Hay gente que pasea el cuerpo
y gente que pasea el alma.
Unos corren por los andenes
para no perder el tren de la primavera
mientras otros esperan a que el invierno les estalle.
Hay corazones que guardan billetes caducados
en el fondo de un violín de tiempo,
buscando un amor
que les robe la memoria
y así olvidar la soledad
que borró días en el calendario.
Quizás debamos restar a las estaciones
los minutos en que las flores salen,
arañar los perfumes y los colores
dentro de un universo imaginario,
esperar que regrese del baúl escondido
el impulso definitivo hacia azules más intensos.
Puedo perdonarlo todo,
excepto que no me quieran.
Renacimiento
Volviste de las cosas dormidas,
del silencio podrido de las sienes
y los instrumentos cubiertos de polvo.
Volviste del desierto olvidado por los dioses,
del tren fantasma donde nadie viaja
y el sillón eterno donde yacen las flores.
Tu patria era el éxodo donde morían los vinilos.
Pero resucitaron en tu garganta
las cuerdas adormecidas por el humo,
las cuerdas momificadas de ausencia.
Pero volviste,
sereno, renovado,
malherido por el talento.
Llegaste a mí con el perfume que toca todas las cosas,
con la elegancia con que miran tus ojos.
Qué decirte,
que me gusta el lugar que ocupas en el mundo,
qué decirte,
que me gusta el que ocupo yo,
prisionera de tu encanto.
El olmo
Una vez vi que un olmo dio una pera
y me quedé atrapada en su prodigio,
por eso vuelvo cada primavera
a buscar en la rama algún vestigio.
Por momentos parece que germina
que quiere agradecer mi confianza
pero pronto el amago se termina
y vuelvo a mi normal desesperanza.
Qué terca mi insistencia en lo imposible
estando el campo lleno de perales.
¿Será la realidad tan insufrible
que prefiero elegir mis propios males?
A mi yo poeta
Te doy mi boca
para que hables al mundo
y te conviertas
en domadora de relámpagos
capaces de encender
el fuego en los renglones.
Esa que ves delante del espejo
esconde la emoción de los perfumes
que excitan el olfato buscando expectativas.
Para hacer magia has de ser capaz
de traducir el alma.
Cuando era adolescente escuchaba programas específicos de radio donde la música y la buena literatura eran los principales contenidos. Mientras mis congéneres se pirraban por Los 40 Principales, yo iba alimentando mi mundo interior con aquellos locutores y sus elecciones para despertar los sentidos.
Si me gustaba especialmente algún poema, anotaba el nombre del autor y compraba libros. Así hice una buena biblioteca. Mis momentos favoritos eran cuando llegaba a casa y los leía en voz alta, varias veces, e incluso llegaba a grabarlos en mi viejo radiocasete.
Un día escuché uno que me cambió la vida. No era especialmente emotivo, pero tenía una belleza y unas metáforas tan mágicas que se me erizó hasta el último pelo de mi cuerpo. Se titulaba Ella y era de Vicente Huidobro. Nunca imaginé que un hombre pudiera escribir algo tan hermoso a una mujer y de una forma tan diferente al romanticismo exagerado y plagado de tópicos. Ese poema me hizo absolutamente feliz.
Desde entonces es ese golpe mágico el que busco como lectora y también como poeta.
Yo soy una convencida de que para hacer sentir al otro, tienes que sentir tú. Tiene que haber una trasmisión, sea estética o puramente emocional. El que lee, como el que escucha música, observa un cuadro o ve una película va buscando sensaciones que conecten con su yo más emocional. Todo vale excepto la indiferencia.
Yo he leído poemas de catedráticos en literatura, perfectos en la forma que no me han dicho nada y también he leído otros de gente humilde y apenas sin estudios que me han traspasado. La única explicación es que la forma se aprende, pero el talento no, por eso cualquiera con talento tiene la obligación de aprender lo formal para poder expresar las cosas con altura. Eso es lo que hacemos en Ultraversal, un taller literario donde todos aprendemos de todos y compartimos crítica sincera con el único objetivo de ayudar a mejorar al otro.
