Podría porque es fácil meter sexta y huir de lo que me repele cuando miro por el ojo violeta de mi última amatista, y entrar en la tertulia de lo etéreo.
Podría unirme al coro de malditas con mis obras completas y la desilusión como estandarte.
El cómo es lo de menos -siempre hay formas- pero el porqué no es nunca suficiente, salvo que el egoísmo de ser tú -en exclusiva tú- rompiera cualquier lazo con la tierra, que allá se las apañe con sus contradicciones y sus poetas únicos y con su paradoja de dolor sublimado y con sus ideales opiáceos.
Podría cualquier tarde
en la que Plath o Sexton o Pizarnik o Teasdale o Storni
-mientras hago un sprint bajo la ducha- me hablan del vacío existencial con un frufrú de seda en la palabra y la mirada vacua y el sarcófago flotando inercialmente sobre el tiempo, y casi me convencen de que el mayor error es seguir viva matándote por otros.
Ninguna derrotó al Arcángel del Tedio ni sedujo a sus dioses de papel ni mató sus demonios interiores. Yo tampoco.
Estar cuerda no siempre resulta ventajoso porque duele el espíritu y acaba resentido, pero soy algo más que el aura negra de mi farsa poética.
Yo soy mi rebeldía.
Detener el tiempo
Vas a heredar mi boca cualquier día, esa naranja amarga de adulterio, mi lengua de tormenta que incisiva hace crujir las gavias de tu aliento.
Heredarás mi voz de jarcha y sable, mi cetro de cristal, mi amor sin dedos, mi astucia de tarántula perdida en la vasta inquietud de los espejos.
Mi látigo de seda, la distancia que va del corazón hasta los huesos, la hondura roja y gualda de mi idioma bajo el azul y blanco de tu verbo.
El pulso de la luz con que destella el nombre que le puse a tu misterio, los confines del Norte que limitan con mi fatalidad de oscuro enebro.
Vas a heredar las cartas del ayuno, las horas de vigilia en el trapecio donde colgué tu sol dilapidado en el calor de mis poemas muertos.
Cuando te lleguen a los ojos, cava una fosa en la tierra de tu pecho y olvídate de mí en el instante en que me entierres cerca de tus miedos.
Cuando sientas que el aire huele a rosas será que han florecido los silencios.
Lengua de sol
Qué cerca estás de mí, vida, qué cerca, qué hondo me penetra tu palabra, con qué fuerza tu fuerza me esclaviza y con qué levedad me pone alas.
Nadie espera de mí, vida, que amarte sea como saltar las alambradas de la calamidad, nadie supone que tu hombría asesine su algarada.
En qué cenote oscuro me verán nadar contra corriente turbias aguas, que no imaginan, vida, que estoy viva sobre la curvatura de tu espalda.
Duele la claridad aparatosa de tu lengua de sol en mi ventana.
El tiempo pasa, vida, se asoma precavido a mi intemperie por intuirte páramo a lo lejos y se nos va nublando a medida que avanza sin mucha convicción.
El tiempo-incertidumbre-holocausto-pandemia como un virus dubitativo y frágil se persigna al rozarnos, murmura vade retro como si nos temiera
porque dejamos de reivindicarlo porque dejamos de pensar en él
y hasta de esperanzarnos en sus ojos de lluvia.
Ya sólo creo en ti y en tu no-tiempo adicta al sinfuturo de tus labios que todos mis silencios justifican.
El tiempo pasa, vida, y no me importa. Con esta terca voluntad de amarte, me olvido de que existe día a día.
Un mundo de metáforas
A veces, junto a ti, me ataca el desconcierto por esa diferencia de tu tacto y mi tacto e invento la caricia y el golpe y el exacto instante de atraerte a puro cielo abierto.
Por esa diferencia de tu boca y mi boca es que gestas las guerras que enamoran al labio y el verso que seduce, enardecido y sabio, de tu lengua a mi lengua se agita y descoloca.
Porque somos distintos de palabra y de gesto, de ojos y mirada, el instinto me apuesto para desentrañarte sin un roce de piel.
Un mundo de metáforas con el rostro velado no oculta la certeza de saberte a mi lado el más hombre del mundo con carne de papel.
Armada
Tal vez desilusión, no aburrimiento.
Jamás me aburro yo conmigo misma, me inauguro portátil, voy y vengo y me sobra talento armamentista para partir de cero en cualquier guerra, al no soñar con tierras prometidas.
Mi territorio se abre en el presente sobre el páramo azul de la inventiva.
No soy de las que lloran el pasado negando la pasión de cada día, porque lo que me gusta es el camino, la huella de los pasos, la genista en la cuneta donde duermen tantos sobre sus cuerpos yertos invasiva.
A ninguno le debo un mal capricho, ninguno me ha dejado malherida, lo que me dieron di, siempre sobrada, y al irse pasé página deprisa.
Mi lealtad se ajusta a lealtades que no terminan más que con la vida, el resto ni me mueve ni me importa ni consigue borrarme la sonrisa.
¿Aburrimiento? No, ni estando muerta. ¿Desengaño? Quizás, por estar viva.
Pero es lo que estoy, viva y armada hasta los dientes con la poesía.
Nos citábamos a ciegas en el motel de los versos y era como un suicidio lentificado en el tiempo. Sin programación mental desgranábamos silencios con la paradoja a punto de convertirse en misterio.
Todo era un baile loco que siempre bailamos cuerdos.
De futuro nunca hablamos ni del contraluz del sexo. Del pasado alguna vez si es que llegaban los muertos a resucitar de noche las lenguas de los lamentos, mas con cada madrugada estar vivo era lo cierto, lo único que importaba para conjurar los miedos.
Si te creí, da lo mismo, pero en el confín del sueño eras la pura metáfora del amor que estando lejos te excita la inteligencia y te solivianta el cuerpo con las manos tormentosas al rozarte con los dedos.
Cómo encendimos hogueras que atizamos con los vientos de todas las latitudes para quemar los secretos, y cómo nos tradujimos boca a boca el sentimiento con las espadas en alto pero el abrazo en el gesto.
Te hubiera reconocido como reconoce un ciego la llamada de la luz desde el corazón del fuego.
El presente está plagado de instantes de desencuentro, de historias que nos mantienen de las circunstancias presos con los tobillos atados y la rebeldía en cueros.
Entiendo que tengas dudas y te asalte el desconcierto porque la vida que apaga hasta el resplandor del cielo, haya llegado a la cima de cualquier descubrimiento y nos sepamos las mañas de ser dos polos opuestos con la sangre predispuesta a dejar huella en el verso.
