Con tu gesto tan lleno de impaciencia el cristal de los ojos se me rompe, agregándole arruga, sobre arruga a este corazón que late ya forzado.
Tú le gritas al viento que me quieres pero tu indiferencia me lastima. Sintiéndome un estorbo y enfadosa decido irme alejando de tu vida.
Te dejo en libre vuelo y me pregunto porqué me he convertido en una extraña; en qué me he equivocado, en qué fallé ya no soy prioridad en tu camino.
Soñé llegar a vieja entre tus brazos sintiendo la ternura que te di, sin mendigar el fruto que he sembrado desde que he concebido tu latido.
Sin consuelo
Yo quise unir mi llanto con el tuyo en busca de consuelo a nuestra pena, abrazarnos callando nuestro espanto de verla que quedaba bajo tierra, perdida para siempre entre las flores al quedar sin aliento y sin estrella.
Rechazaste mi mano y te encerraste en el infierno solo con tristeza, me has dejado vivir sola mi lucha, cegada me abrí paso entre la niebla para encontrarte hundido en tu silencio, con candado en la voz y en esa celda donde pagas las culpas que no debes, sin encontrar reposo con tu entrega.
Quisiera descansar y que descanses llorando junto al mar aunque nos duela.
Ella, la que viven en el espejo
Esta ahí, vive dentro del espejo y ve còmo sofoco sentimientos, aullando entre silencios mis lamentos en noches de un presente que ya es viejo.
Ríe de mi paraguas gris añejo que no cubre dolor ni pensamientos, olor a medicina y tratamientos, se burla de la lluvia en mi pellejo.
Me señala el atajo, la salida, mas decido quedarme en el lugar donde soy paliativo y buen soporte.
Deseo ser su lámpara encendida, esperanza, alegría y bienestar, aunque en este proceso me recorte.
Podría porque es fácil meter sexta y huir de lo que me repele cuando miro por el ojo violeta de mi última amatista, y entrar en la tertulia de lo etéreo.
Podría unirme al coro de malditas con mis obras completas y la desilusión como estandarte.
El cómo es lo de menos -siempre hay formas- pero el porqué no es nunca suficiente, salvo que el egoísmo de ser tú -en exclusiva tú- rompiera cualquier lazo con la tierra, que allá se las apañe con sus contradicciones y sus poetas únicos y con su paradoja de dolor sublimado y con sus ideales opiáceos.
Podría cualquier tarde
en la que Plath o Sexton o Pizarnik o Teasdale o Storni
-mientras hago un sprint bajo la ducha- me hablan del vacío existencial con un frufrú de seda en la palabra y la mirada vacua y el sarcófago flotando inercialmente sobre el tiempo, y casi me convencen de que el mayor error es seguir viva matándote por otros.
Ninguna derrotó al Arcángel del Tedio ni sedujo a sus dioses de papel ni mató sus demonios interiores. Yo tampoco.
Estar cuerda no siempre resulta ventajoso porque duele el espíritu y acaba resentido, pero soy algo más que el aura negra de mi farsa poética.
Yo soy mi rebeldía.
Detener el tiempo
Vas a heredar mi boca cualquier día, esa naranja amarga de adulterio, mi lengua de tormenta que incisiva hace crujir las gavias de tu aliento.
Heredarás mi voz de jarcha y sable, mi cetro de cristal, mi amor sin dedos, mi astucia de tarántula perdida en la vasta inquietud de los espejos.
Mi látigo de seda, la distancia que va del corazón hasta los huesos, la hondura roja y gualda de mi idioma bajo el azul y blanco de tu verbo.
El pulso de la luz con que destella el nombre que le puse a tu misterio, los confines del Norte que limitan con mi fatalidad de oscuro enebro.
Vas a heredar las cartas del ayuno, las horas de vigilia en el trapecio donde colgué tu sol dilapidado en el calor de mis poemas muertos.
Cuando te lleguen a los ojos, cava una fosa en la tierra de tu pecho y olvídate de mí en el instante en que me entierres cerca de tus miedos.
