EDITORIAL

La «poética del arrebato», el proyecto Ultraversal

por Gavrí Akhenazi

Es muy difícil hablar de lo que se hace; tomar distancia y hablar de Ultraversal. Al menos a mí, intentando armar conceptos en este editorial, se me produjo una especie de conmoción porque cuando los proyectos se llevan adelante, el proyecto te absorbe hasta el punto de perder la verdadera dimensión del mismo. Solamente uno se aboca a trabajar en él con toda su libido al servicio del objetivo y pierde la noción de «proyección» que el susodicho proyecto pueda tener o el impacto que logra en los demás.

Entonces, el editorial me obliga a detenerme y mirar y por sobre todo, a reflexionar sobre la historia de Ultra, que ya lleva más de 18 años en el aire y ha formado escritores que hoy se pasean por el mundo ostentando sus premios.

Ultraversal puede enorgullecerse de los nombres famosos que han pasado por sus entresijos.

En dieciocho años largos que Ultra está en el aire como Proyecto Cultural, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que de nuestro semillero han salido poetas y escritores que hoy están en los catálogos de esas editoriales que todos nombran y de otras muchas y que, cuando entraron a nuestro proyecto no podían distinguir una sinalefa de una sinéresis aunque hoy den conferencias.

Solamente hay que ir para atrás en las historia del foro, porque todo está escrito y lo escrito no permite mentir, ya que una de las premisas de Ultraversal, es que no se borra nada de lo que en ella se escribe.

La corriente literaria del Proyecto se llama «Poética del arrebato». Ese es el nombre que Morgana de Palacios eligió para bautizar el mecenazgo que encaró, porque Ultraversal es un proyecto gratuito, costeado por su fundadora y sin ningún fin de lucro. Se trabaja en él desde y por el amor a la literatura y en defensa de la literatura.

«Poética del Arrebato» porque la escritura es una movilización interna, íntima. que desafía los límites de la creatividad y detona la fuerza creadora del artista poético. Se basa en el sistema motivacional, en que lo que alguien dice despierte en el otro el ansia de crear y de hacerlo con calidad y excelencia. Que se muevan sus mundos interiores y suelten la voz oculta que todo escritor tiene.

La premisa es que todos aprendan de todos, que todos ofrezcan a todos la honestidad de la apreciación, y de ese modo, el crecimiento es conjunto.

A diferencia de otros proyectos que quisieron copiar el modelo Ultraversal, nosotros priorizamos la calidad sobre la cantidad. No nos interesa tener cincuentamil claques que se aplaudan y alaben unos a otros, sino cincuenta miembros solidarios que quieran crecer en conjunto ayudándose los unos a los otros desde la más profunda honestidad.

Por ende, todos somos iguales ante la ley, no importa si venimos de los catálogos de las editoriales o de la cocina de nuestra casa. No importa cuál fue nuestro recorrido literario antes de ingresar a Ultraversal, porque si decidimos poner nuestro conocimiento en este proyecto exigente y altruista, importa lo que hacemos, no quienes somos y por sobre todo, lo que creo que nos hace posibles, es si lo que hacemos, lo hacemos bien. Y en este punto, a las pruebas me remito. El que quiera certificar mis palabras, puede pasear por los anales de Ultra y verá nombres que rubrican lo que yo digo aquí.

Muchas de estas personas no dirán: «yo aprendí en tal lugar a escribir como escribo», porque el ego del artista es superior a la calidad humana en muchos casos, pero el mayor orgullo de Ultraversal es justamente haberlo conseguido, no estar en la boca de aquellos, sino saber que aquellos son esos que Ultraversal formó.

Así que, «formamos» es el término. Y la premisa es «se puede».

EDITORIAL

«De esas poses ridículas y otros yerbajos», Gavrí Akhenazi

«Para el poeta, escribir significa derribar el muro tras el cual se oculta algo que siempre estuvo allí».

Milan Kundera

Leo con mucha frecuencia ciertas catarsis exacerbadas y violentas, acerca de lo terrible, lo cruel, lo implacable y desgastante que es para algunos el hecho de escribir.

Leo a esos renegados, enfrentados a su propia expresión, renegando (valga la redundancia) de ella como si el poder escribir fuera poco menos que haberle entregado el alma al diablo y luego de firmado el pacto diabólico de quedarse sin alma, andar a los gritos y mesándose los cabellos por tener un don.

No los entiendo. No consigo interpretar su sufrimiento, su angustia, su desespero, su clamor, su gritería, su pataleta, su berrinche.

¿Por qué ese sufrimiento?¿Por qué esa tortura truculenta que los hace pedazos, según dicen? ¿Por qué el odio/amor, exasperado y casi desquiciado en su obsesión por denostar lo grandioso del acto expresivo?

Allí se presentan con largos discursos apoteóticos, como mártires de la letra ensangrentada, atormentados indefensos del cruel verdugo del arte que eligieron para hacerse visibles a sí mismos.

Porque de eso se trata la escritura: de la visualización de los propios habitantes que todos tenemos dentro. De ese otro que está ahí y que nos habita y que, además, escribe todo lo que se es incapaz de decir sino por su intermedio.

Entonces ¿de qué se trata ese tormento del que hablan algunos como si la literatura los hubiera atado a un potro de tortura intentando arrancar una verdad inconfesable?

La escritura no es eso que algunos –vaya usted a saber por qué–, dicen que es. Es algo maravilloso, extraordinario y por sobre todo, reparador.

Los poetas suelen ser especialistas en estas dramatizaciones de opereta: La poesía, la más cruel de las madrastras, la más intransigente de las carniceras, la más despiadada de las tiranas.

¿Qué les pasa? ¿Qué les pasa a estos tipos? Eso es lo que quisiera saber yo. ¿Por qué tienen semejante conflicto existencial con la escritura?

La escritura no es una cosa que nace de un repollo o que uno se choca en el camino como un espíritu errante que se apodera de nuestra conciencia en una película gore.

