ANTIACADÉMICAS

El lugar común

por Gavrí Akhenazi

Para Barthes escribir es «la elección del área social en el seno de la cual el escritor decide situar la naturaleza de su lenguaje».

Ergo, la creación literaria ocurre en un tiempo determinado y es durante ese tiempo que cada palabra tiene un impacto preciso en el lector que la recibe desde su propio lugar en la «naturaleza del lenguaje» y es en ese momento cuando la literatura «le ocurre».

Que ese feedback se establezca y exista en el lector ese descubrimiento de algo que ocurre, depende de que el autor ofrezca un panorama diferente y no que se mantenga en el ámbito de los convencionalismos naturales tanto en las secuencias de la vida como en el idioma que emplea para explicarlas en la obra.

Salir del pensamiento corriente, de ese primero que se nos viene a la cabeza, implica salir del facilismo que ofrece sólo manzanas o peras, como si no existieran otras frutas de estación o de fuera de estación (las adecuadas en un caso así) a las que apelar.

La técnica implica también una búsqueda de ese lenguaje que indique la diferencia entre lo común y lo heterogéneo, ya que hay imágenes que existen casi de manera preconcebida y son las que se deben evitar, en persecución de caminos alternativos que estimulen no sólo al lector sino también, que nos estimulen a la exploración de una concepción nueva, un enfoque particular, aunque se trate de una anécdota ordinaria.

La teoría literaria es muy amplia y si algo tiene de bueno conocerla, es que le permite al autor un cambio en el pensamiento rutinario al que suele aferrarse y por tanto, reivindica y habilita recrear la construcción por fuera de las zonas confortables que vienen dándole resultado.

Algunos, ni siquiera advierten que se han vuelto completamente previsibles en el lineamiento de sus tramas y en la reiteración de sus golpes de efecto. Frente a ellos, desde la primera página un buen lector puede hablar del libro completo sin haberlo leído, como si de un resumen predecible se tratara.

Esa previsibilidad es la que acampa en todos los lugares comunes, como una plaga que infecta la creatividad y susurra en la cabeza del escritor que ese es el camino que da resultado porque a otros, antes, les dio resultado.

En la prosa, a diferencia de lo que muchos piensan, el ritmo es un factor determinante para que un relato, incluso uno lineal y sin mayores expectativas, se haga apetecible por su fluidez.

No dejarse atrapar por un manejo acotado del idioma para trabajar la llanura de la anécdota implica un sentido artístico inaprensible con el que variar lo que se está diciendo.

La precisión de un adjetivo no convencional, la sinestesia como recurso, incluso un enfoque arbitrario sobre lo establecido funcionan como un golpe de atención y provocan un repentino interés que el lector agradece porque lo mantiene involucrado y expectante con el desarrollo.

Desafiar al lector, proponerle retos pero por sobre todo, proponerse retos uno mismo, no debe ser jamás obviado ni perder de vista que la creación siempre es, en cierto modo, magia y a ningún mago le gusta que su público ya le conozca todos los trucos.

HISTORIAS

Cumpleaños – Sergio Oncina

Hoy es mi cumpleaños y creo que estoy triste, o debería estarlo, no estoy seguro. Siento que no necesito adentrarme en esa tristeza melancólica del que contempla la vida con la marcha atrás puesta y ha llegado a la mitad del camino pero ni siquiera sabe cómo.

Pero aún me cuesta mirar hacia delante y planificar el futuro, sencillamente porque no sé quién quiero ser. No es tan fácil cómo supone la gente. Antes de lanzarse de cabeza a la piscina conviene saber si está vacía, contestarse otras preguntas: «¿quién soy?, ¿estoy vacío?» Cada vez que las planteo, se me cuela el pasado entre las rendijas de la percepción. Así que, aunque intente evitarlo, la melancolía nutre el presente.

Por eso me planto y giro la cabeza para encontrarme en una infancia tan extraña como todas las infancias, al lado de las personas que me conocen mejor que yo mismo.

A la niñez voy de la mano de mi hija. Cada día que recorremos los pocos metros que separan la puerta de casa a su colegio yo vuelvo a mis escuelas, a mis compañeros y a mis juegos.

Hoy, Helena, por primera vez ha soltado mi mano en la entrada del patio escolar y, sin percatarse de la atenta mirada que perseguía sus pasos, ha corrido a la puerta de su aula hasta que uno de sus amigos le ha tendido la mano para ayudarle a subir el escalón que separa el patio de su clase.

Con seis años es capaz de tener una pequeña vida propia de la que no dar cuenta a su padre.

Yo, con seis años como ella, iba a una escuela de pueblo en el Seat 127 de uno de los profesores, sentado en la parte trasera con mi madre y mi amiga Laura. En el asiento delantero iba la mamá de Laura, Yolanda, que también sería mi maestra durante ese curso, el primero de EGB.

Laura y yo éramos como hermanos postizos y mi madre, Socorro, y Yolanda eran tan amigas que compartían una forma de vivir. Eran dos maestras muy jóvenes, apenas llegadas a la treintena, (qué jóvenes me parecen ahora y qué mayores las creía cuando íbamos juntos en ese coche antiguo). Habían estudiado la carrera juntas y aprobado la oposición en el mismo año. A partir de ahí el sistema educativo público y sus elecciones las reunían para ejercer la docencia en los mismos pueblos

Odio el olor a gasolina, lo asocio a la sensación de madrugar y de no poder dormir en el viaje desde León a Quintana, el destino que ese año, y los tres siguientes, nos tocó en suerte.

Agapito, profesor y conductor, nos recogía en el mismo punto y a la misma hora cada día de la semana. Con seis años una rutina aburrida y monótona es una jaula. Por suerte a esa edad cualquier barrote es de plastilina y al montar en el coche había una niña que, como yo, tenía ganas de jugar.

Al llegar a Quintana nuestras madres entraban al colegio y nosotros esperábamos fuera a que llegasen el resto de niños.
A principios de los 80 los pueblos de León seguían teniendo calzadas de barro, ausencias de aceras, portones de madera y muros de adobe. Un escenario ideal para el juego al aire libre.

El primer día de curso el ruido era ensordecedor en los cinco peldaños de las escaleras de acceso, Laura y yo actuábamos con la timidez propia de los nuevos, veíamos formarse los grupillos de amigos a nuestro alrededor, niños gritones y alocados, iguales que los que ahora observo en las puertas del colegio de Helena.

Me proyecto en ella y pienso en cómo se relacionará con sus compañeros y cómo formará parte de un grupo.

