Morgana de Palacios, poemas

Malditas

Sé que podría hacerlo.

Podría porque es fácil
meter sexta y huir de lo que me repele cuando miro
por el ojo violeta de mi última amatista,
y entrar en la tertulia de lo etéreo.

Podría unirme al coro de malditas
con mis obras completas
y la desilusión como estandarte.

El cómo es lo de menos
-siempre hay formas-
pero el porqué no es nunca suficiente,
salvo que el egoísmo de ser tú
-en exclusiva tú-
rompiera cualquier lazo con la tierra,
que allá se las apañe con sus contradicciones
y sus poetas únicos
y con su paradoja de dolor sublimado
y con sus ideales opiáceos.

Podría cualquier tarde

en la que Plath o Sexton o Pizarnik o Teasdale o Storni

-mientras hago un sprint bajo la ducha-
me hablan del vacío existencial
con un frufrú de seda en la palabra
y la mirada vacua y el sarcófago
flotando inercialmente sobre el tiempo,
y casi me convencen
de que el mayor error es seguir viva
matándote por otros.

Ninguna derrotó al Arcángel del Tedio
ni sedujo a sus dioses de papel
ni mató sus demonios interiores.
Yo tampoco.

Estar cuerda no siempre resulta ventajoso
porque duele el espíritu y acaba resentido,
pero soy algo más que el aura negra
de mi farsa poética.

Yo soy mi rebeldía.


Detener el tiempo

Vas a heredar mi boca cualquier día,
esa naranja amarga de adulterio,
mi lengua de tormenta que incisiva
hace crujir las gavias de tu aliento.

Heredarás mi voz de jarcha y sable,
mi cetro de cristal, mi amor sin dedos,
mi astucia de tarántula perdida
en la vasta inquietud de los espejos.

Mi látigo de seda, la distancia
que va del corazón hasta los huesos,
la hondura roja y gualda de mi idioma
bajo el azul y blanco de tu verbo.

El pulso de la luz con que destella
el nombre que le puse a tu misterio,
los confines del Norte que limitan
con mi fatalidad de oscuro enebro.

Vas a heredar las cartas del ayuno,
las horas de vigilia en el trapecio
donde colgué tu sol dilapidado
en el calor de mis poemas muertos.

Cuando te lleguen a los ojos, cava
una fosa en la tierra de tu pecho
y olvídate de mí en el instante
en que me entierres cerca de tus miedos.

Cuando sientas que el aire huele a rosas
será que han florecido los silencios.


Lengua de sol

Qué cerca estás de mí, vida, qué cerca,
qué hondo me penetra tu palabra,
con qué fuerza tu fuerza me esclaviza
y con qué levedad me pone alas.

Nadie espera de mí, vida, que amarte
sea como saltar las alambradas
de la calamidad, nadie supone
que tu hombría asesine su algarada.

En qué cenote oscuro me verán
nadar contra corriente turbias aguas,
que no imaginan, vida, que estoy viva
sobre la curvatura de tu espalda.

Duele la claridad aparatosa
de tu lengua de sol en mi ventana.

Gavrí Akhenazi, prosas

Imagen by Steven Wilson

La piel en la montaña

En esa serenidad rústica nos volvíamos antiguos como amuletos. Algo nos había transformado en domésticos, adaptables y plásticos ante las inclemencias, lejanos a los truenos y a las rutas de hormigas sobre el banco de piedra de un jardín en las afueras de una ciudad vacía.

No esperábamos nada. Estábamos ahí, sencillamente, como perros tostados que se ocupan de bostezar al sol convencidos de que ciertas cosas nunca llegan.

Solos.

En esa precariedad descomunal, a veces, nos ocurría la presencia de un niño.

Llegaba hasta nosotros como un soplo y nos observaba como a seres de zoológico. Luego se iba. Regresaba un buen rato después con otro niño y se detenían ambos a mirarnos. Nosotros seguíamos allí, en la jaula de nosotros mismos, dejando discurrir la soledad sobre aquella intemperie desorientada y trágica en la que trabajábamos con vocación de ruinas.

Al fin, aprendimos a jugar con los niños. Nos devolvieron un trozo de la curiosidad y un pedazo mordido de alegría que nos alimentó durante meses.

Los hombres eran duros como nosotros, pero como nosotros, en el fondo, parecían, ellos también, niños.


Punto de mira


Piensa, mientras regresan trayendo los muertos a hombros por la piedra, que la devastación le ocupa sus lugares rotos.

