EDITORIAL

La prosa, esa otra música

por Gavrí Akhenazi

Es una opinión instalada esa de que la prosa no posee ritmo a diferencia del poema, del que también se acota que un poema es casi una composición musical.

¡Cuán errado está en realidad ese concepto acerca de la prosa! Es de verdaderos ignorantes aferrarse a tal premisa porque justamente lo que hace fluente y seductora una prosa es, además de su contenido, la forma plástica que se imprime a ese contenido o sea, el ritmo, la cadencia, la singularidad sonora de los componentes del fraseo.

La elasticidad o plasticidad de una prosa depende exclusivamente del dominio idiomático del escritor ya que para construir sustancia armoniosa que atrape con su discurrir ágil al lector, es necesario concebir un ensamble sonoro elocuente, ajustado a los tempos necesarios y curvos que posee el idioma, o sea, aplicar un ritmo interno, un ritmo propio, que modifique con curvaturas la rigidez propia del fraseo.

Frente a la poesía con sus reglas y su técnica que cualquiera puede aprender si se esmera  –aunque tenga que escandir con los dedos para dar con el cómputo silábico que cuadre con el metro elegido– en la prosa hace falta una percepción artística notablemente más inaprensible, más delicada.

Un escritor trabaja en prosa con variantes invisibles y las aplica para virar, en cualquier momento, de acuerdo a aquello que esté intentando reflejar.

La prosa no posee convenciones como sí podemos ver en un poema con métrica y con rima construido en base a ajustarse a ellas.

En la prosa, el sonido y su movimiento, el flujo de fraseo y su color se modifican en estilos variopìntos según  aquello que el narrador esté intentando transmitir a su lector.

De ahí que para un escritor que se precie de serlo es imprescindible conocer el peso exacto de las palabras que emplea en el armado de cada una de las ideas, ya que cada palabra es o representa un matiz, algo específico y único que, en realidad, no admite sinónimos si uno decide emplear el potencial de cada vocablo en el espacio justo en el que ese vocablo y no otro, cabe.

 Entonces, cuando se sabe mensurar el justo peso de cada palabra según cómo ésta se coloque en el puzzle de la armonía contextual, se consigue centrar todo el interés de la idea.

Basándonos en la elección y en la posición en la que ajustamos los términos,  podemos impactar en el lector tan solo con una palabra que, colocada estratégicamente y persiguiendo su único y exclusivo matiz, logre asombrar o conmover.

Aunque en la actualidad todos escriben y cualquiera se llama a sí mismo escritor porque consigue redactar decorosamente (y a veces ni eso) dentro de los cánones primarios de la escritura, la prosa narrativa (y por qué no las otras) requiere muchísima más elaboración que el poema para alcanzar calidad pero por sobre todo, requiere dominio, léxico, conciencia sonora, estilo estético, sutileza, minuciosidad y búsqueda.

Narrar no es soplar y hacer botellas como piensa la mayoría.

Narrar es proponerse construir una verdadera catedral solo con el idioma en que se narra.

COMENTAR TEXTOS

por Gavrí Akhenazi

Comentar un texto literario no se remite al simple hecho de hacer una lectura superficial del mismo y agregar al pie tres palabras amables y un saludo afectuoso al autor.

Comentar un texto implica un compromiso para con ese otro al que comentamos.

Así como se establece una relación estrecha entre autor-lector, la relación inversa no es menos importante.

El tomar medida del peso de la lectura de un texto es tan necesario para el autor como para el lector es importante que esa lectura lo movilice y le produzca los impactos exactos que motiven su emoción.

Cuando se expone una obra, se la da a juicio. Por supuesto que el ego artístico desea que sea bien recibida y que todos opinen sobre su calidad con beneplácito. Muchas veces, no ocurre eso. La recepción en el público no es la esperada. El análisis de la crítica no es halagador. Queda, entonces, en el autor un regusto a derrota que le impide capitalizar positivamente lo que se le observa para conseguir un mayor abanico de posibilidades receptivas.

Por otro lado, el comentarista debe involucrarse con el autor. Analizar lo expuesto con la seriedad necesaria como para poder, dentro de su subjetividad, ser lo más objetivo posible en la evaluación de la obra que está leyendo.

Comentar un texto supone comprobar los datos que se perciben de ese autor, sus características, su estilo. Y comprender con profundidad un texto literario en sus diversas implicancias : autor, estructura, forma, contenido, es descubrir los valores estéticos que justifiquen lo leído como una creación artística.

Debemos tener en cuenta que una obra, cualquiera sea (poema, novela, relato), no tiene disociadas la forma y el contenido y ambas, en conjunto, representan una unidad artística, por ende, la forma determina el contenido y viceversa.

Sabemos que si bien existen métodos o modelos mediante los que realizar el comentario o crítica de una obra, no todos los lectores poseen ese conocimiento, por lo cual los resultados de un comentario, en general, siempre dependerán en cierta medida de la agudeza, conocimientos y aptitud del comentarista.

De acuerdo a esto, cada comentarista tendrá su estilo para enfocar el comentario y podrá hacerlo de acuerdo a sus conocimientos desde lo gramatical, lo estilístico, lo sociológico, lo psicológico o, sencillamente, desde la expresión del impacto estético que ha recibido.

También, en la elaboración de un comentario es posible seguir un orden y partir de ciertos principios fundamentales para aplicar a cualquier texto literario o a la mayoría y poder arribar a un comentario provechoso.

Al analizar un texto es necesario precisar la disposición del autor ante la realidad y su actitud o punto de vista. Se trata de visualizar el modo en que el autor interviene en su texto, como escritor y como persona.

