«La otra orilla» de Julio Cortázar

por Silvio Rodríguez Carrillo

«La otra orilla» es el primer libro de cuentos compuesto por Cotázar, y que comprende relatos escritos entre 1937 y 1945. El volumen se divide en tres títulos, Plagios y traducciones (que incluye «El hijo del vampiro», «Las manos que crecen», «Llama el teléfono, Delia», «Profunda siesta de Remi», «Puzzle»), Historias de Gabriel Medrano (que incluye «Retorno de la noche», «Bruja», «Mudanza», «Distante espejo») y Prolegómenos a la Astonomía (que incluye «De la simetría interplanetaria», «Los limpiadores de estrellas», «Breve curso de Oceanografía» y «Estación de la mano»). El libro iba a ser publicado en 1946, pero no llegó a concretarse.

Plagios y traducciones: Encontramos algunas descripciones inusualmente perfectas, «… se llamaba Miss Wilkinson y bebía ginebra con una naturalidad emocionante», pasajes en donde brilla la metáfora, «… exaltaba en su recuerdo el sabor de la sangre donde había nadado, goloso, el pez de su lengua». También, el rasgo decidor del pretérito imperfecto «Y la calle estaba lejos, y era mediodía» como la presentación de oposiciones «y la ausencia de Sonny, presente en todas partes como son las ausencias» conformando formas potentísimas.

Historias de Gabriel Medrano: El relato en primera persona se conjuga con el poderío de la imagen: «La mentira se aplastó a mis pies mientras desandaba el camino», en una primera historia de desdoblamiento ; y cuando le toca hablar al demiurgo no teme demorarse en un detalle . «Cuando vierte el té en las finas tazas su gesto tiene algo de triunfante, contenido por un carácter tímido que se rehúye a sí mismo la ostentación de lo logrado» en una historia donde lo fantástico cobra vigor. Se vuelve notable aquí el desarrollo de la estética sobre lo mundano.

Prolegómenos a la Astronomía: El autor plantea la existencia de un dios que, a imitación de Jesús, es asesinado por sus coetáneos , una sociedad dedicada a la limpieza de estrellas , el origen del océano pacífico y la existencia de una mano con vida propia . Es una serie de cuentos en donde lo fantástico domina el argumento, prescindiendo de cualquier contacto con la realidad, salvo al final de «Estación de la mano», en donde el protagonista confiesa vuelve a ser «un habitante correcto».

La otra orilla es una colección de cuentos breves (algunos incluso de sólo dos o tres páginas) en donde ya se puede apreciar el aliento narrativo de Cortázar, con su particular manejo de la metáfora y las oposiciones, el planteamiento de una historia que sin aviso se quiebra abruptamente, o bien, que lenta y cadenciosamente se encamina a una dirección inevitable, aunque el elemento sorpresa siempre esté agazapado, a la espera de dar su zarpazo aun al lector más avisado. Sin dudas, un lujo que abre los cuentos completos publicada por Alfaguara, y que cuenta con un prólogo increíble de Mario Vargas Llosa.

«El tesoro de la sombra de Alejandro Jodorowsky», por Silvio Rodríguez Carrillo

Un microcuento es un arma de múltiples filos, sobre todo para el autor, si acaso pretende lograr un efecto específico en quien lo lee. Dice Alejandro: «Los cuentos cortos, mínimos, son semillas de voluminosas novelas», señalando que todo microrelato es un resumen de una obra mucho más extensa, quizás, como esa parte del iceberg que puede ser vista por el ojo normal, y de la que un ojo entrenado es capaz de deducir su verdadera dimensión. En su brevedad, el microcuento debe lograr fijar un escenario, manifestar la trama y precisar los símbolos con los que habrá de transmitir su mensaje.

«El tesoro de la sombra» se compone de 199 relatos breves –que con el del prólogo suman 200–, de los cuales la mayoría pueden considerarse microrelatos, o microcuentos. A través de estas historias el autor busca dejar una enseñanza que queda en el espíritu de cada lector alcanzar, a su propio modo individual, porque, a diferencia de las fábulas, aquí no se cierra ningún relato con una «moraleja» universal, sino que la simbología expuesta queda en poder de quien accede a la misma para que sobre la base de su propio entendimiento aplique el significado que sus circunstancias le sugiere.

Dice uno de los textos: «”Y apareció Jehová a Abram…”» Abram vio a Dios. Es decir no vio nada más de lo que veía de ordinario. Sólo que se dio cuenta de que eso que veía –paisaje, animales y gente– era en realidad Dios». La realidad externa no cambia, sino la manera de ver del sujeto, de Abram. Ahora, luego de esta visión, ¿el sujeto habrá de realizar cambios en esa realidad externa? ¿Es un milagro estar vivo y saberlo? ¿Cuánto tiempo precisó Abram para alcanzar a ver a Dios? Son innumerables las posibles extrapolaciones, todas a la medida del descifrador.

Dice otro: «El árbol decidió viajar. Cuando logró desprenderse de la tierra, se dio cuenta de que sus ramas eran raíces celestes». Aquí, ¿es el cambio individual lo que permite una nueva percepción del entorno? ¿Al cambio individual, le sucede un cambio correspondiente en el entorno? Dice otro: «De pronto, mientras pataleaba, se dio cuenta de que su ataúd era un huevo». ¿Lo que nos protege, en realidad nos aprisiona? ¿Lo que nos limita, en realidad es lo que nos impulsa a la libertad? Como se ve, de un disparo se puede leer su sonido y el silencio a su alrededor.

La sabiduría de Alejandro Jodorowsky se vuelca en estos relatos de una manera sencilla, como también ilimitada. Cada una de estas joyas, breves en su extensión, refieren un largo caminar para conseguirlas, y es parte del disfrutarlas entrever, quizás apenas, quizás claramente, todos los procesos vivenciales como intelectuales que fueron necesarios para tenerlas a la vista. Todo escritor disfruta de escribir, y es por eso que lograr lo conciso sin renunciar al arte resulta difícil, aunque luego el resultado esté asegurado, un lector satisfecho. «El tesoro de la sombra» es uno de esos libros en los que sólo se puede ganar.

Silvio Rodríguez Carrillo

Describidor de biografías


«Para José Ingenieros los mediocres no tienen biografía.
Para Facebook, sí.
«

Oh, tú describidor de biografías
con las que te celebras sin decirte
desnudo y con el tiempo de los tristes
andando por tu letra desabrida.

Por cuál de los senderos de tu vista
cabalga el fundamento de tus fines
que acaso te deniegan imposibles
maneras de versar de forma digna.

Ah, pequeño prodigio de los cielos
no será que los dioses, algo ebrios,
liberaron sus ganas de burlarse

y lograron te creas un notable
cuando solo enalteces, mal contadas,
unas cuitas sin lumbre en la palabra.

