Es una opinión instalada esa de que la prosa no posee ritmo a diferencia del poema, del que también se acota que un poema es casi una composición musical.
¡Cuán errado está en realidad ese concepto acerca de la prosa! Es de verdaderos ignorantes aferrarse a tal premisa porque justamente lo que hace fluente y seductora una prosa es, además de su contenido, la forma plástica que se imprime a ese contenido o sea, el ritmo, la cadencia, la singularidad sonora de los componentes del fraseo.
La elasticidad o plasticidad de una prosa depende exclusivamente del dominio idiomático del escritor ya que para construir sustancia armoniosa que atrape con su discurrir ágil al lector, es necesario concebir un ensamble sonoro elocuente, ajustado a los tempos necesarios y curvos que posee el idioma, o sea, aplicar un ritmo interno, un ritmo propio, que modifique con curvaturas la rigidez propia del fraseo.
Frente a la poesía con sus reglas y su técnica que cualquiera puede aprender si se esmera –aunque tenga que escandir con los dedos para dar con el cómputo silábico que cuadre con el metro elegido– en la prosa hace falta una percepción artística notablemente más inaprensible, más delicada.
Un escritor trabaja en prosa con variantes invisibles y las aplica para virar, en cualquier momento, de acuerdo a aquello que esté intentando reflejar.
La prosa no posee convenciones como sí podemos ver en un poema con métrica y con rima construido en base a ajustarse a ellas.
En la prosa, el sonido y su movimiento, el flujo de fraseo y su color se modifican en estilos variopìntos según aquello que el narrador esté intentando transmitir a su lector.
De ahí que para un escritor que se precie de serlo es imprescindible conocer el peso exacto de las palabras que emplea en el armado de cada una de las ideas, ya que cada palabra es o representa un matiz, algo específico y único que, en realidad, no admite sinónimos si uno decide emplear el potencial de cada vocablo en el espacio justo en el que ese vocablo y no otro, cabe.
Entonces, cuando se sabe mensurar el justo peso de cada palabra según cómo ésta se coloque en el puzzle de la armonía contextual, se consigue centrar todo el interés de la idea.
Basándonos en la elección y en la posición en la que ajustamos los términos, podemos impactar en el lector tan solo con una palabra que, colocada estratégicamente y persiguiendo su único y exclusivo matiz, logre asombrar o conmover.
Aunque en la actualidad todos escriben y cualquiera se llama a sí mismo escritor porque consigue redactar decorosamente (y a veces ni eso) dentro de los cánones primarios de la escritura, la prosa narrativa (y por qué no las otras) requiere muchísima más elaboración que el poema para alcanzar calidad pero por sobre todo, requiere dominio, léxico, conciencia sonora, estilo estético, sutileza, minuciosidad y búsqueda.
Narrar no es soplar y hacer botellas como piensa la mayoría.
Narrar es proponerse construir una verdadera catedral solo con el idioma en que se narra.
Anda y di a los machos de tus ojos que disputan mis rimas carniceras, que se van a engañar con trampantojos. Debajo de mi ropa los despojos de una entelequia, mueven las caderas.
Diles que no se encelen por La Oscura que finge claridades por capricho. Si miran más allá de mi locura, verán que sólo soy la conjetura que siempre se desdice de lo dicho.
¿Que te gusta jugar? Lo sé. Te gusta. Si ladras más que muerdes, no es seguro. Tu voz es el caballo, yo la fusta que te desboca el trote siendo injusta con la llamada a sangre de lo impuro.
Si te vas a matar de transparente sobre mi vendaval de soledades, no me reproches luego ante la gente que te dejé morir. Soy diferente porque no juego el rol de las bondades.
Si en esa diferencia ves tu hombría peligrar como roble en un desmonte, no escupas en mi nombre. Todavía queda mucho pecado. Mi utopía se suicida detrás de tu horizonte.
Privilegios
(quintetos dodecasilábicos)
Seme nublan los ojos de cancerbero por evitar morirme en tus estrategias de hombre imprevisible. Tú lo primero. Los otros son la nada, si nada quiero, por algo con tu celo me privilegias.
Si no me empleo a fondo pierdo la apuesta de tu emoción salvaje y extravertida. Soy la funambulista siempre dispuesta a disparar veneno con la ballesta de la respuesta grácil y enardecida.
Y peco de sincera, nunca de injusta desde que me da sombra tu terca espalda. A fuer de verdadera soy una fusta inclemente y certera, la que te gusta cuando buscas tu hombría bajo mi falda.
Por mucho que te hiera, vas a quererme como quiero las manos de tu maltrato. Hasta que yo decida, solo por verme escribiendo tu nombre que se me duerme de deseo en la boca. ¿No es ese el trato?.
Silvio Rodríguez Carrillo – Paraguay
¿Sabes leer lo que hay detrás?
(pentadecasílabos arromanzados)
Detrás de la UNESCO no todos abrochan a Huxley, a Julian, el claro eugenista que fue caballero; y a pocos conozco que admitan que tal instituto, que tal sociedad sin reparos, con plata y con tiempo trazó despacito el presente en que muchos respiran.
Detrás de la FIFA, que tantos -jamás por el Diego- boludos pensantes, creyeron loable y sin transas, el robo tranquilo entre amigos, la joda con hielo; mandaron al frente a un grupete que fue farolito, viñeta de prensa con qué escupir sobre sus muertos.
