EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

La poesía del oportunismo

Llevo varios días dándole vueltas a la cosa y planteándome si escribir sobre esto no es, de algún modo, oportunista.

Quizás lo sería si fuera la primera vez que toco el tema o que miro hacia ese lado con cierta atención. Pero no. Este tema, el de esta humanidad de leviatanes, como dijo alguna de mis colegas poetas en el Foro, es el único y excluyente tema que he tocado en mis libros ya sea de manera tangencial o de manera directa. Toda la vida escribí sobre «las guerras» en que la Humanidad ha desarrollado su estilo de vida.

En realidad, he hablado sobre los hombres en las guerras porque me ha tocado servir en unas cuantas a lo largo de mi vida y creo que este oscuro desengaño con lo humano que me asiste y corroe, se ha producido a partir de conocer la cosa desde adentro, desde los hospitales de campaña, desde el rescate de los niños soldado, desde los huérfanos de guerra de los que nadie se hace cargo, desde las interminables columnas de gente a pie que huye de zonas en conflicto arrastrando sus almas hasta sitios en donde se les da la espalda por su color de piel o por su origen.

He visto tantos muertos, tantos muertos, que he perdido el asombro y he perdido el dolor.

Ahora, que esta guerra que es una guerra más y no «la guerra» ocupa todas las pantallas de los hombres, la boca de los hombres, los ojos de los hombres y el miedo de los hombres, me pregunto en dónde subyace la diferencia entre una y otra masacre si todas son masacres y si son niños, mujeres y hombres de a pie los que mueren en ellas. Qué diferencia hay entre una aldea en un lugar que nadie encontrará en el mapa y una aldea en esta nueva guerra que ocupa con sus gritos el resto de los gritos.

No pretendo hacer un alegato sino que me pregunto por qué hay tanta muerte que no le importa a nadie ni se habla de ella. Tanto niño anónimo muerto al costado de un camino por el que escapaba solo entre otros solos, ahogado en el Mediterráneo, bombardeado en su cuna, arrancado del vientre de su madre por un tajo de machete, enfermo de pestes que la Humanidad ya ha superado porque no hay nadie de las «humanitarias» que llegue hasta él con los medicamentos.

Ahora veo por todos lados voces y alegatos, poemas de dolor altisonante, banderitas como aquella vez de Charlie Hebdó, cuando todo el mundo era Charlie Hebdó cuando nunca fue nadie de todos los otros Charlie Hebdó que han muerto desde siempre.

Y luego, todo lo que no dio ninguna de las otras guerras que ocurren concomitantemente a esta –en lugares que no le importan a nadie– invadirá la poesía de esta parte del año y se olvidará de esto en cuanto acabe, como el hombre olvida constantemente todo.

Hoy ya no puedo leer lo que leía. La poesía, en su significado más íntimo es invariable porque habla de aquello que implica lo universal y es el mundo el que un día, por una circunstancia como esta, se mune de unas voces que cambian sus discursos, cada una a su manera y de este modo ilustran y acompañan un retazo de la realidad que lo constituye.

Luego, cuando baje la marea o se naturalice, la poesía olvidará para regresar a los problemas poéticos que siempre la han nutrido: soledad, amor y desamor, tristeza, individualismo, inconformismo y ese tipo de asuntos personales, tan propios de la indiferencia del ombligo.

La poesía, vestida con sus nuevas máscaras, también en este caso, con su Carnaval de Venecia acompaña la guerra en un mundo en que la palabra ha fracasado desde siempre.

TÉCNICA NARRATIVA

«Creerse el personaje» por Gavrí Akhenazi

Para crear efectivamente un personaje se debe creer en él. Un personaje no es un artificio sino una creencia, una certeza. No es una fabricación, un invento, sino una existencia.

Los personajes están vivos y se comportan como están: de forma viva y no como muñequitos de papel que el autor acomoda según le parece a la funcionalidad que quiere darles.


No se le tuerce el brazo a un personaje. El personaje le tuerce el brazo –o la idea– al autor, cuando logra manifestarse en toda su magnitud y expresarse según él mismo a través de un narrador que lo interpreta, lo secunda, lo avala o lo cuestiona como a alguien –no algo– que se puede tocar y que está ahí, con su propia idiosincrasia y sus propios elementos psicológicos que van apareciendo conforme el personaje se revela al tiempo que se rebela contra las imposiciones que el autor quiere que asuma.


Un personaje realmente creíble empieza por un autor que lo acepta sin condicionarlo, sin imponerle restricciones que son suyas y no del personaje: ese «pudor» que refieren muchos autores a la hora de que su personaje diga realmente lo que debe decir para ser un elemento fidedigno dentro de la narración.


Ya sea que el tipo sea un pobre anodino que no puede quebrar con su estoico anonimato o que sea un héroe inverosímil, el lector creerá en él porque ambos aspectos están desarrollados con la eficacia de la realidad. Lo más increíble se vuelve real si se ha trabajado de tal forma que así lo perciba el receptor del texto. La exageración de rasgos nunca es buena si no está trabajada en un contexto de otros rasgos normales que también adornan la misma psicología como elementos propios de la universalidad.

El lector siempre busca un grado de identificación independientemente de que el personaje con el que intenta eso sea un oficinista o un elfo. Es el personaje y sus características naturales las que consiguen la empatía necesaria que lo vuelva un villano o un campeón en la cabeza del lector.

Depende de la pericia narrativa del autor obtener un buen resultado del poder de sus personajes y para ello, el rango de credibilidad depende del equilibrio que se ponga en la construcción del rasgo. Por eso, para construir un rasgo creíble, debe creerse en él y estar convencido de que ese rasgo puede ser develado de manera efectiva en el desarrollo del plano psicológico más allá de las filias y las fobias del propio autor.


El error común es que el autor ve un personaje, una «creatura», cuando la cosa es justo al revés. El personaje es el narrador que habla sobre ese «creador» de sí mismo que es el personaje.


Muchos autores bisoños aplican a sus personajes características que condigan con la personalidad que le presuponen a su personaje. Si es un tipo valeroso, heroico, será alto, bien puesto y con una nobleza a prueba de tentaciones, porque no hay nada más fácil que estereotipar al personaje sin permitirle su propia humanidad. Es lo que el autor presupone que debe ser y no lo que el personaje «humano» es realmente. Por eso, la deshumanización de los personajes resulta tan notoria y se ve (generalmente en muchas películas) que el compañero del protagónico es un gordito simpaticón y miedoso o un travieso simplón sobre el que el protagónico ejerce un insustancial paternalismo, aunque el autor del libro no los haya descripto de esa manera.

La deshumanización del personaje para transformarlo en una suposición de estereotipo indica que la obra está «escrita» de manera efectista y no efectiva: un entretenimiento que no pasa de eso, pero que no ha requerido de un trabajo autoral real que cree en su personaje con sus propias características imperfectas, las que, al cabo, son las que darán verosimilitud a lo narrado.


Creer en las imperfecciones, en las dudas, en las negligencias y en los egoísmos del personaje es crear un ser humano que represente lo real de una psicología accesible y propia de toda la humanidad.



NARRATIVA

Gavrí Akhenazi – Israel

Posición de combate (fragmento)

Sto te nema – Jadranka Stojakovic

Pese a que el sonido alrededor es caótico, en sus oídos parece que solo cupiera el silencio y es en ese silencio destemplado y total que sus ojos recorren la masacre.

Está detenido en el mismo punto en el que se detuvo al ingresar saltando los escombros y aunque todo se mueve a su alrededor vertiginosamente, entre los que corren dentro del mismo sitio, los que escapan de él, los que entran a ayudar y los que gritan desesperadamente, en el interior del Noveno todo ocurre en ese silencio inamovible, como si la visión lo hubiese ensordecido y solamente se le permitiera estar ahí, mirando absorto.

Ya ha visto aquella escena tantas veces que su percepción debería registrarla como algo normal, algo conocido, ya aprendido y ya asimilado en toda su atrocidad. Sin embargo, esa petrificación que sufre, a veces le ocurre y a veces no le ocurre. Dura un tiempo que él nunca ha conseguido dimensionar.

Por todas partes hay pedazos de niños. Muchos pedazos de niños. También hay otros niños ensangrentados, que mueren lentamente con las vísceras fuera de sus cuerpos pequeños, se desangran sin sus piernas o sin sus brazos, se arrastran por el polvo como trozos en cal y carmesí.

Alguien dice su nombre a gritos. «Iorân…Iroân…», pero aquel nombre no consigue perforar el silencio. Parece solo un eco en su cabeza. Una réplica de algo que es apenas eso, un sonido que no existe más que en su imaginación.

Alguien que entra o sale del lugar lo golpea en su apresuramiento y lo descoloca de su inmovilidad, como si aquel roce brusco solo tuviera por fin devolver a sus oídos, en sonido, la espantosa resonancia de la muerte.

Ve a Omar que le hace señas.

Recién entonces su cuerpo le responde y se hace dúctil para enfrentar la ayuda ante el desastre.

Entre Omar y él está el cuerpo de un niño moribundo. El destrozo en el cuerpo es inimaginable, como inimaginable debe ser el dolor. Y el niño allí, entre ellos, con su cuerpo hecho trizas, que no quiere morir y al que es imposible rearmar, mientras los dos hombres a su lado se miran la mirada.

El Noveno, entonces, extiende la mano y la coloca sobre la boca y la nariz del niño.

—Ve a ayudar a otro —le ordena a Omar.

Mientras el médico se incorpora, lo que queda del niño se agita en un espasmo y al fin se queda quieto.