Silvio Rodríguez Carrillo

Church by Peter H

Gusto desarrollado



Quedarse maravillado ante la imponente escultura del Moisés de Miguel Ángel, o luego de escuchar algo de Bach preguntarse –sin posibilidad de respuestas– cómo pudo un hombre concebir una música semejante, son situaciones sumamente especiales pero que no dejan de tener mucho de normalidad. Ahora, cuando la exaltación que nos provoca la obra conseguida por otros nos mueve a pretender emularlos, ahí la cuestión comienza a ser otra. Cuando en la construcción que percibimos, a un tiempo hay algo que nos empuja y nos llama a poseerlo haciendo que digamos “yo quiero hacer cosas así”, la cosa vibra con otra frecuencia.

Aquí, el que asumió esta vibración íntima y decidió intentar desarrollar eso que el gusto le pide, va a encontrarse, más temprano o más tarde, con la primerísima lección: no es nada fácil. Y es que a medida que se avanza las dificultades también lo hacen, tanto, que llega un punto en el que lo más frecuente de todo es pensar en abandonar la empresa, pues, la distancia entre lo que se pretende conseguir y lo que efectivamente se consigue parece no amenguar, el agobio se agiganta como maleza y, muchas veces, no se cuenta con el apoyo que uno desearía.

En esta primera lección quien realmente sufre es el ego que, mira tú, por primera vez aparece como un personaje innegable con el que es necesario entablar una relación seria y armoniosa si es que se quiere progresar. Si acaso el aprendiz logra los acuerdos necesarios con su ego, entonces le será posible asumir justamente eso, su rol de aprendiz, con lo que no tendrá reparos al momento de recibir críticas –todas las críticas son constructivas, para el que quiere crecer, claro–, comentarios, y cualquier tipo de ayuda que en el camino de su aprendizaje vaya recibiendo de quien sea.

En esta primera lección también opera un filtro que separa a quien busca conseguir el arte, de quienes buscan simplemente enaltecer su ego. Está quien quiere tocar una música por el placer de conseguir hacerlo, y está quien quiere ser escuchado, reconocido por hacerlo; hay una diferencia entre ambos objetivos, que no se excluyen, ojo. Pero, digamos que el que busca el arte por el placer de lograrlo, por desarrollar su gusto, está más dispuesto a escuchar consejos para conseguirlo que aquellos que prioritariamente buscan hacer relucir sus nombres. Suelen llegar más lejos, siempre, los que mejor capitalizan todas las sugerencias.

Para quien va desarrollando su gusto todo sirve, y toda equivocación que le señalen, venga de quien venga, no deja de ser una ayuda. Como se comprenderá, el que tiene un gusto desarrollado de nivel superior, necesariamente ha tenido que pasar por un curso de humildad elevado, que es lo que le permite aprovechar cualquier enseñanza, como también valorar y comprender tanto la propia obra como la de los otros, independientemente de cualquier juicio externo. En este panorama, ¿cómo podría extrañarnos que la gente que se enoja cuando se le marca un error sea aquella que no tiene un gusto desarrollado?

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Economía y finanzas

Hace varios años que te vengo jodiendo con el tema de que la solución era subir los impuestos y aumentar el número de funcionarios públicos, la misma cantidad de años durante los cuales vos venías defendiendo que el sector público tal, y el sector público cual. Te dije que con tres meses de desobediencia tributaria sería suficiente para que todo el funcionariado público no tenga de dónde cobrar, y que ahí saltaría la verdadera joda monetaria, porque el gobierno tendría que endeudarse a nivel interno (banco central), o a nivel externo para poder pagarle la joda a toda la fauna política.

Ahora, con la cuarentena obligada, con el cierre de fronteras y el sector comercial con las cortinas abajo resulta que en lugar de una desobediencia tributaria lo que se dará es una imposibilidad de recaudar dinero, con lo cual tampoco será posible mantener los niveles de joda que se tenían. Es decir, misma consecuencia pero con diferente causa. Lo que ahora habrá que ver es quién presta el dinero para mantener la joda, porque si hay algo difícil de abandonar es la joda, es decir, que un senador abandone su sueldo, su jubilación y su fuero, ¿o vos creés que sí?

Lastimosamente esta no es la mejor manera de que entendás que era cierto cuando te decía “tu sistema educativo es una mierda”, o cuando te decía “tu sistema de salud es una mierda”. Pero si ante una epidemia tus políticos dicen salí a la calle, no pasa nada, comprendé que algo no está bien. Y si tus políticos dicen quédate en casa, pero la gente igual sale a la calle a joder, comprendé que algo no está bien, y ese algo es la educación. ¿Vos te das verdaderamente cuenta de que estamos hablando de 30 años de educación completamente al pedo?

Y si no tenés velocidad de respuesta hospitalar, si no sos capaz de un sistema ordenado de aislamiento y tal, ni siquiera de proveerle de insumos básicos especializados a tus médicos, ¿vos te das cuenta de que los últimos 30 años pagaste impuestos para que con ese dinero se diviertan unos pocos cuantos y escogidos tipos que, incluso ahora, se están forrando con la desgracia de los que prefieren seguir siendo sodomizados antes que admitir que lo vinieron siendo ininterrumpidamente los últimos 30 años? Y todavía hay gente que cree que “el gobierno” será “el que” cubrirá tales y cuales gastos.

Desde mi casa, de la que no puedo salir, le paso clases a mi hija, dos horas por día, por video llamada. Como puedo mantengo la calma y el buen humor, cosas del noviazgo. Hoy, por ser domingo, nada de clases, pero le enseñé a hacer una trampa para cazar pájaros, no fue del todo sencillo, pero al final lo consiguió y quedó feliz. Mañana, lunes, por la terminación del número de carné que tengo, podré salir a comprar víveres; estoy seguro de que conseguiré unos pimentones buenísimos, y judías, Dios que me hacen falta. Quizás comente un libro de Sarmiento.

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Poemas escogidos

Cita inesperada by Mc. Millan

Subo hasta tus ojos

Sin que lo espere llegas, invadiendo
el solitario espacio de mi nube,
llenándome de sed con el perfume
parido por tu piel, que huele a cielo.

Sonríes suave, fuera de tu tiempo
venciendo mi tensión, mis hondas cumbres,
con la seguridad de quien sus cruces
supo sobrellevar perdiendo miedos.

Yo me dejo, entregado tomo fuerzas
y subo hasta tus ojos a mirarme,
a extraviar las ausencias anteriores.

Tú dejas que te asalte a tu manera
exigiendo destroce tus pesares
con mis modos de diablo vuelto hombre.

Mañana, nuevamente, nuestros nombres
sabrán que, diferentes, son iguales.