Detrás de los suecos y el premio a las letras de mierda también el escándalo, el puto machismo en los ruedos, acoso sexual, la violencia del pene patriarca y claro, la pobre vulvita en entonces venciendo por fin, tradiciones, sin cárcel, que cárcel es mucho.
Detrás de mis ojos, del negro que soy en mis huecos ¿con qué batería de falsos axiomas verá que escribo y nos narro el esteta del último miedo? Los tonos que oculto marcando mi mano en la sombra podrán enseñarte que danzo con altos silencios?
Magnífico villano
(alejandrinos arromanzados)
Colocando palabras en la cima de un muro se le pasan las horas desprovistas de dudas, desnortado y silente del gentío se aparta aunque igual permanece con el pueblo y el cura cosechando un pasado que se extingue en el aire.
El absurdo, incisivo, le taladra las juntas, entre el cuello y la espalda, por las cejas y el rojo de sus labios, por cada marcación que la culpa le resalta en silencio, con su sombra imprecisa resbalando filosa con su tono de burla.
Ah, patán, caballero de imposible futuro, que difícil hablarte de la noble estatura proyectada en el hueco que defiende tu pecho sin temer ofenderte, sin llamarte a la lucha, por el gusto a la guerra que se ovilla en tu vientre.
Ojalá nos perdones el naufragio que cursan nuestras vidas por causa de tus vidrios con letras, que te olvides del tono de la voz que te juzga: terrenito del odio, campesino de Roma; que no veas la tinta de las jóvenes putas.
Gavrí Akhenazi – Israel
No poema de amor
(quintetos endecasílabicos pocos ortodoxos)
Nunca amé a una mujer. Amé a esa idea de lo que yo pensaba es ser amado con todo lo posible idealizado.
Creé la convicción, que se alabea aún hoy – como aquello no alcanzado – sobre mi propia fe. Un imposible hecho de mis resortes. Y mi ansia armó mi corazón de nigromancia intentando volverlo indivisible, pero se rompió igual, como mi infancia.
Todo fue un ideal prefabricado, un grito de pasión acumulado en su propia intención. Un acertijo de este folio de vida desprolijo que soy: un irresuelto. Un desolado.
Tiempos del habitante
(hexadecasílabos pareados)
Los viejos saben por zorros, los zorros por desplumados y los que te dan el cante por profundos avisados de honduras del alma humana, apelando a ser parientes, lo que quieren, alma mía, es tenerte entre los dientes para mascarte despacio como rumiantes pasivos que eliden a la verdad, consejeros compasivos o viejos cobardes viejos que no resisten la brega y apelan a la calumnia. Ya sabés, todo se pega.
Mientras los perros me ladran con voces de gallo fino yo pienso en todo el osario que te persigue canino para morderte la boca donde queda la verdad y pasarla para el cuarto con toda su vastedad y así cambiarte la letra de firmar el manifiesto donde vale tu palabra la rúbrica de mi gesto.
Que la lealtad se pega no está escrito en ningún lado porque el tiempo con leales de suyo que está acabado y proliferan, voraces, los comedores de oreja que intentan llevarse al huerto, febriles, cualquier coneja para engordar el puchero de sus magros intereses. Haceme el favor, almita, no les ofrezcas tus preces.
Yo ya dejé de rezar por los ángeles que lloran y por los áspides bípedos que la palabra adulzoran mientras venden fraccionados benedictos venenitos en frascos de quita y pon que arrasan con los pruritos de la drogodependencia que involucra el mal amor. En los tiempos de mal frío cualquier carne da calor.
Pero vos, almita mía, sabés si vengo violento y en callarme el mal dolor hago mi mejor intento porque me gusta la vida cuando se expresa de frente aunque duela lo que salga de su boca intransigente. Y me gusta que en la almohada quede el perfume maduro de la bestia que me habita tan salvaje como impuro.
Eva Lucía Armas – Argentina
Desapareciendo
(quintentos alejandrinos)
El silencio me escupe siete puntas de espada siete bestias redondas en las que cabe el miedo acurrucado y parco como yo desolada, desaforado grito para gritarse quedo con la garganta llena de sangre coagulada.
El silencio me ciñe como un sayo de vela en un entierro inútil de dolor infinito; me amortaja invencible con un llanto de espuela que me rebaja el alma en desgastante rito para que mientras mata, me duela, duela, duela…
El hechizo del karma
Yo vengo precedida por la furia del karma y soy una karmática violentada impostura. De la maternidad me viene la ternura, de la guerra me viene nunca bajar el arma y toda esta inconsciencia que parece bravura.
El karma se ha sentado a disponer mi mesa con sus juicios eternos, circulares y heridos. Deposita en mis manos detalles prohibidos y me vuelve infinita, alimenticia, espesa y tentador potaje para los malnacidos.
Así como me ves, soy toda hechicería. Hago jugos dolientes con las voces del hombre y escribo en los papiros el nombre que te nombre cuando hiere la espada de la melancolía. No sé si soy real… o hay poco que me asombre.
