No quiero recoger los frutos fáciles
aunque su carne me estremezca
y la lascivia inunde mis deseos.
No quiero de la alquimia
el favor del milagro
ni el oro en el anillo del cadáver
ni el diamante sin taras
que reposa en la tierra.
Quiero que me desnude cada sueño
y se convierta en furia,
que la sangre me hierva y surja la palabra:
la exacta, la que arde
y calienta los fríos de las vírgenes.
Calcinarme las lágrimas
si solas no me ciegan.
Permitirme matar lo que aborrezco,
amar a quien me ama sin motivo
y recibir la paz de la victoria armada.
Que si existe justicia se dicte con mi ley.
Cansado de mí
Me he cansado de mí
y por eso no escribo como antes,
a todas horas, ávido de letras
que formen lo que siento.
Creo que no estoy bien
porque ya no me gustan mis palabras
y las leo vencido
y con voz pusilánime.
No sé lo que sucede,
si me falta ilusión
para seguir por el camino crudo
del verso y de su ausencia
o daña masticar
porque como sin hambre.
La otra noche miré
a través de un poema
y no vi nada mío,
solo la furia muerta de otro hombre
que alcanzó la victoria, la contó
y no supo vivirla.