecinamiento que desconoce.
El diablo no sabe de mis anhelos ni de la guerra santa que me desvela. No sabe que atravieso todos los cielos como un águila oscura de altivos vuelos hacia la luz amante de tu candela.
El diablo del tiempo me desespera con sus cambios de horario sobre mis risas, pirocúmulo extraño para la espera del incendio que llega y que persevera cuando para mis ojos te descamisas.
Gavrí Akhenazi
Mar de viento
(romance heroico)
En la ecuación final, cálida y ágil, quiero tu nombre aquí, si es mi derecho ser el que te ha besado la palabra en la infidelidad de los deseos forzandote a vivir de cara al sol las incomodidades del secreto.
No he conseguido pronunciar tu boca con el rubor de un niño descubierto lanzando papirolas de amargura al alféizar sin tiempo de tu tiempo porque me he dedicado a ser el hombre que se ha gastado el negro entre tus pechos la cruda noche en que tu navegante ha debido enfrentar mi mar de viento.
Hemos viajado por la vida entera irrespetuosos y en espacio abierto, porque escribir de cara a tu mirada representa un desnudo a fuego intenso, que derrite su cáscara de espanto mientras nace de él este hombre nuevo.
Te dije siempre, traducción mediante, que el judío te nombra «su consuelo», en esta amante edad que llega tarde a provocarnos el renacimiento.
Nejama, mi nejama, mi guerrera, que empapeló mi tumba con sus versos.
Idella Esteve
Ocaso y ciprés
(serventesios)
Deprisa o demorando recorro mi camino y voy desaprendiendo aquello que dolía por no querer llevarlo al fin de mi destino para que no se torne en mi última agonía.
Se me apaga la luz y se me enciende el llanto; las lágrimas no sirven ni siquiera en la sombra; se abotargan los ojos, permanece el quebranto, nada se nos olvida y todo se renombra.
Y con supremo esfuerzo en momentos extremos hago acopio de vida para verme feliz, -lejanos son las losas, cipreses, crisantemos- sonriendo al horizonte como una buena actriz.
Ana Estepa
Desde que me despierto
(romance heroico)
Desde que me despierto hasta que duermo llevo mi delantal como estandarte, con mi niño montado en la cadera y mi pecho dispuesto a amamantarle.
Desde que me despierto hasta que duermo cocino, plancho, limpio y tejo el aire que se enreda en las curvas de mis venas y me llenan de vida para darte.
Desde que me despierto hasta que duermo espero a que regreses con la tarde mientras pasan las horas y en la espera me dibujo los labios de besarte.
Desde que me despierto hasta que duermo el brillo de mis ojos se reparte entre el vaivén del viento por la hierba y en contar los segundos para amarte.
Isabel Reyes
Nueve lunas
(cuartetos)
¿Ves aquélla mujer mecer la cuna? Parece tan posible y tan cercano tocar el horizonte con la mano, uncirle un cielo nuevo a la fortuna…
Nueve lunas comió una por una ese vientre crecido del rellano; las tibias levaduras del arcano leudaron en sus pechos una duna.
¿Adviertes la patada inoportuna la náusea repentina y el desgano? ¿La larva del antojo a contramano de ese cuerpo por dos, su raya bruna?
La punta del pezón como aceituna que espera el amasar de su artesano ya sueña con la vida mano a mano ¿Has visto a esa mujer mecer la cuna?
María José Quesada
Floración del almendro
La noche se ha inclinado en el almendro rozando su clavícula en las ramas y al ir a recogerse los cabellos caídos hacia un lado de la cara se ha roto su collar de cuatro espejos y todo en el almendro ahora es luz blanca.
Tierras cansadas. Regadíos estériles. Muchachos en el infortunio. Tormenta. Tú. Yo. El sur. Aroma de mormentera. Las siglas que nos protegen. Un dedal de Peter Pan.
Dentro de la expresión literaria existen muchas formas y fórmulas al uso. En este caso, hay una relación muy estrecha entre cada código elegido por el autor para manifestar su mundo interior; cada verso es un código y todos se sincronizan para formar la idea general, pese a la brevedad del discurso y la ausencia de metáforas complejas a la que están acostumbrados muchos escritores.
El título es muy acertado. Conceptos básicos para entender la vida actual de uno son el origen, dónde se nace, el primer amor o relación.
En la encarnación uno elige, incluso, el punto de partida. En este caso es, o parecer ser, el sur de España. Que es básicamente lo que expone a mi entender el autor.
Los primeros tres versos hacen referencia a la situación actual que se vive en el Sur, zona de agricultores, hosteleros y pescadores, mayormente, que se ha visto visiblemente afectada debido a la crisis provocada por la pandemia. Y hacen referencia, también, a la procedencia de los protagonistas: Tú y yo.
