RELATANDO

John Madison – Cuba

Love for sale


Conozco a muchas pibas que se funden el sueldo en tacones y bolsos. Los compran como si fueran Chupa Chups a sabiendas de los malabares que tendrán que hacer para llegar a fin de mes. Mi mujer también fue una de esas consumidoras compulsivas. Compraba zapatos a juego con las carteras a punta de pala, pese a saber que me eran indiferentes.

Me daba igual si iba a la compra descalza. Me gustan las mujeres por lo que hay oculto en su corazón.

En cuanto a los bolsos, no dejo de reconocer que tienen su punto funcional. Cuando vas de copas con tu mujer, por ejemplo. Ese mismo bolso en el que te andabas cagando por su desorbitado precio se convierte en tu salvador cuando le pides que te guarde el tabaco, la billetera, las gafas de sol…

En ocasiones, el bolso de tu compañera te libera de una multa por posesión de estupefacientes: «Mierda, un control policial». Entonces le pides a tu mujer que te guarde en su bolso la metralla que llevas encima.

Por supuesto que ella me cumplía, ambos sabíamos que los agentes no iban a registrar el bolso de una señora de buena posición.

A ratos, yo también practicaba la compra compulsiva, aunque no eran objetos tan chachis como un bolso de Carolina Herrera. Eran, según mi mujer, «más mierda inútil».

Solo una vez, en Navidad, compré algo que nos puso de acuerdo: un karaoke. Lo usábamos en Nochebuena, por San Esteban… y otras fechas señaladas.
Para evitar enfados entre los participantes propuse algunas pautas con las que ella estuvo de acuerdo. Tuvimos cantantes de oído cuadrado a los que soportó con un estoicismo de Grammy.

Giubi, por ejemplo, es un excelente bailarín, pero para cantar no lo llames. Mi colega no afina, rebuzna.

Sentí más la presencia del verdadero amor en el último año que pasé junto a mi mujer que en los veintiséis que llevábamos de matrimonio. En esa última etapa ya no estábamos casados ni usábamos el karaoke. Tras el ictus mi esposa perdió los rudimentos del lenguaje, pero no a su compañero de vida. La amaba aunque fuera totalmente dependiente de mí y aunque hubiera convertido mis días pasados en un infierno.

Era una gran verdad que aunque me esforzara en hacerle la vida más fácil ella no recuperaría lo perdido. Su degradación mental y física era una realidad que yo solo podía combatir fabricando nuevos recuerdos.

Es cierto que no hablaba, como también es cierto que al cabo de los meses de producirse el incidente recuperó algunas palabras. No le valían una mierda para hacer una sesión de karaoke –no podía construir una frase por sencilla que fuera–, pero bastaban para comunicarnos: café, bebé para identificar a los hijos, agua, TV. Sol, decía sol, lluvia…, y ¡Juan!.

Fue una sorpresa descubrir que de entre toda la variedad lingüística, mi nombre había regresado a su memoria. Hecho curioso, en el pasado solo me llamaba por mi nombre de pila cuando estaba de bronca.

Encontrar el karaoke entre los trastos que guardo en el garaje me hizo rememorar la noche en que nos conocimos y en la que oí por primera vez a Camarón de la isla, una voz valiente en la manera de afrontar los preceptos del flamenco de finales de los ochenta.

Me enamoré de su voz, tanto como lo hice años más tarde de mi mujer. La conocí durante el intermedio
de la jam session que había ido a escuchar en el café del teatro Central, en Sevilla. Ella era una de las participantes.

«¿Le importaría dejarme un papel de fumar?», le pregunté.

Minutos antes vi que se había liado un porro en la terraza, apartada del resto de músicos.

Ella me pasó un papelillo.

«Ha sido un ‘Love for sale increíble’», le dije refiriéndome al estándar con el que los músicos habían cerrado la primera parte de la jam y que ella había interpretado al piano.

Me dio además del papel, fuego. Mientras la miraba adentrarse nuevamente en el bar me di cuenta de que no sabía su nombre. Llegué con el concierto en marcha y ni siquiera miré el cartel publicitario de la entrada.

Más tarde, volvimos a encontrarnos en la salida del teatro. «Te acerco a casa», gritó ella desde el interior de su coche, gesto que acepté agradecido. Era la voz de Camarón de la isla la que sonaba en el reproductor.

Entonces no tenía manera de saber que ella sería en el futuro mi esposa ni que veintisiete años más tarde esparciría sus cenizas bajo el olivo del jardín de nuestra casa.

Desde que nos casamos, vivió inmersa en una guerra contra el tiempo. La diferencia de edad, veintidós años, nunca me molestó. A quien le hacía la puñeta era a ella, ya que perdía una hora cada mañana para disimular las arrugas con el maquillaje. Teñirse el cabello semanalmente para ocultar las canas o someterse a costosos tratamientos contra la celulitis.

Sí, la mujer que ya no compraba tintes de L’Oreal para el cabello ni podía usar el karaoke había envejecido milenios.

No caí en la cuenta de que la mujer que fue mi compañera durante un cuarto de siglo era ya una anciana que usaba, en lugar de tacones caros a juego con el bolso, deportivas con velcro.

Ya no era capaz de apañárselas con los cordones.



Isabel Reyes – España

El regreso


La muerte ha venido a visitarme varias veces. La primera, cuando mi padre volvió una noche por sorpresa y permaneció observándome en la puerta del dormitorio. Y vino para quedarse conmigo para siempre, cuando Miguel apareció de pronto en el salón, después de tantos años enterrado.

Hasta entonces, yo dudaba de mis ojos, de mis silencios y de mi propia sombra. Pese a la claridad de lo vivido, yo creía, -o al menos lo intentaba- que el miedo había provocado y dado forma a unas imágenes que sólo existían en el recuerdo. Pero, esa noche, la realidad se impuso a cualquier duda. Cuando Miguel abrió la puerta, yo estaba allí, sentada frente a la chimenea, despierta y desvelada igual que ahora, y al verle ni siquiera sentí miedo.

Pese a los años transcurridos apenas me costó reconocerle. Seguía igual que yo le recordaba cuando vivía. Y ahora, sentado en el sofá, inmóvil, parecía haber venido a demostrarme que era el tiempo, y no él, el que realmente estaba muerto.

Ambos permanecimos en silencio. Después de tanto tiempo separados, estábamos los dos frente a frente, sin atrevernos, pese a ello, a reanudar una conversación interrumpida bruscamente. Yo ni siquiera me atrevía a mirarle. Ni un solo instante dejé que me invadiera la sospecha de que había venido para velar mi propia muerte. Sólo al amanecer, cuando una tibia luz me despertó y comprobé que ya no estaba conmigo, un negro escalofrío me recorrió por vez primera al recordarme el calendario que aquella noche que se iba tras los árboles del parque, era la última noche de enero. La misma exactamente en que Miguel había muerto 25 años antes.

A partir de entonces volvió a hacerme compañía muchas veces. Llegaba siempre a medianoche cuando el sueño comenzaba a rendirme. Aparecía en el salón sin hacer ruido, sin pisadas, sin que las puertas de la calle ni el pasillo lo anunciasen. Pero yo sabía que Miguel se acercaba por los ladridos asustados de Boss. A veces, cuando la soledad era más fuerte que la noche, cuando el cansancio desbordaba los recuerdos, corría hacia la cama y me tapaba con las mantas, como una niña, para no tener que compartirlos con él.

Una noche, sin embargo, hacia las tres o cuatro de la mañana, un extraño murmullo me despertó de repente. Era una noche fría de finales de otoño y la lluvia cegaba, como ahora, la ventana. Al principio pensé que llegaba del exterior, que era el viento al arrastrar las hojas muertas. Pero en seguida me di cuenta de que estaba equivocada.

Procedía de algún sitio de la casa, como de voces cercanas, como si hubiera alguien hablando con Miguel. Permanecí inmóvil en la cama escuchando largo rato antes de levantarme. Boss había dejado de ladrar y su silencio me alarmaba más aún que ese extraño eco de palabras.

Cuando salí al pasillo el murmullo se detuvo de repente como si en el salón también me hubieran escuchado. Con Miguel sólo había sombras muertas, silenciosas, sentadas en corrillo que se volvieron a la vez a mirarme cuando abrí la puerta y en las que apenas me costó reconocer los rostros de todos los muertos de mi casa.

Durante segundos me quedé paralizada. Pensé que el corazón iba a estallarme y aterrada eché a correr hacia la calle con el perro. No me atrevía a volver junto a los míos. El miedo me arrastraba sin rumbo por callejas solitarias y me empujaba más allá de la noche y de la desesperación.

