«Octubre», «Nocturnal», Isabel Reyes Elena

Octubre

Octubre llegó a destiempo
con vocación de solsticio
y entre los verdes y ocres
en mí germinó el olvido
despojándome de ramas
que asombraran los caminos
(jamás tuve luminarias
que dieran luz a mi exilio).

Octubre con alfileres
ornamentó el acerico
del corazón que me late
a ritmo de petroglifo.


Hoy soy columna de mármol
conteniéndose el respiro
y aunque el ayer se revuelve
entre pátinas de siglos
para recordarme siempre
todo aquello que yo he sido
no me arrepiento de nada
ni a los veranos envidio
y con mis ojos desnudos
azules, cálidos, limpios,
espero pacientemente
seguir llevando los hilos
de las riendas de mi vida
y que el instante preciso
me encuentre serenamente
abrazando el infinito.

No doblarán las campanas
porque han de morir conmigo.


Nocturnal

Ahora sobre el alero
la luna, triste, se alza
y dialoga antigüedades
con no sé qué voces blancas.

Hay algo extraño en la calle
retorcida y solitaria.

Acaso yo no soy yo,
tal vez no son mis pisadas
éstas que van en la noche
rompiendo la oscura calma.

Los versos que voy pensando
quizás no son mis palabras.

Algo ha pasado en el tiempo.

¿Es otra edad ya lejana,
otra noche y otra luna
dialogando con el alba?

Isabel Reyes Elena – España

Prosas escogidas

Imagen by Majaranda

Niñalondra

A niñalondra se le transparenta el alma por el cristal de los espejos. La porcelana florecida de su cara es igual que un pecado luminoso, y de ella se puede esperar un corazón de niña-mujer como para sacar los colores a cualquiera. Como en esta tierra el verde es abundante, a su cara le dio por ser un paraíso, música desvestida y un mohín en la boca en espera del hombre que la cubra de ternura.

Si la miras te darás cuenta de que su cuerpo de hembra abarcadora se dirige hacia el edén de Proust recordándole a la memoria el tiempo desandado, como si se pusieran entre paréntesis las grietas del pan y el resfriado del viento en las esquinas, y desearan los sueños besarla en los labios con todo el sofocón de la canícula.

Al principio fue la locura. Luego llegó la luz. Hoy es un sol rodando incólume hacia un atardecer que encela al horizonte. Todo se lo debe al horóscopo desabrochado de haber nacido en esta tierra donde las lluvias son interminables. Por eso un rostro como el suyo muestra la boca de colegial que se hubiera soltado, al fin, de la mano de su madre.

Su perfil es como un madrugón de manzana. Todo su rostro un bosque que arde. Pura lírica pues.


El fotógrafo

Solía venir días antes de las fiestas del barrio, cuando las tardes ya se acortan y baja el aire fresco de la sierra de Guadarrama. Montaba sus bártulos a la entrada de la feria: un mural grande en el que se veía el océano azul y unas montañas altas y rojas, muchos sombreros y un caballete de cartón. Todo un poquito teatral.

No me saque usted de alma entera señor fotógrafo. Luego mi mujer en menos de un diostesalvemaría ve lo que soy y lo que no. Se planta uno delante de ese cacharro y nos asusta usted con ese zas como de fuego vivo.

Es muy atrevido que te retraten. ¿Qué andas pensando tú cuando te quejas en el momento en que el fotógrafo esconde la cabeza detrás de esa tela tan rara colgada del trasto ese? ¿Querrá examinarte hasta el pensamiento?

La vida es un retrato: las cosas están puestas donde están y de pronto no se atina a saber lo que son, el meneo de los visillos de las ventanas, los ires y venires de la gente, lo que miras de reojo y lo que no. Después está la cara que pones delante del aparato, cómo y dónde colocas las manos. Te sacan un retrato de alma entera y luego lo revisan los hijos, la mujer, la cuñada, los suegros y hasta el querido de la vecina de enfrente. Venga hombre, retrataos vosotros.

Los vecinos caminan con mucho cuidado por las perspectivas de su paisaje. Saben que pisan la raya del horizonte y de ahí su preocupación por no escurrirse de la superficie de la bola del mundo.

Se lo repito, fotógrafo, sáqueme bien parecido. Después no habrá modo de agarrarme al cristal del horizonte.

Dejas que aprieten delante de ti el botón de la máquina diabólica y aparecen a todo color en el fondo de la cartulina los hombres que besaste en el puente de Segovia. Permitir que te retraten es un peligro: te observan de arriba a abajo los habituales del balcón del fisgoneo.

Lo que más preocupa por estos lugares son los espejos. Porque la tierra es un espejo circular que da vuelta a las cómodas dentro de casa, y fuera, a la luna de los escaparates. Todos cuantos van y vienen se paran para ver el alma y el espejo de los vecinos. Ésta es una galería de personas que son y no son lo que parecen. Sólo tramoya y cristalería: la boticaria, el pintor, el poeta y las antiguas alumnas de las franciscanas de Montpellier.