Con respecto a mí no dudes ni me uses de pretexto, que por algo estoy de vuelta de tus íntimos infiernos y sigo creyendo en ti con los ojos bien abiertos.
Yo soy la misma y escribo únicamente si siento y te estoy sintiendo tanto como siento el sufrimiento que te lleva hasta la duda si piensas que no te quiero.
Y es que te quiero, varón: frágil corazón de acero.
Anda rígido el aire y han crecido murallas de otra especie impalpables como un símbolo extraño de impotencia que aísla los sonidos de la luz.
Soy una carta abierta golpeando cerraduras destinada al fracaso, un susurro en la noche soñando alegorías del silencio porque el mundo, al final, es un lenguaje absurdo, un engendro entre MySQL y php que no será jamás el mío.
Una araña reclusa con tres pares de ojos vigilantes me amanece en el tórax y pasea indecisa por mis pechos desde hace demasiados días.
Ni me inmuto.
*******
En mí no cabe una palabra más.
Todas las paradojas se dan cita en mi almario pugnando por salir en un momento, y al siguiente dormidas superpuestas en sus grises literas submarinas.
No eres tú la causa.
Soy yo con mis cerrojos.
Soy yo en las trincheras del absurdo, cubriéndome la espalda de silencios, porque perdí la fe en el mañana y he de engrasar, sin pausa, aquel fusil de asalto que tenía guardado para tiempos de cólera.
Pienso si alguna vez estuve en paz conmigo o es que me la inventé por seducirte a ti que de la guerra hiciste el pan caliente que me diste a comer día tras día.
No eres tú, por más que tus ventanas se abran a sacrílegos paisajes y el miedo se acomode a la rutina de huir hacia adelante, mientras el corazón no convulsione.
Soy yo con la crudeza de esta boca que calla mucho más de lo que expresa y alguna vez, también, quisiera ser de luz,
dolor escintilante de la luz pariéndose a sí misma sólo para tus ojos.
Yo sé que a veces hinco la rodilla en la tierra y que entierro en el pecho la cabeza afiebrada por imaginar cosas que podría decirte a solas y en la umbra, como alguien sin mañana.
Pero soy un silencio que se remuerde solo con vocación inhóspita. Una bestia esteparia que busca entre las cuevas secretas de tu especie la especie que ha perdido su espíritu de llama.
Aúllo y te reclamo con mordiscos de lumbre, tu acerico de ausencia se me clava en las plantas y soy el caminante que ha extraviado un desierto y rebusca en su sed el agua de la lágrima.
Al fin y al cabo, a solas, sin tantos artilugios asesino entre verbos mis mundos de metralla y, como ves, inclino mi arrogancia señera a la rienda de seda de tus manos extrañas.
No me acaricies, hembra, que la melancolía de no haberte tenido, me llena de nostalgia.
Gavrí Akhenazi
A veces soy sufe si, de repente, le arranco la espoleta a una granada y detona al chocar contra mi boca y me llena de esquirlas la garganta.
Otras veces no soy más que el colapso de la buena intención y su mirada se pervierte en la sádica tortura que quisiera infligirme en la distancia.
Se ha vuelto vulnerable con el tiempo, quizás por sus insólitas jugadas.
Aún prefiere andar bajo mi lluvia sin pedir el cobijo de un paraguas, porque le gusta amanecer mojado cuando son secas otras circunstancias.
Yo soy el putching ball que absorbe el golpe cuando su corazón se desbarranca, pero crece en el verso si me nombra y se excita, varón, si medescalza.
Morgana de Palacios
A veces soy así y a veces lento, gravito en tu pasión como la escarcha que te nieva entre enero los azules y desde tus azules desbarranca su ligereza inútil y su nimbo de insospechada claridad humana.
Estás de pie en el mundo como el tiempo recorre el universo y lo equipara y nos volvemos hitos planetarios que van ajusticiando las palabras porque tu boca clara marca el rumbo del que se aleja hostil, mi boca amarga.
Que he cambiado, lo sé. Sé que he cambiado. Que ya no soy aquel que sí mataba al enemigo y luego, victorioso alzaba la cabeza cercenada y la echaba a los pies de tus trofeos en la vieja cuneta de las ansias.
Cambié. Me puse bueno y metafísico, contemporizador y mano blanda, pero si alguien te toca, te aseguro que la bestia me habita aquí en la rabia y me vuelvo aquel malo ingobernable que doblegó tu mano, sana y salva.
Gavrí Akhenazi
En tu mapa vital las cicatrices marcan los aspavientos de la suerte, los dolores y los retorcimientos que tocan las mujeres con dedos temerosos y labios indecisos cuando aún no penetran en tu mente.
Son tantas las grabadas en el tiempo de las escaramuzas en los frentes, que casi no recuerdas ni tú mismo si son un tatuaje en las paredes de la piel maltratada por la vida o es la propia vida quien dibuja vaivenes sobre tu cuerpo enjuto acostumbrado a engañar a la muerte.
Yo que guardo las mías donde nadie las ve, sé que las invisibles en ti son las más fuertes, las que nadie sospecha que puedan existir y las que más te duelen.
No has cambiado tanto, sigues siendo el soldado que camina en la sombra con el alma en los dientes. Sentirte solo es parte de la ferocidad que te nace en el vientre cuando la indiferencia ajena por el mundo se te vuelve un parásito evidente.
Al final no eres ese ni el otro, eres tú, exactamente tú, profundo y breve.
Morgana de Palacios
En el rito vital la coincidencia nos devolvió a rutinas despiadadas y en un desequilibro, desvariadas, nos atrapó su suave incandescencia
Podemos resumir nuestra indecencia en las imaginarias desaladas de dos extravagancias extraviadas al mundo peculiar de su inconciencia.
A veces vos sos fénix, yo soy cobra. Para llevar la identidad del sino: míticos bichos presos en la obra.
Existen, más allá de ese destino con que enfrentan el pecho a la zozobra, tu corazón de miel y mi asesino.
Gavrí Akhenazi
Mala para tus ojos, porque te gusto mala, mala de malitud, de naturalescencia, mala por revolverte, por disparar la bala que te acierta en el centro de la circunferencia.
Mala por alumbrarte, malérrima bengala con fuegos de artificio los días de abstinencia, por no rendirme nunca al Coronel de gala y excitarte los ojos con mi concupiscencia.
Mala por estar viva y provocar tu celo, por servirte en bandeja la erótica del velo que enigmático cubre mi voz que se regala.