Hace mucho que mi hijo dejó de visitarme en sueños. Pero aún sigo creando esas secuencias en su compañía, aunque ahora ya tengo la capacidad de llevarlo a cabo sin la obligatoria necesidad de alterar mi conciencia como recurso infalible para mantener sus recuerdos intactos.
Aún sigo siendo un fiel consumidor de cannabis. Pero ya no creo formas ni subrealidades, ahora la yerba opera como un vehículo conductor que transporta mi conciencia a una zona segura de completo relax. Mi entrada en la fase de sueño es inmediata y reparadora, aunque hoy, en especial, no lo ha sido.
Son las cinco de la mañana. Estoy tendido en la cama abrazado a mi perro, Drako. Él, partícipe de mi sobrecogimiento, se pega a mi cuerpo con denotada ansiedad. El pobre no alberga la más remota idea de ser el protagonista principal de mi nightmare, a título compartido con mi difunta esposa.
En ocasiones, los encuentros oníricos con ella son aterradores.
Necesito un café, además de una conversación con mi mujer.
«Buenos días, mi amor. Te extraño mucho», digo, ya en el jardín. Bajo el olivo que guarda sus cenizas.
Gavrí Akhenazi – Israel
Niño del laberinto
Miro a mi niño fiel. Miro su demacrada fidelidad de perro con hambruna de dueño y regreso a explicarle que el camino nunca se hace de a dos; que siempre en el camino hay una encrucijada que se toma de noche, distraídos quizás y entonces, la soledad ocupa el costado ocupable. De preferencia, que te ocupe el izquierdo, le digo, porque de ese lado está tu corazón y siempre es mejor estar solo que falsamente acompañado. La soledad jamás te traiciona. Avanza de tu mano, te lleva en brazos cuando el cansancio truena en tus rodillas y te ofrece un pecho firme cuando la reflexión es perentoria.
Mi niño fiel me mira en el espejo y veo cómo asimila sin demasiado esfuerzo mi mirada. Veo mutar sus ojos, mansamente, en un jeroglífico inconmensurable por el que solo él podrá caminar desde el cansancio.
Miro a mi niño fiel que ha diseñado a mano alzada su propio laberinto con setos metafísicos y lianas vigorosas que atrapan con sus flores sangrientas a los rayos de luz. Lo miro, satisfecho como un emperador espeluznante, protegido en su propia Ciudad Prohibida, solo y a merced de sí mismo y sus proezas.
Desordeno mi fidelidad. La corto en trozos que dejo sobre espasmos de sol, para que se agusanen mientras se secan con la estólida laxitud de lo muerto. Basta que des la espalda, le digo al niño fiel cuya mirada en el fondo final del laberinto, es un manto de espejos que deforman sus ojos y su fe, y aquello en que creías se corrompe. Pero eso no es lo malo. Lo malo es entenderlo; darse cuenta.
Mato a mi niño fiel. Solo lo mato.
No sirve para nada y espero que nunca más se obstine en renacer.
Comentar un texto literario no se remite al simple hecho de hacer una lectura superficial del mismo y agregar al pie tres palabras amables y un saludo afectuoso al autor.
Comentar un texto implica un compromiso para con ese otro al que comentamos.
Así como se establece una relación estrecha entre autor-lector, la relación inversa no es menos importante.
El tomar medida del peso de la lectura de un texto es tan necesario para el autor como para el lector es importante que esa lectura lo movilice y le produzca los impactos exactos que motiven su emoción.
Cuando se expone una obra, se la da a juicio. Por supuesto que el ego artístico desea que sea bien recibida y que todos opinen sobre su calidad con beneplácito. Muchas veces, no ocurre eso. La recepción en el público no es la esperada. El análisis de la crítica no es halagador. Queda, entonces, en el autor un regusto a derrota que le impide capitalizar positivamente lo que se le observa para conseguir un mayor abanico de posibilidades receptivas.
Por otro lado, el comentarista debe involucrarse con el autor. Analizar lo expuesto con la seriedad necesaria como para poder, dentro de su subjetividad, ser lo más objetivo posible en la evaluación de la obra que está leyendo.
Comentar un texto supone comprobar los datos que se perciben de ese autor, sus características, su estilo. Y comprender con profundidad un texto literario en sus diversas implicancias : autor, estructura, forma, contenido, es descubrir los valores estéticos que justifiquen lo leído como una creación artística.
Debemos tener en cuenta que una obra, cualquiera sea (poema, novela, relato), no tiene disociadas la forma y el contenido y ambas, en conjunto, representan una unidad artística, por ende, la forma determina el contenido y viceversa.
Sabemos que si bien existen métodos o modelos mediante los que realizar el comentario o crítica de una obra, no todos los lectores poseen ese conocimiento, por lo cual los resultados de un comentario, en general, siempre dependerán en cierta medida de la agudeza, conocimientos y aptitud del comentarista.
De acuerdo a esto, cada comentarista tendrá su estilo para enfocar el comentario y podrá hacerlo de acuerdo a sus conocimientos desde lo gramatical, lo estilístico, lo sociológico, lo psicológico o, sencillamente, desde la expresión del impacto estético que ha recibido.
También, en la elaboración de un comentario es posible seguir un orden y partir de ciertos principios fundamentales para aplicar a cualquier texto literario o a la mayoría y poder arribar a un comentario provechoso.
