dulce naranja al sol puedes abrirte sensual-desinhibida que un trocito de enigma algo así como un nimbo un aura ensimismada de misterio juega y se mimetiza con tu sombra de modo que jamás de los jamases pueda dañarte nada si tú no lo consientes
aquí puedes dar paso a Atila y su caballo de desaforados belfos o a cualquier Minotauro enfebrecido y dejar que mastiquen tus gardenias mientras piensas sonriente en el modo de hundirlos comiendo displicencia con forma de manzana
se enamoran de ti arrebatadamente entes de sexo activo y todos los pelajes aunque estés muerta y harta de gritarlo
o te odian a muerte porque no tienes ojos suficientes para mirar los suyos
los griteríos no asordan demasiado por más que las calumnias tengan los pies ligeros y los motines de látigos y espuelas duren cuatro semanas de diez a una y nos despedacemos con la misma pasión que nos amamos y la misma llovizna de bytes silenciosos sobre nuestras cabezas de cristal
aquí es de lo más normal que un hombre se te pose entre los labios jugando a ser el único que te insemina de voces fantasmales con seis nombres distintos y un rostro atemporal por cada luna incruenta que se te va perdiendo en la memoria hasta que se convierte en el de todos
aquí los pájaros del miedo te pican en los globos oculares y acabas confundiendo el humor vítreo con lágrimas de amor y desconcierto
y para colmo aquí se cuelgan junto al hastío en el perchero del placer onanista el ángel con el diablo la golfa con la decente el feroz con el manso el alba con el crepúsculo y nunca sabes bien a qué atenerte
ojalá fueras virtual un virtual hijo de puta
no me dolerías tanto
Virtuo – sismo
I
Llegar al corazón en la distancia a través de un cristal sin abertura es un misterio azul: literatura que pulsa o no, la ajena circunstancia.
Se llega al corazón en la oscitancia, y sin querer quemar, la quemadura resulta inevitable en la espesura de este infierno de letras y arrogancia.
Abres una ventana y el demonio te pide en sacrosanto matrimonio por jugar a sentirse un poco humano.
Y el humano piadoso y sensitivo se disfraza de Daemon abrasivo por fundir corazones con la mano.
II
Hay hombres irreales de olor inexistente, manos de tan inciertas rompedoras de tedio, hologramas palpables de paso en un asedio férreo sobre el latido real del subconsciente.
Hombres de tan sin nombre, clavados en la frente, sentados a horcajadas del frágil intermedio entre un sueño de azar -esclavo sin remedio- y el libertario afán de un drogodependiente.
Hombres que siembran dudas si se visten de luces, que marcan sin saberlo tu muerte con sus cruces, transeúntes pausados del cuerpo dolorido.
Hombres que sin ser hombres son hombres que deduces: fantasmas de los versos de oscuros tragaluces que pueblan el misterio del instinto dormido.
Piérdete en frialdades, súbete al monte del buen olvido, sé el látigo y la tralla, la oscura amnesia de lo vivido y renuncia a mis ojos como los ciegos a la alborada que desde mi espelunca te estoy retando con la mirada.
No me gasto en promesas ni en juramentos,ni en fantasías, la flor de la discordia llevo prendida a mis rebeldías y en mi memoria crece el lirio oculto de tu erotismo, por más que te disfraces de indiferencia, eres el mismo que en mi oído gemía ebrio de tántrico desafuero, orgasmos guturales de fiera en medio de un avispero.
El mismo que lamía de mis palabras las suavidades, y moría de ganas de pervertirme en obscenidades.
¿El que pretende alzarse con el botín y salir ileso? Sólo uno. Tú mismo. El mismo hombre. El mismo preso.
Amores que de tan sutiles son como los de la famosa escena de las miradas a la luz de velas de la película de Kubrick.
Y otros que son disímiles, y tanto, que parecen más teoremas para las manos ágiles y expertas en resolver cubos de Rubik.
Me adaptaré a cada circunstancia siempre y cuando el trabajo esté bien hecho. Si es buena la faena sobre el lecho el ¿cómo así? carece de importancia.
Digo yo, que prefiero Bach a Elvis, y sin embargo en el amor persigo modestamente un resultado. Digo, ese largo estornudo de la pelvis.
Gerardo Campani
Anti erotismo medular
Va a ser que sí, que corren malos tiempos para escribir lujurias y volver a la piel enamorada.
Que ya no queda espacio para enroscar las lenguas y el roce de los cuerpos sudorosos.
Que dudamos de si resucitar de tanta muerte absurda tiene alguna ventaja y merece la pena encarnizarse forzando el boca a boca del instinto.
Probablemente ya, va a ser que sí, que esta extravagante febrícula sexual no tiene consecuencias y, aunque tiemble como una gata arisca y aterida, no va a dejarme huellas en la nuca ni a preñarme de sol extemporáneo.
Que no quedan orgasmos que llorar a borbotones cálidos, porque tu palidez no se pronuncie sobre la doble luna de mis pechos con la voz excitada por la ausencia y el deseo expedito.
Va a ser que sí, y desaparecer empieza a ser la opción que en este ranking va ganando puntos.
Finge si te apetece. No será la primera vez que miras el agua desde el puente del tedio. A mí no me hace falta teatralizar guiones que, de tanto vivir, resultan siempre viejos.
Tú sabes y yo sé que finge quien no tiene un bagaje a la espalda que le ponga remedio al pasar de puntillas por la cuaderna vía de la vida y la muerte y el amor y el misterio.
Ese que mira al mundo con los superficiales ojos de las estatuas viendo pasar el tiempo desde la indiferencia, porque no les horada ni la luna ni el sol ni la lluvia ni el viento, porque no tienen tripas que colgar en el aire ni carne que les duela en el dolor ajeno.
Pasmarotes, blandengues, miméticos llorones que tienen del novato la suerte en el estreno, e imitan como loros la función de los otros y viven de las glorias que otros merecieron.
Tanto ellos como ellas o ellas como ellos.
Así que no me digas que finja alborozada para resucitar algún cadáver yerto, que me importa un ardite, ya que bledo malrima, el que hace oídos sordos ante cualquier estruendo.
Dejó de merecer la pena seducir a varones domados que se asoman al ruedo y fingir empatía como actriz tragicómica que rompe corazones a golpe de bolero.
Se me hace cuesta arriba salir de mi verdad por dorarle la píldora con los brazos abiertos al abrazafarolas de turno que se fuga porque no hay suficiente cuota de arrobamiento ante la excelsa obra que va mostrando ufano, como prueba de un arte del más rancio abolengo.