Que se puede hablar de trance, sí, a veces, pero la escritura es una parte del escritor que habla, es un hecho consciente que se realiza, es algo que no es ajeno, sino propio.

No es una condena ni uno está maldito. Más bien, es justo al revés. Escribir, poder hacerlo, sana o por lo menos ayuda a ver todo lo que nos habita y ponerlo a cierta distancia como para poder analizarlo con otra perspectiva. Es un acto creativo, no un linchamiento público ni una inmolación a lo bonzo delante de un espejo.

Ese folklore ridículo del escritor traumado o del poeta al borde del suicidio, ya son cosas que han pasado de moda y que han perdido, en consecuencia, su validez como liturgia. Se han vuelto un rasgo grotesco, una pose inválida, una pirueta circense para llamar la atención de algún desprevenido que todavía crea en los pececitos de colores.

Así que no consigo entender a todos esos desesperados que lloran por tener la capacidad para escribir, para descubrir sus monstruos y descubrirse, para curarse o para aliviarse, para expresarse, al fin y al cabo,  que es una de las cosas que más rehúye el ser humano.

Porque la escritura es la tabla que sostiene al náufrago, no el barco mientras se hunde.

Quizás, para evitarse tanta burda infelicidad creativa, todos estos renegados lacrimosos y atormentados, deberían dedicarse al bonsái. O en su defecto, dejar de dar lástima y seguir escribiendo honrando su arte con la boca cerrada y la letra dispuesta.

EDITORIAL

Por Gavrí Akhenazi

Imagen by Thomas Skirde

La palabra a(r)mada

Utilizado como bandera, el concepto de generación difiere fundamentalmente del concepto de idea.

Leemos, la generación del ’80 (Argentina), la generación del ’27 (España) y similares, aunque en realidad, esa denominación abarque escritores de fundamentos literarios diferentes.

Yo prefiero, inclusive más aún que la denominación «corriente literaria», la de «idea literaria».

Una idea expresa pensamiento. Es como una adscripción que desde lo que se siente se transforma en lo que se piensa.

Y hablando de literatura, creo que debe tomarse en cuenta que lo que se escribe es un producto histórico social, siempre y cuando se considere aquel contexto en el que esa literatura fue producida. No puede tomarse como marco de referencia, único y exclusivo, a la generación que protagoniza la movida, porque todas las «generaciones» funcionaron y funcionan casi de una manera similar : critican y reniegan de la precedente.

Eso excluiría interpretar los cambios sociales, culturales y económicos que le dan origen. ¿Cómo deberíamos llamarle a la actual? ¿La generación de Internet?

Cuestiones modernistas:

Resulta que a veces uno lee vocabularios que aún hoy le resultan extravagantes.

Los lee en esos compañeros que se acercan con su afán escritor y si uno les dice: «eso se quedó en el modernismo», se ofenden como si les dijeras que sus madres desempeñaron el oficio más antiguo del mundo.

Yo, como soy hijo de una de esas madres que hicieron de ese oficio un culto, cito aquí lo que muchas veces me obligo a leer aunque no a digerir.

De hecho, la escritura cumple un papel emuntorio a la par del mejor de los estómagos.

Consideremos, al día de hoy en este hoy del hoy del siglo que transcurre, las siguientes apuestas lírico/metafóricas:

a) Palabras procedentes de la afición a la zoología: cisnes-pavos reales -mariposas-tórtolas-cóndores-gaviotas-crisálidas-vencejos-leones.

b) Palabras procedentes de la afición por la botánica, heráldica o mitología: lirios–lotos–anémonas–nenúfares (esta la uso a veces)–acantos–laurel–mirtos–olivos–almendros–pámpanos–adelfas–jacintos.

c) Palabras procedentes de la afición a la mineralogía y la arquitectura: oro – columnatas–capiteles–rubíes–zafiros–pórfido–mármol–esmeriles–bromuro–talco–opalina–esmeralda.

d) Afición por los neologismos latinos y griegos: liróforo–girósforo–aristo–áptero–apolónida–cristelefantino–faunalias–homérica–ixiónida–lilial–nictálope.

e) Palabras procedentes de la afición por la física, la química, la astronomía y la geografía: hidroclórico-hiperbórea-aerostación-hipermetría-febrífugo-hidrostático-cosmogonía-baremos-isobárico-sulfatados.

f) Palabras que remiten a una excesiva afición nobiliaria: pajes-reinas-heráldica-blasón-clavicordios-lises-príncipes/esas-reverencias- hinojos.

g) Afición por los adjetivos de color: dorado-rubí-níveo-esmeralda- violeta-azur ( y una lista infinita que excede a mi tiempo de examinación).

Esbozo nomás de una idea mayor. Para no aburrirme. Para no dormirme.

En el modernismo siempre sobra, nunca falta. Yo no soy decididamente un modernista, pero como escritor, que sí soy, sé que toda palabra en su justo momento es un hecho expresivo sin parangón. El asunto es cuando se la emplea en el mismo momento literario en el que la usa y la usó todo el que no le asigna un plus a su valor. Ej de docente : labios de rubí (para el vómito).

Las palabras tienen entidad y bien usadas, fuera del contexto al que todos las sujetan, resultan puntos flexivos en el hecho literario, que pueden ser recordados como antológicos.

El quid de la cuestión es resemantizar lo manoseado y darle entidad nueva a lo manido. Las palabras tienen una especie de valor matemático. Son algo más que dos más dos.

EDITORIAL

por Juan Carlos González Caballero

Imagen by Clarence Alford

Amor de los demonios

Te amo, te quiero.
Te odio, te deseo.
Ya no te quiero.

Tendría que ajustar más el objetivo de lo que intento explicar con este comienzo, porque en cada cultura, en cada nación, en cada casa, las palabras usadas no significarán exactamente lo mismo. Se pueden aproximar, sonar a, pero ¿llegan a trasmitir al cien por cien?