Por aguzar tu ingenio para los desvaríos y hacer que de tu boca promiscua fluyan ríos de poesía libre, me has bautizado Mala.
Morgana de Palacios
Después, para tu boca, el vendaval del hambre que te estalle en los senos de prédica madura y que tu vientre curve la fuerza de la sangre sobre el vértice inerme de mi fiera premura.
Cabalgar en el tiempo de la boca sonora como en una marea de ansiedad matutina sobre el sabor antiguo de la primera hora en que la piel se vuelva desnortada y canina.
Que el hambre me revuelve la lengua del deseo y me imagino intensa la curva en la que encallo mi percepción del día verdeciendo en tus ojos
de mar alucinado, de fiera y el desmayo de tu labios lamiendo la sed de mis despojos. Así es como en mis sueños tu corazón poseo.
Gavrí Akhenazi
Despedirme de ti no entra en mis cabales. Lo que me das no hay oro que lo pueda pagar. Contigo soy la monja que mira el lupanar con ojos de pecado y lengua de abrojales.
Ríes el tour de forçe en los ceremoniales con que me incitas lúdico para poder llegar a la carta más alta que se pueda jugar en el juego asesino de las reglas morales.
Te empecina saber que no me entrego como tantas, sin lucha. Tu estratego inventa escaramuzas cada día.
Pero yo no claudico ante tu trato pues sé que sale caro lo barato. Lo nuestro es una hermosa guerra fría.
Morgana de Palacios
Y es una guerra al fin y en toda guerra como aquellas que -alzadas en tu nombre de maga impenitente que colecciona a sus amantes muertos en cunetas sin agua- han emprendido viejos caballeros de armaduras inermes (y de lenguas rabiosamente trepadoras), nos debatimos el judío amargo que sobrevivió a Masada porque le resultó una afrenta suicidarse y la hija del vértigo profundo sobre el peñón de Avalon.
Te bulle el África caliente en la saliva y en la sangre hay derbakes milenarios que te agitan el tiempo y la indocilidad y esa hembra chita que camina sola y devora a sus presas con una lengua suave y seductora y unos dientes de presumir sonrisas.
No sé si me elegiste porque no había otro bicho más extraño a la mano -ya que este reino siempre tuvo su colección de fáciles rarezas intentado subirse por tus muslos-
pero yo sigo, perduro, persevero
porque, en realidad,
tengo un espíritu de Cancerbero insobornable, capaz de enfrentar hasta a sus propios muertos si se acercan curiosos a presenciar la historia que vivimos.
Dos, porque somos dos y siempre dos en un único, guerrero y épico país desconocido que ha perdido su nombre de batalla y conserva la esencia de su paz tantísimas veces malograda
igual que un talismán que llevo al cuello como si fuera mi primer medalla.
Gavrí Akhenazi
Te agradezco la noche sin pausa, la escritura, la luna rielando en los mares de arenas cuando sembramos juntos alegrías y penas en el amplio desierto de la literatura.
Te agradezco la luz que alumbró mi ventana, la amenaza de sol de tu lengua de sombras, el sentirte reír cada vez que me nombras y el empecinamiento en besar el mañana.
Nadie podrá decir que haya sido fácil llegar donde tú estás, airoso y grácil, tras avanzar a muerte abriendo brecha.
El objetivo es hoy tu cita con la vida. Vivir en esa tierra prometida todo lo no vivido hasta la fecha.
Cómo trepida el nombre del amor en la quietud brumosa de la noche, aunque mi indiferencia ante su sombra sea más estruendosa que su escándalo y me pronuncie al margen de sus reclamaciones y a salvo de su dádiva.
No le presto atención a la sonrisa promiscua del amor, si busca abrazo, porque hace mucho tiempo que desacralicé su ritual de cinismo y hay demasiadas grietas en su rostro por las que mi silencio no penetra.
Cómo percute el tiempo del amor en la piel rasurada de los sueños, aunque ya no me excite la realidad impávida, ni me provoque resquebrajamientos en la voz de la sed.
Puedo decir te amo y no amar más que el aire de un vacío, y callarme por siglos lo invisible del asma de un amor cuando me ahoga.
El mío es un amor que no precisa de vértigos extraños ni de focos que impacten sobre su lejanía para cegar las públicas retinas asombradas de la pasión ajena.
Es fiel a mi desnudo y hasta sabe que no lo necesito para ser lo que soy: el claroscuro de una descreída que salmodia penumbras con boca de espejismo inverosímil.
La flor de agua
Me he dejado empapar por tu voz de tormenta en la distancia, por tu imagen viril otoñecida, y he puesto rumbo a ti, a tu aguacero, sin irme a pique pese a su potencia.
Hoy soy tu flor de agua, tu marítima actinia, y puedo ser de carne, de escarcha, o de pólvora cuando a ti te apetezca, porque tú que naciste original y único no te has vuelto, la triste fotocopia de tantos que no extraño.
No me exilio de mí cuando estás cerca, me mueve a la alegría tu arrogancia, tu voluntad a la oración lumínica, y estoy casi segura de que vas a morirte tan sólo cuando a ti te dé la gana, porque muera el poder que tengo sobre ti.
Nunca vas a estar solo, -terco animal de láudano- nunca, mientras la tinta nos corra por las venas y el músculo responda a los rituales íntimos.
Yo te daré un poema sin ningún adjetivo, un tiempo para amar disturbios en mi boca, una duda que arrase con todas tus certezas y te daré un motivo para salir de ti.
Como si no tuviera otra cosa que darte te daré la ocasión de violentar mis ojos y liberar tus muertos seduciendo los míos por compartir aquellos que están pidiendo paso.
Te voy a dar un sueño para que lo maltrates cuando te incite Sade, la carne para el diente y un pedazo de instinto para tu diversión.
Y por si fuera poco, te voy a dar el alma para el último trago del desierto que cruzas. Deséchala una vez que no te sirva.
si decides mañana amanecer sin mí déjame aquí el grial de tu santa palabra y haré que nuestra historia sacrílega se eleve por encima de todos los benditos contra los que hemos ido por sensuales
si amaneces sin mí y aun sombrío te pones a buscar algún espectro que luminoso apague mi memoria no olvides que mis uñas te han rasgado la espalda y todos reconocerán mi nombre cuando eyacules preso tu abundancia sobre cualquier viciosa sin palabras
yo te obligué a existir frente a ti mismo tú a indagarme viva entre muertos sin rostro y fue a través de ti, de tu desgarro que me volví cruel para los ojos dañina como la música de Bartok
no malvendas mis huellas digitales y te recordaré por todos los que te olviden
mantendré abierto tu vacío de par en par con palabras que cubrirán tu nombre si al final de la página épico me seduces como si no tuvieras la victoria al borde de unos labios hartos de copular con mi añoranza
si miras por mí el mundo con tus ojos antiguos olvidándote de lo mirado yo pagaré por ti lo que me pidan y es posible que hasta pueda
perdonar a dios por tenerte tan cerca sin tocarte
Digamos que…
Digamos que hace falta mucha insatisfacción y un conato de ira taladrando las sienes para escribir un verso que merezca la pena y yo me estoy volviendo oscura decepción, displicente y ecléctica transeúnte de andenes cementerio de trenes con flores de gangrena.