Como un alivio que se escapa

con las distancias insertas
en el debajo de mis párpados solos
erigiendo como un mástil y su bandera
la aridez de los caminos que transité
necesitando de todos y sin pedirle nada a nadie 
encallo sin furia y sin timidez
el borde de mi mirada al límite de sus ojos
que me observan y me juzgan
más allá de las leyes que los normales se permiten

irreverente y de algún modo temeroso
reverencio la estatura de su voz que calla
sentencias
palabras que cualquiera diría
memorias repetidas de manual
los gestos verbales con que impúdicamente
la gente sin rostro me insulta
si acaso naciendo antes que yo
carece de heridas o curas qué ofrecerme

a diferencia de mí
por su costado ella sangra
dos hijos criminales
parientes sin semilla
lo abyecto de varias religiones
y una sonrisa sana como última bandera

me besa boca abajo
su manera de beber mi whisky
de entregarse y pedirme seamos uno
de hacerme pontífice más allá de los sonidos
que no tienen más público que yo
que sí
que escribo para mí
carajo

sonrío
como un alivio que se escapa del agobio que lo define
y de un golpe la desnudo sobre mi historia
en una desesperación tranquila de acantilado
que sabe una sola vez golpeará la roca
una sola vez eterna
una eterna sola vez

cumplido el oleaje
los fractales en un rincón
sus ojos dormidos
me miro las notas que no pulsé
la vez que no apoyé la frente contra el muro



Sobre el límite

En el último segundo, el que separa
la primera de las noches futuras
de todos los anteriores recuerdos,
indefectiblemente uno se mira en las manos
la huella que en los dedos dejaron las cuerdas
cuando la mayoría de edad era una ilusión
y los años vividos ya eran demasiados.

Por un instante hay que ser el adulto
que necesitamos en esa infancia
edificada a cintarazos justicieros
logradores de la excelencia en la puta libreta
¡y qué honor lo del puto pabellón patrio
ahí en el desfile! Entre desconocidos
cuyos rostros todavía persigue mi saliva.

“Jamás con el más chico”, decía el salvaje
y yo le buscaba los ojos a su rabia
cuando alguna tarde me azotaba nervioso,
como derrotado de sí mismo.
Le paseé roturas, después, obediente,
mi puño siempre fue de abajo arriba.
Sediento, insaciable, coseché el llanto ajeno
ganándome el oro de la distancia.

En la precisión de lo efímero, en lo fugaz
no existe la visión periférica,
uno cree ver por el rabillo del ojo, sí,
pero lo que sucede es un oleaje en el corazón;
es uno que intuye lo inmutable
que ha ido construyendo por eones
y que siente, a fuerza de dolor y placer
inicia su brutal y suave trabajo de parto.

Ah…, sí
lo que dije de ella, también
lo que dije de nosotros, igual;
en un concurso justo ganaría algún trofeo, lo sé.
Mas, lo que callé
su nombre
las fechas
constituyen las dagas en las gargantas precisas
lo que soy, que existe, y nadie alcanza.

Mujeres – Charles Bukowski

Por Silvio Rodríguez Carrillo

Enfrentarse a una novela biográfica tiene ya su cosa, porque uno como lector permanece en un estado de alerta extra respecto de las posibles omisiones y de las posibles exageraciones acerca del protagonista, además de que resulta inevitable el ir contrastando la información ya recibida anteriormente. Si la novela es autobiográfica el lector eleva los niveles de alerta, porque va sopesando la coherencia histórica de la emocionalidad del autor con su conducta, esto es, uno constantemente se pregunta sobre lo veraz de la intensidad con que tales y cuales hechos afectaron, como dice que le afectaron, al sujeto y también emisor.

Con «Mujeres», yo directamente apagué todos los sistemas de alertas y me entregué de lleno al relato, como si Henry Chinaski no tuviese nada que ver con Charles Bukowski y el aviso de «basado en hechos reales» apareciese recién al final. Es así como accedí sin trabas a la piel y huesos del escritor, a su manera particular de concebir diferentes aspectos de la realidad y al por qué, a veces casi mecánico y a veces imprevisible, de su modo de actuar como también de su manera de no hacer absolutamente nada respecto de algunas cosas que pudieran exigirle su participación.

La historia está marcada por las relaciones que Chinaski sostiene y quiebra con diferentes mujeres, todas ellas (mujeres y relaciones) muy por fuera de los rangos de lo usual, en una maraña de invasiones y evasiones donde los abusos son provocados, generados y permitidos, como si marcadas carencias sólo pudiesen ser compensadas con excesos mayúsculos. El panorama, así, es un tobogán por el que uno se deja caer, subir y girar, desde lo tórrido del deseo sexual fijado a lo puramente carnal, hasta la idealidad amorosa proyectada en la esencia íntima del besar, sin la posibilidad de pausa en el recorrido.

Pero, aunque son las mujeres de Chinaski las que se ganan la mayoría de las cámaras, también hay lentes enfocados hacia los otros lados del prisma. El cómo interactúa el escritor con sus amigos o allegados, la tensión o distensión que siente cuando le toca poner el cuerpo en una reunión social, lo que opina de sus colegas (exitosos o no), y toda la previa, el durante y el después de las sesiones de lectura, son ángulos expuestos como en un segundo plano, y que, sin embargo, constituyen el marco fundamental con el cual la imagen logra ir más allá de sí.

Pasando de Chinaski a Bukowski, ya cayendo en la cuenta de que son uno, tiene alguna cuota innegable de belleza la autenticidad y la sinceridad. Es decir, uno lee que la rudeza de los hechos se condice con la sencillez del discurso, y sabe que así lo quiso el autor, como expuso que lo hizo. Uno siente que las construcciones fueron escritas de golpe, que tuvieron alguna corrección después, y que entre duda y confianza venció esta última como se debe, por puntos, aguantando todos los asaltos uno por uno, con el rival enfrente y el público a los costados, mirando.

El Perseguidor – Julio Cortázar

Por Silvio Rodríguez Carrillo

Comentario

Como muchas otras cosas que le pasan, el excepcional saxofonista Johnny Carter sencillamente no puede explicar cómo ha extraviado su instrumento en el metro. Su pareja de turno, Dédée, oscila entre la rabia y la decepción, en tanto que Bruno, amigo del músico (y de profesión crítico de jazz) promete conseguir otro saxo, cuando sólo faltan un par de días para una serie de conciertos en los que se espera que Johnny arrase con el público. En estas circunstancias, y en el marco de un penoso departamento en París, Julio Cortázar inicia su relato. A los tres personajes mencionados, podemos agregar a la acaudalada amante – y mecenas – del instrumentista, y al infaltable par de compañeros de banda, con lo cual queda generado el reparto suficiente para desarrollar esta historia, cuyos temas de fondo esencialmente lo constituyen el original talento artístico que puede llegar a tener una persona cualquiera, la manera en la cual lo desarrolla, y la crítica que suele generar esta realidad. Estas cuestiones son tratadas desde el punto de vista psicológico de los implicados, valiéndose el autor para esto de uno de los personajes, Bruno; el cuál es, en principio, un partícipe más en los hechos que ocurren, pero que luego va convirtiéndose, sutil e inexorablemente, en el protagonista principal de toda la trama.