Los aspectos a analizar e identificar serían la técnica del autor y su implicación psicológica en el texto; establecer el modo en que el autor se sitúa ante la realidad y los procedimientos que adopta, conscientemente, para transmitir su mensaje.

Antes de iniciar el análisis es preciso leer con rigor y profundidad, intentando descubrir sus valores literarios.

En esta etapa se trata de entender el texto. Se debe interpretar su estructura artística y tratar de explicar la reacción que produce su lectura. Hay que leer varias veces el texto, hasta estar seguros de haber desentrañado su sentido literal y connotativo y las dificultades lingüísticas, técnicas, culturales, que nos plantea para resolverlas en nuestro comentario.

Si es necesario, deberá hacerse uso de los libros de consulta necesarios.

Al finalizar debemos tener la convicción de que no nos ha quedado ninguna duda léxica, sintáctica o de cualquier índole sobre el texto que vamos a comentar.

El análisis de los elementos formales siempre estará en función de explicar el contenido del asunto y la sensación que produce en el lector, y en relación, además, con la intención del autor.

Solo deben tenerse en cuenta aquellos aspectos estilísticos que nos ayuden a explicar el texto, atendiendo siempre a la justificación de su uso y a la impresión que producen.

A la facilidad en el comentario se arriba mediante la reflexión y la práctica honesta y rigurosa del mismo.

Un comentario negligente, es una falta de respeto hacia el autor y hacia el propio comentarista.

PLATÓN, APOLOGÍA DE SÓCRATES

por Silvio Rodríguez Carrillo

Este libro de Platón es una versión recreada del discurso que ofreció Sócrates como defensa frente al tribunal ateniense cuando fue acusado de corromper a la juventud y de impiedad. La acusación la hacen Meleto, que es poeta, Ánito, que es político, y Licón, que es orador, quedando entonces representados los tres grandes grupos contra los que Sócrates había venido arremetiendo en su vida pública. Por otra parte, Sócrates también se expresa respecto de los acusadores anónimos, es decir, respecto de todos los hombres que durante muchos años han rumoreado en su contra, independientemente de los que lo llevaron a juicio.

El protagonista recuerda que Querofonte al consultar al Oráculo de Delfos recibió como respuesta que no había nadie más sabio que Sócrates, y que desde entonces se empeñó en demostrar que el Oráculo estaba equivocado. Fue así, que comenzó a interrogar a poetas, políticos y oradores, descubriendo que estos, creyendo saber, en realidad no sabían, en tanto que él mismo, al reconocer que no sabía, era más sabio que ellos, que finalmente la sabiduría era territorio de los dioses y que frente a ella el conocimiento humano apenas valía algo. Esta actitud hizo que ciudadanos prestigiosos se volvieran adversarios y acusadores.

El tribunal lo encuentra culpable, y Sócrates, antes que protestar, propone un castigo un tanto inusual: participar en las comidas del Pritaneo. Esto era un privilegio del que gozaban los atletas y algunos contados ciudadanos destacados, es decir, Sócrates estaba convencido de ser un benefactor y no un criminal. Obviamente el tribunal rechaza su propuesta, entonces Sócrates propone pagar una multa de una mina, que era lo que podía pagar, monto que se rechaza, a la sazón, sus amigos aumentan esa cifra a 30 minas, pero la asamblea encuentra que es muy poco y condena a Sócrates a muerte vía envenenamiento.

Ante la condena a muerte, Sócrates tampoco pierde la calma, y se dirige a la asamblea expresando que el veredicto en su contra no se debió a la falta de argumentos en su defensa, o a algún error en la presentación de su razonamiento, sino, justamente, en que en ningún momento cedió a asumir una postura que no era la suya propia, sincera y verdadera. Esto es, el gran filósofo sabía que podría parecer soberbio ante los ojos de los demás, pecaría de ingenuo si no lo supiese, pero no tenía alternativa, actuar de otra manera sólo implicaría ser un hipócrita.

Es un libro que nos hace reflexionar acerca del egocentrismo y la vanidad característica de la mayoría de la gente de poder, como también de la gente corriente. Pensemos en cuán duro es que nos señalen que ignoramos muchas cosas de la materia en la que nos sentimos maestros, a menos que vivamos con la actitud de ser eternos aprendices. El libro cierra con estas palabras del maestro: «Pero ha llegado la hora de que nos separemos; yo, a morir; vosotros a vivir. Quién de nosotros se encamina hacia un destino mejor, es un enigma para todos, excepto para los dioses».

FICCIÓN O REALIDAD, LAS PREGUNTAS DE LA IMAGINACIÓN

por Gavrí Akhenazi

Le he dado muchas vueltas al pensamiento de que para escribir sobre algo es preciso estar en franco contacto con aquello sobre lo que se escribirá, lo específico, lo que resulta real y tangible.

Todo aquello que se ve y también  lo que se percibe es la base de la escritura, los cimientos que le dan forma a las preguntas que las realidades hacen brotar desde nuestra percepción más allá de nuestra objetividad de observador.

El proceso creador se fundamenta, muchas veces, en las interrogaciones inconscientes, esas que se disparan desde nuestro poder de observación y que construirán un caleidoscopio con aquello observado, dando de este modo paso real a la imaginación subsecuente para recrear lo ya conocido transformándolo en algo por conocer.

La realidad exterior puede ser limitante para muchos observadores, pero no  con los creativos, sino que, muy por el contrario, producirá todas esas preguntas necesarias para deconstruir lo tangible y reconstruirlo  ya que la escritura será el medio lógico para obtener ese resultado de reconversión.

La escritura y todos sus interrogantes, por caso, se transforman en una herramienta de autoconocimiento, donde se entretejen las diversas realidades que involucran al escritor ya sea desde la vivencia o desde la observación.

