EDITORIAL

por Gavrí Akhenazi

Cuando la Red te enreda

Cuando estoy solo me gusta leer. Leo o escribo. Generalmente leo. Es un vicio insoslayable. Por el mundo, voy y vuelvo con libros. Eso del tacto sobre papel y el olor a página en el bulbo olfatorio es un hecho inefable. Hay una cierta ebriedad en lo de estar sumerso en ese combo que es, también, parte esencial de la literatura.

Cuando ando por ahí y no puedo llevar demasiados libros o no tengo librerías cerca en las cuales surtirme, suelo leer en la Red.  Algunas veces lo hago con fruición y la mayoría, con espanto.

Las editoriales sostienen que «la poesía» o sea, editar libros de poemas, ya no reporta ningún tipo de beneficio económico porque nadie lee poesía y las poesía actual es un sujeto extraño, un sujeto social que pinta a un hombre momentáneo, que ha perdido su trascendencia y se limita a una satisfacción mezquina y primitiva. «Teta, concha, culo, sufro»[1], suele decir uno de mis amigos, filósofo y escritor paraguayo.

En realidad, todavía quedan ghettos en la Red de buena poesía a los que las plataformas sociales no han terminado de avasallar con sus tsunamis de hobistas poéticos.

Si las editoriales en las que los escritores no pagan para ser publicados debieran apoyarse en los criterios de la Red, la poesía sería la primera literatura en el ranking de ventas, luego de las frases de autoayuda sobre estampas de paisajes en un compossé sentimental, por aquello de que la imagen vale más que la palabra. Hay más poetas que variedades de hongos. Los hongos por lo menos no se dicen hongos a sí mismos. Los poetas sí y los que los rodean, también. Eso es lo peor. Cualquiera es poeta según la Red.

Con ese criterio estadístico, las editoriales tendrían material para recuperar viejos esplendores  temáticos, inundando el mercado de libelos espeluznantes que seguramente venderían tanto como «Cincuenta sombras…» y sucedáneos y competirían de igual a igual con horrísonas sagas de vampiros, zombies y otros espantos que harían huir a Mary Shelley con los cabellos en llamas y a Lovecraft revolcarse en su tumba.

¿De qué modo la poesía escrita no vendería si cuatro azarosas palabras copy paste de miles de igual tenor, cosechan likes por carradas?

Todos esos fervientes y dispuestos seguidores del poeta en cuestión, deberían correr a comprar sus libros, dada la inconmensurable cantidad de alabanzas que sus aportes a los muros de las redes sociales reciben como maná virtual. Pero las editoriales no comen vidrio. Dejan que otros lo coman, ya que en la actualidad los lectores se han perdido y las editoriales han terminado publicando libros para personas que «no leen», a ver si consiguen vender algo y hacerlas leer.

Alguna vez leí que que es como si los fabricantes de vino fabricaran vinos para aquellos que no toman vino, hechos a base de té y chocolate.

He descubierto, estupefacto y hasta risueño cuando se me pasó lo estupefacto, que «alguien» se tomó el trabajo de hacer e-books con varios de mis libros de poemas en español, entre ellos Asesinando a mi madre y con alguna de las novelas, también en español. No me consultó porque parece ser que aunque tengas todos los derechos de copyrigth a su nombre, ya que el material esté en la Red lo habilita como «habeas data» o «de dominio público», pero ahí andan los libros, dando vueltas, graciosamente descargables de cincuenta plataformas de cuya existencia me enteré al mismo tiempo que me enteré de los e-books. Por casualidad. Eso sí, buscando qué leer.

En favor de quien lo hizo, diré que respetó la autoría o sea, a esta altura del asunto me conformo con que digan que soy el autor y no, como algunos, que habiendo leído mis libros extraen frases de corte «aforístico» y las decoran a su gusto con paisajes y marquitos, pero obvian decir que son de mi puño y letra.

Así es como ellos cosechan los likes en base a la agudeza o estupidez ajena. Estoy en la duda sobre cuál de las dos…


[1] Frase que el escritor paraguayo Silvio Manuel Rodríguez Carrillo usa para definir la poesía que se lee en internet. (N.delE.)

EN BUEN ROMANCE

Arte menor

Natalia Alberca – España

Luz de luna

Encaramada en un árbol
la niña dijo a la luna:
─Tengo sed, quiero beber
tu leche de blanca espuma,
alimentarme de sueños,
de esos que de ti rezuman;
como cuando era pequeña
y acostadita en la cuna,
a través de la ventana
de mi habitación oscura,
veía el cielo estrellado
y soñaba que a la grupa
de un magnífico unicornio
llegaba hasta las alturas
y conseguía, por fin,
descubrir tu cara oculta.

La luna le contestó:
─Si soñar es lo que buscas
te contaré mi secreto,
préstame atención, escucha…

Y en voz bajita le habló
con mucho amor y dulzura.
La niña escuchaba absorta
recortada en la penumbra
con los ojos muy abiertos
y con la boquita muda.

Después se volvió a su casa
con una escudilla oculta,
resplandeciente de sueños
y llena de luz de luna.



Isabel Reyes – España

Oscuridad

La sombra se ha aposentado
en la mitad de mi entraña
y por más que río y río
la oscuridad me avasalla.
Ni la luz ni los silencios
me dan su dosis de calma
-la que se fue un mes de enero
al filo de la mañana-

El cómo nubla mi vista
entre lamentos y lágrimas
el porqué quema mi boca
al llegar las madrugadas.

Voy a tomar buena nota,
y retirarle las máscaras
a las muchas cicatrices,
que enraizadas como un ancla,
no me dejan volar libre
cual humo de marihuana
para ver si así es posible
que vuelva a brillar mi aura.

Voy andando hacia el futuro
contemplándolo a distancia.



Romance heroico

Gildardo López Reyes – México

Dilema del erizo

Viviendo en el «dilema del erizo»
con todas mis espinas alineadas,
el tiempo me afiló todas las puntas
y ya las tengo todas preparadas.

Mutaron los amores en rencores
con el temor regado en las mañanas,
aquellos sueños que se suicidaron,
con mis preguntas nunca contestadas.

Dispuesto siempre a hincharme sin motivo
con mi supuesta pretensión de calma,
con esta lengua que se afila sola
por demostrar que a mí nadie me gana.

Pero también está el temor creciente
a morir solo, lleno de nostalgia,
sin esa compañera indispensable
con una soledad exacerbada.

¿Te acuerdas de La célula que explota?
ahora quiero todo, al rato nada,
hoy siento que te quiero demasiado,
quizá en la noche ya no me hagas falta.

LOS FAVORITOS DEL EDITOR

Salim Barakat

Dylana y Diram

Una cabra montés en una colina
y una quietud que levanta sus cuernos alto como una cabra montés.
¡No te acerques un paso más, oh guía!
No des un paso más.
Tu lugar es el lugar desde donde las raíces miran raíces
y la tierra mira su heredad.

Una cabra montés en una colina
y una quietud obstinada levantando sus cuernos alto como la cabra.

1. 

Mírala, un montón de canastas rubias bajo el destello de tu sangre, Diram. Mira cómo duerme sobre tu brazo, sus alientos caen estrella tras estrella en la inmensidad de tu virilidad. . . . ¿Recuerdas, Diram, la vez que llegaste a ella, tímido, envuelto en campos, tus pasos los pasos del día, y tu clamor el clamor de los tallos de trigo? ¿Recuerdas la tarde que brillaba en tus ojos, aquella primera tarde en que ambos saqueasteis a besos los tesoros del ser y descubristeis un extraño arroyo bajo el lecho rocoso del alma? ¡Tranquilo, Diram! Que sea lento, tu encantamiento de las cámaras de su corazón: el corazón de Dylana, que cuelga como un latido, lleno de vida.