De esa necesidad por transmitir lo que nos produce estos sentimientos surge, en muchos casos como en el mío, el primer intento de escribir un verso, una carta, que nunca supe si llegó a su destinataria.

Podría decir te quiero o te quise ¿cierto? Y aún así depende del tono en que lo diga, el momento o a quien se lo haga comunicar.

Comienzo aquí con lo que es una declaración. Uno muestra a otra persona su sentir afín hacia ella o su gusto, su desvelo, su deseo por no dejar de verla nunca. Le declara lo que quiere seguir siendo para con la persona que recibe el mensaje.

Hablar de esto, como podéis comprobar, puede hacer que parezcamos un eslogan facilón que todo el mundo conoce de sobra.

Por eso es que el arte, y si me apuran aún más, las canciones, las letras, son algunos de los lugares en los que nos llegan y conmueven estos informes del interior.

Componen un infinito abanico de crónicas en las que la inmensa mayoría de la gente nos veremos identificados y sacudidos por dentro.
Algunos de estos golpes, o muchos, acertarán con más o menos frecuencia dependiendo de la experiencia y memoria emocional de cada quien.

Darán de lleno en nuestro corazón, porque de algún modo u otro, el amor sobrevuela a toda obra. Entiéndase que si hablamos de daño, odio, desamor o despecho estamos tratando la misma materia.

Lo que significa querer es mucho más global, y al mismo tiempo el verbo más habitual para hablar de amor.

Pienso que lo engloba todo en un mismo kit. Desde el enamoramiento de los primeros instantes que tienen fecha de caducidad o aquel término denominado «estado de locura transitorio» hasta llegar a esa simbiosis de los que se mueren casi a la par, ya ancianos. Es este último concepto por el que podemos anhelar un amor en paz en el tiempo (algo que puede resultar paradójico cuando son los amores que nos dieron «guerra» aquellos que nos marcan más).

Hablemos en plata y honestamente. Se trata de placer y dolor. Ser conscientes de que cuando hemos sido felices y enloquecido de placer, el tiempo dejó de existir en nuestra gráfica. En cambio, es en los momentos dolorosos donde el reloj se detiene y casi que podemos notar como cae sobre nosotros piedra a piedra. En general nos solemos identificar con este último aspecto en mayor medida que con el primero ¿Interesa demasiado que alguien te describa lo feliz que se siente al haber encontrado a esa persona?

Por supuesto que hay excepciones pero sería curioso poner en una balanza ambos extremos y ver cual gana en calidad y cantidad de transmisión.

Nos hace tomar decisiones que vienen del pálpito, o bien de una intuición que tiene como fin el desear lo mejor a quien se ama, como pudiera ser el dejarlo ir o como pudiera ser el no tener contacto por parte del sujeto amante a modo de protección mutua. De lo contrario, hablaríamos de la conocida toxicidad a través de la cual las relaciones se convierten en engendros de egoísmos y miserias.

Se muere y se seguirá muriendo por amor y somos una especie diseñada para abrir más de dos y tres veces la misma herida.

Aún así, vivir el amor aunque tan sólo sea una vez en la vida, es algo de lo que ningún ser humano se debiera privar ni privar a nadie bajo ningún motivo, a pesar de sus consecuencias.

Durante todo este tiempo robado al lector he tenido la tentación de citar canciones y letras, aunque pienso que es preferible que le añadan su propia banda sonora a todo esto o escriban sobre lo que les ronda la mente.

Oigan su propia canción.

«Horror vacui», por Gavrí Akhenazi

Cuando miro el papel en blanco, veo correr a lo lejos un hombre espantado. ¿Espantado de qué? No lo sé, y también el rito ridículo de hombres que dan vueltas sobre sí mismos.

La página en blanco – Henri Michaux

Creo que pertenezco al grupo de aquellos a los que el blanco del papel no los asusta y por ende, tampoco consiguen entender con claridad ese espanto que acontece en los otros, ese desasosiego frente a lo «no escrito», como si los que lo padecen sufrieran de una extraña agorafobia papelística, mensurada por veleidosos ataques de pánico escénico y la página sobre la que desean escribir no fuera su mejor herramienta sino lo contrario: un enemigo.

Tantas veces he escuchado repetir esa idea folklórica del terror a la página en blanco, que también me he llegado a preguntar si los que lo padecen con semejante desmesura (porque hay que ver la cantidad de despropósitos que uno llega a leer describiendo tal padecimiento), son escritores o alguna especie híbrida obstinada en mimetizarse con los que sí lo son y que, por eso de ser un híbrido, no gozan de los mismos beneficios que otorga la placentera página en blanco, esa mirada del abismo que mira dentro de ti, que refería Nietzsche y la única llave capaz de liberar a todos los monstruos de tu propio abismo para ser donados al otro.

Sentarse frente a la página a esperar que por ciencia infusa penetren pensamientos creativos que si no existen ya de por sí en nuestra impronta es muy difícil que se nos ocurran, imagino que debe causar una profunda frustración, porque un escritor siempre encuentra qué escribir, aunque sea la lista de la compra, de manera creativa.

Lo creativo nos habita y nos empuja, más allá de lo ficcional, porque hay que hacer la distinción exacta entre creación y ficción.

La creación es un hecho natural con el que se puede transmitir la anécdota más simple y no necesita de la ficción para su riqueza, sino solamente de sí misma.

La ficción es una especie de artificio adosado a la creación pero que no tiene, per sé, componentes propios si el que ficciona no tiene una imaginación creativa que no repita modelos de éxito ya demasiado explorados y demasiado vistos.

Creo que es en esta diferencia, entre el creador nato y el copista, donde se produce ese espacio terrorífico frente al mismo elemento: la página en blanco.