TÉCNICA POÉTICA

Lenguaje metafórico y discurso simbólico

por Gavrí Akhenazi

Se ha afirmado con frecuencia que la composición poética es una «gran metáfora», una «alegoría» o un «símbolo».

De ahí que esté igualmente extendido el uso de términos como «connotativo», para caracterizar o definir el «lenguaje poético» en contraposición a lo que se reconocería como «lenguaje normal», entendiéndose el segundo por aquello que encuentra su significado en un diccionario.

Estas definiciones nos explican, por tanto, que un texto poético no se agota sencillamente en su literalidad o puede ser interpretado apenas superficialmente en base al sentido restringido que nos ofrece, sino que el sentido literal primario nos propone un tránsito o un pasaje hacia un sentido que ya no es literal.

Ya que la metáfora funciona como un fenómeno contextual o sea, se constituye por algunas palabras que se apartan de la literalidad dentro de un enunciado en que el resto de ellas la conserva, podríamos hablar de «construcciones metafóricas» donde algunas expresiones constituyentes de la frase producen un efecto se sorpresa por la tensión generada entre el significado que poseen y el que, apartado de la literalidad, se le impone para construir otros valores de discurso.

La metáfora, para cobrar vigencia real dentro de un texto, debe liberar una imagen que aparezca como ajena al texto que la contiene.

En este caso, lo que orienta al lector hacia el significado profundo de la construcción disruptiva o sea, hacia la reinterpretación no literal, es la incompatibilidad semántica que percibe y que le indica la selección de elementos incompatibles con su contexto para lograr la no identificación del significado literal previsible.

Cuando todos los elementos de una frase cambian su sentido literal por el sentido no literal, estamos en presencia de una «alegoría» ya que la «metáfora» propiamente dicha se circunscribe solo a algunos elementos de la frase, mientras que podríamos considerar a la alegoría una metáfora continua.

La alegoría, entonces, podría enmarcarse como «discurso simbólico», en el cual todos los elementos que lo constituyen exigen una traspolación desde su sentido literal a un sentido no literal y este sentido no literal está concebido de manera explícita en el texto.

Hay que diferenciar esta construcción de lo que se podría denominar como «símbolos literarios» y que ofrecen en el contexto en que son incluidos un sentido no literal apenas sugerido.

Los símbolos literarios fijan sus relaciones no literales de manera diferente de acuerdo a si son empíricamente comprensibles o dependen de rasgos culturales, ya que no todo puede ser reinterpretado de la misma manera dentro de una construcción simbólica.

La forma en que se trabaja este tipo de construcción nunca es la misma, porque tampoco los autores son los mismos.

La metáfora y el símbolo requieren siempre de una decodificación externa que reinterprete lo expuesto y que puede ser, incluso, diferente a la que el autor ha intentado con su base simbólica, de modo que los símbolos resultan traducidos depende por quien y aparecen, en base a esa dependencia interpretativa, como oscuros o claros.

Porque el discurso simbólico padece de esta arbitrariedad interpretativa, los símbolos concretos suelen ser más estables semánticamente que los abstractos, siendo los segundos más plausibles de reinterpretación diversa y por lo tanto, mucho más aptos para su utilización metafórica que pasa a depender del ámbito de las experiencias más que del de las convenciones literarias.

Las expectativas generadas en el potencial lector frente a la aparición de elementos disruptivos depende de la potencia connotativa que estos posean.

Suele suceder que algunos discursos que se pretenden alegóricos o simbólicos carecen de inteligibilidad y resultan de mecanismos que restan coherencia a la reinterpretación, de modo que aunque el discurso esté liberado del constreñimiento impuesto por la literalidad cotidiana, a su vez carece de cohesión y también de conectividad ya que toda frase o secuencia se reinterpreta por su relación con el resto y por eso, la no literalidad –que se reconoce casi de manera intuitiva– en este tipo de casos excede la ligazón con lo comprensible y pierde su efecto comunicativo.

Toda información simbólica como la metáfora se integra dentro de otra información ya conocida de manera literal porque es en este tipo de constitución donde radica el requisito de identidad referencial que validará la diferencia o el cambio propuesto por la información disruptiva.

La metáfora dentro de un texto debe ser considerada y reinterpretada como un elemento natural a él y no como una «incrustación» carente de sentido. Es una construcción incidental y enriquecedora que amplía el plano sensorial en el que es percibida y para ello, esa incrustación debe percibirse como una transición asegurada por señales claras más allá de la reinterpretación semántica que provoque.

El discurso simbólico bien empleado asegura que ya sea desde lo plenamente connotativo o desde sus mixturas, la poesía sea poesía y  hable y referencie al mundo en el que el lector habita, con todos sus nombres y todas sus máscaras.

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Cuando la Red te enreda

Cuando estoy solo me gusta leer. Leo o escribo. Generalmente leo. Es un vicio insoslayable. Por el mundo, voy y vuelvo con libros. Eso del tacto sobre papel y el olor a página en el bulbo olfatorio es un hecho inefable. Hay una cierta ebriedad en lo de estar sumerso en ese combo que es, también, parte esencial de la literatura.

Cuando ando por ahí y no puedo llevar demasiados libros o no tengo librerías cerca en las cuales surtirme, suelo leer en la Red.  Algunas veces lo hago con fruición y la mayoría, con espanto.

Las editoriales sostienen que «la poesía» o sea, editar libros de poemas, ya no reporta ningún tipo de beneficio económico porque nadie lee poesía y las poesía actual es un sujeto extraño, un sujeto social que pinta a un hombre momentáneo, que ha perdido su trascendencia y se limita a una satisfacción mezquina y primitiva. «Teta, concha, culo, sufro»[1], suele decir uno de mis amigos, filósofo y escritor paraguayo.

En realidad, todavía quedan ghettos en la Red de buena poesía a los que las plataformas sociales no han terminado de avasallar con sus tsunamis de hobistas poéticos.

Si las editoriales en las que los escritores no pagan para ser publicados debieran apoyarse en los criterios de la Red, la poesía sería la primera literatura en el ranking de ventas, luego de las frases de autoayuda sobre estampas de paisajes en un compossé sentimental, por aquello de que la imagen vale más que la palabra. Hay más poetas que variedades de hongos. Los hongos por lo menos no se dicen hongos a sí mismos. Los poetas sí y los que los rodean, también. Eso es lo peor. Cualquiera es poeta según la Red.

Con ese criterio estadístico, las editoriales tendrían material para recuperar viejos esplendores  temáticos, inundando el mercado de libelos espeluznantes que seguramente venderían tanto como «Cincuenta sombras…» y sucedáneos y competirían de igual a igual con horrísonas sagas de vampiros, zombies y otros espantos que harían huir a Mary Shelley con los cabellos en llamas y a Lovecraft revolcarse en su tumba.

¿De qué modo la poesía escrita no vendería si cuatro azarosas palabras copy paste de miles de igual tenor, cosechan likes por carradas?

Todos esos fervientes y dispuestos seguidores del poeta en cuestión, deberían correr a comprar sus libros, dada la inconmensurable cantidad de alabanzas que sus aportes a los muros de las redes sociales reciben como maná virtual. Pero las editoriales no comen vidrio. Dejan que otros lo coman, ya que en la actualidad los lectores se han perdido y las editoriales han terminado publicando libros para personas que «no leen», a ver si consiguen vender algo y hacerlas leer.

Alguna vez leí que que es como si los fabricantes de vino fabricaran vinos para aquellos que no toman vino, hechos a base de té y chocolate.

He descubierto, estupefacto y hasta risueño cuando se me pasó lo estupefacto, que «alguien» se tomó el trabajo de hacer e-books con varios de mis libros de poemas en español, entre ellos Asesinando a mi madre y con alguna de las novelas, también en español. No me consultó porque parece ser que aunque tengas todos los derechos de copyrigth a su nombre, ya que el material esté en la Red lo habilita como «habeas data» o «de dominio público», pero ahí andan los libros, dando vueltas, graciosamente descargables de cincuenta plataformas de cuya existencia me enteré al mismo tiempo que me enteré de los e-books. Por casualidad. Eso sí, buscando qué leer.

En favor de quien lo hizo, diré que respetó la autoría o sea, a esta altura del asunto me conformo con que digan que soy el autor y no, como algunos, que habiendo leído mis libros extraen frases de corte «aforístico» y las decoran a su gusto con paisajes y marquitos, pero obvian decir que son de mi puño y letra.

Así es como ellos cosechan los likes en base a la agudeza o estupidez ajena. Estoy en la duda sobre cuál de las dos…


[1] Frase que el escritor paraguayo Silvio Manuel Rodríguez Carrillo usa para definir la poesía que se lee en internet. (N.delE.)

LOS FAVORITOS DEL EDITOR

Salim Barakat

Dylana y Diram

Una cabra montés en una colina
y una quietud que levanta sus cuernos alto como una cabra montés.
¡No te acerques un paso más, oh guía!
No des un paso más.
Tu lugar es el lugar desde donde las raíces miran raíces
y la tierra mira su heredad.

Una cabra montés en una colina
y una quietud obstinada levantando sus cuernos alto como la cabra.

1. 

Mírala, un montón de canastas rubias bajo el destello de tu sangre, Diram. Mira cómo duerme sobre tu brazo, sus alientos caen estrella tras estrella en la inmensidad de tu virilidad. . . . ¿Recuerdas, Diram, la vez que llegaste a ella, tímido, envuelto en campos, tus pasos los pasos del día, y tu clamor el clamor de los tallos de trigo? ¿Recuerdas la tarde que brillaba en tus ojos, aquella primera tarde en que ambos saqueasteis a besos los tesoros del ser y descubristeis un extraño arroyo bajo el lecho rocoso del alma? ¡Tranquilo, Diram! Que sea lento, tu encantamiento de las cámaras de su corazón: el corazón de Dylana, que cuelga como un latido, lleno de vida.