No es un trabajo fácil, requiere tiempo y esfuerzo, pero el premio del crecimiento personal y literario merece la pena.
Título: Ritmo Autor: Silvio Manuel Rodríguez Carrillo Publicado: 11 de diciembre de 2013 Género: Poesía Idioma: Español Páginas: 114 ISBN: 9781105526107 Encuadernado: Libro en rústica con encuadernación americana Tinta interior: Blanco y negro Peso: 0,49 lb Dimensiones en pulgadas: 6 de ancho x 9 de alto
Ritmo es el aprendizaje definitivo de la forma poética en todas sus variantes. Adentrarse en este libro significa un viaje por el amor y todos sus opuestos, desde la óptica rebelde y filosófica del autor.
Es un viaje interesante a través del talento, del yo consciente y subconsciente que pone la palabra como arma de supervivencia.
Las fobias y las filias, paradójicamente, forman parte de la misma cosa, así como el cielo y el suelo delimitan el paisaje.
Silvio Manuel tiene una voz única, una forma de contar y contarse que no deja indiferente. Es un explorador de sus propias cavernas que observa concienzudamente todas las variables, los vínculos afectivos pasados, presentes y futuros.
«No hay para mí sensación más satisfactoria que hacer un buen poema que trasmita mis emociones a otras personas»
A Arantza Gonzalo Mondragón, una escritora vitoriana, curiosa y muy observadora, le gusta estar bien informada de cuanto ocurre en el mundo y a su alrededor a todos los niveles. Le encantan los documentales de historia y de animales siendo sus preferidos los de rapaces y de animales salvajes. Se siente feliz en plena naturaleza observando el cielo y los pájaros y también podría pasarse horas mirando el mar. Amiga de sus amigos, se considera leal a la gente que quiere. Una de sus pasiones es la buena cocina y no existe mejor plan para Arantza que una cena con algún amigo/a que sea buen conversador/a. Nos comenta que sus mejores virtudes son la empatía y la paciencia y entre sus defectos, de los que dice tener muchos, se encuentra dejar entrar más negatividad de la normal. Para Arantza un buen perfume es imprescindible ya que es una convencida de los beneficios de la aromaterapia. Es hija de aquellos programas nocturnos de radio de finales de los 80 y 90, donde descubrió la buena música y la mejor literatura. Inolvidables para ella fueron Quintero, Aberasturi, Marchamalo o Moreno-Ruíz. Ya con 16 años se quedaba escuchándolos hasta la madrugada a pesar de que entraba a las 8 de la mañana en el instituto. Desde entonces es noctámbula. Nos dice que la noche es su patria y que “es cuando soy yo y cultivo el alma.
1. ¿Qué es para ti la literatura?
Para mí es una puerta abierta, un puente hacia otros mundos reales e imaginarios, algo que me ayuda a conocer y a conocerme.
2. ¿Y la poesía?
Lo más íntimo de la literatura, el reflejo del alma en el papel.
3. ¿Desde cuándo escribes y qué motivación te impulsa a continuar?
El primer poema lo hice con catorce años y a los veinte tenía apenas una docena. Fue mucho más tarde cuando empecé a tomármelo en serio.
Más que motivación, lo que me empuja a escribir es una necesidad. No hay para mí sensación más satisfactoria que hacer un buen poema que trasmita mis emociones a otras personas.
4. ¿Cómo definirías tu poesía?
En un noventa y nueve por ciento la definiría como catártica. No me gusta ni lo cursi ni lo pedante, yo escribo sencillo y hondo a la vez. Busco que el poema golpee al lector como tantos poemas de otros me han golpeado a mí.
5. ¿Y tu prosa?
Me he decantado sobre todo por el relato y la prosa poética, siempre con tintes autobiográficos.
Escribo historias sencillas que sean capaces de trasmitir.
6. ¿Qué influencias literarias han marcado tu manera de escribir?
Muchos poetas, aunque yo soy más de poemas que de poetas. Es difícil que me guste toda la obra de una misma persona, sin embargo hay poemas de todo tipo de autores que se clavaron en mí para siempre. Si tengo que decir cuatro para no extenderme, diría Miguel Hernández, Vicente Huidobro, Luis Cernuda y Luis Miguel Rabanal, pero al que más admiré y del que más aprendí, sobre todo a desnudarme, fue de Alejandro Salvador Sahoud.