Quien ha estudiado por algún tiempo un instrumento musical, quien le haya dedicado una parte de su vida a la pintura, o quien quiera haya intentado varias veces lograr un poema o un cuento, sólo por mencionar un par de ejemplos, sabrá muy bien de la cuota de frustración que acarrea perseguir a la belleza por medio del arte, y por ello, sabrá quizá apreciar más intensamente ese toque irónico que habita en el talento que algunos poseen. En nuestra historia, Johnny es una persona común, mirado de lejos es uno más en el montón, hasta que ejecuta el saxo y se funde con la música rebasando lo preestablecido. Sin embargo, fuera del jazz, Johnny es capaz de confesar “la verdad es que no comprendo nada. Lo único que hago es darme cuenta de que hay algo.”, pues el músico padece de lo que E. Bleuler denominó esquizofrenia, patología caracterizada por un distanciamiento de la realidad. De manera que Johnny percibe, o cree percibir cosas que los demás no pueden; puede estar en una sala de grabación y darse cuenta que está tocando lo mismo que tocó mañana, o caminar por un parque y ver urnas sobre la tierra, y lo que percibe le ocurre, y vive con eso, más allá de que le aplaudan a rabiar.

En estas circunstancias es que Johnny respira sus días, ensayando animado por un traje nuevo antes de presentarse al público, interrumpiendo sesiones de grabación simplemente porque no está con ganas, prendiéndole fuego a su departamento, tocando el rostro de su amigo desde la camilla de un hospital, y preguntando después si es que no lo ha echado todo demasiado a perder. Y es en estas circunstancias en la que su entorno le sigue y hasta le acompaña, tolerando y olvidando sus acciones que se salen de lo normal, pero, detalle gigantesco, esto por una suerte de balance entre lo desastroso de ciertos comportamientos, y lo esplendoroso de su talento cuando lo manifiesta en la música. En este punto volvamos a la balanza, pues, si bien Johnny tiene un talento tan precioso que es capaz de generar un entorno íntimo de fieles seguidores, se trata de un entorno carente de irracionalidad, carente por completo de desinterés. Lo que tiene de talento y es parte de su ser, atrae más de lo que tiene de esquizofrénico y que también es parte de su ser, y lo primero pesa más, y el entorno lo sabe y lo acepta, pues negar lo primero “Sería como vivir sujeto a un pararrayos en plena tormenta y creer que no va a pasar nada”.

Quien da cuenta de todo esto es Bruno, el cual es el que más logra acercarse a los perturbados razonamientos del saxofonista. Por otra parte, Bruno ha escrito un libro sobre la música de Johnny y el nuevo estilo de la postguerra, y sabe muy bien que “Johnny ha pasado por el jazz como una mano que da vuelta la hoja, y se acabó”, al tiempo que también sabe los otros aspectos. De esta manera Bruno transcurre entre su libro (que se convierte en éxito), en el que exalta el estilo del músico, pero en el que guarda silencio respecto de su patología, y de cualquier otra referencia biográfica que pudiera resultar negativa para la imagen de Johnny, pero no por un afecto incondicional, ni por una decidida imparcialidad, sino simplemente porque hacerlo no ayudaría a las ventas del libro. Sin embargo, Bruno vive también su propio infierno, pues aunque su obrar es egoísta, no está desierto de cariño, y esto lo lleva a una lucha interna entre la pasión por el arte mismo, el afecto por quien lo desarrolla, y la tarea de crítico de por medio, en donde su racionalidad le vuelve también, y por sobre todo, crítico de sí mismo y de su realidad, cuando la misma implica a un tiempo todas estas variables.

La de Johnny Carter es la historia de un artista excepcional y renovador – “En su caso el deseo se antepone al placer y lo frustra, porque el deseo le exige avanzar, buscar, negando por adelantado los encuentros fáciles del jazz tradicional” – rodeado de quienes no lo son, en donde el autor, valiéndose del aliento narrativo que lo caracteriza, logra imponer intensidad y densidad, al dibujar personajes que se salen de lo común y corriente, como muchos que viven muy ligados a alguna forma de manifestación artística. Por otra parte, y aquí lo más resaltante del libro, Cortázar no se limita a la exposición de un relato, sino que propone una revisión respecto de la conducta crítica respecto del arte primero, y un análisis de la conducta moral general después, cuestiones que ya las ha tratado en otras obras, por supuesto, pero que en esta adquieren un brillo superlativo, pues, sin cerrarle la puerta al lector que busca entretenimiento, con precisiones técnicas que pudieran resultar irrelevantes, no deja de ofrecer su discurso desde el tono de quien conoce ampliamente lo que dice. El perseguidor es un libro recomendado para quienes ya se han iniciado en el doloroso camino del arte, pues hallarán el porqué de una premisa inicial “Sé fiel hasta la muerte”. Apocalipsis, 2, 10.

SY

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Sólo yo
sosteniendo con el dorso de mis manos
la inverosímil danza de la noche, sedienta
de milagros nuevos que como girasoles
circulen atónitos el contorno de un Cronos
que mordiendo con rabia mis rodillas
llora su finita potencia, su pobre estampa
de eternamente pretérito.

Yo, solo
con la paz que me proveen seis cuerdas
y veintidós trastes que no necesito mirar
para encajar mi silencio entre el sol que no me mira
y mi la
que me teme como teme un perro a su amo,
con esa paz inquieta que uno se gana
tras haber aprendido a enseñarle modales
incluso a los mejores libros.

Yo
como un presentimiento atormentado
de Jung torturado por romper con Freud,
un Froid perseguido por su gente, señora
mientras que Wagner y Nietzsche, aquí, en los huevos
sin super hombres, sin cristianos, sin judíos,
si podés mirarme a la nuca cuando te hablo a los ojos,
en ese entonces en donde el discurso era tan lleno
tan roca con aristas que por el fondo trepabas
y le tocabas el culo a los dioses y a sus madres, todas vírgenes,
no como ahora, que ni para tener sexo sirven
ni para saber de qué sexo son sus hijos,
los muy subnormales.

Solo
como un yunque que por generaciones y degeneraciones
ejerce su condición, como base para métodos y técnicas,
y que, sin embargo, en un punto de la trama
sonríe
no como Chuang Tzu y su mariposa hermafrodita
sino con la fiereza del martillo
que ahora sabe debe necesita y quiere ir por los clavos.