2. 

Míralo. Una flecha rubia bajo el destello de tu sangre, Dylana. Mira cómo adorna la velada con el sonajero de su virilidad. Él sube a ti en una escalera de jadeos, como si todo el lujo fuera suyo, como si fueras las palabras con las que canta la canción del hombre. Cantadle lo que la nube le canta a su hija. ¿Bajar de tu dulzura empalagosa y revelar la seducción de las alturas, para que tomes el campo de su corazón con el trigo de tu canción? Ven, Dylana, se inclina más cerca, narrando frutas. 

3.

Mírala, mira cómo adorna tu pecho con un rayo de labios y dedos. Mírala, Diram, y verás veinte corazones debajo de su corazón. Cada corazón alucina otros veinte de su sueño. Ella es la boca del río para todo hombre ungido con el estruendo de las raíces. Ella es la filtración de horas y argumentos, el drenaje final de toda valentía o miedo. ¡No te acerques ni un paso más, Diram! ¡No des un paso más! Tu lugar es el lugar desde donde la dulzura se espía dormida en canastos rubios y de sangre. 

4. 

Levántate, Dylana, y aprieta tu suave cerco. Eres el bosque donde su linaje florecerá y las entrañas se mezclarán con las aves. Eres su ruido entre ruidos. Tú eres su alabanza, en la que todo rey ve su reino y todo camina un camino hacia el trono. Por eso, cuando se incline sobre ti, levántale el vaso de la mujer y a su pecho tembloroso levanta el escudo de tu seno, ensangrentado con las nubes y con las edades.

5.

¡Levántate, Diram! Levántate para ver desde los picos de la alegría la pendiente de la mujer que se extiende desde las máscaras deslumbrantes hasta la canción. Eres la espada de sus resortes. Contigo golpea las mañanas y se abren en anhelos y alces. Eres su aliento entre alientos y su alabanza en que el aire sumerge las flechas perdidas de los dioses. Así que cuando ella se incline sobre ti, levanta a su boca tu boca, tachonada con el canto del hombre, y a su seno tembloroso levanta el escudo de tu seno, salpicado de agua y elogios.

6.

¡Míralo, Dylana! Mira cómo recoge rayos y esparce vientos sobre tu lecho. Mira cómo cuelga de tus jadeos como una fruta. Él pone trampas para las plantas como si se jactara de ti ante la penetración del agua. Mira cómo rodea el agua como la tierra, para asediar el latido de tu corazón que se eleva, como la espuma y los barcos, del agua. . . . Cuando abra su red al final del día, esparciendo planetas y lucios, que duerma en sus profecías. Déjalo ser, Dylana. Todo lo que agarra de la tierra es un puñado de ladrillos, y todo lo que ve es la pendiente de tu pecho extendiendo sobre la tierra una sombra de noche y virilidad.

7.

¡Mírala, Diram! Mira cómo junta bandadas de gansos ante tu corazón y teje las nubes. Mira cómo se balancea hacia ti, manada a manada desde la ladera más lejana, mano a mano con el horizonte creciente. Cuando salta los arroyos, su vestido revela raíces que no tocan la tierra pero rozan las alabanzas con que se cubren todas las raíces. Si decides tomar su mano entre las tuyas, también tomas el horizonte. Si decides abrazarla, deja que las raíces te sostenga; que la fruta sorba la fruta de tu aliento; que la tierra se precipite hacia ti, desenvainando su torrente de leche y de formas.

8.

¡Despiértalo, Dylana! Despiértalo de un sueño bordado con la dulzura de mil corazones ebrios. Despierta la mañana con él para que juntos partan hacia ti, empolvados de lujuria, de opulencia, de júbilo. Porque es el último al que verás alucinando, soplando cuernos ilusorios, llenando, como un sirviente, las copas de los ahogados con heroísmo. Ahí está él, en su propio vendaval, en el antiguo ráfaga de raíces y el regocijo de lo salvaje en lo salvaje. Él es el último que verás acercarse como la señal que envía una tormenta antes de que use una armadura ensangrentada y arranque el mantel, rompiendo los platos contra el mármol del alma. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

9.

¡Despiértala, Diram! Despierta la mariposa de lo invisible y su libélula dorada. . . Despierta a Dylana y, con ella, despierta la casa, piedra por piedra, y luego el cuadrado alrededor de la casa y luego la valla. Y cuando termine con eso, despierte la mañana que duerme junto a la cerca. Di: Ven, Dylana, ven, seamos testigos del brillo vacilante de la tierra mientras arroja hierro y esplendor a nuestro escudo humano. Ven, descubramos nuestros pechos a los campos, temblando con la dulzura de una punta de lanza hundida donde fluyen el sésamo y el azafrán. Como si, juntos, lucháramos por ser heridas más allá de las cuales no hay heridas. Ven, despiértala, Diram.

10

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al niño, su pecho desnudo inquieto bajo un rayo torrencial. Despiértalo, despierta el día y los panes. Llena tu balde, aquello de lo que riegas a los animales invisibles de la mañana, llénalo con capullos de seda y bayas que caen de la alabanza. Teje con seda y bayas la dulzura que cubre a Diram. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

11

¡Despiértala, Diram! Despierta el sueño de debajo de sus pestañas. Tírale un guijarro de tiempo, que se estremezca como el rostro de un manantial; que ella se ensanche anillo por anillo, cada uno un carruaje que lleva hierbas y senderos. Vamos, por dios, el mensajero de los valles está recogiendo ramos de niebla para los dos y esparciendo lavanda infancia sobre la cerca de la casa. Despiértala. Despiértala, Diram.

12

¡Despiértalo, Dylana! Despierta el rostro de la farsa, ese niño rodeado por las guadañas de los dioses. Despiértalo para que seas testigo del veloz rocío matinal y sus jocosas seducciones. Que sepas que el rocío relincha en la hierba y tiene cuernos que declaran herejía bonachona en suelo bonachón.

13

¡Despiértala, Diram! Despierta la pompa celestial de Dylana. Esparce sobre ella gotas de mañana y arrogancia. Si ella se extiende ante ti, despierta, obsérvala como una planta estudia a una planta. Siéntense juntos a la sombra de los besos y déjense seducir por canciones de canciones. Despiértala, Diram. ¡Despertarla!

14

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al rayo humano, Diram, mientras desciende ebrio del esplendor del hombre. No cubras tus manos o tu jadeo sobre él. Que se extienda, claro y lucent; brotes y racimos que asoman dentro de él. Entonces lo poseerás a él y todo lo que se cierne dentro de él. Puedes elegir ser el hogar humano de plantas, nubes y alas. Dylana, ¡despiértalo!

15.

¡Despiértala, Diram! Despierta la sangre viva y sus formas amigas. Corónate para el despertar de Dylana con un suave tamborileo. Es el despertar de un trono por cuyo poder brotan las fuentes y corren los arroyos. Ella es tu arco. Con ella te lanzas -cuando te lanzas- a ti mismo en un canto final. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

16

¡Despiértalo, Dylana! Despierta la opulencia y sus formas amables. Sé testigo de la apertura de sus pestañas sueltas pájaros. Es una vigilia que sólo la mañana conoce, captando el sonido del agua. Él es tu arco. Con él disparas -cuando disparas- tu totalidad en una canción final. ¡Despiértalo, Dylana, despiértalo!

17

¡Despiértala, Diram! Despierta Dylana, un océano de espuma. Extiende tus velas cuando se tuerce bajo el barrido de tu sangre matutina. Carga su sangre con nubes desnudas. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

Despiértala,
Despiértala,
No quise despertar la tierra esa mañana.
La tierra tampoco quiso despertarme.

Todo pasa cuando las señales están completas, y el que se aferra al gemido partirá con la mañana. Así partieron, Dylana y Diram, y yo no quise despertar a la tierra esa mañana y ella no quiso despertarme a mí.

. . .

Regresaban y la tierra también regresaba de su cosecha diaria de mil espigas de trigo, mil llamaradas, mil intrusiones donde los valientes han abandonado sus destinos bajo una ola invisible, mil escudos resquebrajados, mil rayos mojados de besos; mil hombres dispararon a Dylana y Diram con flechas de ceniza; se inclinaron ante el silencio que esparce aguas a su paso y devasta flores.

Así partieron: un niño y una mujer.

Y yo soy un guía que condujo a dos amantes a nada más que a la dulce futilidad. Supe cuando el corazón hereda la desembocadura del río, se revela, como un secreto los cobertizos delirantes. Pero sin embargo los llevé conmigo, envueltos en relámpagos que florecen en aureolas amargas, los llevé hacia un esplendor no heredado, y allí dije: Despliega tus velas como una estrella naciente con la que la tierra escucha el golpear del agua sobre el escudo del agua. . 

. . .

Por dios, por dios, no me pidas, después de todo esto, no me pidas que narre la tierra, dirección por dirección, y el cielo, tornillo a tornillo. Soy la perpetuación de la historia, y si hablo, hablo mi corazón esparciéndose en la tormenta como urogallos de arena de cobre. ¡No! No me pidas, después de todo esto, que narre la muerte con la muerte, y que pise esta dulzura como el hueco de la pezuña de un mulo. Mire, mientras se sienta allí en una valla puesta del sol, mire y verá veinte hombres que cubren a Diram y Dylana con sus capas. Luego, una sola línea de sangre escurre descaradamente entre guijarros y paja y desaparece al borde de la desolación.