Es cuando todas esas realidades asimiladas e interrogadas se fusionan que dentro del individuo se ha abierto camino el hecho literario.

Una vez que hayamos conseguido dominar todas las ideas de nuestra imaginación reconversora de la realidad, la efectividad del proceso comenzará a signarse por las estructuras de las oraciones mediante las cuales plasmar la fusión. Básicamente, esto se logra con el ordenamiento de los elementos narrativos para que no se vea afectado el significado final de lo que estamos buscando transmitir.

Todo creador posee dos tipos de conocimiento: el de la realidad que lo rodea y el que tiene acerca de sí mismo.

La indagación profunda lleva consigo un constante experimentar con la creatividad de modo que la producción obtenida se transforma en un ejercicio de búsqueda que consiga relacionar lo conocido con lo percibido sin que en este último parámetro haya una verdadera certeza sino, más bien, un tamiz propio que dotará a la obra de la necesaria impronta que diferencia a unos de otros.

Es la imaginación recurrente sobre el reflejo que el exterior produce dentro de quien lo percibe, aquello que terminará por ser proyectado en la escritura.

Cómo un escritor indaga sobre lo que percibe es lo que definirá la fuerza o la intrascendencia de su narrativa, porque es lo que le otorgará, sin duda alguna, la voz que lo distinga.

MISCELANEAS

Silvana Pressacco – Argentina

Disparos en mis pausas

No hay remiendos, no hay parches
ni curvas hacia atrás
en la línea del tiempo.

*

De qué sirve conocer la mejor receta si nunca la experimentas con tus manos.

*

Escapar nunca fue una de mis soluciones posibles.

No es salida real aquella puerta que no deja pasar a todos los míos.

Pueden observarme cansada en el campo de batalla, incluso creer que no tengo armas suficientes pero nunca dejaré de ser una guerrera.

La tristeza regresa para recordarme que hay motivos que no me convencen como para resignar la lucha.

Hay tiempos de tregua para recuperar aire y elevar la espalda de nuevo.

La paciencia es mi arma más poderosa.

Cuando renazco mis ojos hablan mil idiomas y mi lengua es un arsenal.

Hay luchas que ya no enfrento porque desgastan y aprendí que el tiempo, como el soldado más leal, anota a mi favor .

Cuando lave los pensamientos oscuros que con frecuencia me visitan podré vislumbrar el propósito de mi vida.

Debo lograr un equilibrio interno para superar todos los frentes que atacan mi felicidad.

Es difícil lograr la felicidad plena si antes no aprendo a vivir en armonía con todo lo que vive, con el otro y con el mí mismo.

Si no tienes concordancia entre tu hacer, tus intenciones y metas tampoco tendrás suficiente equilibrio para avanzar por el filo de la vida.



Leonardo Zambrano – USA

Valores

¡Estamos llenos de ciegos y muchos sin valor!

El silencio no es artificial…

Hay que tener valor y piel de luna
si su luz es animal entre tus ojos rayando…

…Hay que valorar ser libre en el Mar Negro.

Hay que caminar sin sandalias
y saber evadir las otras piedras…

Hay que pintar los adioses que el labio oculta,
aún cuando el silencio ocupe las muertes escondidas…

¿Cómo poder documentar la voz?
Si el silencio asalta el verbo sentido…

Somos un espacio en la línea de otros…

Quisiera regresar a mi inocencia
y no depender de la ignorancia…



William Vanders – Venezuela

Pérdidas

Perdí mi nombre, no puedo recuperarlo. Mi alma es fémur solitario en playa escondida.

Perdí mi alma, sigue extraviada. Mi bahía es cardonal de emociones sin agua.

Perdí mis instintos… ya no hay arena sobre la que pueda dibujar la carne de mi espíritu, la boca del silencio, el abrazo de las manos, la soledad del consuelo, la tragedia de la pausa, la calma de la prisa, la palabra que mata.

Perdí todo, ahora soy tronco muerto hecho de origen.

EDITORIAL

La «poética del arrebato», el proyecto Ultraversal

por Gavrí Akhenazi

Es muy difícil hablar de lo que se hace; tomar distancia y hablar de Ultraversal. Al menos a mí, intentando armar conceptos en este editorial, se me produjo una especie de conmoción porque cuando los proyectos se llevan adelante, el proyecto te absorbe hasta el punto de perder la verdadera dimensión del mismo. Solamente uno se aboca a trabajar en él con toda su libido al servicio del objetivo y pierde la noción de «proyección» que el susodicho proyecto pueda tener o el impacto que logra en los demás.

Entonces, el editorial me obliga a detenerme y mirar y por sobre todo, a reflexionar sobre la historia de Ultra, que ya lleva más de 18 años en el aire y ha formado escritores que hoy se pasean por el mundo ostentando sus premios.

Ultraversal puede enorgullecerse de los nombres famosos que han pasado por sus entresijos.

En dieciocho años largos que Ultra está en el aire como Proyecto Cultural, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que de nuestro semillero han salido poetas y escritores que hoy están en los catálogos de esas editoriales que todos nombran y de otras muchas y que, cuando entraron a nuestro proyecto no podían distinguir una sinalefa de una sinéresis aunque hoy den conferencias.

Solamente hay que ir para atrás en las historia del foro, porque todo está escrito y lo escrito no permite mentir, ya que una de las premisas de Ultraversal, es que no se borra nada de lo que en ella se escribe.

La corriente literaria del Proyecto se llama «Poética del arrebato». Ese es el nombre que Morgana de Palacios eligió para bautizar el mecenazgo que encaró, porque Ultraversal es un proyecto gratuito, costeado por su fundadora y sin ningún fin de lucro. Se trabaja en él desde y por el amor a la literatura y en defensa de la literatura.