La devastación es el anfitrión de sus eclipses. Se acomoda en sus sombras con su gesto de sombra ungida con todos los poderes del silencio. Sabe que él no le hace falta. Sabe que es su costumbre para no dormir sola en esos inviernos interminables, mientras, como una gota de frío, se acurruca en su propia redondez humedeciendo de tacto las aristas de los hombres.

Él ya no es dramático si alguna vez lo fue. Los dramas le enseñaron a ser parco de asco y a ser parco de amor; nadar en una yuxtapuesta indiferencia a contraluz de la fama y de la gloria, hacia la oscuridad de su consigo; dejarse a la deriva de las músicas que escucha solamente él, porque las músicas son recuerdos sonoros de tantas cosas que han enmudecido y se enmohecen en su estado de ser.

Piensa en esa falta de catástrofes como en su gran catástrofe. Ya no le asusta ni siquiera que no lo asuste nada y ha perdido hasta la codicia de sorpresa. No le causa sorpresa que no lo asuste nada de toda esa devastación incalculable.

La soledad metódica es un vicio de todos por allí.

Alza los ojos al espacio grávido e inconmensurable de aquellas montañas pero no siente el cielo.

Como ellos regresaban con los muertos, desde el valle, los niños regresaban con las cabras.


Vieja carta sin destino aparente



«Recuérdame, amor mío, que te escriba una carta hecha con aves rubias. Una carta con aves y conejos de color caoba que disipan el sol y alzan espacios de polvo fabuloso.

Recuérdame que escriba sobre las contingencias de tus pies diminutos en la nieve, cavando los caminos de regreso con aquellos zapatos mínimos que parecían botellitas de sangre. Eran rojos tus zapatos como mis vendas rojas y como las frutas pequeñas y redondas que recogías entre las zarzas áridas. Come, decías, son dulces como pequeñas gotas de alegría.

Tu alegría era roja igual que una manzana. Tu alegría era una mancha roja que mordía mi pecho herido y pálido, y se deslizaba como un río rojo pintándome singladuras de pájaros en un paisaje donde no había nada.

Recuérdame, amor mío, como eran las tardes milenarias junto al fuego en la estufa y tu perfil de claridad contra la curva hostil de la floresta. Dame esa mansedumbre de tus ojos de hembra de gamo que se oculta del oso y la sonrisa por detrás del ala de tu cabello suelto.

Ya no recuerdo más que el olvido. He perdido el nombre de las flores que juntaban tus manos y no sé nombrar el zureo de las palomas que llegaban al pan, de tarde en tarde.

Recuérdame tu boca. Recuérdame tu lengua. Recuérdame las aletas de tu nariz al borde del enojo y la fecundidad de tus pestañas frente al llanto.

Recuérdame tu aliento y tu silencio y el suave derrotero de tus caderas presas en mis manos y ese fondo lacustre de tu aroma ungiéndome la boca.

Recuérdame que me recuerde siguiéndote el cabello como un perro y la aventura de los viejos caminos en las cumbres donde las piedras cantan hondas voces de agua.

Recuérdame, amor mío, si acaso soy aún esta soledad que no ha cambiado».




Terminé de escribir la carta que me había pedido para su esposa y mientras se la leía, mi compañero sin manos murió sonriendo.
Yo lloré.

De: Ius soli – Primer diario del Kurdistán

Eva Lucía Armas – John Madison, contrapunto poético

Imagen by Mchael RossI

Bien esmaltada

Mi viejo color rosa ha madurado
hacia el fondo de mí
y este que uso ahora se me parece más
porque tiene esa impronta a cocimiento
que lucen las cazuelas esmaltadas.

Soy ya de arcilla bien modelada y firme,
un cuenco para sopa en el invierno,
un ánfora de agua,
un plato con un guiso suculento

y así degusto a solas mis manjares.

Ya no convido a cuanto peregrino
da golpes a la puerta de mi mundo
ni a tanto trashumante trasnochado
buscador del pastizal de altura.

No creo en los mendigos que sollozan
males de amor
ni en otros mendicantes que ruegan por apósitos.

Tuve mi etapa de credulidad
porque quise creer.

Pero las tonterías tienen las patas cortas
igual que las mentiras.

Ambas nos hacen
daño.

Eva Lucía Armas


Tu color

Me gusta tu color
Dios bien lo sabe,
tu color de princesa sin corona
sin trajes ni aspavientos. Tú me gustas
porque tu voz convierte mis angustias
en divino placer.

Tú mi amapola,
tú el bolero mejor de mi vitrola.

Me gusta tu color: mi Dios lo sabe.

