Aire: libro de poemas de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo, por Ruffo Jara

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Ficha del libro

Título: Aire
Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Publicado: 17 de Junio de 2014
Género: Poesía
Edición: Primera
Editor: Dualidad 101 217
Páginas: 226
Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana
Tinta interior: Blanco y negro
Peso: 0,39 kg
Dimensiones en cm: 14,81 de ancho x 20,98 de alto
ISBN: 9781291890815

Prólogo del libro

La poesía paraguaya, a pesar de su todavía relativamente escasa proyección a nivel internacional es, sin embargo, rica en escritores que supieron plasmar los sentimientos y emociones tanto buenos como malos, alegres o tristes, y las virtudes y hazañas que forjaron a su pueblo y su historia, con la particularidad de que esa poesía ha sido y es expresada tanto en castellano como en nuestro idioma vernáculo, el guaraní, algo que le otorga una dimensión diferente, permitiendo elevar de esa manera su poder de expresividad.

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo pertenece a la nueva generación de escritores paraguayos y es, sin lugar a dudas, el más prolífico de cuantos han nacido en esta tierra sudamericana, a pesar de su juventud, que en este caso no es equivalente a inexperiencia.

Conozco a Silvio desde hace mucho tiempo y aún recuerdo cuando ya de muy jovencito garabateaba escritos en hojas de papel, en alguna agenda, o en cualquier espacio en blanco que llegara a encontrar. Ese impulso de decir, esa sed que sólo se apaga con bolígrafo y papel en mano, ya los tenía incorporados desde siempre, digamos, como una suerte de estigma, como una urgencia apremiante que lo lleva inevitablemente a un constante retorno a sí mismo, a sumergirse dentro de sí una y otra vez para reencontrarse y encontrar en su alrededor nuevas facetas que amplíen y afinen su mira de la realidad multidimensional.

“Aire” es parte de una serie que el mismo au-

tor denomina “Los elementales”, de los cuales tres ya salieron a la luz y el cuarto está en preparación. Pero este libro en particular es una versión nueva y retocada del original y nace doce años después de éste. Digo versión nueva porque los poemas están estructurados en base a métricas bien definidas que dan lugar a diferentes formas poéticas a lo largo de los cien poemas que componen el libro. El autor se propuso hacer esta revisión pero conservando en lo posible el fondo que subyace dentro de cada escrito y vistiéndole con un ropaje nuevo. Una apuesta para nada fácil y una tarea que puede llegar a resultar agobiante, si se tiene en cuenta lo complicado que debe ser volver a sintonizarse con ideas, pensamientos y experiencias que se vivieron tanto tiempo atrás.

De todas maneras el trabajo resultó óptimo. Desde mi punto de vista, “Aire” resulta un libro que roza lo genial. La vastedad temática, la densidad del contenido, la perfección del continente, el tremendo despliegue emocional y la fuerza trascendente que arrojan las ideas, hacen que el lector quede atrapado en esa complejidad que se nutre de las espléndidas y misteriosas profundidades de lo más íntimo del ser. Pero así, atrapado, es como uno debe estar para, a medida que se vayan encontrando las claves a los complejos mensajes que abundan en el poemario, poder ser capaz de comenzar también un crecimiento a la par de lo que Silvio propone, pues en materia de conciencia, lo difícil expande, mas lo ligero entorpece.

Silvio busca, recorre, bucea, serpentea, vuela y grita sus certezas. Todo para él puede convertirse en aprendizaje y desde ese aprendizaje generar una espiral ascendente en donde el límite se pierde de vista en las alturas. Él tiene mucho de arcano, de hermético, de profeta y de filósofo, pero sabe que lo espiritual no puede separarse demasiado de lo material y así, elabora una poesía que oscila entre lo alto y lo bajo, entre el ruido del mercado y el silencio de una ermita, entre el ritual de las ceremonias antiguas y el griterío de un gol en las gradas; en fin, entre lo que él mismo gusta llamar “almacén y monasterio”, desmintiendo la creencia de que en lo burdo no se encuentra también la divinidad.

A veces es difícil encontrar una exacta división entre lo concreto y lo metafísico, dado que lo que se ve obstaculiza de muchas formas la captación de lo suprasensible. Sin embargo, siempre queda esa sensación de sorpresa al toparse con alguna idea o frase que remueve desde dentro una verdad que definitivamente nos completa. La intuición dormida se despierta en esos momentos y es como si cayéramos en cuenta de algo que ya sabíamos o al menos lo sospechábamos. Así me ha venido ocurriendo desde que comencé a leer a este extraordinario escritor, un constante hallazgo de perlas raras, colores inusuales, imágenes de un “nosotros mismos” en otros planos.

Y es eso lo que genera la lectura de “Aire”, un completarse cada vez más, momento a momento, de manera recurrente y a intervalos cortos, porque lo que se dice aquí es mucho, quizá demasiado, y los endecas, alejandrinos, sonetos, décimas, romances, etc., brillan con una luz tan intensa que son capaces de cegar a quien no lleve algún tipo de “filtro” para tamaña luminosidad.

Poeta trascendental, así podría llamar a este sutil y profundísimo escritor, que en cada palabra, en cada verso va dejando una parte de él, un pedazo de su propia vida, para que nosotros tengamos el beneficio inmenso que se obtiene de los que buscan, encuentran y en lugar de guardar ese hallazgo sólo para ellos, lo comparten.

Ruffo Jara

Cuestión de equilibrio / La libido textual / Vanguardia / Ábrete vida, por Morgana de Palacios

The Morrigan, por Jessica Galbreth

Cuestión de equilibrio

A mí me tocan los malos
como a las dulces los buenos,
los asesinos me tocan
los torcidos, los rastreros,
los amargados profundos,
los pozos de desespero.
A mí me tocan los hombres
más oscuros y siniestros,
los de la ira en la boca
y el maltrato entre los versos,
angustiados dominantes
con la lengua de escalpelo
y una serpiente pitón
durmiéndoles sobre el pecho.

A mí me tocan halcones,
cuervos, buitres carroñeros,
como a otras con más suerte
tortolitos abrileños
con las tragaderas amplias,
limpitos y bien dispuestos
que no levantan la voz
ni te alborotan los sueños.

Me tocan los afilados,
los que cargan los acentos
en la cara de la vida
que se oculta al pensamiento.

Los torvos que deambulan
por el bajo astral del cuento
y ajustan todas sus cuentas
sin pedir cuentas al viento.

Los locos y los suicidas,
los kamikazes de acero,
los que esconden en el alma
un arsenal de misterio,
los malditos no poetas,
los gurús de mal agüero,
los arúspices que en prosa
te desentrañan el cuerpo
y se vengan del amor
con los gritos del silencio.

Y así podría seguir
hasta el fín del sentimiento
hablando de hombres capaces
de provocar aguaceros
que te anegan los instintos
mientras se arrancan el cuero
y te lo ofrendan sangrante
alguna vez que son tiernos.

Y no me asusto ni espanto
ni se me eriza el cabello
ni trastabillo furiosa
ni me acobardo ni rezo
ni temo a dioses menores
aunque tengan ojos negros,
porque es cuestión de equilibrio
y hasta es justo que en el tiempo
a una muerta como yo
sólo la quieran los muertos.