Esperé a que saliera el sol. El viento había cesado y una calma profunda se extendía por la ciudad. Boss me miraba en silencio tratando de entender, pero yo no podía decirle nada. Aunque entendiera mis palabras, no podría explicarle algo que ni yo misma alcanzaba a comprender. Quizás todo no hubiera sido más que un sueño, una turbia pesadilla nacida del insomnio y la soledad. O quizás no. Quizás lo que había visto y oído era real y las sombras negras seguían esperando a que volviera. Abrí la puerta. La casa estaba sola y por la ventana entraba la primera luz del día.

Pasaron varios meses sin que nada parecido ocurriese. Yo esperé cada noche atenta a cualquier ruido, temiendo que la puerta volviera a abrirse sola y Miguel apareciera frente a mí. Pero pasó el invierno sin que nada turbase la paz de mi corazón. Y así, cuando llegó la primavera, yo estaba segura de que nunca volvería porque jamás había existido más que en mi imaginación.

Pero volvió. De noche y por sorpresa. En medio de la lluvia. Se sentó en el sofá y se quedó mirándome en silencio igual que el primer día.

Desde entonces a hoy ha regresado muchas noches. A veces con mi padre. A veces rodeado de toda la familia. Durante mucho tiempo me escondí para no verles. Me resistí a aceptar su compañía. Pero siguieron acudiendo cada vez más a menudo, y al final, no tuve más remedio que resignarme a compartir con ellos mis recuerdos y mi hogar.

Ahora que presiento a la muerte rondando por mi cuarto, y mis ojos van tiñéndose de gris, incluso me consuela pensar que están ahí, esperando el momento en que mi sombra se reúna para siempre con las suyas.

EN VERSOS DE ARTE MAYOR

Eva Lucía Armas – Argentina

Escaramuza

(quintetos endecasílabos consonantes)

Era como una larga espumadura
de cimbreante cadencia y de paisajes
en tonos de amapola, con celajes
de aromo y hierbabuena. Una apertura
al íntimo pregón y a sus anclajes

en un lecho abismal, intenso y ácido.
Era en la suavidad un limonero
que al tronco lleva atado al Can Cerbero
defendiendo las gamas de lo plácido.
En el fondo de mí, un dios austero

me llenaba de fe como de ramas.
Creí en lo que decía y me hice fuerte
en la batalla franca con la muerte
que pelaba a cuchillo mis escamas.
No voy a ser un pez, flotando inerte
esperando abonar agua podrida.

Para quien lo pregunte : soy mi vida.



Isabel Reyes – España

El reto

(quintetos alejandrinos consonantes)

Era mujer de sombras, mañana luminaria
huyendo del vacío que me niega el futuro;
me deslizo en silencio de espaldas a lo oscuro
emprendiendo la huida de la red carcelaria
de viejas soledades con alma de siluro.

Intuyo un aire cálido que remueve los sauces
que arraigaron antaño en los tiempos de ausencia
marcándome el camino donde late la esencia
de una vida alejada de los amargos cauces
de hembra regicida que su muerte sentencia.

Temeraria y audaz desempolvo pasiones
que quedaron ancladas en un arcén dormido
me atavío de rojo –mi color preferido-.
y con la mente abierta a golpe de pulsiones
comienzo un nuevo puzle con todo lo vivido.

Ando por las cornisas de los esperanzados
y amplío mis cajones para el dolor extinto;
me dispongo a salir del aciago recinto
que recoge las lágrimas de los desesperados.
Hoy nace otra mujer… ¿Será todo distinto?



John Madison – Cuba

Jack Skeleton

(serventesios endecasílabos consonantes)

En voto de silencio me declaro
aunque la «verbi gratia» me desborde
que puede mi discurso no ser claro
si mi voz de poeta es m
onocorde.

Y ya puede mi Sally tras la reja
pedir que rompa en dos mi mandamiento
que no daré cordel a la madeja
de versos sin tener conocimiento

Hay silencios que dictan en su arrastre
una suerte de efecto mariposa
no temas, Sally Persson, si el desastre
alcanza a mi liturgia clamorosa.

Te vuelves por momentos adictiva
a amores que alimenten tu brasero,
yo soy tu Frankenstein y tú la diva
que doma la pasión del romancero.

Y mientras la metáfora resiste
a regalarme su divino encanto
carcelera es la sombra que te asiste
hasta que el verbo anuncie el contracanto.



Morgana de Palacios – España

Mis rarezas

(serventesios pentadecasílabos consonantes)

Atarse por gusto al sonido de un metro supone,
la vuelta de tuerca divina que reta al talento.
No todos buscamos lo mismo ni a nadie se impone,
mirar con mirada distinta los rostros del viento.

La música late en el aire: suspiro y tormenta,
relámpago y rayo en el cielo de las armonías,
rebeldes tambores que incitan a la guerra cruenta
que a solas mantengo en la tierra de sus melodías.

No existe alambrada ni muro ni oscura frontera,
que yo no atraviese buscando prohibidas canciones.
Mi boca es soldado de guardia desde su trinchera,
mi sangre tumulto en la esencia de sus vibraciones.

Si presa por gusto liberta de alas gloriosas
persigo la huella de Orfeo sobre el pentagrama,
mi vuelo es el vuelo brillante de las mariposas,
mi voz envenena a la prosa cuando se derrama.


EN VERSO BLANCO

Selección de poemas – varios autores

Paisaje con laguna – Eva Lucía Armas – Argentina

Nada va a devolverme
ni la laguna rota por la luna de octubre
ni la pluma de cisne para escribir el agua.

Nada va a devolverme
el rizo fantasmal del espejismo
sobre un camino claroscuro y árido
como un hábil recuerdo del corazón que fue.

Le propongo distancia a los silencios.

Una distancia fuera de rituales,
lejos de los excesos de las rosas,
cercada de lavandas,
ardida de romeros.

Ahí, nada puede llegar a devolverme
las frecuencias del antes
donde el jolgorio de las mariposas
era una fe de vida
o era una fe debida.

La luz dispersa la credulidad,
ilumina con sombras repentinas y calmas
lo que se apaga del deslumbramiento

y deja apenas un claror difuso
un claror desmembrado
como algún buen recuerdo que termina
travestido de olvido.



En este panorama – Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Con el barro marcando su tibieza
de líquido brumoso, de piedra que se amolda
a cada altanería que le impone mi zurda,
avanzo con las manos desprovistas
del puño que habitaron.

El sol, abyecto hermano que tiñó en mis espaldas
el dorado inmoral de los temibles,
discute con mis ojos lo que veo
mientras mi pelo sigue su propio juego oscuro
en el que se entrelaza con los dedos de ella.

Los fracasos sensibles, los dolores grandiosos,
se me van desprendiendo como escamas
de un animal antiguo que mutando
continua siendo el mismo, que sin querer se muere
de no poder mentir-se.

Los aciertos brutales, los aplausos, las sábanas
manchadas de carmín, de azúcar bien,
igual se me derriten por el pecho,
y siguiendo su ritmo, de caracol o puta,
terminan en la tierra.

«en este panorama»… de penas y de glorias
«de» diciembre, «de» cenas con dis_cursos pro_fundos
por un rato recuerdo
como un golpe difícil de entender
la cara de los otros, el gesto de ser isla
del gregario común cuando no se le nombra.



Quizás en la otra orilla – Isabel Reyes – España

Acuden las imágenes y se acumulan aguas
en la cúpulas abiertas de mis ojos.

«Anuncias el futuro cuando mueves
el aire entre tus pies, y entre tus manos,
peregrinan metáforas que avivan
deseos de querer eternizarte
en el atardecer del arco de mi boca.

No te quedas en ti
vas más allá del sol hasta lugares
donde mora escondida la esperanza
esa escondida tierra que nos ve germinar».

Nos llevaba la tarde de verano
lo mismo que un diluvio dirigiéndose al mar
por la escalera íntima de los primeros éxtasis.

Hoy vuelvo a recordarte después de tanto tiempo
y al atraparte toco la azotea más honda
de todas las salinas de mi sed
mientras voy dando cuerda al reloj para atrás
con el vértigo agraz de la nostalgia.

Quizás en la otra orilla
pueda pisar de nuevo las huellas de tu paso.



En memoria de Elia – María José Quesada – España

Podía haberla sazonado de caricias,
trenzarle el nido con agujas de romero,
lucirla entre sus manos como un ánfora
que en tiempo de escasez contiene aceite.
Velar el fruto predilecto de esos padres
que en acto de confianza le entregaron.

Amarla con bondad bajo las cejas.

Y no hizo más que propagar golpe y disturbio
ante el terrible amerizaje de sus ojos,
descolocándole del cuerpo hasta las uñas
con un desprecio inabarcable.