Acerca del autor

Salim Barakat es un poeta y novelista kurdo-sirio. Nació en 1951 en Qamishli, una ciudad étnica, religiosa y lingüísticamente diversa en el norte de Siria. Se mudó a Damasco a principios de la década de 1970 y luego a Beirut. En 1982, las crecientes tensiones políticas y sectarias en la ciudad devastada por la guerra lo obligaron a partir hacia Chipre, donde permaneció más de quince años. Reside en Estocolmo, Suecia, desde 1999. Ha publicado más de cuarenta y seis obras de poesía y prosa, incluidas tres autobiografías.

DESPUÉS DE JOYCE

por Gavrí Akhenazi

Existen dos formas primarias de construir una narración. Hay más, por supuesto, muchas más, pero las dos más básicas, digamos, desde el punto de vista del escritor, son la intelectual y la emocional.

Cuando un escritor encara la intelectual crea una ficción documental, que puede ser como el escritor quiera: filosófica, literaria, histórica, periodística.

Es una ficción investigativa que requiere de un conocimiento profundo sobre aquello de lo que se hablará, aunque sea novelada. Si no, es una chapucería.

Suele suceder con las novelas o las crónicas mal documentadas. Son una chapucería. Compiten con la historia de manera espúrea. O sea, se pueden agregar datos, pero no se pueden falsear los básicos, porque son los que constituyen el fundamento. Hablando de la Toma de la Bastilla, se puede decir que en ese momento había más prisioneros que los cuatro que registra la Historia y que el alcaide Launay tenía puesto un calzoncillo rojo que le zurció la negra Emerenciana y que Necker se torció el pie por el apuro el día en que lo sustituyeron, pero no se puede argumentar que la revuelta fue el 21 de noviembre de 1908.

Por supuesto que si el autor se inclina por una ucronía, el asunto cambia porque en eso se basa el trabajo ucrónico: cambiar la Historia por una historia o sea, hacer ficción por aquello que podría haber pasado pero que nunca ocurrió y sí ocurrió lo que la Historia registra.

La ficción emocional, en cambio, es la narración simple, de historias comunes que no precisan años de bibliotecas y documentos sino de conocimiento humano, comportamiento humano, aplicado a historias humanas de todos los días. Por supuesto que estas segundas pueden tener un marco real, dentro de una época determinada. Pero no son históricas. Están «en contexto».

A veces se puede contar la historia sin hacer Historia.

Antes se decía que una de las premisas básicas de una novela es que tuviera un marco histórico que discurriera a través de un tiempo determinado. Y si bien ya no es exactamente así, el marco histórico resulta en mayor o menor medida, siempre un escenario sobre el que trabajar lo emocional y ya no importa si es o no ficcional ese marco, porque se circunscribe a la descripción de una realidad contextual.

La práctica narrativa ha determinado que los paradigmas se demuelen mediante la creación de otros paradigmas, por eso, la línea histórica propiamente dicha ya no es una premisa fundamental de la novela sino que se ha transformado en un testimonio sociotemporal del momento en el que un autor enmarca lo narrativo emocional.

Repetiré entonces eso que a esta altura es casi un mantra: «Hubo un antes y un después de Joyce».

MANEJO DE METRO, MANEJO DE RITMO

El verso blanco

Isabel Reyes – España

30 de enero

Envés de la cordura, cuánto llanto
se vierte por mi cara.
Cómo escuece el dolor entre los ojos
cardo ahogado en la luna del silencio,
la vida hecha ceniza destruyéndome.

Se derraman los años como un río
y no tengo en mis dedos la compuerta
contra ningún naufragio imprevisible
y las voces
no taponan la herida del futuro.

Mañana el sol no sale, y yo atónita
mi breve arquitectura ante el asombro
contemplo, dolorida, la oquedad
que debiera rozar con estas manos.

Envés del corazón, el otro número
del signo del zodiaco, el otro rostro
que tiene el día 30 de este invierno
escueto enero helado de la muerte
que me empieza a sufrir frente a la piedra,
sobre el mar nunca visto todavía,
ardiendo la distancia de mis ojos
al tempero salobre, siempre sola
la océana nostalgia con verjas y con nieve.

Y mi cuerpo se queja
de aguantar tanta ausencia en sus espaldas.



Morgana de Palacios – España

El cazador de cazadores

Te sangra el corazón
y los ojos te sangran
espantados.

Te sangra la conciencia
como si fuera tuyo el pecado del mundo.

Toda la imperfección del hombre estalla
con una impunidad paralizante,
mientras se abusan niños,
se torturan
se gasean
como si el que murieran entre espasmos
fuera algo inevitable y hasta convencional
en esta guerra sorda del hombre contra el hombre.

Eres un cazador de cazadores
en un negro safari cazanegros,
cazaesclavos sexuales
cazaórganos,
porque si hay demanda pervertida
lloverán, fraudulentas, las ofertas,
y las arañas tejerán las redes más insólitas.

No seré yo, ya sé, pero alguien tiene
que mantener erguida la piedad
y los ojos abiertos
en la fosa común de la ignominia humana.

No, no seré yo,
pero serán tus ojos repletos de cadáveres sin tumba,
y tu rabia será y tu impotencia,
y tu sordo dolor gritando testimonio
para sacarte el asco de las tripas.

Yo no hago nada, vida, sólo impongo
alguna mano fría sobre la frente ardiente
de tu desolación,
mientras me sobrecojo en tu palabra
que no se calla nunca
suavemente.

Como tiene que ser cuando elegiste
por qué ojos de hombre ver el mundo.


Gavrí Akhenazi – Israel

Negociación del fuego

Hemos dejado la violencia para ratos sin armas.
Negociamos el fuego
y hay narcisos de nuevas floraciones
comiéndose despacio el roquedal.

Abruptos y volcánicos
nuestros huertos parecen construcciones de piedra
con sus plantas metálicas que ascienden
encima de las frutas cristalinas
afanándose en su protección.

Aprendimos la invisibilidad de tanto ser visibles
para feroces mangas del langostón de tierra,
cuando llega famélico y masticador a devorarnos hasta el esqueleto.

El cristal, de verdad que no es lo unánime.
A la sumo, un vidrio esmerilado
que lo traduce todo al idioma de la opacidad.



Mar García Romero – España

Tarifa

Cierro los ojos,
Cohen susurra versos a la música.
Es invierno, camino por la playa,
Tarifa con el agua verde y honda
hiela mis pies, me muestra
su terrible verdad en estos vientos.

Entre las aguas veo
una luna de algas y corales,
menguante, dolorida,
un mundo no visible, donde flotan
almas sin nombres, seres sin esquelas,
que gritan sin cesar en las corrientes.
-Las olas con su furia
redoblan esos gritos en mi sangre.

Me vuelvo angustia y sal y carne negra
como otro muerto más junto a los muertos
en esta fosa anónima y azul
de catorce kilómetros sin fin.
A merced del vaivén, que no se acaba,
mi patera se hunde una vez más
frente a las dos orillas, frente a mí.

Soy un cadáver frío, con memoria,
y un gemido por siempre del Estrecho.

¿ Do I have to dance all night?
Se preguntaba Cohen.



Ángeles Hernández Cruz – España

Mis pies desnudos

Por mucho que me pidan que suba a unos zapatos
de incómoda puntera y tacón de estilete,
no quiero ser izada porque no soy bandera
de nada ni de nadie,
ni siquiera de mí.

Me resisto a llevar unos botines
de piel de cocodrilo o costra de serpiente,
con brillos suntuosos que proclamen
la obscenidad del lujo
en sus charcos de mugre.

Tampoco me pondré unas zapatillas
hechas para el deporte de aplastar
los ojos con que muchos
se ven en las estrellas.

Si tengo que elegir,
prefiero andar descalza.

CONTRATAPA

Sonidos de la estática

Tanto a mis alumnos de la universidad como a aquellos que se acercan a Ultraversal.com con el fin de adquirir mejores herramientas para el desarrollo de su oficio de escritor, suelo explicarles que el exitismo es un pésimo consejero en todos los ámbitos y que un autor debe estar primordialmente preparado para aceptar la crítica y masticar el fracaso.

Es casi inverosímil, en el ámbito literario ajeno al merchandising, dar el batacazo (expresión esta en sus acepciones latinoamericanas: 3ª y 4ª del DRAE) con la primera obra que sale a la luz. Más aún, si la obra es un producto propio de la inmadurez autoral y no ha encontrado en su camino un buen guía que ponga en su preciso lugar la cosa mediante el altruismo de la sinceridad, cosa poco probable en la actualidad porque como todo, la literatura también es un negocio.

Creo firmemente que la condescendencia para con una obra poco madura no ayuda a ningún autor, porque lo que realmente ayuda a un autor es la verdad. Posición, por supuesto, resistida y vituperada por el ejército de egos populosos que abundan en el mundillo de la medianía literaria en este peculiar territorio de la virtualidad en el que se ampara el éxito en interesados comentarios halagüeños, en general, carentes de fundamentos anclados en el conocimiento o, también por lo general, obedientes a intereses que nadie confesaría.

Que muchos sean capaces de lucrar con la condescendencia hacia obras mediocres o directamente dignas de la hoguera, va en relación proporcional a lo que cobran por sus servicios de asistencia al autor, ya se trate de aquellos que imparten «clases de escritura» –y si uno analiza realmente sus textos (incluso los propagandísticos) los halla acuciados por errores garrafales– o, peor aún, de aquellos que van por allí dejándose llamar «maestro» y enseñando lo que ni siquiera han aprendido decentemente. En román paladino: «los que tocan de oído».