Que no. Que no. Que yo prefiero ser mi sombra, mi punto de reunión, mi eutexis, mi consuelo o mi desolación, mi ecuménico ombligo, mi falta de piedad para los traicioneros.
Que prefiero ser yo, sola y muerta de hambre, que vender el impulso, la libertad o el credo.
Es poca la piedad de tu intelecto para perros que ladran a la luna. Esos que ni talento ni fortuna tienen para versar sin un defecto.
Poca imaginación, menos trayecto y ningún don que traiga de la cuna, pero aún así, despierta y desayuna conque es de las redes predilecto.
Y qué le vas a hacer. ¿Cachondearte con los que portan firmes tu estandarte y mantenerlo a salvo de ripiosos?
Mejor tomar venganza y escribir para darle la vuelta al porvenir y que triunfen los versos poderosos.
Ser poeta en la cárcel, en la herrumbre enjaulada del propio pensamiento devorado por vuelos inconscientes de insectos de metal. Taladros vivos del hueso hasta su médula y caminar velada por no transparentar tantas fisuras, tanto pozo de sangre detenida en el rumor de élitros constante que te asorda el oído para lo cotidiano.
Mirar perdidamente, como miran las locas desde hondas ventanas ignoradas, a lomos del ladrido callejero, a través del cristal de los escaparates moribundos, por ser ángulo, esquina, muchedumbre y desquiciada nova solitaria:
carne de ordenador, ojo de vidrio,
presa en el don de la pandemia alada que no se diagnostica a simple vista.
No hay tiempo de pensar, pese a que el tiempo se estira como un anélido en la tierra y no se acaba nunca.No hay tiempo de reír ni de llorar ni de dejar que la angustia nos supere.
Se ha colado este tiempo de indecisos y de engañifas gubernamentales, por los barrotes férreos de la jaula en que todos nos hemos convertido. Cada uno la suya y Dios en la de nadie, porque la Iglesia como tal, ha desaparecido del paisaje.
No se cuentan las horas que pasan aleladas, sino los infectados que van marcando el día con su borrón de luto.Todo el tiempo es espera y un inclemente gotear de muertos.
Respirar es el gran objetivo a conseguir, porque en eso consiste la vida. Respirar sin ahogos, sin toses, sin febrículas. Respirar y seguir poniendo buena cara al tiempo de tragedia. Respirar y resistir.
Resistir los embates del miedo que envenena, como torpes soldados maniatados, como héroes anónimos que controlan su rabia.Resistir la tortura de enclaustrar a los padres, a los hijos, a los nietos.
Resistir y amarnos de jaula a jaula, mientras cantan los pájaros del pensamiento invicto, todavía.
una palabra, a veces, puede quebrar el día hacerlo añicos tristes de grisura o levantar las faldas de la aurora y elevarlo a la gloria de sus muslos blanquísimos
puede negar tu nombre inducirte al suicidio en el anonimato de alguna alcoba turbia o despertar tu cuerpo con la respiración de la alegría sobre las comisuras de los labios
una palabra puede destrenzarte el amor para que por tu espalda se abandone o crecer como el odio en el jardín de todas las desgracias
impone su exigencia remite a viejos códigos caducos o reinventa el aire que respiras por la boca de un hombre de dulce dentellada y es siempre un ritual tumultuoso que arrastra los cadáveres que alguna vez amamos
una palabra hostil me está creciendo balbuceante entre la poesía y la desgana
Como un grito sin frenos
Si tus sueños me rompen en dos y surge el duelo cuando me acerco a ti, a tu herida inocente, da lo mismo ir cubierta hasta el cuello de negro que vas a descubrirme desnuda y transparente como el cliché gastado de una fotografía que hayas mirado mucho, de cerca, atentamente.
Tengo pocos secretos y menos ideales, ya pasó sobre mí aquel tiempo inclemente, en que la lucha era feroz conmigo misma, porque la rebeldía imperaba en mi mente.
Soy una piedra rara, astuta, casi cínica, de las que no te sirven para muro ni puente, y desapercibida quiero pasar los años ajena a los halagos y a los pies de la gente.
Me he vuelto insobornable, Andrea, como un muerto que ya no necesita de nadie y, solamente, lagrimeo en aquellas contadas ocasiones en que un verso me signe de gracia, bruscamente.
No te duelas por mí que no vale la pena dolerse por un canto rodado del torrente.
Lo mío
Lo mío es el silencio a bocajarro y es el sí pero no de los dementes, si juego al mordisqueo con los dientes en la vorágine del despilfarro.
Por algo soy la reina de un cotarro que es un milagro de maledicentes misántropos de lenguas impacientes que teorizan sobre mi desgarro.
Lo mío son las pieles con blindaje que huyen de la quema, el sabotaje del odio que de traumas se enguirnalda.
Los soldados del alma rompen filas en la fatalidad de mis pupilas y ¡sálvese quien mate por la espalda!
El DRAE define la pausa como: un silencio de duración variable que delimita un grupo fónico o una oración.
Las pausas influyen en el ritmo del verso. No sólo son importantes para la perfecta declamación, sino también para dar cadencia, énfasis, o cualquier otro sentimiento que se quiera reflejar con la utilización de las pausas, apoyándose en ellas la modulación de la voz. Si coinciden la pausa necesaria para la declamación y la pausa sintáctica, el verso será más melodioso y natural. Las pausas por razones sintácticas son: fin de oración, vocativo intercalado, oración adjetiva explicativa, algunas subordinadas oracionales, hipérbaton, y otras.
CLASIFICACIÓN DE LAS PAUSAS:
Pausa gramatical: La producida por los signos de puntuación y por la sintaxis. Pausa versal: La que se hace al final de cada verso.
Sin embargo, cuando al final del verso no hay un signo ortográfico (coma, punto, punto y coma) no suele hacerse la pausa versal, excepto si el verso termine en vocal y el siguiente comience por vocal, con el fin de evitar la sinalefa. Igualmente no se origina pausa versal en el caso de encabalgamiento, que se produce cuando la frase concluye en el verso siguiente. El estudio del encabalgamiento se hará al final de la clasificación de las pausas. Ejemplo:
Eres mi faro y guía,
mi asidero, mi roca,
madre eterna y amiga
que mi olvido perdona,
tu mano en mis espinas
es caricia de alondra.
Se hace una pausa después de todas las palabras finales de cada verso. Si la palabra espinas del penúltimo verso fuera espina, en singular, la pausa sería más necesaria para no formar sinalefa con la vocal inicial del siguiente verso.
Pausa interna: Es la pausa que se produce en el interior del verso.