El ritmo evolutivo habrá de darnos,
por pura protección de nuestra cría,
olfato preventivo,
so pena de que el tiempo nos disponga
en gen y sangre
la no continuidad de engendrar hembras.

Será el tercer arbitrio
para frenar un daño irreparable,
la invocación y grito en consecuencia:

¡María y cierra, España!

VERSO BLANCO

Isabel Reyes Elena

Cada vez que te nombro

Hoy que vuelvo a Madrid, dime quién me conoce
cuando bajo hacia el metro de Diego de León
y alguien lee junto a mí tu libro de murallas,
mientras subo los ríos del recuerdo

El rostro de mis hijas es de color de fruta.
Ellas sí que están vivas,
lloran, juegan, se suben encima de la mesa.
Tú me observas besándolas con tus labios distantes.
Yo no soy la que era, me has divinizado,
me he vuelto transparente, como cruza en los ojos
un aroma inconsciente, un gesto que trasluce
geografías voladas.

Los días se me escurren, son lo mismo que el agua
y mi voz es reguero que se borra en el viento.

Todo ocurrió deprisa, un sueño inverosímil,
como si mis poemas desnortaran relojes.
¿Adónde fue mi corazón, sus árboles?

El amor cuando nace tensa el aire y la lluvia,
surgiste de ti mismo y cambiaste mis normas,
me conociste frágil, hoy soy eternidad.

Pero me estoy muriendo cada vez que te nombro.

(Poema blanco polimétrico: combinatoria de verso alejandrino & heptasílabo).



Alejandro Sahoud

Menos tu nombre

cuando soy triste
yo me voy al viento
porque la sombra se vuelve inhabitable
inhallable el camino
y cuadrada la esfera

todo está de revés menos tu nombre
que hace señas de niño en un andén sin trenes
pero con tanto papel despedazado
y tanto polvo largo
que a veces
es sólo un buen fantasma
diletante

tu nombre sin zapatos
que pisa minucioso el agua turbia
me exime en la navaja
y en las cruces
del no miedo a sufrir
mas sí a que sufras
como la rozadura larga de una herida
que me sangra en la frente

triste que soy a veces desleído
acuarela de nieblas y lloviznas y babas
que devoran eso pétreo de mí
como un unto pulsátil
largo musgo y ausencia
inhóspita guarida de éste
mi
último
aliento
con que a veces escribo
o
me mojo en verde oliva
rozo el viento en tu nombre
con el cansancio trágico en el ala
y la certeza
de que el sol existe
sobre lo más oscuro de su vientre

¿quién llagará tu espalda
una vez que mi látigo se hiele?
¿quién llagará mi sed
si se muere despacio en tu diluvio?

los dioses no se ocupan de esta tarde
en que el viento
y el polvo
comulgan imprudentes
en una niebla espesa de pañuelos

si no te importa
me llevaré tu nombre en algún lado

(Poema blanco polimétrico: combinatoria de versos en ritmo endecasilábico).

Silvio Rodríguez Carrillo

La condición

De pronto las calles asfaltan la noche, cantando
silentes el paso tranquilo que ofrezco a la nada,
callando el latido que sienten apenas oculto
del odio feroz anidado en los ojos del pobre
que tiende su mano y descubre el vacío en el otro.

Sospecho la llama, el sabor a madera quemada
arriba, en el cuarto que fue de los niños que nunca
supieron de qué se compone lo lleno, que acaso
temprano aprendieron a hacerse maduros y fieros,
igual que los libros que escriben los altos suicidas.

Detrás de las cámaras, siempre detrás de las cámaras,
me miro las manos, reviso medidas y pesas,
el paso del tiempo en mi vientre, los duelos que ocultan
mi risa irredenta y que juzgo imperiosos, o justos,
no sé… Las canciones esperan si digo que vienes.

(Poema blanco en verso pentadecasílabo)



Jordana Amorós

Abrazo extenuante

Me fatigas,
lo sabes.

Es cansado tener que perseguirte
por todos los rincones de mí misma
con el afán voraz de conseguir

exprimir, uno a uno,
todos mis sentimientos.

En cada uno vives,
en cada uno estallas,
en cada uno entregas, sin pudor, Poesía,
la palabra desnuda
la que mejor define
lo que soy.

Lo que sueño.

Me consumes,
quisiera
poderme liberar de la querencia innata
de tu abrazo extenuante,
al menos mientras duermo.

Pero es que eres tú
o tener que enfrentar a solas mis temores.

Eres tú
o mis angustias.

Eres tú
o la verdad de mi fracaso.

Eres tú
o mi desdicha.

Eres tú o aprender
a tragarme mis gritos.

Eres tú
o existir
sin que el aire se entere.

Y morir poco a poco
como mueren los tristes.

Sin haberle encontrado
un sentido a la vida
y rumiando amargores.

Eres tú
o aceptarme,
derrotada anticipadamente.

Sucumbiendo, sin dar una batalla,
al sepulcral abrazo del silencio.

(Poema de verso blanco polimétrico : combinatoria de versos de arte menor y arte mayor en ritmo endecasilábico).

Los autores



Isabel Reyes Elena

In memoriam

Alejandro Sahoud
Jordana Amorós
Silvio Rodríguez Carrillo

VERSO RIMADO

Isabel Reyes Elena

Imagen de Lars_Nissen en Pixabay

Sentada frente al mar

Sentada frente al mar bajo la calma
de las olas rompiendo, con sus voces de piedra
es muy fácil pensar que el mundo es bello.

Mientras mis hijas juegan en la playa
la espuma de algún dios de pacotilla
posa suave en mis ojos
el extraño sabor de la armonía.

Aquel barco pesquero que regresa
perseguido por miles de gaviotas
Esta brisa, esta luz, este poema…

Sentada frente al mar sería fácil
volar también con ellas y subirse
al alto del paisaje, pensar a voz en grito
que la paz es posible.

El mundo se desangra en mi mirada
por un cuerpo de niña de Kabul
y es difícil sentarse frente al mar
sin separar el agua de las lágrimas.

Puedo oír las sirenas
convertidas de pronto en ambulancias
aparcando el horror frente a la entrada
de una escuela hospital, aquí tan cerca.

Ese cuerpo me sigue a todas lados
cojea en mi retina, en mi cabeza
en la terca cojera de mis manos
arrastrando palabras, sin saber bien del todo,
si este frío en la punta de los labios
es la pierna amputada de una niña
o la sangre de alguna de mis hijas
alcanzadas de pronto por las balas.

(Esta vieja obsesión que me persigue
de sufrir por los hijos que no sufren,
de llorar de repente en cualquier parte…)

Pero el mar sigue ahí, y ellas persisten
levantando castillos en la arena
y es difícil negarles si me miran
la sonrisa más cálida y más tierna.

Esta brisa, esta luz, este poema
aquel barco pesquero regresando
perseguido por miles de gaviotas…

Esta mujer que ríe amargamente
porque el mar sigue ahí… también sus olas.



Morgana de Palacios

Imagen de Abbat1 en Pixabay

Peligrosa

Pervivo en una especie de desierto
en que los hombres son un campo abierto
a las contradicciones
y soy como una oscura profetisa
que a la hora de amar siempre divisa
sus circunvalaciones.

Voy más allá de mí cuando adivino
quién dejará su instinto en mi camino
de malherida rosa
por decir una flor que hermosa rime
con una realidad que legitime
ser peligrosa.

Porque lo soy, sin darme apenas cuenta.
Lo soy porque mi letra es una afrenta
cuando un hombre me miente,
y me han mentido siempre, tanto y tanto,
que voy curada de cualquier espanto,
creciéndome en el diente.

No me escondo ante ti. No soy perfecta
ni sublime mujer ni loba abyecta.
Sé objetivo conmigo.
Necesito creer que hay algo cierto
y me escribes a pecho descubierto.
El mundo por testigo.



Alejandro Sahoud

Pájaro félido

¿Quién gritará tu nombre
con la tarde en la boca?

Desde tu pelo sube
un pájaro a mi pecho
vegetal y brumático.
Sube un pájaro
terso
con frente de pantera
y aletear de mar calmo
encima de mis vientos.

Cierra la puerta al aire
que te roba
esos besos celestes .
Enciéndeme con ellos
tus inciensos de angustia.
Vuélvete barcarola
en éstas
las manos de mi sangre.
Vuélvete unicidad
sedosamente pausa de lo eterno
e invulnerable al día de los vivos.

Y que nadie te llame.
Vuélvete a su palabra un espejismo
cuando habitas mis cosas.