Y vos
con el festival de desgracias de tu mundo
haciendo de las desgracias del mundo un festival
al que los muchos asisten pero del que nadie participa

Vos
y
los tuyos
hablando del suicidio.

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Sitio web: http://www.dualidad101217.com

Cuando la mística y la realidad se conjugan, una como explicación de la otra o una como justificación de la otra, nace el enigma.

Silvio Manuel Rodríguez Carrillo es el cazador de lo imposible, el buscador de la piedra filosofal, el que se ha hecho todas las preguntas que no tienen respuestas y el que ha respondido todas las respuestas que aún no tienen preguntas.

Como autor es impetuoso, sonoro, agresivo cuestionador, diría que casi es cientificista en su criterio de indagación, porque sus textos, ya sea su poesía, ya sea su prosa, son una indagación constante, un requerimiento exigente –y hasta por momentos irrespetuoso–  de la explicación de todas las cosas o de la fe que hay que tener frente a la inexistencia de explicaciones.

Más que un autor es un alquimista que conjuga la mística con el agnosticismo, la partícula divina con la carnalidad extrema, pero por sobre todo, conjuga el debate humano frente a la inexplicable relación de la criatura con el universo y sus leyes, como una parte esencial del todo que debe llevar inexorablemente a la armonía.

Su identidad cabalística lo demuestra como un espíritu inquieto a la vez que inquietante, cosmogónico y demiurgo de los paralelismos entre el mundo místico y sus innumerables puertas al mundo real.

Anárquico y avasallante, matemático y perfeccionista, coloquial o hermético, aventurarse en este autor es arribar a una isla de tesoros incalculables, movidos por la intrepidez de las preguntas.

Asesinando a mi madre (y otros poemas violentos): un libro de Gavrí Akhenazi

Por Silvio Rodríguez Carrillo

FICHA DEL LIBRO

Título: Asesinando a mi madre
(y otros poemas violentos)
Autor: Gavrí Akhenazi
Publicado: 20 de mayo de 2013
Género: Novela
Editorial: Lulu editores
Idioma: Español
Páginas: 70
ISBN: 9781304043719
Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana
Tinta interior: Blanco y negro
Peso: 0,15 kg
Dimensiones en centímetros: 14,81 de ancho x 20,98 de alto

Asesinando a mi madre. Yo tenía alguna referencia respecto del fondo de este poemario, como solemos tener referencias respecto del entorno de nuestros autores favoritos. Lo que entonces sabía lo supe de primera mano, leyendo al autor primero, chateando con él después. Creo que no me equivoco —y mi memoria suele ser muy buena— al decir que jamás le he preguntado nada sobre este tema, primero porque vengo de un lugar en donde hacer preguntas personales es una impertinencia, y segundo porque cuando te cuentan sin que preguntes es cuando realmente te dejan ver las aristas que tocan al que habla.

De manera que cuando vi surgir estos poemas, uno tras otro, casi como un tornado a primera impresión, y como un sólido edificio ya bien mirado, reviví de golpe —cuánta razón tiene Morgana de Palacios en la diferencia de impacto entre prosa y poesía— aquellas referencias que tenía. Dura y cruelmente, sin asomo de maldad alguna, la realidad fue estallando, detonando en cada verso los ojos de un lector que debía y no quería seguir, que quería y dudaba de seguir. Porque, justamente, Akhenazi es de los que te obligan a ver, desde la convicción del que nunca apartó los ojos.

Sin embargo, de ningún modo quiero decir que el que no conozca las obras anteriores del autor habrá de perderse en esta trama. Sí habré, si no recordar, al menos avisar que aunque se trata de poesía, y con ella se hace presente toda la capacidad metafórica de Akhenazi, nada es ficticio, ni dimensionado, no. Y esto es lo que duele, espanta y asombra hasta la admiración en este escritor, su capacidad de valerse de las palabras tratándolas con precisión cirujana para transmitir tanto la realidad de los hechos, como la de las emociones y sentimientos resultantes de acciones y omisiones.

Los diarios del asco. Abstracto, no; cifrado, sí, pero esto tan sólo respecto del entorno en el que suceden estos textos que al autor prefiere llamar «no poemas». Mucha de la vitalidad y el inconformismo de Akhenazi está volcado aquí, a través de varias secuencias en las que razona cuál es la distancia entre él y ciertos entes, por qué esa distancia es necesaria, como también insalvable y a conciencia. Una distancia de auto ostracismo, propia de los que necesitan «no estar —solamente— en un papel secundario», de los que son dueños únicos de a quién o a qué le escriben.

La temblorosa opacidad. En este último poemario, hay un dolor extraño, y casi inasible, un posible receptor recurrente —más allá de los nombres propios—. Racional y dramático, también en parte sabe a recuento, a sopesar lo andado y los cambios que fueron parte del viaje. Los dos versos de cierre del último poema del libro (Troncal), son de los que una vez leídos no se pueden olvidar.

La publicación de Asesinando a mi madre (y otros poemas violentos), ver a Gavrí como poeta, constituye un triunfo para los que disfrutamos de intentar comprender al hombre, y por extensión, de la literatura. ◣

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Introducción tardía a él

La violencia es para él, en primer término, un lenguaje, un modo de expresarse, una manera de cuestionar, responder o afirmar. Una pelea a trompadas entre niños por la defensa o el intento de conquista de un juguete —ajeno para ambos contendores—, o por la defensa o conquista de un pedazo de patio de recreo —del que nuevamente ninguno es propietario— es solamente hablar con otros medios. Ya en una segunda interpretación, la violencia le significaba energía puesta en movimiento, intensidad manifestada a través de un grito que putea, carajea y busca ofender cuando no humillar al receptor de turno. Manifestación que, como en la primera instancia, normalmente lo que busca es defender o conquistar. Así, cuando el gerente le dice burra a su asistente porque ésta ha redactado una carta con errores gramaticales, cuando el maestro trata de animal al alumno que yerra por falta de atención o incluso por incapacidad congénita, hay detrás el deseo de conquistar lo correcto. Y cuando la asistente le responde al gerente que hay que ser imbécil para tratar a una persona de burra, cuando el alumno le dice al maestro que sólo un idiota se pone a enseñar a un animal, es cuando se da la defensa del territorio intelectual que dominan, que conocen, y entonces hay que ver cómo sacarlos de ahí.

Ahora bien, ¿y cómo explica él el tiempo de los gladiadores? Para él, aquello de la violencia por satisfacer a tal o cual grupo es simple y tristemente una degeneración de la concepción original. Esto es, gente que conquistó o que salvó un territorio —cualquiera sea este— por medio de la violencia puede llegar a confundir la satisfacción de lo conquistado o defendido con éxito, con el medio en sí. Extrapolando, gente que es feliz comprando una casa, antes que teniendo una casa. Pero claro, todo esto siempre dentro de los planos de la tercera dimensión, dicho sea.