Los versos no llevan siempre pausa interna, si la contienen se denominan versos pausados, y si no la contienen, versos impausados. La pausa interna no rompe la sinalefa. Ejemplo:
Eres mi faro y guía,
mi asidero, mi roca,
El segundo verso lleva una pausa interna señalada por el signo ortográfico correspondiente. Otro ejemplo:
Cuando todo termine, en el final
que lleve hasta los límites la espera
de un próximo horizonte,
y tristeza, abandono, desamparo,
acompañen los últimos momentos;
En el primer verso hay una pausa señalada por la coma, sin embargo no se destruye la sinalefa, «ne-en», el verso tiene 11 sílabas métricas. El segundo verso es también de 11 sílabas, con dos sinalefas, «ve-has» «la-es». El tercer verso tiene 7 sílabas métricas, con una sinalefa, «mo-ho». El cuarto verso lleva dos pausas señaladas por el signo ortográfico, en la primera pausa se produce sinalefa, «za-a».
Pausa estrófica: La que se realiza al final de cada estrofa.
Ejemplo:
La caricia del mar vuelve a tu playa, regresa del desierto a Galilea, donde habitas, María, en tu atalaya.
Su visita enardece la marea maternal de tu cálida dulzura que en abrazos de espuma se recrea.
Trae la brisa apacible de la altura, la sal de su oceánica mirada, te invade su oleaje de ternura.
Al final de cada terceto se hace una pausa mayor que al final de cada verso.
Pausa media o cesura: La que se sitúa en el interior del verso y se repite en la misma sílaba de cada verso, sin cortar las palabras, separando un grupo de palabras del verso de otro grupo de palabras del mismo verso.
La cesura se produce en versos largos, los versos de hasta nueve sílabas se pronuncian fácilmente sin descansar, pero los de nueve sílabas en adelante necesitan una pausa, dividiéndolos en dos grupos. Si estos dos grupos contienen el mismo número de sílabas, son llamados hemistiquios; si no contienen el mismo número de sílabas, se denominan heterostiquios. El cómputo silábico de los hemistiquios sigue las reglas del aplicado a los versos independientes, tanto en cuanto al acento final, como a los acentos interiores. Nunca se produce la sinalefa entre la sílaba final del primer hemistiquio y la primera sílaba del segundo, pues el final de cada hemistiquio recibe el mismo tratamiento métrico que el final de verso. La cesura es un recurso poético que da carácter al verso, y recibe diversos nombres, por ejemplo la cesura del decasílabo dividiéndolo en dos hemistiquios de cinco sílabas, se denomina cesura épica; si lo divide en heterostiquios de 4 y 6 sílabas, siendo el primero llano u oxítono, se denomina cesura lírica, etc.
Ejemplo de hemistiquio:
Quiero conocer/ mis exactos límites más allá del cuerpo,/ la mente y la tierra, romper la ansiedad/ por lo inaccesible, sentir la alegría/ de la Nochebuena.
Quiero amor y paz/ sobre mi arrecife, la luz de la estrella/ brillando en mi vértice, saber que soy lúcido,/ inmortal y libre y sentir la dicha/ de ser inocente.
Los versos de esta estrofa son dodecasílabos métricos. Están formados por dos hemistiquios de 6 sílabas métricas.
A cada hemistiquio se aplica las reglas del cómputo silábico de los versos simples.
Analizando cada verso, tenemos:
En el primer verso, el primer hemistiquio termina en palabra aguda, «conocer», se cuenta una sílaba más, son 5 sílabas gramaticales y 6 sílabas métricas. El segundo hemistiquio termina en palabra esdrújula, «límites», se cuenta una sílaba menos, gramaticalmente tiene 7 y métricamente, 6.
En el segundo verso los dos hemistiquios son llanos.
En el tercer verso, el primer hemistiquio es agudo, por lo que se cuenta una sílaba más. El segundo hemistiquio es llano.
En el cuarto verso los dos hemistiquios son llanos.
En el quinto verso el primer hemistiquio termina en palabra aguda, por lo que se cuenta una sílaba más. El segundo hemistiquio es llano.
En el sexto verso el primer hemistiquio es llano. El segundo hemistiquio termina en palabra esdrújula, por lo que se cuenta una sílaba menos.
En el séptimo verso el primer hemistiquio es esdrújulo, por lo que se cuenta una sílaba menos. La palabra final de este hemistiquio termina en vocal «o», la primera palabra del hemistiquio siguiente comienza por vocal «i», pero como están separadas por un hemistiquio no se produce sinalefa. El segundo hemistiquio es llano.
En el octavo verso los dos hemistiquios son llanos.
Braquistiquio: Se produce el braquistiquio cuando entre dos pausas hay de una a cuatro sílabas, normalmente entre la pausa final del verso o pausa versal, y una pausa interior del verso siguiente, en este caso también recibe el nombre de hemistiquio corto.
El braquistiquio puede formar un verso bisílabo o tetrasílabo, quedando entre dos pausas versales. Es un recurso poético para dar énfasis a determinadas palabras, separándolas del resto por dos pausas que producen una elevación del tono.
Ejemplo:
cubren con una tela fina y blanca, el sudario. Te vence el desconsuelo
El braquistiquio tiene lugar en «el sudario», 4 sílabas entre la pausa final del verso anterior y la pausa morfosintáctica.
Encabalgamiento: Se produce encabalgamiento cuando la oración de un verso termina en parte del verso siguiente, es decir, cuando una pausa versal no coincide con una pausa morfosintáctica.
Hay partes de la oración que tienen que ser pronunciadas sin pausa en su interior, son los sirremas. Los sirremas del idioma español son:
Sustantivo con adjetivo o viceversa: cielo azul Sustantivo con complemento determinativo: flor de azahar Verbo con adverbio o viceversa: estudia mucho El pronombre átono con la palabra correspondiente: su elefante La preposición con el elemento correspondiente: con afecto La conjunción con el elemento correspondiente: ni Juan El artículo con el elemento correspondiente: la casa Tiempos compuestos de los verbos o perífrasis verbales: dejó de estudiar Palabras que llevan delante una preposición: va de juerga Las oraciones adjetivas especificativas: las personas que vinieron El verso en el que comienza el encabalgamiento, se llama verso encabalgante, y el verso que lo continúa, verso encabalgado.
Clases de encabalgamiento:
En relación con el tipo de verso:
Versal: si se produce al final del verso y continúa en el verso siguiente.
Ejemplo:
El hijo que Isabel espera ansiosa afirma, desde el seno, la existencia del Mesías, que en tu interior reposa.
Medial: si se produce coincidiendo con la cesura en un verso compuesto.