La libido textual

No toca techo la libido textual
y sólo toca fondo
si se abre de piernas a la muerte,
deriva
salta
gira
se deprime
se le quitan las ganas y recupera el ansia
violando silencios
pese a las alambradas de la mente.

Mata la realidad que no le excita
y la recrea, tan en exclusiva,
que entra en erección al roce de las letras
suspira
llora
gime
 y se refleja
en la húmeda piel de los orgasmos.

Una sigue escribiendo, embarazada,
vulnerabilidades
y dando a luz los monstruos de la tinta
como si un padre oscuro los amara.

Ábrete vida

Ábrete, vida,
y admite que la muerte va contigo,
unida a la virtud como el pecado.

No tengas miedo, vida,
y ábrete,
que no te desbarate el maltrato del tiempo
imponiendo cerrojos a tus puertas.

Humedécete, vida,
ábrete
de ojos y de piernas,
de misterios,
que tengo que explorarte todavía
con la inocencia rota
y los dedos de agua.

Hasta el olvido, vida,
á————–bre————–te
y cumple tu función de prostituta
que voy a penetrarte con todos los sentidos
como si fuera un hombre enamorado.

Ábrete, vida,
ahora
que tocan a rebato las campanas
de todos mis silencios.

Vanguardia

Yo no voy con las modas,
no me adapto
a su veneno tópico y efímero.

La vanguardia soy yo, desde intramuros,
auriga de mi tempo
y nadie va a decirme qué registros
he de emplear, qué fibras
he de tocar,
qué pedante origami
he de poner en vuelo para darle
placer a algún estúpido aburrido,
ni cómo seducir una mirada.

Yo salgo con mi jaula vacía
a las calles de todos
a los campos de nadie
en busca de los pájaros del sueño
que alguna vez insomnian en mi lengua
antes de suicidarse
en algún viento alisio atormentado.

No me derramo en lágrimas
por prescripción de algún facultativo
ni río, escandalosa,
después de haber vaciado
la botella del ansia.

No me sujeto a voces moralistas
ni me escudo
en la crudeza estética del trampantojo porno,
y no ando, famélica,
a la caza de reconocimiento,
como pueda pensar la muchedumbre
de poetas esclavos de la gloria.

El rostro de la fama, inexpresivo,
no me atrajo jamás.

Soy la caligrafía del silencio
que íntimo me grita,
cuando quiere vivir de muerte súbita,
orgasmo en la garganta.

Un graffiti pulsante en algún muro
que el tiempo borrará
sin una duda.

Acerca de Morgana de Palacios

Rebelión / Honestidad / Insensibilidad / Resurrección, por Mariví González

Rebelión

Hoy no voy a fingir, no voy a ser
un pilar de cordura que soporta
toneladas de escombros.

Mi boca es un cajón lleno de bastas.

No tengo ganas de volverme lluvia
ni de inventarme dócil,
ni quiero ser el apellido manso
del nombre de un ciclón.

Me duelen demasiado las rodillas
de arrastrarme en el barro del aguante
sin pegar cuatro tiros al silencio.

No contaré hasta diez una vez más,
se sublevó el hartazgo de mis hombros
de tanta sumisión que se callaba
todos los desacatos.

Hoy
no tengo ganas de morir de espera
ni de atrapar distancias,
ni de abrirme las venas de la angustia.

Ni quiero otra tristeza para la colección.

Así que me proclamo como un grito,
una enajenación que no concluye,
un huracán de olores a tormenta.

Un espécimen raro que se atreve
a romper el estúpido sosiego
de la resignación.

Honestidad

Se ha vuelto a quedar sola, despojada,
en otro déjà vu descalabrado,
con los dedos vacíos de otros dedos
y los ojos resecos de costumbre.

Sólo dice verdades sin rincones,
sin escudos ni sombra agazapada,
pero vierte su voz en solitario
e insiste en despeñarse en precipicios
donde aguardan melosas las mentiras.

No logra acostumbrarse a tanta trampa
enterrada en esperas, ni comprende
tanto mayo matando mariposas,
tanta esquina vestida de llanura.

Quizás es porque siempre fue descalza
y no sabe jugar a los disfraces
ni a promesas con sílabas de olvido.

Quizás sea su eterna desnudez.

Pero a estas alturas de la nada
conoce cada palmo de la ausencia
y se muerde los labios de la fe
tragándose su sangre entristecida.

Y encuentra su refugio
en la indulgencia de su nombre limpio.

Insensibilidad

Empieza a hacerse tarde en lo sensible,
se endurecen las cosas y los mundos
de tanto no abrazarlos, de tanta dejadez
acumulada en las esquinas frígidas
por las que el tiempo huye.

Ya no hay templos que recen al futuro,
ya no hay que llamar a gritos al olvido.

Va pasando el silencio y a su paso
deja un rastro de frío inconmovible
que impide transparencias.

Se erosiona la magia,
palidece el asombro,
se congelan los ojos de la sangre.

Empieza a hacerse tarde en los recuerdos
y hay una piedra más sobre la nada.

Resurrección

Cuando todo parece inevitable
y nacen madrugadas de mis dedos,
cuando toco la sombra de los miedos
justo entonces me vuelvo inagotable.

Cuando quieren hacerme despreciable
y se anudan con fuerza los enredos,
cuando el negro me cubre hasta los credos
resurjo como un ave, inexorable.

Y aunque puedan mis alas de cristal
parecer cicatrices que naufragan
la ternura del viento me hace fuerte.

Porque no existe nada más real
que estas ganas de vida que me embriagan
después de cada herida y cada muerte.

Acerca de Mariví González

Revista Ultraversal edición número 2

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Editorial » El asunto del rol en la narrativa convencional » Por Gavrí Akhenazi

Sumario

In memoriam » Vicente Mayoralas » Por Isabel Reyes Elena
Prosa » Textos Exclusivos » Por Rosario Alonso
Reseña » Hojarasca al este de New York: un libro de Alex Augusto Cabrera » Por Arantza Gonzalo Mondragón
Poesía » Patio de luces / Gusanitos de luz / En blanco y negro » Por Juli Mediavilla
Artículo » Recursos literarios (segunda entrega) » Por Enrique Ramos
Poesía » Recuerdos  » Por Leo Zambrano
Prosa » Mundo biblios / Metamorfosis » Por Eva Lucía Armas
Poesía » La vida en blues / Ceguera del agnóstico / Ha pasado un ángel » Por Jordana Amorós
Los juegos del hambre » No es lo mismo predicar que dar trigo » Por Gavrí Akhenazi & Morgana de Palacios
Poesía » No volveré a ser poeta / Haikúes / A pluma rota / Solus coniuncti, possumus » Por Manuel Martínez Barcia
Artículo » Relecturas » Por Gerardo Campani
Poesía » Como por Ella entonces / Sumando en armonía / Donde habita el olvido / Tan fértil » Por Mercedes Carrión Masip
Entrevista » Rosario Vecino » Por Rosario Alonso
Reseña » La mínima rebelión de la crisálida: un libro de Mariví González » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Poesía » De mañana / Viento del norte / Recuerdos del Edén » Por Javier Garrido Ramos
Prosa » El “Escalado” » Por Luis García Centoira
Poesía » Duelo por piratas / La fuerza oscura de la luz 1 & 2 / De finales sin principios / Sigo » Por Jorge Ángel Aussel
Artículo » Comenzar a escribir » Por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Staff

EDICIÓN NRO. 2 – SEPTIEMBRE 2015
Dirección general
Subdirección
Redacción
Diseño & diagramación
Ilustración de tapa
Aspid con ibis y escarabajo

Autores que aparecen en esta edición
Enrique Ramos
Leo Zambrano
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Editorial de la edición número 2 de la Revista Ultraversal, por Gavrí Akhenazi

El asunto del rol en la narrativa convencional

Cuando un escritor enfrenta el desarrollo de la idea narrativa y debe comenzar a plasmar todos los detalles que compondrán el texto, descubre que el trabajo de explayar una idea tiene resortes mucho más complejos que no se contemplan dentro de la idea original, que es lo mismo que una semilla.