No hay dinero que compre mi dolor de mujer pero ya no lo muestro con dos copas de más ni enseño cicatrices de antiguos abordajes. Asumo consecuente que cada anochecer tiene su oculto éxtasis y disfruto quizás de la autenticidad de un tiempo sin blindajes.
No persigo la luna y come de mi mano, no manipulo mentes de amantes doloridos ni levito en crepúsculos de furibundas místicas. Digamos que me observo lejana, en otro plano, espectadora escéptica de versos descreídos que dislocan rutinas, sin ansias crematísticas.
Del beso al diente
No sé salir de ti, pero me fugo por las hendijas de mi claustrofobia.
Beberte a palo seco me perfora la lengua como un piercing de hielo y esnifarte necrosa mi frágil estructura.
Debe existir un modo de pasar del beso al diente sin un asesinato de por medio, de aclimatar la duda a la certeza, la abstinencia a las ganas.
Quizás exista un él sin condiciones con las mayúsculas que escribo el ansia que no le ponga trabas a la muerte si decide cortarse las venas en mis pechos.
Debe de haber un modo de observar -voyeuresse ajena a protocolos- cómo grita la corte milagrosa, sin ser el cul de sac de todas las miserias y llegar siempre tarde al chill out de la hombría desgastada, para la última copa.
No sé salir de ti pero estoy aprendiendo a morder los barrotes del poema, porque ya no me basta que la jaula se disfrace de pájaro.
Las palabras, los gestos, los énfasis, los silencios, los hermetismos metafóricos. La incógnita soy yo y el agujero negro de mi historia.
Entre el arrebato y la reflexión
A mí me falta el aire por momentos. Tengo un bloqueo alveolar, sin duda, porque el oxígeno se niega a mis pulmones. A mí me falta el aire y yo le echo la culpa a los cuarenta cigarrillos diarios y a este andar con prisa de la Ceca a la Meca, solucionando entuertos propios y ajenos, con la certeza de que surgirán otros, así que ni siquiera disfruto de una victoria mínimamente duradera. Ya sé que las cosas podrían ir peor (alguien saldrá con Murphi) pero a mí me sigue faltando el aire y me enrabio miserablemente porque, si lo pienso, es lo único gratis que te da la vida.
Todo lo demás cuesta un riñón y, repito, a mí me falta el puto aire, aunque la espirometría que me acabo de hacer diga que estoy al cien por cien de mi capacidad respiratoria, pese a tantos años fumando, y mi amiga la doc se empeñe en que en esa prueba es imposible el fallo. Hay pulmones y pulmones, me dijo la incrédula enfermera que se jactaba de no haber cedido jamás a ningún vicio. Y la creí, vaya que la creí, tenía cara de desconocer incluso la tentación, cuanto más el placer que puede suponer caer en alguna, de vez en cuando. Ya veo que van a empezar con el cuento de los ataques de ansiedad por algún tipo de estrés. Antes nadie sabía qué era el estrés, todo lo más se hablaba de esplín y si era asunto femenino, de histerismo, pero ahora todo es consecuencia del estrés y hasta los cosechadores de nabos padecen estrés por la rutina.
No me gustan las connotaciones porno de la palabra ansiosa, porque siempre se me viene a la cabeza la imagen de una tipa de ojos desorbitadamente lelos y boca enorme engullendo cualquier cosa con forma de banana como si le fuera la vida en ello, y estresada es de la familia del estragada que, según mi abuela, era algo como estar cagada y el agua lejos, así que me quedo con el histerismo que es más literario y guarda un cierto enigma. No es nada raro escuchar eso de ¿qué le pasara a esta tía que siempre está histérica? aunque la contestación siempre sea la misma carente de toda imaginación: nada, no le pasa nada, salvo que necesita un buen polvo.
¿Histérica?, psssssssss, como que tampoco, pero empiezo a pensar que este hijo de puta se me ha llevado el aire colgado de la boca, y va a ser eso. Todo, con tal de no echarle la culpa a los 140 kilos, obvio.
Miputamadre.
El blog
Tendré que hacerme un blog para escupir lo que malinterpreto. Un blog rojo pasión, lleno de insinuaciones, donde pueda decir aquello que no digo, mientras oigo comadres, distraída y cazo musarañas.
Un blog de amor y odio, de reverberaciones y silencios, de qué lista que soy-jódete y baila, de sólamente escucho mis voces interiores. Un blog que recopile los peros y las dudas, los para qué sin un por qué que llevarse a la neura y el arsenal de cartas que nunca te escribí.
Un mandala inexpugnable que me haga un ente en exclusiva entre la marabunta de blogueros.
No me explico qué hago sin un blog, si hasta el más idiota tiene uno, porque si no, no existe. Un luminoso blog que avale cualquier crimen que pueda cometer en defensa propia, y donde tu nombre no aparezca jamás entre los cientos de nombres que se nombran.
Ahhh un blog, un vacío conceptual esperando mi cicuta de relleno, un estruendo letrálico, un sinvivir a machamartillo, el paso definitivo a la posteridad gloriosa, porque el que calla, otorga, y no me da la gana otorgar un carajo.
Un blog, sí, un blog, ni más ni menos que un puto blog. Y sálvese quien pueda.
De lo conmovedor
Ahora que soy mayor para opositar a hindú, me da pena la vida.
Todo lo que está vivo me conmueve, así que evito pisar bichos en el campo, aparto delicadamente a las hormigas culonas que se me suben a la tortilla, o a las empapuzadas de Coca Cola, no vaya a ser que me trague alguna sin apercibirme, y me la paso eludiendo los nuevos brotes cuando camino por el pinar cercano.