Los autores
Isabel Reyes Elena
Morgana de Palacios
In memoriam
Alejandro Sahoud

OTRAS ARTES

LA VIDEOTECA

Noches

Sobre un poema de Idella Esteve, un video de Isabel Reyes Elena

Los ecos y los buitres

Video poema de Orlando Estrella

Teoría del cielo

Sobre un poema de Ángeles Hernández Cruz, un video de Isabel Reyes Elena

Poison

Sobre un poema de Morgana de Palacios, un video de Gavrí Akhenazi

Carta sin enviar (para Amadî)

Videopoema de Gavrí Akhenazi

ARTE MENOR

Romances del arrebato

Isabel Reyes & John Madison

Luna en llamas

Isabel Reyes Elena
John Madison

Igual que una luna en llamas
que en metáforas se empoza
damos a luz la palabra
con cruces de la memoria.
Abrimos senderos íntimos
que dejan al mar sin olas
y la tinta sangra y sangra
por nuestro parque de sombras.

Pero ocurre algunas veces
que el sol se nos desmorona
y no podemos plasmar
el grito, el llanto, el aroma
del alma que va por libre
sobre el blanco de las hojas
y es cuando miro al reloj
despojado de sus horas
y en el mapa de mis ojos
se reflejan las palomas.

Cuando la música llega
a desaguar en mi boca,
la poesía me llama
con su voz arrulladora.
Entonces me arrugo en mí
igual que una caracola
y en introspección me escribo
y el poema se desborda.

Pero ocurre algunas veces
que el sol se nos desmorona
y no podemos plasmar
el grito, el llanto, el aroma
del alma que va por libre
sobre el blanco de las hojas
y es cuando miro al reloj
despojado de sus horas
y en el mapa de mis ojos
se reflejan las palomas.

Cuando la música llega
a desaguar en mi boca,
la poesía me llama
con su voz arrulladora.
Entonces me arrugo en mí
igual que una caracola
y en introspección me escribo
y el poema se desborda.

Iza velas compañero
timonel de las palabras
y a la orilla de las horas
ponle música a tu alma
dirigiéndote sin miedo
hacia el noray de mi abra
donde rugen los silencios
y los siglos de nostalgia.

No tengas miedo y expresa
qué te duele, qué sed alta
te está quemando por dentro
y se enraíza con saña
en el fondo de tu mente,
las palabras susurradas
que temen salir al aire
y son aves que no cantan.

En mi isla de sigilo
allá donde guardo el arca
de metáforas y versos
siempre encontrarás la calma.

Amigo de tus amigos
no defraudes a tu dama.

Ella guarda mi armadura
yo en el alma su requiebro,
pienso llevarme a la tumba
este amor, todo desvelo
y no pienso olvidar nunca
su nombre de altos cerros..

Por favor, pido a la luna
que cuando crucé mi cuerpo
el túnel a sierras pulcras
me devuelva su recuerdo
y le susurre a mis dudas
su mantra edénico entero.

Ella guarda mi armadura,
yo en mis arterias su verso,
mi pasaporte de runas
para salir del infierno:

¡Son poemas de alta cuna!,
dirá seguro el barquero.

Ella guarda mi armadura,
yo su sonido en stereo


Morgana de Palacios & Gavrí Akhenazi

Pleamar

En las islas de tu nombre
hay pájaros veraniegos
.

Un hecho del mar, tu boca,
para mi río de muertos
que desagua algunas veces
sus peores pensamientos
en su rutina sin sol
sobre tus playas sin miedo.

En las islas de tu nombre
hay pájaros extroversos.

Un hecho del mar, tus pájaros
sobre el camino desierto
que sobrevuelan constantes
–como a historias de misterio–
la sequía de mis pasos
desprovistos de alimento.

En las islas de tu nombre
hay pájaros a destiempo.

Un hecho del sol, tu mar
acantilado de besos,
amurallado de pájaros,
desabrigado y esbelto
que con sus manos de agua
va moldeando mis silencios.

Cuando mi boca se calla,
un hecho de amor, tu gesto.

Gavrí Akhenazi

En las islas de tu nombre
un cuervo tutela alondras
que en lengua romance dicen
lo que murmuran las sombras.

Cuando el sol quiebra el ocaso
y la noche se transforma
en la escalada de odio
que al sur de tu sur zozobra,
me han dicho que los misiles
caen a cientos en la zona,
que son días de matanzas
programadas peligrosas,
que las alertas no cesan
en sus gritos a deshoras,
que se incendian edificios,
bosques, desiertos y rocas.

Que siguen acuarteladas
en sus cuarteles las tropas,
con la paciencia perdida
y un «alto el fuego» en la boca
que no cumplen las naciones
de la muerte expendedoras.

Qué pasará si el poder
con su mano temblorosa
aprieta el botón del pánico
y descarga cuatro bombas
contra Irán y los sicarios
del terror que en Gaza flota
como el venenoso aliento
traicionero de las cobras.

La información que nos llega
desorienta más que informa,
porque pocos son veraces
con la realidad rabiosa
y menos los que dan cuenta
de las manos tenebrosas
que en la guerra de desgaste
trafica con sangre roja.

Tú escribes por olvidarte
un rato de tus pistolas,
y yo porque no me olvido
de la luz vertiginosa
de esos misiles que estallan
sobre el rostro de la aurora.

Morgana de Palacios


Décima espinela

Ángeles Hernández Cruz – Ana Bella López Biedma

Encadenados a la esperanza – Paisajes de interior

Ángeles Hernandez Cruz
Ana Bella López Biedma

Hoy quiero que fabriquemos
una gran cometa blanca
que nos sirva de palanca
y arranque el mal que tenemos.
En su vela pintaremos
flores de vivos colores
que ahuyentarán los temores,
los llantos y pesadillas.
Volverán las maravillas
con eco de
cantadores.

Con eco de cantadores,
volando en nuestra cometa,
veremos la silueta
del monte de los amores.
Te pediré que no llores
por los que se han apagado
que estarán al otro lado
arropando nuestras vidas.
Aun con las almas heridas
el dolor será olvidado.

El dolor será olvidado
y nuestro Teide orgulloso
destacará siempre hermoso
aunque el día esté nublado.
Lo perverso desterrado,
nos hará ser más humanos,
generosos, más cercanos,
aunque quede algún mezquino.
La esperanza es como el trino
de un canario en nuestras
manos.

Abro la ventana. Llueve
con su arpegio gris plomizo.
En mi corazón granizo
y en mis ojos pura nieve.
Busco un gesto que me lleve
hasta un paisaje de sol,
un roce de tornasol
a esta foto en blanco y negro.
Una sonata en allegro
a mi pena en Mi Bemol.

Cruza el portal, el bolsillo
lleno de arrojo, aventura,
y un toque sin calentura.
Juega conmigo chiquillo
a ese corre que te pillo
que nos devuelva a la infancia.
Retemos con elegancia
a este tiempo que nos toca.
Tiremos a quemarropa
sin mirar la circunstancia.

Inventemos mil paisajes
de vinilo o mazapan,
lugares a los que van
solo los que inventan trajes
sobre torpes fuselajes
con los que subir al cielo.
Convirtamos cada anhelo
en la real realidad.
Solo aquí somos verdad
que en su verdad alza el vuelo.

ARTE MAYOR

John Madison

Juan de los Muertos

(rima alterna)

Puedo olvidar mi cita con el médico
las gafas, el teléfono o el paso
castigador del sol de mi hemisferio
pero nunca su voz, ahí no hay trato.
Su voz me trae de vuelta del infierno.

Hace algunos otoños, tiempos malos
para la de la voz, pedí en secreto
a mi Dios sanador en desacato:
“Permítele vivir, yo te lo ordeno.
Y busca en el jardín de tus finados
las memorias de Juan, el marinero”.

Dios cumplio aquel mandato y un catálogo
de versos tramontanos y te quieros
nos marcaba la ruta por océanos
tan solo navegables en los cuentos.

Viví días felices al amparo
de su voz medallistica de ensueño
olvidando con ello que el naufragio
estaba por llegar. Los sortilegios
practicados por Dios conllevan altos
impuestos que abonar. Ya no recuerdo
la letra ni el arpegio de aquel canto
que levantaba oleajes en su pelo.
Dios se llevó mis barcos, mató a Madison.

Hoy solo reina un Juan: el de los muertos.


Eugenia Díaz Mares

Sin consuelo

(romance heroico)

Yo quise unir mi llanto con el tuyo
en busca de consuelo a nuestra pena,
abrazarnos callando nuestro espanto
de verla que quedaba bajo tierra,
perdida para siempre entre las flores
al quedar sin aliento y sin estrella.

Rechazaste mi mano y te encerraste
en el infierno solo con tristeza;
Me has dejado vivir sola mi lucha.
Cegada me abrí paso entre la niebla
para encontrarte hundido en tu silencio,
con candado en la voz y en esa celda
donde pagas las culpas que no debes,
sin encontrar reposo con tu entrega.