Un escritor tiene una idea o sea una semilla.

Sabe por ejemplo que es una semilla de cerezo  y tiene más o menos una idea “normal” de cómo es un árbol de cerezo. Ese será su marco. Pero luego, cuando comienza a germinar la semilla, resulta casi imprevisible la cantidad de brotes que surgen a medida que se enlazan las acciones entre los planos y sus habitantes.

La narración es algo prácticamente imprevisible, incontrolable inclusive hasta para el autor que de lo único que es dueño, por volver al ejemplo anterior,  es de “una semilla de cerezo” que “teóricamente” por ser una semilla de cerezo dará un árbol de cerezas, aunque a veces, ni ese postulado se cumple y aparecen otras frutas colgando de las ramas.

Por ser la narración un trabajo de relativa longitud, es una especie de monstruo autofecundante, que se gema a sí mismo en cada oportunidad que tiene de concebir un orgasmo, así que el escritor enfrenta ese imperioso afán copulador que tiene el ente con el que trabaja. Por ejemplo, los roles protagónicos.

El autor normalmente parte de la trilogía: protagonista, agonista, antagonista y seres anexos que pueden ser diferentes o comunes a las tres posiciones de rol protagónico.

De repente y a mitad de trama, advierte asombrado que el planteado como “antagonista” es tan rico en matices, tan complejo psicológicamente y tan especial en sus acciones, que comienza a opacar al protagonista o por lo menos, a resplandecer a su par de tal manera que el autor  —mientras termina de darle forma a esa novela— ya se ve exigido por esa otra personalidad naciente a escribir una nueva, en la que ese original antagonista se transforme en protagonista.

También sucede con algunos personajes secundarios que no pertenecen a la trilogía, pero que, en un punto dado, es tal el clima creado a su alrededor o tan oportuna y fascinante su intervención, que el autor comienza a buscar las causas de ese “desborde” y termina asombrado por las virtudes de un personaje con el que capítulos antes no contaba.

Y también sucede el hecho inverso.

El protagonista resulta ser un anodino intrascendente del que es prácticamente imposible remontar la personalidad y queda allí, tristón y sin rasgos, abúlico y desteñido.

No se trata de imprimir personalidades ponderosas a los protagonistas y obligarles a mantener el tipo, porque con el transcurrir de los capítulos, ellos mismos demuestran sus facetas desconocidas y humanas y van transformándose, mal que nos pese, en lo que realmente son.

El autor bosqueja a sus personajes. No los conoce, realmente.

Abre una caja con varios muñequitos, los bautiza, los pone en un retablo y ellos, extraordinariamente, cobran vida a medida que oyen el tiqui-tiqui-tiqui de las teclas y empiezan a escribirse, prácticamente, solos.

El autor que no permite que sus seres imaginarios (aunque sean reales, dentro de la cabeza del autor son seres imaginarios) se desarrollen y trata de luchar e imponerles personalidades a sus ficciones humanas, rara vez resulta convincente.

Esa es la magia del trabajo literario narrativo: la espontaneidad de lo que el autor no conoce de sí mismo y que se plasma como un acto místico en el papel.
Un autor que pueda conseguir que la novela “se escriba sola”, será ampliamente versátil y podrá explorar y explorarse, en todos los tipos de género y con todo tipo de argumentos.

Los personajes jamás mienten.

Son los autores los que, como quien domestica a un tigre, los obligan a mentir a fuerza de rigor, siguiendo un argumento.

El argumento es solamente la tierra del camino. Todo lo demás es la magia que nace del don y que es inexplicable para quien no la haya experimentado.

Todos los hombres estamos llenos de seres que desconocemos.

El escritor les permite hablar de sus historias. Es el ghost writter de su propia pluralidad.

Acerca de Gravrí Akhenazi

Textos Exclusivos, por Rosario Alonso

Me gusta el olor que desprenden los libros polvorientos. Estar rodeada de ellos me proporciona una inexplicable sensación de calma. A la luz de los fluorescentes que iluminan este sótano, convertido en almacén de libros, ojeo un ejemplar único, del que he tenido noticias hoy mismo.

Juan me telefoneó esta mañana para anunciarme su último y más extraordinario descubrimiento: el ejemplar de un libro del siglo XVIII, escrito en castellano antiguo pero de autor desconocido y contenido aún por descubrir. “Textos Exclusivos”, se titula.

Tardé poco en vestirme y, de forma precipitada, me dirigí a la librería de mi amigo. Tuve que llamar a la puerta, porque el local estaba cerrado. Vi a Juan en el interior, visiblemente nervioso pero con una alegría que se desbordaba por momentos.

—¡Es lo mejor que he encontrado en mi vida de librero! –me dijo nada más penetrar en el local– De hecho, no lo he puesto a la venta porque me lo pienso quedar. Lo siento —su lamentación fue un mal presagio. Yo pensaba ofrecerle un buen precio si el ejemplar mere-cía la pena.

A continuación descendimos por unas estrechas escaleras al polvoriento almacén que Juan, a lo largo de muchos años, había convertido en una biblioteca improvisada, aunque reservando un pequeño hueco para situar una mesa y una lamparita y convertir aquel rincón en un despacho.

Las paredes estaban cubiertas de estanterías y en sus baldas se acumulaban enciclopedias completas, volúmenes sueltos, manuales de todas las ciencias y artes, novelas rosa, negras… de todos los colores. En algunos lugares, a falta de estantes, los libros, acumulados unos encima de otros en altos rimeros, se convertían en columnas de papel que quisieran sostener el bajo techo.

A la luz de la lamparita sobre la mesa de roble del almacén, Juan me mostró el lujoso ejemplar causa de nuestro precipitado encuentro.

—Sólo he tenido tiempo de leer la primera página y, curiosamente —me dice—, el libro empieza con una cita entre un librero y una clienta para hablar de un manuscrito que el primero ha encontrado. Es una sorprendente casualidad —añade tras descubrir en mi rostro una muestra de asombro.

Comienzo a leer y he de darle la razón. Paso la página y las palabras escritas, hace siglos, reviven para infundir cierta aprehensión de la que no sé el origen. Juan, como siempre se retira con cualquier excusa y sube. Sabe que me gusta ojear estos libros a solas, porque hay placeres que sólo se pueden saborear en la soledad.

Así, bajo la luz amarillenta, no puedo contener mi impaciencia. Obvio la encuadernación de cuero negro, sus letras doradas, desgastadas por el tiempo y el olvido. Y leo. Y en la lectura me sumerjo en un pasado que se hace presente, como si el autor o autora de este libro estuviese a mi lado, observando cada movimiento, cada gesto, cada silencio.