«Poética del Arrebato» porque la escritura es una movilización interna, íntima. que desafía los límites de la creatividad y detona la fuerza creadora del artista poético. Se basa en el sistema motivacional, en que lo que alguien dice despierte en el otro el ansia de crear y de hacerlo con calidad y excelencia. Que se muevan sus mundos interiores y suelten la voz oculta que todo escritor tiene.

La premisa es que todos aprendan de todos, que todos ofrezcan a todos la honestidad de la apreciación, y de ese modo, el crecimiento es conjunto.

A diferencia de otros proyectos que quisieron copiar el modelo Ultraversal, nosotros priorizamos la calidad sobre la cantidad. No nos interesa tener cincuentamil claques que se aplaudan y alaben unos a otros, sino cincuenta miembros solidarios que quieran crecer en conjunto ayudándose los unos a los otros desde la más profunda honestidad.

Por ende, todos somos iguales ante la ley, no importa si venimos de los catálogos de las editoriales o de la cocina de nuestra casa. No importa cuál fue nuestro recorrido literario antes de ingresar a Ultraversal, porque si decidimos poner nuestro conocimiento en este proyecto exigente y altruista, importa lo que hacemos, no quienes somos y por sobre todo, lo que creo que nos hace posibles, es si lo que hacemos, lo hacemos bien. Y en este punto, a las pruebas me remito. El que quiera certificar mis palabras, puede pasear por los anales de Ultra y verá nombres que rubrican lo que yo digo aquí.

Muchas de estas personas no dirán: «yo aprendí en tal lugar a escribir como escribo», porque el ego del artista es superior a la calidad humana en muchos casos, pero el mayor orgullo de Ultraversal es justamente haberlo conseguido, no estar en la boca de aquellos, sino saber que aquellos son esos que Ultraversal formó.

Así que, «formamos» es el término. Y la premisa es «se puede».

NOVEDADES EDITORIALES

«Maldita musa »

poemario de Mar García Romero

María García Romero no es una poeta para leer de paso. Es una voz poética intensa en su delicadeza, en la que el lector debe sumergir su vocación lectora para abstraerse y así sensibilizarse con el mundo que la autora propone. La voz de María es una voz de altura, de esas voces frente a las que voces como la mía se detienen y se quedan allí, disfrutando.

Disponible en La fragua del trovador

EL OTRO Y LA PERSONA

por Edilio Peña – Venezuela

¿Cuándo una persona se transforma en un personaje? Antes de indagar y hallar la respuesta que parece imposible, habría que preguntarnos, quizás, lo más inquietante: ¿cuándo una persona deja de ser lo que parece, con una supuesta identidad propia, para, en un instante, transformase en aquel desconocido sin nombre que creía haber olvidado o extraviado en la selva de la niebla impenetrable, desde el inagotable misterio del ser?

Ese otro que se presenta sin anunciarse ante el reflejo de las aguas oscuras y profundas, en esos laberintos azarosos de la vida, o como un doble que lo persigue como la culpa, el crimen o el castigo en la acuciante vigilia o el insomnio. Un ser extraño que también lo asalta en el sueño tenso de la pesadilla donde, a veces, un resquicio de su memoria tapiada se rompe y le revela que es una bestia, un bicho raro, o un niño perdido y desamparado  entre la ceguera y la orfandad.

Acontece que mientras duerme, inesperadamente, la persona emite un grito sostenido al descubrir, desde el fondo de la inconsciencia, que se halla confinada en una prisión, más oscura que la misma noche desgarrada, con el cuerpo paralizado y, por más esfuerzo que haga por despertarse, lo traiciona la falsa idea de que se ha despertado, estando inmerso aún en la pesadilla y en la angustia más demoledora, al percatarse que no puede mover ninguno de sus miembros.

El drama se acrecienta cuando la persona no tiene a nadie cerca que lo despierte de su impotente y sordo socorro y la agonía puede prolongarse hasta la muerte, en el intenso sopor que empapa las sábanas blancas en un púrpura espeso de sangre. Al ser condescendiente con lo sublime, en la pesadilla, la persona también ha podido descubrir que seguramente había sido un ángel al que le quemaron las alas antes de convertirse en persona o personaje. Pero, ya es demasiado tarde para repararlas y volar más allá de sí mismo; porque las nuevas que pueda obsequiarle Dios, nunca podrán pertenecerle ni volar a donde quiere ir. Así sea, hacia el sin sentido.

Acorraladas, algunas personas fabulan el deseo infantil del carnaval y se disfrazan a escondidas de los curiosos y espías, para alejarse de ese ser que lo habita y del que ha comenzado a dudar porque lo encarna como el personaje de una novela, película o pieza teatral que necesita conjurar. El tormento acrecienta ante la mirada de los espejos porque no lo deja realizarse más allá de la cultura, la religión o la sociedad fundada en rígidas normas que le  ha pautado su conducta.

A veces el doble, o los desplazamientos mentales, se instalan como una provocadora necesidad para cruzar los puentes prohibidos, pero es una tarea clandestina riesgosa de la cual nadie más puede enterarse, porque se precipita la catástrofe y se puede entrar en la locura. Es como aproximarse a los abismos o a un complejo problema matemático. Los infieles, los traidores, los desleales, saben de eso. Aunque el amor o el odio los justifique en su arriesgada aventura. Mucho más, si logran su objetivo. Real o virtual. Porque ninguna persona se sostiene en una sola expresión, en un solo sentimiento, en una sola máscara. Así lo jure o lo prometa en la convivencia con los otros. Todo ser humano, es como ese personaje de la novela de Italo Calvino: El Vizconde demediado.