Ejemplo:
son las huellas del tiempo / escribiendo un destino de noches de azabache / y mañanas de tul.
En relación con la unidad que escinde:
Léxico: Si la pausa versal divide la palabra entre el verso encabalgante y el encabalgado, poniéndose un guión para reflejar la división de la palabra.
Ejemplo:
Y mientras miserable- mente se están los otros abrasando con sed insacïable del no durable mando, tendido yo a la sombra esté cantando.
(Fray Luis de León)
Sirremático: Si la pausa se produce en el interior de un sirrema.
Ejemplo:
Isabel, por milagro, va a ser madre del Precursor, profeta del Altísimo.
El encabalgamiento sirremático es: va a ser madre del Precursor
Oracional: Si se produce dividiendo una oración adjetiva especificativa.
Ejemplo:
Isabel, por milagro, va a ser madre del Precursor, profeta del Altísimo que mostrará el sendero del perdón.
El encabalgamiento oracional es: profeta del altísimo que mostrará el sendero del perdón.
Otro ejemplo:
Tú, María, adelantas la verdad que viene a revelar tu hijo, el Mesías,
En relación con la longitud del verso encabalgado:
Abrupto: Si el encabalgamiento finaliza antes de la quinta sílaba del verso encabalgado. Este encabalgamiento proporciona dinamismo al verso, intensifica el tono de las palabras encabalgadas.
Ejemplo:
El hijo que Isabel espera ansiosa afirma, desde el seno, la existencia del Mesías, que en tu interior reposa.
Suave: si el encabalgamiento finaliza después de la quinta sílaba del verso encabalgado. Aporta suavidad, serenidad, a la expresión de la frase.
Ejemplo:
Tú, María, adelantas la verdad que viene a revelar tu hijo, el Mesías,
El encabalgamiento produce subida o descenso del tono del verso. Es un recurso poético para dar más musicalidad a la declamación, más variedad de tonos, haciendo que el verso no sea monótono.
Venga, despiértame, que aún dormida me siento atravesada por un rejón de celos y me mana, insustancial, la sangre de la mordacidad cuando aprieto los dientes del poema.
Dale, despiértame de una lúcida vez que el sueño es un glaciar que se derrite y va anegando todas las palabras con que te voy pensando en el vacío.
Mejor despierta cuando cruja el aire y se abra la tierra bajo el pie de una vida usurpadora contra la que no puedo competir si me volatilizo entre las sábanas.
Mejor puesta de pie que levitando, y con todas las luces encendidas como hirvientes luciérnagas para ver que te alejas tras los párpados del más perfecto olvido,
y volver otra vez porque me extrañas.
(MdP)
La vida te da celos como una amante negra que se pierde en la sombra del camino arrebujada y álgida añadida al edredón de luz que no estrenamos.
Como un manual de las conjugaciones en tu boca se aupan congoja y libertad, águila y aire, y es el pulso del vientre que recita la lucha desigual de lo lejano
y se acerca sin alas como un grito.
Ya está despierta tu voluntad firme y tu lengua que roza estas pieles cristales en que todo va en clave de utopía.
Estabas como yo, huracanada y presa en la sólida red del desconcierto y mirabas el mar y yo miraba el mar y el abismo era esa cosa única que nos volvía un espesor de niebla y un alfabeto para maldecir.
Ahora estás despierta y así, descomunal como una diosa rústica que no quiere ser diosa masticas el quebranto de este batracio roto que ha ganado la luna en una zambullida hacia tus ojos.
(G.A.)
Yo hago malabares con la vida que me tocó vivir, no porque quiera, sino porque me empuja y pendenciera disfruta estando a punto de estampida.
Tú te la juegas como si perdida para cualquier futuro ya estuviera, y en África la muerte concediera alguna bula extraña a tu caída.
Y pasa el tiempo y ambos nos hallamos en una cuerda floja que tensamos a fuerza de ignorar las realidades.
Si tú bajas las armas, yo me muero, y si las bajo yo y te libero, será un día de fiesta para el Hades.
Nunca estoy en los planes de la muerte aunque hay gente «que muere» o que «se muere» constantemente todo el puto día proclamándose muerto o anecdótico desmedido en sus cuitas.
Anda como el del cuento cierta gente ¡Ay Muerte! ¡ven a mi! ¡Ven a mí, Muerte! ¡Acaba mi desgracia, buena amiga!
Y guardan en botellas sus congojas para beberlas en las romerías donde se juntan a llorar, dolientes, sus hondas y vastísimas heridas.
La muerte de verdad es otra cosa. Acampa sobre Dios y lo devora.
A veces pienso en vos como en el este por donde se alza el sol sobre mi vida.
Yo no quiero morirme a plazos cómodos de dentro a fuera, suave y despacito, sin darme cuenta apenas de lo que voy dejando en el camino, ni quiero estar tan ciega que no vea quien salta mi cadáver sin ruído y pretende apropiarse de mis sueños, de mis voces, mis hombres y mis libros, como si fuera un ente transparente en mitad del vacío, o la ingenua vestida de arrogancia que nunca reconoce al enemigo.
Hay formas de ejercer la violencia en las que no hace falta pegar gritos y son las más usadas por las zorras que buscan rotos en cualquier bolsillo para colar sus manos de traumadas y hacerse con la verga del vecino como si no tuviera voz ni voto ni nada que oponer el susodicho, salvo caer rendido y en pelotas cuando la zorra jale del hilito.
Yo no acoso a los hombres en las trastiendas de los entredichos, ni busco comprensión ni voy de víctima ni murmuro de nadie, ni me afilo las uñas en la piel de otras mujeres, ni las tiro por tierra, ni las piso.
Será por eso que me enferma el alma la oscura suavidad y hasta el sigilo, con que se mueven las saltacadáveres buscándole las grietas a mi nicho, por deslizar su realidad viscosa como si fuera un venenoso líquido.
Yo no quiero morir a plazos cómodos como mueren algunas por lo escrito, gordas polillas grises que sedientas se pegan a un erótico botijo que les dé agua por cualquier pitorro y les aplaque el ansia y el instinto, ni me voy a morir por lo bajinis silenciando la voz de mi cuchillo.
De golpe moriré, cuando se caiga mi último colmillo. Y mientras tanto que se aten corto. Ya sabes lo que digo.
¿Qué te pasa, mujer?¿Ay… qué te pasa que subida en la pila de ladrillos levantás los cuchillos carniceros amenazando a tantos corderitos y degollás a mano y a mansalva las insaciables bocas del instinto?
¿Que te alzaste la flor de la canela y no perdona nadie que así ha sido? ¿Que el ganso desplumado se te ha vuelto un altivo bocón capitolino y caen en picada las gaviotas las avutardas y las estorninos?