El creador ansía el blanco de la página porque siempre tiene algo que poner ahí y el esfuerzo radica no en hacerlo, sino en hacerlo bien. Y si no tiene nada que decir, se queda callado, porque sabe ya que la página siempre estará allí, esperándolo, sin que él se fuerce y sin forzarla, porque un escritor y su página en blanco son complementarios, no opuestos.

Así que cuando escucho –o leo– esas manifestaciones sobre la desesperación que provoca una página en blanco, cuando en realidad verla debería ser un gozo casi como el más inefable de los orgasmos –ya que si uno se planta frente a ella es porque tiene algo que escribir–, me sale naturalmente preguntarme si esa persona angustiada y asfixiada por el silencio de su página, no sería tanto más feliz podando arbolitos de bonsái o tejiendo chales al crochet.

Yo creo que sí y alguna vez se lo he dicho a alguno que acabó por acusarme de cruel.

La cosa es que si no se sabe para qué le sirve una página en blanco a un escritor, respondí, deberías trabajar con herramientas de las que sí sepas para qué se emplean. Y si en realidad lo que te pasa como escritor es que estás en estación seca, esperá la estación de las lluvias. Probablemente, lo que termines produciendo en estación seca, será solamente paja para la hoguera.

Luego, hay otros que tampoco han sido bendecidos por la creatividad pero a los que los fascina la página en blanco, aunque tampoco sepan para qué sirve en realidad y así es como vemos lo que vemos en esta pobre literatura de hoy y aquí: otro tipo de horror vacui.

«Digresiones sobre el machismo», por Gerardo Campani

El machismo es difícil de sustentar argumentalmente, más en estos tiempos. En cuanto a practicarlo, tiene sus contradicciones, que cada uno resuelve como puede. Algunos son engañados; ya por ella, en el secreto de otra alcoba; ya por él mismo, en el arcano de su ignorancia. Otros prefieren ni pensar en una probable “traición”. Otros pesquisan todo el tiempo, porque consideran más que probable que a la mujer de uno le pueda gustar el vecino, así como a uno le gusta la vecina. Otros abdican la corona de macho (antes de que se transforme en cornamenta) y aceptan o proponen la relación abierta, la práctica del swing o cualquier variante en boga. Otros sufren como perros, o se vuelven locos, o el día menos pensado arriban al uxoricidio, al doble homicidio o al mero suicidio.
Vaya tela marinera, como dicen en España. Y todo por la semántica.

Veamos.ramera. (De ramo.) f. Mujer que por oficio tiene relación carnal con hombres. || 2. Aplícase también a la mujer lasciva. (DRAE, 21ra. ed.)Así empieza el lío. Hay dos sentidos en esta palabreja: el del oficio y el del amor que se le tiene al oficio. El machista supone que la ramera debería solamente ejercer su oficio, pero sospecha que también lo disfruta a veces, y esa sospecha le produce una contradicción emocional que lo perturba (yo lo sé porque, como todo el mundo, soy machista, y porque he frecuentado rameras).


La perturbación es doble: si esta ramera es solamente profesional, me cabe esperar apenas hacerme la «paja sin manos» (no es muy atractiva esta instancia); si es, además, lasciva, no sé si lograré estar a la altura de su lascivia (y esto, menos que atractivo, es inquietante).

º º º

La palabra prostituta es el participio pasivo del verbo prostituir, esto es: «pervertir, entregar, abandonar una mujer a la deshonra pública». Lo cual da que pensar dos cosas, al menos: a) que la mujer no se prostituye sino la prostituyen; b) que se trata de un oficio.
Puta, en cambio, proviene del latín putida: hedionda, pútrida. Más que una definición, una declaración de principios morales, en el que se identifica la lascivia femenina con la putrefacción.


Y no se le eche la culpa de esto a la Iglesia Católica, ni a la tradición judeocristiana, como es moda propagar. Las vestales (doncellas consagradas a la diosa romana Vesta –la Hestia de los griegos–) debían mantener la virginidad, so pena de muerte. ¡Y Vesta era la diosa del hogar! Y los romanos eran muy liberales y fiesteros, sin embargo.


Tenemos entonces en la idea general de ramera dos ideas constitutivas: la profesional (prostituta) y la lasciva (puta).


Mis lectoras feministas se preguntarán, a esta altura, por qué hablo de rameras en una discusión dedicada al machismo. Y bueno, porque de eso se trata el machismo, tanto el machismo masculino como el femenino. La unidad de valoración de una mujer es su relación con la putez.


La puta (lasciva) es apetitosa, pero cuando nos disgustamos con ella la tratamos de prostituta. Porque suponemos que debe ser puta con nosotros, y cuando lo es con otro, pretextamos un móvil fantasioso: que el otro tiene más dinero, o la tiene más grande (en este caso es “muy” puta), o que más prefiere el BMW ajeno al Fiat propio, o lo que fuera.º º ºProstituta: que sea algo puta, y que se descontrole conmigo.


Chica ocasional: idem anterior.
Amante: putísima conmigo.
Esposa: apenas puta, cosa que no sea un aburrimiento cumplir el débito conyugal.
Madre: algo puta, con Papá, pero no me hablen de eso.
Hermana: no me meto en su vida; además, le debo dinero.
Hija: nada puta, pobrecita, angelito de Papi.


Virgen María: cero absoluto de putez (Dios me libre y me guarde…)

º º º

“A Sergio le rompí la cabeza con el filo de la plancha, porque me llamó puta.”
“Ay, Esteban, dime puta, que me pone.”


¿Cuestiones de contexto? Sí, pero algo más, también. Paradojas de los ámbitos: lo que en público ofende, en privado erotiza. ¿Por qué sucede esto? Bueno, ya se sabe: porque son caras de la misma moneda; porque soñamos tanto lo que deseamos como lo que tememos; porque encontrar el punto medio es tarea imposible, y a lo que más podemos aspirar es a que se nos adivine el amor cuando les decimos “puta” o cuando nos dicen “cabrón”.