2. 

Míralo. Una flecha rubia bajo el destello de tu sangre, Dylana. Mira cómo adorna la velada con el sonajero de su virilidad. Él sube a ti en una escalera de jadeos, como si todo el lujo fuera suyo, como si fueras las palabras con las que canta la canción del hombre. Cantadle lo que la nube le canta a su hija. ¿Bajar de tu dulzura empalagosa y revelar la seducción de las alturas, para que tomes el campo de su corazón con el trigo de tu canción? Ven, Dylana, se inclina más cerca, narrando frutas. 

3.

Mírala, mira cómo adorna tu pecho con un rayo de labios y dedos. Mírala, Diram, y verás veinte corazones debajo de su corazón. Cada corazón alucina otros veinte de su sueño. Ella es la boca del río para todo hombre ungido con el estruendo de las raíces. Ella es la filtración de horas y argumentos, el drenaje final de toda valentía o miedo. ¡No te acerques ni un paso más, Diram! ¡No des un paso más! Tu lugar es el lugar desde donde la dulzura se espía dormida en canastos rubios y de sangre. 

4. 

Levántate, Dylana, y aprieta tu suave cerco. Eres el bosque donde su linaje florecerá y las entrañas se mezclarán con las aves. Eres su ruido entre ruidos. Tú eres su alabanza, en la que todo rey ve su reino y todo camina un camino hacia el trono. Por eso, cuando se incline sobre ti, levántale el vaso de la mujer y a su pecho tembloroso levanta el escudo de tu seno, ensangrentado con las nubes y con las edades.

5.

¡Levántate, Diram! Levántate para ver desde los picos de la alegría la pendiente de la mujer que se extiende desde las máscaras deslumbrantes hasta la canción. Eres la espada de sus resortes. Contigo golpea las mañanas y se abren en anhelos y alces. Eres su aliento entre alientos y su alabanza en que el aire sumerge las flechas perdidas de los dioses. Así que cuando ella se incline sobre ti, levanta a su boca tu boca, tachonada con el canto del hombre, y a su seno tembloroso levanta el escudo de tu seno, salpicado de agua y elogios.

6.

¡Míralo, Dylana! Mira cómo recoge rayos y esparce vientos sobre tu lecho. Mira cómo cuelga de tus jadeos como una fruta. Él pone trampas para las plantas como si se jactara de ti ante la penetración del agua. Mira cómo rodea el agua como la tierra, para asediar el latido de tu corazón que se eleva, como la espuma y los barcos, del agua. . . . Cuando abra su red al final del día, esparciendo planetas y lucios, que duerma en sus profecías. Déjalo ser, Dylana. Todo lo que agarra de la tierra es un puñado de ladrillos, y todo lo que ve es la pendiente de tu pecho extendiendo sobre la tierra una sombra de noche y virilidad.

7.

¡Mírala, Diram! Mira cómo junta bandadas de gansos ante tu corazón y teje las nubes. Mira cómo se balancea hacia ti, manada a manada desde la ladera más lejana, mano a mano con el horizonte creciente. Cuando salta los arroyos, su vestido revela raíces que no tocan la tierra pero rozan las alabanzas con que se cubren todas las raíces. Si decides tomar su mano entre las tuyas, también tomas el horizonte. Si decides abrazarla, deja que las raíces te sostenga; que la fruta sorba la fruta de tu aliento; que la tierra se precipite hacia ti, desenvainando su torrente de leche y de formas.

8.

¡Despiértalo, Dylana! Despiértalo de un sueño bordado con la dulzura de mil corazones ebrios. Despierta la mañana con él para que juntos partan hacia ti, empolvados de lujuria, de opulencia, de júbilo. Porque es el último al que verás alucinando, soplando cuernos ilusorios, llenando, como un sirviente, las copas de los ahogados con heroísmo. Ahí está él, en su propio vendaval, en el antiguo ráfaga de raíces y el regocijo de lo salvaje en lo salvaje. Él es el último que verás acercarse como la señal que envía una tormenta antes de que use una armadura ensangrentada y arranque el mantel, rompiendo los platos contra el mármol del alma. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

9.

¡Despiértala, Diram! Despierta la mariposa de lo invisible y su libélula dorada. . . Despierta a Dylana y, con ella, despierta la casa, piedra por piedra, y luego el cuadrado alrededor de la casa y luego la valla. Y cuando termine con eso, despierte la mañana que duerme junto a la cerca. Di: Ven, Dylana, ven, seamos testigos del brillo vacilante de la tierra mientras arroja hierro y esplendor a nuestro escudo humano. Ven, descubramos nuestros pechos a los campos, temblando con la dulzura de una punta de lanza hundida donde fluyen el sésamo y el azafrán. Como si, juntos, lucháramos por ser heridas más allá de las cuales no hay heridas. Ven, despiértala, Diram.

10

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al niño, su pecho desnudo inquieto bajo un rayo torrencial. Despiértalo, despierta el día y los panes. Llena tu balde, aquello de lo que riegas a los animales invisibles de la mañana, llénalo con capullos de seda y bayas que caen de la alabanza. Teje con seda y bayas la dulzura que cubre a Diram. Despiértalo. Despiértalo, Dylana.

11

¡Despiértala, Diram! Despierta el sueño de debajo de sus pestañas. Tírale un guijarro de tiempo, que se estremezca como el rostro de un manantial; que ella se ensanche anillo por anillo, cada uno un carruaje que lleva hierbas y senderos. Vamos, por dios, el mensajero de los valles está recogiendo ramos de niebla para los dos y esparciendo lavanda infancia sobre la cerca de la casa. Despiértala. Despiértala, Diram.

12

¡Despiértalo, Dylana! Despierta el rostro de la farsa, ese niño rodeado por las guadañas de los dioses. Despiértalo para que seas testigo del veloz rocío matinal y sus jocosas seducciones. Que sepas que el rocío relincha en la hierba y tiene cuernos que declaran herejía bonachona en suelo bonachón.

13

¡Despiértala, Diram! Despierta la pompa celestial de Dylana. Esparce sobre ella gotas de mañana y arrogancia. Si ella se extiende ante ti, despierta, obsérvala como una planta estudia a una planta. Siéntense juntos a la sombra de los besos y déjense seducir por canciones de canciones. Despiértala, Diram. ¡Despertarla!

14

¡Despiértalo, Dylana! Despierta al rayo humano, Diram, mientras desciende ebrio del esplendor del hombre. No cubras tus manos o tu jadeo sobre él. Que se extienda, claro y lucent; brotes y racimos que asoman dentro de él. Entonces lo poseerás a él y todo lo que se cierne dentro de él. Puedes elegir ser el hogar humano de plantas, nubes y alas. Dylana, ¡despiértalo!

15.

¡Despiértala, Diram! Despierta la sangre viva y sus formas amigas. Corónate para el despertar de Dylana con un suave tamborileo. Es el despertar de un trono por cuyo poder brotan las fuentes y corren los arroyos. Ella es tu arco. Con ella te lanzas -cuando te lanzas- a ti mismo en un canto final. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

16

¡Despiértalo, Dylana! Despierta la opulencia y sus formas amables. Sé testigo de la apertura de sus pestañas sueltas pájaros. Es una vigilia que sólo la mañana conoce, captando el sonido del agua. Él es tu arco. Con él disparas -cuando disparas- tu totalidad en una canción final. ¡Despiértalo, Dylana, despiértalo!

17

¡Despiértala, Diram! Despierta Dylana, un océano de espuma. Extiende tus velas cuando se tuerce bajo el barrido de tu sangre matutina. Carga su sangre con nubes desnudas. ¡Despiértala, Diram, despiértala!