Al analizar un texto es necesario precisar la disposición del autor ante la realidad y su actitud o punto de vista. Se trata de visualizar el modo en que el autor interviene en su texto, como escritor y como persona.
Los aspectos a analizar e identificar serían la técnica del autor y su implicación psicológica en el texto; establecer el modo en que el autor se sitúa ante la realidad y los procedimientos que adopta, conscientemente, para transmitir su mensaje.
Antes de iniciar el análisis es preciso leer con rigor y profundidad, intentando descubrir sus valores literarios.
En esta etapa se trata de entender el texto. Se debe interpretar su estructura artística y tratar de explicar la reacción que produce su lectura. Hay que leer varias veces el texto, hasta estar seguros de haber desentrañado su sentido literal y connotativo y las dificultades lingüísticas, técnicas, culturales, que nos plantea para resolverlas en nuestro comentario.
Si es necesario, deberá hacerse uso de los libros de consulta necesarios.
Al finalizar debemos tener la convicción de que no nos ha quedado ninguna duda léxica, sintáctica o de cualquier índole sobre el texto que vamos a comentar.
El análisis de los elementos formales siempre estará en función de explicar el contenido del asunto y la sensación que produce en el lector, y en relación, además, con la intención del autor.
Solo deben tenerse en cuenta aquellos aspectos estilísticos que nos ayuden a explicar el texto, atendiendo siempre a la justificación de su uso y a la impresión que producen.
A la facilidad en el comentario se arriba mediante la reflexión y la práctica honesta y rigurosa del mismo.
Un comentario negligente, es una falta de respeto hacia el autor y hacia el propio comentarista.
A lo bonzo te inmolaste tras esa zarza que ardía en tu jardín. ¿Quién daba campanadas en tu sangre repicando bautismos? ¿Quién recitaba salmos y encendía antorchas perennes? Bandadas migrantes devoraron tu horóscopo.
Sin mapa. Perdida. En tus fronteras, ancho precipicio.
II- TENGO QUE CONSEGUIR MUCHA MADERA
Se agitan las aguas cuando lanzo un conjuro para que regrese. Se arrima, aérea. Me pregunto si será el fantasma de aquella canción pegadiza.
Rítmica, se contonea timoneada por nadie. Me entusiasman sus velas de copo de algodón, su carcasa de canela jaspeada con moteados arrayanes australes.
Me incita, cadenciosa, a expediciones temerarias sin más compañía que la de un improvisado viernes. Después de todo, el mare nostrum está al alcance de unas cuantas remadas.
Pero, el galán de la pantalla me despabila: una ola de plomo quebró su timón y mi balsa ha mutado en montaña de aserrín. Son invencibles las polillas carpinteras de mi biblioteca.
III- SIN LEVANTES NI PONIENTES
Son nocivos los grises. Uno se estanca en su miel engañosa, en su campo minado de peros. Hay que huir de su garúa de paradojas, esa niebla cerrada donde los contornos se diluyen en una cómoda ingravidez que devora los puntos cardinales.
IV- TE ESPERO
En esta metrópoli sin esquinas, te espero. Aquí, sobre las brasas de mi tatami.. Busquemos juntos esa inflexión por donde la luz se cuela. Con el alma despellejada, te espero. Sin relato ni discurso. Con las manos abiertas crucificada en calles caníbales donde florece la implacable cicuta.
Gavrí Akhenazi
Hay un túnel sin luz en su final y hay una luz sin túnel en la espesa astilla de la sombra conque la calle se devora a sí misma y a aquellos que le confian su paso miserable.
Todo en la memoria padece de un ambiguo color sepia aferrado al orín del hierro que supo ser a veces ese profundo mundo contenido en un canto que acabaron devorando los pájaros del miedo.
Ahora, aquí, en tus calles caníbales propiedad de una ciudad canibal que ha perdido su puerto nos observamos sin fragilidad, atados al destiempo de alguna edad pasada en la que imaginarnos atrapados de vida.
El mundo puede resultar frente a nuestros ojos un tímido carrusel imaginado por lo que aún no hemos asesinado de la infancia, porque, quieras que no, el dolor es capaz de asesinar las alas no nacidas y fabricar en vez de un pájaro, un lagarto.
Silvia Heidel
UNA LUZ SIN TÚNEL
Esa astilla de sombra se clava en la aorta de ciudades abandonadas por los pájaros donde el dolor ha crecido lagartos en las alcantarillas.
Allí prospera una sangre de hielo que no sabe de nacimientos. Pero hay luces sin túnel que se expanden a la vera de la noche empujándola hacia su nada con dragones de fuego .
Y, nosotros, que nos hemos fabricado esta metrópoli desprovista de carreteras sentados en una arista de fragilidad, en su acantilado de seda, podemos reconocernos en el capullo sin laberintos, que cuelga de las moreras sobrevivientes de la infancia.
Nosotros, en este instante bajo la misma estrella.
Gavrí Akhenazi
Aún podemos detener la voluntad bajo la sombra de los olivos y permanecer frágiles, solo para nosotros,
efímeramente frágiles
con las frentes alzadas a un viento pendular parecido al paso de la vida.
En el espejo el roce de los ojos tiene esa condición de la añoranza que aprendemos a borrar levantando las manos y así tapar la imagen que nos devuelve el tiempo.