De pronto, algo salta junto a mí. Me echo a un lado, atemorizada, e imagino que alguna rata está allí delante, dispuesta a clavarme sus colmillos. Solo encuentro un gato canela que maúlla cansinamente. Tan asustado como yo, vuelve sobre sus patas y sale por el único ventanuco del almacén. Riéndome de mí misma cierro la ventana y vuelvo a la lectura inacabada. Para mi sorpresa, en sus lí-neas encuentro a la mujer y al gato, contados con tal minuciosidad de detalles que pareciera que el autor estuvo presente apenas unos minutos antes, en esta misma habitación.

Una inquietud creciente me invade. Quizá debería dejar la lectura, subir con Juan y olvidarme de todo. Hay momentos en los que la mente ha de limpiarse de los aires mefíticos que la enturbian, sobre todo si se ha respirado el polvo de muchos años.

Pero no, sigo. Al continuar desbrozando el camino literario las alarmas se encienden. ¿Casualidades o causalidades?  En el libro, una novela cae de un estante y provoca un gran ruido al golpear contra el suelo. Escucho. Sólo tengo tiempo de atisbar, entre las penumbras que rodean el halo de luz. Hay un libro sobre el suelo. Siento mi sobresalto. El libro, este libro extraño que Juan ha dejado en mis manos, es más de lo que parece, concluyo y mi corazón se acelera.

Avanzo en la lectura, cada vez más ofuscada por descubrir entre aquellas páginas la clave de tantas casualidades, y cada vez más nerviosa al releer la historia de todo lo que me ha acontecido y sigue acaeciendo en cada minuto de esta mañana llena de enigmas.

Mi lógica de las cosas me hace dar un paso más. Me digo que por qué esperar tanto tiempo si puedo saber cuál es el final. Así que paso todas las páginas de golpe y llego hasta la última. No me atrevo a leer.

Asustada estoy, pero la curiosidad me obliga a una mirada sobre el último párrafo de la página: “Y entonces ella escuchó el sonido de las pisadas que descendían por las estrechas escaleras. Eran pasos lentos, furtivos, como si el que los provocase arrastrara los pies al darlos.  Ella, entonces, levantó la mirada del libro que leía y giró la cabeza…»

Acababa la página cuando escuché, con una nitidez aterradora, esos pasos lentos, pausados, cautelosos que, procedentes de la escalera, se acercaban a mí.

Acerca de Rosario Alonso

Hojarasca al este de New York: un libro de Alex Augusto Cabrera, por Arantza Gonzalo Mondragón

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Ficha del libro

Título: Hojarasca al este de New York
Autor: Alex Augusto Cabrera
Año: 2012
Género: Poesía
Editorial: Imagine Cloud Editions, La Florida, EEUU
Páginas: 158
ISBN-10: 1496061217
ISBN-13: 978-1496061218

Alex Augusto Cabrera (Lima, 1967) es un poeta que escribe a golpe de pulsiones, descargando con la palabra todos los fantasmas del hombre.

Originario de Perú y residente en Nueva York desde hace catorce años, emigró en busca del sueño americano y el sueño americano se hace esperar.

Hojarasca al este de New York consta de ochenta y ocho poemas escritos entre febrero y diciembre de 2012.

Es un poemario sobre la espera,  la añoranza de la patria, la ausencia del hijo, la historia de amor que no se termina de materializar y el paso del tiempo, implacable, contando cada lustro, año, mes, día e incluso minuto. La numerología temporal está presente en muchos poemas, como si la mente del autor formase sectores horarios para recordar el instante en que la emoción sucede.

yo sé que un año es tan sólo un tiempo
pero diez años más es otra vida
no soy de allá de aquí de ningún sitio
pero camino igual día mes año

La esperanza va y viene a lo largo del poemario. A veces parece rota pero siempre consigue volver a aparecer en el horizonte.

La esperanza es esa triste idiota
que siempre está detrás de las cadenas
vade retro varón
sal de su jaula

Uno de los puntos más fuertes es el poema para el hijo que no ve desde hace catorce años. Es de una belleza demoledora. El padre se confiesa abiertamente, logrando una empatía con el lector que no deja indiferente a nadie.

Poema urgente para Augusto André
(fragmento)

soy tu padre
por ser hombre primero

aquí
allá

yo
y toda esta espera
en estas manos no hay razones
sólo asuntos pendientes

no queda opción
André
sangre de mi sangre

Tan lejos del preciosismo y del adorno superfluo, Hojarasca al este de New York es un libro de buena poesía con incontables versos que golpean por su contundencia y emocionalidad. No es un libro sólo para leer, es un libro escrito para sentir.

Patio de luces / Gusanitos de luz / En blanco y negro, por Juliana Mediavilla

Patio de luces

Mi vecina de enfrente
se ha dejado las canas
y el gris se abre camino tamizando su luz.
Su pelo leonado y pelirrojo
ya no enciende en los hombres
miradas clandestinas,
ni repican tenaces en el suelo
sus tacones de aguja.

Tiende sin entusiasmo la colada
los lunes, en un orden impecable
teñido de costumbre.

Tiene el marido en paro. Deambula
como un fantasma triste
de ventana en ventana y no sabe qué hacer
con la extensión del día.

Mi vecina de enfrente
—cascabel de otros tiempos—
se ha dejado las canas
y es mucho más pequeña a medida que crece
en gris y en dignidad.

Gusanitos de luz

Hago un alto a la sombra del camino
cada vez más estrecho,
me pesan las alforjas que ha cargado
sin compasión el tiempo.

Bien puedo en esta pausa
hacer breve recuento,
decir que ya he cumplido
y añadir, por ejemplo,
que planté más de un árbol
y que tuve dos hijos y he escrito algunos versos.

La vida cunde poco
—eso lo sabes luego—

En esa galería
esquiva del recuerdo
hay esquinas de luz
y tiempos muertos.

Caminos de la infancia:
luciérnagas al borde del sendero,
cuando solo teníamos
la libre libertad del campo abierto,
y el país arrastraba sus cadenas
y los padres rumiaban su silencio…

¡Qué derroche de estrellas en agosto!
En la noche preñada de misterio,
me perdí en el intento de contarlas
recostada en la grama, cara al cielo:
el Caminito blanco de Santiago
cruzaba el firmamento,
con su estela de gasa
prendida de luceros.

Tan huérfana de mar, me hundía en ese cielo.

Estrellas de la infancia,
gusanitos de luz en el recuerdo.

En blanco y negro

Hay una contención de amaneceres
tras las miradas niñas
que pugnan por salir del blanco y negro
austero de la foto.

Detrás está la vida y el instante:
sobrevuela la sombra de la guerra
que no vivimos
impresa en el ambiente,
en la calle, en la escuela y en las casas.
Un río de silencio entre los padres,
una herida de ausencias sin retorno,
una desmesurada cicatriz.

No nos vistieron de domingo,
y en el parco escenario
el pobre crucifijo que presidió la infancia
y una maceta humilde
que puso doña Ludi,
amante de las plantas y las flores.
El fotógrafo daba el dos por uno
en un censo abundante en familias numerosas.

Ya hace tiempo que enmarqué el retrato,
lo tengo bien visible,
es como una ventana del ayer
que me habla de la vida y sus caminos.

La fuerza en la mirada de las niñas
parece quebrantar el horizonte.