º º º

Mis chats con Milena son más o menos así:


—Milena, que puta sos.
—Sí, y vos un maricón, que querés ocultar tu condición de invertido haciéndote el galán con esas putas españolas, chilenas y mexicanas.
—Me haré el galán, pero no las cojo. En cambio vos, con ese instructor del gimnasio…
—Si me hacés cuestiones por eso, andate al carajo, maricón.
—¿Y para qué querés entonces a un maricón como yo?
—Porque soy tan puta que no le hago asco a nada.
—Pues andá a coger con el karateca ese entonces, puta reventada.
—Y vos hacete la paja con la mano izquierda, y metete un dedo de la mano derecha en el culo.
—Y vos hacétela ahora, mientras yo te digo lo puta que sos.
—Ay, Gerardo, me estoy calentando.
—Y yo. Me la estoy tocando.
—Yo, desde que empezamos a hablar.
—Ayyyyy
—Ayyyyyyyy
—Yegua, ya casi acabo.
—Guacho, yo estoy acabando.
—Ahhhh
—Ahhhh
—Te amo.
—Te amo.

º º º

¿Qué es el machismo sino una enfermedad? Dicen que los que han dejado el cigarrillo no deben decir que son ex fumadores, sino que de momento no están fumando. Bueno, en el mismo sentido, yo digo que de momento no ejerzo ningún machismo. ¿Creéis, oh feministas, que se puede exigir más que eso?
Saludos cordiales (no hipogástricos, que eso son chistes de Milena).

EDITORIAL

Imagen by Mostafa Meraji

«El tiempo como territorio», por Silvio Rodríguez Carrillo

Quizás te ha pasado que estando en la fila del supermercado, desde un lado alguien se te acerca, tanto, que puedes casi sentirlo. Como te produce una sensación molesta, casi inmediatamente y por reflejo, intentas dar un paso más hacia la caja. Esto sucede porque tenemos, de manera natural, la necesidad de un territorio espacial básico, que hace reaccionemos cuando nos sentimos invadidos. Puedes hacer la prueba en diversas situaciones, observando o actuando, y verás que los individuos intentarán conservar su espacio vital instintivamente, siempre que puedan. Esto es: A se alejará del desconocido B, si este invade su espacio vital.

Bien mirado, incluso un escritorio puede convertirse en un territorio. Imagina que estás observando una entrevista entre dos contertulios (A y B), ambos, a cada lado del escritorio, sentados en sillas. Estando A con los codos sobre el escritorio, B, normalmente, permanecerá con la espalda apoyada en el respaldar de su silla. Ahora, si operase un cambio de postura y B pasase a apoyar sus codos sobre el escritorio, lo normal es que A retroceda y apoye su espalda en el respaldar de su silla. Estos son gestos corporales, derivados del principio de territorialidad y que, en parte, estudia la proxémica.

Es fácil entender la importancia que tiene el territorio. Y debería ser fácil, entonces, entender que así como para nosotros es importante contar con un territorio, que así como para nuestra familia es fundamental tener un territorio, así mismo es importante y fundamental para cualquier persona y/o su familia contar con un territorio. Si de familia vamos a nación –recordando que posiblemente pertenezcamos a alguna–, debería de ser sencillo de entender cuán importante y necesario es, para cualquier nación, contar con un territorio. Así, debería ser sencillo entender cuán nefasto es que invadan nuestro territorio, ya sea individual, familiar, o nacional.

Pero el territorio no es sólo un “espacio”, no acaba con lo espacial. Así como “el trabajo no es un lugar”, así mismo, el territorio no se limita únicamente al espacio. Existe otro factor y que también cuenta como territorio, y ese factor es, justamente, el más precioso que tenemos, dada nuestra condición humana: el tiempo. Si un auto nos bloquea la puerta del garage nos invade el territorio espacial, pero si además hace que lleguemos tarde al trabajo, también nos invade el territorio temporal. Aquí, lo insoportable es la gente que anda invadiendo territorios sin ni siquiera darse cuenta.

Es por esto que así como defiendes tu jardín o el patio de tu casa y no dejas que cualquiera lo invada, del mismo modo no debes permitir jamás que nadie invada tu tiempo, porque es un territorio que debes defender y enseñar a respetar, con el ejemplo por delante. Considera que, a diferencia de unos cuantos metros cuadrados que puedas llegar a disputar con un vecino, el tiempo no lo puedes recuperar y, como a ciertas personas no las vas a cambiar, mejor evita a aquellas para las que “el tiempo como territorio” vendría a ser como “la dimensión desconocida”.

«Hojas en sombra», algunas prosas breves, Gavrí Akhenazi

Tirria in terra


Me aburrí todo el día.

Es esta puta indiferencia hacia las cosas lo que me tiene inerte como un alga flotando encima de tanto estancamiento.

Me siento estancado también yo, porque la adrenalina se transforma en una droga dura cuando se ha abusado de ella tantos años y pasa su factura cuando llega la calma al músculo en alerta.

Fofo de corazón y de cerebro, voy perdiendo motivos por fuera del combate.

No me estimula casi, casi nada y esta molicie de predador al pedo me trepa por las ganas de portarme mal; entonces obedezco, pongo cara de perro boludo que no quiere disgustar al dueño y digo: כן,כן,כן, mientras por dentro de mí, mis dientes interiores mastican a mis dientes que pujan por morder lo tan estólido.

La chatura ha llegado como un pariente que se quedó sin casa, una vez más.

Sin embargo parece el preferido de toda la familia. Y uno ahí, aguantando su charla de invicta boludez. Y uno ahí, buscando la forma de salir por la ventana o meterle una granada en la garganta, para verlo estallar salpicando todas las paredes con su minúsculo cerebro de maní.