John Madison


El hombre en el balcón

El hombre en el balcón arroja incienso
a la calle poblada de guirnaldas
y festeja en la sombra a las estrellas
que le ocupan la voz y la garganta.

El hombre en el balcón canta en silencio
con voz de sol tallada de guitarra
y acróbata en el aire teje espumas
desagregando olas en fogatas.

El hombre aquel en el balcón me gusta
porque su voz es indisciplinada
pero alza vuelo sobre malos vientos
o se duerme en las noches de las playas
cuando se terminaron las gaviotas
sobre el clamor del agua.

El hombre del balcón tiene en la lengua
todas mis amapolas
desangradas.

Eva Lucía Armas


ORÍ

De vez en cuando el hombre de los versos
perdía la ilusión por la palabra
y marchaba a su reino, con sus muertos,
a llorar en silencio sus rondallas.

De vez en cuando el hombre de los versos
dejaba de ser hombre, no era nada.

Y como ocurre (siempre) en las historias
escritas en el libro irrevocable
de la vida, llegaba a la discordia
del hombre azul de boca insoslayable
su mujer en espíritu, su novia
su mustang cobra mágico, su trance.

La dueña de su *Orí, su pan de gloria,
su deuda no resuelta irrecordable.

Llegaba esa mujer y recogía
sus lágrimas de Juan Martinez Frágil
y a golpe de romance construía
un nuevo corazón,
un nuevo mástil
una nueva galera,
un Juan vigía
para ahuyentar las voces de las banshees.

Llegaba su mujer:
Eva Lucia,
con su amor de vestal insobornable.

John Madison

Ronald Harris, prosas

Tu sombra en las cortinas

En las habitaciones vacías pena tu sombra, silente de perplejidades, austera. Nada, sino su anodino ritmo en las cortinas. Nada, sino la tenue insolencia de su paso, difuminando estos anhelos ateridos, vástagos de una pérdida, olvidados. Yo no tengo más que la pupila de estas noches, atormentada. Yo no tengo más que un espacio lleno de viento, aquel maléfico sonido parecido a un alma; rito de la nada buscando abrigo. Yo no tengo más que mi duda, vacía, vacía y bella como tus tobillos; oquedad que danza en el despeñadero de un espejismo parapléjico. Un sueño se adentra en la espesura, mis dedos lo sienten pasar, lo tocan sin remedio, y lo pierden.


Carolina

En tus manos no hay destino, sólo este imperio de sombras azules, y ese largo y ebrio cascabel donde juegan tus dedos a matar mis eternos insomnios sin sosiego. Y sólo soy cuando me tocas. Sólo soy cuando tus ojos me crean, y el feroz aparato de mis horas comienza a moverse, chirriante y devastado, reloj que en mi pecho cruje, metálico, por cada segundo de este ardiente espejismo que son tus ojos en mí, sobre mí. Te huye el mar sin duda, así como todas las cosas de las que estoy hecho te buscan sin remedio por el mundo. Como los alfileres a su imán. Como las abejas a su reina. Así mis huesos se arrastran hacia ti, cada noche y cada día de mi inútil existencia.


Divagaciones para el retorno

No estaba en el apetito la encrucijada, ni en el medio de esas piernas la respuesta. Había una gruta si, donde dejar la agonía por un rato; un momento que de no ser tan finito y fugaz, sería ciertamente similar a la alegría. Y caducamos los sueños esperando nuestro cometa, uno que quizá no venga a salvarnos. Pero que importa la salvación si al otro lado estás tú y la posibilidad de la sorpresa.

..
De frente a las mareas Dios vigila su creación. El viento sopla su nombre sobre el brillante lomo de las gaviotas, y recorre las costas gritándolo en susurros que exaltan oro de la arena y del caracol, y de las barcas que muerden el tiempo que les devora bajo el agua, cuando las Eras de sal acumulada en sus barrigas húmedas, se convierten de pronto en las estrellas de aquel cielo que fuiste junto a mí. Porque conmigo siempre fue la mejor época, la tierna intensidad de las cosas que terminan; ese hermoso y cruel refugio que fue el amor.


Hay cosas que no se deben tocar, cosas que no se deben repetir ni en secreto.


Y el cristo ensangrentado que habita en mi corazón grita mientras beso el luto blanco de las noches sin ti.