Acumula, ese espejo invisible que habitamos, sus magias que nos miran, nos explican de pie como si fuéramos inexplicables allí, en ese retrato tantas y tantas veces malquerido.
A nuestro modo, hemos sobrevivido a las mareas y hasta a ciertos mareos perniciosos cuando no nos fue dada la quietud y el rigor se transformó en un hábito parapetado en los relojes.
«Cada vez que estés triste siembra un olivo», me explicaron un día.
Hay infinitas formas de sembrar un olivo en el olvido.
¿Qué hará tu corazón con esa estrella?
Silvia Heidel
¿QUÉ HARÁ TU CORAZÓN CON ESA ESTRELLA?
Él hará lo que se hace con todas las estrellas: guardar ese reflejo de joya facetada en su vientre, para derrotar a la inclemencia, y gobernar a las mareas del hábito.
Es su mirada la que me acompaña, hoy, bajo la sombra de este olivo prendido a la tierra como un sobreviviente etrusco
que se burla del paso de los siglos ofreciendo sus frutos cual distracción frente a su malicia
que exhibe su rugosidad como un trofeo a estos leones que desperezamos nuestra quietud junto a la sombra de su velo
Le he dado muchas vueltas al pensamiento de que para escribir sobre algo es preciso estar en franco contacto con aquello sobre lo que se escribirá, lo específico, lo que resulta real y tangible.
Todo aquello que se ve y también lo que se percibe es la base de la escritura, los cimientos que le dan forma a las preguntas que las realidades hacen brotar desde nuestra percepción más allá de nuestra objetividad de observador.
El proceso creador se fundamenta, muchas veces, en las interrogaciones inconscientes, esas que se disparan desde nuestro poder de observación y que construirán un caleidoscopio con aquello observado, dando de este modo paso real a la imaginación subsecuente para recrear lo ya conocido transformándolo en algo por conocer.
La realidad exterior puede ser limitante para muchos observadores, pero no con los creativos, sino que, muy por el contrario, producirá todas esas preguntas necesarias para deconstruir lo tangible y reconstruirlo ya que la escritura será el medio lógico para obtener ese resultado de reconversión.
La escritura y todos sus interrogantes, por caso, se transforman en una herramienta de autoconocimiento, donde se entretejen las diversas realidades que involucran al escritor ya sea desde la vivencia o desde la observación.
Es cuando todas esas realidades asimiladas e interrogadas se fusionan que dentro del individuo se ha abierto camino el hecho literario.
Una vez que hayamos conseguido dominar todas las ideas de nuestra imaginación reconversora de la realidad, la efectividad del proceso comenzará a signarse por las estructuras de las oraciones mediante las cuales plasmar la fusión. Básicamente, esto se logra con el ordenamiento de los elementos narrativos para que no se vea afectado el significado final de lo que estamos buscando transmitir.
Todo creador posee dos tipos de conocimiento: el de la realidad que lo rodea y el que tiene acerca de sí mismo.
La indagación profunda lleva consigo un constante experimentar con la creatividad de modo que la producción obtenida se transforma en un ejercicio de búsqueda que consiga relacionar lo conocido con lo percibido sin que en este último parámetro haya una verdadera certeza sino, más bien, un tamiz propio que dotará a la obra de la necesaria impronta que diferencia a unos de otros.
Es la imaginación recurrente sobre el reflejo que el exterior produce dentro de quien lo percibe, aquello que terminará por ser proyectado en la escritura.
Cómo un escritor indaga sobre lo que percibe es lo que definirá la fuerza o la intrascendencia de su narrativa, porque es lo que le otorgará, sin duda alguna, la voz que lo distinga.
Aspira el monte a no quedar tan lejos del horizonte.
2
Sin saber que aprendería más de lo que se enseñaba (más de lo que se esperaba), decidí marcharme un día. Y así vivo, todavía: pasajero, deambulante para siempre en el instante, propietario de mi olvido, soñador empedernido, el camino por delante.
3
Vivo sueños, sueño vidas cuando toca y a deshoras: genuinas, impostoras, ejemplares, divertidas, hasta el fin comprometidas y también indiferentes, cándidas e irreverentes… Y aunque andar así me gasta tanto tiempo que no basta, seguirán insuficientes.
4
Queda todo por delante: queda empeño, desaliento, otro sueño, un nuevo intento, otro paso hacia adelante en la búsqueda constante, larga noche, inmenso día en perpetua correría tras la suerte, solamente para verte, siempre al frente y alejándote, Utopía.
5
Tiene la arena afán de transparencia, luz en las venas.
6
Siempre estoy agradecido de tener salud, cultura, un poquito de cordura, alas, viento y más de un nido, días llenos de sentido, este corazón que siente con su pulso diferente, mi repertorio de sueños grandes, medianos, pequeños… tengo más que suficiente.
Morgana de Palacios – España
No miento
(Décima antigua propia de los cancioneros medievales)
Llega, si llega, diciendo lo que no dice ninguno con el descaro lobuno de quien más me está queriendo. Con la letra malherida me hace un traje a la medida para vestir mi desnudo. El ángel del ala rota sobrevuela mi derrota y se olvida de que es mudo.