Despiértala,
Despiértala,
No quise despertar la tierra esa mañana.
La tierra tampoco quiso despertarme.

Todo pasa cuando las señales están completas, y el que se aferra al gemido partirá con la mañana. Así partieron, Dylana y Diram, y yo no quise despertar a la tierra esa mañana y ella no quiso despertarme a mí.

. . .

Regresaban y la tierra también regresaba de su cosecha diaria de mil espigas de trigo, mil llamaradas, mil intrusiones donde los valientes han abandonado sus destinos bajo una ola invisible, mil escudos resquebrajados, mil rayos mojados de besos; mil hombres dispararon a Dylana y Diram con flechas de ceniza; se inclinaron ante el silencio que esparce aguas a su paso y devasta flores.

Así partieron: un niño y una mujer.

Y yo soy un guía que condujo a dos amantes a nada más que a la dulce futilidad. Supe cuando el corazón hereda la desembocadura del río, se revela, como un secreto los cobertizos delirantes. Pero sin embargo los llevé conmigo, envueltos en relámpagos que florecen en aureolas amargas, los llevé hacia un esplendor no heredado, y allí dije: Despliega tus velas como una estrella naciente con la que la tierra escucha el golpear del agua sobre el escudo del agua. . 

. . .

Por dios, por dios, no me pidas, después de todo esto, no me pidas que narre la tierra, dirección por dirección, y el cielo, tornillo a tornillo. Soy la perpetuación de la historia, y si hablo, hablo mi corazón esparciéndose en la tormenta como urogallos de arena de cobre. ¡No! No me pidas, después de todo esto, que narre la muerte con la muerte, y que pise esta dulzura como el hueco de la pezuña de un mulo. Mire, mientras se sienta allí en una valla puesta del sol, mire y verá veinte hombres que cubren a Diram y Dylana con sus capas. Luego, una sola línea de sangre escurre descaradamente entre guijarros y paja y desaparece al borde de la desolación.

Acerca del autor

Salim Barakat es un poeta y novelista kurdo-sirio. Nació en 1951 en Qamishli, una ciudad étnica, religiosa y lingüísticamente diversa en el norte de Siria. Se mudó a Damasco a principios de la década de 1970 y luego a Beirut. En 1982, las crecientes tensiones políticas y sectarias en la ciudad devastada por la guerra lo obligaron a partir hacia Chipre, donde permaneció más de quince años. Reside en Estocolmo, Suecia, desde 1999. Ha publicado más de cuarenta y seis obras de poesía y prosa, incluidas tres autobiografías.

EL ARTE DEL CONTRAPUNTO

John Madison – Eva Lucía Armas

Love cactus

Un cactus floreciente es toda ella
para mi corazón, otoño en trance,
y solo el verbo Sol de mi sistema
planetario da voz a su elegante
poética manera de abrazarme.

Un cactus floreciente, una rareza,
acuática es su risa de muchacha.
Cactácea verde mar que a mí asexuada
espiritualidad ha conquistado.

El Ra de mi nocturno round terráqueo:
El amor verdadero es mi cactácea.

Aguacero astronáutico en mi nave,
sambando va su lluvia por mi casa,


2

Te espero en la otra vida, allí te espero
con mis deudas saldadas, bajo el signo
de otra era animal, amor, te espero.
Con mi voz de poeta volcánico te espero.

En la ladera oculta de la luna,
en los campos de Orión,
allí te espero
para poblar de flores tu canción,
de renovados besos tu vivero.

Encontrarás mi savia en otra piel,
pero sabrás que es Juan, el de los versos.

John Madison


La vida y sus problemas nos envuelven
con espinas peores que las mías.
Yo suelo ser aloe curativa
o tunita de azúcar si me quieren.

Espinitas por fuera, miel por dentro,
me defiendo a mi modo de las cosas
pero tu corazón me desemboza
con su boca que vuela a contraviento.

Algo de mi dulzor se ha despertado
como un loto fugaz por tu palabra
y, rosa del desierto, aquí te habla
mi pétalo de agua, desflecando
una razón de estrellas singulares.

Juan de los versos, Juan que siempre añades
un fondo universal a mis espacios.

Eva Lucía Armas


“Mi corazón es tuyo”, dije un día
hace ya algunos años, flor de loto.
Mi corazón que entonces era un frágil
misal que no encontraba su acomodo.

Mi corazón que escribe sin reposo
en el norte caudal de su obra pía
la fecha en que tu amor de Cataleya,
dio muerte con su voz a mi perfidia.

Tu amor sin condición, tu amor de altares
tu amor es mi oración,
tu amor mi salve,

tu amor me llevo yo, mi Eva Lucía
junto a la luz de Dios cuando él me llame.

John Madison


A veces, ya sabés, amortiguo la espina
y me vuelvo una grosella verde
para esa boca tuya, dorsal y masculina.

Una grosella ácida que arde
por dentro de tus ganas y ambarina
se licúa en sus rojos
fiel al mordisco oculto de tus ojos.

Un talle milenario que se inclina
en alas de tus vientos sin canceles
y aparca los enojos
en un grito de luz, alada harina
para el pan de este Juan

y sus antojos.

Eva Lucía Armas


Animal de platea, vivo siempre
en tu sueño irreal que me descorcha.
Como un moet chandon soy en tu boca,
el banquete en tu mesa de los viernes.

Tu harina de moldear tu permanente
festejo literario, soy tu pronta
máquina de inventar. Yo soy tu honda
bahía espiritual, el hombre en ciernes

que juró lealtad hacia tus versos.
Es tuyo mi monólogo despierto,
mi ópera visceral y sus semillas,

mi poniente y mi luz. Tuyo mi arpegio
de pajarero atlante, tuyo el fuego
hacedor de mi tierra prometida.

John Madison


Algo hay en vos de superhéroe Marvel,
algo de extraño ídolo pagano,
de niño del tambor, de árbol de antaño
henchido de crepúsculos que arden.

Un espíritu errático que implora
por sed al agua que su mano junta,
y un mineral recrudecido en jungla,
una anfibología que me nombra.

Te escucho en las ausencias más presentes,
como una oximorante receptiva
escucha las respuestas que no entiende.

Y te percibo al pie de mi silencio,
figura universal que se alza en vuelo
si coincide su alma con la mía.

Eva Lucía Armas


INNOVACIÓN RIMÁTICA Y SUPUESTO TEÓRICO

por Morgana de Palacios

Me cuesta entender el para qué de ciertas cosas, no de que se debatan y de que los estudiosos teóricos busquen los entresijos fonológicos del idioma, pero si no es para mejorarlo o ampliarlo sino que cada vez va a quedar más sucinto y enredoso a los ojos del creativo, que además de todo lo que hay para analizar en un verso, va a tener que perderse entre las muchas posibilidades que ofrecen algunos supuestos teóricos acerca de cómo debe leerse o «escucharse» una rima, aunque su oído disienta, para establecer si está bien o mal escrito, es como para negarse, de entrada, a su aceptación.

¿Para qué voy a cambiar yo el sonido de una esdrújula que además de encantarme en un verso porque aporta justamente el punto de diferencia que le resta monotonía al sonido, pronuncio perfectamente sin que mi voz derive a agudizar su tono?

¿Que a veces cuesta trabajo encontrar la rima consonante perfecta porque no hay tantas como llanas o agudas? Pues para eso está el talento del autor que tendrá que hacer lo oportuno para encontrar la perfección que se le exige al verso rimado en cualquier estructura, y no tirar por la calle de enmedio de cualquier hecho teórico del que no está comprobada su eficacia y, que termina por parecer más una falta de oficio que otra cosa.

Eso no tiene nada que ver con la transgresión de las normas ni con las vanguardias estructurales.