Selección de poesía de Ronald Harris

Imagen by Stefan Keller

Pasos sin huella

el lobo que aulló dulcemente tras tu puerta cede al asombro
ante la levedad de tus pasos sin huella aparente

es que quizá la arena que cubre la memoria
no sabe el peso de tu pie

ni la forma de tus dedos cuando pasan sobre mí

evita entonces los nombres del odio que te muerden la sinapsis
como un Cristo rojo ardiendo en las neuronas

recuerda

no hay pájaros que trinen lo suficiente en esta jaula
para despertarnos del olvido


Gusanos del olvido

se alargan hacia una nada triste las orillas
de todo destino posible

dónde estás

me crecen las palabras
y se me mueren en los labios organizadamente

a veces parecen versos

dónde estás dónde estás

se pudren dulcemente mis histerias en tu busca
y se duermen a veces en ciertas playas
acurrucadas sólo en algunos paisajes

dónde estás

quizá te escondes en el ojo del miedo
o en la esquina sagrada de una tragedia

y quizá ya no existas y quizá
deba alimentar mil años a los gusanos del olvido
para hallarte


No hay tiempo que perder

no hay tiempo que perder no hay tiempo
caen pájaros en tu lengua transparente
cae el presente cuando no estamos en vigilia
y la estatura de los ojos cuando te buscan
ya no alcanza a ver el laberinto

no hay tiempo que perder huye conmigo
sigue estas palabras

no hay tiempo suficiente cuando volvemos del olvido
no hay tiempo que perder cuando no somos
no hay tiempo que perder cuando perdimos

Minimalismo, Jorge Ángel Aussel

Imagen by Schäferle

Los sueños que nos hacen realidad



Solo los malos escritores siempre consiguen escribir
el libro de sus sueños.


*

Hay quienes solamente sueñan
con hacer de la vida de los otros
una verdadera pesadilla.


*

Soñar con la muerte,
en cualquier caso,
es un sueño premonitorio.


*

Cuando despiertas de un sueño
es porque el sueño terminó.


*

¿Qué importa que tu sueño se realice,
si tu sueño te realiza?


*

Si tienes un sueño debes saber
que el mundo entero te apoyará
para que lo dejes.



*

Atención:
Mientras espera el tren de los sueños
manténgase alejado del borde del andén.


*

Intentan que desistas de tus sueños
porque los dejarás en evidencia.


*

Un sueño es eso que nos atrae
como un espejismo
y nos muestra
como un espejo.



*

En el hotel de los sueños
solo se hacen reservas por adelantados.

*

Existen dos tipos de personas:
las que persiguen sus sueños
y las que persiguen a quienes sueñan.



*

Visualiza tus sueños,
le dice el necio al ciego.



*

Cuando un sueño se me rompe
puedo ver lo que llevaba dentro.


*

Que la realidad se haga sueño
sería un sueño hecho realidad.



*

Un día sueñas con cambiar el mundo entero
y al otro apenas con seguir
entero y soñando.


*

Hemos logrado interpretar todos los sueños
pero casi a ninguno de todos los soñadores.


*

Hay quienes compartiendo la cama durante años
jamás han compartido un solo sueño.


*

Vives la vida a pleno
cuando tu sueño es tan grande
que te da insomnio.


*

Los sueños con estrella
nacen con un plan bajo el brazo.


*

La calle de los sueños
no está pavimentada.



*

El político suele ser un experto
en hacer los sueños irrealidad.

Selección de poemas de Ricardo Fernández Esteban

Imagen by Luca Finardi

Un año de pandemia

Un año sin abrazos y sin besos,
sin cenas y sin copas con amigos,
manteniendo distancias, sin mostrar
los rostros ni las almas, olvidando
nuestra forma de ser y convivir.

Un año en que perdimos allegados,
sin poder ni siquiera despedirlos,
más allá de un recuerdo por las redes
que suena a frase hecha, a burda excusa
por no poder acompañar el duelo.

Un año que reduce nuestras vidas,
en un punto del cauce muy sensible,
porque ya queda poco para un mar
de horizontes perdidos, bajo brumas
que no albergan islarios de refugio.

Un año que no acaba, que prosigue
entre nubes que ocultan aquel sol
que iluminaba rutas de ilusiones.
Será una lucha larga y, si hay victoria,
precisará perder muchas batallas.

Un año en el que el miedo se ha instalado
como clave de bóveda y la gente
se confina olvidando que la vida
es aceptar vivir burlando al riesgo,
pues no suman los tiempos de prisión.

Un año que he perdido y no sé cuántos
tendré para olvidar. No quedará
por mí el intento de empezar de nuevo,
si prosigo el camino está por ver,
hará falta esperar a otro poema
.


Selección de haikus

Otoño

Llega el otoño,
cambia el color del bosque,
las hojas mueren.

En la agonía,
se visten de colores
antes del luto.

Cuando fallezcan
alfombrarán la tierra,
con mantos pardos.