Cuando sientas que el aire huele a rosas será que han florecido los silencios.
Lengua de sol
Qué cerca estás de mí, vida, qué cerca, qué hondo me penetra tu palabra, con qué fuerza tu fuerza me esclaviza y con qué levedad me pone alas.
Nadie espera de mí, vida, que amarte sea como saltar las alambradas de la calamidad, nadie supone que tu hombría asesine su algarada.
En qué cenote oscuro me verán nadar contra corriente turbias aguas, que no imaginan, vida, que estoy viva sobre la curvatura de tu espalda.
Duele la claridad aparatosa de tu lengua de sol en mi ventana.
Mi viejo color rosa ha madurado hacia el fondo de mí y este que uso ahora se me parece más porque tiene esa impronta a cocimiento que lucen las cazuelas esmaltadas.
Soy ya de arcilla bien modelada y firme, un cuenco para sopa en el invierno, un ánfora de agua, un plato con un guiso suculento
y así degusto a solas mis manjares.
Ya no convido a cuanto peregrino da golpes a la puerta de mi mundo ni a tanto trashumante trasnochado buscador del pastizal de altura.
No creo en los mendigos que sollozan males de amor ni en otros mendicantes que ruegan por apósitos.
Tuve mi etapa de credulidad porque quise creer.
Pero las tonterías tienen las patas cortas igual que las mentiras.
Ambas nos hacendaño.
Eva Lucía Armas
Tu color
Me gusta tu color Dios bien lo sabe, tu color de princesa sin corona sin trajes ni aspavientos. Tú me gustas porque tu voz convierte mis angustias en divino placer.
Tú mi amapola, tú el bolero mejor de mi vitrola.
Me gusta tu color: mi Dios lo sabe.
John Madison
El hombre en el balcón
El hombre en el balcón arroja incienso a la calle poblada de guirnaldas y festeja en la sombra a las estrellas que le ocupan la voz y la garganta.
El hombre en el balcón canta en silencio con voz de sol tallada de guitarra y acróbata en el aire teje espumas desagregando olas en fogatas.
El hombre aquel en el balcón me gusta porque su voz es indisciplinada pero alza vuelo sobre malos vientos o se duerme en las noches de las playas cuando se terminaron las gaviotas sobre el clamor del agua.
El hombre del balcón tiene en la lengua todas mis amapolas desangradas.
Eva Lucía Armas
ORÍ
De vez en cuando el hombre de los versos perdía la ilusión por la palabra y marchaba a su reino, con sus muertos, a llorar en silencio sus rondallas.
De vez en cuando el hombre de los versos dejaba de ser hombre, no era nada.
Y como ocurre (siempre) en las historias escritas en el libro irrevocable de la vida, llegaba a la discordia del hombre azul de boca insoslayable su mujer en espíritu, su novia su mustang cobra mágico, su trance.
La dueña de su *Orí, su pan de gloria, su deuda no resuelta irrecordable.
Llegaba esa mujer y recogía sus lágrimas de Juan Martinez Frágil y a golpe de romance construía un nuevo corazón, un nuevo mástil una nueva galera, un Juan vigía para ahuyentar las voces de las banshees.
Llegaba su mujer: Eva Lucia, con su amor de vestal insobornable.