No me preocupo porque los niños la saludan al entrar y al salir y yo la noto feliz. Pero, por otro lado, la comparo conmigo y advierto los muchos secretos que ocultaba a mis padres a esa temprana edad.

Uno de mis secretos era el miedo a estar solo, a no tener amigos o a que un niño más fuerte que yo se riese por mi incapacidad para pronunciar correctamente la erre. Laura no se reía, pero no podría contar con su ayuda en el caso de que hubiera pelea porque, aunque fuese mayor que yo, siempre evitaba los líos y se comportaba como una niña bien de cara al exterior. A solas tenía el carisma suficiente para llevar la voz cantante en nuestra relación.

Supongo que su situación era tan complicada como la mía, alumnos nuevos e hijos de los profesores, solo debía pasar el tiempo para que nos llamasen enchufados, empollones o chivatos. Entonces, Laura no necesitaría defenderse y otros niños lo haríamos por ella porque hay personas que tienen don de gentes desde que comienzan a hablar y Laura era una niña tan adorable que si alguien la insultaba sería por envidia y siempre encontraría un paladín que se partiese la cara para que le dedicase una palabra amable.

En cambio, yo no tendría a nadie y acabaría jugándome el respeto de mis compañeros a puñetazos en el barro.

Por eso, ese primer día, ya analizaba con la mirada quiénes eran los niños mayores, quiénes mandaban y quiénes tenían hermanos que pudieran complicarme la existencia.

Pese al año que Laura me sacaba íbamos juntos a la misma clase porque ni en primero ni en segundo sumábamos alumnos suficientes para formar un curso propio.

Nada más entrar en el aula Yolanda nos hizo leer y fue con estas lecturas de iniciación cuando me tranquilicé, más niños de seis años tenían serios problemas de dicción, sobre todo con la erre y nadie leía igual de fluido que Laura y yo.

Mientras los compañeros se trababan y se esforzaban en completar los párrafos que les correspondían, me leí los textos de la semana siguiente. Observé que Laura ocupaba su tiempo con la misma actividad, competíamos sin habernos retado.

No recuerdo nada más de mi primer día de clase en Quintana. A partir de esa fecha la memoria mezcla imágenes y sucesos sin un orden concreto.

¿Qué recordará Helena del 3 de noviembre de 2020? Dudo mucho que se acuerde del dibujo que me ha dado como regalo o de la película que hemos visto esta tarde, pero quizás sí se acuerde de cualquier detalle que haya ocurrido en su aula junto a su mejor amiga, Sara. O de la mascarilla de unicornio, o del gel hidroalcóholico que no soporta porque huele a menta, o de los deberes de inglés sobre Halloween que hicimos ayer en la mesa del salón.

No sé qué podrá determinar su personalidad, cómo saberlo si no sé qué influyó en la mía.






HISTORIAS

Largas horas de sombra Gavrí Akhenazi

—De muchacho era un ratón pálido, hocicudo. Una bolsita de huesos que excedían la carne y se clavaban encima de las cosas. Era una laucha hambreada más que hambrienta… No es lo mismo estar hambreado que hambriento. Daba ese aspecto de animal tristón que vive de penuria en penuria y todos corren a escobazos para evitar la contaminación. Un bicho desgarbado y telúrico, crecido desde su propia idiosincrasia. Como buen ratón, no cabía en la vida de la gente hasta que un día me convertí en gato…en este enorme gato que ahora ves. La muerte puede, de vez en cuando, hacerle a un ratón de Hada Madrina con solamente darle un susto en una guerra…como me lo dio a mí la primera vez que vi morir pilas de gente con un solo y único estallido. Ya debería estar acostumbrado y sin embargo, algo le pasa a mis costumbres. No se dan.

Ella es una pantera agazapada y sana, como un animal de terciopelo esquivo que espera en una horqueta. Está serena y firme, con esa piel lustrosa y exigente, brillosa y aceitada, recogida entre las piernas de su hombre. Inmóvil está allí, como una bestia tibia.

Lo escucha hablar y desde su mirada a su lengua hace silencio. Le gusta oírlo hablar.

Él le habla en un inglés que a veces es difuso y se mezcla en su boca con suajili o se sazona con los demás idiomas en los que él habla sólo con la gente que él habla, porque él solamente habla cuando quiere. Con ella habla a menudo de todas esas cosas que los unen y que a la vez los separan de todos los demás hombres que no viven las cosas que ellos viven.

Ella está allí como una talla de madera alcanzada por un último rayo.

Tiene ojos enormemente enormes, como si fueran dos lagunas negras naciendo de la sal, porque brillan así, pupilares, dentro de una esclerótica toda de fuerza azul. Son dos planetas sus ojos, que han alcanzado la violencia del sol y calcinados, refulgen con feroz nocturnidad.

Ella escucha a su hombre con atención de hembra que quiere oír hablar a aquel que la hace suya. Está desnuda y quieta entre sus piernas, como una gata ciclópea que se entrega a una cuestión de piel, mórbidamente.

Han hecho el amor hasta extenuarse como si ella fuera una manada y él un único macho.

Han hecho el amor como si hubieran decidido repoblar el mundo y repoblarse.

Ahora él le habla y ella escucha y a veces, con la punta afilada de su lengua de frambuesa brillante, lame las ingles de él, mordisquea los vellos de los muslos y sonríe, como la juventud. Pero no lo interrumpe. Lo escucha con una atenta dulcedumbre.

Cuando se conocieron él iba envejeciendo de derrotas y ella trepaba por un rayo de luz al universi, Los dos eran un grito.

Ella ha pasado por tantas desventajas que se entiende con él en los escalamientos que sacan del abismo y además, sabe que ese hombre que sufre con una desesperanza de suicida el final de sus años paradójicos, conoce mil y un secretos para sobrevivir contracorriente. Entonces, ella, que no quiere ser de rama rota, se aferra a esa sabiduría por los límites que lo mantienen a él atemporal.

Se miran a los ojos con languidez de perro y entrelazan los dedos de las manos como si uno al otro se alzaran desde un oleaje en el que están sumersos.

Luego, él la atrae hacía sí. La levanta de ese mar nocturno e invisible hacia la tierra seca de su cuerpo y ella, como si fuera un náufrago del que las manos jalan, repta despacio y apoya la mejilla sobre el pecho de él, donde no duele o donde en realidad, todo es dolor.

—Siempre regresas herido, pero igualmente, siempre llegas de regreso.