Circula el tiempo
y los bosques reflejan
sus estaciones.


Este jardín estima
sus notas de color,
haikús con rima.


Las buganvillas
de las Joras de Grecia
son maravillas.


Las amapolas
que enrojecen los campos
nunca están solas.


La margarita
cuando cuentas sus hojas
te da o te quita.


Pero la rosa
es de todas las flores
la más hermosa


Virus y síndrome de la cabaña

Esto ya dura más que un embarazo;
quién nos hubiese dicho que tamaña
pandemia incidiría con la saña
de este corona-virus, ¡qué mazazo!

Y lo peor será que por rechazo
nos coja el “síndrome de la cabaña”,
ese miedo a salir, la telaraña
que te atrapa en tu hogar con mental lazo.

Neguemos luz al monstruo microscópico,
venzámoslo en el cuerpo y en la mente,
salgamos de la cueva y abracemos,
besemos, y comamos con la gente.
No me taches de ser un tonto utópico,
sígueme, simplemente, y venceremos.

Selección de poemas de Gavrí Akhenazi

Imagen by Andras Sziffer

Elogio inerme

No me imagino ahora,
en este tiempo de rudimentos que se vuelven anclas
y la jaula libera con sus fondos de humo
los pájaros armados en que nos convertimos
para salvar el vuelo.

Hemos salvado, también,
algunos pocos cantos al cabo de la risa
como la conjetura de estar vivos a pesar de estar vivos.

Venías tan inerme de nobleza a ofrecerme las rosas de tus balas
que era imposible condenarte a muerte
ni en batalla ni fuera de la guerra de bien que proponías
sobre arpones, puñales y armisticios
que hablaban de pañuelos y de trenes que no saben llegar
si no es descarrilando en tus andenes.

Venías tan desarmada con tus armas,
con esa gravedad del verbo grávido sobre la lengua impura,
con el gesto pausado y detenido de la mano que es sabia
en amansar rincones con cadáveres

que tuve que mirarte.

Y luego, ya no dejé de hacerlo como se mira el mar
con esa nostalgia sin premura que poseen los puertos en invierno
y esa costumbre mansa
de animal que se refugia en sí cuando la noche
es más amplia que el aire.

Un riego por goteo en este yermo
un día y otro día y otro día
hasta el ancho momento de los verdes.

Ahora, no sabría cómo no verdecer en la sequía
sobre la que tu boca me acontece
alimentaria.


Caída libre

Esta deriva de pequeños gestos
envuelve las ausencias con un hálito oscuro
que arremete sobre las condecoraciones
y se expande
con una suavidad de labio

hermético
turgente

agranadado como si de él brotaran verbos viejos.

Caen aquí.

Todas tus palabras caen como caen las reminiscencias
en el vértigo y en el esplendor
como si tuvieran su propia Shangrilâ
en un rincón del tiempo en que la vida moja sus historias.

Viajo despacio en este velero impenetrable
y hay en el aire una hondura que ha perdido las alas
porque tus pájaros

ásperos y metálicos como si fueran pájaros de guerra

se zambullen dentro de mi boca
para escribir las palabras descorazonadas
las palabras irrespirables
las palabras que parecen bruñidas por un zapatero de brujas

no de Cenicientas.

Entonces, solo para tu boca
unto de sangre a mi propio verbo
como si escribirte fuera un parto distócico

y el poema, mi alma.


Preso del fuego

¿Cuántas veces la muerte me ha pisado la sombra
y ha teñido mis manos con su oscura calaña?
¿Y cuántas otras veces la ha escupido mi boca
como un hueso podrido que me ha podrido el alma?

No sabría contar las voces de violencia
que atraparon sin rumbo mi poca algarabía
ni las veces que herido he rasgado la tela
de tus versos, con saña, para vendar mi vida.

Retorcido, malsano, mal curado, mal muerto,
que escribe lo que piensa cuando no siente nada
o siente demasiado su oscuridad de ciego

soy bicho malhadado que recubre con karma
a su letra rabiosa y al perverso deseo
de inmolarte algún día a su férrea esperanza.

Selección de poemas de Ovidio Moré

Imagen by Stefan Keller

Los mitos y yo

I

Yo soy como Eleguá, soy el portero,
soy carne de cañón, primera plana,
un pez en la pecera, la ventana
al mundo desigual y puñetero.

El alfa y el omega; y al primero
que azota el vendaval de la mañana.
Soy ese  rojo círculo en la diana
que aguanta los flechazos del arquero.

Yo soy como Eleguá, abro el camino

donde la claridad  se manifiesta
al fondo de un oasis clandestino.