dulce naranja al sol puedes abrirte sensual-desinhibida que un trocito de enigma algo así como un nimbo un aura ensimismada de misterio juega y se mimetiza con tu sombra de modo que jamás de los jamases pueda dañarte nada si tú no lo consientes
aquí puedes dar paso a Atila y su caballo de desaforados belfos o a cualquier Minotauro enfebrecido y dejar que mastiquen tus gardenias mientras piensas sonriente en el modo de hundirlos comiendo displicencia con forma de manzana
se enamoran de ti arrebatadamente entes de sexo activo y todos los pelajes aunque estés muerta y harta de gritarlo
o te odian a muerte porque no tienes ojos suficientes para mirar los suyos
los griteríos no asordan demasiado por más que las calumnias tengan los pies ligeros y los motines de látigos y espuelas duren cuatro semanas de diez a una y nos despedacemos con la misma pasión que nos amamos y la misma llovizna de bytes silenciosos sobre nuestras cabezas de cristal
aquí es de lo más normal que un hombre se te pose entre los labios jugando a ser el único que te insemina de voces fantasmales con seis nombres distintos y un rostro atemporal por cada luna incruenta que se te va perdiendo en la memoria hasta que se convierte en el de todos
aquí los pájaros del miedo te pican en los globos oculares y acabas confundiendo el humor vítreo con lágrimas de amor y desconcierto
y para colmo aquí se cuelgan junto al hastío en el perchero del placer onanista el ángel con el diablo la golfa con la decente el feroz con el manso el alba con el crepúsculo y nunca sabes bien a qué atenerte
ojalá fueras virtual un virtual hijo de puta
no me dolerías tanto
Virtuo – sismo
I
Llegar al corazón en la distancia a través de un cristal sin abertura es un misterio azul: literatura que pulsa o no, la ajena circunstancia.
Se llega al corazón en la oscitancia, y sin querer quemar, la quemadura resulta inevitable en la espesura de este infierno de letras y arrogancia.
Abres una ventana y el demonio te pide en sacrosanto matrimonio por jugar a sentirse un poco humano.
Y el humano piadoso y sensitivo se disfraza de Daemon abrasivo por fundir corazones con la mano.
II
Hay hombres irreales de olor inexistente, manos de tan inciertas rompedoras de tedio, hologramas palpables de paso en un asedio férreo sobre el latido real del subconsciente.
Hombres de tan sin nombre, clavados en la frente, sentados a horcajadas del frágil intermedio entre un sueño de azar -esclavo sin remedio- y el libertario afán de un drogodependiente.
Hombres que siembran dudas si se visten de luces, que marcan sin saberlo tu muerte con sus cruces, transeúntes pausados del cuerpo dolorido.
Hombres que sin ser hombres son hombres que deduces: fantasmas de los versos de oscuros tragaluces que pueblan el misterio del instinto dormido.
Sólo yo sosteniendo con el dorso de mis manos la inverosímil danza de la noche, sedienta de milagros nuevos que como girasoles circulen atónitos el contorno de un Cronos que mordiendo con rabia mis rodillas llora su finita potencia, su pobre estampa de eternamente pretérito.
Yo, solo con la paz que me proveen seis cuerdas y veintidós trastes que no necesito mirar para encajar mi silencio entre el sol que no me mira y mi la que me teme como teme un perro a su amo, con esa paz inquieta que uno se gana tras haber aprendido a enseñarle modales incluso a los mejores libros.
Yo como un presentimiento atormentado de Jung torturado por romper con Freud, un Froid perseguido por su gente, señora mientras que Wagner y Nietzsche, aquí, en los huevos sin super hombres, sin cristianos, sin judíos, si podés mirarme a la nuca cuando te hablo a los ojos, en ese entonces en donde el discurso era tan lleno tan roca con aristas que por el fondo trepabas y le tocabas el culo a los dioses y a sus madres, todas vírgenes, no como ahora, que ni para tener sexo sirven ni para saber de qué sexo son sus hijos, los muy subnormales.
Solo como un yunque que por generaciones y degeneraciones ejerce su condición, como base para métodos y técnicas, y que, sin embargo, en un punto de la trama sonríe no como Chuang Tzu y su mariposa hermafrodita sino con la fiereza del martillo que ahora sabe debe necesita y quiere ir por los clavos.
Y vos con el festival de desgracias de tu mundo haciendo de las desgracias del mundo un festival al que los muchos asisten pero del que nadie participa
Embrutecido al mango por tanta erudición
nutrida por los libros que me leyó mi viejo
y por relatos duros contados por mi abuela
—los de tanto patriota y soldado guerrero—
el mundo, mis queridos, era un asco sencillo
donde sólo hermanaban los pobres con sus miedos.