Por otra parte están los que por a o b han desarrollado la capacidad de accionar violentamente y sin errores, en un principio quizás obligados a la defensa, luego quizás obligados al ataque. Una vez que las destrezas han sido adquiridas —y aquí los no violentos deben saber que el adquirir estas destrezas es un proceso muy doloroso a nivel físico como mental y emocional— el poseedor de las mismas puede comerciar con esta habilidad. Y así tenemos a los guardaespaldas y a los que buscan liquidar a quien protegen los guardaespaldas, a los policías y a los ladrones, a los ejércitos y a los mercenarios, a los que raptan y a los que rescatan, e incluso a los ángeles y a los demonios, ya que estamos. Aquí también hay que considerar que hay un trasfondo metálico, como ocurre en la final por el cinturón mundial de pesos pesados de boxeo.

Y como se ha mencionado la frase «ya que estamos», partamos de la redundancia de ella para indicar la existencia de la magia blanca y la magia negra. Y aquí tenemos al hechicero que con siete fumadas poderosas te recupera la pareja en seis horas, como también al brujo que con un sapo le causa la muerte a un pobre tipo, o que consigue exactamente lo contrario del hechicero anterior, separar a una pareja en seis horas. Por supuesto que ya en este nivel, que roza salirse del plano de la tercera dimensión, ya muchos apartarán la vista aún cuando la lógica anteriormente expuesta carezca de ningún tipo de error —y que es lo que molesta, en demasiados casos—, sencillamente porque aun cuando les sea sencillo asumir que dos o doscientos tipos se maten en un circo para alegría de un millar de fanáticos, no son capaces de asumir con la misma gracia que puedan hacer lo mismo —o incluso cosas mejores y/o peores— unos tipos que sólo usan velas, plumas y rezos.

Nudo

La chichería era de muy mala muerte, gente pobre en apariencia y en gustos, claro está, pero cargada de monedas. Un local lleno de luces desordenadas que parecían buscar generar un caos antes que una mínima decencia al momento de iluminar. De pronto un foco azul, y a los dos metros un foco rojo, y luego otro verde, y otro más allá pero amarillo. Mesas redondas, con lo incómodas que son, y con lo feo de los manteles agujereados, blancos de blancura escondiendo la suciedad de grasa y cenizas de cigarrillos y trago derramado por virtud de todos los focos mintiendo estúpidamente una suma de luces enalteciendo la superioridad del cálculo diferencial por sobre el cálculo integral.

Seis metros al frente de la puerta de entrada, sentado y dando la espalda a la pared, Chichimali bebía su chicha. Dos negritas lo flanqueaban y, enfrente, acompañándolo duro y parejo en el arte de beber porquerías —que alguna vez fueron néctar de sacerdotes— uno de sus fanáticos, uno de esos paralíticos almáticos que por gracia y altísima sabiduría bondadosa —of course— del mago/brujo, de paralítico pasó a cojo, luego de una serie de ceremonias con las que Chichimali logró eliminar el trabajo que otro mago/brujo hiciera sobre la existencia del ahora juramentado devoto del gran Chichimali, humilde hacedor de milagros.

A la derecha de la mesa de Chichimali, también con la pared detrás, él luce el brillo innegable de unas pulseras de oro de grueso calibre triunfando sobre la sorda lucha de los focos coloridos. Por dentro de la v que delinea su camisa blanca desabotonada, un juego de tres collares también de oro, cada uno con un crucifijo, parecen señalar su fe, como también el desprecio hacia la cruz, a la que se llega por fe y no por dinero, claro está. Él bebe cerveza, aunque no le gusta, bebe cerveza, porque eso es lo que tiene que hacer. Y aunque le molestan las seis botellas sobre su mesa, aunque la mesera intentó llevar la primera una vez acabada, están ahí, porque él quiere que se sepa cuánto sabe beber a solas. Se lo dijo con un «no quiero que me engañen en la cuenta aunque esté borracho». Cada botella es de litro.

Le sirvieron la segunda botella de cerveza cuando Chichimali llegó, la tercera cuando llegaron sus negritas y la cuarta cuando llegó el devoto fiel. En la quinta botella, él notó que a Chichimali se le encendía el indio, que comenzó a manosear a las negritas pese a la presencia del devoto, para quien todo lo que hacía el mago/brujo era sacro como el orín de un papa. Ahora que él andaba en la sexta botella, las negritas reían felices con los pezones al aire, y Chichimali los lamía o los chupaba, alternadamente, felizmente borracho. Él cabeceaba al ritmo de la música, como mucho más borracho, eternamente más borracho que Chichimali, pues hasta los párpados se le caían haciendo brotar la risa lastimera y al tiempo altanera de las negritas, y el comentario del devoto que se permitió un «está quemado el amigo, don Chichi», a lo que Chichimali respondió «dejalo, es un pendejo».

Como un cisne estúpido y con la idiota precisión de la manecilla de un reloj ingresó al local el Sebas. Puso su mano izquierda sobre el hombro del devoto, y cuando éste se volvió con la boca abierta y sonriendo, atravesó en ella el largo puñal. Narcisa, a la izquierda de Chichimali, no pudo ni gritar antes de que el mismo puñal le corte de un tajo la garganta. Carmen era todo gritos cuando se levantó de su silla pensando confusamente en refugiarse detrás del borracho enjoyado, pero al cruzar al lado del Sebas este le enterró el puñal también en la garganta.»Ahora te toca a vos, maricón», dijo el Sebas, mientras que a él le costaba fingir lo que disfrutaba de ver al mago/brujo estar en la situación en la que se encontraba.

Sólo él, enjoyado y pletórico de cerveza, escuchó el estruendo torpe de la mesa que separaba al Sebas del brujo/mago, porque los demás, a excepción de los tres cuerpos encharcados en su propia sangre, habían salido disparados de la chichería, algunos buscando tan solamente escapar, otros pocos buscando también ayuda. Sólo él pudo ver el pánico sereno en total posesión del brujo/mago, y el gesto de su boca dibujando en ese pedacito asfixiante de noche un «no, no, por favor, no, no, por favor», al tiempo que el Sebas demoraba como un cocodrilo en la orilla de un río el momento preciso de hincar su colmillo de acero.

El disparo no lo vio nadie, y menos él, que fue quien disparó. El Sebas cayó desplomado, con lo que le quedó de cara, a los pies de Chichimali e irónicamente, hay que decirlo, sobre los orines del disfrutador de negritas. Él cruzó los charcos granates —disfrazados de colores indecibles a causa de los focos— y pasó por encima de los cuerpos hasta darle su mano izquierda a Chichimali diciéndole «mejor nos vamos, antes que lleguen los pacos». Chichimali, sobrio de toda sobriedad, se dejó llevar, como un nene al que llevan a la dirección de la escuela y que se deja hacer porque no tiene ni a la madre ni al padre al lado. Ya en la calle, él guardó el arma y —feliz coincidencia— justo en el momento en el que pasaba un taxi, el cual abordaron. «Hay cada loco», dijo él, luego de beber un trago de whisky que llevaba en una petaca, petaca que Chichimali aceptó semiinconsciente cuando él se la ofreció, casi sonriente.