¿Y después qué? Después estalla y ¿qué? ¿Sirve de algo o vamos a quedarnos hasta sin su cerebro de maní?¿Y después qué? ¿Vamos a extrañar sus simpatías de mascota que tiene una para cada ocasión y ya no distinguimos, los demás, a quién quiere o a quién odia, porque a todos les da la misma mano, esa de congraciarse?

Estoy en el momento del desprecio, cuando me siento diferente a todo por aquel tema de la adrenalina que tuvo siempre en jaque a mis sentidos, sin permitirle descansar jamás a esta extinta furia creativa que ahora me bosteza en el estómago y apelmaza mis manos a un almohadón untado con perfume en el que me limpio el semen de la paja.

En el fondo soy, sin duda, un psicópata. Tengo varios niños muertos en mi haber, entre los que también cuento al que yo fui.


Correr por la vida


Me desperté a las cinco, como siempre.

El sueño es una cosa que no ceja su abandono. Un amante irrecuperable que en realidad no tuve, pero que imagino me está destinado, aunque sólo sea en el deseo por él que habita en mí.

Hoy corrí con mis hombres.

Antes de las heridas corría siempre con ellos esa cantidad abundante de anfractuosos kilómetros que los dejaba exhaustos y a mí me ocupaba una parte del día a desvivir.

A mi edad aún me gusta correr y sigo haciéndolo sólo porque me gusta, porque quiero, no para demostrarle al personal –como en mis otras épocas– que si yo puedo resistir hasta el final, ellos también.

Ahora corro por mí y para mí, junto con ellos, como esos perros largos de la estepa africana, que trotan de alegría, inexplicables. Cargo la mochila de combate y corro como un gamo que se siente gamo y se transforma en gamo a cada tranco.

El teniente médico protestó un poco cuando me vio salir dispuesto a la aventura.

Sus heridas, señor…

Pero quedarse preso en las heridas es no saber sanar.


בית קברות


Quise quedarme más.

Seguramente hubiera pasado todo la noche aquí, junto a tu tumba.

Quise quedarme todo el tiempo posible, pero me echaron al final, con malos modos. Cada quien cuida aquí su propio culo. Lo cuidan mientras me entienden y me echan y me dicen que ya sonó esa estúpida queda que tiene toda guerra aunque no exista, pero que vuelva hoy cuando amanezca y me quede si quiero, todo el día.

¿Qué hago conmigo yendo de tumba a tumba, convertido en fantasma que hace preguntas que nadie es capaz de responder?

Del amigo al abuelo voy y vuelvo como esos peregrinos que tienen que llegar a sus santuarios para darle sentido a lo que han hecho.

Voy de una tumba a otra.

Voy de mi tiempo de holganza al de la guerra, antes de las obligaciones de matar y en su intermezzo. Voy desde una tumba a otra.

Y la rodilla que se clava en tierra no hace de antena a nada. No recibo mensajes de mis muertos.

Pero yo sigo aquí. Cumpliendo mi deber yo sigo aquí.

Mis muertos jamás tendrán vergüenza de que yo todavía sobreviva.

«Pagoda, otras prosas breves», Ana Bella López Biedma

Yo sé que no soy pájaro ni vuelo. Apenas polvo suspendido en el aire. O alguna cosa frágil, delicada, un respirar de loza, la sombra en un cristal.

A veces me pregunto que se siente afuera de esta yo que se arrebata siempre cielo adentro. Polvo a contraluz extrañamente quieto. Polvo sin viento. En espera.

Como un lugar donde nunca entra nadie. Como un espacio solo. Solo.


Escribo puentes de cristal, diminutos, invisibles al tedio o a la prisa. Filamentos de luz que con la luz se quiebran. Tejidos con las manos aun niñas, libres de culpa o de razones. Apenas una respiración cercana basta para que se diluyan en el aire y desaparezcan.

Pero yo escribo puentes de espuma sobre la piel del mar, salpicados de sal, como ese primer beso que no llega y se queda en el borde de los labios, vestido de promesa. Puentes que solo esperan pero que nunca esperan. Ajenos a la lluvia en mi ventana, o al monótono gruñir de la lavadora. Ajenos a la vida.

Escribo puentes hechos de palomas mensajeras. Puentes que no dicen nada, y no quieren nada. Miles de puentes que parten de un lugar que es solo mío. Puentes perfectos que a veces, casi sin darme cuenta, alzan el vuelo.

«Espacio abisal», Ronald Harris

Imagen by Matikay

Dios bendijo tus caderas de princesa porno, de cenicienta de prostíbulo. Dios te montó con su espada de tinieblas y te dio el nombre que hoy nos multiplica en los burdeles de tu alma. Y al tocarte entendí la primera proporción del vacío: tu garganta alojando a un ser extraño. Al tocarte me di cuenta que solo somos sombras acudiendo al llamado de la carne, fantasmas que retornan a la realidad cuando los convoca la lujuria, espectros alojados en ese espacio abisal oculto tras el pubis.

Aun así ven y enciende la lámpara genital que arderá por nosotros toda esta cruel y larga noche.

Ven y deja como prenda el estigma de tus senos que brillan como astros desdichados.

Ven y grita lo que nos queda por decir, con las manos, con la lengua, con las uñas, con los dientes, con las venas engrosadas de placer y soledad; las acariciaré suavemente hasta que te duermas sobre mí, hasta que te abandones en mi pecho mientras mi corazón te abraza los oídos, mientras el calor de mi cuerpo de hombre te proclama diosa y ofrenda y mis ojos apenas abiertos, vean como desapareces hecha milagro, justo antes del amanecer.

«Notas dispersas sobre el hacer poético», por William Vanders

Que cada quien sea libre y haga sin menospreciar la libertad del otro ni mucho menos impedirla. Harto complicado cumplir con esto último a la perfección, pero el intento es lo que vale porque sé que existe gente que lo logra.