Así que cuidado con el retratista, tan curiosón él, todos los años de la feria. Aunque no está tan mal eso de hacerse un retrato siempre que salgas igual que eres.

Isabel Reyes Elena – España

Hemos parado la guerra

En Bosnia Herzegovina la primavera es una broma.

La noche se ha cerrado y es nieve lo que cubre el escaso paisaje a través de las ventanas sin cristales.

Nuestra vista no alcanza a ver más que la nieve.

El fuego cruzado rompe el silencio.

—¿Qué pasa, Enver? – le pregunto.

—No debes preocuparte, es una boda.

Y dejo que me mienta.

Un disparo, diez segundos. Veinte más y otro disparo. Yo busco protección entre sus brazos. Desconozco si tiene el miedo que yo tengo.

Mi temor de mujer —porque ya no soy médico en el momento del miedo urgente y agrio—, es un apenas en los brazos de un hombre. Pero al miedo no le importan los detalles.

He aprendido del miedo a tener miedo. Del disparo, la muerte. De la explosión, los restos mutilados.

Y ahora estoy a su lado, protegida en su pecho, mientras nos acribillan los que matan.

Me tumba entonces con la brusquedad que da la urgencia.

La piel sabe cuando sí, con quien sí, cómo sí, pero desconoce el impulso que la guía.

Nos besamos hasta el cansancio de las bocas.

Y estas cosas olvidan su porqué.

Entre sus brazos que tiemblan con las balas, me sostiene a mí que también tiemblo. No hay nada que decir.

Cuando el combate arrecia, el minuto en que se piensa o no se piensa, pasa a ser el último minuto.

El miedo es un testigo que no habla.

Pero un hombre y una mujer son dos sobrevivientes sobre el suelo.

Cuando todo cesa, me susurra: Doctoriza, hemos parado la guerra.


Descripción

Mi terraza es una enfermiza primavera cuajada de invierno. Reducido espacio de madera y cristal.

Una silla delante del PC como un verano muerto y esquelético. Una cinta de andar esperando la herrumbre del olvido. Los maceteros abiertos al aire de abril son eriales rectangulares. Y piedras, cosas olvidadas y una librería incoherente.

Han pasado muchas noches sobre todo ello y hay todavía un frío muerto en mi terraza como un pájaro gris caído de lo inhóspito del mundo. Cruzan los cristales unas líneas dudosas que empequeñecen el paisaje y miden el vacío dando una nueva dimensión al firmamento.

Mi terraza es la vida arrinconada, el hueco de un verano, el hueco de mí misma. Y estoy aquí detrás de los cristales, pero tampoco estoy, el pensamiento va por otras vías ahora que el verdor ha huido de los maceteros soplado por una boca oscura.

Un reducto de letras y de muerte por el que me muevo hablando sola. La soledad como un naufragio.

Es mi ataúd abierto festoneando de polvo el fracaso de mi vida.

Isabel Reyes Elena – España

Su sitio web: http://almaticamente.blogspot.com

A la hora de celebrar un buen poema suele decirse que goza de calidad tanto en fondo como en forma, pero ¿qué implica esta sentencia? En el caso de Isabel Reyes significa el equilibrio entre el mensaje, la estructura formal del mismo y el aliento propio del autor. Aquí señalo que con empeño y algo de oficio es posible conseguir decir adecuadamente lo que queramos, pero, expresarse de tal modo que pareciera ser la normativa la que se adecua a nuestro tono es algo que implica talento. Más aún, si los platillos son variados.


Si vamos a sonetos, por ejemplo, Isabel combina pies de rima y encabalgamientos que en conjunto diluyen la idea de estar leyendo un soneto, porque consigue una fluidez y una claridad tal que el lector antes que nada se hace con el poema y ya después valora la técnica formal.


Si vamos a arte mayor o a verso blanco, se permite construcciones que se asemejan al trazado de una pista de fórmula uno -se perdonará esta comparación-, con rectas largas alternando con curvas cerradas, logrando un dinamismo que incita a recorrer de nuevo de principio a fin cada poema.


Pero, cualquiera sea el ritmo en el que se exprese, Isabel irradia una madurez exquisita fácil de disfrutar, aunque compleja de entender. Y por eso vuelvo a la idea de equilibrio y de resultado, porque detrás de la sonoridad de sus versos hay un músico, y detrás de la intimidad emocional y desnuda con que se nos muestra, hay un médico que sabe cómo son los latidos.


La poesía de Isabel Reyes implica el placer de la lectura, y el dolor muy intenso de querer aprender a escribir. Una presión precisa que muestra y lava las heridas.»

Isabel Reyes Elena – España

No sirváis a nadie que se os pueda morir

¿Qué es la poesía sino un deslumbramiento, compañero? Porque la vida es un minuto que brilla, una alegría que transcurre, el vuelo sutil de los pájaros, el gesto de unas manos, el aire fresco contra la cara, que bullidores, van y vienen, vuelven y tornan a llegar desde den-tro y fuera de la palabra. Acuérdate de lo que te digo.