Quisiera descansar y que descanses
llorando junto al mar aunque nos duela.


Morgana de Palacios

Baja las armas

(quintetos)

El diablo me observa desde la sombra
con gesto displicente, me inhibe el roce
con tu boca pausada, la que me nombra
en la carrera diaria y hasta se asombra
de este empecinamiento que desconoce.

El diablo no sabe de mis anhelos
ni de la guerra santa que me desvela.
No sabe que atravieso todos los cielos
como un águila oscura de altivos vuelos
hacia la luz amante de tu candela.

El diablo del tiempo me desespera
con sus cambios de horario sobre mis risas,
pirocúmulo extraño para la espera
del incendio que llega y que persevera
cuando para mis ojos te descamisas.


Gavrí Akhenazi

Mar de viento

(romance heroico)

En la ecuación final, cálida y ágil,
quiero tu nombre aquí, si es mi derecho
ser el que te ha besado la palabra
en la infidelidad de los deseos
forzandote a vivir de cara al sol
las incomodidades del secreto.

No he conseguido pronunciar tu boca
con el rubor de un niño descubierto
lanzando papirolas de amargura
al alféizar sin tiempo de tu tiempo
porque me he dedicado a ser el hombre
que se ha gastado el negro entre tus pechos
la cruda noche en que tu navegante
ha debido enfrentar mi mar de viento.

Hemos viajado por la vida entera
irrespetuosos y en espacio abierto,
porque escribir de cara a tu mirada
representa un desnudo a fuego intenso,
que derrite su cáscara de espanto
mientras nace de él este hombre nuevo.

Te dije siempre, traducción mediante,
que el judío te nombra «su consuelo»,
en esta amante edad que llega tarde
a provocarnos el renacimiento.

Nejama, mi nejama, mi guerrera,
que empapeló mi tumba con sus versos.


Idella Esteve

Ocaso y ciprés

(serventesios)

Deprisa o demorando recorro mi camino
y voy desaprendiendo aquello que dolía
por no querer llevarlo al fin de mi destino
para que no se torne en mi última agonía.

Se me apaga la luz y se me enciende el llanto;
las lágrimas no sirven ni siquiera en la sombra;
se abotargan los ojos, permanece el quebranto,
nada se nos olvida y todo se renombra.

Y con supremo esfuerzo en momentos extremos
hago acopio de vida para verme feliz,
-lejanos son las losas, cipreses, crisantemos-
sonriendo al horizonte como una buena actriz.


Ana Estepa

Desde que me despierto

(romance heroico)

Desde que me despierto hasta que duermo
llevo mi delantal como estandarte,
con mi niño montado en la cadera
y mi pecho dispuesto a amamantarle.

Desde que me despierto hasta que duermo
cocino, plancho, limpio y tejo el aire
que se enreda en las curvas de mis venas
y me llenan de vida para darte.

Desde que me despierto hasta que duermo
espero a que regreses con la tarde
mientras pasan las horas y en la espera
me dibujo los labios de besarte.

Desde que me despierto hasta que duermo
el brillo de mis ojos se reparte
entre el vaivén del viento por la hierba
y en contar los segundos para amarte.


Isabel Reyes

Nueve lunas

(cuartetos)

¿Ves aquélla mujer mecer la cuna?
Parece tan posible y tan cercano
tocar el horizonte con la mano,
uncirle un cielo nuevo a la fortuna…

Nueve lunas comió una por una
ese vientre crecido del rellano;
las tibias levaduras del arcano
leudaron en sus pechos una duna.

¿Adviertes la patada inoportuna
la náusea repentina y el desgano?
¿La larva del antojo a contramano
de ese cuerpo por dos, su raya bruna?

La punta del pezón como aceituna
que espera el amasar de su artesano
ya sueña con la vida mano a mano
¿Has visto a esa mujer mecer la cuna?


María José Quesada

Floración del almendro

La noche se ha inclinado en el almendro
rozando su clavícula en las ramas
y al ir a recogerse los cabellos
caídos hacia un lado de la cara
se ha roto su collar de cuatro espejos
y todo en el almendro ahora es luz blanca.

SONETO

Morgana de Palacios

De páramos

Te mudaste a mi piel desde el desierto
y encontraste la sombra transitoria
de un pájaro perdido en la memoria
para resucitarte de lo muerto.

Me mudé a tu piel en desconcierto,
al aura clandestina de tu historia
desde mi libertad de trayectoria
con la imaginación al descubierto.

Y tanto dibujamos el retrato
de la fascinación, en concordato
contra la oscura esencia del destin
o,

que de páramo a páramo la piel
-nómada sobre el canto del papel-
a jirones quedóse en el camino.


Sergio Oncina

Se acaba

El tiempo se me acaba. No hay mañana
y siento que naufrago en lo corriente,
que atesté de futuros el presente
en una vida de rutina vana.

Respiro cada día con desgana
el aire de la pena, la indecente
mediocridad que habita entre la gente
y me vulnera abúlica y tirana.

¿Cuántas horas me quedan de pasiones?
¿Cómo he de soportar las emociones
que anticipan el fin de la existencia?

¿Aliviará la oscuridad maldita
o dolerá la luz que inhabilita,
nos duerme, nos deslumbra y nos silencia?


Silvio Rodríguez Carrillo

Cuándo

Los reveses acuden sin horario, sin saña,
con el hambre inocente del neonato que busca
en su madre sacarse de las tripas las lágrimas
que le irritan sus modos y los ojos en fuga.

Los percances del viento musitando mañanas
al oído del solo que dibuja negruras
pretendiendo su muerte con el filo de un arma,
acaecen sin fechas ni razones robustas.

En la prueba del nombre describiendo su fondo
en las olas inquietas del papel que se mueve,
se define constante, sin errores, la risa

o el lamento que marcan como emblema de vida,
la actitud de arrecife, de oleaje demente,
o de imbécil al uso que se goza en el lodo.


Jordana Amorós

Oración crepuscular

Que no sea el relente de la tarde norteño,
que no asemejen sangre las luces del ocaso,
que no truene esta noche, que llegue pronto el sueño
a cerrarme los párpados con sus dedos de raso.

Que amanezca un mañana de semblante risueño
en el que no diluvien las hieles del fracaso
sobre mi corazón, pues, aunque pongo empeño
ni una sola gota me cabe ya en su vaso.

Cada vez más perdida, cada vez más dejada
de la mano de un Dios, que nunca presta oído
a la oración que rezo con voz desesperada.

Cada vez más escéptica, cada vez más cansada
de seguir por seguir el viaje sin sentido
por este Erial de Lágrimas, camino de la na
da


Isabel Reyes Elena

Oscuridad

Noche oscura del alma, quién pudiera
frenar la sangre de mi turbia herida
y en tu luz intangible y transgredida
sembrar mi soledad de enredadera.

En ti y en tu silencio, compañera,
establecer el punto de partida,
y a tu lúcida sombra ser la vida
que renueve la paz de otra ribera.

Quiero que acojas mi calvario interno
en el combate inútil con lo inerte
y me apartes el cáliz de su infierno.

Y abandonarme en ti para saberte
conmigo ante el abismo de lo eterno
hoy que siento el desgarro de la muerte.


Idella Esteve

Dudas

¿Cómo es estar allá; duermes y sueñas,
vives, tienes consciencia de esa vida,
algún recuerdo hay de tu partida,
puedes mandarme algunas contraseñas?

Cuando voy a Castilla las cigüeñas
contemplan mi apariencia alicaída,
con la mirada ajada y aturdida,
mis esperanzas viéndose pequeñas.

Pero he de remontar todas mis dudas
pues no importa si vives o estás muerto
si muerta es la ilusión de estar contigo

porque no tengo dioses y no hay budas
ni a quien vaya a rezar en campo yerto
para que puedas ser y estar conm
igo.

VERSO LIBRE – VERSO BLANCO

Antonio Rojas

Imagen by Brands Amon
Fantasmas de tiempos pasados

Hacia algún lugar se va borrando el contorno esbelto de la noche
y se marchan las estaciones que nos sueñan
a mundos que se quedan sin luz
como soles apagados de un zafiro.
Tan lejos te fuiste con la oscuridad envuelta en tus pupilas
a esas remotas aldeas del ayer
donde yace el amplio corazón de los que amaron
al lado del temblor desnudo
que les arrebató el primer asombro.