Ella habla mientras cierra los ojos sobre el compás metódico de la respiración en que siente como él se relaja y se diluye en su mundo sin sueños.

Se duermen así.

NOVEDADES EDITORIALES

Mutter, un libro de Silvia Heidel

En este nuevo libro, la autora argentina Silvia Heidel nos propone una travesía por etapas diversas, tanto de la historia general como de la particular.

A partir de la relación con la historia familiar, se imbrican situaciones pasadas y presentes, como en un caleidoscopio que Heidel maneja desde diferentes ángulos, creando un clima por momentos onírico y por momentos realista y concreto. Lo tangible y lo intangible se entrelazan en un juego climático que nos lleva desde los ancestros hasta el presente, donde la realidad ejerce un peso específico que la remembranza aligera.

El entramado de escenarios lleva al lector por un vaivén a la vez tan pintoresco como poético, tan verosímil como mágico, en ese viaje hacia la historia que se porta como descendiente de otras historias anteriores.

En todo el desarrollo gravita ese peso familiar sobre las búsquedas particulares de la voz narradora, como un justificativo para emprenderlas en aras del propio e íntimo descubrimiento.

La oscilación entre pasado y presente nos ofrece un juego textual profundo e interesante, en que el lector se sumerge, también él, como un buceador de esa trama en la que acompaña a la voz narradora en su propuesta indagatoria.

Las subtramas están desarrolladas con naturalidad y frescura. De igual modo, los diálogos internos y externos que la voz narradora aporta como realidad ficcionada y que, en su desarrollo, resultan a la vez cerraduras y llaves del hilo general, ubican al lector dentro del panorama que las distintas secuencias van ofreciendo.

Así como indica el título, el personaje de la madre es sobresaliente en toda la obra. Marca el tempo y el sino, como una especie de guía constante a la que la voz narradora recurre y se aferra, para encontrar salida a sus preguntas y contradicciones.

Heidel ofrece una prosa coloquial y cercana (bien argentina), dentro de un desarrollo histórico que abarca un amplio período del país. El lenguaje es claro, práctico y abierto, dentro del coloquial natural de origen.

Quizás, un poco localista en ciertos aspectos de su «argentinismo», pero, si vamos al caso, toda obra lo es, independientemente del país donde se haya escrito, ya que lo verdaderamente valioso es el retrato de la época y la arquitectura de la trama con sus personajes vívidos y fecundos. Eso la dota de universalidad.

HISTORIAS

Cuento para salir a navegar – Solange Schiaffino

Imagen by Renzo Alarco

Ella abría las ventanas apenas la sombra se dejaba acariciar por la entrada del sol.
Hacía tiempo que había dejado las vendas y su convalecencia solo quedó registrada en un diario, pues usaba buenas cremas para la difícil cicatriz.

Cada tanto solía guardar las lágrimas para luego reciclarlas en forma de canciones con océanos que se podían navegar en ojos brillantes de curiosidad y sorpresa, porque había aprendido que la vida era como los puertos, donde la única certidumbre es que existen los arribos y también las despedidas.

Hasta que un día ya no fueron solo sus canciones las que aparecían en sus cajones de guardar. También desde el jardín venían cantos impresos en hojas que volaban hasta su mesa. Al dirigirse a su trabajo, lejanas melodías le resonaban durante todo el trayecto hasta grabarse en los papeles que parecían pentagramas de tareas listas para cantarse. Algunas le llegaban como mensajes por debajo de la puerta, incluso como flores tomadas por el camino. Entonces, quiso intercambiarlas con las suyas y comenzó también a dejar canciones junto al sol de la tarde para que dieran la vuelta al mundo.

Una noche en que vio a media calle al dueño de la voz sutil, al que hacía girar las palabras como remolinos y tronar con las olas una sintonía perfecta para la danza de las estrellas, supo que quería cantar canciones nuevas que salieran de todos lados con su ritmo de despertar mañanas.

Pero él dejó de cantar y ella, que se comunicaba con sus adentros, apenas vio que la herida iba a brotar de nuevo en el tiempo de los regresos, agradeció al de la voz sutil, sus letras y silencios. Se fue a sanar a solas. Así oyó emerger en el centro de su pecho una música veloz, y pudo gozar de su novedad conmovedora: ya podía cantar con las sonrisas y con quien ella quisiera más allá de las ventanas.

Estaba lista para dejar ella misma el puerto. Hallar desde ahora su propia isla, una estrella, un cielo o todos los océanos hacia donde la llevaran sus canciones, que ya eran libre aliento y navegación en el presente infinito.

HISTORIAS

Love for sale – John Madison

Imagen by Luke Jones

Conozco a muchas pibas que se funden el sueldo en tacones y bolsos. Los compran como si fueran Chupa Chups a sabiendas de los malabares que tendrán que hacer para llegar a fin de mes. Mi mujer también fue una de esas consumidoras compulsivas. Compraba zapatos a juego con las carteras a punta de pala, pese a saber que me eran indiferentes.

Me daba igual si iba a la compra descalza. Me gustan las mujeres por lo que hay oculto en su corazón.

En cuanto a los bolsos, no dejo de reconocer que tienen su punto funcional. Cuando vas de copas con tu mujer, por ejemplo. Ese mismo bolso en el que te andabas cagando por su desorbitado precio se convierte en tu salvador cuando le pides que te guarde el tabaco, la billetera, las gafas de sol…

En ocasiones, el bolso de tu compañera te libera de una multa por posesión de estupefacientes: «Mierda, un control policial». Entonces le pides a tu mujer que te guarde en su bolso la metralla que llevas encima.

Por supuesto que ella me cumplía, ambos sabíamos que los agentes no iban a registrar el bolso de una señora de buena posición.

A ratos, yo también practicaba la compra compulsiva, aunque no eran objetos tan chachis como un bolso de Carolina Herrera. Eran, según mi mujer, «más mierda inútil».

Solo una vez, en Navidad, compré algo que nos puso de acuerdo: un karaoke. Lo usábamos en Nochebuena, por San Esteban… y otras fechas señaladas.
Para evitar enfados entre los participantes propuse algunas pautas con las que ella estuvo de acuerdo. Tuvimos cantantes de oído cuadrado a los que soportó con un estoicismo de Grammy.

Giubi, por ejemplo, es un excelente bailarín, pero para cantar no lo llames. Mi colega no afina, rebuzna.