Pensabas que los versos eran solamente envoltorios, dedalillos de coser en los que cabían únicamente las lágrimas, arroyos para las avemarías con sueño, cajitas para significar, nada más. Pero antes de todo fueron aguas abismales.

La poesía entró por libre en nuestra existencia y el día que enmudezcamos habremos muerto. Las palabras son excesivamente engañosas. No sirváis a nadie que se os pueda morir.

Después, a base de espigar en los campos de las palabras, hemos sabido que es cuestión de escuchar. Todas las palabras van, desde el primer latido emocionado en procesión. Graduales como los salmos.

No paras de estarte a ahí sobre la mesa dale que te pego a la máquina de escribir. Se te va a desorientar el sentido y la conducta como no salgas a darte una vuelta.

Tiramos muchos escritos a la papelera, pero las palabras quedan esculpidas sobre los dedos anchos del pantocrátor de la memoria. Tal vez la poesía no nos lleve a ningún sitio, pero ¿qué es al fin la poesía sino un grito de auxilio, un peldaño más en la escalera que sube hasta la azotea para contemplar el amanecer? Hay noches y noches, eso es cierto. La poesía, que os quede constancia, destruye todo lo malo de algunas noches.

Su corto vuelo: un libro de Eugenia Díaz Mares

Por Isabel Reyes Elena

Prólogo del libro

Eugenia Díaz Mares, poeta novel mexicana, presenta su ópera prima “Su corto vuelo”.

Nacida en el portal literario www.ultraversal.com ha ido aprendiendo y haciéndose fácilmente con la técnica poética, métrica y rima en corto espacio de tiempo. De lenguaje fácilmente comprensible, sin que la sencillez se convierta en simpleza, no recurre a juegos malabares e introduce en sus versos metáforas sutiles. Su palabra no excluye la cadencia, la tradición y alcanza una voz que le es propia.

Todo el poemario está construido en Arte Mayor, la mayoría sonetos, y da la impresión de que la autora intentara reconstruir su vida desde lo destruido y decidida a edificar el futuro desde su carne abierta y sus propias cenizas humeantes. Versos urdidos con reflexión y dolor. Con la emocionalidad que late en los silencios.

En cada uno de sus versos hay una mujer doliéndose, pura llaga abierta que respira la pérdida de su hija menor, Erika, por una terrible e invasiva enfermedad, el lupus eritematoso diseminado. Pero también sorprende de qué forma se enfrentó la protagonista a la misma, un modelo de alegría y fortaleza que mantuvo hasta el final, incluso dando ánimos a todos sus seres queridos.

La muerte de un hijo es algo contra natura que no entra en los esquemas evolutivos, y cuando se produce, provoca grandes crisis a nivel físico y emocional,  Eugenia ha tenido el valor de expresar en su libro todo el proceso de la enfermedad, hasta que Erika fue vencida por la misma. Una necesidad vital para alejarse de la locura e intentar encontrar de nuevo sentido a su vida. Porque aunque parezca mentira, es posible renacer después de un golpe así, a pesar de que un hijo nunca muere, pues siempre está en el corazón de madre el amor por el ausente.

En la fase final de la enfermedad dejó un testimonio de vida, un tesoro, que se presenta en forma de mariposas que revolotean a menudo alrededor de sus seres queridos.

Silenciosa y honrada con sus sentimientos, hermosa, así Eugenia Díaz Mares.

Poesía de Vicente Mayoralas

Por Isabel Reyes Elena

Vicente Mayoralas nace en la Solana, provincia de Ciudad Real (España), y fallece en Madridejos (Toledo) en 2012 tras una larga y penosa enfermedad. Engrosa ya el elenco de grandes poetas, escritores y artistas que nos ha dejado en herencia La Mancha.

De grandes inquietudes, empezó a sentir atracción por la poesía desde la infancia, dada su inclinación natural a la filosofía y la esencia de la naturaleza humana.

Tras la muerte prematura de su padre ingresa en la Legión Española que le marca profundamente y forja su carácter, para posteriormente incorporarse  a  las Fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado.

De formación autodidacta y amante de las formas clásicas, utiliza una retórica sencilla y fácilmente inteligible con el objetivo de establecer una comunión con todos los lectores. Una poesía que incluye al yo poético, o que lo excluye explícita y voluntariamente, para pintar escenas, personajes y paisajes con palabras. Como él mismo afirmó, “una poesía en blanco y negro”.

Fue “el poeta de la búsqueda”, siempre a la espera de respuestas que no llegan. La primera fue en la tierra, en la existencia física del hombre, de ahí poemas en los que rememora su infancia y sus primeros referentes vitales, y donde sabe captar la árida dureza de los campos manchegos.

Al no hallar respuesta, comienza una bús-queda espiritual dentro de sí, una especie de Vía Crucis que le fue elevando del mismo suelo a las alturas. Desde su duda existencial crea su mundo más íntimo, un lugar infranqueable para capear las borrascas.