Transgredir es mejorar, liberar, ampliar y por supuesto donde más hay que innovar es en los fondos.

Es ahí que el poeta o prosista de vanguardia tiene que arriesgar en el idioma cuyas normas tienen siglos de existencia y siguen funcionando como un reloj en cuestiones poéticas. Es ahí donde ha de perseguir la innovación como una forma de alcanzar a tener una voz propia por la que ser reconocido.

Cuando las décimas se hacían solamente en octosílabos, yo las escribí hasta en pentadecasílabos, por hablar de un metro poco usual y muchos siguieron mi ejemplo, así que nadie se extraña ahora de verlas en todos los tamaños. Nadie dice «eso no es una décima», ni siquiera cuando las creaba polimétricas. Para mí eso es ampliar el abanico de posibilidades estructurales sin tener que cambiar las rítmicas que me parecen perfectas.


Lo ideal al construir un soneto es que parezca que fluye con absoluta libertad, aunque esté dentro de esa faja que nos hemos impuesto, que los blancos parezcan rimados y los rimados canten sin forzamientos y sin monotonías decimonónicas porque hayamos aprendido a mezclar todo tipo de acentos manteniendo el mismo ritmo.


Con la polimetría ocurre lo mismo. Para que el soneto resulte eufónico hay que guardar las distancias entre los diferentes metros, sin ponerlos a ojo de buen cubero. Es decir, si en un cuarteto utilizas dos endecas, un alejandrino y un heptasílabo, por ponerte un ejemplo, en el siguiente deberás hacer exactamente lo mismo.

¿Que es añadir dificultad a lo ya dificultoso de por sí? Pues claro, pero en eso consiste el reto. Para hacer lo que otros han hecho mil veces antes, lo que habría que estudiar es la Ley de la Mímesis absoluta (ríome) y yo, no estoy por esa labor.

Todo en poesía es una cuestión de armonía, aunque estés escribiendo sobre coprofagia.

DESPUÉS DE JOYCE

por Gavrí Akhenazi

Existen dos formas primarias de construir una narración. Hay más, por supuesto, muchas más, pero las dos más básicas, digamos, desde el punto de vista del escritor, son la intelectual y la emocional.

Cuando un escritor encara la intelectual crea una ficción documental, que puede ser como el escritor quiera: filosófica, literaria, histórica, periodística.

Es una ficción investigativa que requiere de un conocimiento profundo sobre aquello de lo que se hablará, aunque sea novelada. Si no, es una chapucería.

Suele suceder con las novelas o las crónicas mal documentadas. Son una chapucería. Compiten con la historia de manera espúrea. O sea, se pueden agregar datos, pero no se pueden falsear los básicos, porque son los que constituyen el fundamento. Hablando de la Toma de la Bastilla, se puede decir que en ese momento había más prisioneros que los cuatro que registra la Historia y que el alcaide Launay tenía puesto un calzoncillo rojo que le zurció la negra Emerenciana y que Necker se torció el pie por el apuro el día en que lo sustituyeron, pero no se puede argumentar que la revuelta fue el 21 de noviembre de 1908.

Por supuesto que si el autor se inclina por una ucronía, el asunto cambia porque en eso se basa el trabajo ucrónico: cambiar la Historia por una historia o sea, hacer ficción por aquello que podría haber pasado pero que nunca ocurrió y sí ocurrió lo que la Historia registra.

La ficción emocional, en cambio, es la narración simple, de historias comunes que no precisan años de bibliotecas y documentos sino de conocimiento humano, comportamiento humano, aplicado a historias humanas de todos los días. Por supuesto que estas segundas pueden tener un marco real, dentro de una época determinada. Pero no son históricas. Están «en contexto».

A veces se puede contar la historia sin hacer Historia.

Antes se decía que una de las premisas básicas de una novela es que tuviera un marco histórico que discurriera a través de un tiempo determinado. Y si bien ya no es exactamente así, el marco histórico resulta en mayor o menor medida, siempre un escenario sobre el que trabajar lo emocional y ya no importa si es o no ficcional ese marco, porque se circunscribe a la descripción de una realidad contextual.

La práctica narrativa ha determinado que los paradigmas se demuelen mediante la creación de otros paradigmas, por eso, la línea histórica propiamente dicha ya no es una premisa fundamental de la novela sino que se ha transformado en un testimonio sociotemporal del momento en el que un autor enmarca lo narrativo emocional.

Repetiré entonces eso que a esta altura es casi un mantra: «Hubo un antes y un después de Joyce».

SONETISTAS

Miguel Urbano – España

El hombre que me habita

El hombre que me habita tiene talla,
su noble corazón amor rezuma,
ante la sinrazón presta su pluma
y raudo se dispone a la batalla.

El hombre que me habita no se calla
ni por nada se arredra ni se abruma,
a la causa del bien su esfuerzo suma
y sale a flote si su barco encalla.

Quiere sembrar de abrazos el camino,
soñando siempre en alcanzar la meta
va con el rumbo fijo a su destino.

A la vida dibuja una pirueta,
y tiene un no se qué de peregrino…
El hombre que me habita es un poeta.



Sergio Oncina – España

¿Qué me queda?

La luna es un satélite desierto
y no creo en los dioses ni en la magia,
¿cómo voy a frenar esta hemorragia
de números sin fe, de un mundo yerto,

de tener desalmado más acierto?
¿Cómo voy a soñar si se presagia
el fin y el pesimismo se contagia?
¿Qué me queda? ¿Morir entre lo cierto?

¿Reír sin que se note cuánto duele
ocultar cada lágrima maldita
detrás de una mentira que consuele?

¿Abandonarme exánime por mudo?
Queda la voz y la palabra escrita,
el verbo honesto, indómito y desnudo.



Jordana Amorós – España

Alienaciones

Me refugio en lo idílico, de raso
azul celeste pinto el gris que aploma
el horizonte y visto de paloma
al halcón montaraz si llega el caso.

Fuerzo destellos en mi vida roma
hasta que arde, veo siempre el vaso
casi colmado aunque luzca escaso
e incluso a la huesuda tomo a broma.

Si a mi realidad no la depuro
tras un cristal rosado, es lo seguro
que habrá de ser motivo de incomodo.

Ayuda a transitar las estaciones
el ir coleccionando alienaciones.
La ceguera es un don, después de todo.



Morgana de Palacios – España

Con la cola del viento

No te duelas por mí, que me sobra entereza
y no le tengo miedo ni al cáncer ni a la muerte.
Estas cosas ocurren en la naturaleza
y no soy excepción por no tener más suerte.

Déjate de llorar que yo no quiero verte
naufragando en el llanto sin tener la certeza
de que vaya a morirme. Pretendo conmoverte
con los ripios burlones que rondan mi cabeza.

Todavía soy joven, todavía me altero
con la hombría de alguno, todavía me muero
por aquel que se ríe del mundo y su falacia.

Créeme si te digo que prefiero, sin duda,
vivir intensamente cuatro días desnuda
a diez años vestida de luctuosa desgracia.

HISTORIAS

Eva Lucía Armas – Argentina

Movimiento del aire

—El que toca nunca baila.

¿Podía existir una frase más perversa en labios de una boca amada?

Miré a Ramiro con todo el odio que pude encontrar desparramado en los rinconcitos de odiar. Me metí también en otros rinconcitos, tratando de encontrar rabias antiguas que me hubiera provocado su desagradable manera de no darme el gusto más sencillo.

—¿No vas a bailar conmigo? —pregunté otra vez, mientras él se dedicaba puntillosamente a hacer crujir las clavijas de madera de su violín “de autor” y afinar las cuerdas diciéndole a cada rato al pa el nombre de la nota que tenía él que pulsar en la guitarra.

Alrededor, parecía que se había soltado un camoatí. Eran tantas las chinitas de mi edad que se arremolinaban como de lejos, pero en un círculo que se iba apretando a pesar del ejercicio del disimulo, para ver al “violinisto” de más cerca, que ya faltaba el aire.

—¿Qué no oyó lo que le han contestado? El que toca nunca baila.

Yo miré, desplazando el odio, al que bailaba y tocaba como el que más, aunque el pa no me concedió más que esas palabras, entre orden y reproche, ya que la ceremonia de afinar los instrumentos no solamente es un hecho sacrosanto sino que todo el espectáculo depende de que sea hecha a conciencia.

Primer hecho destructivo.

¿Cómo me iba a enamorar de un tipo que no baila y que encima, se sube a un escenario para ser codiciado por las solteras, casaderas y de las otras, que pululan con sus sonrisas y sus hormonas como si fueran moscas delante de una olla de arrope de tuna?

—¿Y qué se supone que haga en un baile en el que todos bailan?

—Se queda ahí sentada, como corresponde, mientras su novio ameniza.

Visto para sentencia. De pronto me hice de un novio del que todavía no me había enterado y de un recato del que tampoco me había enterado.

—Pero dejala en paz, Blas…Si la mocosa quiere bailar ¿qué te hacés el guardabosques, che?

Refusilaba el aire, cuando el pa desvió los ojos hacia la voz llena de sorna y de reproche, que le acaba de menoscabar su celebérrima autoridad patricia.

—A tus cosas, Alcides. No le des rienda que está bien así —ordenó, muy creído de que su papel de señor de horca y cuchillo se extendía a todas las almas circunvecinas.

El Awqa soltó un rechifle entre los dientes.
Tenía uno de los incisivos superiores roto en chanfle, lo que le daba un aspecto maligno a su sonrisa gansteril.

—Para hacerla sufrir deseando, la hubieras dejado en las casas —replicó, molesto por la contestación del pa, que había terminado de afinar y ya se iba con “mi novio” detrás, según sus propias palabras “a amenizar la fiesta”.

Yo les hice muchas morisquetas de rabia a sus espaldas.

Ramiro ya había demostrado que los celos y las escenas que ellos traen consigo, eran su fuerte. Le cuchicheaba todo el día al pa sobre que yo esto y yo lo otro. A mí me lo había contado Carozo y algún otro de mis amigos, siempre mudos, pero con orejas elefantiásicas para captar detalles y chimentos.

Conmigo también había querido intervenir su celosía, pero yo tenía esa naturaleza indócil de los libérrimos y lo que me entraba por un oído, tenía vuelo directo y sin escalas hacia la salida por el otro, si en el medio mi cerebro leía el mensaje como un despropósito.

Él, igualmente, se había tomado mucho más en serio que yo el asunto del “novio” en el que el pa insistía, como si hubiera sido esa una encomienda de mi abuela —igualita a la que le había hecho a mi abuelo— de conseguirme un turco con buen pasar para casarme.

Ramiro, apenas cumplía a medias lo de turco y yo no tenía en vista casarme, en ese entonces, —bien que hubiera hecho— más allá de lo que toda adolescente de esa edad ve como algo a cumplirse en un futuro.

¿Qué significaba un novio por ahí?

Un compromiso, un ancla, un par de esposas sujetas a la hornalla de la cocina y al despensero de guardar la escoba. No más que eso. Significaba decencia y sumisión. Un hombre protegiendo a una mujer pacífica que le diera hijos fuertes y cocinara rico. Casi como el destino de La Cheche, otra que el pa había casado casi de prepo con Tatón, “porque ya estaba en edad”.

Y eso que el pa era un adelantado, que quería que todos estudiaran porque “el conocimiento te hace libre”, y estaba bastante lejano en sus ideas a esas vetusteces feudales de “casar bien” a las mujeres para asegurarles un porvenir, como si la mujer por sí misma fuera una inútil incapaz de asegurárselo sola.

Pruebas sobraban alrededor. Las mujeres campesinas eran el primer frente de lucha, valerosas, incansables, heroicas hasta el extremismo. Solas, abandonadas por maridos que las llenaban de hijos y partían a un conchabo redituable o se alejaban a las ciudades grandes desde las que nunca volvían a llamarlas como compañía, hacían frente a todo sin hombre y a la intemperie de esa tierra árida y mallevada para con el humano.

Pruebas sobraban. Bastaba que el pa mirara a mi mamá.

Ellos arrancaron con la música y el patio de tierra se llenó de polleras y zapateos.

Hasta La Cheche se fue a bailar con Tatón, así que yo me quedé con Carozo, al que seguro me había plantado el pa para que me hiciera de guardia cuando sus ojos vigilantes salieran de sobre mí, no fuera que dejara yo mal parado a mi “novio” con alguna casquivanez de esas de salir a bailar una chacarera como el resto de la gente que estaba ahí solamente para eso.
Las fiestas eran pocas, la vida larga, el paisaje inmóvil, el clima una plancha de hierro sobre las cabezas de los hombres y la pobreza un hábito, así que en esas ocasiones de alegría, aparecía gente de todos los rumbos, congregada a las fiestas, casi como a la misa. Llegaban con sus ropas “de domingo”, pulcros, almidonados, engalanados hasta los sulkys, con banderitas argentinas y cintas de colores.

Había chivo a la estaca, mucho vino en damajuana que se enfriaba en un pozo cavado en la tierra y cubierto con lonas, empanadas, pasteles, churrascos.

Eran fiestas grandes, populares, brillosas.

Yo le veía los ojitos a Carozo. La cara entera le bailaba al compás de la música y pegaba saltitos en la silla, como si le hubieran encajado un resorte con timer, que disparaba cada varios segundos. Se le iban los pies bailando hacia la pista, aunque el cuerpo se quedara obstinado en la silla.
Me imaginé que se le iban a hacer muy laaaaargas las piernas e iban a provocar tropezones por ir a bailar solas, sin cuerpo que hiciera bulto.

—Bailá conmigo —le dije, porque a mí me pasaba lo mismo que a él.

—Nuuuuuuuuuu… que después el don Blas…

—Hay tanta gente que no nos van a ver… Dale, bailá conmigo.
—Nuuuuuuuu…vos me quieres hacer difunto sin que haya chacarereado apenas… Nuuuu, que el don Blas… Nuuuu…

—Entonces andá vos. Para planchar ya estoy yo. Andá, que está la Egidia allá… ¿la ves?. .No te para de hacer ojitos.

Claro que la había visto. Toda fru-fru de pollera nueva y agua de colonia, le había dicho un: Buen día, Ferreira, tan querendón y mimoso, que a Carozo le dio tos.

Se puso coloradísimo debajo del marrón suave de su piel —como si hubiera pasado largo rato preparando fuego y tuviera las mejillas arrebatadas— y había arrugado la boina hasta volverla un pañuelo, susurrando un: Buen día, Egidia… que se licuó en suspiros y vergüenza.
Lo que le faltaba al pobre: que el mandón de don Blas lo encadenara a custodiar mi virtud. Menudo Cancerbero de peluche.

—Pero vos te quedas…Yo voy y regreso ahorita… que no quiero que la Egidia piense que me estoy haciendo el rogado.
—Pero sí, nene…andá. Por una vez que la ves.

No terminé de hablar, que ya Carozo había desaparecido como por arte de magia.

Como no había demasiado qué hacer, me serví un vaso del vino que todos los bailarines de mi mesa habían abandonado a mi merced.

La copa vacía que surgió de repente frente al pico del pingüinito de litro que nos habían surtido desde el mostrador, me hizo levantar los ojos.

Serví en silencio, mirando como ya se acomodaban todos para “la segunda”.

El Awqa no se sentó. De pie y mirando lo que yo miraba, se llevó el vaso a los labios, y mis ojos se distrajeron momentáneamente en ver el movimiento de su Nuez de Adán al tragar.

—Vamos —me dijo. La copa hizo tac, cuando la dejó sobre la mesa como si pusiera un sello.

Vamos implicaba el resto de la frase “a bailar”.

Yo vi la misma mano de la copa, ahora extendida hacia mí.
Me hice chúcara, un poco por el desconcierto de que El Awqa decidiera de manera tan frontal contrariar lo dispuesto por el pa y otro poco porque no pensé que el huraño bailara.

Era tan huraño para todo, que no había alcanzado a imaginarme que supiera bailar.

—El pa se va a enojar.

Me salió un recato de —la verdad— no sé dónde. Un recato raro, temeroso, en guardia.
Y lo vi sonreír con su sonrisa rota, extraña, de diablito peludo. Le chispeaban los ojos como dos fuegos tiesos, cuando volvió a chistar, desestimando mi reticencia.

—¿Conmigo? No se anima —susurró, creído y perverso, altanero y convencido de un poder que le emanaba casi por mandato divino.

Zupay en persona me invitaba, maligno, seductor, omnipotente. Y yo ahí, entre endiablada y petrificada, pensando si obedecía a mis impulsos salvajes o a mi decente instinto de conservarme a salvo (ahora más de él que de la ira del pa).

Como no me decidía, me agarró de un brazo y me arrastró para la segunda chacarera o la tercera y era un gato. No sé. Me obnubiló esa forma impositiva y desafiante, casi violenta, con que me plantó en la pista como un poste.

De ahí en más, bailamos.

Yo, de tanto asistir a ese tipo de fiestas, ya sabía cuando la música estaba por cortar para dar espacio al alimento y a la bebida.

Casi la Cenicienta —ya que en el gentío era complicado distinguirme— en cuanto escuché el anuncio de que en el despacho había tal y tal cosa para agasajo de los paladares, me evaporé emulando al Carozo de un rato antes y volví a materializarme en la silla, aunque el pecho me saltaba hasta la garganta, de tanto que habíamos bailado. Ahogué el tumulto en vino, tratando de asentar de nuevo el sofoco en mi cuerpo y que no se notara mi espíritu libre y danzarín.

El Awqa vino detrás de mí, sereno, diplomado en audacia y se sentó a la mesa, estirando las piernas y estirándose él, como si llevara mucho tiempo en esa posición repantigada y observadora del centro de danzantes.
Parecía, todo lánguido y largo como una lampalagua, un tasador de feria.

¿Qué fue lo que dijo el pa?

—¿Adónde es que se ha ido Carozo?

— A bailar, pa…Una vez que se cita con la Egidia, me lo vas a atar al tobillo, pobre Carocito.

—Pero si es que le he dicho…

El Awqa alzó los ojos que tenía entornados. Alzó los ojos, sin descruzar los brazos cruzados sobre el pecho y como si el cuerpo siguiera ese movimiento evolutivo de su mirada, se enderezó en la silla.

—¿Estoy pintado yo?

Con eso quiso decir, o más bien dijo, que Carozo se podía ir tranquilo, que para “cuidarme” se había quedado él.

El pa sonrió, mirando a Ramiro que insistía en acomodarme las puntitas del cabello de una manera que le gustara a él y que mi mano, rápidamente, regresaba a la manera que me gustaba a mí.

—¿Te está cuidando El Awqa, chinita? —me preguntó el pa— Ojito…que es un bicho rapidón para el pique.

—Quiero aprender a bailar zamba ¿La dejás que me enseñe y de paso la cuido de que le enseñe a otro? No te vas a enojar ¿no Ramiro?.. Queda todo en familia.

La voz del Awqa tenía una serenidad de escalofrío.

—Bueno…si es por ái —masculló el pa y se dedicó a las empanadas que La Cheche y Tatón acababan de traer humeando desde el horno de barro.

El Awqa no hizo un solo gesto. Volvió a estirarse en la silla, desparramándose como licuado y entrecerrando los ojos hasta que regresó la música.

(Fragmento del libro: El cisne amarillo)

NOVEDADES EDITORIALES

Sobre «Cicatrices» de Ovidio Moré, reseña de Gildardo López Reyes

Tengo al menos siete años en contacto con la obra de Ovidio Moré. Tiempo suficiente para poder apreciarla y disfrutarla por igual, para constatar que Ovidio tiene el talento suficiente para compartir su obra con el mundo. Pero lo último de sus creaciones con lo que tuve contacto fue con su prosa –la que ahora me ha permitido volver a disfrutarlo–, igualmente rica, consistente y fluida como su poesía, de la que tanto había disfrutado hasta ese momento, y que por supuesto he seguido haciendo; tan disfrutable y única como sus dibujos y pinturas, dueños de una estética propia que los hace ahora reconocibles y destacables entre la oferta actual.

Cicatrices, su primer colección de relatos, y espero, el primero de más libros, es un mosaico polifacético que nos muestra la habilidad de narrador de Ovidio, en el que despliega sus dotes narrativos para llevarnos por donde él desea, que nos deja ver que puede manejar distintos tonos en su discurso manteniendo siempre el interés del lector, ya sea en un relato más, digamos costumbrista, o en alguno de los breves juegos que se permite en sus Enanos dobles de jardín.

Me parece que la herencia latinoamericana del realismo mágico se posa sin reparo sobre muchas de las palabras que tejen las historias que nos cuenta Ovidio. Es el aire que respiran muchos de sus personajes, cubanos casi todos, y que los hace andar, con el ritmo cadencioso de la isla por las venas, y que nos permite a los lectores ser parte de las historias, a pesar de que estemos en contacto por vez primera con algunas palabras cubanas que aderezan las historias. Somos cómplices atrapados por un contexto que fluye y que nos vuelve innecesario un intérprete mientras Ovidio nos guía hábil por su mundo.

Cicatrices es un libro para disfrutar, para dejarse llevar y deleitarse con la muy buena prosa de un gran artista.

La verdad es que me alegra mucho ver y haber leído el libro de mi buen amigo. Luego de años de compartir y leer nuestras cosas, de jugar con poesía, de ver crecer una amistad sincera.

Ovidio Moré – Cuba
Gildardo López Reyes – México

SINÉRESIS, FONÉTICA Y NORMA GRAMATICAL

por Antonio Alcoholado Feltstrom

Escala de sonoridad y estructura de la sílaba:

Los sonidos emitidos por humanos, según sus características articulatorias, se distribuyen en una escala de perceptibilidad/sonoridad. La posición más alta de dicha escala la ocupa la vocal /a/, y la última las consonantes oclusivas (/t/, /p/, /k/…) El grado de abertura en la articulación del sonido es lo que determina su sonoridad.

En una sílaba compleja (en la que se agrupa más de un sonido), el orden en que se presentan los distintos sonidos no es arbitrario. El impulso silábico obedece a un movimiento de abertura y posterior cierre. La posición culminante en este proceso, denominada núcleo silábico, la ocupa el más sonoro de los sonidos implicados. Contiguos al núcleo se sitúan los más sonoros entre los restantes, y gradualmente se separan del núcleo según su sonoridad decreciente.

Por ejemplo, en una sílaba como ‘trans’, /a/ es el culmen sonoro (el sonido que se articula con mayor abertura), mientras que la líquida /r/ y la nasal /n/ son consonantes más sonoras que la fricativa /s/ y la oclusiva /t/, de ahí que se distribuyan en ese orden de menos sonora en ascenso sonoro hasta el culmen y a partir de ahí en descenso de sonoridad (/trans/). No serían posibles las sílabas *rtasn, o *antsr, por simple impedimento articulatorio.