LAS REFLEXIONES DE GILDO

Tantos libros

Nunca había tenido tantos libros nuevos. Aunque sería justo decir que cuando llegaron los últimos ya había leído el primero: Berta Isla. Que no era el primero que había pensado leer, sino Tomás Nevinson, también de Marías. Pero al mirar la contraportada y leer que Nevinson era el marido de Isla, y siendo que Javier Marías es uno de mis escritores favoritos –aunque tenía algunos años sin leerlo (tres quizá)–, sabía que Berta Isla era el nombre de ese otro libro suyo. Así que para poder leer a Tomás y disfrutarlo sin peros, debía antes leer a Berta, y claro, ir por el libro primero, que no llegó solo, sino con uno de Saramago (el segundo de mis escritores favoritos junto con Marías) para poder recibir un descuento de cien pesos por la compra previa del de Nevinson y los que lo acompañaron.

Ese primer libro, Tomás Nevinson, vino junto con otros cuatro como el regalo navideño de mi madre, que no pensaba regalarme libros, sino unos tenis, que le dije no necesitar. Claro que tampoco necesito libros en sentido estricto, pero es un lujo que en ese momento me podía patrocinar mi madre.

Como ya mencioné, llegó luego ese par de dos de mis favoritos (el otro es Gavrí Akhenazi), y todo el asunto de adquirir material de lectura parecía cerrado. Pero por mi cumpleaños Gil me regaló dos libros de Mario Vargas Llosa, entre ellos Conversación en La Catedral, libro que anhelaba leer pero que no había encontrado, y que pude leer ya.  

También por mi cumpleaños mi hermana me obsequió una tarjeta de regalo de esa misma librería. Y podía escoger otra cosa que no fueran libros pero libros fueron. Mi madre me dio dinero y dijo como para que no me queje de que no me conoce, como cuando olvida luego de más de cuarenta años que no me gusta la cebolla cruda, entre otras cosas; «para que te compres un libro». 

No es que sea demasiado obediente, pero tenía pendiente una visita a la librería para hacer válida mi tarjeta de regalo, así que fui tan pronto como pude. Hay hábitos consumistas que todavía me dominan. Aunque del dinero de mi madre sólo pensaba gastar la mitad en libros, y así había sido, hasta que estaba por pagarlos. Voltee a ver paquetes de libros por mera curiosidad y me encontré con un envuelto de seis libros de Xavier Velasco. Y por la misma lastimosa curiosidad, tomé el paquete y miré el precio, que debí mirar dos veces tras no creerlo la primera vez, y soltar una obscena exclamación de felicidad: $410.

No había leído cuatro de los seis libros de Xavier pero ya no llevaba dinero suficiente. Y mi paranoia me hizo pensar que si no regresaba al día siguiente alguien más se llevaría la grandiosa oferta, dejándome con un palmo de narices y tantos «si hubiera» en la cabeza, como tantas veces. Era tanta mi emoción paranóica que no había notado que podía obtener otro certificado de $100 de descuento por esta compra al volver al día siguiente. Lo noté a tiempo.

Sólo había que buscar algo barato para completar los $500 pesos de compra que piden como mínimo para descontarte los $100 de la compra anterior, y en la mesa de rebajas encontré dos ediciones baratas de Stevenson y Dostoyevski para completar mi compra. Me dispongo a pagar y el cajero me dice que no puedo hacer válido el descuento, pienso que al estar tan rebajados los libros de Velasco es imposible que me descuenten más, en mi cabeza lo acepto, no importa, me los llevo. En principio no comprendo cuando el chico de la caja dice que me hace falta llevar más libros porque para hacer válido el cupón debo comprar $500. 

Sigo sin entender, hasta que dice que el paquete de libros sólo cuesta $249. Supongo que mi cara mostraba una felicidad inmensa e incomprensible, y le digo que espere, que voy a buscar algo más para completar la compra, todavía con esa sensación de alegría extrema que a veces ante estos chispazos llega y nos sorprende. Salí con diez libros por poco más de $400 (unos 20 dolares). Demasiado feliz.

Supongo que tengo para unos tres años de lectura, no leo tan aprisa y la tercera parte del año el futbol americano secuestra mi atención tres noches a la semana. Y como casi todos los que disfrutamos leer también tengo algunos libros sin abrir que deben estar algo celosos.

EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

La poesía del oportunismo

Llevo varios días dándole vueltas a la cosa y planteándome si escribir sobre esto no es, de algún modo, oportunista.

Quizás lo sería si fuera la primera vez que toco el tema o que miro hacia ese lado con cierta atención. Pero no. Este tema, el de esta humanidad de leviatanes, como dijo alguna de mis colegas poetas en el Foro, es el único y excluyente tema que he tocado en mis libros ya sea de manera tangencial o de manera directa. Toda la vida escribí sobre «las guerras» en que la Humanidad ha desarrollado su estilo de vida.

En realidad, he hablado sobre los hombres en las guerras porque me ha tocado servir en unas cuantas a lo largo de mi vida y creo que este oscuro desengaño con lo humano que me asiste y corroe, se ha producido a partir de conocer la cosa desde adentro, desde los hospitales de campaña, desde el rescate de los niños soldado, desde los huérfanos de guerra de los que nadie se hace cargo, desde las interminables columnas de gente a pie que huye de zonas en conflicto arrastrando sus almas hasta sitios en donde se les da la espalda por su color de piel o por su origen.

He visto tantos muertos, tantos muertos, que he perdido el asombro y he perdido el dolor.