El sur, y aquí hablo del sur más al sur del territorio andaluz, es tremendamente especial, al menos para mí. Mis hijas nacieron allí y allí pasé mis primeros años y experiencias como emigrante. Supongo que esa zona a la que se refiere podría ser ya más al interior, Jaén, por ejemplo, donde la geografía es mucho más árida. Aunque hace referencia también a Extremadura, que ya es otro territorio, con ese aroma a mormentera.
En cuanto a Peter Pan, para todo el que no conozca la historia –que es preciosa yyo soy muy de literatura infantil–, la referencia encaja perfectamente y da para que el lector saque su cuenta en relación a los versos 5 y 6, o sea, una relación amorosa desde la pureza de la inocencia de Peter Pan y el primer contacto con el otro.
Luego el verso: “muchachos en el infortunio” se relaciona, también, bajo mi punto de vista con los niños perdidos de Peter Pan.
En la escena del dedal, Peter Pan busca su sombra en el cuarto de Wendy. La encuentra e intenta pegarla a su cuerpo con jabón sin éxito, y es Wendy la que le cose al cuerpo carnal de Peter la sombra.
La sombra es nuestra parte indominable y oscura dentro de la historia de Petar Pan y sin la que él se siente incompleto. Es nuestra versión más salvaje. Es importante para él y también es importante que sea ella, el lado femenino quien le soluciona el asunto. Es la primera vez que ellos se ven. Ella ya es más madura como suele ocurrir con las chicas y de ahí vamos al asunto del beso y el dedal.
Es muy, muy de códigos del cortejo entre hombre y mujer esta escena a pesar de tratarse de una historia para niños.
Me gustó mucho la apuesta en la referencia a Peter Pan por supuesto.
Como ya digo, dentro del viñedo literario hay de todo. Escritores bestiales que no se equivocan en la elección de los adjetivos o en la puntuación o en el esquema que eligen para revelar sus historias. Escriben cuando les da la gana, como les da la gana y en cualquier condición geográfica y emocional sin que afecte a la buena trayectoria del texto.
Escritores tremendamente técnicos, conocedores amplios del ABC de la puntuación, los recursos literarios y de todos esos asuntos importantes también, pero fríos como un glaciar, carentes por completo de la herramienta emocional capaz de conectar sentimental y humanamente con el lector.
Esto último es muy indispensable en la cajita de herramientas de cualquier artista. Las emociones son comunes para todos porque nadie escapa del odio, el amor, la decepción, los duelos. Hay que aprender a lidiar con eso también tanto como se lidia con la técnica.
La originalidad es también útil. Tu poema lo es para como tu lector. Tiene sus riesgos, claro está, escribir un poema así.
Uno puede aprender dónde va una coma y dónde no va un acento y la estructura de un soneto, pero no puede hacer arte y traducir los códigos universales de la vida sin tener ni puta idea de lo importante que es esa conexión autor/lector de la que hablo.
Hay autores que incluso te dirían que no les importa un soberano maravedí conectar con el lector porque escriben para ellos mismos; una mentira más grande que un ovni.
Si usted escribe solo para usted adelante: compre un diario íntimo y entiéndase con él.
La literatura escrita es una transmisión, es pasar el testigo al lector para que el decida y haga con tu texto lo que le apetezca, es una forma más de compartir con otros, de dejar las cargas emocionales sobre otros hombros que no sean solo los del autor, de darle al texto objetividad para poder mirarlo desde una óptica más sana y reparadora.
Partiendo de esta reflexión, el poema es muy de interpretar cada cual lo que se ajuste a su experiencia. En mi caso conozco mucho el Sur, con ese coto de Doñaña que es una maravilla y esos 120 km de playa de la provincia de Huelva.
Decir Sur para mí son muchas cosas. Esa es mi casa. Cuando yo entro en el Sur se me equilibra toda la vida.
Volviendo a los distintos tipos de escritores, también existen los escritores tardíos, no por ello menos escritores (yo soy uno de ellos, y creo que el autor podría caber, también, en esa geografía).
Lo que cuenta no es el objetivo final sino lo bonito del camino y todos los avances humanos y literarios que uno logra mientras recorre ese trayecto en el que no hay, en los comienzos, un conocimiento del oficio, pero sí una fuerza emocional arrasadora y un montón de historias que contar. Historias Importantes que aportan información a nuestra evolución como hombres en general.
La literatura es importante por eso. Los escritores aportamos y modificamos información y esa información va creando una nueva realidad.
En realidad, este último equipo de escritores siempre lo fueron, pese a su tardía entrada en el oficio y su falta de conocimiento técnico. Algo que se puede, sin duda, aprender si uno confía en que lo conseguirá y es humilde y trabajador.
Es increíblemente sorprendente como la obra de un autor muestra con claridad los cambios en la consciencia, en su ego, en su humanidad, ya sean para bien o para mal. Eso es lo más grande que nos aporta la escritura a los que padecemos la fiebre de escribir. Al principio uno empieza compitiendo con el resto y acaba compitiendo contra uno mismo en una carrera de fondo por ser mejor persona.