Escala de sonoridad entre las vocales:

Lógicamente, la de articulación más abierta /a/ es la más sonora, seguida de las medias /e/, /o/, y las menos sonoras son las cerradas /i/, /u/.

A efectos de estructura silábica, si se dan dos o más vocales en un mismo impulso silábico, la más abierta ocupa el culmen sonoro (núcleo) y la(s) menos abierta(s) son movimiento de apertura hacia el núcleo o cierre tras él.

Función estructural de las vocales:

Toda vocal puede constituir núcleo silábico en español, si es el sonido más abierto entre los que se agrupen en el impulso silábico.

La norma gramatical acepta que las vocales cerradas /i/, /u/, en diptongos, cumplen función marginal, es decir, de transición ascendente o descendente hacia el núcleo silábico, que ocupa otra vocal más sonora.

La norma gramatical se resiste (de momento) a aceptar que las vocales medias /e/, /o/, entre sí o con abierta, cumplen función marginal ascendente o descendente hacia un núcleo silábico constituido por otra vocal más sonora. A pesar de que la realidad del habla, y el precepto literario, indican lo contrario.

Así, la voz línea se considera trisílaba, y esdrújula a efectos ortográficos, aunque se articule bisílaba y llana (uso este ejemplo concreto porque lo emplea Gómez Torrego [2007: 35], lingüista normativo de tendencia más conservadora aún que las Academias de la Lengua, que ya es decir).

Sin embargo, tanto desde el punto de vista estructural como desde la escala de sonoridad, nada parece impedir que las vocales medias funcionen como marginales.

Fotos, fotos (dicen que una imagen vale más que mil palabras, aunque yo sostengo que esa apreciación es relativa):
Espectrograma de las vocales [é.a] en impulsos silábicos distintos:


https://drive.google.com/file/d/1tbT32M … sp=sharing


Se ven dos líneas de sombra: formante 1 (inferior, que se corresponde con la abertura de la boca) y formante 2 (superior, que se corresponde con la posición de la lengua). Se ve una estabilidad en forma de líneas paralelas en la primera vocal y en la segunda, separadas por una transición abrupta en forma de escalón en el segundo formante (el superior).

Sucede lo mismo en el hiato [í.a] (en «tenía»):


https://drive.google.com/file/d/1OKC4s_ … sp=sharing

Sin embargo, en las combinaciones de vocales en un mismo impulso silábico, la vocal marginal presenta inestabilidad y transición suave en el segundo formante (el superior, el que se corresponde con el movimiento de la lengua), en la forma de un deslizamiento hacia la vocal nuclear, que sí se presenta estable (líneas paralelas). Ejemplo de [ia], diptongo, en «tenia»:


https://drive.google.com/file/d/1kGhYVQ … sp=sharing

Ahora, ejemplo de [ea], sinéresis, en «línea»:


https://drive.google.com/file/d/1otYVVn … sp=sharing

El comportamiento de /e/ como margen silábico en casos de sinéresis es el mismo que el de /i/ en casos de diptongo. Comprensible, dado que el núcleo silábico lo constituye una vocal de mayor sonoridad.

La norma, de momento (atestiguo una batalla que ya sé que está perdida), rechaza el comportamiento marginal de /e/ sin más razón que un argumento gramatical según el que /e/ es un sonido «fuerte».

El habla, el análisis fonético, la versificación y el testimonio de los prosodistas, desde antiguo, testifican en contra.


Acerca del autor

Antonio Alcoholado Feltstrom es Doctor en Filología por la Universidad de Jaume, integrando actualmente el Seminario Permanente de Innovación en la Enseñanza de Español como Lengua Extranjera.

Entre sus publicaciones encontramos:
– Fenómenos métricos y antihiatismo en hablantes cultos de español. Enfoques histórico, preceptivo y empírico. Vindicación gramatical y normativa. Tesis doctoral dirigida por Mercedes Sanz Gil. Universitat Jaume I, 2017. DOI: http://dx.doi.org/10.6035/14011.2017.450627
– M. Anglada y A. Alcoholado: Panorama histórico-cultural de España. Shanghai Foreign Language Education Press, 2012. ISBN: 978-7-5446-2799-3. Libro de texto oficial del currículo universitario chino para estudios superiores de español.
– Vocales en contacto en la expresión oral del español. Planteamientos teóricos y perspectivas de trabajo con estudiantes universitarios chinos de español como lengua extranjera. SinoELE Suplementos, nº 8, 5/2013.

Artículos:
«Problemas métricos en «Lo fatal» de Rubén Darío: escansión y estructura estrófica». Anales de Literatura Hispanoamericana [en imprenta].
«Antihiatismo en español: un problema fonológico entre la preceptiva literaria y la normativa gramatical». Lexis, 44(1), 2020.
«En torno al antihiatismo hispanohablante: norma gramatical frente a precepto literario, norma culta y estándar». Revista de Investigación Lingüística, 22, 2020.
«Canon y transgresión métricos como tema en dos composiciones de Prosas profanas». Cultura, Lenguaje y Representación, 21, 2019.
«Reflejo en un estudio de corpus de la evolución y frecuencia de la dialefa en la versificación española». Lectura y Signo, 13, 2018.
«La oralidad del latín en las letras hispánicas: proporción y jerarquía de los fenómenos métricos en la poesía española e hispanoamericana». Actas IX Congreso Intnal. de la Asociación Asiática de Hispanistas. SinoELE Monográficos 17, 2018.
«Conciencia fonológica y expresión oral en ELE: el caso de las combinaciones vocálicas». Actas del XIV Simposio sobre Didáctica, Cultura y Traducción del español. Taipéi: Universidad de Tamkang. ISBN: 978-957-8736-05-4. 2018.
«Fonética, fonología y normativa gramatical: la función marginal de las vocales medias en español». En Marrero Aguiar, Vª y Estebas Vilaplana, Eva (eds): Tendencias actuales en fonética experimental: cruce de disciplinas en el centenario del Manual de pronunciación española (Tomás Navarro Tomás). ISBN: 978-84-697-7855-5. 2017.
«La enseñanza de literatura española e hispanoamericana en universidades de la R. P. China». SinoELE 14, 2016.
«Tres problemas básicos para el profesor en la expresión oral en ELE: fundamentos técnicos para su solución». RedELE, 2015.
«Necesidades en el desarrollo de la expresión oral en español como lengua extranjera». Actas VIII Congreso Intnal. de la Asociación Asiática de Hispanistas. Shanghai Foreign Language Education Press, 2015. ISBN 978-7-5446-3989-7.


MANEJO DE METRO, MANEJO DE RITMO

El verso blanco

Isabel Reyes – España

30 de enero

Envés de la cordura, cuánto llanto
se vierte por mi cara.
Cómo escuece el dolor entre los ojos
cardo ahogado en la luna del silencio,
la vida hecha ceniza destruyéndome.

Se derraman los años como un río
y no tengo en mis dedos la compuerta
contra ningún naufragio imprevisible
y las voces
no taponan la herida del futuro.

Mañana el sol no sale, y yo atónita
mi breve arquitectura ante el asombro
contemplo, dolorida, la oquedad
que debiera rozar con estas manos.

Envés del corazón, el otro número
del signo del zodiaco, el otro rostro
que tiene el día 30 de este invierno
escueto enero helado de la muerte
que me empieza a sufrir frente a la piedra,
sobre el mar nunca visto todavía,
ardiendo la distancia de mis ojos
al tempero salobre, siempre sola
la océana nostalgia con verjas y con nieve.

Y mi cuerpo se queja
de aguantar tanta ausencia en sus espaldas.



Morgana de Palacios – España

El cazador de cazadores

Te sangra el corazón
y los ojos te sangran
espantados.

Te sangra la conciencia
como si fuera tuyo el pecado del mundo.