Ahora, que esta guerra que es una guerra más y no «la guerra» ocupa todas las pantallas de los hombres, la boca de los hombres, los ojos de los hombres y el miedo de los hombres, me pregunto en dónde subyace la diferencia entre una y otra masacre si todas son masacres y si son niños, mujeres y hombres de a pie los que mueren en ellas. Qué diferencia hay entre una aldea en un lugar que nadie encontrará en el mapa y una aldea en esta nueva guerra que ocupa con sus gritos el resto de los gritos.

No pretendo hacer un alegato sino que me pregunto por qué hay tanta muerte que no le importa a nadie ni se habla de ella. Tanto niño anónimo muerto al costado de un camino por el que escapaba solo entre otros solos, ahogado en el Mediterráneo, bombardeado en su cuna, arrancado del vientre de su madre por un tajo de machete, enfermo de pestes que la Humanidad ya ha superado porque no hay nadie de las «humanitarias» que llegue hasta él con los medicamentos.

Ahora veo por todos lados voces y alegatos, poemas de dolor altisonante, banderitas como aquella vez de Charlie Hebdó, cuando todo el mundo era Charlie Hebdó cuando nunca fue nadie de todos los otros Charlie Hebdó que han muerto desde siempre.

Y luego, todo lo que no dio ninguna de las otras guerras que ocurren concomitantemente a esta –en lugares que no le importan a nadie– invadirá la poesía de esta parte del año y se olvidará de esto en cuanto acabe, como el hombre olvida constantemente todo.

Hoy ya no puedo leer lo que leía. La poesía, en su significado más íntimo es invariable porque habla de aquello que implica lo universal y es el mundo el que un día, por una circunstancia como esta, se mune de unas voces que cambian sus discursos, cada una a su manera y de este modo ilustran y acompañan un retazo de la realidad que lo constituye.

Luego, cuando baje la marea o se naturalice, la poesía olvidará para regresar a los problemas poéticos que siempre la han nutrido: soledad, amor y desamor, tristeza, individualismo, inconformismo y ese tipo de asuntos personales, tan propios de la indiferencia del ombligo.

La poesía, vestida con sus nuevas máscaras, también en este caso, con su Carnaval de Venecia acompaña la guerra en un mundo en que la palabra ha fracasado desde siempre.

LAS REFLEXIONES DE GILDO

Sobre «El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco», de Bukowski

por Gildardo López Reyes

Hace no demasiados meses compré un libro de Bukowski: El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco, que resulta ser un diario de sus últimos años, años de holgura económica y despreocupación, en los que ya disfrutaba del fruto de su fama.

En realidad tengo pocos libros suyos comparados con los que he leído. La mayoría los leí en la biblioteca de la escuela, todos los de relatos que ahí había y Cartero. Y hay uno que presté y no me devolvieron. Éramos muchos y parió la abuela.

Como se trata de escritos cortos, lo leo cuando tengo que hacer pequeñas esperas, como cuando voy por Gil a la escuela. O como una pequeña golosina que degusto entre libros. Y también como esa deliciosa golosina, al hacerlo intento que el gusto dure más, que el libro pase más tiempo en el buró. Porque es un libro muy corto, muy pocas páginas y con un tamaño de letra mucho mayor a los otros. Y también tiene ilustraciones.

Al ser un diario su escritura es más íntima, y me resulta mucho más cercana. Sí, es el mismo tipo que ha escrito no sé cuántos años y al que leo desde hace mucho, pero sus textos tienen una intimidad mucho mayor. Aunado al hecho de que ya ve cerca su muerte, sabe que lo ronda. Cosa que quizá te dé algo más de claridad. 

Creo que puedo decir, desde la perspectiva de quien lo lee desde hace más de veinte años, y de quien le ha leído casi todos sus relatos, que la experiencia es como la de quien charla, o más precisamente, escucha a un viejo amigo. El reencuentro con ese buen amigo que nunca está lejos y que no te cansas de escuchar.

Puedo tomar cualquier día Escritos de un viejo indecente, Mujeres o Peleando a la contra y pasar un gran rato.

Saborear esa conocida golosina.

DESPUÉS DE JOYCE

por Gavrí Akhenazi

Existen dos formas primarias de construir una narración. Hay más, por supuesto, muchas más, pero las dos más básicas, digamos, desde el punto de vista del escritor, son la intelectual y la emocional.

Cuando un escritor encara la intelectual crea una ficción documental, que puede ser como el escritor quiera: filosófica, literaria, histórica, periodística.

Es una ficción investigativa que requiere de un conocimiento profundo sobre aquello de lo que se hablará, aunque sea novelada. Si no, es una chapucería.

Suele suceder con las novelas o las crónicas mal documentadas. Son una chapucería. Compiten con la historia de manera espúrea. O sea, se pueden agregar datos, pero no se pueden falsear los básicos, porque son los que constituyen el fundamento. Hablando de la Toma de la Bastilla, se puede decir que en ese momento había más prisioneros que los cuatro que registra la Historia y que el alcaide Launay tenía puesto un calzoncillo rojo que le zurció la negra Emerenciana y que Necker se torció el pie por el apuro el día en que lo sustituyeron, pero no se puede argumentar que la revuelta fue el 21 de noviembre de 1908.

Por supuesto que si el autor se inclina por una ucronía, el asunto cambia porque en eso se basa el trabajo ucrónico: cambiar la Historia por una historia o sea, hacer ficción por aquello que podría haber pasado pero que nunca ocurrió y sí ocurrió lo que la Historia registra.

La ficción emocional, en cambio, es la narración simple, de historias comunes que no precisan años de bibliotecas y documentos sino de conocimiento humano, comportamiento humano, aplicado a historias humanas de todos los días. Por supuesto que estas segundas pueden tener un marco real, dentro de una época determinada. Pero no son históricas. Están «en contexto».

A veces se puede contar la historia sin hacer Historia.