Desenlace

Una semana después él entró a la consulta del brujo/mago, que lo recibió entre feliz y azorado, porque odiaba sentirse en deuda después de tantas décadas viviendo de acreedor, y porque así es que no sabía cómo conducirse ante quien le había salvado la vida sin tener motivos para hacerlo.

—Tengo un enemigo —dijo él—. Y quiero que muera.

—Eso es muy grave, hermanito —le respondió Chichimali. Lamentando entrever por dónde iría a pagar la deuda.

—Tengo un enemigo y quiero que muera ahora —dijo él, sacando un arma y posándola sobre su vientre como se coloca un halcón enjaulado sobre una mesa.
—Pero todo se puede hacer, aun cuando sea difícil —se apresuró a decir Chichimali, recordando de pronto la explosión del balazo en la chichería, los charcos de sangre, la cara de la Narcisa y la de la Carmen, y la que él tendría, recordando el futuro, si no le complacía a él.— Pero necesitaré una prenda, o un cabello, una fotografía también puede ser.

—Tiene su saliva —dijo él, extendiendo un ínfimo pedacito de metal.

—Sirve —dijo Chichimali, sintiéndose feliz por tan buen elemento.

—Necesito que muera ahora —dijo él, blandiendo el arma y apuntando al brujo mago.

—Pero esto lleva su tiempo, hermanito —balbuceó Chichimali, casi tan acobardado como la noche aquella en la chichería.

—Tan cansado —dijo él, suspirando y engatillando el arma, cansinamente decidido a presionar el dedo índice, a que de nuevo todo estalle contra una pared como mandan los tan aburridos manuales.

—Ya, ya, ahora lo hacemos, hermanito —dijo Chichimali, resignado.

El brujo/mago fumó tabacos muy negros, rezó oraciones aymaras, quechuas y guara-níes, escupió, gritó, danzó en contorsiones horriblemente absurdas, se laceró los muslos, y hasta convulsionó por unos segundos con los ojos puestos en blanco y la espalda contra el suelo. Luego, lentamente, volvió en sí, con los ojos brillantes y una sonrisa vanidosa desacomodándole un poco el rostro. Se sienta detrás de su mesa y suspira satisfecho.

—Está hecho —dijo Chichimali. — En unos veinte minutos estará muerto, sea quien sea.

—¿Y cómo sabré si fuiste vos y no otro? —le cuestionó él.

—Su boca estará llena de baba —contestó Chichimali, orgulloso y despreciativo.

—Bien, esperemos —dijo él.

Él sacude sus brazos, como si estuviesen llenos de mosquitos o polvo, saca de un bolsillo su móvil, lo pone en función cronómetro y lo coloca sobre la mesa. «Mi gente está en su casa», le dice a Chichimali. Chichimali asiente, tranquilo. Luego, él toma el arma y la acomoda con sus dos manos apuntando a la boca de Chichimali, sonriendo por dentro su capacidad de saber estar por horas sosteniendo lo que ahora sostiene. Sabiendo, sintiendo, conociendo lo que Chichimali siente, esa seguridad del acierto.

Faltan 60 segundos y, a diferencia de Chichimali, él no confía. Quiere que funcione, y quiere que no, aunque no le importa. La 21C es una con él, y sus 13 tiros anhelan decir su voz, él las escucha antes que sean dichas.

Cumplidos los plazos la expresión de Chichimali cambia. Un estertor inútil y la baba cayéndole por entre los labios. Un temblequeo, sí. Y luego su mirada pegada al techo.

Él toma su móvil, presiona un botón y dice «Yónas».

Del otro lado escucha decir «¿funciona?».

Y responde «Sí. Ahora nos quedan seis».

Ritmo: un libro de Silvio Rodríguez Carrillo »

Por Arantza Gonzalo Mondragón

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Ficha del libro

Título: Ritmo
Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo
Publicado: 11 de diciembre de 2013
Género: Poesía
Idioma: Español
Páginas: 114
ISBN: 9781105526107
Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana
Tinta interior: Blanco y negro
Peso: 0,49 lb
Dimensiones en pulgadas: 6 de ancho x 9 de alto

Ritmo es el aprendizaje definitivo de la forma poética en todas sus variantes.
Adentrarse en este libro significa un viaje por el amor y todos sus opuestos, desde la óptica rebelde y filosófica del autor.

Es un viaje interesante a través del talento, del yo consciente y subconsciente que pone la palabra como arma de supervivencia.

Las fobias y las filias, paradójicamente, forman parte de la misma cosa, así como el cielo y el suelo delimitan el paisaje.

Silvio Manuel tiene una voz única, una forma de contar y contarse que no deja indiferente. Es un explorador de sus propias cavernas que observa concienzudamente todas las variables, los vínculos afectivos pasados, presentes y futuros.

Al fin y al cabo es lo que importa.

Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay

Fotografía: Arantza Gonzalo Mondragón

Si llorar eso y esto

No, yo jamás me apuro
tan solo voy venciendo pronto al tiempo,
talando mi apellido como también mi nombre
desde la pena cruda hasta la inconfesable risa rota,
como se tala un árbol construido con piedras
con sólo gestos mudos.

Si me digo te nombro
sin querer y a conciencia,
como lo hacen los solos, desprovistos
de un corazón insano como manso,
masticando el sonido que no habla
y que sueña su canto vuelto carne.

Y si te nombro huyo
del centro de mis cosas y mis juegos,
como si consiguiendo dibujarte
logre también callar tanto demonio
gritando en mis tobillos su prisión.

No, yo jamás comulgo
ni con la virgen pura ni con la puta santa
ni con la tradición ni con lo nuevo,
vomito -simplemente- el escándalo cruel
de lo que me rebasa o que me sobra
cuando me faltan manos
para tocar la piel que más me falta.

Y danzo alegremente mi tristeza
poblada de granates indecibles
cuando siento que el límite me anuda los tendones,
y apago por afuera cada uno de mis ojos
cuando mi lengua lame el sabor de lo intenso
fatalmente encerrado
en un beso de fruta que nunca tuvo cifra.

Me pierdo del nosotros…
pero es así que tiendo sobre mí
el alambre de púas que escribe en mis espaldas
el ritmo de la luz latiendo entre lo oscuro,
es así que yo escribo
sobre el muro del mundo lo posible
de lo que llega y parte sin ser pleno,
y es así que me triunfo
del asco de los días sin llorar
eso de ser carencia
y todo esto de amar sin un destinatario.