7. ¿A qué público pretendes llegar?
A la gente normal, a la gente que no tenga que coger un diccionario para saber qué puñetas escribiste. A los que buscan emoción al leer.
8. Para ti ¿qué condiciones debe cumplir un escritor para ser considerado como tal?
No sólo de sentimientos vive el poeta ni de contar historias vive el escritor. Además, hay que hacerlo bien. No todo vale. El pintor ha de conocer todas las técnicas pictóricas para luego elegir su propio estilo. Lo mismo ha de hacer el escritor. Quien no sabe leer, no sabe escribir.
Hay que estar abierto a la crítica y estudiar.
También es cierto que la forma se aprende, cosa que no pasa con el talento.
9. En tu prosa, ¿cuánto de verdad y cuánto de inventado podemos encontrar?
Un buen escritor al que admiro, Gavrí Akhenazi, me dijo una vez que si escribimos de lo que conocemos nunca vamos a equivocarnos, y tenía toda la razón. ¿Y qué es lo que mejor conocemos? Pues a nosotros mismos.
Todos tenemos un universo en la memoria para llenar diez enciclopedias. Entre lo que vivimos y lo que recordamos que vivimos, que no es siempre lo mismo, hay pequeñas y grandes historias.
Yo no sé inventar, de momento.
10. Dentro de todo el panorama, ¿con qué tipo de poesía te sientes más cómoda?
Con aquella que me diga algo, independientemente del estilo. Puede estar escrita con el corazón o con las tripas, ser excesivamente lírica o totalmente barriobajera. Me ha de impactar. Cuando voy al cine a ver una película puedo reír o llorar, pero lo peor es quedarme indiferente. Lo mismo busco en la poesía.
11. ¿Cuál es tu proceso creativo, te sientas a escribir poesía o esperas que la inspiración llegue?
Generalmente escribo por impulsos. Cuando tengo una necesidad imperiosa de decir algo no hay quien me pare, aunque pase pocas veces. Otras tantas me pongo a escribir, me obligo y entonces la inspiración llega.
12. ¿Piensas que hay mucho egocentrismo en el mundo poético o que, por el contrario, es un mito?
Sí, hay mucho egocentrismo en este mundo. La mayoría de las veces viene de poetas que no han expuesto su trabajo a la crítica sincera y solo escuchan alabanzas del círculo que ellos mismos alaban.
13. Tienes un libro de poesía publicado —Barca Varada—. ¿Qué te impulsó a escribirlo?
Fue un contrapunto con el poeta Alex Augusto Cabrera en Ultraversal. Barca Varada es mi parte de ese contrapunto. Nos fuimos provocando el verso poema a poema hasta conseguir un buen resultado.
Para mí fue el despegue. Perdí el miedo, me desnudé, saqué todos los fantasmas.
Principalmente es un poemario intimista sobre la infancia herida y robada, entre otras cosas.
14. Estás preparando un nuevo poemario. ¿Puedes adelantarnos algo?
Estoy preparando un nuevo poemario llamado «Desescombrando», un título que le va de perlas a mi temática. Es una recopilación de poemas que ya están en el foro y que estoy puliendo. Verso libre, blanco, sonetos, décimas, un poco de todo.
15. ¿Crees que la poesía vende?
No, en absoluto. Lo que vende es lo que se promociona hasta la saciedad, independientemente de la calidad que tenga.
Yo sí compro poesía, pero creo que soy la excepción. Cuando realmente me gusta algo, quiero tenerlo conmigo, en papel.
Ahora con internet tenemos toda la poesía mundial a golpe de ratón, lo que demerita las ventas. Es comprensible.
16. ¿Cómo ves la poesía en la sociedad actual?
En la realidad es casi inexistente y en la virtualidad, de cada ordenador surge un poeta. Se está haciendo muy buena poesía y también muy mala.
17. ¿Qué opinas del formato digital con vistas al futuro?