Algo extraño me está sucediendo. Las malas hierbas rebosan mis arriates de flores y tienen toda la pinta de llegar a convertirse en algo parecido a la selva orinoco-amazónica. Ayer mismo se me cruzó en el paso una cucaracha de color caramelo y desvié la vista, simplemente, pese a la enorme fobia que me inspiran y que siempre me llevó al pisotón certero sin pensármelo dos veces.
Me estoy ablandando como un soufflé y me dedico a mantener vivos a animales viejos y con taras: Un periquito índigo con una sola pata útil, que no se mantiene en pie ni entrenándose; un perro absolutamente sordo que me mira con cara de desconcierto porque el silencio mundial debe parecerle una conspiración en toda regla; una gata bulímica que disfruta provocándose el vómito a base de hierbajos y decorándome las alfombras, y algún loco que otro, consentido.
Ahora que me queda poca, me da pena la vida. Sin duda, estoy kaputt.
Yo no era
Yo no era una carta de amor, aunque escribiera cientos. No era un cúmulo de preguntas idiotas que se lanzan al aire sin esperar respuesta con tal de figurar como escritora, ni una traducción al esperanto de poemas ajenos. El exotismo en mí se limitaba a ser lo más cercano desde la enormidad de la distancia, la hondura frente a frente y día a día, porque no hubo uno en que estuviera ausente del latido, con el talento intacto y palpitante y la caricia pronta.
Nunca fuí insomnio, sino voluntad. Mi férrea voluntad como un viático nocturno de extrema transparencia.
Pero llegó un mal trece con su aguijón de Agosto, mientras ardía el mundo a mi costado y me mudé al sótano de sombras como otros se mudan a casas imposibles a buscarse a sí mismos, en medio de una taiga imaginaria alfombrada de libros que despierten a los asombros muertos.
Nunca me imaginé tanto temblor en la voz del silencio. La seducción del agua intentando abrir brecha, gota a gota de poesía líquida, en una piedra larga, lisa y lánguida, tan pagada de sí como inmutable, me aguaceró los ojos de insistencia.
Bram Stoker de caza y yo en la inopia, espantando vampiros luctuosos con las manos atadas por el sueño. Siempre se cumple Agosto y termina clavado como una estaca canicular en el corazón del pánico, incluso si equivoca el objetivo y se le escapa incólume la presa.
Porque la virtualidad es una inválida que esconde la verdad de la cojera, soy un daño colateral con el que ya contaba y el único que no puede asombrarle.
Siempre lo supe, el ático de pájaros no existe.
Una cuestión de hambre
Será porque ha pasado por demasiadas pérdidas, que no pasa por mí como algo inefable, como algo líquido y fluyente que arrastra la miseria de la memoria y alguna que otra brizna de esperanza.
Se ha vuelto consistente y necesario como un desayuno cotidiano para un estómago repleto de vacío. Podría prescindir de él hasta el almuerzo con sólo una molestia controlable, mas a la hora de la cena ya tendría un motivo imperioso para llevármelo a la boca de la desmotivación.
Qué belleza letal la de su desnudez devolviéndole el ansia a mis papilas, desperezándose en blanco y negro sobre mi lengua.
Qué extraño estar tan cerca con tan sólo el asombro de por medio para paliar el hambre.
Escalada
Siempre estoy escalando en el vacío, con el cuerpo pegado a mi sombra erizada en el reto. Siempre interpretando gestos irremediables y díscolos para cualquier ojo, terminando las frases que se quedan a medias, como si realmente me importaran. Podría dejarme caer desde la altura sobre cualquier poema donde recuerde a un hombre caleidoscópico, y sería una forma de venganza sutil. ¿Acaso no lo son todos los sacrificios?.
¿Qué estás planeando tan seria y tan sola? me preguntó, la muerte, contesté, y se puso a llorar la muy estúpida, como si se tratara de la suya.
Ya no recuerdo cuando fue la última vez que fruncí el ceño por puro placer, y es que depender de la herida para seguir viviendo es sólo una putada más que añadir al carro de la compra diaria.
Con-versar
De qué me sirve estar paralizada mientras la bestia del mundo se hace fuerte y me abarca.
El mordisco sólo respeta al mordisco, allí donde más duela.
Qué más quisiera yo que fueran besos y no tener jamás que revolverme, pero me revuelvo y ocupo los silencios a medida que escribo, y me sorprendo, pensándote, con los músculos tensos.
Aún estás aquí. No sé si por purgar el vuelo de tus alas por los vientos del mundo, con ese malditismo que arrasa realidades, o por prender la luz en las habitaciones donde se esconden todos los espectros de aquellos que has matado con las manos, con las letras, o con la indiferencia.
Aún estás aquí, sabiendo que es inútil intentar bloquear los engranajes del odio, con la lengua viva de penumbra, y casi tumefacta de tanto descreer.
La umbría en ti se expande, igual que en un retrato en blanco y negro, de sombras estratégicas, que nunca dejan ver el fondo de los ojos, su espesura.
El universo es un gran vacío negro, hecho de soledades. Las nuestras siempre acaban por hacerse compañía, entre arcada y arcada, sin airbag que nos proteja del asco.
No sé, pero me da, que hasta el vómito nos une cuando ataca.
————–
No sé si he sabido vivir. Probablemente no, pero seguro que sabré morir. Seguro. Tiempo al tiempo.
… y entre mi escombro, sanadora su agua si me ensombro enciende un lucerío… (Aira)
Digo la luz y el mundo se ilumina. Porque nombro la luz, la luz se crea y porque hay luz tu sombra se alabea y me besa en la boca y me asesina.
Mato la luz y asombro tu retina con la penumbra viva de la idea, parásito de luz que melindrea entre la esclavitud de la rutina.
Cuando escribo la luz, algo se enciende por seducir tu verbo que trasciende sobre la geografía de mis lutos.
Me llamo Claridad siendo La Oscura y en lo profundo de tu arboladura brilla el dulzor acerbo de mis frutos.
Solo letras
Donde yo digo amor, debe decir su rostro y donde digo tacto, su deseo.
Allí donde de pie alzo el puño, su guerra y donde me atrinchero, debe decir su boca.
El resto da lo mismo, sólo letras sin una fe de errata.
Como la boca al vaso
Me hago a sus maneras como la boca al vaso que guarda el agua fresca que la sed necesita, como el crimen al odio y el amor al fracaso, como el pulso a la sangre y la espera a la cita.
Me hago a sus disturbios como los pies al paso y el paso a los senderos de lucha que transita, como el reloj al tiempo y la risa al payaso, como el sol al ocaso y el arco a la sagita.
Me estoy haciendo a él como la Magdalena al Cristo del que vive enamorada incontrolable en su pasión prohibida.