Igual al solitario que arrea su embarcación destartalada por los mares
atento a ese ribazo donde el azul se quiebra
y susurran el más allá las caracolas,
te busco con todo lo que soy y lo que espero,
por si tal vez siga tu historia en esas arenas del olvido
y se aferre aún el invierno a tu chamanto,
al joyel y al anillo que en tu último Diciembre
luciste detrás de las vidrieras
para que más brillara la aurora
en el negro adivino de tus ojos
que sedujo jaguares en los míos,

Llueve y acaso escuche el nombre que tendrás mañana;
ahora: es el peso aplastante de la ciudad sin ti,
donde tú comienzas y lo demás termina,
y dice Kafka
que no somos más que fantasmas de tiempos pasados.


Isabel Reyes Elena

Imagen de 경복 김 en Pixabay
Naúfrago en tierra

¿Qué tiene dentro la paz de la palabra?
Y muchas aguas
diluviaron encima de mis manos
sin dar con la respuesta.
Estoy muy sola
con unos cuantos nombres desnudando mis ojos.
Han huido de mí
dejándome en los dedos un perfume
de armas y ceniza.

Yo soy una mujer imposible de atar
que va dejando huellas por la arena,
un perdido perfil en un retrato
que no acierta la luz.

Y quemé mis pestañas y mis dientes
en las hondas hogueras del ocaso
con la misma pregunta.
¿Quizás puedo cambiar de rumbo al mundo?

Pero muchos maldicen mis palabras
se juntan en las tardes,
conjuran al crepúsculo, se miran
buceando en los ojos y si oyen
un momento mi voz levantan árboles
y el mar ponen en pie. Ya no hay orillas
para mí que soy náufrago de tierra.

Ahora al mediodía de mis años
dejo que vengan otros a robarme
lo que yo nunca tuve , que me exilien
a una tierra jamás pertenecida
y no sean las sombras
quienes pongan mi grito en cuarentena.

Me he dado tanto
cuanto me fue posible, mas ignoro
si me queda en los huesos algún haz
de luz por entregar. Mientras, persisto
luchando por un mundo más humano
con toda mi inocencia en carne viva.

Que nadie venga
ahora a apedrearme la mirada
pues me sobra el arrojo
para quebrar sus cántaros de sombra.


Orlando Estrella

Cosas de compromiso

Nunca he sido el más rápido ni tampoco el más diestro,
sólo he jugado con las cartas limpias
en un campo minado de alimañas.

Me ha bastado cuidar mi espacio siempre
como esos animales acosados
y despreciados por el hombre
y nadie ha traspasado esa personal línea
al menos que lo haya permitido.

Sé que eso no es vivir de acuerdo con los tiempos
donde hay que estar globalizado, público,
donde nos puedan ver con su mira letal.

Así he sobrevivido
no por ser más certero, quizás sí el más prudente.
Y un dolor escondido, invisible, probable,
de darle gusto a una pobre rata
de cargarse y pisar a este tipo de hombre.

Si parezco arrogante, puede ser mi gran culpa,
pero guardo recuerdos:
permanecer callado y fuerte, mientras,
me pedían a fuerzas las palabras.

¿Eso es orgullo? Sí.
Y creo que cumplí con mi deber
a proteger a mansos, también a cimarrones.

Esas fueron las cosas
del compromiso.


Jordana Amorós

Imagen by Markus Kammermann
Feroz melancolía

Ni los ojos se inmutan,
ni el corazón se duele.

Ahí fuera un insecto
acaba de estrellarse contra el cristal,
se agitan
las hojas ya resecas al sentir el aliento
de la brisa otoñal
y un pájaro despide con un réquiem magnífico
ese rayo de Sol, aún tibio de Octubre,
que regala la tarde.

Aquí dentro, tristeza
exhala cada pétalo
de esa última flor que me brindó el rosal,
que en un jarrón de vidrio,
cortada, languidece.

¿De qué me quejo yo?

¿De tener una mente soñadora,
amante de extraviarse
en elucubraciones metafísicas,
y una piel sensitiva hasta el espasmo?

Hoy han nacido estrellas
y han llegado a su fin constelaciones.

La vida ha de seguir sin detenerse
su ritual de costumbres.

El que el humus al humus
deba volver,
no es drama.

La tragedia es saberlo.

Y presentir
que al aventar tu polvo
no ha de haber quién se inmute,
es lo más natural
que no tiemble siquiera ni un átomo del aire

Dolor es la certeza que te infesta,
feroz melancolía, igual que una carcoma
mordiéndote la carne.


Ana Estepa

Imagen de jwvein en Pixabay
Laberíntica

Es comprensible que no me entiendas.
Yo nunca me hallo
cuando más me necesito.
Estoy ausente entre mis pensamientos,
perdida sobre mis huellas
en un laberinto absurdo
que tejí para nadie.

Tantas veces me he matado
que ya no sé si soy
una ilusión de mi memoria
o un cuerpo vulgar y tangible.

Puedo jugar al juego de las ilusas
y convertirme en una víctima
de mis propios trucos,
pero si el corazón se aferra
a la locura
debo de deslizarme
entre las sombras, callada,
antes de que enraicen los latidos.

Perdona mis silencios,
o si mi voz te hizo daño.
Si me marché de puntillas,
de forma inesperada.

Solo busco la forma de huir de mí misma
y de encontrar la manera
de volver a estar sola.


Silvio Rodríguez Carrillo

Imagen de earth kiss en Pixabay

La torre

Desde siempre la lluvia y su susurro
que no perdona rabias ni asiste por lo bajo
al que ajeno a lo bello se dedica
al odio sin secuelas, al puño sin violencia
que termina en bostezo, en una lástima.

Y por siempre los guiños atrevidos;
la mirada furtiva que busca en el debajo
de las faldas aquello que le empuja a encontrarse
con el límite puro de su hombría,
el vacío que llena con las putas y santas
que escribiera el Humberto en su novela.

Los ríos

Si después de mi risa y mis lamentos,
se llena tu pantalla de perfiles exactos,
con errores sin faltas estudiadas,
con aciertos fortuitos, regalos de Fortuna,
disfrutalos a pleno, que son tuyos.

Yo sé bien acentuar que soy pasado
si el futuro me muestra que me toca perder
o ganar -con los años es lo mismo-,
y me gusta cederte la palabra final
por si acaso te preña de alegría.

Los huecos

Sin ayuda me elevo y crucifico
–sobre el rojo tardío de todos los crepúsculos–
el suspiro intranquilo de las niñas
que en mi boca anidaron su verdad que pretende
imponerse por Roma a quien no ama.

Con mi sombra y mi nombre a los costados,
trepado a las rodillas que me quebré de joven,
me desplazo y te aparto; nos excluyo
del relato sencillo que dicen y murmuran
los que lucen, sin gloria, sólo huecos.


Morgana de Palacios

Disforma

Un poeta se sienta ante el papel en blanco
y dice,
hoy voy a escribir un metro y medio
de poesía amorfa
que es lo que se lleva hoy en día
pero además
como soy un innovador de la disforma
la voy a vender al peso.

¿Cuánto vale un kilo de poesía amorfa?
¿Y un kilo de talento, cuánto vale?

¿Cuánto pesa un metro de poesía de amor?
¿y de odio? ¿y de despecho?
¿y de libertad, oiga, cuánto pesa un metro de poesía libericída
arengadora de hordas verbolálicas?

¿Y qué es lo que más pesa en la lírica por metros?

Ya lo sé
la elegíaca
sin duda,
la mortífera, la letal,
la poética del desahucio
el resto,
pecata minuta intrascendente.

Ya no existen las formas,
así que olvídate del clásico
«y pesan más dos tetas que dos carretas»

ahora, ya sabemos que del amor al porno
hay 30 gramos
y que el desamor pesa un poco más
y un poco más el despecho
y un poco más
pero poco
la soledad.

Yo quiero romper el oremus del ojo lector
y escribir un metro de elegía
sobre la muerte de lo que sea

muerte y muerte, mucha muerte
pesadísima

-Ah la erótica de la muerte-

al fin y al cabo se trata de un negocio
que no entra en forma alguna

¿Quién me compra un cuartito de lengua putrefacta?

Anímense
que a mí me quedan tres centímetros
para terminar de cagarme
en la putamadredelapoesíadisforme.


Gavrí Akhenazi

Manual de uso

Esto que hago
es una especie de desaprendizaje.

Un regreso a lo darc tan necesario a mi supervivencia.

Mantener en la boca las continuas deslunas del suspenso
deshabitar la calma,
acidular la miel de lo que nunca mutará en ceniza,
cargar el repertorio con antiguos hedores
y dejar que refluyan los crujidos a hueso descarnado.

Esa victoria pírrica sobre la antigüedad de tus cadáveres
solo ha alojado ruina en los pasillos

y las malas arañas
tejen sus leyendas de sal sobre los ojos
de las perfectas fantasmagorías
que insisten pegadas a los muros.