Digo, no es palabra santa ni pensamiento obtuso: uno deja de ser religioso cuando ya conoció la religión. Y que uno deja de ser poeta de las formas cuando ya las dominó. Es como reconocer la profundidad de la pobreza luego de haber vivido en la opulencia. Quizá no me sepa explicar. No tiene porqué ser como lo expreso. Quiero expresar y no me importa repetirme en recodos semánticos inentendibles, que la razón pura me dicta y el deber ser también – o el sentido común en todo caso-, que: la poesía pura está caduca, aquella de la métrica y rima, que debo primero conocer todo de ella para negarla y hasta para hacerla trizas y quitarle mérito a capricho o con razón. En todo caso, no fui, ni soy ni seré un aprendiz de la poesía de la formas rimadas. Hice el intento de aprenderlo en la escuela primera y luego en la universitaria; también de forma autodidacta…pero me fastidié de contar, de medir, de rimar…no me gusta. Me molesta tener que hacerlo, no es la forma que se adapta a mí, ni es un traje que pienso le quede bien a lo que quiero decir. Sin embargo, y ya con este sin embargo estoy dando muchas vueltas al asunto, existen inumerables poemas rimados que son obras maestras, y no obras maestras porque algún consagrado las haya escrito, sino obras magistralmente escritas por personas con el oficio, el tiempo y la pasión necesarias para esculpir el ángel invisible,dormido en el cerebro, y marcarlo en letras para mostrarlo al resto del mundo que dice existir.
Sí hay algo qué destacar en la versificación de hoy es que pretende ser como la de otrora….y es que existen excepciones en las que el contenido, atado a una forma vetusta, se adapta a la realidad actual. Evita decir lo trillado e intenta hablar del hoy sin la misma flor y el abejorro de ayer.

Me estorban cosas de mí y me decanto y me releo para sacudirme lo que no me gusta.

A veces no me creo lo que fui o me impresiona lo que dije, es parte de la vida y sus transiciones. Hay tantas cosas que he escrito que quisiera quemar u olvidar; las leo tan imperfectas, tan inexactas, tan poco agradables para mi entendimiento actual. Comprendo, además, que fueron épocas y que nacieron así y que ya poco puede hacerse, salvo versionar la idea. Las transformaciones que haga sobre lo antiguo quizá vengan, quizá ya las esté haciendo o quizá las deje sin ignición.

La fama del poeta

La muchedumbre, el poeta que la mira y se regodea en ella, tiene la tendencia al reconocimiento externo antes que de sí mismo y de su obra. Allí hay una sonrisa que tiene hielo, como diría Nietzsche. Una farsa de sí que es como un espejo roto del alma de uno, un espejo remendado con goma de mascar de esa que olvidan a propósito bajo las mesas. Una mentira del tamaño del ego de sí mismo. De modo que el autor gozará de tanta autenticidad en la medida que se aleja de la gente, del reconocimiento o galardones y en la proporción para que su pensamiento se amalgame en el corazón de la gente que adopta el mensaje, lo hace suyo y lo transforma según su percepción.

«Autor de élite I y II», por Silvio Rodríguez Carrillo

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«Tríptico: Ángel, no vengo de Sodoma», poemas de Orlando Estrella

I



Al Ángel que me escucha cuando hago mis
monólogos,
el que cruza de acera al vernos en la calle
y me mira con dudas de ser yo el elegido,
debo advertirle pronto que no soy de Sodoma.

Él, todo poderoso, solo anda por mi senda,
no es por casualidad a pesar del recelo.
Detrás de su mirada de terneza,sencilla,
hay hongos destructivos que se traslucen claros.

Sabe y también conozco su objetivo final
pero quiere ser justo. Algunos inocentes
pagaron en antaño culpas viles, ajenas
y quedaron dolores que el tiempo no ha curado.

¿Por qué a mí loco impuro, me busca como amigo
será que ha visto letras salidas de mi puño?
Parece que las mira como muestra de honor
de alguien que no traiciona ni venderá a sus hijos
por salvar el pellejo, eso habrá de entender.

Hablaremos de frente, y estaremos acorde.
Y le diré:

—Cumple tu cometido, ya nuestro referente
lo dijo alguna vez. -¡Qué se hunda la isla
antes de la ignominia!-. Lanza todo tu fuego,
nadie mirará atrás, esta vez no habrá estatua,
porque yo haré la única en el fondo del mar.
No somos un desierto, recuerda lo que somos.

Mañana, dos isleños, una pareja apátrida
querrá recomenzar y le dará color
de tres tonos a un lienzo que habrán de enarbolar
quién sabe en qué lugar más lejano del globo.
Inventarán los cantos que nunca se escucharon,
unas baladas tristes colmadas de dolor
y nadie sabrá quiénes moraban en la isla
más bella del caribe.


II

Arcángel, ¿le propones a este mortal de barro
una misión tan noble, de tanta envergadura?
Un proyectil gastado, casi al implosionar
aunque lleno de hongos y deseos frustrados.
¿Esos eran tus planes al perseguirme ansioso?

No sé que poder viste en este cadavérico
que arrastra sus caídas como Cristo a su cruz,
con victorias efímeras solo como consuelo
del derrotado. Oye, he logrado entender
que el amor por el prójimo son lágrimas de salva
si no va de la mano de la fuerza brutal
y del odio aprendido a través de los golpes.

¿Estaré apto y tendré el amor suficiente
para la hora crucial? Mira que no lo sé.
Nunca me he contemplado en mis sueños constantes
acostado, en la espera del decreto oficial
anunciando el deceso de un vivo desahuciado.

Eso está a tu favor y de aquellos que esperan
que se haga la justicia que ellos por cobardía
nunca han decidido. Pero si me acompañas
cuidaré de tus alas «vaya suerte de ateo»
porque en ellas me iré a la estrella más triste
que no será más mustia que el país donde moro.