Forma parte de mí como la inútil pena que me mata de día la mirada hasta que vuelvo a verle anochecida.
Misterio para dos
Si tus labios prensiles en la noche
no me cercaran de infinitas lenguas y el corazón no fuera la palabra para beber a golpe de latido.
Si demorado el tacto, fuera el vínculo la razón de la huella clandestina en la humedad perfecta de las ingles
-retráctil caracol que sube por la espalda hasta la nuca hermética oculta en el temblor de los cabellos-
Si no fueras un cuerpo extemporáneo
vivo de cicatrices
para lamer despacio mientras fuerzas la verticalidad en la sonrisa del músculo extasiado.
Si yo no fuera yo ni tú el disturbio ni ambos el misterio
la herida fuera amor en la garganta.
La sombra de mi sombra
Éste es mi hombre-oscuro, casi ciego, casi muerto de vida que le mata, el pájaro abrasado por el fuego que sueña el agua de mi catarata.
Ésta es su lengua dura e insultante que sacraliza el asco y la amargura y éste su corazón agonizante y éstas sus manos sobre mi cintura.
Mi niño de cristal despavorido, mi Quasimodo adusto y desabrido que se rompe en pedazos si me nombra.
Mi loco, mi feroz, mi mar de fondo viviendo en mí tan hondamente hondo. Éste es el hombre-sombra de mi sombra.
El ámbar del silencio
El ámbar del silencio.
Desde que desperté sucia y contigo la eternidad se agolpa en mis arterias, se amotinan los dioses en mis sienes contra sus paraísos y los hombres me escriben turbulencias que provocan sonrisas sibilinas.
Diseccionas mis versos analizas eliges masticas mis matices y me inventas de ámbar
y yo
con mi leyenda de relámpago arisco me pliego a tu tormenta por matar tu hermenéutica mirada.
Ensenada mestiza donde recalan voces de todos los pelajes.
Sólo desde el silencio puedo joderte vivo
violento hijodeputa ladrón de siete suelas ególatra suicida criminal amor mio
conseguiré que llores tu memoria como un manso animal sobre mi cuerpo de agua
El fatum o el factum, qué más da. Ambos se alían para romper el vicio de mirarnos.
Pienso en untarle cocaína por dentro de la boca, mientras él se quita las manos sucias y las tira en el lavabo para no acariciarme.
Aún así, no puede evitar hacerlo con los muñones. La aspereza es la misma.
Me hormiguean los labios mientras sangran de gusto.
Me acusan de abierta indiferencia, pero estoy llena de puertas cerradas a las que nadie llamará.
Soy una especie de regalo envenenado que se mira de lejos con un cierto deseo, pero no se desenvuelve jamás por miedo a que te estalle ante los ojos.
Ante los míos, se curan en salud.
No admite que el peligro es una droga y siempre da otras razones para justificar su búsqueda.
Voy a tirar de él hasta vaciarle todos los cargadores en la adicción del alma.
Ya veremos con qué dispara la próxima sobredosis.
No soy yo quien le maquilla la cara a la muerte y le pinta de seducción los ojos, ni quien perfila los labios de la desolación para que luzca una sonrisa lenitiva.
Tampoco soy la inyectora del bótox que tensa el músculo flácido del corazón.
Siempre fue cosa de otra la estética de la alegría.
Yo sólo me detuve, entre la guerra de las galaxias y los puentes de Madison, a escuchar la tormenta.
Ni siquiera me importa que me quiten la lluvia.
Por no tener, no tengo ni sed.
Yo veo lo invisible, tengo un arte especial para ver lo oculto en la lejanía. Pocos secretos y menos emociones están a salvo de la delicada virtud de mi ojo fanático.
En las distancias cortas, sin embargo, no soy tan eficiente y más de una vez me falla estrepitosamente la intuición.
Por algo dicen que el amor es ciego.
Tiene hambre de mí.
Soy carne cruda y congelada, expuesta en la vitrina del desarraigo, pero él tiene hambre.
Se ha comido mis brazos, mis muslos, la parte superior de mi cabeza y hasta mis alas desplumadas, pero sigue mirándome con ojitos caníbales cuando las tripas le hacen borborigmos.
Tiene un hambre ancestral que sólo saciará si se come mi boca. Esta boca mía de urraca tísica devorancianos, y más si son cubanos e insaciables.
Todas las democracias esconden una dictadura que imponen a sangre y fuego llenándose la boca de justicia, cuando no hay un gobierno que no tenga las sentinas repletas de crímenes impunes. Ni equilibrio ni honestidad ni cuernos en vinagre.
El paraíso de los sádicos es este puto mundo sin conciencia.
Anoche soñé que uno me borraba la cara a besos.
Yo no soy como tú. Casi estoy segura de que a los hombres no hay que darles tiempo para que te abandonen con cualquier excusa. A los que amas, menos aún. Mal puedo darte mi versión sobre qué es lo que se siente al ser abandonada.
A mí los hombres se me desmemorian, se me enloquecen, se me mueren sin pedirme opinión o directamente me asesinan mientras me besan a oscuras contra cualquier pared que les pille de paso. Eso sí, por no dañarme de más y que pueda guardar un bonito recuerdo.
No sé cómo se me olvida darles las gracias. Será porque me disperso muriéndome hacia adentro.
Hace acto de presencia en los momentos más inoportunos. Llega y me punza, me traspasa, me descoloca. Eres el olor de mi vida. Nada huele como tú.
Y yo voy, y me lo creo.
La oscuridad ha empezado a gustarse desde que la acaricio. Me ha dicho que hasta se perfuma con Armani Code para salir al mundo. Mis manos son las ariscas de siempre.
El milagro es del aire que las suaviza.
Antes de abrir la puerta lo sabía. Siempre tuve que mirar hacia arriba para verme en sus ojos. Y ahí estaba, un oscuro ciprés rodeado de rosas amarillas, con la boca más sensual que pueda tener un hombre.
Genio y figura hasta la sepultura, dijo tras la carcajada que soltó cuando le pregunté si se había muerto alguien. No sé de qué te ríes, contesté, al fin y al cabo las flores sólo sirven para paliar el olor a muerto. Donde esté un buen piedrolo inmarchitable….
Mientras nos besábamos, toqué el rostro del olvido que me observaba inmóvil. Era más alto que él y, mira que es difícil, mucho más atractivo.
Es posible que esté disparatada. O loca. O enamorada. Cada día me acuerdo menos de mí.