La gloria ha caducado en su oropel de miedo
mientras todas las ratas que han saltado del barco de la fe
están ahítas de su propia mierda
en despensas vacías.

Solo hay que dejar morir lo que no sirve
para prevalecer.

Y luego,
renacer holgadamente oscuro y torrencial
para ser destripado por tu idioma.

Isabel Reyes Elena & Idella Esteve, contrapunto

Canto a tu voz

Canto a tu voz mujer porque me trae
el viento de la mar y me azulea
el íntimo paisaje de mi isla.
Somos dos soledades en la brecha
del camino hacia el sol desde lo oscuro
que envuelve nuestra voz, y donde empieza
el periplo interior, nidos de umbría
que el corazón a veces nos destrenza.

Solitarias las dos con muchas viñas,
dos ríos estrellándose en las venas,
dos ocasos volviendo con la lluvia
volcando nuestra sed en los poemas
que se van con el viento de la tarde,
con palabras sembradas que aletean
en el quieto paisaje de mis ojos
y en mis manos de lianas y de selva,
contigo estoy obviando a donde iba
al aguacero intenso que no cesa
y vuelvo con la lluvia a la nostalgia
de antiguas y doradas primaveras.

Ambas en el silencio de la tarde
introversas las dos con mucha esencia,
Idella, amiga mía, mi tocaya
estás aquí, con siglos de certezas
abriéndole las puertas al silencio
de esta mujer que pone en pie su idea
de lavar en la lluvia a la nostalgia
porque tiras de mi con mucha fuerza
.

Isabel Reyes Elena


Sin palabras me quedo porque el agua
de mis ojos ahoga mi voz seca
que de tanto clamar se ha enronquecido
y es tan solo el susurro de una vieja
que ya se sabe estéril, solitaria,
y no da con la fuerza del poema

Solamente en recuerdos se ha forjado
que puede arrebatarse con vehemencia
cuando llega otra voz que la acompaña
y le dice en sus versos «compañera»,
cuando llega el calor de tantos años
que van iluminando sus ojeras
y se quedans las dos introvertidas
pues siempre han sido almas introversas.

Isamaris las dos, como dos rosas
que van juntas en una enredadera
unidas por el son de las palabras
que aunque cerradas siempre están abiertas,
que a veces el silencio se nos abre
y nos deja expeditas las cancelas
para poder sacar todas las cargas
que dejaron pasadas primaveras
y se han vuelto livianas en otoño
porque la edad nos hace estar alerta.

Con las lluvias de abril me va viniendo
la nostalgia de versos en cadena
que otras veces sutiles engarzamos
como joyeros en una diadema
que guardamos avaras en un arca
para sacarla en tiempos de tristeza
y desgranar sus cuentas, poco a poco,
y alegrarnos al fin con su cadencia.

Idella Esteve


Andas buscando y buscándote
en esa playa del alma
como un haz de sol trenzado
insaciable de palabras
que den la luz al paisaje
de oscuridad en que ambas
nos removemos nerviosas
desaguando nuestras ánforas
que nos pesan como un fardo
siempre sobre nuestra espalda.

Hay que saltar las orillas
no echando atrás la mirada
de recuerdos dolorosos
de ausencias y de nostalgia
como mujeres valientes
pues no puede la añoranza
entrañarse en dos poetas
que a la vida le dan cara.

Esos versos en cadena
para alegrar las mañanas
me han servido en ocasiones
para dejar la nostalgia
escondida en los cajones
donde guardo la amalgama
de los recuerdos vividos
que vívidos se derraman.
Mis puertas están abiertas
a todas horas hermana.

En los días que vivimos
de esta manera tan trágica
es cuando más precisamos
que las dos demos la talla.
Puedes entrar cuando quieras
pues te regalo la entrada 
y en alejandrino el próximo
pues cambiaré el pentagrama.

Isabel Reyes Elena


Alejandrinos si quieres,
o endecas con filigrana
de esas que labran en Córdoba
con hilos de fina plata,
cuando ambas romanceamos
se viene a la letra el alma
y no nos importa el metro
si es el ritmo el que nos canta
para que se salga al aire
esa escondida esperanza
que trina como los pájaros
al filo de la alborada
dejándose entre las sombras
la penas y las nostalgias,
amaneciendo con soles
que no han de quemar las alas.

Volemos alto, querida
al horizonte encaradas
sobre el tomillo y romero
que tapizan la montaña,
sobre la dorada arena
de los bordes de la playa
sobre el azul de la tarde
como dos gaviotas blancas

Porque me busco te encuentro
en los versos que engalanas
con ese decir tan tuyo
tan diáfano como el agua
esa que sale de dentro
fluyendo de tu alfaguara,
esa que limpia los ojos
y hace ver las cosas claras
esa con la que me calmo
en mis horas más aciagas,
esa que das en poemas,
esa, mi querida hermana.

Ofréceme alejandrinos
que suenen como romanzas
nuestras voces son capaces
de despertar la mañana.

Idella Esteve


Quiero apagar la antorcha de mi melancolía
y alumbrar tus poemas de música inundada,
quiero dejarte un mundo impune de tristeza
con jirones de aurora y días de bonanza
y que encienda la luz en tus días oscuros
atravesando el halo de una luna incendiada.

Deseo mucho más, querida compañera
de mis justas poéticas que tan bien engalanas
y me animan y empujan a soñar horizontes
sin hilos agridulces, con retales de albada.

Me enseñaste lo oculto del halo del poema
y entre sombras y luces me diste la esperanza,
levantaste mi ánimo cuando estaba sufriente
y sé que en mi destino estabas reservada
con las manos alígeras del aire de la vida
y en muchas ocasiones me diste la palabra,
encontrando los nudos que estaban señalados
a que dos almas puras su introversión volcaran.

Tu voz, susurro cálido, destello de ternura,
navegó por mi sangre con la única jarcia
de los altos vocablos que traslucen tus versos.

He de extender tus versos en mi íntima playa.

Isabel Reyes Elena


En un tiempo, querida, fuiste luz de mis noches
cuando con el silencio a leerte llegaba.
Y yo hablaba contigo antes de irte a la cuna
y tú, con la dulzura en ti identificada,
escuchabas mis dudas, mis palabras, mis cuitas
que por un largo tiempo estaban silenciadas.

Te sentí compañera desde el mismo principio
y enseguida aprecié lo insondable del alma
cuando con voz profunda escribías de adentro
recuerdos escondidos que libres escapaban.

Temor reverencial surgía al contestarte
por no saber decir. Mas tenía esperanzas
puestas en tu consciencia de que yo era aprendiza
y que estaba dispuesta a que tú me ayudaras.

Hubo una connivencia en lo que nos contábamos
y aprendí a imaginarme las cosas que callabas
por todas esas otras que tuve en confidencias
unas veces dichosas y otras veces amargas.

Y siempre he demostrado lo mucho que te admiro,
Eres el exponente de quien sufre y quien ama
eres la gran poeta de precisos vocablos
esos que te son fáciles y en poemas derramas.

Tus versos son suspiros que vuelan en el aire,
que salen de la noche convirtiéndose en alba.

Idella Esteve

Isabel Reyes Elena, poemas

Imagen by 김경복

No te alejes

Debería poder eternizar
la voz de donde nacen tus diluvios
desembocando en mí, deletreando
los torrentes de versos que desaguan
en los amplios bancales de mis senos.

Discurre entre tus manos la ternura del mundo
y por las mías
la procesión nocturna de estériles palabras.

No te alejes
pues mis versos-semilla se han perdido
con las cosechas de los tiempos áridos
y no tengo más nada que ofrecerte
para saciar el hambre de tu espera.
Sólo puedo llevarte hasta mis bosques,
al árbol donde irrumpen los misterios
de mi espíritu fiel en pie de llamas.

Hoy me acerco hasta ti para que siembres
mis sueños de azaleas porque tengo
mucha niñez mezclada con la greda,
mucho frío en las manos y no sé
dónde puedo llegar con el tumulto
que produce tu boca en mi energía

Toma mi mano y guíame
al silo donde guardas tus cosechas.


Introversiones

Vivo con avidez este presente
que sólo en mí se fragua, beso apenas
las huellas del pasado que en mis venas
transitan con su lengua irreverente.

Borro las cicatrices de mi frente
para no recordar y a duras penas
intento transcender en las arenas
del río del que soy eterno afluente.

Y me invento horizontes de esperanza
vistiéndome de roca en mi paisaje
de subterráneos pozos artesianos.

Y me bebo la vida por si alcanza
la intemperie que llevo de equipaje
a retener el tiempo entre mis manos.