Acerca de Juliana Mediavilla

Recuerdos, por Leo Zambrano

I

Mi llanto en la piel.
Como corriente intrusa,
tu voz en los barrancos.

II

Su voz aún con fuerza
manó de la luz
en las orillas,
como un instante eterno.

III

El rescate es otra eufonía
y entre ella y yo…
…las piedras suenan.

IV

Deseo encontrar la luz
que la llevó al silencio.

V

Y el silencio es tuyo.
Entre las paredes,
donde duermes descalza.

VI

Las memorias
deshilan el pecho
para encontrar
las grietas del alma.

VII

Hay golpes desmedidos
entre el tiempo y las letras

VIII

La atrapo en mis manos
por un momento,
y la libro del sueño
de las murallas,
para ser mía, sólo mía.

IX

El papel húmedo
no tolera
lo que mis dedos pintan.

X

Esta humedad
que mis ojos derrama
tiene tu nombre.

XI

He caído de rodillas
para buscar las huellas
en su umbral.

XII

Hay ruinas en las soledades,
entre ellas los huertos
de esperanzas.

XIII

No soy soberbio.
Apenas soy humilde
en esta heredad sin paz.

XIV

Cederé mis silencios
de rodillas.

XV

Desvestir los silencios
con las gotas del sol
es gritar al olvido
que no existe el tiempo.

XVI

Tengo sed de tu alma
y de tus ojos ecuménicos.

XVII

Dame luz y sombra
en esta calzada
para caminar despierto,
entre tantas espinas.

XVIII

Dame solo tus labios,
para ser un beso.

XIX

Voy a llorar
el alma sin ella
y caer profundo
en la soledad
del silencio.

Leo Zambrano

Mundo biblios & Metamorfosis, por Eva Lucía Armas

Mundo biblios

Mi mundo siempre tuvo mucho de papel más allá de su fragilidad.

Había muchos libros en mi mundo.

Grandes bibliotecas había en mi mundo que tapizaban las paredes y la forma de ser.

Alguien que tiene tantos, tantos libros, no es como los otros.

Luego, estaban las bibliotecas públicas. Y mi padre con ellas. Era un hombre/ángel diseñado para habitar entre los libros.

En Córdoba, también, toda una habitación era una biblioteca.

En las dos casas, los estantes no daban abasto para sostener tanta afición por el conocimiento y los libros que no encontraban mundo quedaban apilados en la mesa, en el escritorio, en las sillas o en el suelo.

La geografía montañosa de mi vida estuvo hecha de sierras y de libros.

Metamorfosis

Por entonces sobraba en todas partes, inclusive al humor de Tomás que tuvo que prestarme un par de pantalones y una camisa ancha en la que entraba mi cuerpo varias veces.

Arremangaba los pantalones y los metía adentro de las medias porque Tomás me llevaba más de una cabeza. La camisa la dejaba suelta y me disfrazaba de fantasma. Total, tampoco nadie me veía en esa casa.

Nos alojaron en la pieza de atrás que daba sobre el huerto.

La abuela dejó dos juegos de sábanas que  olían a mucho sol, pero que estaban duras, como almidonadas por el agua de pozo y el jabón.

Eran sábanas blancas, poderosamente blancas, de una tela dura, rígida, como la abuela.

Yo hice mi cama. Mi mamá se acostó sobre el colchón y se subió el acolchado hasta los ojos.

Supongo que lloraba debajo. Era lo único que hacía últimamente.

En la habitación, había además una cómoda con un espejo en medialuna, enorme, y un ropero de madera tan oscura que parecía negro. También tenía un espejo en la puerta central.

Yo nos miré ahí, retratadas en ese espejo alto.

Mi mamá era un bulto, una apariencia, cubierta totalmente y aún así, no invisible. Yo, no sé lo que era.

Las trenzas mal atadas dejaban escapar pelos de todos las medidas. Se notaba mucho que mi camisa era la parte de arriba de un pijama que no pegaba con el pantalón. Estaba fea, como un pájaro que no acabó el emplume, todavía con el polvo que entraba por las desvencijadas ventanillas del tren, adherido a mis formas.

No podía imaginar un lugar más polvoriento que aquel en el que estábamos.

Otras veces habíamos llegado igual, como una imposición. Pero era la primera que no llevábamos valija ni bolso ni una muda de algo. Pensé si la gente se habría dado cuenta en el tren que yo viajaba vestida con pijama.

La abuela lo notó.

—Usted… vaya a bañarse —me dijo, desde lejos, apareciendo como una sombra estricta en la suave penumbra del corredor que llevaba a nuestra habitación.

Esperó que pasara junto a ella, sin otro gesto que su dedo señalando el baño. Después se acercó a la puerta para hablar con mi madre que seguía debajo del cubrecama.

—Podrías haber traído ropa —dijo, solamente.

Yo me encerré en el baño.

Pensé en las otras veces de mi tan larga historia de paquete.

Siempre terminaba vestida con la ropa de otro, contribuyendo a mi estilo de adefesio.

La abuela abrió la puerta y me miró todavía sin desvestir, de pie junto al lavabo.

—Báñese rápido, que no se desperdicie nada de agua. Acá tiene.

Dejó sobre el banquito de junto al bidet la ropa de Tomás.

Me tuve que desnudar delante de ella, para que se llevara la mía y la lavaran.

—Su madre tendrá que coserle alguna cosa. No va a andar siempre vestida de varoncito, pidiendo ropa ajena —comentó y volvió a cerrar la puerta mientras yo me metía bajo el agua.

Pero mi madre no salió durante mucho tiempo de debajo del cubrecama. Y yo tuve que andar vestida de Tomás, que tampoco tenía más ropa sobrante que la que me había dado y que le hacía a él tanta falta como a mí.

La abuela le dijo varias veces a mi madre: Ocupate de tu hija, que para eso sos la madre.

Después, le encargó a Tomás que me cuidara.

Cuidar para Tomás era enseñarme a hacer lo que él hacía. Ser mandadero, peón de patio, andar entreverado con los otros peones, un poco acá un poco allá, aprendiendo el oficio de los hombres. También la libertad de andar tan suelto.

Lo fastidiaba hacerme de niñero pero no se animaba a traspasar el límite y transformarme en su propio peón.

Yo, más que su peón, era su perro. Andaba todo el día atrás de él, tratando de no molestar al único que me dirigía muy de vez en cuando la palabra o me compartía una galleta, un pedazo de pan, un mate en el galpón, alguna broma, además de la única ropa que te-nía yo para vestirme.

Cuando le preguntaban los jornaleros quién era yo, él se encogía de hombros. No lo tenía claro. Solamente obedecía el encargo de la patrona. “Una parienta”, murmuraba entre dientes sin conseguir asegurarme un rango de parentesco con los patrones. Y los peones farfullaban: “¿pero es hembra?”

Así fue que le pedí el cuchillo que llevaba cruzado sobre los riñones, una tarde.

Me lo alcanzó sin otro ademán que el de alcanzármelo ni otra recomendación que la de su gesto.

Yo me corté el cabello a cuchilladas delante de un pedazo de espejo que él usaba para afeitarse sus principios de bigote.

—Ya no soy más mujer —le dije a su mirada.

Él, como siempre, se encogió de hombros.