En su Poética de la Agonía vislumbra ya la muerte como un tránsito cercano y su serenidad se mezcla con la inquietud de resolver sus propios enigmas personales. De ahí a debatir con Dios, al que busca y no encuentra, al que niega pero acepta, en un contrapunto en blanco y negro tan típico de su personalidad, una persona de contrastes.

Al fin, estando ya gravemente enfermo, escribe sobre la lucha y aceptación de la muerte, abrazando a Dios en sus últimas instancias.

Murió con la elegancia del Legionario que abraza a la muerte en un acto de valentía, sin hacer ruido ni lamentarse, y dejando en Ultraversal sus últimos poemas impregnados de un realismo estremecedor.

Verso del arado

Cómo me gusta el verso del arado
cuando labra la tierra estremecida,
y cómo de su amor surge la herida,
hecha surco: poema cultivado.

La rima en su quehacer es el legado
secular de sustento, propia vida,
donde la mano terca y dolorida
de la necesidad, y su dictado,

convierten el arado en el apero
que utiliza el poeta de la tierra;
cada surco es un verso, y cada verso

melodía perfecta, voz de arriero,
y el hálito del hombre que se aferra,
metáfora suprema, al universo.

Vicente y su duda

Vicente fue un chiquillo con tendencia
a no dar por sentado cosa alguna;
su herencia fue el ingenio de la hambruna
y una dosis sobrada de impaciencia.

Su mundo era un por qué, una exigencia,
buscaba una respuesta sin fortuna,
oía explicaciones, mas ninguna
otorgaba a su duda transparencia.

Quería comprender, pues no entendía,
la razón verdadera de este mundo
y por qué la presencia de lo humano.

Le dijeron que Dios se lo diría,
pero un silencio terco y tremebundo
acompañó su espera hasta lo arcano.

Gente sencilla

Su caminar es lento, concienzudo,
se rige por el tiempo de labranza,
de sol a sol, con ritmo de una danza,
con el atril del cielo por escudo.

Es parco en la palabra, el gesto rudo,
la mirada de siembra y enseñanza,
que sabe que las prisas son tardanza
y el dicho inteligente siempre mudo.

Es hombre agradecido, temeroso
de Dios, un buen cristiano y fiel esposo,
que lleva en el calvario de su frente

la señal de la cruz desde que nace;
amante de su tierra, donde pace,
y dueño de una vida indiferente.

La huella del hombre (VI)

Debajo de mis pies, por los rastrojos,
la sequía estrangula todo anhelo.
Oprime la solana. El sol ahoga.
La tierra se bifurca en soledades
y en sus raíces drago mis silencios.
Suspira la esperanza en el crepúsculo,
teñida de sopor, bajo el azul
desmedido de un cielo que no entiende
de oraciones. Aquí, por la llanura,
se crían las verdades primigenias;
nace el olvido, áspero y cerril,
mientras la vida brota hacia adentro,
hasta la muerte, en busca de su origen.
Soy un hombre curtido en el secano,
con el ayer a cuestas y mi infancia
en ristre y la sonrisa del hoy. Alguien
que sabe que vivir es algo más
que un simple recorrido por el tiempo.
A golpe de azadón, con estas manos
que adoran y estremecen cuanto tientan,
me siembro en la aridez de los eriales
y cavo, junto al alma, su alarido.

Al Cristo de la buena muerte

Me llago en tu dolor y en tu tristeza,
y venero tu imagen dolorosa
donde la pena íntima reposa
sobre el llanto sublime que te reza.

En ti sangra el amor y la pobreza,
el sueño de otra vida más gozosa,
la fe inquebrantable y generosa
que te ayudó a morir con entereza.

Te siento tan cercano, tan adentro,
que brota en mí la sed de tu creencia
y en duelo el corazón al recordarte,

pues soy un pecador que va a tu encuentro
en busca del perdón y la indulgencia
que me procura el hecho de rezarte.

Profundidades

Crezco hacia adentro, boca abajo,
con el gesto sombrío
y la mirada en balde,
mientras escarbo más y más,
como si no supiera
que cuanto más me aleje de la superficie
las lombrices custodias de la duda
envolverán mi marcha.

Qué hondo que me encuentro de esta vida.
Cuántos metros de sombras nos alejan.
Y cuánta soledad une y separa
al hombre del silencio.

Sepultado en la umbría de mis noches
habito en las entrañas de la tierra,
ceguera de mi alma,
mientras anhelo
una luz que ilumine mi crepúsculo
y pueda verme como soy.

Poemas de la agonía

En busca de Dios

I

Oh, Dios, vengo a buscarte entre los vivos,
en el aliento humano, entre sus dudas,
en esas cotidianas y menudas
cosas que el hombre escribe en tus archivos.

Revierte mi ansiedad en sucesivos
rezos. Sigues callado y me desnudas
palabra por palabra entre las mudas
calaveras de hombres pensativos.