Sentí más la presencia del verdadero amor en el último año que pasé junto a mi mujer que en los veintiséis que llevábamos de matrimonio. En esa última etapa ya no estábamos casados ni usábamos el karaoke. Tras el ictus mi esposa perdió los rudimentos del lenguaje, pero no a su compañero de vida. La amaba aunque fuera totalmente dependiente de mí y aunque hubiera convertido mis días pasados en un infierno.

Era una gran verdad que aunque que me esforzara en hacerle la vida más fácil ella no recuperaría lo perdido. Su degradación mental y física era una realidad que yo solo podía combatir fabricando nuevos recuerdos.

Es cierto que no hablaba, como también es cierto que al cabo de los meses de producirse el incidente recuperó algunas palabras. No le valían una mierda para hacer una sesión de karaoke –no podía construir una frase por sencilla que fuera–, pero bastaban para comunicarnos: café, bebé para identificar a los hijos, agua, TV. Sol, decía sol, lluvia…, y ¡Juan!.

Fue una sorpresa descubrir que de entre toda la variedad lingüística, mi nombre había regresado a su memoria. Hecho curioso, en el pasado solo me llamaba por mi nombre de pila cuando estaba de bronca.

Encontrar el karaoke entre los trastos que guardo en el garaje me hizo rememorar la noche en que nos conocimos y en la que oí por primera vez a Camarón de la isla, una voz valiente en la manera de afrontar los preceptos del flamenco de finales de los ochenta.

Me enamoré de su voz, tanto como lo hice años más tarde de mi mujer. La conocí durante el intermedio
de la jam session que había ido a escuchar en el café del teatro Central, en Sevilla. Ella era una de las participantes.

«¿Le importaría dejarme un papel de fumar?», le pregunté.

Minutos antes vi que se había liado un porro en la terraza, apartada del resto de músicos.

Ella me pasó un papelillo.

«Ha sido un “Love for sale increíble», le dije refiriéndome al estándar con el que los músicos habían cerrado la primera parte de la jam y que ella había interpretado al piano.

Me dio además del papel, fuego. Mientras la miraba adentrarse nuevamente en el bar me di cuenta de que no sabía su nombre. Llegué con el concierto en marcha y ni siquiera miré el cartel publicitario de la entrada.

Más tarde, volvimos a encontrarnos en la salida del teatro. «Te acerco a casa», gritó ella desde el interior de su coche, gesto que acepté agradecido. Era la voz de Camarón de la isla la que sonaba en el reproductor.

Entonces no tenía manera de saber que ella sería en el futuro mi esposa ni que veintisiete años más tarde esparciría sus cenizas bajo el olivo del jardín de nuestra casa.

Desde que nos casamos, vivió inmersa en una guerra contra el tiempo. La diferencia de edad, veintidós años, nunca me molestó. A quien le hacía la puñeta era a ella, ya que perdía una hora cada mañana para disimular las arrugas con el maquillaje. Teñirse el cabello semanalmente para ocultar las canas o someterse a costosos tratamientos contra la celulitis.

Sí, la mujer que ya no compraba tintes de L’Oreal para el cabello ni podía usar el karaoke había envejecido milenios.

No caí en la cuenta de que la mujer que fue mi compañera durante un cuarto de siglo era ya una anciana que usaba, en lugar de tacones caros a juego con el bolso, deportivas con velcro.

Ya no era capaz de apañárselas con los cordones.

ARTÍCULO

El arte según Madison, por John Madison

¿Qué se necesita para hacer arte? Yo diría que valentía, y mucha personalidad por encima de todo, porque desde ya afirmo que no es suficiente con la formación técnica. Si todos los artistas del planeta se hubieran conformado con lo que ya estaba hecho sin traspasar la línea que cuenta para la academia como no permitido, aún estaríamos pintando en las cavernas.

¿La técnica es necesaria para crear cosas que nunca se han hecho? Por supuesto, ¿cómo valorar lo hecho para posteriormente abrir una nueva brecha? ¿El autor puede hacer lo que le de la gana con su obra, aunque no entre dentro del canon? Por supuesto.

Tu Arte: ¡Tu responsabilidad!

En muchos casos, los procesos de experimentación han dado lugar a movimientos culturales nuevos y a la modificación de los manuales.

Los valores del individuo: historia personal, infancia, geografía, dogma, religión o filosofía, condición socioeconómica, familia y tabúes condicionan la forma de hacerlo. De ahí que no se pueda medir la manera en la que cada cual se exprese. La literatura es una instantánea de esa realidad que el creador vive y exorciza. De modo que, también, es una credencial que habla de ese autor como parte de un conjunto «x» con un comportamiento sociocultural «x». Lo llamamos «estilo». Cada cual el suyo.

A menudo uno tropieza con gente que pretende cambiarle el estilo: «No entiendo lo que escribes, porque tus palabras o tus versos no son iguales a los míos», «Yo no diría jamás eso con las palabras que tú lo has dicho»… válido para actividades como pintar, cocinar, actuar, fotografiar… En fin, Arte.

Para TODO.

Enfrentar un texto, en prosa o en verso, con esa libertad de la que hablo requiere valentía si se pretende retratar y sobrevivir a toda una jauría de inquisidores más interesados en la quema de brujas que en el respeto por el marco que rodea la expresión escrita.

Me es imposible marcharme sin recordarme a mí mismo el concepto real de Arte: Arte, del latín ars, artis. Actividad o producto realizado con una finalidad estética y comunicativa.

En fin, comunicar va de «hacer Arte».

HISTORIAS

Héctor Michivalka – Honduras

Imagen by Markus Spiske

Algo sobre mi padre

Mi padre, por muchos años fue comodín en el edificio del único Sindicato de Trabajadores de las Bananeras integrado por más de diez mil personas, ya sea como mensajero, carpintero, o taxista cuando lo requería cualquier delegado para que lo llevara de tour por las cantinas del pueblo.

En la entrada principal de aquel edificio había un enorme almacén que ofrecía al cliente electrodomésticos, bicicletas, sillas, adornos y muebles para el hogar. Detrás de la tienda se localizaban las oficinas del gremio. En el patio funcionaba el taller de carpintería, una galera abierta al aire libre, con techo de láminas, en cuyo local mi viejo y un grupo de ebanistas fabricaban mercancía para el negocio. Eso le otorgaba el derecho tácito de cargar en la parrilla de su bicicleta las tablitas sobrantes que cruzaban su paso al finalizar la jornada diaria.

Con el pasar de los meses, papá se vio obligado a erigir un galpón, por partes, en el patio trasero de nuestra vivienda, y que continuaba según exigencia de la madera huérfana que se iba acumulando.