Acerca de Eva Lucía Armas

La vida en blues / Ceguera del agnóstico / Ha pasado un ángel, por Jordana Amorós

La vida en blues

Las lágrimas que esperan ser lloradas
no han de saciar jamás la sed del diablo.

Es más
que una penosa anécdota,
que una tribulación común y cotidiana.

Cuando la piel es dolor,
cuando la carne es dolor,
cuando la sangre es dolor
sin tregua.

Cuando es dolor esa amena polilla
que carcome tus vísceras,
que amedrenta tus huesos
y se vuelve presencia omnipresente
que modula,
tu existencia y su grito.

Cuando no quedan ojos que ofrecer
a los cuervos ansiosos,
cuando no quedan pies
que aplaquen el fervor de las ortigas,
cuando si quedan manos que se agarren,
ya no hay clavos ardiendo.

Cuando ya son todas más una las vueltas de las tuercas
que te atenazan.
Entonces, lo sé,
ha llegado la hora
de mirar a otro lado y simular
que, ya que en lo esencial me desconozco,
me soy desconocida.

¿Veis?
Soy aquella de allí,
la figura imprecisa
que en la acuarela triste de la lluvia
se funde con las sombras de la noche,
y se va diluyendo.
Mientras silba despacio
entre dientes un blues.

Ceguera del agnóstico

Quizás me vio venir.

Una vez más.

Miraba hacia lo lejos
negándose a esperar todo lo que no fuese
señales de sirocos,
rugidores vendavales.
Prohibiendo a su ilusión
a su fe,
a su retina
creer en espejismos de neón que anunciasen
horizontes festivos.

Él
quizás me vio llegar envuelta en humo
y en alucinaciones
por el campo agostado,
yo llevaba
la falda alborotada por la brisa,
en la boca un revuelo
de pájaros rapsodas.
Y en las manos
toda la compasión con que tejerles
sudarios a las flores.

Quizás me vio llegar
como quien ve en el aire
la primera cigüeña
y sigue estando triste pues no escucha
latir su corazón
y no descifra
que aquella primavera inevitable
incluso a los agnósticos concierne.

Quizás quiso decir una palabra
y no encontró en su boca los acentos,
para pedir la lluvia.

Yo pasé,
tenía que pasar,
sin detenerme
como pasan las nubes,
embarazadas de agua sin saberlo
con rumbo a su destino de diluvio.

Tras de mí
solo dejé un rumor de cañas secas
tañidas por el viento poco antes de quebrarse,
una especie de música sumisa,
inusitadamente melancólica.

Y una mirada oscura
dibujando en silencio la silueta
que hacia el Sur se alejaba pisando la hojarasca.

En soledad de nuevo.

Ha pasado un ángel

Está la casa fría.
Los cristales
atrapan el aliento y lo transforman
en caprichos de escarcha.

Sobre el aire transita un silencio que existe
de espaldas a la música.
Un turbador silencio sin latido
como aquel que se instala sobre el mundo
cuando la nieve cae
con lentitud agónica y suaviza,
copo
a
copo,
nimbado en mansedumbres,
pluma
a
pluma,
el rigor del destierro.

Está la casa fría
y yo he tomado, y es inamovible,
la decisión heroica
de quedarme en la cama un rato más.

Hasta que se disipe el aleteo
del ángel sin sonrisa
que pasa en nuestra vida sembrando glaciaciones.

Acerca de Jordana Amorós

No volveré a ser poeta / Haikúes / A pluma rota / Solus coniuncti, possumus, por Manuel Martínez Barcia z’l

No volveré a ser poeta

No importa que me pienses criminal
o puedas perdonar el salvajismo
cuando todo mi ardor
es casi apología de un culpable
con nadie en su defensa.

Ya no caben en mí
los copos de ceniza que fueron el afán
de los amaneceres al desnudo
que supieron querella
desórdenes de luz
en cárceles sombrías.

Yo solo quiero ser
un soñador,

acaso un no-poeta,

presentir que lo amado
no es llave de un encierro en soledad,

me juzgue quien me juzgue,

sea o no la penuria
la voz de sus lamentos.

Haikúes

No es el haiku,
es Dios quien enmudece
eternidades.

Sucede a veces,
se oxida un corazón
y el verso calla.

Luego, el poema,
busca donde latir
lo ensangrentado.

A pluma rota

Porque tú eres la piedra donde yo soy tropiezo

metafóricamente, diríase caer,
a paso cambiado, sin riesgo a fracasar
el límite absoluto, lo que repta el amor
sin huella en las alturas.

Porque ambos fingimos ser pálpito de luz
mientras sueñan los cuervos
el tiempo de un poema,

porque yo soy guión
y te conozco actriz,
sobreactuando siempre,
veraz a tu manera.

Por estas tan inútiles razones
hoy pretendo extravíos,
la búsqueda de mí
sin que sangren palomas los aires de mi vuelo.

Solus coniuncti, possumus

Hay quienes son razón de lo apropiado
creyéndose destino en certidumbre,
perspectiva de ser antigua ofrenda
en templos de algún dios sin directrices.

Podemos los demás pertenecer
a ese mundo tribal de los guerreros
donde la gloria es un logro fácil
si por ende gobierna la utopía.

Podemos emboscar a los políticos
con urnas de silencio, decidir
qué sacramento es hambre y luego pan,

podemos poseer la transparencia
del tiempo en un cristal, la servitud
y al hombre en una patria sin esclavos.

Acerca de Manuel Martínez Barcia

Como por Ella entonces / Sumando en armonía / Donde habita el olvido / Tan fértil, por Mercedes Carrión Masip

Como por Ella entonces

qué grandes las ventanas al jardín
del centro de la plaza y un poco más allá
paraban los tranvías por la noche

su deslizar metálico dejaba en sostenido
una nota precisa que acunaba nostalgias
desatando en nosotras tantos sueños
que quedaron atrás por improbables

qué risueñas
las luces de la calle sobre el cuarto
aquel pequeño mundo tan perfecto
en su especial desorden

y aquel sonido sordo de la lluvia
caricia en el sosiego de la casa
sobre el silencio inerme de las dos

tan quietas
tan solas frente al mudo dolor de nuestro padre
unidas en el nuestro

mis jirones de insomnio
se han estremecido un día más
y el rezo que creía ya olvidado
ahora me reclama

por ti
como por Ella entonces

regreso torpemente
a su regazo

Sumando en armonía

Porque quise detenerme allí, holgazaneando para cantar eso en mis extasiados cantos.
Walt Whitman

la noche va cubriendo y fagocita
la tarde mientras crece
sumiendo en trazo oscuro sus perfiles
vistiéndola de a poco en soledades      
que enmudecen el canto de la tierra

la noche se alimenta de ese abrazo
sobre el mundo sujeto a su apetito
y envuelve sin pudor verdades y misterios
las dudas de los hombres y su fe
el cuerpo y lo intangible
el pálpito animal y el canto de la fronda

hasta que llega el alba
sobre someras luces
y desplaza su aliento

quizás pudiera aún bajo su auspicio
llegar a ser poeta

traductora paciente de los pájaros
del llanto de los vientos cuando pierden
su melena en las ramas de los árboles

del diálogo infinito entre el mar y la luna      

del día y de la noche en alternancia
sumando en armonía sus poderes

y entre todas sus voces

llegar hasta la mía

Donde habita el olvido

No temas, amor mío, si ves que voy cosiendo
con sílabas amargas mis dedos lentamente:
hilvano pensativa retales de una estrofa
que, enhebrada de olvidos, ya no podré escribir.