Otros –y los casos abundan–, son «hijos de la cita». Sin haber llegado por ellos mismos a ninguna conclusión de esas a las que el propio oficio bien ejercido te lleva, han memorizado como verdaderos papagayos una larga ristra de «citas» que ponen en juego cada vez que abren la boca, como si solo citar lo que dijo tal o lo que dijo cual, fuera aval suficiente de su pericia en el ramo, cuando en realidad, esto solo refleja que por ellos mismos no han llegado a ninguna conclusión de relevancia si no es a través de ampararse en las conclusiones ajenas.

Por eso, me animaría a decir que casi para una amplia mayoría que como mayoría suele resultar acrítica, la elaboración de conclusiones propias no es válida per sé y solamente la cita es válida si tiene una rúbrica en bronce debajo.

Luego, alguien que decida trasladar su conocimiento del oficio a un escritor en ciernes, debe ser, primordialmente, además de un buen docente que haya conseguido desarrollar libertad en el criterio propio, un buen lector y con «buen lector» me refiero a la capacidad de penetrar en los entresijos, encontrar los metamensajes, comprender la arquitectura natural de la voz que enfrenta y bucear en ese mundo, consciente de que no está en el propio sino en otro universo con el que quizás tenga más diferencias que concordancias pero que, aún así, debe ser comprendido en sus diferencias.

Es un error muy común que quien transmite conocimiento se lleve las cosas a su territorio y en vez de trabajar sobre la voz ajena, le imposte la suya con sus propios vicios y manías. Eso, solo demuestra que aún el guía no es un buen lector y menos aún un buen docente, así pueda recitar completa y de memoria la Biblioteca de Alejandría.

Volviendo al origen de esta charla, y siendo egotistamente autorreferencial, creo que un autor en ejercicio pleno de su oficio, termina concluyendo las mismas cosas y casi bajo los mismos parámetros que el resto de autores que andan por allí siendo citados –para el caso de internet ya que es el que nos ocupa– en innumerables frasecitas, generalmente sacadas del contexto en el que fueron dichas y ajenas al fin para el que fueron expresadas. Una expresión en contexto pertenece al contexto que la incluye porque un contexto es la trama de las expresiones que contiene para fundamentar o expresar las ideas que se intentan sostener con él.

Sin embargo, para muchos, la elaboración de conclusiones no es válida per sé y solamente la cita es válida.

La falta de conclusiones propias que poner en juego a la hora de transmitir el conocimiento es directamente proporcional a la inseguridad que se tiene sobre ese conocimiento y que, por lo tanto, no podrá ser transmitido con la eficacia que requieren las explicaciones al estar internalizadas y ya formar parte de la concepción propia de la cosa. O sea, aquello de «como dijo tal o como dijo cual» siempre será una conclusión «ajena» que se repite sin tener la certeza de su exacta validez porque no es uno el que ha llegado a ella de motu proprio y luego convalidado al leerla también en otros. La experiencia siempre abre mundos que la teoría desconoce.

Los que ponen en tela de juicio conocimientos que valen por su propio peso, son los mismos que le exigen a uno que para opinar en disidencia a la masa acrítica tan afecta a la memorización/repetición de conceptos, debería ostentar un Nobel y para cuestionar a un autor fallecido, debería haberse batido a duelo con él en su misma época.

Esa es la concepción que para muchos se define como el ejercicio de la autoridad literaria, sin tener en cuenta que a un autor lo avala su obra, independientemente de cómo se llame y que, por eso, el conocimiento no es directamente proporcional al nombre sino que vale por cómo ese autor trabaja y logra sus niveles de expresión. Prueba de esta inopia malsana registra la historia de la literatura con autores que renunciaron a su nombre taquillero e intentaron, con el mismo oficio, escribir bajo otro pseudónimo, sin siquiera conseguir ser reconocidos por su buen hacer. «Cosas veredes, Sancho».

Luego, dentro del variado universo de los lazarillos literarios, encontramos tanto a serios como a oportunistas y dentro de los serios  no todos sirven para acompañar o, al menos, para transmitir certeramente sus conocimientos aunque cobren su buen dinero por hacerlo. El pensamiento generalizado es «mejor tener contenta a la gente a que se acabe el negocito rentable». La frustración del autor en ciernes frente al escaso éxito de su obra siempre pertenecerá pura y exclusivamente al autor y al mundo ilusorio del promisorio éxito.

En otro orden, tantísimos nombres de esos que rubrican las citas no han conseguido siquiera un buen discípulo del que enorgullecerse por la calidad de su vuelo ya que en general, un autor suele estar más ocupado consigo mismo que aceptando bajo su ala a otro autor al que donar legado. Y con legado no me refiero al producto sino a las herramientas para construir el producto, porque cada autor que se precie de serlo, es único en el uso de las herramientas y es una premisa fundamental que el guía comprenda eso.

Es imposible «enseñar a escribir» concebido en modo plantilla. Lo que realmente se puede enseñar es cómo utilizar la batería de herramientas con las que «se consigue escribir», siempre y cuando haya un mínimo sustrato de talento sobre el que roturar con ellas.

De ahí que hacerlo gratuitamente y solo con un fin altruista diría que más orientado a rescatar a la literatura que al autor en sí–, resulta en una especie de delirio místico al que todos pueden vituperar sin el menor empacho, porque como dije en un comienzo, la literatura ha dejado de ser un arte para transformarse en un negocio caza bobos. Entre los que se dedican al vituperio, podríamos (aborrezco la poca implicación en un tema que nos permite el potencial) contabilizar a los que se han servido holgadamente de esta actitud altruista, beneficiándose para luego exhibir el conocimiento como mérito propio obtenido casi por ciencia infusa.

Enseñar o transmitir conocimiento requiere, sin lugar a dudas, un plus vocacional que la mayoría no posee por temor a que le surja competencia o si se ejercita la sinceridad natural, cargarse el negocio en el que se ha embarcado, incluso en el singular y variopinto mundillo de internet y creo que es por eso que lo que campa por sus fueros en este territorio es de una insólita y aplastante medianía de la que nadie quiere ni intenta hacerse cargo.

Ya diría Joan Manuel Serrat: «Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio».

גברי אכנזי

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Imagen by Ronald Wittek

Ilustres desconocidos

A poem is a city

a poem is a city filled with streets and sewers
filled with saints, heroes, beggars, madmen,
filled with banality and booze,
filled with rain and thunder and periods of
drought, a poem is a city at war,
a poem is a city asking a clock why,
a poem is a city burning,
a poem is a city under guns
its barbershops filled with cynical drunks,
a poem is a city where God rides naked
through the streets like Lady Godiva,
where dogs bark at night, and chase away
the flag; a poem is a city of poets,
most of them quite similar
and envious and bitter …
a poem is this city now,
50 miles from nowhere,
9:09 in the morning,
the taste of liquor and cigarettes,
no police, no lovers, walking the streets,
this poem, this city, closing its doors,
barricaded, almost empty,
mournful without tears, aging without pity,
the hardrock mountains,
the ocean like a lavender flame,
a moon destitute of greatness,
a small music from broken windows …

a poem is a city, a poem is a nation,
a poem is the world …

and now I stick this under glass
for the mad editor’s scrutiny,
and night is elsewhere
and faint gray ladies stand in line,
dog follows dog to estuary,
the trumpets bring on gallows
as small men rant at things
they cannot do.

Charles Bukowski


Cuando los lectores la liberen de la mediocridad que le imponen la falta de un mínimo buen gusto, la chatura de las copias al carbón repetidas hasta la persuasión, la ausencia de una voz definida por su creatividad y no por su simpleza (que no es lo mismo que sencillez) la literatura volverá a ser literatura y por ende, la poesía, poesía.

Debería evitarse el patético fenómeno de defender ciertos poemas porque sus  autores están bendecidos con el don de las empatías generales en su grupo de amigos/seguidores que, con tanto aplauso de favor, no hacen más que mantener con un respirador artificial  una ilusión que yace muerta en la tumba de la falta de sustento (léase talento, incluso talento para aprender el arte y obetener un producto si no creativo, al menos decoroso).

El camino es complejo y todo el que se interna por él debería saber que solo algunos pocos poemas trascienden la vida de un autor. De la mayoría de los que ese autor ha escrito, la gente no recuerda una palabra siquiera al terminar de leerlos. Y aunque pareciera una blasfemia, también sucede eso con los nombres que a nadie se le caen de la boca.

La misión natural es liberarse, si se quiere ser poeta o escritor, de las influencias en las que originalmente nos cimentamos. Liberarnos del peso costumbrista de mencionar a Borges, a Cortázar, a Neruda, a la Pizarnik y al resto de los que se nombran como si se tratara de una tribu de brujos y como si nadie más que ellos pudiera –luego de ellos– encontrar dentro de sí su voz creadora y expandirla sin tener que rendirles pleitesía.

Con algunos colegas no se puede siquiera decir media palabra de las figuras institucionalizadas a fuerza de que tanta repetición las ha instaurado como modelo literario único del que es imposible abjurar para dejar de obedecer sus sombras. Incluso autores con voz reconocida y propia, mantran con esos nombres y aspirarían a ser sus reencarnaciones en vez de ser ellos mismos, bendecidos con su propio don.

Entonces, ¿qué podemos esperar de todos los otros autores jóvenes y no tanto, que van escribiendo «sus sentimientos» por aquí y por allí, confundidos por la ausencia de un lector crítico y repantigados en la comodidad del amiguismo ineficiente?