Pero tras el espejo nadie apuesta
por la pulsión cifrada de mi sino
y sigo en la ignorancia, sin respuesta.



II

Yo soy un torpe Sísifo que sube,
empujando una roca hacia la nada,
sabiendo que la ruta está cerrada
pues no debo volver a donde estuve.

La cima queda lejos de la nube
que debe conducirme hasta la entrada
de una vida piadosa o disipada
donde el miedo al dolor nunca se incube.

Y aquí sigo, escalando esta ladera…
Sí, es absurdo, Camus bien lo sabe,

mas siempre he sido adicto a la quimera.

Quizás la solución sea que un ave
en ígnea combustión (Fénix de cera)
del círculo inmortal me de la llave.



III

Yo soy, también, un nuevo Prometeo

que en busca de otro fuego se ha perdido
y yace  en un peñasco, mal herido,
viendo pasar la vida, aunque no veo.

Al alma le entregué el rojo trofeo
que quema la palabra,  y en el nido
me alumbra cada verso conmovido,

cuando a tinta y a sangre yo lo creo.

Y después viene el pájaro iracundo
a cebarse en mi carne de poeta
dejándome sin credo en un segundo,


y vuelvo a ser la inane marioneta…
Hijo de Calderón: un Segismundo,
un fantasma, una sombra, una silueta.

IV


Pero nunca fui Narciso frente al lago,
ni Aquiles sin escudo, o Mackandal,
ni el díscolo Sileno, ni el leal
Cancerbero del mundo de lo aciago.

Nunca fui ningún brujo, y menos mago,
ni santo, ni cemí, ni inmemorial,
ni un ídolo de barro, ni ancestral
orisha, ni el apóstol de Santiago.


V

Tampoco soy proclive a la fiereza,
a no ser que me toquen las narices,
entonces soy un tigre tras la presa.

Y si tengo que mostrar mis  cicatrices

lo hago sin pudor, y con crudeza,
desvelando, sin miedo, sus matices.

Selección de poemas de Leonardo Zambrano

Imagen by Manfred Antranias Simmer

Tema

¿Cómo podemos encontrar la luz en la soledad?
Cuando las manos labran en la voz al tocar el sol.
Cuán grande es el verbo en nuestros lamentos
y la prenda que nos pinta esa fe en las sombras.

Hoy este insólito pretérito manoseó mis silencios
jugó en el papel hasta arrancarme una lágrima
y no me aparté de nadie en sus mismas muertes…
…Ni salvé un beso, al poner señales donde las di.

Cuál mi narcisismo despertó todos mis espectros
este poema se acerca a la lujuria que concebí sutil
grande y elocuente en mis deseos indescriptibles
inexplicable porque la hora fue siempre tiempo…

…la suyas en sus sesenta minutos tocando estrellas
las mías en la luna entre el cabezal y sus fantasías.

Mis horas y las de ellas siguen siendo eternas…


II

Hoy día he perdido a un hijo,
sin ser mío lo siento triste y llorando
su padre no lo aceptó y no fue eco
hoy partió con todos sus silencios…

Nadie se enteró cuánto es sufrir
y ahora el llanto se nos pega en la cara
por no entender lo que sucedía atrás
sin embargo sentir es una tumba más…


Recuerdo de mi pasado

Aún siento esa noche tan lenta y tan húmeda
cuando mis labios se despidieron de su alma,
aún siento esa noche con su soledad profunda
una lágrima más con sus marcas en el tiempo…

…mi propia demencia.

Selección de poemas de Ana Estepa

Imagen by Robert Balog

Tu nombre

Cada vez que te nombro, reverdezco,
dejo de ser un nicho cotidiano y oscuro
y el mundo se hace luz iridiscente.

Tu nombre me acaricia la garganta
si brotan de mis labios
susurros que en el viento
son pájaros nocturnos,
que vuelan para darte
tu nombre con mi voz bajo las alas.


De nuevo tú

Estás aquí de nuevo
con un cuerpo distinto y otro rostro,
mas la misma mirada
que me hizo cruzar la frontera prohibida,
en donde caminamos los secretos
que quedarán por siempre en la memoria.

Otra vez eres tú,
creador de pulsiones, artesano de estragos,
quien me busca y me halla.
Yo, que ya encontré un hueco bajo tierra
para ser invisible ante tus ojos
estoy aquí
latiendo y tuya.


Interrogantes

Adónde fue a parar el amor que inventamos,
las horas en la cama alejados del mundo,
dejándonos la piel entre los dientes.