Necesito de Ti.  Mas no te encuentro.
La soledad del huérfano me habita
y en cada cita surge el desencuentro.

¡Señor! ¡Señor!, ¿por qué no me respondes?
¿No sientes mi dolor que resucita
cada vez que te busco y Tú te escondes?

II

Ay, Dios, cuánta amargura contenida
en este rezo agrio de salmuera.
Te busco en vano, en vano entre la cera
de una fe por el tiempo derretida.

Sé bien que no me escuchas y la herida
de tu silencio sangra como fiera
salvaje acorralada y prisionera
que busca libertad en su estampida.

Un resquemor, la duda de si existes
chirría en mi interior hasta atronarme
y sordo, como Tú, medito y duermo

en ese paraíso de los tristes,
humanamente dócil, sin hallarme,
con el ansia y la fiebre de un enfermo.

Mi DNI

Le sobran horas a mis días. Todos
son iguales. Hartazgo es lo que siento.
Trago a trago con vino me reinvento
bebiéndome mi drama por los codos.

Hablo de mí con esos malos modos
que utiliza la nube contra el viento,
y el rayo destructor de su lamento
convierte su abundancia en propios lodos.

Miro hacia el cielo, pero el cielo calla,
y en la noche derivo en plena ausencia
rodeado de excesos sin latido.

Mi voz tan sólo, que el silencio acalla,
me llama por mi nombre en su demencia.
Soledad es mi único apellido.

A solas con la muerte

He muerto de repente. Con lo puesto.
A solas y encerrado en mi retiro.
Me fui tal como vine: en un suspiro
de impotencia. El rostro descompuesto.

Deshabitado en mí quedé traspuesto.
La vida me mordió, como un vampiro,
sedienta e insaciable. No respiro.
No noto nada. Y a materia apesto.

Todo está consumado. Sin adioses
ni lágrimas me voy por donde vine.
Yo no elegí la vida ni la muerte.

Me llevo a mis demonios y mis dioses
en espera a que el tiempo me fulmine
y en los brazos de nadie me despierte.

Desnudez

Se me pone la carne de gallina,
dando diente con diente miro el cielo
mientras mi corazón se aferra al suelo,
depositario de mi propia ruina.

En la tierra la losa y la sordina
me impedirán que alce alto el vuelo.
—ya se sabe que el mundo es un pañuelo—
Pequeño se me hace en la retina.

La certeza en la muerte por contagio,
la duda en otro mundo, mal presagio,
y todo al retortero y sigo mudo.

Me sobran las palabras y los gestos.
Aquí ya sobra todo. Son los restos
mortales de mis versos al desnudo.

Mi sombra

Por suerte o por desgracia —no se sabe—
nací con un difunto aquí, a mi lado.
Siempre estuvo conmigo, amortajado,
e ignoro si en mi cementerio cabe.

Le pido que a mi alma no la trabe.
Aquí tiene mi cuerpo desangrado.
Y aquí me tiene a mí, medio enterrado
gritándole a la vida que se acabe.

Su presencia es oscura y alargada.
Me sigue a todas partes. Desespero.
Y sin una palabra a mí me nombra.

Sobre el filo siniestro de su espada
camino hacia el final. Mi mal agüero:
es el luto reflejo de mi sombra.

Ipso facto

Si he de morir, que sea ya. Me inquieta
el óxido del tiempo en mi memoria,
pues mañana, mi muerte será historia,
la historia clandestina de un asceta.

Seré un difunto más, sin etiqueta,
un referente anónimo, sin gloria,
un grito, uno más sin trayectoria
que sabe que el olvido le interpreta.

Si he de morir, ahora es el momento,
me siento en paz conmigo, que no es poco,
y a la vida he pagado ya con creces.

Soy múltiplo de cero y me presento
con las manos vacías mientras choco
con el vientre alquilado de mis heces.

Poema de la Agonía

Un día moriré. Uno cualquiera.
Al destino le dejo mi mortaja.
La muerte por mi cuerpo se desgaja.
Y vivir por vivir, sólo es espera.

Morir antes de tiempo no quisiera,
y vivir de alquiler, polvo de paja.
Este estar por estar se desencaja
de este ser o no ser que me exagera.

Me finjo hasta la médula y soporto,
a fuerza de imitar lo que me callo,
la fiebre delirante del enfermo.

Transito por las órbitas del orto
y entre signos de incógnita me hallo,
y entre símbolos fúnebres me duermo.

Acerca de Isabel Reyes Elena

J. L. Jiménez Villena, in memoriam, por Isabel Reyes Elena

Leer la poesía de J. L. Jiménez Villena es viajar de las luces del norte a la claridad del sur, su lugar de nacimiento.

Poeta y maestro. Una armonía sutilmente clásica, bañada cada día en el presente al que Villena fue fiel y además le divertía: sonrió sin rupturas ante la mujer, el amor y el deseo.