Volviendo al comienzo de esta reflexión, lo que estos supuestos «autores» deberían tener claro primordialmente es que la poesía (y la literatura en general) va mucho más allá de una redacción de palabras más o menos bonitas engarzadas dentro de un ritmo más o menos agradable, expuestas al desconocimiento de un auditorio de lisonjeros que dan todo por bueno.

El problema aparece cuando esos «poetas/escritores» –que aunque nombran a la musa todo el rato no han conseguido una cita con ella– realmente se convencen  –y mucha culpa de esto la tienen los lectores acríticos–  de haber arribado a la profundidad de la escritura generando ruido y, en la mayoría de los casos, no han pasado —con más pena que gloria, a pesar de su esforzada campaña marketinera — del círculo viscoso que los rodea y los festeja.

Ni siquiera, en la mayoría de los casos,  consiguen dejar apenas, como caminito de su hacer recorrido, algunas páginas triviales que ni para sí rescataría el olvido.

EN PROSA POÉTICA

Isabel Reyes – España

¿Un poema de amor en tierra extraña?

Niña, niña, niña… para poder cruzar el estrecho puente hacia ti me hace falta apoyarme en tus pensamientos y en tus ojos: ¿por qué no me miras?

La ciudad suspendida en el aire, mondaba despacio la manzana inabarcable de la aurora.


Se precisa un hombro donde descansar la cabeza. Cuando se encuentra amanece antes en los descansillos de las escaleras.

Préstame un cestillo de rosas para la procesión de la vida y de la muerte.

Ahora cada día amanece más temprano. La noche es algo provisorio, carece de esencialidad y fundamento. Estamos sobre la vida para caminar hacia la luz.

En nuestro interior tenemos un gran horno de leña en el que se cuecen todos los soles, el sol del pan crujiente que se come en la mesa para estar todos juntos, el sol armonioso de tu cuerpo, mujer, que huele a labranza.

O el sol maduro de mediodía, amigo, que semeja en estos momentos tu rostro trasfigurado y tú ni te enteras…


¿Sabemos hacia dónde nos dirigimos? Aún no hemos aprendido a pesar de cruzar los tenebrosos caminos de la noche.

Ahora mujer, es cuando deberías ponerte a escribir un poema. Porque la poesía es siempre un amanecer que va llenando de resplandor los muebles de la casa y los cuadros de las paredes del cuarto de estar. Pero ¿cómo va a ser posible escribir un poema en tierra extranjera? Niña, tienes la capacidad de hacer posible lo imposible. Escribe pues poemas de amor.


Un día todos los poemas de amor del mundo servirán de epílogo para el Libro del Apocalipsis, pues se nos ha dicho que el mar después no existirá y pasará la figura de este mundo. Te ayudaré a cruzar ese puente carcomido mirándote a los ojos; y tú, no te preocupes, te enviaré a casa por correo mi último poema.


El encuentro con la luz, hija, es lo tuyo. A qué tiene que venir nadie a casa con sus serillos de oscuridad. Las tonterías esas de los poemas de amor, comprenderás niña tonta, que las madres no las consentimos.



Gavrí Akhenazi – Israel

Poiesis

En el cuarto de los solos, somos dos, o tres o tres son multitud y entonces ya somos demasiados dependiendo.
El cuarto de los solos dejó de ser el cuarto de los solos y ahora casi nos empujamos por ese pequeño espacio especial, especial y espacialmente disputado, que es tu corazón.

Pero no cabe ahí una sola pena más, como en el mío.

La luz se ha derrumbado.
Debajo de la luz, soy una sombra que escapa por un hueco.
La luz se ha derrumbado sobre mí, igual que la memoria.
Anaqueles de luz se han derrumbado con sus libros monótonos encima de mis libros y todos confundidos, somos papeles viejos.
Pero no llega el viento a hacer limpieza.

La luz no existe más.
Tampoco el aire.

Luego vendrá la escoba a poner orden en el sitio impedido de las manos.
Barrerá los cerebros que acumulo, el hambre de beber, la sed del daño, la impúdica y reñida mansedumbre de lo que persevera y nunca ceja.

El dolor está listo y embalado, pero se hallan de huelga los correos y bajo el brazo pesa su gratuidad, temblando.
¿En qué buzón comprado depositar la ofrenda que agoniza con su propio holocausto entre mis dientes?

La luz no vuelve más desde la aurora.

Que todo sea un apagón de sangre. Un sitio de metales que rodean un latido penúltimo y disparan -fiera violencia rota- destiñendo la boca de la carne hacia un cementerio de cerámicos.

Que todo sea un apagón de sangre. Una boca deshecha que se abre con hondo estremecimiento muscular y tiembla, precipitada como alguien que corre, boqueando como alguien que gotea su último estertor amurallado y acaba, dulcemente, en un sopor de charco que coagula.

La sangre es lo más íntimo de un hombre.
Pinto en rojo tu nombre sobre el karma y luego resucito, ya vacío.

EN BUEN ROMANCE

Jorge Ángel Aussel – Argentina

Su castillito de letras

Al caer la madrugada
para escribir se despierta,
toma una taza de insomnio
y en su pasado se acuesta:
las manos en el teclado,
los ojos en las estrellas,
el alma sobre la hoja
y los pies sobre la hiedra.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

A sus diecitantos años
ya se siente de setenta,
de ciento veinte, de miles
de años luz, de la pretérita
edad de los multiversos,
parte de Alfa y Omega,
primitivo como el mundo
singular que lo rodea,
y joven al mismo tiempo,
estrenando vida nueva.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

Fantasea con el sitio
en que, según argumenta,
habitaba mucho antes
de reencarnarse en la Tierra,
cuando solo era un espíritu
sin cuerpo que retuviera
su mente de vasto vuelo,
las alas que se le enredan
probando llaves y medios
a fin de cruzar sus verjas
y transmitir el mensaje
que todavía recuerda.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

Frente a la computadora
pasa los versos en vela,
en soledad, en la calma
de que el vecindario duerma,
escribiéndose un espejo
donde mirarse las penas
y escudriñar lo que ignora,
lo que oculta, lo que niega,
lo que nadie advertiría
si primero no lo muestra.

No quiere ser escritor
ni sueña con ser poeta.

Todavía no lo quiere,
todavía no lo sueña…
solo quiere ser él mismo
sin disfraces ni caretas,
y sueña con fabricarse
un castillito de letras
para encontrar en las páginas
su lugar de pertenencia.



Gavrí Akhenazi – Israel

Agua y acero

«…aguacérame los ojos
hasta que me abra de ideas
y con paso resoluto
cruza despacio mi lengua
que, a los gritos, anda loca
por la calle de tu ausencia».

Morgana de Palacios


Si te aguacero los ojos
antigua gárgola negra
y te crecen siete vientos
dentro de la voz desierta,
es que en el Templo se enciende
la luz de la voz eterna
y tiemblan las columnatas
su feroz naturaleza.

Si te aguacero los ojos
– como a un ídolo que tiembla –
verdes de jade y humeantes
como el mar bajo la niebla,
¿a quién perderá el Triángulo
donde estallan mis tormentas?
¿A tu puente de amatista
donde se acoda la tierra
en que afincar el sangrado
de mis alas turbulentas?
¿Al disgregado crepúsculo
en que el vino se despuebla
y fallecen los amantes
bajo el farol de tu puerta?

No pidas que se deshagan
ni tus labios ni tu lengua,
que escuchan los malos duendes
y con plácida inclemencia
concederán tres deseos
y trazarán cien fronteras.

Ellos te quieren a salvo
de mi mirada perversa,
de mi sonrisa disfónica
de mi renegada pena.
Te quieren lejos de mí,
del caos de mi tristeza,
de la sangre que me mancha
por asesinar quimeras
en los tiempos inhumanos
con que remonto las guerras.

Mujer, no pidas por mí
desde el borde de la ausencia.
Mujer, no pidas por mí
desde tus fieras almenas,
porque si tu boca llama
tu palabra me atormenta
y una cadena de llanto
a tus manos me encadena.

Por aguacerar tus ojos
los ojos se me aguaceran.



Gerardo Campani – Argentina

(In memoriam)

Romance del wild, wild west

Por la calle polvorienta
de aquel silencioso pueblo
avanza Randolph Scott
todo vestido de negro.
Rock Hudson lo está esperando
con un temblor en los dedos,
con la pistola prestada
y con la estrella en el pecho.
Qué destino tan injusto
para tan simple vaquero
enfrentarse con un killer
en duelo tan desparejo.

Siempre es novedad morirse
y alguna vez hay que hacerlo.
Si hay que ser hombre de veras
qué mejor que este momento.

El killer sigue avanzando;
el sheriff se siente muerto.

Y cuando están a dos pasos
ocurre un raro suceso:
Randolph Scott se abalanza
sobre Rock, muerto de miedo,
lo sujeta con sus brazos
y le da en la boca un beso.



Vicente Mayoralas – España

(In memoriam)

Sueños y cardo

Son las púas de mis sueños
punzantes como ese cardo
que sobrevive en mi tierra,
la tierra de mis quebrantos,
altanero y amarillo,
como la sed del secano,
en las espinas su angustia
y en las raíces su llanto,
y la mirada en el cielo,
y en el cielo el desengaño.
Así los sueños me hieren
tan profundos, como aciagos,
tan sublimes en recuerdos
y en perspectiva tan parcos.
¡Cómo me duelen los sueños
y cómo me hiere el cardo!
Ambos habitan en mí,
en mi pena, cuesta abajo,
por donde corren mis ansias
y mis anhelos truncados.
En ese amor que me escarba
y descuartiza en pedazos
tengo al niño que me habita
entre los surcos jugando,
ajeno a este otro hombre
de soledades sembrado
y que sueña juventudes
con la esperanza en el raso,
porque morir nunca muere
quien ama, como ama el cardo.