No me preguntes nada si mis ojos se nublan:
un aura de silencios me ausenta de tu voz
y al observar tu llanto si ves que estoy perdida
presiento en tu dolor más grandes las ventanas.

Hoy creo que podría entretejer
las hojas encarnadas de los arces
perdidas por el tiempo en su camino,

la lluvia desde ayer las vuelve tiernas
y forman un tapete entre mis manos
donde habita el recuerdo por un día.

En el Día Mundial del Alzheimer, 21 sep. 2013

Tan fértil

Desnuda en lo esencial
Manuel Martínez Barcia

mi voz es laberinto

se enreda y se detiene entre la bruma
de una vieja orfandad
asolando la flor amanecida
que preña a los almendros
justo ahora

me pierdo en el jardín de las promesas
que unidas ya cumplimos

donde su paso corto recompone
la imagen de las dos sangrando luto
infancias aparcadas
la vida por vivir

torpe desde mis versos
lúcida en el dolor

ensarto para ella
precuelas de esperanza
apuestas de futuro

y sobre mi tapete

un envite a la fe

Acerca de Mercedes Carrión Masip

Entrevista a Rosario Vecino, por Rosario Alonso

“Yo cuando escribo puedo ser absolutamente quien soy” 

La uruguaya Rosario Vecino siente fascinación por el mar, de hecho es un elemento muy común en su poesía. En este sentido nos comenta que dentro de todo el panorama de preferencias,  el mar y la poesía son las partes más suyas.

Vive rodeada de naturaleza. Desde su ventana puede aspirar el aire libre del campo.  Le gustan las florecillas silvestres por su belleza pura y por el asombro que le causa saber que han nacido sin que nadie las siembre.

A Rosario, que tiene el mundo por montera, le encanta la gente franca y vivir sin nada que la ate a un lugar. También, y es muy curioso, le fascinan los animales de piel rugosa como los sapos y los árboles viejos pues, según ella, transmiten sensación de sabiduría.

Después de esta pequeña aproximación al mundo de Rosario Vecino vamos a saber más cosas de ella a través de la entrevista.

1. ¿Qué es para ti la literatura?

No puedo contestar con autoridad pero sí desde mi perspectiva personal.

Sin literatura no hubiese tenido el placer de emocionarme hasta el punto de llegar a leer veinte veces los mismos libros, tanto de prosa como de poesía, sencillamente porque estos autores cumplieron con las reglas para que los libros fueran claros y ordenados, y supieran transmitir, digamos.

Hoy, después de tanto luchar en contra de esa idea (yo era totalmente anárquica), me doy cuenta que sin un buen orden (odio esta palabra pero acepto que es necesaria), donde todo esté  bien estructurado, lo escrito pierde su peso. Después decidir si emociona o no queda en manos del lector.

2. ¿Y la poesía?

La poesía es mi eje, mi alivio, y cuando leo un poema y siento la profundidad con que se ha escrito, del impacto he llegado a quedarme sin respiración. Sin embargo, he sonreído con la ironía de otros poemas.

Resumiendo: “Yo amo la poesía, respiro por ella”. Eso puse como cita cuando entré en Google+. Nunca hubiese soñado que iba a tener que demostrarlo desde mis propios textos.

3. ¿Desde cuándo escribes y qué te motiva a continuar?

Escribí desde niña alguna cosa, pero fue en Ultra que me cayó la ficha y sentí la misma necesidad que en ese entonces. Parece que hablo de otra persona cuando digo esto, pero ciertamente no lo recordaba hasta mi entrada en el foro.

Empezó cuando alguien por casualidad leyó alguna “pelu” que publiqué sin darle importancia, así, como jugando, y me comentó: “Sarito, no publiques sin ponerle tu nombre a todo, tenés que venir a un foro donde te van sacar el desbole, y dale, sabés que yo no te mentiría”.

Gavrí Akhenazi nada menos me decía esto. Me llené de terror y pensaba “este hombre está loco”. Me asusté mucho y ahí Morgana, que estaba de acuerdo con él, también me insistió. Esto que digo sucedió siempre en medio de tremendas batallas entre nosotras. Ella me invitó a Ultra.

4. ¿Cómo definirías tu poesía?

Como un gran desahogo, como un sitio interno donde soy invencible. Yo cuando escribo puedo ser absolutamente quien soy. Digo puedo, porque no tenés en la diaria, en un pueblo chico, mucho con quien hablar de poesía. Creo que con mi ahijada de 25 años, profesora de literatura, es con la que más, si no con la única, que intercambio opinión de temas literarios.

En mi casa no me leen, le tienen celos a mi computadora. Esto dicho medio en broma y bastante en serio.

Yo siempre soy yo, sólo que tendría que estar dos años para explicar acá por qué motivo me coarta el tema de que no me tomen en serio. Sólo diré que si lo hicieran creería un poco más en mi potencial. De todas maneras he logrado valorar lo que escribo por la respuesta de los compañeros que considero sinceros, y hay cada uno que te da hasta rabia que no pueda mantenerse con su arte, porque tienen muchísimo para dar, pero primero está el pan. Una pena.

5. Llamas a tus poemas “pelusas”. ¿A qué se debe ese nombre?

Ah jaja, no sé mucho. En realidad tendrían que llamarse nitroglicerina, vómitos o algún nombre así, «dulce». Primero fue porque solo quería sacar mis palabras para que luego volaran lejos de mí.  Después porque hay tantos monstruos escribiendo que, a día de hoy, me siento incómoda si me llaman poeta. Voy a aclarar que no tengo complejos de ningún tipo, ni me tiro abajo, ni me disgusta que me consideren así. Pero el punto es que cuando leo algo que me pega me siento más lectora que poeta, y es de puro egoísmo, probablemente, pero alguien que escribe genial me dijo hace poquito en un comentario que mis “pelus” eran sanadoras. Lo son para mí, obvio, pero  que puedan sanar a otro me emocionó tremendamente.

6. ¿Qué significa para ti ser Ultraversal?

Resurrección, pues surgió el asombro  desde una parte mía que no recordaba. Es una selección campeona en compañerismo y generosidad. Ser Ultraversal es un sueño que nunca tuve pero que se ha cumplido.

Ultraversal me ha hecho sentir que estoy viva y que soy importante para mí, que puedo quererme sin las culpas provocadas por una gran depresión debida a una escasez de serotonina. Todo esto siempre refiriéndome a la parte más importante de mi envase, a mí adentro, a mí espejo.

7. ¿Cuáles son tus influencias poéticas?

Para escribir en verso libre ninguna. Repito, me escribo yo. En lo que sí estuve muy, pero muy influenciada, fue en animarme a mostrarme.

Para los sonetos esos con un poco de yeso que he logrado escribir, Silvio Manuel Rodríguez Carrillo, quien a su vez cuando le conté que me guiaba por sus sonetos, después de agarrarle un poquito la mano, me respondió que él había hecho lo mismo con la poetaza y generosa Isabel Reyes .

8. Según tu punto de vista ¿qué condiciones debe cumplir el poeta para ser considerado como tal?

Hablo por mí, aunque igual de eso va la pregunta. Me tiene que emocionar por fuerte, por dulce, por duro, me tiene que emocionar mucho, en cualquier estilo, pero que vaya con marca registrada.