Antes se decía que una de las premisas básicas de una novela es que tuviera un marco histórico que discurriera a través de un tiempo determinado. Y si bien ya no es exactamente así, el marco histórico resulta en mayor o menor medida, siempre un escenario sobre el que trabajar lo emocional y ya no importa si es o no ficcional ese marco, porque se circunscribe a la descripción de una realidad contextual.

La práctica narrativa ha determinado que los paradigmas se demuelen mediante la creación de otros paradigmas, por eso, la línea histórica propiamente dicha ya no es una premisa fundamental de la novela sino que se ha transformado en un testimonio sociotemporal del momento en el que un autor enmarca lo narrativo emocional.

Repetiré entonces eso que a esta altura es casi un mantra: «Hubo un antes y un después de Joyce».

EL LIBRO

por Héctor Michivalka

El buen libro es como un cofre mágico de verdades que resplandecen cuando lo abres.
Es la figura mitológica del genio de la lámpara que se mudó al mundo del lenguaje escrito.
Es el debate milenario entre las diferentes corrientes del pensamiento para mantener el equilibrio.
Es el viajero del tiempo que cae en una choza hecha de palma y barro o es el noble habitante curioso de un palacio.
Es un amigo que nació, miles de años antes que tú, y predispuso el calor de la hoguera para armonizar la tertulia con tu soledad.
Es inmiscuirse en la vida del lector, sin que el autor sea tildado de chismoso.
Es un video de la mente del escritor:
Comunicación cuántica a través de los siglos.

Es el abono primigenio y corregido que apura el crecimiento de las nuevas semillas.

Hay que honrarlos, prenderles velas, rezarles…Practicar toda la liturgia que merecen.

P.D: Un libro te brinda la libertad de matar a tu suegra y, resucitarla, simplemente por sentir el placer de asesinarla de nuevo, en un simulacro en 3D.

CONTRATAPA

Sonidos de la estática

Tanto a mis alumnos de la universidad como a aquellos que se acercan a Ultraversal.com con el fin de adquirir mejores herramientas para el desarrollo de su oficio de escritor, suelo explicarles que el exitismo es un pésimo consejero en todos los ámbitos y que un autor debe estar primordialmente preparado para aceptar la crítica y masticar el fracaso.

Es casi inverosímil, en el ámbito literario ajeno al merchandising, dar el batacazo (expresión esta en sus acepciones latinoamericanas: 3ª y 4ª del DRAE) con la primera obra que sale a la luz. Más aún, si la obra es un producto propio de la inmadurez autoral y no ha encontrado en su camino un buen guía que ponga en su preciso lugar la cosa mediante el altruismo de la sinceridad, cosa poco probable en la actualidad porque como todo, la literatura también es un negocio.

Creo firmemente que la condescendencia para con una obra poco madura no ayuda a ningún autor, porque lo que realmente ayuda a un autor es la verdad. Posición, por supuesto, resistida y vituperada por el ejército de egos populosos que abundan en el mundillo de la medianía literaria en este peculiar territorio de la virtualidad en el que se ampara el éxito en interesados comentarios halagüeños, en general, carentes de fundamentos anclados en el conocimiento o, también por lo general, obedientes a intereses que nadie confesaría.

Que muchos sean capaces de lucrar con la condescendencia hacia obras mediocres o directamente dignas de la hoguera, va en relación proporcional a lo que cobran por sus servicios de asistencia al autor, ya se trate de aquellos que imparten «clases de escritura» –y si uno analiza realmente sus textos (incluso los propagandísticos) los halla acuciados por errores garrafales– o, peor aún, de aquellos que van por allí dejándose llamar «maestro» y enseñando lo que ni siquiera han aprendido decentemente. En román paladino: «los que tocan de oído».

Otros –y los casos abundan–, son «hijos de la cita». Sin haber llegado por ellos mismos a ninguna conclusión de esas a las que el propio oficio bien ejercido te lleva, han memorizado como verdaderos papagayos una larga ristra de «citas» que ponen en juego cada vez que abren la boca, como si solo citar lo que dijo tal o lo que dijo cual, fuera aval suficiente de su pericia en el ramo, cuando en realidad, esto solo refleja que por ellos mismos no han llegado a ninguna conclusión de relevancia si no es a través de ampararse en las conclusiones ajenas.

Por eso, me animaría a decir que casi para una amplia mayoría que como mayoría suele resultar acrítica, la elaboración de conclusiones propias no es válida per sé y solamente la cita es válida si tiene una rúbrica en bronce debajo.

Luego, alguien que decida trasladar su conocimiento del oficio a un escritor en ciernes, debe ser, primordialmente, además de un buen docente que haya conseguido desarrollar libertad en el criterio propio, un buen lector y con «buen lector» me refiero a la capacidad de penetrar en los entresijos, encontrar los metamensajes, comprender la arquitectura natural de la voz que enfrenta y bucear en ese mundo, consciente de que no está en el propio sino en otro universo con el que quizás tenga más diferencias que concordancias pero que, aún así, debe ser comprendido en sus diferencias.

Es un error muy común que quien transmite conocimiento se lleve las cosas a su territorio y en vez de trabajar sobre la voz ajena, le imposte la suya con sus propios vicios y manías. Eso, solo demuestra que aún el guía no es un buen lector y menos aún un buen docente, así pueda recitar completa y de memoria la Biblioteca de Alejandría.