Ya con muertos encima, la depresión hambrienta
mordiéndome las manos si acaso no exigía
a mi sangre su límite de herencia inmaculada,
y mi cara de póker luciéndome de arcilla,
entendí que el demonio, prisionero del mundo,
no es más que un crío triste que en los muchos habita.
Cansado, si pudiera —si acaso yo pudiera—,
de arrastrar mi cansancio de la gente y sus cosas,
de escuchar el lamento que se nutre de sí
y por eso detesta la luz y ama las sombras,
sentí desde mis yemas y desde mis rodillas
la majestad del polvo, las infinitas horas.
Hoy, que voy captando el drama del presente
no me lastima la comedia del enviado,
ni me levantan ni me aquietan las virtudes
de tanto cura y tanto rey de los satánicos.
Hoy sólo sé que alguna vez dije su nombre
que fui de carne al conocerla entre mis labios.
Hablar de Eugenia Diaz es hacerlo de la tenacidad, porque esta mexicana, que cultiva tanto la prosa como la poesía, se ha marcado como objetivo perfeccionar la técnica para escribir una novela cuya temática será la muerte de su hija Erika, causada por una negligencia médica.
Este desgraciado suceso marca su trayectoria literaria, y así nos encontramos con que buena parte de su obra está asentada en el dolor, sin embargo, Eugenia, mujer vitalista, también introduce en sus creaciones un soplo de aire fresco y una ventana abierta a la vida, con lo cual la misma Eugenia nos muestra a una mujer que no se rinde ante la adversidad. La literatura en general y la poesía en particular son un apoyo vital. En este sentido, refiriéndose a la poesía ha llegado a decir “yo simplemente me dedico a escribir porque me gusta y porque a lo largo de mi vida ha sido un bastón que me sostiene”
Tiene publicado el libro “Huellas gastadas” de la editorial “Groppe Libros” en una edición familiar que fue un regalo de su otra hija Lily y que contiene una hermosa recopilación de poemas que nacieron al amparo de Ultraversal. Eugenia, aparte de gentil, buena gente y una compañera maravillosa, posee talento y gracias a él ha logrado focalizar en sus poemas su manera de ser, dejándonos textos muy emotivos.
Con su antes y después literario, con su esfuerzo, con su dulzura, y con su fuerza, no se me ocurre nadie mejor que Eugenia Díaz para enarbolar el espíritu Ultraversal. De hecho muchos la consideramos un ejemplo a seguir. Casi nada.
Se encuentra en remisión el intenso dolor que apagaba la luz de cada nuevo día, y sin reconocerse ve su imagen plasmada en la ventana tan serena y en paz. Escucha serenatas, las charlas y las risas y como en pasarela ve desfilar pasteles con los ramos de flores festejando a las madres. Y ahí, tras el balcón, cristal humedecido, esa mujer observa cómo se va mojando su reflejo tocando sus mejillas extrañamente secas. Camina de regreso pisando su presente, rozando con sus dedos los muros y tabiques que atesoran el eco de fantasmas. Se va dejando guiar por el fulgor de unas manos que esperan con anhelo logre cruzar el puente.
Gladys llegó a Madrid como el turrón, por Navidad, con su manada de bártulos y esa descarada impertinencia que la hace ser quién es: Gladys Sánchez.
Por el volumen del equipaje deduje que aquella visita iba a durar mucho y que la convivencia sería difícil.
Y camuflados entre los Manolos, los vestidos de Versace, los jeans de Gloria Vanderbilt, los pañuelos de seda, las tenazas del pelo, los rulos, el maquillaje, las pestañas postizas y toda esa marabunta de cosas propias del acicalamiento de mi señora mamá: los santos, porque no existe lugar ni galaxia dentro del universo donde Gladys Sánchez ponga el tacón en el que no estén ellos también.
La verdad es que yo nunca he creído en esas paparruchas. Sí, ya sé, me veo en el deber de explicarles qué son los santos. Verán, hay una larga lista de deidades africanas a las que los cubanos y una buena parte del Caribe rinden culto. Así ha sido desde tiempos inmemoriales. Está Yemanyá, y Obbatalá y Oggún…
Queridos lectores, estoy convencido de que sabrán darle un buen uso a la Wikipedia. Tengo un amigo escritor (escritorazo), de esos que cuentan la vida con auténtico talento y esplendor.