Sus poemas llevan implícitos tintes filosóficos y  sutiles con un léxico extremadamente refinado,  que se muestra  en todo tipo de composiciones poéticas. Un profundo desasosiego metafísico enmarca su obra y todo ello definido por un acendrado sentimiento humanístico de su tiempo.

Tuvo una idea clara acerca del rumbo de su andadura literaria. Fue el Albert Camus de su primera etapa de felicidad terrena, el invencible dichoso. Pero también mostró una claridad humana fuera de lo común cuando vio acercarse el final de su vida. Sus atardeceres no  fueron finales; es más, su poesía transcurrió en un constante amanecer tomando  la mayor cantidad de alegría y hermandad que este mundo agrio le permitió.

Huya el tiempo

A veces el pasado es el destino
del humo de la vida, de la farsa
del amor que, sin serlo, nunca fragua,
como nunca es el agua un espejismo.

Dejaré en la tristeza un verso escrito,
desamor, esperanza huera o vana
e igual que su sentencia el reo acata
yo quiero que después cunda el olvido.

Huya el tiempo también y su premura
por caminos o vientos muy lejanos,
que yo quiero de nuevo la dulzura

de tener el amor entre mis labios
como el sediento que abre dulces frutas
y se come la pulpa muy despacio.

El espejo

Tras el frío bruñido del espejo
de alinde en que te miro,
en el eco del silencio estás llorando
y lloras lágrimas de cristal molido
y lloras penas que son de hielo seco
y lloras como un desterrado
en el espejismo de tu dolor secreto.

Vives en una ciudad de vidrio y viento
que tintinea en mi cabeza,
casi rompiéndose cada día,
pero yo no sé quién eres tú
y tú no sabes por qué lloras.

Y yo que venía desarrimado
a averiguarte la esencia del alma,
héroe efímero de los escaparates…
y yo que deseaba beber el aliento
de cristal envenenado de tus labios,
amor cercano e intocable…

y yo que quería preguntarte mi nombre…

La mujer del secreto

La mujer que me lleva a la otra orilla
es un puente de sombras deshiladas,
un atajo a la gloria o al infierno
de un querer que me quiere a vida o muerte.
La mujer que me mata y me desea
es la maga que embruja mis sentidos,
la razón que se pierde con ungüentos
aplicados de noche y a escondidas.
La mujer que me guarda y que me aleja
trae un río de ayeres altaneros,
desaguando en las dudas del ahora
lo cierto y lo seguido de su estirpe,
y es un brote de piedra en el futuro.
La mujer del secreto que ella sabe,
lo desvela en las noches del instinto
y fía ciegamente a mi vigilia
su vida, que hace tiempo que es la mía.
Hay dos firmas de amor al pie de un trato
avalando la sangre y su bullicio
en los frágiles días que nos sueñan.

Nocturno

La noche se abre en una flor de brea
que naciera del tallo de lo oscuro
y derrama su efluvio misterioso
bajo una lluvia de marfil eléctrico,
de una luz que quizás sea de luna.
Camino en la quietud de las aceras
buscando una guarida que me ampare
y un bar es un lugar donde esconderse
para encontrar sosiego en una copa
y suponer tu cara entre las caras
que me miran mirando lo que miro.
No sabe nadie que te busco a tientas,
que me parece verte en algún rostro
o en el cristal narcótico de un beso
que me devuelve a ti,
a la derrota absurda de quererte
en unos labios de carmín postizo.
No estás y a la intemperie,
cuando las putas vuelven del infierno,
en esa hora turbia en que el delirio
tiene un aroma de flor del trasmundo,
sin aliento ni ruido vuela un ángel
que desangra en palabras su agonía
y un poeta se bebe los silencios
del amargo licor de los crepúsculos.
Nunca hubo un amor tan imposible.

In the road

Dejé que el coche fuera despacio y sin destino
hacia la noche albada del neón y el desvelo,
igual que un ángel roto volando al ras del suelo
la gloria me pillaba muy lejos del camino.

Por las calles oscuras, por las sombras opacas,
la gente de la noche peleaba su esquina
con la sed insaciable del vicio y la ruina
que, al hervir de la niebla, bullía en las cloacas.

Yo, que buscaba el rastro y el perdón del olvido,
devoraba kilómetros huyendo de lo inmundo
y drogado de pánico, conduciendo errabundo,
maldecía la suerte que tiene el forajido.

Repartía el semáforo en tres luces el mundo
y en la duda del ámbar me quedé detenido.

21 gramos

El alma huele al humo y la ceniza
de los hombres, que inmolan su conciencia
para hacer de la pura inconsistencia
algo eterno sin linde fronteriza.

Un alma es como un arma arrojadiza
contra el miedo, pirueta de la urgencia,
un mecanismo astral de nuestra esencia
para fijar la vida, tan huidiza.

Espíritu de seda incorruptible,
parece lo divino en cautiverio,
la materia en la luz de lo invisible.