LOS FAVORITOS DEL EDITOR

José Sbarra

El mal amor (selección)

Te informo sobre la situación en casa, por si te interesa.
La persiana de nuestro dormitorio se trabó arriba y se niega a
bajar.
Las puertas del armario bostezan de noche y de día.
La parte de tu lado de la cama se muere de aburrimiento.
Una banda de polillas insensatas se comió la cortina azul.
Cuelgan de todos los cajones lenguas de trapo sedientas.
Las toallas que olvidaste en el suelo envejecieron
precipitadamente.
Los lirios de plástico que habías puesto sobre el calefactor
se marchitaron.
No quiero exagerar, pero alguno de los Rolling Stones
humedeció con sus lágrimas la pared donde pegaste el póster.
El cielorraso se descascara pidiendo que vuelvas.

(Y de mi corazón mejor no hablemos)


Alguien habrá acercado su mejilla
a una almohada usada por mí para recordar
el roce de mi piel?
Alguien habrá permanecido despierto
hasta la alta noche
para seguir amando con su mirada
mi egoísmo dormido?
Alguien habrá caminado por una calle desierta
de un país lejano murmurando mi nombre
llamándome?
Alguien habrá serenado su corazón
apretando contra su rostro
pequeñas ropas mías?
Alguien habrá preferido mi muerte
antes que verme
en brazos de otra persona?
Alguien habrá gozado
entrando al baño después de mí,
con el vapor,
la temperatura y los perfumes
de mi intimidad?
Alguien habrá deseado caer en el sueño
con mi sexo anclado en su
cuerpo?
O solamente yo
amé de esa manera?


No dejes que te impresionen las estrellas
que quizás estén todas muertas.
No te dejes corroer por las canciones añejas
Duerme y nada más.
Esta noche, duerme
Mañana una muchedumbre de arcoiris
con lo que haya quedado vivo, ya conoces el mecanismo
te fabricarán una sonrisa nueva.
Ahora duerme y nada más,
esta noche, duerme.
No te castigues con la luna,
ese transatlántico indiferente,
este silencio pasará
volverán las palabras como pájaros,
como veranos, como soles
volverán las palabras
y alguien dirá tu nombre.
Esta noche, duerme,
echa el ancla y duerme,
duerme.
Que por unas horas oscuras nada te hiera.
No llores, no implores, respira y duerme
concéntrate en la respiración
y acaríciate un hombro,
amate un poco y duerme
esta noche duerme.
Mañana tendrás la oportunidad,
flamante y renovada de volverte a equivocar.


Alaridos en el ventrículo de las torturas.
El amor desollado pide a gritos que le devuelvan las epidemias.
La memoria decapita los nombres de los fracasos.
Alaridos en el ventrículo de las torturas.
Se arrastra la tristeza por los túneles de las arterias.
Los errores que cometí flotan en el pantano de mis pensamientos.
Aúlla la traición en la bruma de mis ilusiones.
Alaridos en el ventrículo de las torturas.
En mi cuerpo, donde se celebraron los ritos del placer,
monjes funerarios ofician la misa del adiós.


No te llevaste solamente
tu paraguas, tus ropas
y el cepillo de dientes.
Te llevaste también
la música
el telón de las noches
y la escenografía de los días
arrasaste con todo.


Mientes.
Nada de lo que respondes es verdad.
Nada es cierto.
Lo único cierto es que te anudarías a sus pies,
que le besarías en todo momento hasta fastidiarlo,
hasta perderlo.
Haces estrategias.
Haces estrategias para que alguien no se vaya de tu lado.
Mientes para que no te abandonen.
Tienes la certeza de que tu espontaneidad ahuyenta.
Nunca más un gesto sincero.


Estaba en una fiesta.
Sabía que existían personas interesadas en hacer el amor con él,
del mismo modo que él
intentaba hacer el amor con otras.
Entonces visualizo un círculo de seres humanos,
cada uno intentando seducir a otra persona
que no era la que tenían delante,
y así hasta el infinito.


Es sábado
y es de noche
vos estás sola
yo estoy solo
abracémonos desnudos
digamos palabras excitantes
y llamémoslo amor.


No.
No conocí el amor.
Solo conocí
el exasperante deseo de que el amor existiese.


Alguien pronuncia mi nombre
la grúa detiene su acción devastadora
alguien pronuncia mi nombre
los obreros se quitan los cascos y abandonan su tarea
alguien pronuncia mi nombre
soy una demolición en suspenso.


Cuando veo mis pies
allá tan lejos de donde suceden las ceremonias,
las tomas de decisiones y los bacanales,
no puedo evitar un sentimiento de angustia por ellos.
Me pregunto si podría acercarlos
anotándome en un curso de contorsionismo y acrobacia.
Pero no creo que el resto de mi cuerpo,
tan habituado al desorden,
soporte el método y los esfuerzos.
Cuando yo muera
sé que ellos se enfriarán primero,
tendrán sus minutos de muerte solitaria
hasta que reciban la compañía final
de todo el andamiaje de mi esperpento.
Pobres pies estos pies, tuvieron peor suerte aún que mi corazón.
Lo cual no es decir poco.
Recuerdo los tiempos felices que pasé a tu lado.
Nunca olvidaré lo dichoso que fue en esos tiempos en los que,
por lo menos,
te tomabas la molestia de mentirme.


Ando por la casa buscando tus olores como cuando rastraba tus engaños.
Busco aromas. Durante la primera semana encontré un par de medias y varias ropas que dejaste tiradas. Las huelo. Las beso.
Al principio lo hacía con vergüenza. Después empecé a hacerlo con naturalidad.
Ahora
lo hago con
desesperación.
Las aplasto en mi boca y en mi nariz para extraerles
algo de lo que amé.
Sigo encontrando ropas tuyas, pero ya no huelen
Contienen apenas el recuerdo
del olor.
Con el tiempo, menos el deseo, todo se diluye.
¿Por qué no construí una jaula? ¿Por qué no tejí una red para
que dependieras
solo de mí?
Odio las teorías sobre el amor y la libertad.
Debería haberte construído una sólida jaula.
Y llevarte ahí el plato de comida, el agua y el sexo.
Serte imprescidible.
Ahora me he quedado sin tus olores
Y para colmo en el prostíbulo de mi corazón
están reclamando aumentos desmesurados.

Acerca del autor

José Sbarra (15 de julio de 1950 – 23 de agosto de 1996) es el poeta del under democrático que hizo del amor la estructura narrativa de su obra poética.

Dramaturgo, performance, autor de libros infantiles, conductor de ciclos de lectura de poesía en la ciudad, la figura de Sbarra se proyecta como el nexo cultural que une el destape tierno de la poesía posdictadura con las experiencias poéticas de la década del 90.

Sus obras de teatro plagadas de humor negro y poesía, su experiencia psicodélica y testimonial en Informe sobre Moscú (1996) y su obra póstuma El mal amor (2017) lo consagran a través del tiempo como una de las principales voces poéticas de nuestro país.

«No hay orfandad cósmica», como dice Sbarra, porque él mismo se inscribe con su poesía en una lectura del amor que atraviesa tiempos y edades.

ARTÍCULO

«Ese» silencio, la cesura versal como elemento connotativo

por Gavrí Akhenazi

La llamada cesura o pausa versal (el corte que se produce entre versos de un mismo poema), representa un elemento simbólico de gran importancia en la construcción de los discursos poéticos.


La cesura o pausa, no solamente es la mera separación versal que vemos cotidianamente sino que su implementación adecuada encabeza una de las funciones simbólicas más interesantes dentro de un poema: «la función del silencio».


¿Por qué? Precisamente, porque el silencio representado a través de una cesura amplia, distanciadora entre versos que se pretenden nodificar como un peso semántico dentro del discurso, permite al lector acceder de manera más reflexiva y emocional a la experiencia que el autor le ofrece, como su propia concepción de lectura para el trabajo.


La cesura no solamente sirve para conectar a los versos entre sí o acomodar sintagmas dirigidos por la esticomitia sino que ofrece también una amplia gama de posibilidades de implementación enfática sobre determinados nodos de incidencia que hacen a las ideas que el discurso trabaja.

De ahí que la cesura amplíe sus límites hacia la experiencia emocional de una estructura melódica diferente y modificadora del molde sonoro tradicional que pueden ofrecer las estructuras clásicas, donde las cesuras están prefijadas.


La implementación discrecional de las cesuras, implica también un campo de preferencia estético/simbólica, con que el autor intenta traducir espacios determinados y determinantes por su significado particular a resaltar.


Representan un llamado de atención hacia el lector, una inducción reflexiva del porqué la cesura separa, por fuera de las convenciones, tal o cuál idea dentro del constructo general.

La ruptura cesural es, sin duda, un elemento intrínseco e importante a la transmisión efectiva de lo nodal: el banderín rojo que dice al lector «eh… lector, aquí está pasando algo». Por supuesto que me refiero a cortes cesurales bien empleados en función del discurso y no a esa arbitrariedad tan notoria que rompe sintagmas de manera azarosa sin un objetivo semántico prefijado por la incidencia del nodo poético.

La llamada «morfología poética», ha variado sustancialmente desde el molde clásico decimonónico al trabajo estructural sobre él que imponen las búsquedas poéticas de reforma del mismo, como también, la irrupción del «verso libre» en el panorama de la creación ha provisto de elementos ligeros que permiten una ampliación en el uso del silencio «conceptual».

Los silencios son componentes naturales de las partituras musicales y por tanto, su extrapolación a la melódica poética funciona casi en el mismo sentido, porque aportan la pausa necesaria entre un pensamiento y el siguiente, dentro de todas sus formas: cesura propiamente dicha, cesura de fin de idea (ya sea por punto o por esticomitia) y, por qué no incluir también a las pausas estróficas en este análisis.



La cesura impone el silencio dentro de la música poética aunque un poema no goce de demasiada armonía. El silencio poético ofrece un grado de intimidad extrarrítmico que busca crear atmósferas o climas diferentes dentro de la estructura.


El silencio no se escucha. Se percibe. Y es en base a esa percepción que el lector registra algo que el poema no explicita con palabras pero que llega con la misma intensidad de ellas.

El silencio despierta sensaciones diferentes de las lógicas porque la lógica de un silencio versal implica un significado diferencial y propio e induce a las preguntas no formuladas de ¿por qué el verso está separado del corpus aunque corresponda a una misma idea?¿Qué significa esta propuesta?

El silencio poético en todas sus formas tiene su propia dimensión dentro de la lectura e incita al lector a imaginar otras climáticas no verbales que vertebran de una manera connotativa las partes formales del discurso.


El silencio bien empleado es un símbolo, otro ámbito de lo poético, aquello que indica una intención no expresa pero no por ello menos eficiente.


Sin embargo, pese a que este movimiento cesural puede adaptarse a cualquier formato clásico, parece más patrimonio del verso libre que de alguna otra estructura estrófica o sea, el apego constriñe decididamente el trabajo que puede conseguirse en el plano de las sugerencias y en el diálogo autor/lector, relegando la importancia de los silencios y su innegable peso semántico para la imaginación y la sensibilidad del que lee.

En poesía, el silencio no es inaudible.

LOS FAVORITOS DEL EDITOR

María Meleck Vivanco

Canciones para Ruanda (selección)

1.- Solitario escorpión de amarillo purísimo con erecciones que delatan la guerra

Bajo las puras rosas las palabras más áridas
resisten.
Bermellones y negras fulguran casuarinas
languidecientes
brotes y viento atribulado.
Atadas están al carruaje del sol y a la desolación
del mundo.
Acompañan postales con dinamita y gritos de locura.
Pronto desaparecen todos los ruidos del amor
mezclados
con amuletos, consumaciones y presagios.
Amor que se complace con herejías y reniega del hombre.
Piratas como dioses sellan la última puerta
como mudos sonámbulos de otro lagar oscuro.

De otro violín de infortunada melodía.

Texturas para un cielo que contrasta el furor.
Doble corona de infaustas mariposas.
Paneles que se cierran por adentro.
Huestes que ardieron antes y yacen apagadas
recubiertas de sal.
En cautiverio

Solamente nube rizada de pólvora
y ángel desvelado.
Oh aldeas enterradas y lábiles como el fino temblor.
Espacios de inocencia.
Nieve de la tristeza que encanece jardines.
Llamador insistente en la desierta alcoba
abandonada.
Aquietad remolinos.
Tened piedad en esta angustia larga.
Resistid el escombro de inauditos recuerdos
porque en Ruanda aún se abren blanquísimos capullos
y
en Ruanda todavía los espejos resplandecen.



2.- Las banderas de orfandad enrojecen la lluvia

La partición de las estrellas descubre oscuridad
sobre los mismos cuerpos que luminosos nos herían.
Agotados
estaban
de escandalosos sueños sin conocer del llanto,
esa orla de pies inertes.
Su filo de flamencos que van minando
las profundas sedas,
las mordidas de besos,
las diminutas lunas de la mano.

Deseo por deseo el borde de mis labios amaneció vacío.
Adormideras del mar retengo a mi costado.
Escalofrío de extremaunción convocan las campanas
de norte a sur.
Su oficio de follaje y negra sed se instala en las murallas.

La palabra cabeza funda banderas lejos de su templo
en ingle alucinada en rojo ardiendo.

En gotas de atormentados niños
cayendo a sobresalto,
aullando a flor de vientre
desde una comisura de relojes.
Busco el secreto manuscrito de Ruanda,
su memoria discriminada al cielo polvoriento
y el pobre Dios cruzaba la frontera
esparciendo como al acaso pétalos.

Naturalmente la víspera caían
abriendo al mundo
de par en par sus ritos para que entrara el mago de la suerte.
Y pagar su rescate de azucenas desnudo hasta el cabello
prendido de una nube como si fuera un ángel.


3.- Y el valle violento es como un matuasto al sol galopado de turbulencias

Volvía del castigo y recordé los tártagos
donde enredaba música la luciérnaga triste
con instrumentos traídos de la guerra.
La huída a contraluz .

Los corredores que sepulta la tierra gris
y el viaje de la aurora cuidan mi corazón,
mi vino pálido que noche a noche sorbe la metralla.
Yo he intentado morir y no he podido.

Desciende el viento pero nunca muero.
Quema lágrima heroica en carne que supura tanta impiedad
tanta neblina
ansiosa.
Dios proteja esta herida dulcemente

Y entorne las ventanas del espejo.


4.- Como una caracola la muerte estará en otro ruido
Como un higo de luto en otros dientes de tímido conocimiento blanco

Oscuros umbrales de revelación sostienen temerarios
la edad impura
o el cuchillo de plata a la intemperie o la caravana
que alisa arenas y castiga a los pájaros heridos

(Cuando aparece el huésped persignarse)

La inocente descubre ceremonias en los huesos de un niño.
Voraz, una cascada de nieve derretida lava de olvido su alma,
red luminosa fluye en el coro de renacuajos del diluvio
Y plegaria comulgante en el oído sordo de tristeza
sobre tristeza Ruanda inventa un corazón para olvidar.

Suelta lujurias en los ojos velados que encienden la imaginación.

Aquí
en su piel
existe una rosa cautiva perversamente lastimada.

Es
la rosa
esclava de secretas voces.

La casa desprovista de manjares y paciencia

Los fantasmas del ancestro que convocan animales,

libidinosos ruidos

y grifos de voces permanentes.

Dioses sorprendidos en el Kivú,
apostados entre mariposas salvajes.
Oscuros umbrales de revelación.
Cuerpos destruidos de tanto vagabundeo sin brújula
con su joroba verdinegra que asoma
en la claraboya de la luna.

Deseo comparecer a tu lado Ruanda de incestuosas lágrimas
efímera como tu pulso de felicidad invisible.


12.-Se oyen lejanos gritos de hombre y de mujer y el fuego que devora un monte en la dinastía de los pétalos


La enemiga cruzaba la frontera. Iba dormida la inocente abeja. La matriz de su ala sangraba hilo delgado de oro fino. Y el sacerdote pescador hilaba perlas negras cama de erizos para la novia tímida, apresurada amante de la muerte. Su noche errática. Su posada de palmeras y tigres.


Gritan los pájaros gemelos en su pareja celestial.
Aldea virgen, Ruanda. Heridas respirantes la convocan. Fulgores que salvan la oscuridad, verbenas machucadas con olor a alcanfor.

Las manos los pulmones y la sombra son el humo de un pez.
Encima de la fuente agonizan los capullos del iris.
La creación abre sin luna al mirto.

Tatuada selva maldecida.

Muertos de Ruanda descorren los visillos de sangre. Miran pueblos llenos de excusas, renegados sacramentales del azar y palpitantes sexos en la hoguera
quieren medir el peso de los huesos (que aquel que te acompaña te derrumba) mientras el alacrán del lago cuida su prole hambrienta bajo las hojas amarillas.

La enemiga cargaba su fusil. Iba dormida la inocente abeja.


14.-Papeles amarillos húmedos de oscuridad destiñen de a poco las galas del reino

En remolino de menguados ojos entro en el laberinto de la guerra
El delirio flamea junto a una nube extraña con una agorería de gallo bataraz, de ave gloriosa incursionando en causes de zozobra.
Bajo un aura salvaje donada por las flores más lujosas atraigo mi deriva de ser en el lago Kivú. En los fértiles sueños jubilosos rodeados de azahares que junio resucita.

La dimensión del luto es hálito inocente. Como un padrillo en celo descarrila sus ángeles en cavidad de piedra desollada.
Nadie le salva el corazón a nadie

Nadie le salva el beso, la herencia la memoria el trino.

Que de olvido y de brasa son los pueblos que entregan sus ovejas y corolas. En duelo desesperan a los ríos ocultos

Madres rituales que desgranan fábulas en un recodo de aquietada guerra
Lagrima mía. Efigie de medalla oxidada reconocidamente muerta, desgajada en la rama.

Ya nadie cuida el oro fuera de la tierra
Ya nadie nombra el llanto

Ediciones ibuK – 2013

Acerca de la autora

Nacida en Valle de San Javier, Córdoba, Argentina en 1921 y fallecida en Portezuelo, Maldonado, Uruguay en 2010, Meleck Vivanco publicó siete libros –número cabalístico- y dejó inéditos otro tanto desde 1956, cuando escribió su libro inicial «Taitacha temblores» hasta la publicación en 2009 de su Antología poética. Sus otros libros publicados son: Hemisferio de la rosa (1973), Rostros que nadie toca (1978), Los infiernos solares (1988), Balanza de ceremonias (1992) y Canciones para Ruanda (1999); mientras que en la lista de inéditos figuran: Plaza prohibida, La moneda animal, Balanza de memorias, Bañados de sereno, Mi primitiva cruza, Los regalos de la locura y Mar de Mármara.