Su codicia tuvo la brillante idea de construir mesas y sillas justo en la acera de la casa, a la vista de los transeúntes como estrategia para promover sus habilidades de ebanista, cebar su ego y exponer los artículos en venta. Era de poco sonreír, salvo cuando un cliente potencial le preguntaba por el precio de un producto, y más si era una mujer la que le aceitaba los resortes de su galantería.

Por sus conocimientos polifacéticos y la fama que aumentaba según adquiría prestigio por su buen hacer, el barrio procuraba sus servicios de plomería, electricidad, carpintería -de albañil, no, porque él olvidaba con rapidez el trabajo forzado-, y hasta de usurero. Con frecuencia, por las mañanas lo visitaba una clientela temeraria compuesta por conductores de autobuses, todavía temblequeando por los sopores de la borrachera de la noche anterior, empeñando la licencia de conducir para mitigar la resaca. Nunca faltaba un raterito vendiendo la poca mercancía que había obtenido en los riesgos de la madrugada a precio de ofrenda.

Mi padre siempre repetía la misma respuesta justificativa ante los reproches de mi madre, al ver una silla de ruedas o un par de muletas en calidad de compra o de empeño: «Si no lo hago yo, alguien más lo va a hacer».

Los clavos viejos que rescataba de las reparaciones, los coleccionaba en una olla tamalera. Si había un pedido pendiente de ebanistería, mi padre sacaba un martillo y un trozo histórico de riel de tren del cuartito de herramientas -el cual siempre protegía bajo llave como si escondiera un alienígena- y ordenaba a mi hermano René, de once años, y a mí, tres años menor, que enderezáramos los clavos de la temible y fastidiosa olla para reutilizarlos en el proyecto.

Nos turnábamos con el acuerdo de relevarnos cada vez que recibiéramos el inexorable pinchazo en los dedos. Muchos clavos eran de imposible rehabilitación por su estoicismo y las contorsiones sufridas durante el desarme.

MANEJO DEL ARTE

BRAHMA Y EL ALFARERO

Brahma y el alfarero

Para volar contigo quise un día
ser verso en la franquicia de tus ánforas,
hechizo a contraviento que enamora
tu pelo, tu perfume de muchacha.

Para vivir contigo canto a canto,
mi voz de hombre fractal junto a tu almohada,
vendí mi vocación de aventurero
al Brahma creador una mañana.

El creador me impuso ciertas normas:

«Todo negocio implica abonar tasas.
Alfarero te nombro, busca un reino
dimensional en otra de mis casas.
«El alfarero Juan”, ni los cometas
opondrán resistencia a tu palabra.
Las dunas se alzarán con tu prestigio,
los puertos, las marismas y alfaguaras.
Irás con tu Nereida a sembrar montes
de amor gemelar puro y nobles dádivas.
Pues solo allí podrás vivir con ella
la rueda de pasión que te arrebata».

Y el arancel pagué a las siete lunas
de Brahma por mi don y por tu alma,
por esta condición de construirte
mundos en otros mundos, novia amada.


Miserere


Después de tanta lluvia torrencial debería sentir, mi Dios, que reverdezco, que brotan de mis ojos ramales que conectan con tu infinitud universal y en el pelo una selva de ramilletes vírgenes.

Debería agradecer a ese Diluvio ser este nuevo hombre escribidor de pócimas sanadoras, agradecerte Dios cómo me enseñas a sentir este ahora en plena conjunción con el paso de los años. Pero hijo tuyo soy e igual a ti me hiciste, así que, no te extrañe si te reclamo al menos una parte de tus dones, solo para gozar del privilegio de provocar catástrofes ciclónicas que anulen la historia de su amor.

Te confieso mi Dios que muchos días quiero abrir esa caja de Pandora que todo mortal guarda en su armería y que no quede ni una sola señal sobre la tierra de ese oscuro querer que fue su amor.

En ocasiones quiero borrar mi humanidad, toda clemencia. Borrar de un solo golpe su historia de mi historia, su rastro de la sangre de nuestros hijos, sus noches de mis noches. Barrer con mi tormenta de nuevo semidios reverdecido todos sus orgasmos…

Borrar, mi Dios, del éter de tus días nuestro tiempo.


Maia


Alguna vez ayer, fui de un poblado
su guerrero mayor, guardián del templo.
Alguna vez di muerte en un combate
a un hombre y otra vez resulté yerto,
y fue mi funeral crisol de cantos
de antorchas y de ofrendas a los cielos,
mientras mi cuerpo ardía en la litúrgica
promesa de entregarme al firmamento.

Alguna vez, según me cuenta Brahma,
ayer, alguna vez fui marinero.
Fui mercader, fui paria, bailarina
en un burdel francés vendí mi cuerpo.

Hechicero, chamán y enterrador…
Alguna vez, también, hombre de versos.
Su voz me llama a ratos en la noche,
su voz nocturna y clara rompe el velo
y ya no sé en qué mundo vivo y ando,
si Maia es este cuarto en el que duermo.

Alguna vez, según la voz de Brahma,
alguna vez fui Juan, el de los versos.


Canción del enemigo

Dios, ya no cuento las veces que te invoco. Te pido no te quejes si todas las noches practico el mismo rezo:

Salud para mis enemigos, riqueza en su diario, equidad en la sed de sus venganzas. Fiereza en el combate.

Dame un púgil en igual condición sobre el terreno.

El enemigo primero, Dios, porque él es parte de mi signo, fractal inquebrantable en mis batallas.

Mi enemigo es el termómetro que indica los grados de temperatura que alcanza mi resistencia, mi enemigo me muestra mis debilidades, todas mis fortalezas.

Mi enemigo me muestra mi pasión contenida usando el arma. Esta arma nocturna hecha de huesos rotos y de muertos; esta voz de abecedarios inéditos difícil de entender, de contentar.

Te agradezco todas tus bendiciones, Dios.

Cuando mis enemigos se desbordan como un río salvaje, tú me levantas y lanzas tu manto sobre mí, me recuerdas que eres más creativo y justo condenando.

Me dices: «No te apures, Juan, deja todo en mis manos, cada Goliat que el destino te impone es la oportunidad de demostrarte quién eres realmente».

Luego ya estoy en paz como guerrero, y toca rendir culto a mi linaje.

Dios: cuida bien de mi hijo, dale luz a su espíritu.

Cuida de mi mujer.

