«Hojas en sombra», algunas prosas breves, Gavrí Akhenazi

Tirria in terra


Me aburrí todo el día.

Es esta puta indiferencia hacia las cosas lo que me tiene inerte como un alga flotando encima de tanto estancamiento.

Me siento estancado también yo, porque la adrenalina se transforma en una droga dura cuando se ha abusado de ella tantos años y pasa su factura cuando llega la calma al músculo en alerta.

Fofo de corazón y de cerebro, voy perdiendo motivos por fuera del combate.

No me estimula casi, casi nada y esta molicie de predador al pedo me trepa por las ganas de portarme mal; entonces obedezco, pongo cara de perro boludo que no quiere disgustar al dueño y digo: כן,כן,כן, mientras por dentro de mí, mis dientes interiores mastican a mis dientes que pujan por morder lo tan estólido.

La chatura ha llegado como un pariente que se quedó sin casa, una vez más.

Sin embargo parece el preferido de toda la familia. Y uno ahí, aguantando su charla de invicta boludez. Y uno ahí, buscando la forma de salir por la ventana o meterle una granada en la garganta, para verlo estallar salpicando todas las paredes con su minúsculo cerebro de maní.

¿Y después qué? Después estalla y ¿qué? ¿Sirve de algo o vamos a quedarnos hasta sin su cerebro de maní?¿Y después qué? ¿Vamos a extrañar sus simpatías de mascota que tiene una para cada ocasión y ya no distinguimos, los demás, a quién quiere o a quién odia, porque a todos les da la misma mano, esa de congraciarse?

Estoy en el momento del desprecio, cuando me siento diferente a todo por aquel tema de la adrenalina que tuvo siempre en jaque a mis sentidos, sin permitirle descansar jamás a esta extinta furia creativa que ahora me bosteza en el estómago y apelmaza mis manos a un almohadón untado con perfume en el que me limpio el semen de la paja.

En el fondo soy, sin duda, un psicópata. Tengo varios niños muertos en mi haber, entre los que también cuento al que yo fui.


Correr por la vida


Me desperté a las cinco, como siempre.

El sueño es una cosa que no ceja su abandono. Un amante irrecuperable que en realidad no tuve, pero que imagino me está destinado, aunque sólo sea en el deseo por él que habita en mí.

Hoy corrí con mis hombres.

Antes de las heridas corría siempre con ellos esa cantidad abundante de anfractuosos kilómetros que los dejaba exhaustos y a mí me ocupaba una parte del día a desvivir.

A mi edad aún me gusta correr y sigo haciéndolo sólo porque me gusta, porque quiero, no para demostrarle al personal –como en mis otras épocas– que si yo puedo resistir hasta el final, ellos también.

Ahora corro por mí y para mí, junto con ellos, como esos perros largos de la estepa africana, que trotan de alegría, inexplicables. Cargo la mochila de combate y corro como un gamo que se siente gamo y se transforma en gamo a cada tranco.

El teniente médico protestó un poco cuando me vio salir dispuesto a la aventura.

Sus heridas, señor…

Pero quedarse preso en las heridas es no saber sanar.


בית קברות


Quise quedarme más.

Seguramente hubiera pasado todo la noche aquí, junto a tu tumba.

Quise quedarme todo el tiempo posible, pero me echaron al final, con malos modos. Cada quien cuida aquí su propio culo. Lo cuidan mientras me entienden y me echan y me dicen que ya sonó esa estúpida queda que tiene toda guerra aunque no exista, pero que vuelva hoy cuando amanezca y me quede si quiero, todo el día.

¿Qué hago conmigo yendo de tumba a tumba, convertido en fantasma que hace preguntas que nadie es capaz de responder?

Del amigo al abuelo voy y vuelvo como esos peregrinos que tienen que llegar a sus santuarios para darle sentido a lo que han hecho.

Voy de una tumba a otra.

Voy de mi tiempo de holganza al de la guerra, antes de las obligaciones de matar y en su intermezzo. Voy desde una tumba a otra.

Y la rodilla que se clava en tierra no hace de antena a nada. No recibo mensajes de mis muertos.

Pero yo sigo aquí. Cumpliendo mi deber yo sigo aquí.

Mis muertos jamás tendrán vergüenza de que yo todavía sobreviva.

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