¿Que le piden en matrimonio al perro desdentado y sarnoso y malherido por tus tifones y por tus caricias que con cadena corta está contigo?
¿Que ese caballo rengo de tu cuadra pasó a ser pura sangre de prestigio y se pelean varias amazonas por ver si le funcionan los testículos y al fondo de sus ojos de laguna pretenden ahogarse en sus abismos?
No sería más fiel si se entrenara. No sería más fiel ni más amigo ni más ganso, más perro, más caballo si se entrenara más en tanto vicio.
Porque el ganso que es perro y es caballo reconoce por sí a los espejismos y no se cree amores fabulosos ni calenturas varias ni – promiscuo – juega un sádico juego de dos puntas para satisfacer su ego maligno.
No en internet al menos, está claro, desde que vos estás en su destino.
Puedo elegir dónde empieza la rabia a desmayar su grito de distancia, dejando en la garganta una hendidura, o escribir un poema para un hombre que se ha dejado atrás un lupanar de orquídeas petulantes y bellísimas que le echan de menos desesperadamente, y rozar con mi voz su madrugada porque sienta el temblor de los vocablos, y deje de pensar que algo en ti falla, si te observa llorar ante el cristal.
Puedo elegir el odio y revolverme en él como una bruja preñada de sarcasmo.
(Razones no me iban a faltar//ya te vas a dar cuenta).
Pero esta noche fría de sábado invernal, he optado por mirarte ahí sentado, sereno y penumbroso, rodeado de puertas muy azules, sudando por los poros de la letra todo el calor abrasador del día y reencarnado en ti, una vez más, tras la última muerte.
Elijo amar tu mano mutilada que no ha dejado un día de acariciar mis ojos, la ceniza y la llama de tu boca, y hasta el golpe de gracia de tu risa violenta.
Puedo elegir y elijo porque puedo.
Me estoy haciendo hombre, compañera. Me estoy humanizando suavemente conforme el sol se astilla entre mis ojos y la vida se astilla clavándose en mis manos.
Me estoy haciendo hombre como un niño que crece y empieza a ver el mundo y empieza a ver, también, que no está solo como cuando nacía de él la bestia.
Me estoy haciendo hombre paso a paso.
Recupero la pausa, la sonrisa de vez en vez las ganas de abrazar se me escapan y abrazo a mis amigos y te abrazo.
Siento de vez en cuando una alegría que se atora en mis dientes y separa el mordisco para que nazca el canto.
Juego con cosas nimias, cosas simples, como si recuperara privilegios con los que no nací.
Me estoy haciendo hombre porque el agua de la vitalidad y la armonía, el agua curadora de tus ojos ha conseguido cincelar la piedra y darle forma al mundo de los vientos y moldear mi cansancio en utopía.
Tu enorme mar paciente ha tornado en guijarros mis murallas para que llegue el sol a bendecirme.
No intento ser feliz. Ya no lo intento. Más allá del amor, no existe nada, y el amor tiene más de sufrimiento que de felicidad esperanzada.
No dejo que me anule el pensamiento si me veo en sus ojos reflejada, o se me instala, suave, en la mirada, levísimo vilano cara al viento.
Cruzo, entonces, las calles del reproche, sin exigirle sombras a la noche que disimulen la verdad desnuda.
Y me sucedes tú, laaaaaaaaaaaaargo y sin prisa, de tan íntimo, extremo, con la risa dinamitando el tiempo de la duda.
Y sin embargo, el tipo es insolente, cínico a veces y otras despiadado para con el amor, desarraigado con torpeza tenaz. Incoherente.
El tipo siempre está como alunado y sus conflictos, espontáneamente, le brotan desde el sino malhadado como un miasma de bronca maloliente.
Ya le cuesta vivir. Tanto en los ojos le depreció la piel con los abrojos que le pudren la lana al Vellocino.
Siempre va cuesta arriba en la pulseada y además sabe que no cuesta nada morirse sobre el borde de un camino.
Quizás si esa mujer no lo quisiera no existiría su última quimera.
Quizás abre las puertas, lentamente, para que pase el quimérico viento que de noche ulula su canción desesperada por lo que llaman vida, durante un día o dos.
Cuando se harta al fin de su sonido, cierra de golpe el alma y se recuesta en su imaginación para el sarcasmo y en el poder de tiro del cinismo, mientras le tiemblan todas las metáforas que deja de escribir por miedo a disgregarse con demasiado ahínco.
Es casi inofensivo cuando evoca la muerte como una costumbre cotidiana, y aún así me vulnera porque suele mirarme con sus ojos y siempre está presente asomada al balcón del hermetismo.
La mía, sin embargo, no me importa, se me olvida a diario, aunque me siga aullando como un perro.
Será que no la llevo de la mano como a una novia oscura de la que no se quiere prescindir porque es mucho el placer que proporciona cada vez que se fuerza contra el muro de la resurrección emocional.
En los más asombrosos parecidos aparece el matiz, la diferencia, que nos convierte en únicos con Eros y Thanatos.
Cualquier día me quedo cara al cielo contándole al vigor de las estrellas este apagarse calmo este apagarse nómade del hambre nómade de la sed y de las aritméticas sin dioses.
Me quedo cara al cielo, imaginando una albada vital sobre tus hombros y una oceanada recia en tus pupilas.
Se han hecho las estrellas para eso.
Me quedo cara al cielo en estas noches amplias como las palmas amplias del ser del universo y este reposo amplio donde viajan las nubes que no llueven aquí.
Me quedo en las estrellas, suspendido del arca, navegando la incógnita de tu cuello ligero de tu garganta altiva de mascarón de proa de tus pies en la nieve de tantísimas penas y cenizas de barcos arrancados a los puertos del ansia.
Quizás desde tu mundo el cielo es gris, distinto, o de un azul distinto pero en la noche puedo rememorar estrellas en las que cuelgo cartas por alcanzarte algo con la mano del alma.
Es un jadeo grave, sudoroso, caliente, tu aliento en el latir pulsante de la noche, transparencia atigrada que me observa acechante, esquiva nebulosa malherida de soles.
No me pareces tú con la mirada puesta en los astros del sur. No veo tu uniforme ni tu lábaro, rojo de sangre coagulada, ni el vapor que desprenden tus alados dragones tras la dura batalla. No me pareces tú ritualizando el verso como un sacerdote, con la mística absorta en la altura infinita, olvidado del ser miserable del hombre.