Veintiuno son los gramos del misterio
fluyendo de un ahora imprevisible
que anhela de lo eterno magisterio,

un mágico criterio
que hiciera del soñar algo preciso
para trocar la nada en paraíso.

Noviembre

La tarde, una más, se diluye en lo ausente,
y esa vieja friolera está bordando un tul
parecido a la noche. Un rescoldo de luz,
de lumbre rubia, huye como huye el oeste.

Y parece que el aire, furioso, mal esconda
la mórbida soberbia de un relámpago oculto,
por las venas de luz de azafrán, el crepúsculo,
sutil, se desvanece en un pozo de sombra.

Agua turbia de viento, la humedad de las nubes
desemboca en la lenta serenidad del valle,
llueve sobre los casi desnudos abedules,

y lloverá esta noche de aguacero y derrame,
y caerá la lluvia con peso transparente,
cuando, cerca del fuego, yo mire cómo llueve.

Adiós

Vengo a decirte adiós
con un idioma de epitafio y mármol
con el mal del silencio
alambrando de miedo mis palabras
y de ácido la boca y la saliva.

La ley inexorable de los nómadas
sin compasión me rige y me sentencia
a la innoble condena del traidor,
a los fieros destierros del apátrida
que conducen al sur de ningún sitio.

Me voy con lo mejor de tus secretos,
desparejo me voy, fugaz y múltiple,
por la mansa costumbre de la ausencia,
y te diré adiós
mientras la culpa arde en los carbones
y se deshila en humo.

Contigo lloraré los funerales
junto al tierno cadáver de nosotros
expuesto a la oración y a la piedad
de los desconocidos.

Ni el dolor ni el consuelo son de aquí,
aquí no queda nada,
aquí no queda nadie que nos sepa,
sólo yo que he robado lo que había
y he enterrado el botín tras la derrota.

Las esperas de Bukowski

los tratos que hemos cerrado
los hemos
mantenido…
Charles Bukowski

eres un mamón, Chinaski,
te guardaste
las palabras de amor
para hacerte viejo,
para morir apostado
en todas las carreras
y con el sabor de lo bueno
en los labios.

alguien me dijo de ti
que escondías el orden
de la soledad
debajo de la cama,
al lado
de las zapatillas
y
las revistas guarras:
te felicito, tío,
no es mal
sitio
para estuchar el botín
de lo inesperado.

y más
si eres escritor y
poeta de puros huevos
hasta el trago aquel
de romperse
el páncreas:
eso
es
talento.
lo tuyo es
talento.

talento, man:
has ganado.

has podido esperar,
a la muerte
sin que nadie,
nadie,
te reviente los cojones.

eso querías:
esperarla vivo
mientras te follabas
a bebedoras de vino barato
tan desesperadamente vivas
como
tú,
tan ávidamente lúcidas
del resplandor
como
tú.

sí, amigo,
te las tiraste a todas,
y fuiste un cabrón con ellas,
cuando el infierno era
un apartamento
para dos.

en la radio
suena Mahler a tu manera y
he bebido por ti
mientras leía
“victoria”,
un poema de gente
con
palabra.

a tu salud, socio,
aquí ando:
cumpliendo con lo mío.
aunque sé
que nada de esta mierda
te interesa.

a mí también me da igual,
pero
bebo por ti, Hank,
por lo bello,
por lo suciamente bello,
por lo ciertamente bello
que
ha sido leerte:

a cara de perro, tío,
a cara de perro.

Acerca de Isabel Reyes Elena

Isabel Reyes Elena – España

Náufrago en tierra

¿Qué tiene dentro la paz de la palabra?
y muchas aguas
diluviaron encima de mis manos
sin dar con la respuesta.

Estoy muy sola
con unos cuantos nombres desnudando mis ojos.
Han huido de mí
dejándome en los dedos un perfume
de armas y ceniza
Y soy una mujer imposible de atar
que va dejando huellas por la arena,
un perdido perfil en un retrato
que no acierta la luz.

Yo quemé mis pestañas y mis dientes
en las hondas hogueras del ocaso
con la misma pregunta. ¿Acaso puedo
variar de rumbo al mundo?

Pero muchos maldicen mis palabras
se juntan en las tardes sin peldaños
conjuran al crepúsculo, se miran
buceando en los ojos y si oyen
un momento mi voz levantan árboles
y el mar ponen en pie. Ya no hay orillas
para mí que soy náufrago de tierra.

Ahora al mediodía de mis años
dejo que vengan otros a robarme
lo que yo nunca tuve, que me exilien
a una tierra jamás pertenecida
y no sean las sombras
quienes pongan mi grito en cuarentena.

Me he dado tanto
cuanto me fue posible, mas ignoro
si me queda en los huesos algún haz
de luz por entregar. Mientras, persisto
luchando por un mundo más humano
con toda mi inocencia en carne viva.

Que nadie venga
ahora a apedrearme la mirada
pues me sobra el arrojo
para quebrar sus cántaros de sombra.