El tipo no es muy partidario de los glosarios ni de las notas a pie de página. Vamos, que no hay que ponérselo en bandeja de plata a los lectores, eso dice. Si alguna palabra extraña despierta su interés sabrán tirar del diccionario.
Culturizando a la peña, que con los tiempos que corren no viene nada mal.
Pues eso, como les decía, no creo que los santos tengan el poder de solucionarme la vida. Sin embargo, allí estaba yo, desesperado, arrodillado (por amor) como un gilipollas ante una ollita sopera de porcelana ¿japonesa? adquirida en un mercadillo de barrio de artículos de segunda mano y colocada en el piso justo en el centro de una esterilla de bambú, rodeada de velas aromáticas, incienso y ofrendas florales, girasolares diría yo, porque lo que allí imperaba era el girasol a punta de pala. Una ollita a la que mi señora mamá –Gladys– llama ampulosa y misteriosamente: «Oshún», que para los cristianos corrientes de toda la vida no es otra que la Santísima Virgen de la Caridad, en este caso del Cobre, esa hermosa localidad santiaguera en la que se encuentra el santuario de la virgen.
Una ollita sopera que, más que un receptáculo-contenedor para deidades, semeja un objeto minimalista japonés de exquisita sobriedad en el grabado floral que eligieron para decorarla.
Ni puñetera idea de la relación entre la cultura nipona y las costumbres que nos dejaron nuestros ancestros: los esclavos africanos.
Y allí estaba yo, rayando el mediodía, ante la ollita sopera. Y en el interior de la ollita sopera: agua. Agua corriente, del grifo, ni siquiera bendita. Y unas cuantas piedras lisas y grises que, según Gladys, recogieron los santeros del sedimento del río donde se llevó a cabo la ceremonia religiosa previa a la entrega de dicho amuleto. Y el río, como todo cubano sabe, es el medio acuático de la Santa en cuestión: Oshún. La versión cubana de Afrodita.
Lo cierto es que se me hizo un cacao monumental sincretizar la ollita, el agua del acueducto madrileño y las piedras con el río y con la virgen mientras formulaba mi pedido especial.
Yo hablo con Dios muy a menudo, pero es un acto mucho más sencillo que hablarle a una ollita japonesa. Y siempre miro al cielo cuando lo invoco, que es siempre el techo de mi cuarto (uno no habla con Dios en plena calle). Sí. Es una estupidez. Según Juan María, el pastor evangelista de mi congregación, Dios está en todas partes, pero a mí me consuela saber que Dios está en mi techo.
Y como ya se sabe, nadie tiene ni zorra idea del rostro que se gasta Dios así que cada cual lo imagina como se le viene en gana. Por regla general viejo, muy viejo, calvo y con las barbas como la cima del Everest, nevadas, mientras uno se lanza a pedir como un desquiciado sin la divina intervención del minimalismo japonés.
—¿Hijo?
—¿Mamá? ¿Es qué no sabes llamar antes de entrar?
—La verdad, es absurdo llamar a la puerta del cuarto de una. Por si no te has dado cuenta, este es mi cuarto, John.
Y claro que me había dado cuenta. Y bien. Existe una diferenciación muy clara entre el cuarto de mi madre y el mío y no me refiero al mobiliario. Mi cuarto siempre huele a ma-ría. Cualquier mortal sería capaz de colocarse sólo con abrir la puerta y dejarse acariciar por la fragancia, que no es precisamente el perfume a santidad que se supone acompaña a la madre de Jesús. De ser esa » María» lo habría escrito con mayúscula.
—Con la de veces que me has dicho que ésto de los santos era una auténtica mamarrachada, John —me soltó Gladys, la sarcástica. Y luego un: ja, ja, ja, kilométrico. De unos tres o cuatro renglones aproximadamente.
