ARTÍCULO

De la «genética literaria» y su fenómeno poético

Gavrí Akhenazi

Según Jorge Luis Borges en «El idioma analítico de John Wilkins», no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural.

Partiendo de esta premisa, encontramos que se ha sistematizado de manera «conjetural» a las categorías que definen al objeto literario.

Podríamos señalar una división más o menos precisa cuanto no precaria de las formas diferentes de explicar al objeto.

Si nos remitimos al punto de vista ontológico, la categoría será «obra». Si aplicamos sobre esta primera, una clasificación taxonómica, hablaremos de «género». Luego, atendiendo al tiempo y el espacio concebidos como factores condicionantes de lo anterior, quizás hablemos de «escuelas, movimientos, generaciones, regiones». Luego, si hablamos ya de la genética que definirá al objeto, mencionaremos al «autor».

Partiendo de unidades de análisis menores: el poema, el cuento, la novela, el ensayo, derivaremos a supracategorías que engloben esos detalles –obra, género– hasta terminar en orden superior, hablando de «la literatura» y a partir de ella, un regreso a las subdivisiones anteriormente planteadas: «literatura europea, literatura romántica alemana, literatura latinoamericana, literatura universal». Sin embargo, aunque la sistematización se mantenga, el autor seguirá siempre en su rol de creador en el proceso.

La clasificación del universo literario como fenómeno, utilizará entonces la batería de criterios de clasificación para sistematizar en rangos acotados los límites de cada expresión, significándose como una especie de reflejo especular que represente a su modo a algo real, respondiendo al concepto de mímesis.

Estamos, frente a esto, reconociendo a la escritura literaria como un espacio en el que se plasma el devenir de una realidad modificada por relaciones complejas, dadas por el trabajo que sobre el lenguaje marca un espacio de sentido otorgado desde el «creador».

Este «autor creador», inscribe lo extraño como propio y así lo fragmenta y lo libera de un sistema que lo clasifica al tiempo que impide su infinitud.

La particularidad del discurso poético representaría para ese creador la transformación del significante que es aquello que genera sentido en la lengua. De ese modo, ese significante puede ser distorsionado, desarticulado o articulado de otra manera, escapando al dominio de lo formal, ya que en el discurso poético, la combinatoria adopta heterogeneidad dado que trabaja sobre realizaciones singulares y por esto mismo, ilimitadas.

Cada creador desarrolla el fenómeno poético dentro de su propio ámbito de sentido, por lo cual, cada tema adquiere en el espacio de cada creador, una nueva resignificación que debe ser reconocida por fuera de la sistematización o la preconcepción que se tenga de lo significado.

De ese modo, la «genética» funcionará sobre el objeto en base a la impronta de su densidad significante que no es otra cosa que los diferentes grados de eficacia en la realización del discurso poético.

Se instaura, de esta manera y sobre una misma realidad tratada, un espacio de diálogo donde cada uno de los múltiples discursos sobre ella, conformarán una especie de polifonía tematizada pero que adopta en cada caso su propia forma para el significante.

La «genética» del «autor creador», trabaja y modela el código de la lengua con la que opera, hasta lograr una construcción que libere a las imágenes del servilismo debido a las cosas que retrata.

De esta particularidad en el proceso de reestructuración poética de la cotidianidad, el creador se aparta de los aspectos «fotográficos» del realismo para incursionar en un mundo de simbolización, alejada de aquello denotativo que impera en el lenguaje.

Edifica, pues, más de una realidad de acuerdo a su visión particular de la historia que plasma o del mundo en que ésta se desarrolla.

El fenómeno poético, tomando su ocurrencia en relación a estas bases, rompe los límites de los prototipos genéricos, de modo que transforma en irrelevante la clasificación en cuanto a género que se mencionaba al principio y niega una suerte de exclusividad a determinados formatos literarios, ya que trasciende los límites por la propia singularidad de su acontecimiento.

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Palabras

Gildardo López Reyes

Hay nombres (signos) que se pierden y que perviven sólo en los diccionarios arrumbados en un rincón del que parece nadie los sacará (quizá si en la casa no hay internet y se está jugando al scrabble, ante la necedad de quien dice que esa palabra sí existe alguien los desempolve), si es que nadie los ha tirado aún. Igual que las enciclopedias se volvieron obsoletos.

Hay palabras que se repiten tantas veces, regodeándose al hacerlo, porque se han vuelto populares por una moda que obedece a quién sabe qué cosa.

Hay palabras que se visten de ropas viejas, unas veces elegantes y otras en harapos; a veces los que escribimos las usamos cuando queremos encontrar palabras con un significado afín a esa palabra que no queremos repetir.

También las usan los viejos y los cultos. Arcaísmos les llaman.Hay palabras que son mal pronunciadas, la costumbre dejó que nadie advirtiera que así no se decía el nombre de esa cosa. Seguro estarán enojadas, molestas cada vez que no se les usa correctamente. Incluso la ignorancia colectiva hace que se corrija a quien sí conoce la verdadera palabra: “¡no se dice magullado!”

Hay palabras recluidas porque a alguien se le ocurrió decir que eran malas, palabras que aparecen en ocasiones especiales como cuando hay alcohol recorriendo las gargantas. Aunque en algunas personas como yo conviven codo a codo con las que carecen de maldad. Son palabras que se divierten en la boca de niños y adolescentes que se sienten importantes mientras más de estos vocablos saquen del encierro.

También, hay palabras que han perdido su valor, palabras que fueron despojadas de su identidad y viven en una crisis en la que ya no saben qué significaban. “¿Entonces, qué es un amigo?”, pregunta una. “¿Qué es el amor, qué, amar a alguien?”, se escucha decir a otra totalmente desgastada. “¿Y paz?”, no recuerdo ya lo que significaba.

Los diccionarios siempre llegan tarde a la fiesta, nunca se les dice la hora exacta o será que son impuntuales de cuna; la cosa es que nunca están presentes en los momentos precisos.

En México todos cantinfleábamos y catafixiábamos sin importar si el diccionario y su real academia nos daban o no permiso.

Que a la larga lleguen al diccionario o no no será ningún mérito. Las palabras no están hechas para eso.

Gildardo López Reyes