Yo no sé para qué se hicieron las estrellas que en este invierno gris escatiman temblores, pero sé para qué se ondulan tus palabras y el enigma malévolo de tus ojos ladrones, y el porqué de tus luces y el porqué de tus sombras jugando al escondite sobre mis callejones.
A la exacta medida de mi boca alunada levitas en mi aura sin tomar precauciones.
Rabioso a veces, con la noche informe haciendo de pantalla a mis películas la frescura se obstina en reducir el tiempo a un colchón de cenizas.
Largas cenizas quedan y un mar ronco del fiasco que es la boca de la vida y se pierde en el hábito de una luz ojerosa toda tu vocación de maravilla.
Tengo la dentadura inapetente siempre el pecado pronto a buscar víctimas y esta no saciedad y este tumulto que me corroe aprisa.
Tus ojos para mí son buenos ojos que con mirada angélica me miran menos deforme en mis deformidades en mis calamidades y desdichas.
Tu boca de mujer que siempre me dibuja mejor de lo que soy, me determina contornos que no tengo más que a solas en la desnudez íntima.
Por deberte te debo el mundo entero y este quererme un poco, todavía.
Yo no te debo nada, no digas que me debes, porque bastantes deudas mantienes con la vida que hace tu realidad. Yo no te he dado nada que no me dieras tú, un día y otro día. El mal humor, también, la cruda destemplanza, el hastío de ser un punto de partida que huye hacia adelante y ansía el desarraigo como otros la paz de un hogar con caricias.
De ángel tengo poco a la hora de mirarte, ni me das pena alguna, si es eso lo que opinas, porque nadie más libre que tú para el olvido y nadie más dispuesto a morirse deprisa con tal de sentir tanto que no sientas el tiempo correrte por las venas como un ladrón caníbal.
Te pinto como eres, elemental y extraño, sobre una cuerda floja del aire suspendida, valiente cuando toca el peligro a la puerta, intuitivo y cruel y verdad y mentira y duro y disconforme y emotivo y risueño y astuto y vengativo y noble y altruista y reservado y triste y profundo y callado y el cuerdo que trasciende en la locura escrita.
Ni te salvo de ti ni de mí ni del mundo ni tengo vocación de absurda maravilla. Me arrastro como tú, con las tripas al aire sobre una realidad que crece en la embestida, como un hambriento monstruo que todo lo devora y deja poco espacio para las alegrías.
Otras y otros son los que hacen tu presente digno de ser vivido, los que curan tu estigma. Yo sólo te acompaño con las manos de viento y el corazón de lluvia de las causas perdidas, tormentosa en la letra que nos une y separa, como tú, más o menos, cuando ciego me miras.
No me gusta la American Express porque no tiene límite de compra y cualquier día me hago con un oso koala con un faisán morado o con un ave lira y te las llevo a casa para tu colección de Animal Planet.
Entro a la jaula del mundo todo el tiempo para buscar tu nombre porque tu nombre está prediseñado con barrotes que cantan.
Tu nombre amurallado hecho de resonancia vengativa es un nombre feroz intempestivo que te levanta en armas solidarias siempre fatal, ausente, oscura, impúdica como si le exigiera a mis obligaciones que de una buena vez dejara de mirarte.
Yo no me engaño y si me engaño estoy feliz así.
No compro absurdos ni leo tus panfletos de boca incentivada por la espina de tu fatalidad que pugna por venderse descreída casi mefistofélica, non sancta.
Yo conozco esa mujer en verdes, pródiga en amuletos sanadores equinoccial y honda, incomprable.
No me vendas a ultranza tus negruras como si fuera un ciego que todo lo ve en negro y que después de tantos años juntos yo no te conociera.
Por eso uso la Visa. Tengo acotado el límite de compra sólo a las cosas buenas.
De donde no se vuelve, volví cuando era niña, con las carnes abiertas y el ánimo maltrecho. De entonces hasta hoy son muchas las tragedias que me han pintado ojeras en los ojos del sueño.
No digas que te vendo mi fatalismo a ultranza y que no comprarás mis absurdos panfletos, porque sabes de sobra que ni como metáfora, consiento que se dude de lo que llevo dentro. Jamás manipulé los instintos de nadie porque soy lo que escribo, más allá de los versos.
Si alguien quiso ver ferocidad en mí o una oscura impudicia en la voz o en el gesto, no fue por mi interés en ponerme un disfraz ni por hacer partícipe de mis hondos secretos a un mundo que jamás me atrajo lo bastante como para olvidarme de mi yo verdadero, e intentar seducirlo haciendo el papelón de perversa sensual galopando misterios.
Tú no eras como todos, no lo seas ahora, dándole a la leyenda consistencia de credo, que ni tengo interés en dar gato por liebre ni pretendo epatar con un golpe de efecto a quien, por conocerme, a pesar de los golpes, no se mueve de aquí velando por mi cuello, no vaya a ser que un día, harta de tanta lucha, me olvide del peligro de los degollamientos y alguno me rebane la voz y la palabra, las ganas de escribir y hasta los sentimientos.
Precisamente tú que inventas las murallas para poder saltarlas en cuatro movimientos, te vienes a reír del nombre amurallado, malsonante a venganza, intempestivo y fiero, como si lo tuvieras clavado en la garganta sin poder pronunciarlo cuando lo silba el viento.
Y yo que lo elegí como parte de un rito, que pude ser Ginebra, yéndome al otro extremo, considero que en ese «Amor de Ana» oculto, se condensa mi fuerza, mi memoria y mi fuego.
No digas que malsuena mi nombre de mujer porque a la mayoría de hombres le dé miedo. No eras como todos, no lo seas ahora, que sabes que Morgana no es la bruja del cuento.
Bastante con que dejo que te embarguen mis verdes mientras me llamas «Negra». ¿No te parece, Negro?
Yo no te veo hecha de rotos lutos viejos, sino siempre de un fuego que lastima tu prédica vacante cargando al hombro cuanta cosa pueda desesperar tu espalda.
Mitad mujer que lucha, mitad galeote amargo que rema por la vida en barcas carenadas en navíos sin norte en botecitos de cáscara de nuez, después de los diluvios. Y sin embargo rema, contra marea y viento, detector de los puertos y los puentes con las manos callosas y el corazón calloso.
Sé cómo sos desde el minuto uno. Sé cómo sos de enérgica y de diáfana, de frágil y de sólida, de cristal y de aire, de terruño y relámpago.
Sé como sos desde el minuto cero de mi odio y del minuto n en que resisto perduro manifiesto reniego cuido escupo hago las paces con los dientes rotos y la lengua poblada.
Pensás que si este hombre no te conociera podría hacerte bromas de las que no te gustan sobre tus legendarias: colección de cabezas y testículos y tus estanterías y cunetas y esa fatal vertiente de tu boca de púrpuras.