Sí, ya sé. Jamás en la vida un escritor debe incurrir en la desfachatez de referir la efusiva alegría de sus personajes con unos escuetos y bochornosos «ja, ja, ja». Hay que ser algo más creativo si se pretende al menos ser digno del oficio. Algo así como: lo agasajó con el desorden de su risa de opereta, el alto voltaje de su risa (puro 220 w) la electrizó hasta enamorarla, su risa era un estruendo de cristales rotos, su risa era la primavera echando a patadas, con su escandaloso apogeo, al invierno de sus penas. O simple y crudamente: se partió el culo de risa, se partió la caja, se meó (de risa) que para mi gusto va al pelo con mi personalidad, porque les advierto: no soy un escritor, simplemente alguien que se lo pasa de puta madre soltando sus paridas estúpidas por la red.
—Vaya, sí que estás metido con esa enfermera —el imperio Gladys contraataca.
—Como un camión en un bache. Y qué —contraataqué yo, el hijo del Imperio.
—No sé yo. A esta muchacha la encuentro poca mujer para un viudo de cuarenta y seis años al que le apasionan los combates nocturnos cuerpo a cuerpo, estás muy al día. Se te va un dineral en putas. Como sigas así no va a quedar ni un solo peso de la herencia de tu padre.
—¡Gladys!
—Con la de veces que le pedí a Oshún que te hiciera sentar la cabeza. Robertico necesita una mamá.
—No digas estupideces. Él ya tiene una madre.
—En el cementerio de Madrid. Desde hace quince años.
—Sí. Quince años de soledad.
—Si no espabilas se te van a convertir en cien como a García Márquez. Hijo, hasta cuándo vas a seguir venerando a una muerta.
—Y mira quién fue a hablar. Tú tampoco has tenido hombre desde que murió papá.
—Es diferente. Tu padre es irremplazable. Con lo feo que era, pero luego era tan especial. Un pedacito de pan. Cantaba de escándalo por Sinatra y bailaba tan bien los boleros. Apretaditos. Ay, era tan romántico. Cada vez que visito el blog de tu amigo me acuerdo de tu papá.
—¿El blog de mi amigo?
—»La maldad aparente», que poemas que escribe ese hombre. Demasiado para este corazón.
—Gladys, no sé qué bicho te habrá picado para que confundas de esa manera tan cruel la velocidad con el tocino. Papá era corredor de apuestas. Sí. Hubiera sido un poeta tremendo. Reconozco que se marcaba unos poemas de amor de campeonato. Pero a excepción de los versos no entiendo la conexión entre un corredor de apuestas neoyorkino y la brillante carrera literaria de un señor de procedencia israelí.
—Bueno sí, sí, lo reconozco, Gavrí Akhenazi es más bueno que papá fabricando versos. Es por esa frase.
—Ah, ya: «porque todos los monstruos somos, en el fondo, románticos»*.
—Sí. Tú papá era un monstruo muy romántico al que echo mucho de menos. Y ya estoy muy mayor para despertarme con esa deprimente visión de una dentadura flotando desfigurada en un vaso de cristal, lavar gayumbos y tomar sopa en compañía.
Pero fíjate qué sorpresa lo tuyo. Va a ser que Oshún ha oído mis rezos, de lo contrario no estarías ahí tan arregladito, arrodilladito y con las manos junticas sobre el regazo y esa carita de “no he roto un plato en toda mi vida”. Pero si vas a embarcarte en esa relación te aconsejo que seas el mismo canalla de siempre.
—¡Gladys, ya está bien de jueguecitos de palabras!
—Bueno no lo niegues, amor mío y corazón de otra, que tú eres muy canalla. Ahí saliste a tu papá y cada madre sabe qué clase de hijo tiene, pero un canalla atento y super simpático. Y a las mujeres nos vuelve loca esa versión del canallismo. Y si ese hombre está, además, como para hacerle un par de homenajes, así, uno detrás del otro y sin descanso … y tú has nacido de pie, pero sólo porque te pareces a mí en eso de la hermosura y no a tu papá. Gracias le doy a la Santísima Caridad del Cobre. Los feos tienen que emplearse a fondo y muy a fondo en el amor …
—Y las madres métome en todo y lengua larga muy a fondo en el silencio.