Este hijo te pide que no se la devuelvas al Samsara. Déjala allí, ausente, tejiendo quién sabe qué nueva fechoría de maldad entre las sombras, porque sé que la luz también sabe cómo vivir oculta en las tinieblas.

Solo es cuestión de tiempo que ella la encuentre.

Dejamos muchas deudas sin saldar. Algunas ecuaciones irresueltas. Pudo más mi orgullo. No supe ser el hombre que querías, Dios.

Lo lamento.

Di más valor a mis espadas. Más valor a la carne, más valor a mis vicios, más valor a mi trono. Más valor a esa estúpida guerra de los miedos.

Lo reconozco, Dios.

Pero aún así te pido, no nos hagas pasar, una vez más, por el calvario de volver a querernos completamente a oscuras. Si algún día ella y yo volvemos a estar juntos:

Prende antes tu llama.

CONTRATAPA

«Cuando escriban la vida los buenos/al final, vencedores…»

Silvio Rodríguez

Los diarios de la guerra

Traduttore traditore

(el 7 del 10)

Estoy en duda de cómo traducir esta palabra al español desde el hebreo. No sé si es «levemente» o «ligeramente» humano.

Para el caso, siempre se me presenta el mismo problema: la frondosidad del español.

Resulta que como soy escritor cuando no soy soldado tengo un español algo frondoso y por lo tanto se me suelen presentar estas disyuntivas y como estoy en un mal momento, digamos que no percibo realmente si como me acaba de catalogar frente a otro compañero el muchacho que ya terminó de vomitar es: levemente o ligeramente humano, refiriéndose a mí.

«El comandante parece ligeramente/levemente humano».

Por lo menos, puedo imaginar en español que empleó un adverbio (ya que en hebreo es un adjetivo) que aporta a mi conducta una breve cualidad y no me transforma, como han sabido hacer otros, en un «inhumano» a secas.

Es que a pesar de lo que pueda sentir interiormente, si me permito sentir algo, termino como el soldado: vomitando y llorando.

Uno aprende a avanzar por las películas de horror viéndolas como películas; abstrayéndose de pertenecer al fotograma y considerar al fotograma por el que camina, solo eso: un fotograma que sucede a otro fotograma y así, conforman uno detrás de otro, un movie de terror.

Perder la compostura no está en mí y siempre me han cuestionado, bien no sé por qué, esa especie de frigidez mientras a mi alrededor hay llantos, vómitos e imprecaciones y rezos de todos los tonos y colores.

Yo puedo mantenerme fuera de la película y que todo lo que veo sea una película por la que camino como algo superpuesto, pero sin tener nada que ver. Algo como cosas de otros que no me afectan o que no deben afectarme.

Sólo es estar ahí, dotado de la más absoluta impermeabilidad, protegido en una coraza de amianto, incombustible frente a lo horroroso del comportamiento humano.

Mi coraza no tiene poros. Nunca tuvo poros.

Sé qué tengo que hacer y cómo debo hacerlo y de ahí no me saca ni Dios, porque si acaso en un momento me saliera de ser una figura pegada sobre un escenario que no le pertenece, me rompería irremediablemente en no sé cuántos pedazos que ya no podría volver a reunir, como es imposible reunir los pedazos que todos estamos viendo o buscarle los ojos a los niños a los que se los arrancaron o identificar el brazo de esos mismos niños entre el resto de brazos que hay aquí.

Quizás, es como el trastero de la juguetería de un monstruo, en el que podemos encontrar trozos de pequeños muñecos mutilados, sin ojos, sin brazos, sin cabezas y aunque revolviéramos las estanterías de ese monstruoso trastero calcinado, el estado de todo es tal que pegaríamos ajenidades hasta que todos esos muñequitos se transformaran en pequeñas creaciones de un nuevo y a su vez monstruoso Dr. Frankenstein.

Mi unidad nunca toma prisioneros. Mi viejo comandante solía decir que «esta Unidad no junta basura en cajitas y se la lleva de recuerdo».

Cuando ocupé la comandancia, apliqué a rajatabla esa premisa. Sin embargo, con estos jóvenes que no pertenecen a mi Unidad y que conforman una improvisada tropa de soldados de los caminos, hemos capturado algunos infiltrados. Quizás, el propio desconcierto nos lleva a no matarlos para que, a través de ellos, podamos entender con claridad qué es lo que está pasando.

Tuve que ordenar «capturen enemigos» pese a mis propios deseos de exterminio sin indulgencia que, generalmente, es lo que practico. Sin indulgencia.
Por eso, escuchar la expresión de ese joven soldado que ha vuelto a su menester, me ha llamado la atención.

Cuando mengüe este ensordecedor ramalazo de muerte, recordaré preguntarle por qué dijo eso, mientras me miraba extrañamente fascinado.
Termino de enterrar el pajarito en un hueco que hallé entre todos los huecos. Lo cubro con restos de tierra y escombro, en un jardín destrozado por el ataque. Aún sobreviven algunas flores.

Me incorporo, recojo mi fusil y sigo caminando como si la película volviera a rodar luego de una mínima interrupción de la energía eléctrica.

De: Levemente humano (cartas y diarios de guerra)

גברי אכנזי

EDITORIAL

La prosa, esa otra música

por Gavrí Akhenazi

Es una opinión instalada esa de que la prosa no posee ritmo a diferencia del poema, del que también se acota que un poema es casi una composición musical.

¡Cuán errado está en realidad ese concepto acerca de la prosa! Es de verdaderos ignorantes aferrarse a tal premisa porque justamente lo que hace fluente y seductora una prosa es, además de su contenido, la forma plástica que se imprime a ese contenido o sea, el ritmo, la cadencia, la singularidad sonora de los componentes del fraseo.

La elasticidad o plasticidad de una prosa depende exclusivamente del dominio idiomático del escritor ya que para construir sustancia armoniosa que atrape con su discurrir ágil al lector, es necesario concebir un ensamble sonoro elocuente, ajustado a los tempos necesarios y curvos que posee el idioma, o sea, aplicar un ritmo interno, un ritmo propio, que modifique con curvaturas la rigidez propia del fraseo.

Frente a la poesía con sus reglas y su técnica que cualquiera puede aprender si se esmera  –aunque tenga que escandir con los dedos para dar con el cómputo silábico que cuadre con el metro elegido– en la prosa hace falta una percepción artística notablemente más inaprensible, más delicada.

Un escritor trabaja en prosa con variantes invisibles y las aplica para virar, en cualquier momento, de acuerdo a aquello que esté intentando reflejar.