Nuevo ciclo

La luz por mi paisaje de humo viene
inundando mi otoño. A su llegada toma
conciencia de ser luz y luego anida
en mis ojos abiertos. La claridad desnorta
el canto funeral y los oasis
del éxodo y los días de mis sombras
y árboles me envía, telegramas
de música apacible. En la memoria,
para acunar el sol suena una estrofa,
no importa de qué música,
que el túnel de mis miedos desescombra.

Comienza un nuevo ciclo luminoso.
Fueron ríos, senderos, muchas horas
de nostalgia y de espera. Por los grandes
agujeros del llanto y por las lomas
va penetrando el ánimo a raudales
y me cierra caminos hacia el Gólgota.

Late la vida en mí, miro al invierno
volviendo a ver la vida que revive
y comienza otra vez, luz adelante
lo mismo que una tromba
de sol en mis palabras, de alegría
que vuela las cenizas de mi historia.

Selección de poemas de Isabel Reyes Elena

El primer árbol que se quebró en mi pecho

Te adentraste en mis bosques,
trajiste el paraíso y el autobús del día,
las lanchas de tus labios y el corazón unánime.
Andas por mis pestañas sin exigirme nada.
Callo y anida el tiempo en mis ojos azules.

Tal vez no pueda nunca regresar al calor,
a la ribera suave de los pájaros
a la fruta de barro que taponó la aurora,
a esas iniciales grabadas en mis ojos.

Pero tú me escanciaste como un vaso de sol
y fuiste el primer árbol que se quebró en mi pecho.
Embalé mi destierro. Me lloraban las calles,
el camión con mis muebles traspasó la vendimia,
pero tú me conduces. A tus fuentes me llevas.

No me diste la luz.
Si la hubiese atrapado con mis manos entonces
yo sé que en mis retinas vería mariposas
y un ancla bajo el agua de mi cuerpo.

¿Y por qué no encontrarnos de nuevo en las murallas
de la noche los dos, rescatarnos el día,
ver si podemos juntos adelantar tormentas?

Por mi esperanza cruza tu recuerdo de música
al desvestirme selvas esenciales, y tengo
el dolor de la nieve, la madurez salobre
de quien atrapa barcos con sus manos de piedra.
Cuando pasen andenes te seguiré mirando.

Mi meridiano eres. Tanta melancolía
se albergaba en mi acento castellano.
Fuimos desmenuzando palabras interiores.
Por entre el diccionario con mi paraguas rojo
impediré que caiga la nieve en tus pupilas.

Yo ciega voy de amor, sé tú mi lazarillo.


Instante decisivo

Miradme aquí, en piedra convertida,
exhausta de silencios y ciclones,
coronada de inútiles razones
a causa de una nueva arremetida.

Observadme en el tiempo detenida
enlazando palabras a jirones,
sombras de soledad, crudas lesiones
que acunan el sabor a despedida.

Mas no lloréis la ausencia de mi viento
ni toquéis el poema que os escribo
bajo el soplo desnudo de mi acento.

Que en la nada de un verso sigue vivo
-con la sangre y la sal del desaliento-
el reloj del instante decisivo.


El arpa de mis ritmos

Os dejo la palabra en mi verso truncado
y este fulgor que intento mantener encendido
para que los senderos no se llenen de sombras
cuando la sombra venga a cebarse conmigo.

Os dejo un arcoíris de voces traspasadas
por el ardiente dardo del poema maldito
que se encona en el alma, madurando en la mente
y rompe las entrañas cuando quieres parirlo.

Os dejo cuanto tengo: mi alforja de palabras
y este viento que, a veces, me aúpa al infinito
con el ímpetu firme de sus alas amigas
para hurtar los azules que me fueron prohibidos.

Me marcho como vine, desnuda y sin apegos
pues no escalé montañas, pero sé de los riscos
que cercaron mis huellas con ortigas malignas
cuando aventé canciones por todos los caminos.

Recordadme si os place, y si no, silenciadme.
Sé todo cuanto os debo y cuánto he recibido
de este afán que me tiene atada y bien atada
al querencioso potro del verbo y su destino.

Si me queréis gritadlo frente al mar de mi tierra.
Os dono para siempre el arpa de mis ritmos
y el amor que me crece en los espejos mudos
del poema sangrante y mi triste delirio.

«Elegía», Isabel Reyes

en memoria de Gerardo Campani

Al pensar en tu estado presentí
que el tiempo de tu vida es un cobarde
que se esconde en la hora del adiós
y es incapaz mi pena de ablandarle.

Que perdido en la noche de la ciencia
lo hermoso que te aloja no le vale.
Ignora cómo dar tiempo a tu tiempo,
vida, salud y sístole a tu sangre.

El hígado prestado que portabas
no responde al deseo de arrancarte
de las oscuras garras de la muerte.
¡Qué cobarde es el tiempo que nos barre!

La cera que tu cara desdibuja,
el dolor de tu ser, inabarcable,
me dice que eres tú el elegido
y nada más me queda que llorarte.

Mirada de hombre bueno que confiaba
superar nuevamente adversidades
en idas y venidas; tu destino
me indica que te queda largo el traje.

Escrita tu conciencia ultraversal
se nos va el literato y el amante
cuando un gélido viento ya acaricia
tu bondad, tu retina y tus afanes.

Compañero del alma, compañero,
hermano del misterio del que naces,
cuando siento tu vida que se agota,
tu dolor, como leña, a mí me arde.

«1994», Isabel Reyes Elena

Imagen by Sebastian Mark

Están las fosas llenas de cadáveres,
de miradas selladas
y temblores inmóviles.
Están las fosas llenas de silencios,
de retorcidos gestos
y brazos apuntando,
un revuelo en el aire de mi Bihac herido.
Están las fosas llenas de despojos
y hay ribetes de luto en los dondiegos.
El rictus de la boca se concreta
en un susto pasmado, en un asombro
que se quedó desnudo para siempre
en la noche de Bosnia-Herzegovina.
Están las fosas llenas, rebosantes
de corazones rotos, de recuerdos
que ya no tendrán pecho en que albergarse.
Están llenas las fosas de ausentes recobrados
a golpe de odio y bala.
Sólo la tierra sabe su regreso
.


Metáfora del lugar

Las ciudades en esta parcela del mundo parecen inventadas y tienden a la sublimación de la realidad. El hombre de por aquí lo que desea es encontrarle a la metáfora sus despropósitos, porque se dan con tanta frecuencia los espejismos, que se ve lo que no está; se elevan tanto en el aire las paneras y los hórreos que cualquiera los convierte en castillos. Por esta tierra anduvo Pelayo observando la meseta, mientras hurgaba entre sus secretos, hasta convertir la batalla en victoria.

Los paisajes de estos montes están a propósito para que se resbale el personal por la raya del horizonte y se caigan de bruces al encuentro consigo mismo. La gente va feliz a través de los renglones de su lengua vernácula, y con mucha capacidad de imaginar.

El paisaje asturiano tiene tendencia a darse la vuelta sobre sí mismo y por mor de tantos rodeos y circunloquios por las montañas y prados, posee el don de sobrepasar el aquí y ahora y fantasear más de la cuenta. Los hombres y mujeres de este lado de la tierra, piensan que en el puerto de Pajares se acaba el mundo y se deslíen los colores últimos. Las cosas al fin y al cabo, carecen de consistencia en sí mismas y el ser humano se define como ser abierto al infinito, incorregible fabulador habituado a metamorfosear porque sí la evocación del cortezón de la intemperie. A cada quien le sobra por tales “andarivienes” su ración de herejía. En tales enclaves el burgués falto de mollera, el cura, la sobrina del boticario, el vendedor de pan a domicilio, el lechero…todos están escuetamente centrados en la mitad misma del paisaje desatinado y quieto.

Por acá no hay movimiento. Las figuras que aparecen, si se movieran, ocasionarían un gran desnivel en el universo, pues están convencidos de que tienen en su mano el eje de la tierra.

No se sabe qué tiene este paisaje, estos verdes, sus montañas, las calles de este lugar, el orvallo, el «volanderío» de sus casas sobrepuestas en los pueblos marineros. Los habitantes de este doblez del mapa de la tierra, sobre todo si han sido tocados por el arte, fundan cada mañana el lugar, o lo reinventan, o fingen que lo hacen. No es tan fácil, apenas sí se deja. Está, de algún modo, aguardando y se acicala como una mujer detrás de los espejos. Venid almas sensibles de ahora o nunca, venid, reclinad vuestros sentidos en este paisaje donde el laúd suena en cada paso, en cada acera, en cada mano vibrátil que anuncia un nuevo mundo.

En definitiva este lugar es el resultado de una invención, o el escalofrío de una metáfora sin posibilidad de resolver. Las golondrinas rasantes que antaño cruzaban la cordillera volverán, o han vuelto, como en la rima de Bécquer.