—Porque un feo, re-feo, bueno, yo estuve casada cuarenta años con un feo maravilloso, poco creativo en la cama…
—¡Mamá!
—De acuerdo, hijo, no te molesto más. Te dejo para que tengas unos minutos con Oshún. Y ojito. No le prometas a cambio nada que no seas capaz de cumplir. No sea que se ponga brava y se tome la revancha.
A propósito de Nadie Amo las palabras. Vaya esta declaración por delante… Me gusta jugar con ellas, explorarlas, mimarlas, acariciarlas….e incluso, de vez en cuando , hasta retorcerles la nariz… Y a pesar de ello no encuentro las necesarias cuando se trata de hablar de mí.,no me resulta fácil .
Acaso es porque literariamente hablando yo no soy nadie. Es decir , soy esa especie de Juana ( Jordana) Nadie , de persona anónima que , existiendo como ente real, en el universo de las letras no tiene relevancia alguna .
Porque yo no poseo ningún diploma de ningún certamen literario. No he publicado ningún libro. Ni siquiera escribo en ningún blog propio. Es más, durante años me he negado a mí misma que era poeta. Y eso que escribir poesía , versear lo suelo yo llamar, es algo que vengo haciendo desde siempre. O precisamente por eso.
Creo que el primer poema lo escribí sobre los 8 años. Recuerdo que se lo leí a mis familiares y lo recibieron con gran regocijo, pero a pesar de ser tan niña ya percibí una especie de murmullo subterráneo… algo así como “ Vaya, esta también nos ha salido rarita…”
Y es que había precedentes , un familiar que hacía poemas, que hablaba casi en verso y que sí debía ser un tanto estrafalario, porque según tengo oído ponía en su tarjeta de vista. ” Fulano de Tal y Tal .Pintor, escultor y barbero . Poeta, tejero, borracho y “desgraciao” “.
O sea , que muy normal no era….Todos lo trataban con afecto, con condescendencia, pero dejando entrever que estaba un poco chalado. Total, que decidí que no quería parecerme a él . Así es que yo, de poeta, nada de nada. Durante muchos años me he esforzado únicamente en ser el ser humano que soy: hija, esposa , madre, amiga, compañera, maestra… nombres todos ellos que me llenan de orgullo.
De esta dedicación mía a apurar todos las experiencias en que mi humanidad me sumergía , han ido surgiendo mis diferentes registros poéticos. Porque , aun haciendo de ello mi secreto mejor guardado , y como la cabra tira al monte,yo sentía la necesidad de plasmar por escrito todo lo que la vida me iba haciendo sentir: la belleza, el amor, el desamor, la sorpresa, la duda ,el estupor….
Sobre todo , y desde la lucidez, el estupor ante el sinsentido de la existencia , de sabernos vivos ,de conocernos extinguibles y de tener un deseo tan fuerte de supervivencia, quizás solo puro miedo. Si a esto unimos que nací con un sentido musical, del ritmo, bastante acusado, pues lo que sería de mí estaba cantado ( nunca mejor dicho) Aquello de: “ Y que suene, por que es inevitable… Porque al aire la música le sobra” de uno de mis poemas, creo que me define como poeta sin necesidad de más palabras.
Y es que ahora , por fin, ya he aceptado que lo mismo que hay quien nace con los ojos azules o con el cabello rizado, yo nací así, soy así . Escribo porque no puedo hacer otra cosa.
El aire, ese es ahora el mortal enemigo que se empeña en faltarnos, que se obstina en ahogarnos con saña en el silencio supurando congoja, al tiempo que proclama su triunfo incontestable trayendo mil virtuosos olores añejados, que van acuchillando la memoria.
Ya no cabe, por mucho que se apriete,
el hondo desamparo en la estrechez del pecho ni alcanza la tristeza esconderse en los ojos de cuévano y estanque.
El abandono deja la piel, tibia añoranza del tacto , al descubierto; la soledad la acecha de frío a dentelladas.