Condiciones cómo franqueza, talento, valor y hasta un poco de audacia. Decir, escribir literalmente o con metáforas claras lo que le pasa o le pasó en la realidad es lo ideal porque si miente o copia no va a ser leído demasiado.

Quizás sea muy inocente pero creo que en esto de compartir cosas entre quien escribe y quien lee la verdad es el hilo de Ariadna.

9. Dentro de todo el panorama, ¿con qué tipo de poesía te sientes más cómoda?

Con el verso libre, totalmente. Me he impuesto civilizar mis arrebatos y no poco trabajo les he dado a los compañeros, primero porque me resistía, después por lo que me costaba.

Libre con minúsculas y sin puntuación, ese estilo me salvó la vida. Si tuviera que puntuar estaría siempre corrigiendo lo que me indicaran.

10. ¿Cuál es tu proceso creativo? ¿Te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?

Yo siento la necesidad y tengo que escribir lo que sea, como sea; escribo como otro le pegaría un puñetazo a la pared o compraría un perfume a su pareja, según sea el estado de ánimo.

Quizás me equivoque y lo que cuento sea el significado de inspiración, pero no creo. Yo sólo confío en que te inspire un hecho, la pena, la admiración… y escribas algo sobre eso. No me sentaría a esperar, nunca.

El día que no tenga la necesidad de limpiarme con la ayuda de la reina palabra, seguro no lo haré más.

11. ¿A qué público pretendes llegar?

Es que yo no pretendo llegar cuando escribo, y ahí está lo sabroso. Muchas veces a mí me deja conforme algo que escribí y no le gusta a nadie o viceversa.

Ahí está la prueba de que la poesía tiene vida propia.

Por otra parte yo sé más o menos a que «rubro» pertenezco gracias a los comentarios de unos y otros.

La verdadera satisfacción es el desahogo ¿Y que encima le llegue a alguien? Bueno eso es indescriptible.

12. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?

En esta paso. No tengo trato con escritores de otros países, a no ser argentinos, españoles, colombianos, brasileros, mexicanos, cubanos, paraguayos menos, pero con el que tenemos en ultra es suficiente. Y con los mencionados me refiero solamente a leerlos, así pues tampoco los conozco tanto.

Conozco un gran escritor testimonial y poético. Creo que quien siga su obra con atención llega a conocerlo mejor de lo que pueda hacerlo quien lo ve todos los días, y doy fe de eso, que es Akhenazi.

Él no tiene ombligo. No me preocupa que digan que soy «lambeta» porque sólo lo harían quienes no lo leyeron.

13. ¿Crees que la poesía vende?

No lo justo ni a los merecedores. La calidad de la tapa tiene más importancia que el contenido para muchos, pero aún así creo que quién ama leer sabe lo que compra.

Lo que sí observo es la dificultad de correr un poquito a los endiosados. Personalmente tengo los míos y lo admito, pero habría que correrlos un poquito para que entre más oxígeno a los muy buenos de ahora, y que las editoriales les den su oportunidad porque después de todo el que decide es el lector.

14. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?

¿Sabés que no sé demasiado de los autores jóvenes? Camilo Blajaquis es por ejemplo un gurí que impresiona por su capacidad y franqueza, por su lucha desde la escritura, por sus ideales y por mostrar los mundos del subsuelo de los nadies. No sé, quizás haya muchos más en el mundo. Yo soy una lectora con pocas posibilidades para comprar libros. Ahí es cuando digo “bendita internet”. He leído muchos autores por acá que ni sabía que existían.

15. ¿Qué opinas del formato digital para la literatura con vistas al futuro?

Bueno, esto lo respondí arriba. Me parece espectacular tener la posibilidad de leer cosas muy buenas y al alcance de todos. Pero claro, esta es una respuesta como lectora. Quizás para los autores que tienen otras expectativas económicas no sea tan bueno.

Muchas gracias, Rosario, por concedernos esta entrevista. Ha sido un placer conversar contigo.

La posibilidad de estar entre maestros y compañeros increíbles es un honor para mí. Yo, que aún creo en las personas, estoy asombrada a la hermandad que hay en ésta especie de oasis de arte y buena gente.

El agradecimiento es mío.

La mínima rebelión de la crisálida: un libro de Mariví González, por Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

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Ficha del libro

Título: La mínima rebelión de la crisálida
Autor: Mariví González
Año: 2013
Género: Poesía
Edición: Primera
Editorial: Lulu Editores
Páginas: 52
ISBN: 5800095104233

Ni bien se comienza a recorrer el libro uno tiene la sensación de una extraña calma. Extraña en cuanto es en un estado como de calma que los versos se van dejando entender y sentir. Y no estoy diciendo que vaya de poemas tranquilos o apacibles —más bien lo contrario—, sino que el tratamiento logrado por el autor impone una sensación de serenidad en el lector, aún cuando apenas al llegar al tercer poema ya nos hemos encontrado con el dolor que no se dice, con la «libertad inacabada» y con aquel fantasma «solitario en su miedo y en su hambre».

Esta sensación que menciono, entiendo que proviene de la transparencia, de la fidelidad que el autor sostiene respecto de sí, de lo que siente, piensa, y de lo que finalmente plasma. Y esto no pasa simplemente por la sinceridad y la honestidad, sino por una combinación de talento y de oficio que hacen de cada poema un texto equilibrado, sin fingimientos que amengüen algún juicio («Cómo vas a entender que soy la estrofa/ que se estira y deleita en su verdad/ de absurda incomprendida»), ni exageraciones que sobrepixelen una emoción exacta («Si la quieres,/ toma mi ausencia inú-til/ y abandónala lejos»).

En lo particular, el autor se recorre, se asoma a sí y entonces se asume, en un andar que sentencia como también interroga. En este recorrido intimista no nos encontramos sencillamente con la exposición de lo que el emisor nos deja saber de sí, sino que hallamos la posibilidad de converger con él. Y esto es posible merced a la voz propia, mediante las construcciones únicas que cada autor —siendo único— es capaz de lograr, dado que en esta unicidad es donde gravita lo universal. Así, uno puede si no hacer propia una construcción ajena, empatizar con una arista quizás desconocida.

Por otra parte, y entrando un poco en lo formal, juega muy a favor del lector el ritmo con el que son llevados los poemas. Una cadencia —que llega a ser sello indiscutible del autor— domina todo el libro, haciendo una suerte de gala a la hora de contrastar forma contra fondo. Cada poema se deja leer —y se deja decir— sin sobresaltos ni aceleraciones, sin ninguna acrobacia por demás innecesaria. Los últimos poemas, vestidos de sonetos, nos terminan de explicar aquella parte del oficio que se sospecha desde el principio, y que certifica cuánto de talento se hará siempre necesario.

«La mínima rebelión de la crisálida», es el primer libro que he leído de Mariví González, y ha sido una experiencia gratificante. Espero que los siguientes sean muchos, sobre todo porque sé que la calidad está garantizada y porque me gustan esos libros en los que en cada página hay algo para subrayar, aunque esto ya es cosa mía. Por lo demás, que el libro vaya prologado por Valentín Martín, y que la poeta sea parte de la familia de Ultraversal, ya viene siendo un certificado de un nivel a prueba de fallos. Es animarse y arrimarse a esta «mínima rebelión».

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo