VERSO BLANCO

Jordana Amorós – España

Cordón umbilical

Ha sido todo siempre
un irse acomodando.

Apurar los minúsculos
resquicios de la vida
por los que se colaban a tus espacios íntimos
esos rayos de Sol
capaces de animarla
y aprovechar las largas tardes de lluvia y tedio
para tejer saudades.

Ahora lo que toca
es adaptarse a la necesidad
de gestionar lo escaso,
a aceptarte viviendo con los ojos escépticos
y la piel agostada
mientras dentro de ti,
a tu pesar,
cultivas la narcótica semilla
del desapego.

Es fácil,
se trata solamente
de entrecerrar los párpados
y borrar los paisajes,
ideas, sensaciones y recuerdos
que anidan en su envés
como quien funde en negro el fotograma
final de una película…

Solo queda esa hilacha,
tenaz,
que constituye
una especie de insólita atadura,
como un cordón umbilical inverso.

Con qué fuerza me une
a la luz…

Cómo cuesta
cortar esta invisible, sedosa y acerada
hebra fundamental de los afectos.



Sombras chinescas

Grotescos
esperpentos de pájaros.
Pluma en pena que escapa rumbo a un sueño de luz.

En la penumbra
agoniza la tórtola cautiva.
Entre las manos
su cuerpo es un dolor torpe y reseco
que en las atormentadas puntas de los dedos
todavía aletea.

Es finito el espacio
de la pared.

Y en el silencio se oye
el crepitar del alma al consumirse.



Isabel Reyes – España

He de marcharme

Rodeada de cosas olvidadas
con tanto agobio encima de mis hombros
recojo libros, fotos, cuadros sin paisaje,
mucho papel en blanco y mis pupilas
sin saber dónde ir, ni cómo el alma
se acostumbró a la luz de atardecer.

Toda mi casa es hoy incertidumbre,
no encuentro lo esencial,
en las carpetas
se perdieron retratos, versos míos
y aquellas primaveras. Quién me aguarda,
me llama desde lejos, nada sirve
de mis maletas, folios, a esta hora
penúltima en que veo
como si ya estuviera sin disfraces
y fuese otra persona la que ocupa
mi corazón, mis huesos, sólo míos
los ojos esta tarde, rodeada
de espejos del crepúsculo y cajas de cerillas
e inútiles postales sin remite
de caminos que nunca hube andado.
Ha llegado la hora de partir.

Ruedan los cláxones
en mi tranquilidad, en este miedo
a ir cerrando ventanas.
Me voy, he de marcharme
de nuevo a ningún sitio, el mar no espera
se mete en los dinteles, abre puertas
empuja, inunda el alma
y lanza mi existencia hacia las rocas.

¿Salvaréis mi equipaje de sus olas?



Indignación

Mientras el sol dispara sus espadas
avanzo como un preso
que huyera en los pantanos del presente:
los perros del cansancio
acechan por el bosque de la gran decepción.
He de seguir, mi sitio está más lejos.
Romperé mis cadenas con un tallo de hierba
y volveré al origen, desnuda y en silencio
alegre y desnortada, sin deudas, sin deberes
oscura y encendida con mi verbo.

Si queréis encontrarme, no me escondo.
Aunque me fugue
estoy aquí, sentada y sola y triste
como una gota dentro de la lluvia
soportando la fiebre primitiva
que me mantiene inmóvil
y digna
y vigilante.
Encerrada en mí misma
y tanta indignación por compañía.



Sergio Oncina – España

Ausencia de vida

No sé por qué ni dónde quiero irme.
Este lugar me aleja de los sueños
y me envuelve en tibieza; arropa y duerme,
apaga los instintos, entierra voluntades
y agota la impaciencia
que incita a pelear contra el fracaso.

Vivo en barro que arrastra,
arenas movedizas
con la velocidad de la quietud
y la satisfacción de mi apatía aceptadora.

Y truena y no me importa la tormenta
aunque ilumine los charcos
y embadurne mi rostro con resina mojada
del árbol deshojado donde quise ampararme.

Es, por fin, lo distinto que acaba por hundirme
en la basura de la que salir,
estímulo asesino que concede
una oportunidad para resucitar
y sentir la alegría
de un nuevo nacimiento en un edén.

No creo en paraísos
ni en volver de la muerte.

Pero tampoco creo
en la ausencia de vida.



En la noche de los vivos

Se dilata la noche de los vivos.
Me entretengo mirando
los árboles sin hojas,
las farolas que lucen mortecinas
y las aceras libres de nosotros.

Ahí, en la esquina próxima
estuvimos los dos,
entre la misma niebla,
bajo el mismo silencio,
en esta misma hora

y, como hoy, nada interrumpía
a la ciudad que duerme
sin saber que te amo,
como si no importase
y mañana la vida continuase impertérrita.

A nadie preocupa
que no vuelvas conmigo;
el furgón de reparto trae pan y pasteles,
los barrenderos sueñan con dormir.

La radio sonará, a las seis y un minuto.
Acabará mi insomnio.
Compraré medialunas para desayunar
con un tazón de leche,
mantequilla, galletas
y olvido.



Ángeles Hernández Cruz – España

Y pude

Enredada entre los hilos del miedo,
me pesaba el recuerdo de aquel día
en que el aire se hizo piedra
para aplastarme el pecho;
me pesaban los “no puedo” y los “quizás”,
losas en el paisaje de mi terco discurso.

Pero usé tu sonrisa de bastón
cuando te ofreciste a llevar mi carga
para un trayecto de ida y vuelta
entre la imprudencia y la victoria.

Con una palmera como único testigo,
conseguimos surcar
la mar escarpada de los barrancos,
y los jadeos de mi corazón
iban desamarrando, uno a uno,
los pesados nudos del acobardamiento.

ARREBATO Y PASIÓN

¡Hala, Madrid!

Miguel Urbano – Sergio Oncina – Jordana Amorós

(sonetos)
Miguel Urbano

Aunque al Madrid derriben en la lona,
que el rival no se fíe, no se achanta,
pues con orgullo siempre se levanta
y en la lucha jamás su fe abandona.

Un equipo que no se desmorona
ni de retos difíciles se espanta,
al contrario, en la lucha se agiganta,
y rey en los estadios se corona.

¡Hala Madrid! con ánimo me entrego
a tu magia, a tu espíritu, a tu juego
que adorna tus vitrinas con blasones.

¡Hala Madrid! gritaba la afición
teniendo en la garganta el corazón:
en Saint-Denis seremos campeones.


Sergio Oncina

No me des más milagros. Has vencido
y me rindo a la magia . Yo te veo
cada día, real en tu apogeo,
y siempre que prometes has cumplido.

Te tengo fe, Madrid, porque perdido
tú siempre resucitas. Yo te creo
capaz de derrotar al más ateo
remontando en un último partido.

Porque no hay imposibles para ti
y, si dudo, evidencias que es así.
Porque das emociones y alegría

sin pedir nada a cambio, solo estar.
Porque si hay otro modo de ganar
elijo el tuyo, honor y valentía.


Jordana Amorós

Sin poderlo creer, ebrio de euforia,
el buen aficionado madridista
festeja con pasión esta victoria
tan incontrovertible e imprevista.

Siente que saborea ya las mieles
de la decimocuarta copa ansiada
¡Que vayan preparando la Cibeles,
que tal celebración será sonada!

Lógico es que, aupados con millones,
remonten y confirmen sus blasones
en la gesta que siempre se recuerda.

Sin quitarles su mérito, yo apuesto
por el triunfo moral de lo modesto
y digo: !Viva El “Alba”, manque pierda!

ARREBATO Y REFLEXIÓN

Secuelas de Violante

Natalia Alberca – Sergio Oncina

(sonetos)

Si Lope levantara la cabeza,
y viera las secuelas de «Violante»,
ante tanto poema petulante
se nos muere de nuevo, con certeza.

Yo también acometo esta proeza,
la magna gesta; en este mismo instante
surge mi verso prístino y brillante,
demostrando pericia y agudeza.

Se eleva mi autoestima con el logro
y me veo pletórica de ingenio,
triunfadora, poeta de prosapia.

Si, llegado el final, no lo malogro,
conseguir un soneto primigenio
es incluso mejor que hacer terapia.

Natalia Alberca


¿Qué pasa a los poetas de internet?
¿Por qué nos ametrallan con lo mismo?
¿Por qué tanto Violante? Qué simplismo,
siempre eligen el pollo en el bufet.

No les pido delicias de gourmet,
solo algo original, ningún cultismo.
Tampoco necesito un heroísmo:
que si tienen jamón no escojan fuet.

Que si saben pensar piensen primero,
antes de repetirse como el ajo
escribiendo un soneto chapucero.

Innovad, aunque cueste más trabajo,
que copiar las ideas de un tercero
no es homenajear, es caer bajo.

Sergio Oncina


Quisiera ser divina de la muerte
manejando las rimas y las prosas,
tal como lo eres tú, puesto que osas
replicarme al soneto de tal suerte.

Mas soy feliz al ver que te divierte,
y agradezco tus frases generosas,
pero no te confíes, que las diosas
son volubles: permite que te alerte.

De su favor gozaste hasta el momento:
innovador, insólito, inspirado,
gourmet del verso, amante del jamón.

Diste a menudo muestras de talento,
pero debes tener mucho cuidado
que los “violante lovers” son legión.

Natalia Alberca


La volubilidad de las diosas
es tema aparte: Diana, Talia, Hera…
No permito injerencias caprichosas
de musas que visitan a cualquiera

con versos y palabras cariñosas.
La ausencia de razón me desespera
y aunque parezcan reinas dadivosas
desestimo su gracia milagrera.

Porque soy yo, si fallo, quien me quiebro,
y no hay divinidad que me consuele,
cada migaja de talento es mía.

Nace de las entrañas y el cerebro.
Arrulla y reconforta. Daña y duele.
Es entusiasmo, alma y energía.

Quizá tu poesía
la escribe un duendecillo y a su magia
le sobra buen humor y verborragia.

Sergio Oncina

CATORCE VERSOS

Jordana Amorós – España

Pájaro de nieve

En mi ventana canta un pájaro de nieve
con un trinar que habla de un pálpito aterido,
una canción que nunca jamás había oído
y al escucharla toda mi alm
a se conmueve.

El color de la tarde ya no es tan desvaído
y al tiempo sin textura le presta su relieve.
Hay una bocanada de suavidad que mueve
el aire, que en su encaje se queda entretenido

Con qué fervor quisiera aprender de su humilde
manera de olvidarse de sí, de hacerse albricia,
más allá de la anécdota del helor y su duelo.

Y practicar el arte de colocar la tilde
de mi decir en donde la voz se hace caricia
de pluma y se ensimisma en el placer del vuelo.


Sergio Oncina – España

La barca

Mecido por el mar, seguro y reo,
a merced de los vientos y la luna
soy Calypso, Penélope, Fortuna
y rico en soledad, cuanto deseo.

El cielo me acompaña y no me creo
esta suerte de calma, la oportuna
cadencia musical bajo mi cuna,
la extrema suavidad del bamboleo.

No lucho contra nadie en el camino,
barquichuela sin quilla a la deriva,
madera sobre el agua sin destino.

No sueño y tengo estrellas al alcance,
luciérnagas que miran desde arriba
la inconsciencia infinita de mi avance.


Morgana de Palacios – España

Relampadare

Quién no abrazó interminablemente
en un instante íntimo de exilio,
la plenitud salvaje de un idilio
hecho de carne y vísceras y mente.

Quién no abortó irremediablemente
algún amor gestado, sin auxilio,
en cualquier clandestino domicilio
ante un prohibido hogar de llama ausente.

Por el relámpago de un disparate,
quién no ha muerto en la gloria de un combate
de amotinadas sábanas furtivas,

para resucitar, sola y desnuda,
con la triste impudicia de una viuda
de muerto corazón y manos vivas.


LOS CLÁSICOS

Sergio Oncina – España

La alborada

Hay quien busca la luz en la mentira
y se alumbra con lunas. Pide besos
ingenuos en un feudo de embelesos
y frente a la verdad sufre y delira.

Quiere verse en el sol y cuando mira
solo descubre ímpetu y excesos,
sentimientos agónicos y presos
que no sabe plasmar, rayos de ira.

No conoce la voz inmaculada,
la palabra perfecta que se asoma
al balcón de un poema transparente,

el verbo que ajusticia en la alborada
los miedos a las noches del idioma
y te desnuda agudo e insolente.

(Soneto)


Isabel Reyes – España

Daría

Daría todo el mar, todo mi anhelo
y el agua de mis ojos, mi llanura
con tanta sed de sal y tanto miedo

Daría el sufrimiento, los senderos
de tu boca a la mía, tantas leguas
que median de mi abrazo hasta tu cuerpo.

Daría el trigo verde y el silencio
de tu nombre crecido en los bancales
de mi heredad estéril tanto tiempo.

Daría estarme siempre entre los remos
de tus barcas y el mar, y estar contigo
más allá de los campos y del cielo.

Daría todo ahora, cuanto tengo
de bello en torno mío: las palabras
y el viento delicioso en que te envuelvo.

Por saber qué nostalgia, qué misterio
hay más allá, amigo, hay más acá
de esta orilla en que vivo y no te encuentro.

(Tercetos de Arte Mayor)


Miguel Urbano – España

Te busqué

Te busqué por las cumbres y los ríos,
por selvas y por ricos cafetales,
por remotos espacios siderales,
y por piélagos, cálidos y fríos.

Te busqué sin rendirme a desafíos,
por oasis de verdes palmerales,
por áridos desiertos minerales,
y por volcanes, mansos y bravíos.

Te busqué en el bullicio y en la calma,
sin cesar te soñaba noche y día
siendo de mi existencia ansiada palma.

Y cuando el desaliento me vencía,
al asomarme al fondo de mi alma
al fin te hallé, mi amada, poesía.

(Soneto)


Morgana de Palacios – España

Ciclotimias

Entre ¡vivas! y ¡mueras! me nazco solitaria,
nadie se asombre pues si escéptica me muestro
metáfora baldía y correligionaria
de los que no rezaron jamás un padrenuestro.

Simbólico aluvión de sangre derramada
en arenas extrañas a despecho de azares,
no encuentro mi lugar en ninguna alborada
ni sueño en publicar mis obras ejemplares.

Nací para ser libre con las manos abiertas
que se han ido colmando a traves de los años,
de brillantes esposas y de cerradas puertas
de todos los colores y todos los tamaños.

Hay quien inventa falsas conjunciones astrales
y en alarde piadoso se acaricia a sí mismo
con el polvo de estrellas de las aparenciales
orgásmicas visiones de su propio espejismo.

En la exacta frontera de las pulsiones grises
yo vivo a ras de suelo, casi definitiva.
Si tropiezas conmigo ¡cuidado! no me pises
que suelo revolverme si no hay alternativa.

(Serventesios de Arte Mayor)


John Madison – Cuba

Love cactus

Te encontré y no sabía que guardabas la llave
del orden de mis mundos, nightmare en rebeldía.
Te encontré como encuentras para un ánfora el agua.

Con esa fe imposible, yo encontré tu abadía.

Te encontré y ahora tengo que levantar diez puentes
de Madison en vuelo, poética osadía,
para activar la risa de tu barca nocturna,
verano de mi sangre al declararse el día.

Hoy he pensado en ti, en tu aroma de impúber,
conjugación almática de antigua novia mía,
y he sentido nostalgia de tu loca costumbre
de alunizar espléndida en mi casa baldía.

(Romance heroico)


Natalia Alberca – España

Futuro imperfecto

Un mal día dejé de conjugar
el futuro perfecto. Se esfumó
de aquel libro gastado de gramática
que solía leer asiduamente.

Y me topé de frente con la fobia
que me causaba el modo imperativo.
Con el condicional me consolé,
intentando pensar: ¿Y si tan solo

fuera una pesadilla?¿Si eso nunca
pasó? Me ilusioné con el acaso
que el subjuntivo, amable, me ofrecía

con rasgos irreales. No me queda
salida; aceptaré que mi vivir
es tan solo un gerundio: subsistiendo.

(Soneto)

NARRATIVA

Sergio Oncina – España

Las Prieto

Fui un niño con muchos amigos y con una familia que le quería, unos padres amantísimos, la combinación ideal de compromiso con la paternidad y de libertad en la elecciones que afectarían a mi vida futura. Al último psicólogo que visité estuve a punto de mandarlo a freír espárragos, me contuve porque anteriormente, en la adolescencia, otro tipejo de su gremio me enseñó a controlar la ira, maldito hijo de puta, he tardado décadas en volver a dar rienda suelta a mi espíritu combativo.
Es decir, y ojalá me lea el estúpido psicólogo que visité hace un par de semanas, no tengo nada que reprochar a mis padres, nada de nada. Este carácter inaguantable y estas depresiones cuasi agónicas son culpa mía, este echar mierda al mundo no es porque el mundo lo merezca, que también, es porque necesito una vía de escape.

—Eres escritor, escribe y desfógate— me lo dicen a menudo y no les mando a tomar por culo. Tienen razón, incluso en ocasiones me ha servido el consejo, incluso he superado una de mis depresiones cíclicas escribiendo.
 Pero no es suficiente. Necesito más. Necesito arremeter contra los mensajes de paz, la caridad, el deporte limpio, la buena educación y, sobre todo, contra el exceso de amor.
 
Hemos de analizar la  problemática del exceso de amor desde un punto de vista sensato y crítico, pero voy a usar el mío que es el que tengo a mano, a quien no le guste que cierre el libro y se vaya a cagar. Allí, en el trono, puede leer la lista de componentes del champú, el prospecto de la crema anti hemorroides o mejor todavía, algún pseudosoneto de los que se encuentran por internet con las mismas dosis de métrica y lírica que el L’Oreal para cabellos delicados: Dietanolamina de coco, lauril Sulfato de Sodio, lauril Éter Sulfato de Sodio, flores de caléndula y camomila.
 
Mi familia materna me quería. Aún más, me amaba incondicionalmente. Mi familia paterna también me quería, pero no es el lugar para hablar de ella porque La Familia es un asunto de y sobre mujeres, los hombres somos la comparsa escasa que acompaña y, alguna vez, ejecuta bajo mandato, la planificación.
 
Cuando era pequeño y mis padres me abandonaban a mi suerte en el pueblo era bajo petición expresa mía que, como zagal inconsciente, campaba de terreno amigo a terreno enemigo con una sonrisa y la mente libre de prejuicios.
 
En  esos años, en Oncina, el número de habitantes permanentes no sumaba dos centenas y los Prieto éramos más de una docena. Las Prieto mejor dicho, apretadas y rudas, pero tensas y flexibles como una vara verde.
Debería haberse impreso un manual para permanecer con honra en la familia:
 
Las Prieto no tenemos deudas.
Las Prieto somos unas santas.
Las Prieto trabajamos nuestra tierra.
Las Prieto se defienden juntas.
 
Cuatro consignas resumidas en una:
Con las Prieto no se mete nadie.
 
Por supuesto que esta era la imagen que se daba al exterior y que, entre ellas, los celos, los malentendidos, los cotilleos y las disputas por quítame allá esas pajas eran el pan de cada día.
 
Mi abuela, María Sagrario Prieto Prieto, es la sexta y última de las hermanas y la única de ellas que tuvo descendencia. Parió dos hijas: mi madre, María del Carmen Pérez Prieto, y mi tía, Rosario Pérez Prieto.
Las hermanas de Sagrario y, por tanto, mis futuras tías abuelas, nunca engendraron descendientes. Tuvieron mala suerte, o maridos estériles, o  perdieron sus bebés, o fueron viudas prematuras, o solteronas en una época en la que tener un hijo sin pasar por la vicaría era pecado mortal, una desgracia que a las Prieto no les sucedería nunca.
 
 
Mi abuelo, Juan Pérez, fue un buen hombre inmerso en una marabunta de mujeres pugnando por el mando. Supo nadar y guardar la ropa, que ya es mucho en su situación.  Mi abuela le cuidaba y le cuidaba bien, él curraba de albañil, llegaba molido al hogar tras su jornada laboral y cenaba a mesa puesta. Así transcurrieron sus días hasta la jubilación, cuando ya tuvo tiempo libre para mirar el fútbol y los toros en su pequeño televisor. A Juan no le agradaba discutir y si, en ciertas ocasiones, le sacaron de quicio sus cuñadas, apenas se notó.
En un modelo de familia matriarcal los hombres de fuera se acoplan sin meter ruido o son repudiados. Juan se enamoró de Sagrario y sobrevivió.
 
Del carácter de las Prieto es buena muestra mi abuela, obediente y hacendosa en los quehaceres del campo, la más callada y menos caprichosa de las hermanas. Una tarde todas las mujeres del pueblo trillaban en las praderas cuando un grupillo de mozalbetes saludó con educación; Desio, el novio de la Ivana; Rubo, el prometido de la Casilda; el Fulgen y Juan, que acababa de asentarse en Fresno, el pueblo vecino. Cuchichearon las mozas mientras los mozos continuaban su camino.

—Este es para mí —dijo Sagrario y, como lo pidió antes que ninguna, el resto de Prietos asintió. Y, como eran las Prieto, las demás bajaron la cabeza y cesaron los chismorreos.
 
Yo también fui el primogénito, igual que lo fue mi madre. En una familia de Prietas nacía el primer varón después de cincuenta años.
Con las antiguas leyes se heredaban los apellidos paternos y el  Prieto está tan lejos que no aparece en mi documento de identidad.
Pero yo soy un Prieto: no debo nada a nadie, soy estricto, trabajo lo mío y me defiendo.
Me llamaron Sergio, pero para mis tías pude ser Sergio el Deseado, el Anhelado, el Heredero, el Ojito Derecho. En definitiva, Sergio el Primero de los Nuestros.
 
Y ahora, explicadme quién tiene cojones para gestionar tanto amor. Yo hubiera precisado de unos ovarios para adaptarme mejor.

SONETISTAS

Miguel Urbano – España

El hombre que me habita

El hombre que me habita tiene talla,
su noble corazón amor rezuma,
ante la sinrazón presta su pluma
y raudo se dispone a la batalla.

El hombre que me habita no se calla
ni por nada se arredra ni se abruma,
a la causa del bien su esfuerzo suma
y sale a flote si su barco encalla.

Quiere sembrar de abrazos el camino,
soñando siempre en alcanzar la meta
va con el rumbo fijo a su destino.

A la vida dibuja una pirueta,
y tiene un no se qué de peregrino…
El hombre que me habita es un poeta.



Sergio Oncina – España

¿Qué me queda?

La luna es un satélite desierto
y no creo en los dioses ni en la magia,
¿cómo voy a frenar esta hemorragia
de números sin fe, de un mundo yerto,

de tener desalmado más acierto?
¿Cómo voy a soñar si se presagia
el fin y el pesimismo se contagia?
¿Qué me queda? ¿Morir entre lo cierto?

¿Reír sin que se note cuánto duele
ocultar cada lágrima maldita
detrás de una mentira que consuele?

¿Abandonarme exánime por mudo?
Queda la voz y la palabra escrita,
el verbo honesto, indómito y desnudo.



Jordana Amorós – España

Alienaciones

Me refugio en lo idílico, de raso
azul celeste pinto el gris que aploma
el horizonte y visto de paloma
al halcón montaraz si llega el caso.

Fuerzo destellos en mi vida roma
hasta que arde, veo siempre el vaso
casi colmado aunque luzca escaso
e incluso a la huesuda tomo a broma.

Si a mi realidad no la depuro
tras un cristal rosado, es lo seguro
que habrá de ser motivo de incomodo.

Ayuda a transitar las estaciones
el ir coleccionando alienaciones.
La ceguera es un don, después de todo.



Morgana de Palacios – España

Con la cola del viento

No te duelas por mí, que me sobra entereza
y no le tengo miedo ni al cáncer ni a la muerte.
Estas cosas ocurren en la naturaleza
y no soy excepción por no tener más suerte.

Déjate de llorar que yo no quiero verte
naufragando en el llanto sin tener la certeza
de que vaya a morirme. Pretendo conmoverte
con los ripios burlones que rondan mi cabeza.

Todavía soy joven, todavía me altero
con la hombría de alguno, todavía me muero
por aquel que se ríe del mundo y su falacia.

Créeme si te digo que prefiero, sin duda,
vivir intensamente cuatro días desnuda
a diez años vestida de luctuosa desgracia.

SONETO

Morgana de Palacios

De páramos

Te mudaste a mi piel desde el desierto
y encontraste la sombra transitoria
de un pájaro perdido en la memoria
para resucitarte de lo muerto.

Me mudé a tu piel en desconcierto,
al aura clandestina de tu historia
desde mi libertad de trayectoria
con la imaginación al descubierto.

Y tanto dibujamos el retrato
de la fascinación, en concordato
contra la oscura esencia del destin
o,

que de páramo a páramo la piel
-nómada sobre el canto del papel-
a jirones quedóse en el camino.


Sergio Oncina

Se acaba

El tiempo se me acaba. No hay mañana
y siento que naufrago en lo corriente,
que atesté de futuros el presente
en una vida de rutina vana.

Respiro cada día con desgana
el aire de la pena, la indecente
mediocridad que habita entre la gente
y me vulnera abúlica y tirana.

¿Cuántas horas me quedan de pasiones?
¿Cómo he de soportar las emociones
que anticipan el fin de la existencia?

¿Aliviará la oscuridad maldita
o dolerá la luz que inhabilita,
nos duerme, nos deslumbra y nos silencia?


Silvio Rodríguez Carrillo

Cuándo

Los reveses acuden sin horario, sin saña,
con el hambre inocente del neonato que busca
en su madre sacarse de las tripas las lágrimas
que le irritan sus modos y los ojos en fuga.

Los percances del viento musitando mañanas
al oído del solo que dibuja negruras
pretendiendo su muerte con el filo de un arma,
acaecen sin fechas ni razones robustas.

En la prueba del nombre describiendo su fondo
en las olas inquietas del papel que se mueve,
se define constante, sin errores, la risa

o el lamento que marcan como emblema de vida,
la actitud de arrecife, de oleaje demente,
o de imbécil al uso que se goza en el lodo.


Jordana Amorós

Oración crepuscular

Que no sea el relente de la tarde norteño,
que no asemejen sangre las luces del ocaso,
que no truene esta noche, que llegue pronto el sueño
a cerrarme los párpados con sus dedos de raso.

Que amanezca un mañana de semblante risueño
en el que no diluvien las hieles del fracaso
sobre mi corazón, pues, aunque pongo empeño
ni una sola gota me cabe ya en su vaso.

Cada vez más perdida, cada vez más dejada
de la mano de un Dios, que nunca presta oído
a la oración que rezo con voz desesperada.

Cada vez más escéptica, cada vez más cansada
de seguir por seguir el viaje sin sentido
por este Erial de Lágrimas, camino de la na
da


Isabel Reyes Elena

Oscuridad

Noche oscura del alma, quién pudiera
frenar la sangre de mi turbia herida
y en tu luz intangible y transgredida
sembrar mi soledad de enredadera.

En ti y en tu silencio, compañera,
establecer el punto de partida,
y a tu lúcida sombra ser la vida
que renueve la paz de otra ribera.

Quiero que acojas mi calvario interno
en el combate inútil con lo inerte
y me apartes el cáliz de su infierno.

Y abandonarme en ti para saberte
conmigo ante el abismo de lo eterno
hoy que siento el desgarro de la muerte.


Idella Esteve

Dudas

¿Cómo es estar allá; duermes y sueñas,
vives, tienes consciencia de esa vida,
algún recuerdo hay de tu partida,
puedes mandarme algunas contraseñas?

Cuando voy a Castilla las cigüeñas
contemplan mi apariencia alicaída,
con la mirada ajada y aturdida,
mis esperanzas viéndose pequeñas.

Pero he de remontar todas mis dudas
pues no importa si vives o estás muerto
si muerta es la ilusión de estar contigo

porque no tengo dioses y no hay budas
ni a quien vaya a rezar en campo yerto
para que puedas ser y estar conm
igo.

Selección de poemas de Sergio Oncina

Prohibido vivir

Prohibidas las quedadas y protestas,
el público en el fútbol, el deporte,
ir al monte, viajar al sur o al norte,
salir tarde, los cines y las fiestas.

Nos toman por idiotas con propuestas
de leyes caprichosas. Su recorte
a nuestra libertad es pasaporte
a un mundo de sumisos sin respuestas.

Invitan a soñar con imposibles,
recriminan y mienten al reacio
que, oprimido, se niega a consentir.

Los pobres somos seres invisibles,
nos limitan el tiempo y el espacio
recetando castigos por vivir.


Por eso escribo

Escribo por saberme en lo que escribo,
para escapar del límite consciente,
por morir o matar este presente
y si muero sentirme un poco vivo.

Escribo por placer, tan impulsivo
como un cuerpo en el fuego incandescente,
porque soy yo, voraz y diferente,
en versos que me abrasan sin motivo.

Escribo por romperme en la tristeza,
buscar en mis añicos la belleza
y en el todo, las lágrimas perdidas.

Escribo porque hay sueños y hay heridas,
porque existen los pájaros de acero,
la música de luz y el verbo fiero.


La huida imposible

Hay unicornios rosas a los pies de mi cama,
una ventana abierta con vistas al jardín
y un dado de peluche que siempre saca seises
en el último estante del armario.

La suerte me persigue
y cada día cuesta

mucho más esquivarla.

«El grito», Sergio Oncina

Imagen by Prithivi Rajan

A veces la recuerdo y me repito
que no debo llorar por tonterías,
que soy un hombre libre de utopías
de las que solo viven en lo escrito.

Aunque sea su sombra donde habito
y su luz la tristeza de mis días,
he de saber fingir entre ironías
y retener las lágrimas y el grito.

Pero todo es minúsculo si falta,
menos el desconsuelo que me asalta,
y no hay ningún remedio para mí.

Entonces, surge de mi voz, potente,
un alarido, un llanto que es torrente
de la vida exultante que perdí.


Llama presa

Preso, péndulo y llama mortecina
que tiembla con el aire que lo apaga,
Rígido movimiento, gime vaga
en una vela frágil, roma y fina.

Paisaje de la nada, lienzo y ruina
del color y la luz, la falsa daga
que rasguñó lo ajeno, que se embriaga
y enferma en la belleza adamantina.

Lumbre que pudre y seca, que se extingue
sobre la cera vieja y no distingue
amor de esclavitud, y cuando llora

expira más deprisa y se deshace,
y cuando goza no le satisface,
y, si calma su hambruna, se devora.

«Quiero mi ley»,Sergio Oncina

Imagen by Cristiano Temporini

No quiero recoger los frutos fáciles
aunque su carne me estremezca
y la lascivia inunde mis deseos.

No quiero de la alquimia
el favor del milagro
ni el oro en el anillo del cadáver
ni el diamante sin taras
que reposa en la tierra.

Quiero que me desnude cada sueño
y se convierta en furia,
que la sangre me hierva y surja la palabra:
la exacta, la que arde
y calienta los fríos de las vírgenes.

Calcinarme las lágrimas
si solas no me ciegan.

Permitirme matar lo que aborrezco,
amar a quien me ama sin motivo
y recibir la paz de la victoria armada.

Que si existe justicia se dicte con mi ley.


Cansado de mí

Me he cansado de mí
y por eso no escribo como antes,
a todas horas, ávido de letras
que formen lo que siento.

Creo que no estoy bien
porque ya no me gustan mis palabras
y las leo vencido
y con voz pusilánime.

No sé lo que sucede,
si me falta ilusión
para seguir por el camino crudo
del verso y de su ausencia
o daña masticar
porque como sin hambre.

La otra noche miré
a través de un poema
y no vi nada mío,

solo la furia muerta de otro hombre
que alcanzó la victoria, la contó
y no supo vivirla.

«Volátil rosa negra», «El grito», Sergio Oncina

Imagen by Vesna Harni

Volátil rosa negra

Volátil rosa de perfume eterno
que floreciste roja por error,
solo te creo símbolo de amor
por las espinas, prueba de tu infierno.

Así te llegue pronto el mismo invierno
que me abrasó. Que pruebes su dolor
sobre tu piel: tenaz, devastador,
inútil como un llanto sempiterno.

Que mueras carcomida por la ausencia
de la belleza pura. Que tu esencia
efímera no exista más. Que llores.

Que exasperada sufras la caída
de tus marchitos pétalos. Que, herida
por el mal, no se alivien tus temores.


El grito

A veces la recuerdo y me repito
que no debo llorar por tonterías,
que soy un hombre libre de utopías
de las que solo viven en lo escrito.

Aunque sea su sombra donde habito
y su luz la tristeza de mis días,
he de saber fingir entre ironías
y retener las lágrimas y el grito.

Pero todo es minúsculo si falta,
menos el desconsuelo que me asalta,
y no hay ningún remedio para mí.

Entonces, surge de mi voz, potente,
un alarido, un llanto que es torrente
de la vida exultante que perdí.

«De vuelta», «Lágrimas frías», Sergio Oncina

Imagen by Sookyung An

De vuelta

Creen que me olvidé de escribir poesía,
del juego deslumbrante y del placer
de la piel en el verbo
y de la muesca exacta en el renglón maldito.

Los fetiches caducan con la monotonía
y el velo de las vírgenes
ni frena la calima de la tinta en el sexo
ni cubre tempestades.

Me entretuve, sin más,
sin ninguna razón que justifique
el borrón de la pena
y el tiempo evaporado en las caricias.

Me erguí para otear lo que se palpa
y abracé los paisajes con el temblor extraño
de quien se sabe solo
en los muslos calientes del origen.

Hube de regresar al frío de mi roca,
decepcionado, falto de la verdad escrita,
el fármaco que palia los dolores agudos
del bienestar fingido.


Lágrimas frías

¿Cuántas veces, a punto de llorar,
contuviste el dolor?
No sirvió. Nunca sirve.
Las lágrimas vedadas congelan lo profundo
y su hielo carcome.

Los cuerpos piden sexo, manjares, agua y aire,
y exigen desprenderse del veneno
si quema las entrañas.

La alegría se muere cada noche
en las cárceles faltas de verdades
y en la carne vacía de deseos.

El invierno interior araña y nos descubre
en la firmeza frágiles
y en las dudas humanos
pues la sinceridad busca salidas
y la tristeza escuece si se oculta.

No se libera el miedo con el llanto
pero mata la rabia,
los impulsos suicidas y la vana indolencia.

«De vuelta», «Maldito silencio», «Súbdito», poemas de Sergio Oncina

Imagen by Elmer Geissler

De vuelta


Creen que me olvidé de escribir poesía,
del juego deslumbrante y del placer
de la piel en el verbo
y de la muesca exacta en el renglón maldito.

Los fetiches caducan con la monotonía
y el velo de las vírgenes
ni frena la calima de la tinta en el sexo
ni cubre tempestades.

Me entretuve, sin más,
sin ninguna razón que justifique
el borrón de la pena
y el tiempo evaporado en las caricias.

Me erguí para otear lo que se palpa
abracé los paisajes con el temblor extraño
de quien se sabe solo
en los muslos calientes del origen.

Hube de regresar al frío de mi roca,
decepcionado, falto de la verdad escrita,
el fármaco que palia los dolores agudos
del bienestar fingido.



Maldito silencio


Un agosto pasado correteaban niños.
Un abrupto septiembre se repartían besos
al final del pasillo:
un adiós, hasta luego,
hasta un junio tardío.

Las paredes de adobe en el invierno
nos resguardan del frío.
No es lugar para nietos
el hogar encendido.

Volverán a su mundo, su flamante colegio,
poblarán sus retratos los estantes vacíos
y quedarán recuerdos
de las risas y gritos
planeando en el aire e impregnando los sueños
del calor en el patio, del olor a membrillo.

Se nos escapa el tiempo.

Ya no creo bendito
el maldito silencio.



Súbdito


La ilusión del portazo se cuela entre mis sueños:
un impotente adiós sin vuelta atrás
tan sonoro y brutal como rotundo,
un golpe seco que lo cambie todo
aunque sea a peor.

Me anticipo a la fuga
y al regreso del hombre arrepentido
preguntándome cómo:
¿Cómo me sentiré apostatándome?
¿Cómo podré dormir
convertido en la antítesis de lo que quise ser?

En la guerra del tedio
elimino cualquier huida posible
y busco en el manojo de las llaves
la que cierra la puerta de salida
y mata al desertor.

Siempre seré soldado sin ejército
y súbdito de mí.

«Le Professeur», «La abeja reina», «La Vanidosa y yo», relatos de Sergio Oncina

Imagen by Hermann & Ritcher

Le Professeur



De niño quería ser periodista deportivo y escribir, no sé si por ese orden. El deseo consistía en trasladar las emociones que a mí me provocaba la competición y que el lector supiera que se enfrentaba a un texto escrito desde la admiración. Permanecer cerca de mis ídolos y saber qué se siente en los momentos de máximo esfuerzo.