Mi obseso de oscuridades de claridad me acomete para poner en un brete a mis clandestinidades. Si habla por mí, mi boca despliega un alma barroca y se la ofrece al mordisco, pues lo nuestro es una guerra con los pies sobre la tierra y el corazón levantisco.
Porque no me tiene miedo mi verso nunca le miente cuando va del beso al diente o lo elige como credo. Mi más íntimo enemigo no me escatima el castigo que implica su realidad, mas como sé que se apuesta la letra en cada respuesta le pago con mi verdad.
Gavrí Akhenazi – Israel
Todos los días son De los Difuntos
El Día de los Difuntos llueve sangre sobre el día llueve con pura porfía sangre de muertos adjuntos. Llueve. Son las muertes untos que esparzo en la llagadura. Muerto voy sin sepultura con tanto muerto inocente y muerto doy el presente en un mundo de locura.
¿De qué te quejás princesa en tu mundo de papel? ¿Se te marchitó un clavel? ¿La salsa te salió espesa? Vivir es una proeza que merece su respeto, porque vivir es un reto y en tu mundo hay luz brillante. Hay otro mundo distante donde Dios murió de quieto.
Vengo de la oscuridad con la blasfemia en los dientes mordiendo a los indolentes malditos de liviandad. Vengo de la mortandad. Llegue un día de Difuntos a morir con muchos, juntos, y por más que siga vivo la muerte es un adictivo que gana todos los puntos.
Morir por morir se empieza o se empieza por matar; se estrena prostibular toda agalla en su entereza. Los moridos de riqueza misérrimos por doquier van sin morir ni entender, parias de la circunstancia. Buitre no aprende constancia; te almuerza… sin fallecer.
Tiros de gracia y gusanos niños y mujeres muertas pobre, ricos, lindos, tuertas en manos de los insanos. Ya no creo en los humanos no creo en los elefantes ni creo en tantos distantes descreo de Dios y el Diablo y descreo del vocablo. La vida no está adelante.
La muerte si. Tanta junta tanta sin ton y sin son como un burdo diapasón que invoca una marabunta. Igual. Nadie se pregunta si tiene acaso un hermano si algún hombre le es cercano por afuera de su ombligo. Soy ira y dolor. Maldigo a todo el género humano.
La «poética del arrebato», el proyecto Ultraversal
por Gavrí Akhenazi
Es muy difícil hablar de lo que se hace; tomar distancia y hablar de Ultraversal. Al menos a mí, intentando armar conceptos en este editorial, se me produjo una especie de conmoción porque cuando los proyectos se llevan adelante, el proyecto te absorbe hasta el punto de perder la verdadera dimensión del mismo. Solamente uno se aboca a trabajar en él con toda su libido al servicio del objetivo y pierde la noción de «proyección» que el susodicho proyecto pueda tener o el impacto que logra en los demás.
Entonces, el editorial me obliga a detenerme y mirar y por sobre todo, a reflexionar sobre la historia de Ultra, que ya lleva más de 18 años en el aire y ha formado escritores que hoy se pasean por el mundo ostentando sus premios.
Ultraversal puede enorgullecerse de los nombres famosos que han pasado por sus entresijos.
En dieciocho años largos que Ultra está en el aire como Proyecto Cultural, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que de nuestro semillero han salido poetas y escritores que hoy están en los catálogos de esas editoriales que todos nombran y de otras muchas y que, cuando entraron a nuestro proyecto no podían distinguir una sinalefa de una sinéresis aunque hoy den conferencias.
Solamente hay que ir para atrás en las historia del foro, porque todo está escrito y lo escrito no permite mentir, ya que una de las premisas de Ultraversal, es que no se borra nada de lo que en ella se escribe.
La corriente literaria del Proyecto se llama «Poética del arrebato». Ese es el nombre que Morgana de Palacios eligió para bautizar el mecenazgo que encaró, porque Ultraversal es un proyecto gratuito, costeado por su fundadora y sin ningún fin de lucro. Se trabaja en él desde y por el amor a la literatura y en defensa de la literatura.
«Poética del Arrebato» porque la escritura es una movilización interna, íntima. que desafía los límites de la creatividad y detona la fuerza creadora del artista poético. Se basa en el sistema motivacional, en que lo que alguien dice despierte en el otro el ansia de crear y de hacerlo con calidad y excelencia. Que se muevan sus mundos interiores y suelten la voz oculta que todo escritor tiene.
La premisa es que todos aprendan de todos, que todos ofrezcan a todos la honestidad de la apreciación, y de ese modo, el crecimiento es conjunto.
A diferencia de otros proyectos que quisieron copiar el modelo Ultraversal, nosotros priorizamos la calidad sobre la cantidad. No nos interesa tener cincuentamil claques que se aplaudan y alaben unos a otros, sino cincuenta miembros solidarios que quieran crecer en conjunto ayudándose los unos a los otros desde la más profunda honestidad.
Por ende, todos somos iguales ante la ley, no importa si venimos de los catálogos de las editoriales o de la cocina de nuestra casa. No importa cuál fue nuestro recorrido literario antes de ingresar a Ultraversal, porque si decidimos poner nuestro conocimiento en este proyecto exigente y altruista, importa lo que hacemos, no quienes somos y por sobre todo, lo que creo que nos hace posibles, es si lo que hacemos, lo hacemos bien. Y en este punto, a las pruebas me remito. El que quiera certificar mis palabras, puede pasear por los anales de Ultra y verá nombres que rubrican lo que yo digo aquí.