No es el futuro, es ya el presente. Lo digital va a llegar a muchas más personas. Ahora se está empezando y las revistas bien hechas de hoy serán la referencia para el mañana.
Qué difícil se hace escribir sobre el mundo
sin caer en panfletos demagógicos.
Yo prefiero llevar el dolor en silencio
como el Dios que se usa en todas las matanzas,
el Dios que observa y nunca da respuesta.
Yo tengo que sacar a mis demonios
tan inocentes y catárticos,
a veces tan amables,
a veces tan esquivos y poéticos
y los invito a un trago que adormezca
el profundo dolor de ser humana.
Qué poca cosa soy entre tanta barbarie
pero aún tengo un corazón dispuesto
a compartir contigo la utopía.
Título: Color Sepia Autor: Juliana Mediavilla Publicado: 2015 Género: Poesía Edición: Primera Editorial: Alkaid Ediciones ISBN: 978-84-942649-5-5
La magia de la infancia reside en que el niño descubre todo por primera vez, por eso los recuerdos de esa época se graban en la memoria como los surcos del arado en la tierra. Hubo un tiempo en que nos cuidaban, un tiempo donde estábamos exentos de responsabilidad y éramos pequeños dioses descubriendo el mundo.
Pero la infancia se va, no solamente por mandato biológico sino por la consciencia del primer zarpazo, el primer dolor del que ya no podemos escapar.
Juliana Mediavilla fue una niña de posguerra en un pueblo de Burgos. Su extraordinaria sensibilidad, su sencillez y su dominio de la técnica poética hacen de este libro un paseo emocionante por aquellos años perdidos en el tiempo y sin embargo, perennes en la memoria.
Sus recuerdos han despertado los míos porque todos llevamos un niño dentro que se reconoce tomando sopas de leche, mirando las estrellas en agosto o viendo coser a la madre.
Inolvidable en la voz de Juliana el primer beso que encendió el amor, las grandes nevadas de entonces que siguen abrigando el recuerdo, la escuela y su crucifijo observador, el conocimiento de lo que significaban los distintos toques de campana, las malas hierbas que borraban los caminos, las margaritas rojas, el homenaje a Edmundo.
Y la muerte, ese látigo que rompió la infancia, la deforestación de la arboleda.
Tras una fotografía en Color Sepia hay siempre una historia que contar:
Detrás está la vida y el instante: sobrevuela la sombra de la guerra que no vivimos impresa en el ambiente, en la calle, en la escuela y en las casas. un río de silencio entre los padres, una herida de ausencias sin retorno, una desmesurada cicatriz.
Juliana escribe que no ha de callar su canto porque su madre la parió mujer y la parió poeta.
Título: Hojarasca al este de New York Autor: Alex Augusto Cabrera Año: 2012 Género: Poesía Editorial: Imagine Cloud Editions, La Florida, EEUU Páginas: 158 ISBN-10: 1496061217 ISBN-13: 978-1496061218
Alex Augusto Cabrera (Lima, 1967) es un poeta que escribe a golpe de pulsiones, descargando con la palabra todos los fantasmas del hombre.
Originario de Perú y residente en Nueva York desde hace catorce años, emigró en busca del sueño americano y el sueño americano se hace esperar.
Hojarasca al este de New York consta de ochenta y ocho poemas escritos entre febrero y diciembre de 2012.
Es un poemario sobre la espera, la añoranza de la patria, la ausencia del hijo, la historia de amor que no se termina de materializar y el paso del tiempo, implacable, contando cada lustro, año, mes, día e incluso minuto. La numerología temporal está presente en muchos poemas, como si la mente del autor formase sectores horarios para recordar el instante en que la emoción sucede.
yo sé que un año es tan sólo un tiempo pero diez años más es otra vida no soy de allá de aquí de ningún sitio pero camino igual día mes año
La esperanza va y viene a lo largo del poemario. A veces parece rota pero siempre consigue volver a aparecer en el horizonte.