Y para qué nos vamos a engañar si a pesar de las alas solemos caminar con pies de plomo porque sabemos que el peligro no está en la palabra expuesta ni en la murmuración que la leyenda amplía y desfigura rostros imposibles y tensos tras la verdad oculta por la máscara.
El peligro es abrir las ignoradas puertas que cada cual mantiene bajo llave con el afán ingenuo de enterrar los errores en tierra olvidadiza, como si la mudez los desapareciera.
Tú me susurras selvas yo glaciares y ambos nos miramos a las letras como si fueran ojos
-sin bajar la mirada sin acusar los golpes-
con la fiera fijeza de carnívoros que se miden los dientes y el talento.
Si he de morirme un día en la palabra que rompe tus cerrojos no dudaré en llevarme por delante tu épica soberbia.
Seguro que serás un muerto hermoso.
Arma letal
Dónde escondes el brillo cuando cruzas las calles convertido en muchedumbre.
Con qué disfraz de gato pardo eludes las miradas ajenas, sus balas asesinas, para que no descubran la luz que te desborda el ojo moro.
No me lo explico. Es tanto el esplendor antiguo de tu boca y estás tan fisurado, tan roto y transparente, que el fulgor se te escapa por todas las hendijas y cualquiera con ojos lo percibe.
Si alguna vez te olvido, si por ceguera un día no sintiera en la retina el brillo de tu aura, su fuerza golpeando en mis cristales, no te andes con rodeos y dispara.
Dispara al corazón.
De volarme la mente, te descuidas, que ya me encargo yo.
Y digo pájaro.
Entro en el ascensor y digo pájaro.
En los largos pasillos cuajados de denuncias pienso pájaro.
Con la exigencia muda de los muertos con su fe inquebrantable
digo pájaro
pájaro
pájaro
y espero que se llene el Juzgado de alas ruidosas.
Qué empeño loco el mío soltar pájaros en medio de un sarcófago.
La flor insomne.
Yo no busqué volar con estas alas tísicas ni salvar las distancias entre el quiero y el puedo.
Yo decía jamás si intuía la entrega, tapándome el escote de mis ojos de estreno, era una mano arisca que no se sorprendía de no ansiar la caricia ni el golpe del recuerdo. Estaba ensimismada deliberadamente sabiendo que no habría penúltimo regreso.
Si me besó la lluvia en un perdido otoño, lo olvidé como olvido que un día tuve miedo de no poder amar tanto como me amaron los hombres que no amé con suficiente empeño.
Yo no buscaba nada. Estaba aquí, tranquila, feroz si hacía falta defender algún sueño que no era el mío nunca, porque yo no soñaba, era una flor insomne viendo pasar el tiempo.
Tampoco te busqué, pero llegaste a horcajadas del viento, como llegan los hombres malheridos, oscuro y violento.
Ahora, ya lo ves, sería inútil decir que no te siento.
El arma del amor
Yo no inventé el amor. Estaba escrito con todos sus misterios y celadas, con sus filias y fobias, sus miserias, sus miedos, sus torturas, sus mandalas.
Yo no inventé el amor pero si amo, si me entrego a lo oscuro de su causa, me da lo mismo el cielo que el infierno, suya es la voz y suya la palabra y es en la palabra que inauguro cada matiz con que el amor me mata.
Nunca me enamoré como otras muchas de un espejismo azul de hielo y agua, si conflictiva soy, por el disturbio se decanta el amor cuando me atrapa, pero me ofrece más que a todas ellas, su mística del mal sólo es un arma que me vive y desvive, me atormenta, o me hace reír si se dispara.
Algo de predador tiene su boca que liberta, clausura y arrebata, algo de una constrictor sobre el cuerpo algo de guerra química en el alma.
Yo no inventé el amor. Estaba escrito que llegaría náufrago a mi playa y si me hace sufrir es cosa mía como es suya la herida que declara.
Porque también es animal de láudano y yo no he sido nunca suave y mansa, no le dejo caer si se silencia ni en el silencio deja que me caiga.
Mi enemigo tendrá las manos rotas de golpear la vida encanallada pero nadie acaricia como él ni nadie dice más con la mirada.
No toca techo la libido textual y sólo toca fondo si se abre de piernas a la muerte, deriva salta gira se deprime se le quitan las ganas y recupera el ansia violando silencios pese a las alambradas de la mente.
Mata la realidad que no le excita y la recrea, tan en exclusiva, que entra en erección al roce de las letras suspira llora gime y se refleja en la húmeda piel de los orgasmos.
Una sigue escribiendo, embarazada, vulnerabilidades y dando a luz los monstruos de la tinta como si un padre oscuro los amara.
Vanguardia
Yo no voy con las modas, no me adapto a su veneno tópico y efímero.
La vanguardia soy yo, desde intramuros, auriga de mi tempo y nadie va a decirme qué registros he de emplear, qué fibras he de tocar, qué pedante origami he de poner en vuelo para darle placer a algún estúpido aburrido, ni cómo seducir una mirada.
Yo salgo con mi jaula vacía a las calles de todos a los campos de nadie en busca de los pájaros del sueño que alguna vez insomnian en mi lengua antes de suicidarse en algún viento alisio atormentado.
No me derramo en lágrimas por prescripción de algún facultativo ni río, escandalosa, después de haber vaciado la botella del ansia.
No me sujeto a voces moralistas ni me escudo en la crudeza estética del trampantojo porno, y no ando, famélica, a la caza de reconocimiento, como pueda pensar la muchedumbre de poetas esclavos de la gloria.
El rostro de la fama, inexpresivo, no me atrajo jamás.
Soy la caligrafía del silencio que íntimo me grita, cuando quiere vivir de muerte súbita, orgasmo en la garganta.
Un graffiti pulsante en algún muro que el tiempo borrará sin una duda.
La lengua diminuta
Por despertarte a ti que traes el pensamiento ardido en una pira de voces taciturnas, te voy a discutir el agua si sediento me vienes a beber y el día si avariento, intentaras negarme tus palabras nocturnas.
El pan si estás hambriento, la paz si desolado -como si sólo fuera la flor de la discordia- el aire que respiras por no sentirte ahogado y el mar cuando lo quieras atravesar a nado, a puñalada limpia y sin misericordia.
Te voy a discutir por el placer perverso de verte derribando muros de catedrales, el crucifijo cátaro de tu acerado verso y porque formes parte de mi oscuro universo, la luz donde radican tus principios morales.
Si no puedes vivir sin que yo te discuta porque lo necesitas para sentirte fuerte no me exijas silencio. Yo soy la que disfruta azuzando tu verbo, la lengua diminuta que te va a discutir hasta la misma muerte.