Muchas de estas personas no dirán: «yo aprendí en tal lugar a escribir como escribo», porque el ego del artista es superior a la calidad humana en muchos casos, pero el mayor orgullo de Ultraversal es justamente haberlo conseguido, no estar en la boca de aquellos, sino saber que aquellos son esos que Ultraversal formó.
Así que, «formamos» es el término. Y la premisa es «se puede».
Tú te anticipas, yo actúo cuando no tiene remedio y están los ojos del tedio fijos en mí, como un búho. Hasta que me desvirtúo con mi vestido de insecto y llego al fín del trayecto gris, desvalida y opaca, no salgo de la cloaca ni me alzo en vuelo perfecto.
Duermo poco, tengo afán de permanente vigilia y el sueño de mí se exilia con despechado ademán. Sólo despierta el desván de los sueños se me ofrece y es entonces cuando crece – con qué infinita paciencia- la flor de la efervescencia que entre mis versos, se mece.
Y deliro, como tú, arrebatada la frente más fría si más ardiente, dúctil caña de bambú. Plumita de marabú vilano de cualquier viento, cosquilla del sentimiento que se ríe de sí mismo. Deliro mi agnosticismo con la fe del irredento.
Morgana de Palacios
Si te digo piel de musa me rebanás el garguero y prefiero otro entrevero que morir bajo esa excusa. Para la ruleta rusa, me toca siempre la bala así, en tus manos, resbala mi cerebrito licuado. Y tu verbo, ensangrentado, en su pasión se acristala.
Pero es verdad que mi rumbo va siguiéndote el donaire, silbando bajo, al desgaire, como mosquita, te zumbo. Y si me amenaza el chumbo de tu mirada esmeralda, tu corazón rojo y gualda contra mi blanco y azul, sé que no ves un gandul olisqueándote la falda.
Porque aunque todos te digan que yo no soy para vos, que sos buena y yo feroz, nuestras semillas, espigan. Las pasiones desobligan a lamentar tanto muerto y a descabezar al tuerto que escupe malas miradas. Con las almas anudadas cruzamos cualquier desierto.
Gavrí Akhenazi
Si me dices piel de musa te condeno al ostracismo, que es un término en sí mismo del que hasta el más tonto abusa. Por debajo de la blusa se me «alergiza» la piel cuando veo en el papel el nombrecito de marras. Me gustas más si desbarras saliéndote del riel.
Anda, no delires tanto ni te busques más problemas que mi nombre en tus emblemas aumentará tu quebranto. Precisamente el encanto que tiene la situación, es que somos en función de cómo se mueva Eolo, ajenos al protocolo que requiere cada unión.
Que eres tú mucho poeta y no te hace falta alguna, cualquier musa inoportuna que quiera darte la teta y luego te comprometa a serle fiel de por vida, cerrándote la salida para el verso libertario. Quita, quita. Solitario te lames mejor la herida.
Para cruzar el desierto mejor sin musa ni muso, que ambos somos multiuso en cualquier terreno incierto. Con el pecho al descubierto y el corazón al galope, tendría que ser miope para no sentirte cerca. Soy altiva mas no terca si el tipo es cinemascope.
Morgana de Palacios
Si me aguanta, le respondo; pero más si viene fresca me gusta su picaresca y su garbo sabihondo. No se me da el cante jondo, pero a la pasión me entrego y en el amor soy tan lego como un dinosaurio fósil. Aunque su verso es tan dócil que me envuelve su dondiego.
Me tiene en muy alta estima su pensamiento poeta pese a que soy pura jeta en asuntos de la rima. No me hallo en la tarima, señora de mis quebrantos y asusto con mis encantos la modernista vanguardia. Sabe bien, pura metralla, mato diablos, bajo santos.
Divertido por bocón, rapidito en el negocio de achurarle el tiempo al ocio y alegrar su corazón. Cuando me mande al rincón, por zarpado y lenguaraz va a extrañar mi mente agraz en esta vida difusa. Usted, mi pasión, mi musa, yo apenitas, verbo audaz.
Gavrí Akhenazi
Tiene usted muchas pasiones cordobés de pacotilla, y yo estoy en la otra orilla estrangulando emociones. Siendo un As de corazones lleva repleto el petate de mujeres en combate por su músculo cardiaco. No me meta en ese saco no sea que me arrebate.
A jetón nadie le gana. ¿De dónde saca, querido, esa humildad sin sentido que me deja en la ventana? Con precisión cirujana se cachondea de mí clavándome el bisturí -volviendo a llamarme musa- en la dermis que, contusa, tiembla como un alhelí.
Ays qué malo, malo, bicho, de siete suelas, ladrón, mosasauridae cabrón que me pone en entredicho. Retráctese de lo dicho, que me jode el estandarte, y se está jugando el arte de la diversión conmigo, pues me iré como castigo con la música a otra parte.
Morgana de Palacios
Tan linda venía la joda, compañera de quilombo, que le iba a comprar el combo a su enjundia de rapsoda. Pero ya vio, está de moda y en auge la boludez del derecho y del revés sin que se entiendan razones. De punta, con mis tapones ando partiendo clichés.