La esperanza es esa triste idiota que siempre está detrás de las cadenas vade retro varón sal de su jaula
Uno de los puntos más fuertes es el poema para el hijo que no ve desde hace catorce años. Es de una belleza demoledora. El padre se confiesa abiertamente, logrando una empatía con el lector que no deja indiferente a nadie.
Poema urgente para Augusto André
(fragmento)
soy tu padre por ser hombre primero aquí allá tú yo y toda esta espera en estas manos no hay razones sólo asuntos pendientes no queda opción André sangre de mi sangre
Tan lejos del preciosismo y del adorno superfluo, Hojarasca al este de New York es un libro de buena poesía con incontables versos que golpean por su contundencia y emocionalidad. No es un libro sólo para leer, es un libro escrito para sentir.
Según leí alguna vez, a Julio Cortázar le dijeron que la novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por Knockout. Cuando comencé a leer a Arantza recordé esta sentencia porque una de las características de su expresividad es la concreción sin rodeos del mensaje que aborda, esto es, cuando un verso o una estrofa transmiten con claridad una emoción sin prescindir del marco espacio temporal en el que ella sucede. Dentro de esta característica cabe marcar que lo resolutivo no aguarda al final de un poema, sino que lo va constituyendo, a manera de luces sin pestañeos.
Al tiempo, algo que no se debe dejar de considerar es el hecho de que la construcción de un poemario de por sí implica el riesgo de desgaste por parte del autor, porque mantener el enfoque en un cuadrante juega contra la dispersión, falsa y natural amiga de la amplitud. En este sentido, Barca varada resulta en una suerte de ejemplo de cómo es posible girar y avanzar alrededor de un punto, explorando los diversos matices con los que se concibe la realidad, la cual muta, junto con quien la dice, en una interacción constante que fusiona a ambos en protagonismo.
“El mar era emoción y yo era el mar”, es el primer verso con el que el libro nos recibe y que nos ubica tanto en el estilo como en el fondo general, en el que encontramos un intenso juego o lucha, entre el deseo de libertad y/o liberación nacido de la sensación de sujeción (“Somos fantasmas,/ enfermos del pasado,”), los posibles espejismos (“pero luego vino el hacedor de milagros/ que volvía cuadrados los círculos”), y la siempre terrible premonición de las concepciones ajenas “Creían que llevaba una estela/ y lo que arrastraba era una colección de nuncas.”, por una parte.
Por otra, Arantza logra construcciones como “y cuando más clara vemos la salida/ más aceleramos hacia el fondo del pozo”, o aquella “Y fue el mismo cielo su cariño,/ como fue el mismo infierno su locura.”, en donde, bien leído, tras haberlo vivido, uno se encuentra nadando en vitalidad pura, respirando con la autora el intento y la apuesta, de repente sin saber u olvidando que con solo poner un pie adelante ya tenemos el camino ganado. De sus alas, ella misma nos dice “Las utilizo para agrandar el salto/ que me libera de las heces que piso,/ siempre hacia adelante”.
El detalle, nada pequeño, que enriquece el libro, es la colección de fotografías de César San Millán, las cuales, ya en colores, ya en escala de grises, acompañan y recrean en buena medida los textos, logrando un conjunto armónico y particular. Conjunto que nos lleva del mar al cielo en un vuelo en el que no se nos priva ni del dolor de las estrelladuras, ni del placer de volver a superar una y otra vez a Cronos y a uno mismo. Todo, de la mano firme hasta la rudeza, y fraterna hasta la ternura, de una poeta preñada de presente.
Escucho esta canción y veo a la Pávlova bailando en la Plaza Roja, en una noche invernal.
El cielo es un lamento ruso lleno de estrellas.
Anna estira su mano para acariciar el canto de los pájaros nocturnos y sus ojos alcanzan el fondo de Dios. No hay público pero es la dueña del mundo porque allí están todas las almas. Cuánta belleza hay en la extrema fragilidad, en el movimiento lento de un cuerpo borracho de música y de nostalgia. El viento silba en re mayor.
Recuerdos
Hace unos años trabajé en un quiosco de revistas y periódicos, muy bien situado y que tenía mucha clientela. Lo conocía porque desde niña compraba golosinas antes de subir al autobús que me llevaba al colegio.