La prosa no posee convenciones como sí podemos ver en un poema con métrica y con rima construido en base a ajustarse a ellas.

En la prosa, el sonido y su movimiento, el flujo de fraseo y su color se modifican en estilos variopìntos según  aquello que el narrador esté intentando transmitir a su lector.

De ahí que para un escritor que se precie de serlo es imprescindible conocer el peso exacto de las palabras que emplea en el armado de cada una de las ideas, ya que cada palabra es o representa un matiz, algo específico y único que, en realidad, no admite sinónimos si uno decide emplear el potencial de cada vocablo en el espacio justo en el que ese vocablo y no otro, cabe.

 Entonces, cuando se sabe mensurar el justo peso de cada palabra según cómo ésta se coloque en el puzzle de la armonía contextual, se consigue centrar todo el interés de la idea.

Basándonos en la elección y en la posición en la que ajustamos los términos,  podemos impactar en el lector tan solo con una palabra que, colocada estratégicamente y persiguiendo su único y exclusivo matiz, logre asombrar o conmover.

Aunque en la actualidad todos escriben y cualquiera se llama a sí mismo escritor porque consigue redactar decorosamente (y a veces ni eso) dentro de los cánones primarios de la escritura, la prosa narrativa (y por qué no las otras) requiere muchísima más elaboración que el poema para alcanzar calidad pero por sobre todo, requiere dominio, léxico, conciencia sonora, estilo estético, sutileza, minuciosidad y búsqueda.

Narrar no es soplar y hacer botellas como piensa la mayoría.

Narrar es proponerse construir una verdadera catedral solo con el idioma en que se narra.

NARRATIVA

John Madison – Cuba

Bolleré (fragment0)

Hace mucho que mi hijo dejó de visitarme en sueños. Pero aún sigo creando esas secuencias en su compañía, aunque ahora ya tengo la capacidad de llevarlo a cabo sin la obligatoria necesidad de alterar mi conciencia como recurso infalible para mantener sus recuerdos intactos.

Aún sigo siendo un fiel consumidor de cannabis. Pero ya no creo formas ni subrealidades, ahora la yerba opera como un vehículo conductor que transporta mi conciencia a una zona segura de completo relax. Mi entrada en la fase de sueño es inmediata y reparadora, aunque hoy, en especial, no lo ha sido.

Son las cinco de la mañana. Estoy tendido en la cama abrazado a mi perro, Drako. Él, partícipe de mi sobrecogimiento, se pega a mi cuerpo con denotada ansiedad. El pobre no alberga la más remota idea de ser el protagonista principal de mi nightmare, a título compartido con mi difunta esposa.

En ocasiones, los encuentros oníricos con ella son aterradores.

Necesito un café, además de una conversación con mi mujer.

«Buenos días, mi amor. Te extraño mucho», digo, ya en el jardín. Bajo el olivo que guarda sus cenizas.



Gavrí Akhenazi – Israel

Niño del laberinto

Miro a mi niño fiel. Miro su demacrada fidelidad de perro con hambruna de dueño y regreso a explicarle que el camino nunca se hace de a dos; que siempre en el camino hay una encrucijada que se toma de noche, distraídos quizás y entonces, la soledad ocupa el costado ocupable. De preferencia, que te ocupe el izquierdo, le digo, porque de ese lado está tu corazón y siempre es mejor estar solo que falsamente acompañado. La soledad jamás te traiciona. Avanza de tu mano, te lleva en brazos cuando el cansancio truena en tus rodillas y te ofrece un pecho firme cuando la reflexión es perentoria.

Mi niño fiel me mira en el espejo y veo cómo asimila sin demasiado esfuerzo mi mirada. Veo mutar sus ojos, mansamente, en un jeroglífico inconmensurable por el que solo él podrá caminar desde el cansancio.

Miro a mi niño fiel que ha diseñado a mano alzada su propio laberinto con setos metafísicos y lianas vigorosas que atrapan con sus flores sangrientas a los rayos de luz. Lo miro, satisfecho como un emperador espeluznante, protegido en su propia Ciudad Prohibida, solo y a merced de sí mismo y sus proezas.

Desordeno mi fidelidad. La corto en trozos que dejo sobre espasmos de sol, para que se agusanen mientras se secan con la estólida laxitud de lo muerto.

Basta que des la espalda
, le digo al niño fiel cuya mirada en el fondo final del laberinto, es un manto de espejos que deforman sus ojos y su fe, y aquello en que creías se corrompe. Pero eso no es lo malo. Lo malo es entenderlo; darse cuenta.

Mato a mi niño fiel. Solo lo mato.

No sirve para nada y espero que nunca más se obstine en renacer.

PLATÓN, APOLOGÍA DE SÓCRATES

por Silvio Rodríguez Carrillo

Este libro de Platón es una versión recreada del discurso que ofreció Sócrates como defensa frente al tribunal ateniense cuando fue acusado de corromper a la juventud y de impiedad. La acusación la hacen Meleto, que es poeta, Ánito, que es político, y Licón, que es orador, quedando entonces representados los tres grandes grupos contra los que Sócrates había venido arremetiendo en su vida pública. Por otra parte, Sócrates también se expresa respecto de los acusadores anónimos, es decir, respecto de todos los hombres que durante muchos años han rumoreado en su contra, independientemente de los que lo llevaron a juicio.

El protagonista recuerda que Querofonte al consultar al Oráculo de Delfos recibió como respuesta que no había nadie más sabio que Sócrates, y que desde entonces se empeñó en demostrar que el Oráculo estaba equivocado. Fue así, que comenzó a interrogar a poetas, políticos y oradores, descubriendo que estos, creyendo saber, en realidad no sabían, en tanto que él mismo, al reconocer que no sabía, era más sabio que ellos, que finalmente la sabiduría era territorio de los dioses y que frente a ella el conocimiento humano apenas valía algo. Esta actitud hizo que ciudadanos prestigiosos se volvieran adversarios y acusadores.

El tribunal lo encuentra culpable, y Sócrates, antes que protestar, propone un castigo un tanto inusual: participar en las comidas del Pritaneo. Esto era un privilegio del que gozaban los atletas y algunos contados ciudadanos destacados, es decir, Sócrates estaba convencido de ser un benefactor y no un criminal. Obviamente el tribunal rechaza su propuesta, entonces Sócrates propone pagar una multa de una mina, que era lo que podía pagar, monto que se rechaza, a la sazón, sus amigos aumentan esa cifra a 30 minas, pero la asamblea encuentra que es muy poco y condena a Sócrates a muerte vía envenenamiento.