Toda la imperfección del hombre estalla
con una impunidad paralizante,
mientras se abusan niños,
se torturan
se gasean
como si el que murieran entre espasmos
fuera algo inevitable y hasta convencional
en esta guerra sorda del hombre contra el hombre.

Eres un cazador de cazadores
en un negro safari cazanegros,
cazaesclavos sexuales
cazaórganos,
porque si hay demanda pervertida
lloverán, fraudulentas, las ofertas,
y las arañas tejerán las redes más insólitas.

No seré yo, ya sé, pero alguien tiene
que mantener erguida la piedad
y los ojos abiertos
en la fosa común de la ignominia humana.

No, no seré yo,
pero serán tus ojos repletos de cadáveres sin tumba,
y tu rabia será y tu impotencia,
y tu sordo dolor gritando testimonio
para sacarte el asco de las tripas.

Yo no hago nada, vida, sólo impongo
alguna mano fría sobre la frente ardiente
de tu desolación,
mientras me sobrecojo en tu palabra
que no se calla nunca
suavemente.

Como tiene que ser cuando elegiste
por qué ojos de hombre ver el mundo.


Gavrí Akhenazi – Israel

Negociación del fuego

Hemos dejado la violencia para ratos sin armas.
Negociamos el fuego
y hay narcisos de nuevas floraciones
comiéndose despacio el roquedal.

Abruptos y volcánicos
nuestros huertos parecen construcciones de piedra
con sus plantas metálicas que ascienden
encima de las frutas cristalinas
afanándose en su protección.

Aprendimos la invisibilidad de tanto ser visibles
para feroces mangas del langostón de tierra,
cuando llega famélico y masticador a devorarnos hasta el esqueleto.

El cristal, de verdad que no es lo unánime.
A la sumo, un vidrio esmerilado
que lo traduce todo al idioma de la opacidad.



Mar García Romero – España

Tarifa

Cierro los ojos,
Cohen susurra versos a la música.
Es invierno, camino por la playa,
Tarifa con el agua verde y honda
hiela mis pies, me muestra
su terrible verdad en estos vientos.

Entre las aguas veo
una luna de algas y corales,
menguante, dolorida,
un mundo no visible, donde flotan
almas sin nombres, seres sin esquelas,
que gritan sin cesar en las corrientes.
-Las olas con su furia
redoblan esos gritos en mi sangre.

Me vuelvo angustia y sal y carne negra
como otro muerto más junto a los muertos
en esta fosa anónima y azul
de catorce kilómetros sin fin.
A merced del vaivén, que no se acaba,
mi patera se hunde una vez más
frente a las dos orillas, frente a mí.

Soy un cadáver frío, con memoria,
y un gemido por siempre del Estrecho.

¿ Do I have to dance all night?
Se preguntaba Cohen.



Ángeles Hernández Cruz – España

Mis pies desnudos

Por mucho que me pidan que suba a unos zapatos
de incómoda puntera y tacón de estilete,
no quiero ser izada porque no soy bandera
de nada ni de nadie,
ni siquiera de mí.

Me resisto a llevar unos botines
de piel de cocodrilo o costra de serpiente,
con brillos suntuosos que proclamen
la obscenidad del lujo
en sus charcos de mugre.

Tampoco me pondré unas zapatillas
hechas para el deporte de aplastar
los ojos con que muchos
se ven en las estrellas.

Si tengo que elegir,
prefiero andar descalza.

EL VERSOLIBRISMO

Silvia Heidel – Argentina

Certeza

No hay palabras aquí .
Otros signos enlazan a las cúpulas.
Quién pudiera traducir en sus neuronas
la ilegible jerga de estos seres.

No hay palabras aquí.
Apenas el runrún de las arañas.
El articulado crujir de los glaciares
y las uñas del viento tañendo hojas
con pulso de arpa vieja.

No hay palabras aquí.
Horizontal se hamaca el cielo
en ese agujero móvil.
Por su aérea escalera
zambulliría mi cuerpo,
intentando al borde de su acantilado
un magistral clavado en aguas secas.
Pero mi densidad sin plumas
no pertenece a esa especie.

No hay palabras aquí.
Mi oído en tierra descifra un trasiego
de información entre las raíces.
Los anillos y su vibración desajustada.
La estampida de pequeños caminantes
tras la perorata de las bandurrias.

No hay palabras aquí.
Soy uno más de los caídos que el bosque venera.
El musgo avanza en mis axilas, las flores en el pelo.
Suelto al aire mi esqueleto verde
y baja por mis ojos, antes de tocar mi corazón,
esa certeza.

No hay palabras aquí.
Nada que logremos entender.



Jesús M. Palomo – España

Frágil

La fragilidad de una simple hierba
que soporta el peso de un caracol.

Así son los sueños que apenas recuerdo.
Así son los primeros minutos de la mañana,
tan confusos,
tan oscuros.

Es tan endeble el equilibrio en ese minuto,
que si cae o se mantiene,
puede decidir el ánimo de la jornada entera.

La fragilidad de la confusión en sí,
la precariedad es absoluta.
Así rezan los días:
frágil, no cargar demasiado peso.



Leonardo F. Zambrano – EEUU

La llamo y no me oye

Me hace falta crear luz sobre la tinta
Para construir sombras sobre las líneas…
…Creo más pluralidades entre los versos
muy raras en las voces de los cánticos,
pero soy yo, ¡tan otro y un poco desigual!
Soy un adepto a pie con las individuales.

A veces nadie oye la sentencia
tan incierta en las orillas del verso
y es que las personalidades son otras
donde vivir es un abismo donde caigo…

Entre mis polaridades un encuentro,
simple al oido de mi otro paso
sin embargo mi diente ya no muerde
donde antes fue un pasado que arde…

Ella no me oye,
quiere que la oigan.

EL LIBRO

por Héctor Michivalka

El buen libro es como un cofre mágico de verdades que resplandecen cuando lo abres.
Es la figura mitológica del genio de la lámpara que se mudó al mundo del lenguaje escrito.
Es el debate milenario entre las diferentes corrientes del pensamiento para mantener el equilibrio.
Es el viajero del tiempo que cae en una choza hecha de palma y barro o es el noble habitante curioso de un palacio.
Es un amigo que nació, miles de años antes que tú, y predispuso el calor de la hoguera para armonizar la tertulia con tu soledad.
Es inmiscuirse en la vida del lector, sin que el autor sea tildado de chismoso.
Es un video de la mente del escritor:
Comunicación cuántica a través de los siglos.

Es el abono primigenio y corregido que apura el crecimiento de las nuevas semillas.

Hay que honrarlos, prenderles velas, rezarles…Practicar toda la liturgia que merecen.

P.D: Un libro te brinda la libertad de matar a tu suegra y, resucitarla, simplemente por sentir el placer de asesinarla de nuevo, en un simulacro en 3D.

NOVEDADES EDITORIALES

«El desafío de la tinta: libros que he habitado»

Con este libro de Silvio Rodríguez Carrillo, el autor propone acceder a sus opiniones sobre las obras de escritores como Huxley, Cortázar, Bradbury, Bukowsky, Posteguillo, como también sobre aquellos que se han ganado un espacio en la literatura actual, como es el caso de Morgana de Palacios, Gavrí Akhenasi, Nikolaj Rambosio, Marta Roussel, José Vicente Castillo y Daniel Adrián Leone, entre otros.

Por abarcar narrativa (novela, cuento), ensayo (filosofía, teología, derecho, economía y política), como también poesía (clásica, métrica y rima), en «El desafío de la tinta», el lector encontrará material abundante y variado que le servirá como lista de lecturas recomendadas, como referente para contrastar puntos de vista sobre libros famosos y como guía para reseñar a otros autores.