Gavrí Akhenazi

Ars amandi

Con la garra cerrada, el animal explora el tacto de lo cálido. Si abre la garra, habrá un estremecimiento en todo el aire, un rasgo de viento en el paisaje de esa colina húmeda por la que anda lamiendo el calor de la vida, sin tocarlo.

Desliza con deleite la garra predictiva en un ínfimo espacio de tibieza, a tan breve distancia, que percibe como se eriza el tiempo debajo de la piel, en sus pulpejos de predador eterno que ha encontrado una hembra en el desaire de los celos feroces.

Carne de paz que tiembla en el espacio oscuro y entre pliegues de luz que la modelan espesa y terciopelo. Entre las garras, el animal que explora con el tacto, siente la selva, tan mojada y dulce, como una cabellera interminable atrapada por miles de medusas. Tiene sed. Se inclina con el ansia y recoge medusas con la lengua, gotas de sal cautiva y vaporosa le mojan las papilas y los labios.

Hay un rumor apenas, un murmullo en las hojas del silencio, un movimiento de brújulas antiguas que indican a la vez los cien caminos de esa orografía que el animal enfrenta.

Toda orografía es un misterio sobre el que establecer el territorio y avanzar en lo tórrido y lo acuático, en el fuego veloz que irrita las colinas con un aroma intenso a leche y sebo, y allí perder los dientes y los juicios y ese aliento de guerra que resiste el nudo de las lenguas y los ojos.

Ella, una tormenta en blanco y su ceniza, un fuego diluvial que quema y reproduce incendios, temerario, sobre un erial de vientos, amaina la cordura. Como un puente que se remece y vibra mientras vuelve tsunami la ternura, se deconstruye y se construye.

Un viejo mineral y un pez de oro atrapados en la red de un pescador de instintos, se confunden la sombra y los otoños en la necesidad vertiginosa y ya no hay presa ni animal de garra sino un solo y último relámpago, quebrado en el sudor, atado al beso.


Sexo barroco

Pensó que había regresado a ese muladar de terciopelo donde los olores se vuelven un légamo de complejidad y uno chapalea satisfecho y cálido, con la fiebre ausente de estos años que ya no se parecen a aquellos porque en aquellos la fiebre era una manifestación del corazón y ahora es solamente lo que se ha dejado atrás, se ha postergado de manera inepta con la ineptitud de lo que no se tiene ganas de resolver y apenas queda en eso, en algo que no se tiene ganas de resolver porque no se encuentra el cómo hacerlo y mientras piensa eso, una laxitud amarilla, una grasitud sobre la que la vida resbala sin quedarse, le patina la piel ocupada en la fragancia pastosa del sudor que se vuelve una joya caliente, extraída de un mar de sal profunda como todas las lágrimas que no se han llorado en el momento justo y rebalsan desde los rincones humanos atrapadas por glándulas obstinadas en cumplir su función desalinizadora del corazón con mal de pena.

Hunde los dedos y debajo de las yemas está la palpitación sensible de un reloj crudo como un pan que llora y que se ha amasado con la sal antigua y la sangre habitante y un poco con el calor manual de desbrozar la carne de esas cosas que el pudor le junta sobre el ansia de ser apenas un cuero tenso y expresivo, una resonancia de gemido que grita, una violencia de animal que come y su réplica de animal de vuelo en ese movimiento en que toda sonoridad se transforma en cárnica y sabor, en sabor, piensa, como si en la lengua tuviera más papilas que el resto de los amores y esas papilas pudieran crecerle por los labios mientras se los relame con la holgura de un disfrute anunciado por efímero y a su vez, por constante y declarado, porque uno se lleva los sabores y esos olores al olor vencido, pegados en órganos que la ciencia aún no ha descubierto y crecen solamente en los largos momentos en que un cuerpo y el otro se transforman en una expresión madura que se funde, se funde, se congrega y a la vez se disgrega en una descabellada cuestión química que, como los órganos esos que crecen sin haber sido descubiertos aún, se manifiesta en lo que complementa la verdad de estar así, resbalosos y perfumados en una irredención de uñas y lenguas y cabellos y por sobre todo de miradas que rasgan la saliva, la asfixia, el espasmo y el semen.

Así, quedarse así, en un sexo que duele.

(De: Caída de las patrias)

Conversa con nosotros