En esa época el ciclismo era un deporte épico y, sin duda, el preferido para que volase mi imaginación con las gestas de mis ídolos.

Me quedé con las ganas de narrar como el norteamericano Greg Lemond arrebataba el Tour de Francia en la última contrarreloj a la figura local, el francés Laurent Fignon, amado y odiado al mismo tiempo por su carácter indómito.

Después de más de 3.000 kilómetros en sus piernas llegaban a la última contrarreloj con solo cincuenta segundos de ventaja para el corredor galo. Un espectacular recorrido entre Versalles y París dirimiría el ganador de la edición del Tour de 1989.

Fignon era un ciclista con aspecto intelectual, gafitas redondas y coleta al viento, pero de sangre caliente, espíritu guerrero y pocos pelos en la lengua. Cariñosamente apodado como Le Professeur, en contraposición a la imagen tosca de su primer gran rival Le Blaireau (El Tejón) Bernard Hinault al que privó de superar el récord histórico de victorias absolutas en el Tour.

Greg Lemond era un corredor frío, alejado de las pasiones que provocaba su deporte en Europa. Competía para ganar, medía sus esfuerzos y guardaba las fuerzas para desgastarse en el lugar adecuado.

El Profesor, imagen de un ciclismo antiguo y pasional, fue derrotado por el profesional americano. Tan solo una diferencia de ocho segundos, la más nimia de la historia, le separó de la gloria. Los aficionados franceses lloraron esa derrota como si fuera suya, como si predijeran que 40 años después persistiría la sequía de triunfos nacionales en su carrera. Digo su carrera porque para Francia el Tour no es una competición más, es un símbolo del país, un orgullo, ¿y qué puede haber más orgulloso de sí mismo que un francés?

En el resto del mundo se celebró más el varapalo recibido por el díscolo Fignon que la victoria del estadounidense. Yo tenía ocho años y fui feliz.

Hoy en día, con Laurent Fignon fallecido y Greg Lemond convertido en imagen del primer ciclismo moderno, los aficionados neutrales echamos de menos la furia del viento, la mala leche, el ataque inesperado del más débil y las declaraciones desde las entrañas después de las etapas.

Su cuerpo descansa en el cementerio parisino de Pere Lacheise, y los guías turísticos lo nombran junto a nombres como Moliere, Oscar Wilde, Jim Morrison, Chopin, Édith Piaf o Cyranno de Bergerac.


La abeja reina



En 2020 por primera vez en la historia el Tour no se ha corrido en julio, la pandemia lo trasladó al mes de septiembre. Los franceses que partían como aspirantes quedaron muy pronto descartados para la victoria final.

El ciclismo es un deporte paradigma de los avances tecnológicos, cada corredor cuenta con un potenciómetro que mide los watios que usa en cada esfuerzo, los directores de equipo dan órdenes precisas a sus corredores a través de auriculares inalámbricos, los miembros de cada formación están supeditados a su jefe de filas y trabajan como un bloque para él.

Con estos mimbres es difícil que la épica surja, que el aficionado se levanté del sofá con el corazón acelerado porque su corredor favorito busca un imposible derramando en solitario a cien kilómetros de la meta. Y, sin embargo, algunos aún confiamos en ver un nuevo Fignon al que después odiar y amar a partes iguales por gabacho.

La edición actual transcurrió de un modo similar a las de las últimas décadas: un duro esloveno se colocó líder de la general muy pronto. Su equipo, que vestía de amarillo y negro, dominaba la carrera en todos los terrenos y su abeja reina, el esloveno Primoz Roglic, parecía inexpugnable.

El segundo de la general había perdido tiempo en una etapa intrascendente debido a una caída de varios ciclistas. También se trataba de un esloveno, el joven Tadej Pogačar.

Inexplicablemente un pequeño país balcánico sin casi tradición ciclista contaba con dos opciones de victoria. Todo apuntaba a la victoria final del corredor más veterano.

Llegó la crono final y Primoz aventajaba a Tadej en un minuto, en esta ocasión la etapa finalizaba en un puerto de montaña al que se llegaba tras un llano. Los equipos lo tenían todo medido y preparado: habría un cambio de bici cuando comenzase la subida, cada ciclista sabía cuál era el máximo de potencia que podría desarrollar y el número de dientes de los platos y piñones que usaría en cada segmento de la prueba.

Tadej sale fuerte y al llegar a pie de puerto ha recuperado la mayor parte del tiempo perdido, posiblemente haya forzado más de la cuenta en este terreno. Cuando se produce el cambio de montura se desprende también del potenciómetro y comienza la ascensión dejándose llevar por sus sensaciones. En cada pendiente se retuerce y sus gestos de esfuerzo contagian su dolor al espectador.

La carrera cambia. El joven Pogačar mejora los tiempos de todos sus rivales. Su compatriota entra en crisis y pierde el Tour de Francia. Como en 1989 la última contrarreloj decide quién es el ganador final y, esta vez, el corazón vence al cerebro.


La Vanidosa y yo



El mismo día que me fabricaron ya presumieron de mí subiéndome el ego hasta las nubes: «Es perfecta, de cuero como las de antes y le hemos añadido un protector de piel para que ni se moje ni se estropee. Mirad que diseño, es moderno, aerodinámico y ligero. Si os la calzáis veréis que es como un guante».

No cabía en mí de orgullo. Tenía una gemela, idéntica pero asimétrica. Qué guapa era la jodida, tanto como yo. Me miraba en ella como Narciso en el agua.

«Su precio es, nada más y nada menos que 189€, estas botas no las va a comprar cualquier mindundi, están fabricadas para profesionales. Van a ser aplaudidas y veneradas»
Luego me señalaron, a mí directamente, no a mi hermanita: «Fijad la atención en esta, qué elasticidad y tersura. Amortigua la pelota como si la agarrases con la mano. Tiene suela multitacos y puedes montar tacos de goma o de aluminio ¿Cuántos goles meterá? Cientos o miles por lo menos. Se van a caer las gradas de los estadios celebrando sus goles. Si las compra un delantero se va a hinchar porque es ideal para patear faltas y penaltis»

Cuánta gloria me esperaba. Mi gemela estaba un poco mosca porque yo era siempre la elegida para las demostraciones. Fue envidiosa, egoísta y mala desde que nacimos. A partir de este momento la llamaré «La Vanidosa» para que quede claro quién es y cómo actúa.
No quiero decir que yo no tenga mi vanidad o mi orgullo, pero yo nunca me hubiera comportado como se comportó ella. La Vanidosa es una pécora traicionera, una víbora con afán de protagonismo.

Qué felices estábamos cuando nos compraron, nos llevaban en un palé junto a varias compañeras, todas en nuestras cajitas. Yo iba arrimadita a La Vanidosa porque aún no sabía lo maléfica que era.

No pasamos por ninguna tienda. Llegamos al club directamente. Un señor muy amable nos acarició con un trapo y nos colocó debajo de unas taquillas con las fotos de nuestros futuros dueños. A La Vanidosa y a mí nos correspondió la taquilla de un jugador rubito con melenita, una gomita para sujetar el pelo y pinta de guaperas nenaza. Mal empezamos, pensé.
Al lado posaron su equipación. Busqué con avidez el número de la camiseta esperando un dorsal 9, un 10 o, como mal menor, un 7, un 11 o un 8. Pero ni siquiera era un número entre el 1 y el 11, nos habían colocado en la taquilla del 14. Comenzaba a caerme mal el tipo que vestía ese número insulso y todavía ni siquiera habíamos olido el césped recién cortado.
Yo tenía nociones futbolísticas del pasado, puede que en otra vida fuese un balón de fútbol porque me acordaba del 14 de Johan Cruyff y del 23 de David Beckham, que pese a su aspecto impoluto era un centrocampista goleador. Yo hubiera encajado a la perfección en el pie derecho de David, hasta se hubiera olvidado de Victoria Adams por mí.
Así que, gracias al ejemplo de Beckham y Cruyff, aún conservaba una pequeña dosis de esperanza. Leí el nombre que figuraba en la camiseta: Guti. No me gustó. Qué poco atractivo. Ronaldinho, Mijatovic, Caniggia, Rui Costa… esos sí son nombres de cracks. ¿Pero Guti? Ese es el apodo de un niño gamberro en un colegio.

Pues el muy cabronazo de Guti resultó ser un gran jugador, en su campo le aplaudían muchísimo y en los campos de los rivales le pitaban y cantaban con pasión: ¡Guti, Guti, Guti… maricón! El primer día que salimos juntos fue como visitantes y me dolió el insulto. Con el paso de los partidos yo misma coreaba el cántico y apostillaba para mis adentros: «Hijoputa y cabrón».

La Vanidosa lo idolatraba, eran tal para cuál. Qué falsos con sus cintas y sus regatitos, haciendo como que me pasaban la pelota y, cuando ya acariciaba la idea de dar un pase o disparar a puerta, todo era parte del engaño y La Vanidosa la pisaba, la dormía y la mandaba con suavidad a algún otro compañero, que, por caprichos del destino, sí sabía manejar la diestra. Porque el capullo de Guti pasaba olímpicamente de su pie derecho, no me hacía ni puto caso, había partidos que en noventa minutos yo solo rozaba el balón un par de veces y sin ninguna emoción.
Cuando marcábamos goles siempre eran La Vanidosa y El Vanidoso los protagonistas absolutos y, si uno de sus pases finalizaba en gol, se arrodillaban a sus pies y frotaban a La Vanidosa como si el mérito fuera solamente suyo, como si yo no hubiera corrido y no me hubiera apoyado a la perfección en el césped para mantener el equilibrio.

Reconozco que algo (un poco) de envidia sí tenía. Daos cuenta de que aguantaba humillaciones tales como que el balón fuera perfecto para que yo centrase al área y Guti, el muy capullo, doblara su zurda por detrás de mí y usase a La Vanidosa para golpear el balón en un escorzo que llamaban rabona.
La gente los aclamaba enfervorecida y yo solo quería que me quisieran. ¿Tanto era pedir un poco de cariño?

Una vez nos quedamos solos los tres, enfrente de la portería y con el guardameta vencido. Era mi momento, presentía que por fin me dejarían empujar el balón a las mallas. No estaba nerviosa, al revés, estaba preparada, atenta y ansiosa por recibir los parabienes del público.
Qué decepción cuando El Vanidoso no tuvo la delicadeza de pensar en mí. Preparó la parte interna de su pie izquierdo y no lo pude evitar. Sé que no debí, pero usé todas mis fuerzas para llegar a la pelota antes que La Vanidosa. No salió bien ya que Guti va de estrellita, pero es muy torpe y se cayó dejándome sin gol.
Salimos en todos los resúmenes deportivos de la semana. Fuimos el hazmerreír del mundo futbolístico. ¿Qué le costaba dejarme ser, por una vez, feliz? Desagradecido. Después me echaba la culpa delante de sus compañeros «la bota derecha no se agarró bien al césped». Me quiso jubilar, menos mal que el señor amable, que era el utillero, le convenció para cambiarme solo los tacos.

El Vanidoso es un desagradecido y un desgraciado, cuando el terreno está embarrado o los jugadores rivales sueltan alguna patada malintencionada no hay distinciones, eso nos toca sufrirlo a todos por igual. Cuánto he galopado yo de lado a lado de la cancha para lucimiento de La Vanidosa y El Vanidoso.

Para qué no tengáis dudas de lo que hablo os voy a contar el ejemplo supremo de egoísmo y falta de lealtad:
Jugábamos en Coruña y Guti vestía de negro, el equipo jugaba bien y, como siempre, yo no rascaba bola. Pero de repente El Vanidoso recibió el balón en la frontal, se escoró a la derecha mientras avanzaba hasta el borde del área pequeña. El portero se adelantó y dejó un ligero hueco entre el palo y él. Yo lo tenía clarísimo, si me usaba era gol seguro. ¡Un golazo!, ¡un golazo mío!, me relamía.

Pero La Vanidosa no pensaba lo mismo y, cuando El Vanidoso amagó golpear conmigo, se entrometió. La muy atrevida se cruzó y acarició la bola con el taquito desplazándola hacia atrás en una jugada ilógica.
Robó mi gol. Me robaron la gloria.
Iba a abroncarla cuando apareció nuestro 9 por detrás y empujó a la red el balón.
Tuve que callarme otra vez. Los odio.