Dónde andará la voz que se prendió en mi pelo,
las historias, los mapas que navegamos juntos,
desnudos, ante un mar inabarcable.

He buscado debajo de los muebles,
dentro las paredes que todo lo escucharon
y que todo lo observan, silenciosas.

Sólo quedan las manos que agarran los cimientos
de una construcción estrafalaria
sobre un lodazal de arenas movedizas.

Selección de poemas de Silvio Rodríguez Carrillo

Viene a mí

El amor, sustantivo que esquiva mi boca,
atropella los blancos que visten el libro
de combates a muerte que cargo en los ojos
heredados de selvas y ríos granates.

Tan sencillo vocablo, jazmín que no muere,
se me instala en el medio mortal del silencio
que, sin música, danza en mi pecho sus números
sabedores de versos, de jueces y biblias

Con temor me confieso enfrentado a la sombra
de un pasado que busca la triste pobreza
y un futuro terrible de fuerza que tiende
a lo bello del puño venciendo de un golpe.

En camino a mis labios, al gesto sencillo
de mi mano tomando su historia, mi chica
se sonríe sabiéndome cerca, latiendo
en el antes del tiempo el después del presente.


Roma nunca cede ni fracasa

Yo trabajé tranquilo la alegría
que muchas veces traje a nuestra mesa,
y en silencio aprendí que no interesa
al tullido ninguna cacería.
Al que sólo le importa su valía
el brillo ajeno duele; le incomoda
que el triunfo pueda estar casi de moda.
Exulta entonces, firme, sus dolores
sus embustes nocivos e interiores
en los que cree, puros y sin soda.

En ese tiempo andado mi mirada
se fijó en la manera tan amable
en que te convertían en culpable
los que no laburaban la jornada.
La culpa, los prejuicios, ¡qué jugada!
y yo buscando premios, medallitas
que me negaban mentes no eruditas
porque «podría hacerlo mejor», claro
«si para eso estudiaste, qué descaro,».
En fin, mejor dos tetas infinitas.

Confieso que tardé más de la cuenta
en anotar la trama y confesarme
que yo lo permití, que ya vengarme
sería cosa inútil, mala venta.
Dejarlo diluir como una menta
que se pierde y se olvida, que se pasa
porque algo más me dice y sobrepasa
lo que fue y que pasó, porque seguimos
siendo menos los pocos que sentimos
que Roma nunca cede ni fracasa.


Pesas y medidas

Cuéntame las aristas de tu meta
para que sin errores determine
qué posibilidad de que germine
tiene -y sin palabritas de poeta-
.

Y mejor si me dices de los bienes
de la plata y del oro que con ganas
donarás en las noches y mañanas
por plasmar lo que portas en las sienes.

Mas si acaso no gustas de gozar de tus dotes
y disfrutas del arte de ignorar a quijotes,
ni por Cristo te acerques al que intenta, sin llave

abrir con disciplina las puertas de una nave
que lleva a la alegría del acto consumado,
del coito en la mirada del guacho sin pasado.

Selección de poemas de José Carlos Hernández

Imagen by Luisella Planeta Leoni

La buena envidia

Me abruman los poemas que no entiendo
a pesar de leerlos varias veces.
En tantas ocasiones no siento buena parte
de todo lo que quieren expresar.

Densidad discursiva
intrincados lirismos
imágenes veladas, tan sutiles,
son los recios escollos que me atoran.

Se me llenan los ojos de palabras
sin esponjar mis vísceras dispuestas;
no se abren las ventanas de mi compresión
ni consigo envidiar a quien lo escribe.

Pero no voy a exigirle a los poetas
que acomoden su estilo a mi discernimiento.

La subjetividad es más ágil que yo
y acepto ser la cola del ratón
que nunca hace preguntas arriesgadas
por miedo a no saber descifrar las respuestas.

Si soy yo quien compone
procuro resultar inteligible.

Son buenos mis propósitos poéticos
mas luego me envilece
alguna ingobernable tentación
y en los ojos me lloran mis palabras.


Despertares

Me despierto y las ansias de hablar de ciertas cosas
me llevan a pensarte.

Aunque también quisiera naufragar en tus labios
conquistar tus cabellos y ser un condenado,
preso en las orfandades de tu cuerpo.

Pero lo reconozco complicado.

En vez de presentirte en la distancia
debería soñarte en el lugar seguro
donde, al borde del mar, la ilusión nos engañe
haciéndonos creer
que seremos los últimos testigos
de las muertes del sol.