Romance de noviembre

Siempre me lanza noviembre
los puñales de sus hielos
y me atraviesan la piel
y se me clavan muy dentro
en el corazón que late
con sístoles a destiempo.
Trae su cántaro de luto
con angostura repleto
que se derrama silente
por las lunas de mis pechos
y entre el vacío del aire
y el desconchón del silencio
con su gris deja grabados
en la cumbre de mis senos
los cánticos funerales
que musitan los espejos.
Yo no sé quién habré sido
ni hacia dónde va el revuelo
de la sombra de mis pasos
enlutados de silencio
sólo sé que entre mis ojos
llevo el alma al descubierto
que huyendo de los otoños
se enamoró del invierno.
Llevo clavos en las manos
—crucificados mis sueños—
mientras la rosa de pólvora
que alguna vez fue mi cuerpo
se deshace en la derrota
de tanto morir por dentro.



Dolor de luna rota

Llueve sobre mi voz rumor de llanto
y es el llanto la llama, que silente,
transforma con su látigo candente
la lluvia de una lágrima en quebranto.

Llora sobre el amor un frío canto
que corona de témpanos mi frente;
mi voz es el silencio que va hiriente
por la oscura salina del espanto.

Se desnortan las sílabas y brota
un íntimo aguacero sin sonido
y en mi rostro un dolor de luna rota.

Mis ojos son lagunas, hielo ardido
amor que se desangra gota a gota
en la garganta negra del olvido.



Vorágine

Aquí estoy de nuevo compañeros.
Traigo la voz partida en mil pedazos,
en muchos almanaques.
Estoy como una más, una cualquiera
de todos los poetas del lugar
disfrazada de mí, con este agobio
que aguanta una mujer sobre su espalda
con escasa esperanza, con sus párpados
medrosamente abiertos y en silencio.

A esta altura del año
quién va a darse importancia, si no somos
más que poquita cosa, un viento, un río,
un gorrión de luto que no alcanza
los astros, cada cual
se queda solo aquí, no es para tanto
la tragedia de una en voz primera,
el primer chaparrón, diluvia el tedio
por las calles de siempre, de hace siglos,
sin variar un número, una esquina.

En mi ventana
ya no existen sorpresas, la costumbre
de siempre es lo que hay, no va a ser todo
solemne y en mayúscula,
en mi vida no ocurre nunca nada.

Compañeros
he llegado de nuevo, me he quitado
del corazón terrazas y crepúsculos,
cuestas arriba y árboles, miradme,
viva otra vez, normal, repatriada,
las letras me dan vueltas, no detienen
su vértigo un momento.

Soy la mujer que siempre estuvo aquí
—dadme ese nombre—
que besó tanto el mar, que moriría
como tiene que ser a la sombra de un verso.
Estoy aquí de nuevo ante el cristal
y no me reconocen y me basta
sólo vuestro dolor, el que no tiene
un quicio en el periódico.

No es el tiempo de hablar en singular,
hoy la tristeza
tiene forma de mapa y es por eso
que revestida al cabo de mí misma
vuelvo a la soledad a quien me debo.

Acerca de Isabel Reyes Elena

Isabel Reyes Elena – España

Des-vivirse

Voy a sellar mi boca con su melancolía.

Voy a tapiar mi mente y toda la barroca amargura de los versos que no terminan de definirme.
Voy a cerrar la puerta sin echar la vista atrás y a subir las persianas para sentir el aire fresco en las mejillas.

Voy a volar.

Podría hablar de tantas cosas…

He amado y me han amado, conocido medio mundo, cuidado cuerpos mutilados y heridas ajenas olvidando las mías, pero todo lo estropea la dichosa nostalgia de ti.

Debería haberte metido en el frigo hace muchos años. Sentir el resentimiento que te ganaste a pulso, para librarme de escribir mediatizada por tu recuerdo.
Me jodiste la vida.

Va siendo hora de no eludir el odio, pero si dedicara el tiempo que me queda a sentirlo, seguiría siendo una víctima del recuerdo.

El pasado, pasado está.

Hoy me apunto al olvido.

Isabel, estás en ese punto en que lo que pasó es mucho más que lo que se vislumbra. Ha sido largo y difícil, muy difícil, pero jamás intentaste acortarlo.

Has sido valiente para enfrentar la vida y leal con tus amigos, aunque algunos terminaran como despojos y te frustraran.

Tampoco te quejaste demasiado cuando alguien te consideró exclusivamente como una médico útil y precisa.

En el fondo, reconócelo, siempre te satisfizo que te necesitaran.

No tuviste nunca grandes ambiciones ni se te ocurrió pensar que la humanidad estuviera en deuda contigo, así que tampoco esperaste grandes compensaciones, ni premios, ni regalos.

Buscabas la paz y es casi lo que tienes.

Buscaste amor y todavía te late el corazón para la entrega.

Al final, Isabel, naciste mansa y heredaste la tierra.

¿Se puede pedir más?

Acerca de Isabel Reyes Elena