Volviendo al origen de esta charla, y siendo egotistamente autorreferencial, creo que un autor en ejercicio pleno de su oficio, termina concluyendo las mismas cosas y casi bajo los mismos parámetros que el resto de autores que andan por allí siendo citados –para el caso de internet ya que es el que nos ocupa– en innumerables frasecitas, generalmente sacadas del contexto en el que fueron dichas y ajenas al fin para el que fueron expresadas. Una expresión en contexto pertenece al contexto que la incluye porque un contexto es la trama de las expresiones que contiene para fundamentar o expresar las ideas que se intentan sostener con él.

Sin embargo, para muchos, la elaboración de conclusiones no es válida per sé y solamente la cita es válida.

La falta de conclusiones propias que poner en juego a la hora de transmitir el conocimiento es directamente proporcional a la inseguridad que se tiene sobre ese conocimiento y que, por lo tanto, no podrá ser transmitido con la eficacia que requieren las explicaciones al estar internalizadas y ya formar parte de la concepción propia de la cosa. O sea, aquello de «como dijo tal o como dijo cual» siempre será una conclusión «ajena» que se repite sin tener la certeza de su exacta validez porque no es uno el que ha llegado a ella de motu proprio y luego convalidado al leerla también en otros. La experiencia siempre abre mundos que la teoría desconoce.

Los que ponen en tela de juicio conocimientos que valen por su propio peso, son los mismos que le exigen a uno que para opinar en disidencia a la masa acrítica tan afecta a la memorización/repetición de conceptos, debería ostentar un Nobel y para cuestionar a un autor fallecido, debería haberse batido a duelo con él en su misma época.

Esa es la concepción que para muchos se define como el ejercicio de la autoridad literaria, sin tener en cuenta que a un autor lo avala su obra, independientemente de cómo se llame y que, por eso, el conocimiento no es directamente proporcional al nombre sino que vale por cómo ese autor trabaja y logra sus niveles de expresión. Prueba de esta inopia malsana registra la historia de la literatura con autores que renunciaron a su nombre taquillero e intentaron, con el mismo oficio, escribir bajo otro pseudónimo, sin siquiera conseguir ser reconocidos por su buen hacer. «Cosas veredes, Sancho».

Luego, dentro del variado universo de los lazarillos literarios, encontramos tanto a serios como a oportunistas y dentro de los serios  no todos sirven para acompañar o, al menos, para transmitir certeramente sus conocimientos aunque cobren su buen dinero por hacerlo. El pensamiento generalizado es «mejor tener contenta a la gente a que se acabe el negocito rentable». La frustración del autor en ciernes frente al escaso éxito de su obra siempre pertenecerá pura y exclusivamente al autor y al mundo ilusorio del promisorio éxito.

En otro orden, tantísimos nombres de esos que rubrican las citas no han conseguido siquiera un buen discípulo del que enorgullecerse por la calidad de su vuelo ya que en general, un autor suele estar más ocupado consigo mismo que aceptando bajo su ala a otro autor al que donar legado. Y con legado no me refiero al producto sino a las herramientas para construir el producto, porque cada autor que se precie de serlo, es único en el uso de las herramientas y es una premisa fundamental que el guía comprenda eso.

Es imposible «enseñar a escribir» concebido en modo plantilla. Lo que realmente se puede enseñar es cómo utilizar la batería de herramientas con las que «se consigue escribir», siempre y cuando haya un mínimo sustrato de talento sobre el que roturar con ellas.

De ahí que hacerlo gratuitamente y solo con un fin altruista diría que más orientado a rescatar a la literatura que al autor en sí–, resulta en una especie de delirio místico al que todos pueden vituperar sin el menor empacho, porque como dije en un comienzo, la literatura ha dejado de ser un arte para transformarse en un negocio caza bobos. Entre los que se dedican al vituperio, podríamos (aborrezco la poca implicación en un tema que nos permite el potencial) contabilizar a los que se han servido holgadamente de esta actitud altruista, beneficiándose para luego exhibir el conocimiento como mérito propio obtenido casi por ciencia infusa.

Enseñar o transmitir conocimiento requiere, sin lugar a dudas, un plus vocacional que la mayoría no posee por temor a que le surja competencia o si se ejercita la sinceridad natural, cargarse el negocio en el que se ha embarcado, incluso en el singular y variopinto mundillo de internet y creo que es por eso que lo que campa por sus fueros en este territorio es de una insólita y aplastante medianía de la que nadie quiere ni intenta hacerse cargo.

Ya diría Joan Manuel Serrat: «Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio».

גברי אכנזי

HAY PALABRAS

por Gildardo López Reyes – México

Hay palabras que son mal pronunciadas, la costumbre dejó que nadie advirtiera que así no se decía el nombre de esa cosa. Seguro estarán enojadas, molestas cada vez que no se les usa correctamente. Incluso la ignorancia colectiva hace que se corrija a quien sí conoce la verdadera palabra: «¡no se dice magullado!»

Hay palabras recluidas porque a alguien se le ocurrió decir que eran malas, palabras que aparecen en ocasiones especiales como cuando hay alcohol recorriendo las gargantas. Aunque en algunas personas como yo conviven codo a codo con las que carecen de maldad. Son palabras que se divierten en la boca de niños y adolescentes que se sienten importantes mientras más de estos vocablos saquen del encierro.

También, hay palabras que han perdido su valor, palabras que fueron despojadas de su identidad y viven en una crisis en la que ya no saben qué significaban. «¿Entonces, qué es un amigo?», pregunta una. «¿Qué es el amor, qué, amar a alguien?», se escucha decir a otra totalmente desgastada. «¿Y paz?», no recuerdo ya lo que significaba.

Los diccionarios siempre llegan tarde a la fiesta, nunca se les dice la hora exacta o será que son impuntuales de cuna; la cosa es que nunca están presentes en los momentos precisos.

En México todos cantinfleábamos y catafixiábamos sin importar si el diccionario y su real academia nos daban o no permiso.