Vis a vis
Estamos tú y yo frente al poema como un verdugo que latiga el alma, la espuela en los ijares de la mente que galopa al gemido de la máscara.
Aunque le pongas música a la noche y a la imagen de libre dentellada, inequívocamente nos miramos como dos enemigos sin palabras que copulan mentiras violentas y verdades hirientes como dagas.
Ni descansas en mí ni yo recuesto la sed en tu pupila de aire y agua, pero un júbilo extraño te recorre cuando mi lengua arisca se desata sobre tu adusta boca de soldado, impúdica de sangre si me habla.
Escándalo tu verbo proxeneta para mi puta voz desarraigada.
Cuando el dolor se instala para no marcharse, hay que apretar los dientes, callar y no ponerle alas, silenciar el ritual del desespero, hacer oídos sordos al pitido del tren que atraviesa la estación de la carne como una navaja afilada que reabre la herida, y la pudre y la transforma en llaga que nunca cauteriza.
Sobornar al silencio con caricias, es una buena forma de conseguir que se quede a tu lado. Murmurarle al oído tu lealtad perpetua y dejar que el resto del mundo se desgañite iterando sus pérdidas que son las de todos y, por tanto, las mismas, un año y otro año.Un punto de frialdad o incluso insensibilidad, favorecería al sensible en momentos de manida quejumbre y al pretencioso que considera su pena inimitable e imprescindible de ser contada y te pone perdido de añoranza tu vestido de estreno que solo esperaba algún piropo que no llega.
Cada quién su dolor, cada cual su almohada para llenar de lágrimas, sus cartas imborrables, sus recuerdos de tiza sobre pizarra negra que repasar como una constante sobre el tiempo, cuando se van borrando de la mente.
Porque la muerte nos pelea a todos y a todos llegará, porque las ausencias que provoca son una masa informe e invasiva que todo lo devora, yo intento centrarme en lo vivo y si cuando le hablo no me responde porque aquello que esté vivo siga refocilándose en sus lejanías (susurrando lejanías, amando lejanías, llorando lejanías, escribiendo lejanías), prefiero estar callada abriendo puertas al olvido que siempre termina por matar las vorágines de la memoria. Cualquier ausencia que se nos dé en la vida.
en una flor cortada se ha resumido un hombre que es todos y ninguno
porque nombra la flor la flor existe para adornar el pelo de mi ausencia
puede con la palabra derrocar el gobierno de los tiempos de estío y convencerme de que el sol no brilla más que para mis ojos si los abro
puede inventar ciudades donde perderse un día por calles peligrosas y como Dios resucitar los muertos de sus tumbas de olvido
puede traer la muerte de la mano de tanto no quererme y tanto amarme con la contradicción del desencanto enganchada en los labios de la infancia y en un torneo antiguo cubrirme de tarántulas por creer que me gustan sus cosquillas morbosas
puede decir amor y hacer que bulla el avispero de sus desazones y que se abran los muslos con la palabra sexo conduciendo la mano de la mas-turbación
tan lejos y tan cerca
inexplicablemente
en su palabra se resume el hombre y es todo cuanto ha escrito porque nada le obliga a pronunciarse ni a salir de sus fueros más allá de que sea otra palabra la manipuladora de su instinto concentrada y procaz como una puta ciega sobre los genitales del futuro
el aire es una Biblia con su nombre temblando en la portada
soy un acto de fe inquebrantable con la palabra ausencia en la mirada
El límite de lo real
Uno es lo que escribe y crea realidad al hacerlo.
La clave está en sentir.
Entonces es real y en el instante que digo mano, creo la caricia, y donde digo amor, estoy amando y donde digo ausencia me faltas en la nuca y te falto en el pecho que no tocan los dedos.
Seas quien seas, me haces y te haces en la onomatopeya de una carcajada en la dilatación de la pupila ante la luz del monitor en un reflejo simpático en cualquier lugar del cuerpo.
Qué otra cosa soy que la palabra con que me pones rostro y das la vida, qué otra cosa eres que el deseo oscilante de todos los vocablos con que arraso a tu ausente.
Bah ¿De qué cuento has sacado que necesito un príncipe que me sostenga el cetro y la corona? De qué dignidades me hablas si en esta violencia admonitoria soy sólo una mujer allende el miedo que tiembla ante las ganas que tienes de morirte.
No hay nada que entender. Alguna vez quiero cerrar los ojos y descansar de tanta despedida.
Sólo me tienta el arco de tu boca, y será porque aún me sabes a milagro.
Guerra civil
Olvida lo siniestro del presente como lo olvido yo cuando me miras. Sólo has de detenerte, mientras matas, un segundo en la piel de mi suicida.
Hay tanta muerte suelta por las calles que quejarme de ausencia es egoísta, pero lo cierto es que me da vergüenza apiadarme de mí con preceptiva, si no te apiadas tú. Tú que sí puedes alzarme de este suelo con ortigas, sujetarme en el aire contra ti y soltarme las trenzas de la risa.
Hoy me duelen las sienes de pensarte y no sé convivir conmigo misma.
Esta guerra civil del alma adentro me está volviendo dulce y asesina.
Desangramiento de los días
Mientras tu voz me pisa los talones, tu mano que escabulle ternura me perfuma de ausencia la memoria de lo que pudo ser pero no fue.
Debo cortarme el pelo que ha crecido contigo en el desangramiento de los días y se me ha vuelto agreste y desmadrado como un nido de cuervos en disputa por una presa muerta.
La muerte nunca llega en estas estaciones dolorosas que no terminan de acabarse nunca, donde la carcajada es el prozac que evita los suicidios.
Te apuesto lo que quieras a que me moriré cuando el disturbio vomitando indolencia baje todas sus armas y tu mano por fin haya aprendido la caricia que nunca te enseñé.
¿Y qué?
Nadie dirá te amo con tantos alfileres clavados en el llanto.
Yo tampoco
Canto fúnebre
Siempre es ayer para algunos dolores porque no existe placebo piadoso para el agudo dolor luminoso que prende el cirio de sus amargores.
No pasa el tiempo ni crecen violetas sobre la tumba del prístino duelo, ni se apaciguan sus ojos de hielo cuando disparan impías saetas.
Siempre es ayer, aunque pasen los años sobre el dolor que no sube peldaños de la escalera que lleva al olvido.
Que siempre es hoy, y es aquí, y es ahora, en el dolor que me ataca a deshora por la tragedia de haberte perdido.