Ante la condena a muerte, Sócrates tampoco pierde la calma, y se dirige a la asamblea expresando que el veredicto en su contra no se debió a la falta de argumentos en su defensa, o a algún error en la presentación de su razonamiento, sino, justamente, en que en ningún momento cedió a asumir una postura que no era la suya propia, sincera y verdadera. Esto es, el gran filósofo sabía que podría parecer soberbio ante los ojos de los demás, pecaría de ingenuo si no lo supiese, pero no tenía alternativa, actuar de otra manera sólo implicaría ser un hipócrita.

Es un libro que nos hace reflexionar acerca del egocentrismo y la vanidad característica de la mayoría de la gente de poder, como también de la gente corriente. Pensemos en cuán duro es que nos señalen que ignoramos muchas cosas de la materia en la que nos sentimos maestros, a menos que vivamos con la actitud de ser eternos aprendices. El libro cierra con estas palabras del maestro: «Pero ha llegado la hora de que nos separemos; yo, a morir; vosotros a vivir. Quién de nosotros se encamina hacia un destino mejor, es un enigma para todos, excepto para los dioses».

FICCIÓN O REALIDAD, LAS PREGUNTAS DE LA IMAGINACIÓN

por Gavrí Akhenazi

Le he dado muchas vueltas al pensamiento de que para escribir sobre algo es preciso estar en franco contacto con aquello sobre lo que se escribirá, lo específico, lo que resulta real y tangible.

Todo aquello que se ve y también  lo que se percibe es la base de la escritura, los cimientos que le dan forma a las preguntas que las realidades hacen brotar desde nuestra percepción más allá de nuestra objetividad de observador.

El proceso creador se fundamenta, muchas veces, en las interrogaciones inconscientes, esas que se disparan desde nuestro poder de observación y que construirán un caleidoscopio con aquello observado, dando de este modo paso real a la imaginación subsecuente para recrear lo ya conocido transformándolo en algo por conocer.

La realidad exterior puede ser limitante para muchos observadores, pero no  con los creativos, sino que, muy por el contrario, producirá todas esas preguntas necesarias para deconstruir lo tangible y reconstruirlo  ya que la escritura será el medio lógico para obtener ese resultado de reconversión.

La escritura y todos sus interrogantes, por caso, se transforman en una herramienta de autoconocimiento, donde se entretejen las diversas realidades que involucran al escritor ya sea desde la vivencia o desde la observación.

Es cuando todas esas realidades asimiladas e interrogadas se fusionan que dentro del individuo se ha abierto camino el hecho literario.

Una vez que hayamos conseguido dominar todas las ideas de nuestra imaginación reconversora de la realidad, la efectividad del proceso comenzará a signarse por las estructuras de las oraciones mediante las cuales plasmar la fusión. Básicamente, esto se logra con el ordenamiento de los elementos narrativos para que no se vea afectado el significado final de lo que estamos buscando transmitir.

Todo creador posee dos tipos de conocimiento: el de la realidad que lo rodea y el que tiene acerca de sí mismo.

La indagación profunda lleva consigo un constante experimentar con la creatividad de modo que la producción obtenida se transforma en un ejercicio de búsqueda que consiga relacionar lo conocido con lo percibido sin que en este último parámetro haya una verdadera certeza sino, más bien, un tamiz propio que dotará a la obra de la necesaria impronta que diferencia a unos de otros.

Es la imaginación recurrente sobre el reflejo que el exterior produce dentro de quien lo percibe, aquello que terminará por ser proyectado en la escritura.

Cómo un escritor indaga sobre lo que percibe es lo que definirá la fuerza o la intrascendencia de su narrativa, porque es lo que le otorgará, sin duda alguna, la voz que lo distinga.

MISCELANEAS

Silvana Pressacco – Argentina

Disparos en mis pausas

No hay remiendos, no hay parches
ni curvas hacia atrás
en la línea del tiempo.

*

De qué sirve conocer la mejor receta si nunca la experimentas con tus manos.

*

Escapar nunca fue una de mis soluciones posibles.

No es salida real aquella puerta que no deja pasar a todos los míos.

Pueden observarme cansada en el campo de batalla, incluso creer que no tengo armas suficientes pero nunca dejaré de ser una guerrera.

La tristeza regresa para recordarme que hay motivos que no me convencen como para resignar la lucha.

Hay tiempos de tregua para recuperar aire y elevar la espalda de nuevo.

La paciencia es mi arma más poderosa.

Cuando renazco mis ojos hablan mil idiomas y mi lengua es un arsenal.

Hay luchas que ya no enfrento porque desgastan y aprendí que el tiempo, como el soldado más leal, anota a mi favor .

Cuando lave los pensamientos oscuros que con frecuencia me visitan podré vislumbrar el propósito de mi vida.

Debo lograr un equilibrio interno para superar todos los frentes que atacan mi felicidad.

Es difícil lograr la felicidad plena si antes no aprendo a vivir en armonía con todo lo que vive, con el otro y con el mí mismo.

Si no tienes concordancia entre tu hacer, tus intenciones y metas tampoco tendrás suficiente equilibrio para avanzar por el filo de la vida.



Leonardo Zambrano – USA

Valores

¡Estamos llenos de ciegos y muchos sin valor!

El silencio no es artificial…

Hay que tener valor y piel de luna
si su luz es animal entre tus ojos rayando…

…Hay que valorar ser libre en el Mar Negro.

Hay que caminar sin sandalias
y saber evadir las otras piedras…

Hay que pintar los adioses que el labio oculta,
aún cuando el silencio ocupe las muertes escondidas…

¿Cómo poder documentar la voz?
Si el silencio asalta el verbo sentido…

Somos un espacio en la línea de otros…

Quisiera regresar a mi inocencia
y no depender de la ignorancia…



William Vanders – Venezuela

Pérdidas

Perdí mi nombre, no puedo recuperarlo. Mi alma es fémur solitario en playa escondida.

Perdí mi alma, sigue extraviada. Mi bahía es cardonal de emociones sin agua.

Perdí mis instintos… ya no hay arena sobre la que pueda dibujar la carne de mi espíritu, la boca del silencio, el abrazo de las manos, la soledad del consuelo, la tragedia de la pausa, la calma de la prisa, la palabra que mata.

Perdí todo, ahora soy tronco muerto hecho de origen.