Si no te conociera en el instante en que todos se arredran si no te conociera en la vigilia y en la debilidad si no te conociera en tu invulnerabilidad tan vulnerable como una flor de arena que embandera un castillo
¿qué cosa estaría haciendo entre tus uñas? ¿qué cosa estaría haciendo entre tus lágrimas? ¿qué cosa estaría haciendo si no es construir el cada día a pesar de lo inhóspito y las ferias?
¿Qué cosa haría este animal de músculo si no es alzarte en brazos cuando estás muy cansada de caminarte sola?
Abrir un libro suyo, se diría, es impregnarse el párpado de niebla a fin de protegerse del calor que quema las pestañas de la tierra. Es encontrarle vivo, se diría, sudoroso de especias, con la lágrima pétrea del sarcasmo y la sonrisa entre viril y tierna.
Cerrar un libro suyo, se diría, es como renunciar a las respuestas de la vida brutal, cuando la vida, en su boca de sol se manifiesta con las tripas al norte del instinto y el corazón al sur de la inclemencia.
Y abrir, de nuevo abrir, por siempre abrir un libro suyo, se diría, es toparse de frente con la ausencia y el alarido turbador del tiempo sobre la carne enferma, muerta de amor, aún, sobrevolando el amor propio y la pasión ajena, furioso como un tango de Tom Waits cuando acalambra el aire de un poema.
Morgana de Palacios ha hecho de la vida y sus tormentas, su mejor oficio. Ha tomado la vida entre las manos y con ella fabricó un papel virtual y un teclado real y desde sus dedos sobre ese teclado, esparció como cabe a alguien que se precie de saber escribir, el rumor de una leyenda épica, hecha toda de versos como los de aquellos cantares heroicos que contaban la vida de otras vidas, donde todos los sentimientos son posibles. Poeta por antonomasia o quizás porque transformó esa antonomasia en una forma de vida, Morgana de Palacios surge rotunda en infinitos planos y con matices sólidos y bravíos, abarcando con precisión de mujer culinaria los sabores más íntimos de los sentimientos humanos como si condimentar con especias ignotas se tratara y sin temer al verbo ni a la crítica que apareja desafiar al Parnaso establecido. Ya se la ve salvaje como una enorme potra que ha montado en el viento, o fatalista, como una sacerdotisa abandonada en un templo sin dioses. Perdura allí, tan inerme a veces como armada otras, violenta o racional, furia o ternura, y siempre, como un largo dolor hecho de imponderables y belleza. Su poesía es de una antigüedad inmemorial como lo es la sabiduría sobre el conocimiento humano y refleja una y mil mujeres, que aggiorna a su capricho, con vocación de intérprete del mundo. Sería esperable en esta reseña indicar el baluarte que significa su técnica, trayendo desde el verso clásico la forma para darle la vitalidad del día a día correspondiente al siglo del cual es hija esta poeta, pero más allá de su vigor técnico y su arraigado conocimiento, lo verdaderamente poderoso es su capacidad para el idioma de hoy en una creatividad férrea y convocante, movilizadora y muchas veces hiriente como otras trágica. Morgana de Palacios escribe de la misma manera en la que vive, de la misma manera en la que piensa, de la misma manera en la que es. Ella es lo que escribe y –como un aleph– es una coleccionadora de mundos interiores que reflejan el espectro humano y sus riquezas y sus miserias, porque no se puede decir que esta autora sea de una escritura complaciente o feble, apegada al imaginario femenino y portadora del canon de debilidades que muchas veces, otras poetas, manejan como su registro más productivo. Por el contrario, Morgana no teme a los registros y la suya es una búsqueda incesante por expresar las innúmeras vibraciones profundas por las que pasa un corazón humano. “No me queda más que reafirmarme en una de las definiciones más sólidas que he leído sobre esta poeta española con la cuál es imposible la indiferencia: Morgana de Palacios, la violencia que canta.”
Lo que yo escribo repercute en ti y cruza vidas con tu día muerto, equilibra tu voz y te transmuta el rostro si te susurra algún verso prohibido.
Lo que tú escribes me imagina a mí bailando en algún pub fuera del mundo -levísima distancia entre los cuerpos- mientras hablan desórdenes los ojos.
Saja tu letra el aire del augurio como un largo cuchillo deseado y mi sibila intuye cicatrices para lamer despacio cualquier noche después de que te pierda mi mirada.
Sirve dos copas más y haz que me importe un bledo la desmesura de la mente ardida.
Sé nuevo para mí que yo probablemente si uno mis pedazos con tu verbo nunca seré la misma.
El problema es que yo no ofrezco nada, ni miel ni hiel ni carne de papel, ni meta que alcanzar ni andarivel ni siquiera una lengua amaestrada en violencias virtuales, abocada al más puro fracaso realista.
Si peco de algo es de fetichista coleccionando versos asombrosos que cambio por los míos venenosos con quien no cree que me pasé de lista.
Me reconozco fiera. De telones entiendo poco y nada. Boca adentro carezco de pudor y salgo y entro de mí sin timidez y a borbotones sin pretender de nadie absoluciones al pecado de serme en sinrazón. Tú cuida, si peligra, el corazón que conmigo te arriesgas al infarto.
Sé que acabo doliendo como un parto y que termino siendo una adicción.
Y te estoy taladrando las neuronas sin pose, sin teatro, sin divismo, te estoy acompañando a ser tú mismo, a definirte sin las bravuconas consignas de la hombría cabalística. Te estoy zarandeando con la mística de una mujer que está en huelga de hombre por motivos que no vienen al caso.
Tan rebelada estoy contra el Parnaso como tú contra el filo de mi nombre.
El ojo de Satán
Yo ya no me apaciguo ni en mis propias pulsiones y escribo desvaríos por encontrarme el centro, por transmitirme absurda desde el punto de encuentro con otros ojos libres. Por amargas razones, ahondar en el útero de las desilusiones, les quita la coraza, el acero, la roca. Catártico el instinto rebelde de una boca que desnuda tragedia para vestir consuelo. Yo uso la palabra como el largo escalpelo que limpia las heridas que el amor me provoca.
El verso me conduce a falsas posiciones y dejo que me roben lo que me pertenece pero no soy culpable si el desengaño crece como la mala hierba sobre los corazones. Yo camino de vuelta de avernales razones y no hay sitar que imite la voz de mi armonía ni llama que se prenda en la noche vacía para paliar mi ausencia del ojo de Satán.
Mi boca se rebosa de caliente champán cuando le miro fría, fría, fría.