Hay para qué

Hay un eco en mis manos sosteniendo tu nombre,
una tristeza simple acurrucada y muda
detrás de mi garganta que se calla el pasado,
y una canción tranquila que te imagina cerca.

Hay una noche inquieta de calor y bichitos
agolpándose fieros detrás del ventanal,
un dolor reprimido que sin victimizarme
me aleja un poco más de cualquier gesto burdo.

Para que así me encuentre con el balance abierto
marcando los vacíos que tanto significan
y que yo simbolizo desprovisto de formas.

Para que nuevamente me acompañe la luna
en este juego inútil en el que siempre vences
con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.

Hay una noche inquieta de calor y bichitos
agolpándose fieros detrás del ventanal,
un dolor reprimido que sin victimizarme
me aleja un poco más de cualquier gesto burdo.
Para que así me encuentre con el balance abierto
marcando los vacíos que tanto significan
y que yo simbolizo desprovisto de formas.

Para que nuevamente me acompañe la luna
en este juego inútil en el que siempre vences
con tu voz que no llega y mi piel que zozobra.



Sigo siendo

Yo me caigo fácil
y reboto sencillo.

Me rompen los dientes en un saludo
mientras yo, anciano, mantengo mis ansias
al límite de los almanaques.

Con un gesto, frase o mirada
arranco la alfombra roja del suelo
y escupo sobre el ropaje que cubre
esa desnudez tranquila que alienta a mierda.

Si me compadecen
o me admiran
es algo que me importa mucho,
tanto, como a la mayoría le importa
qué siente el desconocido de siempre,
—ese que tiene un rostro ignorado
y un nombre que no se puede verbalizar—.

Me canso
y me repongo desde la risa
de correr de mí y hacia mí,
me repongo y me abastezco
de un sueño que tuve y te nombró,
con el cuello más allá de las citas
que dicen los doctos y que escupen
desde el púlpito los no aptos para el fracaso programado.

Yo soy dispersión —¿recuerdas?—
el grito que desafía a su posibilidad de paz
porque en el ego no encuentra destrucción
sino al potro más hermoso de domar sin ayuda.

Sigo siendo
la sintaxis que no se persigna
ante las formas que admira impunemente
y sobre las que defeca sin posibilidad de lástima.

Y en esta pulsión, ridícula, inexacta y precisa
siento que no necesito ni necesité nunca a nadie
para desafiar a la estatura del tiempo
con la poquedad infinita e inasible
de mi boca en tu cintura.



Vivir de cerca

Refugiarse de todos, solo, en uno,
en ese que palpita turbiamente
el principio de Dios y su destino,
desde el primer rugido liberado
al sumar impotencias y perfidias
junto con luminosas explosiones
tras la dura derrota de los doctos.

Dejar atrás tejados rotos, sucios
y el polvo de las calles bajo un cielo
sonriente de dolor y de vacío,
las canchas donde el tedio desganado
nutre con descarada altanería
la cruenta dualidad de los idiotas
empujados a un ocio sin final
mientras sienten que nada dura tanto
como una tarde infecta de victoria.

Con el torso desnudo entre murallas
empujar el presente hasta el pretérito
con pétrea fortaleza y sin pudor,
por quebrar con orgullo vanidoso
el puente que sujeta las acciones
al ajeno deseo de conquistas
allí donde no cabe sino sed
por despertenecer a lo común.

Y vivir estas cosas de más cerca
palpando a los opuestos con los ojos
como palpa la izquierda a su contraria
en el mismo momento en que sin dudas
se saben una parte del sentido
que quiere gobernar aprisionando
el último bastión de lo honorable,
la prescindencia recia e incompartible
que sostienen los solos con sus manos.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo

Por qué y para qué comentar un texto

Por Silvio Rodríguez Carrillo

No podría entender a nadie si primero no me entiendo, por lo que parto de mí, sin partirme. Y entonces, ¿por qué y para qué comentar? Yo estoy muy bien con mi ombligo, redondito, hundido y en su lugar gracias al ombliguero que me puso mi abuela, por lo que a primera vista no tengo porqué salir de él, menos cuando tengo pelusas con las cuales hago bolitas pelusianas mientras me cuestiono porqué el mundo no se detiene a ser feliz en la contemplación de mi ombligo, tal como lo hago yo todo el tiempo que puedo sin molestar a nadie.

Porque comentando se aprende, me respondo. Aprendo vocabulario, primero, porque uno intenta decir exactamente lo que está pensando y, a veces, falta esa palabrita que hay que rebuscar para que no sea rebuscada, justamente. Como ejemplo, ¿cuántos discursos serían un torrente de palabras de no ser por el vocablo “empatía”? Y partiendo del ejemplo, uno aprende a ponerse en el lugar del otro, porque uno no sólo quiere escribir lo que está pensando, sino que quiere ser entendido, de manera que el esfuerzo es doble. Aquí, si el lector es más activo que el escritor, el comentador lo es aún más.

Para que el texto comentado mejore en estética o en intensidad, me sigo respondiendo, y aquí, vuelvo a mi ombligo, dado que cumplido el “para qué” existe una cuota de placer ganada, gracias al esfuerzo puesto en funcionamiento y que responde a por qué comentar. Obviamente el para qué de las cosas es más difícil de lograr que el por qué, y ahí, si me permiten, la chiquita distancia entre la filosofía y la teología. Aún cuando la Historia explique el presente y permita visualizar un futuro, no lo determina. Sabemos por qué se enfermó Juan, ignoramos para qué se enferma.

Ahora, desde el por qué y el para qué que yo me planteo y yo me respondo, queda entrar en el fangoso terreno de “los otros”, es decir, llegar a sus por qués y sus para qués, y para hacerlo no hay otra herramienta que leer sus comentarios y desde ahí juzgar la intensidad de sus propios planteamientos a la hora de comentar. Como también aparecen “los otros” a nivel de comentados, que exponen sus propios postulados a través de sus respuestas, que van desde un “me chupa un huevo” hasta un “me importa”. Así, partiendo de uno todo es sencillo.

Por otra parte, hay que recordar que existe una diferencia entre crítica y comentario, que ya es otro cantar; diferencia que derivó en ciertos currículos escolares a cambiar el nombre de la materia “música”, por el de “apreciación musical”. Y es que cuando uno está frente a un texto, y/o o frente a un comentario realmente siente la tenencia o carencia de las herramientas para juzgar o apreciar lo que tiene enfrente. Y ahí, en ese frente a frente, si se tiene un mínimo no de erudición, sino de ese sencillo don de gente, no se puede salir ileso casi nunca.

Acerca de Silvio Manuel Rodríguez Carrillo