III

Hace ya cierto tiempo que me ocupan los ángeles,
no es por remordimiento por mi poca creencia
y no es por el rechazo cada vez más al prójimo
que solo ve su sombra como si más allá
no existieran más hombres que solo se reflejan
levemente en vidrieras. Y si, tengo remuerdos.

Serán los serafines, los que habitan mi mente
que tratan de guardarme, o son dardos mortales
en busca de respuestas, de por qué un ilusorio
se sumió en la catástrofe trepándose a las nubes
queriendo sofocar las llamas en que el hombre
y sus propias miserias se extinguían
en vez de suscitar una canción de cuna
a parte de su sangre, de ser mio aquel niño.

Podrán ser rescatistas detrás de perdedores
que contienen las lágrimas esperando el momento
para inundar los suelos y extinguir los demonios
que pululan y dictan las normas a seguir.

Los veo blandir espadas sin inspirar temores,
quizás son los espectros que otrora fueron víctimas
y hoy, en su nuevo rol, llegan con nuevos bríos
transformados en líderes proyectando las luces
adquiridas en luchas con los demonios muertos.

Puede ser todo un símbolo que refleja el fracaso
de aquel tipo de ayer muy cerca de victorias
o un signo de esperanza en días venideros.

De todas formas guardo una espada embotada
a un lado de la cama y en otro unos escritos
por si me toca irme, casarme con la gloria,
o si por el contrario solo me espera un mueble
cercano a una máquina para corregir musas.





«Llévame contigo al mar», poema de María José Quesada

Imagen by Tim Hill

Llévame contigo al mar

Te conocí una mañana,
tú te marchabas del puerto
yo a la bahía bajaba
y quiso dios que ese encuentro
mi vida entera cambiara.

Llevabas la red al hombro,
venías de la almadraba,
para el mar eras un lobo
para mis ojos, un Atlas.

Y al pasar junto a tu mano
y contemplar tu sonrisa
mi ser quedó hipnotizado
como por arte de ondina.

La red te ofreció la estrella
que me engarzaste en el pelo:
Es para ti, mi sirena,
dijiste sin titubeo.

Sin tener culpa la estrella
quise esquivar ese gesto
y al darme la media vuelta
se me enredó en el cabello.

Cerró el círculo de presa
tu corazón lisonjero.

Las caracolas cantaban
y susurraban dulzonas,
algo fue cortando el aire
con alas de mariposas.

Cada noche una fogata
nos encendía la Luna,
sí mi amor, mi lirio de agua,
febril, lumínica, pura.


Volviste de nuevo al mar,
pasión de los marineros,
yo te quería alcanzar
con las ondas del pañuelo
que lloraban soledad,
marino de mis anhelos.

Guardado celosamente,
el miedo, veta profunda,
desbarató los dinteles
de mi templanza madura.

Regidas por un mal viento
una formación de bocas
iba desgarrando el puerto.
Gritaban las caracolas,
yo les pedía silencio.

Marché hasta la última piedra,
aquella que el mar bañaba.
Con arañazos de fieras
nereidas desesperadas
no daban siquiera tregua
a que mi voz te nortara.

Sin guarda quedó la noche,
los ángeles descansaban
y el agua imantó en su cauce
nombre, amor, estrella y barca.

No quiero ver más el mar
sino entregarle a su hambre
mi cuerpo y mi soledad.
Me dejará enamorarte
vestida de agua y coral.

«Regalo de espliego», «Encuentros», «Grietas reconfortantes», poemas de Ángeles Hernández Cruz

Imagen by Phuc Nguyen

Regalo de espliego



Tu mirada en penumbras, envuelta en el hastío,
me pedía en silencio descoser las amarras
para llevarse lejos la carga de los años
que tú ya no podías llevar a tus espaldas.

Yo quería hechizar a la bestia sombría.
A modo de sirena mi voz desafinaba
en un arrullo astuto que la guiara lejos
y nos dejara, madre, a salvo de sus zarpas.

Comencé por un tango, tus ojos se agrandaron
escuchando a Gardel perderse en mi garganta.
¡Qué idea tan absurda! En vez de una sonrisa
asomó la tristeza en tu frente argentada.

Seguí con los boleros, con angelitos negros,
con gardenias a pares al son de las maracas
y tus dedos marcaron el compás de mis notas
reviviendo el calor de unas tierras lejanas.

Bailé junto a Adelita rancheras de Jalisco
comiéndonos las tunas hasta Guadalajara
y allí es donde encontré lo que andaba buscando:
tu risa, mi regalo, con lazos de lavanda.



Encuentros



A veces se me olvida, solamente unas horas,
que a la felicidad le gusta disfrazarse.
Se maquilla de rojo en las vendas sangrantes
y en las baladas tristes se camufla de nota.

Aprendí la lección una lúcida tarde:
lo supe al revisar el perfil de una roca
que al herirme explotó y se hizo redonda
sin aristas ni agujas; como la arena, suave.

Puedo ver la alegría como espuma de olas
en los charcos en calma de enfurecidos mares;
refugiada en mis ojos para ver los paisajes
cuando el cielo sonríe tras las ventanas rotas.

Aunque busque escondrijo, sé que está en todas partes.
Encontrarla es mi lucha y una ilusión asoma
después de cada golpe, lastimada la sombra,
cuando afianzo mis pasos para seguir el viaje.



Grietas reconfortantes



«Hay una grieta en todo.
Así es como entra la luz…»

Himno, Leonard Cohen


Hay una grieta en todo por la que asoma la luz que gana
a las sombras rotundas, como en su himno cantó el poeta
desgarrando la noche triste del hombre con su saeta
que atrajo al resplandor con la candencia de una campana.

También por las rendijas de cicatrices que todavía
duelen al roce leve de una caricia con sinfonía
de reproches antiguos, entran las llamas luminiscentes
para rellenar huecos con dulces hilos de luz dorados.

Ya siento el entusiasmo de bellos surcos desagraviados
como por el kintsugi, pero son firmes por resilientes.