Y este extravío extremo de manso corazón que en cada rostro te busca a su pesar…
El desamor es este perro flaco empecinado en pasarse las noches contándole sus penas a esa Luna de luz desangelada por si acaso se digna a contestarle.
No queda ni un rincón en el que guarecerse de tanta indefensión desasistida, de tanto desconcierto..
Estupor desvalido, ferocidad inerme ,desdicha sordomuda, que acaba por volverse indiferencia
No hay desdicha mayor que un desconsuelo, que ya agotó sus lágrimas y al que ya no le quedan más ganas de llorar.
Ana Bella López Biedma es de Madrid, ingeniera técnica industrial, aunque nunca ha ejercido como tal. Empezó a escribir hace unos ocho años por pura necesidad. Ha colaborado en la revista Alaire, en el Sexto Continente, colabora habitualmente en la revista La Hoja Azul en Blanco de la Asociación Literaria Verbo Azul y en las publicaciones de La Espiral Literaria, asociaciones a las que pertenece.
Canta desde que tiene uso de razón, aprendió lo mínimo de guitarra a los catorce y desde entonces ha seguido haciéndolo aunque a nivel público lo abandonara durante mucho tiempo. Ha vuelto a retomar las actuaciones musicales hace unos tres años.
Compagina la faceta de poeta con la de cantautora y cantante de versiones en acústico. Este año ha publicado el libro de poemas «En clave de mí» acompañado por el CD de poemas musicados «En clave de Do-s», con música de José Luis Hinojosa.
Silvio Manuel Rodríguez Carrillo dice lo siguiente acerca de la narrativa de Gavriel Akhenazi (pseudónimo):
«Desde el primer reglón de sus novelas se comienza a exponer la dramática situación del autor, el difícil protagonista de toda historia, o mejor dicho, del conjunto de historias que componen esta gráfica emocional que es su escritura, lacónica en detalles y abundante en profundidades. Una situación marcada por rojos intensos que parecieran buscar dominar el destino, o por lo menos, probar hasta qué punto podrá llegar la resistencia de su inasible humanidad. Y es que va de una naturaleza íntima contrapuesta a la manifestación de un entorno sobradamente hostil, en donde ningún disparo queda sin ser respondido, en donde nada nunca se olvida porque es un autor al que le sucede casi una entera descreencia, porque casi le gana el picaporte de la puerta la sombra del cansancio, porque las tantas muertes que ejecutó o presenció casi le pesan más que las vidas que salvó, porque no le suman como quisiera.
Lo terrible, sin embargo, se da a causa de un cóctel en donde se mezclan experiencia, actitud e inteligencia. Sus calles han sido mucho tiempo cementerios (experiencia), salir de ellos para volver a la otra calle y seguir empujando a su modo implica una beligerancia vital (actitud) en la que debe recurrir a su capacidad de resolución de conflictos (inteligencia) para poder sostener su mundo, mientras una y otra vez acepta misiones que a los de a pie dejaría sin posibilidad de alivio alguno siquiera imaginarlas. Porque ahí se mueve él, donde la moral la dicta el vivir en los límites.
Lo complicado surge con la belleza. Gavrí Akhenazi mismo se proyecta, se amalgama en Jekyll y Hyde, porque así como destruye también construye. Escribe igual poemas que novelas, dispara un proyectil o una metáfora. Surge así quizás el punto más notable -para mí el mejor- de sus novelas: la dialéctica con la que el protagonista se bate a duelo contra sí mismo desde lo intelectivo hasta lo emocional. Se razona, se ataca, se desprecia, se explica y se muestra así mismo la salida, aunque esta no sea otra que la puerta que da con un nuevo laberinto.
En lo formal, es del tipo de escritura que no se rige por lo lineal, por lo estructurado de “un peldaño lleva al otro”, sino que sigue su propio impulso generando así su aliento único. Es una lectura durísima que demuele concepciones aprendidas de memoria y que muestra la cicatriz por dentro y que habrán de disfrutar los que gustan de examinarse sin el hábito de perdonarse.»