Instante paraíso

Si adviertes mi versión que te confunde
no vuelvas la mirada hacia otro lado.
No seré diferente al que fui ayer
con mi pisada al borde del sendero,
labrando un caminar de ojos hundidos
temiendo los desdenes de otros hombres.

Y ante la retahíla de fracasos
que han ido jalonando mi existencia
aleja de tu gesto la repulsa
alimenta el valor que aún conservo
pues lograr el laurel de tu interés
será como un instante paraíso.

Selección de poemas de Daniel Adrián Leone

Imagen by Andrè Mouton

Entre dos

Me siento raro
como si acabara de despertar de unos de esos sueños
en los que las batallas se suceden como si fueran imágenes,
perdido en una geometría caprichosa
en la que, distancias, volúmenes, resultantes
no obedecen a ninguna regla
ni lógica ni arbitraria.

Vivo en una ausencia que no brilla
ni se escucha
tan perfectamente incapaz de dejar rastros
como de preanunciarse siquiera como sombra.

Fácil sería caer en echar culpas a las incertidumbres cotidianas
o encontrar algún expediente imputable en el archivo de lo contingente.

Bien podría, por ejemplo, decir:
se trata del desfasaje de esta realidad estúpida en la que estamos presos…

pero no.
No soy esa persona.

Desde pibito aprendí a enhebrar incertidumbres como quien caza insectos
y sin poner en duda la seducción
y la eficacia rotunda de la seducción que ejerce lo incidental*
como dealer de expedientes amañados o amañables
ninguno se compara ni sería capaz de competir contra mi oficio en enredos.

Tampoco es el desfasaje.

El tiempo no me tuvo en cuenta jamás
y yo le he sabido retribuir y agradecer el gesto
.

Estoy simplemente tomado por una rareza que no trago
ni me traga
que está ahí, rodeándome
por dentro y por fuera
como un abrazo frío que no logro regurgitar del todo.

Soy un fotograma que pivotea en automático
entre una película que ya no se exhibe
y otra que, tal vez, aún no se ha filmado
.


II

Es fácil llorar ríos de tinta
acusar desvelos postizos
y dejarse caer por una deriva de lamentos
con remansos culposos intercalados
a la manera de un rosario.

Lo difícil es sostener el dolor
darle cuerpo y letra
dejarlo que duela lo suficiente
tragar saliva
y escupir los recuerdos ensalivados
sabiendo que con cada esputo
se va también
el aliento
y la imagen del aliento
que le da sentido al instante atragantado
de la ausencia que nos parió.


Dos veces todo

El fin es eso que insiste en reescribirse presente
en la piel de la historia
en el diafragma mismo del capricho que nos parió.


Ha terminado todo.
Y debería estar contento.

Nada desee más
que terminar con todo
sin miramientos, sin culpas, sin trámites

Y mientras tiemblo y me retuerzo
no puedo dejar de saber
que el pasado es inhóspito
y el futuro una ilusión seca.

Terminó todo y perdí todo
y me he perdido en el camino…
ya no tengo tiempo
ni siquiera para tragar mis huellas
y hasta este cigarrillo encendido
es un pobre pretexto
frente al infierno que me ha devorado.

Debería estar contento y lo estoy:
ya no hay más caída ni vuelos alternativos.

Selección de poemas de Sergio Oncina

Prohibido vivir

Prohibidas las quedadas y protestas,
el público en el fútbol, el deporte,
ir al monte, viajar al sur o al norte,
salir tarde, los cines y las fiestas.

Nos toman por idiotas con propuestas
de leyes caprichosas. Su recorte
a nuestra libertad es pasaporte
a un mundo de sumisos sin respuestas.

Invitan a soñar con imposibles,
recriminan y mienten al reacio
que, oprimido, se niega a consentir.

Los pobres somos seres invisibles,
nos limitan el tiempo y el espacio
recetando castigos por vivir.


Por eso escribo

Escribo por saberme en lo que escribo,
para escapar del límite consciente,
por morir o matar este presente
y si muero sentirme un poco vivo.

Escribo por placer, tan impulsivo
como un cuerpo en el fuego incandescente,
porque soy yo, voraz y diferente,
en versos que me abrasan sin motivo.

Escribo por romperme en la tristeza,
buscar en mis añicos la belleza
y en el todo, las lágrimas perdidas.

Escribo porque hay sueños y hay heridas,
porque existen los pájaros de acero,
la música de luz y el verbo fiero.


La huida imposible

Hay unicornios rosas a los pies de mi cama,
una ventana abierta con vistas al jardín
y un dado de peluche que siempre saca seises
en el último estante del armario.

La suerte me persigue
y cada día cuesta

mucho más esquivarla.