En(carnadas)
Será por algo, entonces, que las mujeres sangran cuando se caen desnudas desde el aire translúcido sin que las apuñalen.
Será por algo que se derraman purpúreas y no verdes biliosas o ámbares seminales.
Será por algo, digo, que como las mareas se van de sí, volviendo a sus adentros con la luna regente en los instintos y desbordan los cántaros terrestres de neuróticas aguas escarlatas.
Será que por sus venas corre el hombre de atávicos cuchillos afilados para la gran venganza de su génesis grabada en la memoria colectiva.
Será que no hay amor sin sacrificio cruento en el altar de Cronos ni vida sin la muerte de sus cárdenas rosas menstruales. Será que se suicidan gota a gota, criaturas de sangre para el semen de un dios muerto de rojos.
Al fondo de los hombres
Al fondo de los hombres, yo siempre llego tarde. A destiempo me gustan los que hubieran servido para darle la vuelta a tanto amor fingido y desmontar los tópicos sin excesivo alarde. Yo no salgo de mí si inquietante no arde la mente en una pira de surrealidad y resulta evidente que, pasada una edad, sin los inconvenientes que tiene la inocencia, sólo un antiguo preso, ahíto de experiencia puede acercarse un poco a mi exacta verdad.
En eso me distingo de cualquier hombre al uso que sueña a los cincuenta con dos de veinticinco, así que, siendo perra, no pego ningún brinco por una galletita que morder, ni me excuso por no ladrar eufórica ante el primer pituso que me rasque la panza que muestro generosa, con esa deferencia tan feble y cariñosa de quien para el paseo, no te pone bozal.
Pero eso ya lo sabes. Soy esa fleur du mal que llega siempre tarde, herida y sospechosa.
Título: Novelas robadas sin terminar Autor: Gavrí Akhenazi Publicado: 4 de agosto de 2013 Género: Novela Editorial: Lulu editores Idioma: Español Páginas: 183 ISBN: 978-1-304-29256-8 Encuadernado: Tapa blanda Tinta interior: Blanco y negro Peso: 0,73 lbs. Dimensiones en pulgadas: 5,83 de ancho x 8,26 de alto
El protagonista es un antihéroe con pocas cosas rescatables, un villano en un mundo de villanos, que actúa como tal sin remordimientos precisamente porque es amoral. De todas formas, una cosa es lo que nosotros desde nuestra subjetividad tengamos ganas de ver y otra la realidad del personaje que, en esta ocasión, nos llena los ojos de cristales porque es así como lo pretende el autor desde su propia concepción de esa amoralidad impune. Nos han acostumbrado a que el villano pague finalmente, porque eso es lo que permite a la sociedad continuar en su Babia particular. Paga tanto como paga en la vida, el cerdo que se come a sus crías porque tiene hambre. La realidad es justo la que pinta Akhenazi y en pintar realidades sin edulcorar, no hay quien le supere. Y es así de injusta y así de repugnante. Y así, a su manera y como en todo hay grados, ese protagonista, tiene también sus códigos porque todos los hombres somos una mezcla de bien y mal. Cuestión de equilibrio universal.
El 2.015 ha sido un año duro para todos, un año en el que se ha puesto en evidencia que el hombre con Dios en la boca, es el peligro más grande de la humanidad, y en el que hemos seguido juntos, quizás porque cuanto más inhóspito se hace el mundo, más necesidad tenemos de compartirnos a nivel almático y regalarnos lo único que no pasará nunca de moda: la emoción.
Sentí que pese a los problemas de cada uno, las enferme-dades, las tragedias y hasta la muerte de algún compañero, o precisamente por todo ello, sería hermoso reunirnos para hablar, como tantas otras veces, sobre la vida con todas sus consecuencias y ceder al golpe de la inspiración que suele ser tan positivo para los que pertenecemos a la corriente literaria que bautizamos como «Poesía del arrebato». Ceder al impulso de la inspiración, aunque uno empiece a escribir algo como ejercicio de costumbre, porque el poema va tomando por asalto al pensamiento y termina adueñándose de él.
Os convoqué y una vez más habéis respondido con el espíritu de los ultraversales a la llamada a la acción.
Ultraversal va cumpliendo sus ciclos vitales, sus objetivos, sin prisa pero sin pausa, y en este año, la Revista adquirió consistencia dando una idea muy aproximada de la altura poética y literaria de los autores que componen nuestro proyecto, con el que seguimos adelante en todos los frentes potenciando calidad sobre cantidad, sin olvidarnos de la solidaridad tan necesaria en cualquier faceta de la vida, e imprescindible en la lírica y la literatura por ser un ambiente extremadamente proclive al egocentrismo.
Lo mejor que se puede decir de un Ultraversal es que, además de ser buen escritor, digno escritor, es solidario, sincero y generoso con sus compañeros a la hora de com-partir conocimientos sin melindres ni falsos pudores para ejercer la crítica honesta que ayude al crecimiento de todos.
Estoy orgullosa y agradecida de compartir la vida con vo-sotros y os lo hago saber, porque somos mucho más que un grupo que se reúne para desengrasar neuronas dialécticas: somos un auténtico ejemplo de creatividad literaria vanguardista.
Salud para todos y no olvidéis compañeros que, hoy por hoy, seguimos siendo el futuro.
Un año más que pasa y sigo viva.
Algo obvio, quizás, para la gente
pero no para mí que estoy amenazada
por la «larga y penosa enfermedad»
a la que alude el mundo
cuando, disimulando en un susurro,
pretende hablar del cáncer
como si fuera algo vergonzoso.
El mundo, sí,
qué discreto y delicado para ciertos temas
y qué salvaje y turbio para otros
donde la crueldad la ejerce el hombre
y no precisamente,
con la total indiferencia de Natura,
sino con la ambición que frena y desbarata
la evolución del bien en nuestra tierra.
Nada cambia en el mundo,
la carne sigue siendo fragilidad sufriente
y el demonio se impone con su imperio
caótico y perverso sobre todas las razas.
Escriban un poema que no sea un panfleto
de los muchos que surgen por las redes,
una emoción que, humana, se aproxime
al otro con las letras extendidas,
los pájaros dispuestos para el vuelo más alto
y el diente para el hambre que nos acucia a todos.
Un rítmico poema
que ponga los acentos en la vida
porque tendremos tiempo ad aeternum
de ser fans de la muerte.
Escriban el poema que acelere los pulsos
de los que, por amor, siguen despiertos,
y avanzan por amor y se rebelan
ante el inmovilismo de las masas.
Nihil novum sub solem, compañeros,
pero escribamos viejas cosas nuevas
y estrenemos el alma.