Lo regentaba un matrimonio desde hacía más de veinte años. Acababan de separarse de forma traumática y la mujer se había quedado con lo puesto, con cinco hijos muy problemáticos y el quiosco, que era de alquiler.
Ella, totalmente desbordada por los acontecimientos, era incapaz de atenderlo por lo que me ofrecí a llevarle la contabilidad y ocuparme de la venta al público.
El hijo mayor se llamaba Miguel y era esquizofrénico. Vivía con otros enfermos en un piso tutelado por Asistencia Social donde les cubrían las necesidades básicas y les medicaban.
Disponían de mucho tiempo libre porque allí sólo estaban a la hora de las comidas y para dormir. El resto de la jornada eran carne de calle, al no tener dinero para comprar el ocio que les gustaba.
De unos cuarenta años, por aquel entonces, Miguel era alto y fuerte y, a mí, me daba miedo. No me atrevía a mirarle a los ojos porque estaban perdidos en una negritud que me asustaba. Él tampoco me miraba y cuando me quería decir algo hablaba muy deprisa, con sus ojos clavados en cualquier sitio, en mi mano, en mi blusa o en el mostrador.
En las horas que yo atendía, podía aparecer hasta en seis ocasiones. A veces se sentaba en el quiosco conmigo y ojeaba alguna revista. Le apasionaban las de misterio o ciencias ocultas.
Nunca estaba mucho tiempo, quizás porque percibía mi inquietud en su presencia.
En su visita de todos los mediodías me pedía dinero para un café y yo se lo daba sin rechistar. Se iba a la cafetería de enfrente y lo echaba a las máquinas tragaperras. Yo le vigilaba a través de las cristaleras del bar. Nunca estaba allí más de cinco minutos y salía, desapareciendo por la acera, sin despedirse.
Cuando se lo dije a su madre me dijo que no le diera un duro, que ya le daba ella para café y más cosas y que lo mismo que me pedía a mí les pedía a sus hermanos.
«Dame doscientas pesetas», era su soniquete.
Daba igual que yo me negara porque se quedaba allí delante, dos, tres, diez minutos hasta que conseguía las monedas.
Llegó un momento en que tenía el dinero preparado para quitármelo de encima cuanto antes.
Un viernes le di trescientas pesetas. Cruzó presuroso la carretera y entró en el bar. Estuvo trasteando con la máquina y luego se sentó a tomar un café.
«Menos mal», me dije, «hoy al menos toma algo y estará un ratito entretenido».
Pero cuando salió vino directo hacia mí. Se me plantó delante del mostrador y empezó a sacar monedas de los bolsillos.
—Toma, me han tocado diez mil en la máquina. Cuéntalas y guárdalas para mi madre.
Fue la única vez que vi algo parecido a una sonrisa en su mirada de fría amargura.
En la mía, lágrimas. No faltaba ni una sola moneda.
un escombro mutante, un embarazo de alfaguara, una prometedora asepsia contra desilusiones.
A veces rozo la frenopatía, la blancura siniestra que habita el balneario.
Pero a pesar de todo mi corazón supera a mi cabeza y a ratos soy feliz cuando en mi pecho cantan horizontes de pájaros.
He aprendido a ser honesta, tanto, que cada día estoy más sola.
Y tan contenta.
Enésimo poema de amor
Cada tiempo sin ti se va sumando a una triste rutina de carencias, a un cúmulo de siglos
desangelados
y sigo aquí, esclava de la inercia andando por un campo de granadas, sin ases en la manga, con la mirada al frente viendo de nuevo cómo barajea el destino las cartas que jamás ganan ni pierden, sino que solo abultan la baraja.
El amor es siempre un horizonte nocturno porque en la oscuridad también late la vida.
Amores perros
Tanto te amo que te estoy matando y quiero que te alejes porque no te merezco. Pero si por casualidad te vas, si un buen día te hartas y te vas
yo me muero.
Has de aguantar mis exabruptos, mis ataques de crueldad con sumiso estoicismo y morirte por mí hasta que yo decida cuando voy a matarte.
¿Y el amor dónde está? No sé, llama a otra puerta.