Se me encolmilla la risa de animal de dentellada cuando hiende la pavada la verdad, sin cortapisa. Yo, que vivo en la cornisa del desastre y la tragedia parezco la Wikipedia: no hay guerra que no haya visto. A veces no sé si existo porque el mal, no se remedia.
Entonces, soy un iluso, todavía un serafín que va de uno a otro confín, ya desalado, contuso. Pero ¿sabe? me rehúso a resignar la bandera y aunque así mi vida entera sea un profundo fracaso no me arrodilla el ocaso. Sueña la paz, mi quimera.
Gavrí Akhenazi
Uno intenta ser amable como vendedor de tienda, por ver si el errado enmienda del verbo lo reprochable. Asertivo y agradable hasta que la mala baba de la prepotencia acaba con la paciencia más pura. Nunca fue Literatura lo que tu escritor soñaba.
Y se te afila el colmillo y las uñas se me afilan y los ojos que vigilan las estancias del castillo se vuelven torvos cuchillos para proclamar verdades. No sé si son las edades, las experiencias, el mundo y lo que tiene de inmundo lo que mata libertades.
Al final, la realidad llega con su cara acerba y consigue que nos hierva la sangre a su voluntad. Ni siquiera en la ciudad de la Utopía perece la hipocresía que crece entre mansedumbre escrita. ¿Quieres verdad? Dinamita el ego cuando aparece.
A grandes rasgos, la utilización de las personas gramaticales en la narrativa está directamente relacionada a cómo se plantea el discurso desde el ámbito de la «voz narradora».
Para el planteo de sus discursos, la «voz narradora» adopta, podría decirse, dos posiciones básicas, que pueden a su vez estar imbricadas o perfectamente distanciadas entre sí.
En la primera posición, se produce una invasión del que refiere el discurso sobre su discurso referido. En la segunda, el discurso de la voz primaria –discurso del que refiere– opta por separarse de la voz secundaria –la que lleva adelante el discurso referido–.
Esta posición ocurre en ausencia de un narrador introductor del discurso de personaje. El narrador deja que solo hable el personaje y no asume en ningún momento la palabra desde un plano de ajenidad a lo dicho o a lo sucedido.
Cuando se presentan dos registros diferentes y claramente diferenciables en el distanciamiento de la voz narrativa con respecto a la voz del personaje, se marcan claramente las fronteras entre ambos discursos.
Esta separación se enfatiza cuando se utiliza notablemente el sello atributivo y se insiste en dar protagonismo a los verba dicendi: dijo/comentó/contestó/repitió. Indica clara o implícitamente la separación de dos voces y cuál es el nivel en que se desarrolla el discurso de una y otra.
Existe una posición especial en la cual el narrador hace suyos los dichos, pensamientos y sentimientos del personaje y los expone, de modo que no hay coexistencia de dos instancias discursivas en un mismo nivel.
Esta variedad aparece cuando la figura del narrador presenta algún grado de contaminación o mimesis con el discurso del personaje.
Podríamos explicar esta variante como un narrador de acciones verbales ajenas o propias que adhiere estrechamente al texto de esa acción verbal sin cederle la palabra al sujeto que la ha ejecutado.
Manteniéndonos dentro del ámbito de la «voz narradora», la distancia o cercanía con lo narrado se manifiesta en el uso que se hace de las personas gramaticales. Originalmente, se configuraba el uso de la 1ª persona para la narración «autobiográfica» y la 3ª se suponía para toda narración «no autobiográfica».
En realidad, lo que se le plantea al autor no se cimenta en este tipo de paradigmas, sino que sus narradores pueden estar fuera de la historia o presentes en la historia y para estas «presencias» puede incluso apelar a personajes secundarios y no necesariamente protagónicos.
Frente a esta perspectiva, observamos diferentes categorías:
a) El narrador se refiere a sus personajes con pronombres de 3ª persona o por sus nombres Ejemplo:
«Marcos estaba junto a la ventana, pensativo. Ellos había arribado temprano a la estación […]
b) El narrador opta por el yo. Esto remite a que todo lo dicho es propio a ese narrador en su calidad de tal y solamente cede su posición discursiva frente a otro personaje en uso de la palabra mientras éste se refiere a sí mismo.
Ejemplo:
Me había detenido junto a la ventana y observaba las vías. (yo) -Todavía es temprano -dijo Marcos- Iré por allí a ver qué está pasando. Debería haber traído abrigo -repitió mientras pensaba «Ya lo dije varias veces durante el camino hacia aquí. Es que el frío me aprieta el esqueleto». (él)
En este caso, Marcos habla de cosas que le competen y el narrador de primera se sitúa en la escena y sitúa al lector también en ella.
Asimismo, en este apartado, encontramos los narradores múltiples que corresponden por separado a diferentes visiones de un mismo hecho y que funcionan como narradores independientes en diferentes secuencias o capítulos, dentro de la misma estructura textual. En un capítulo habla Juan y en el que sigue habla María, pero ambos relatan a su modo la trama general de la historia, desde sus propios puntos de vista y con sus propias vivencias.
c) Una subcategoría de lo anterior es cuando el narrador habla de sí mismo o «se autoapela», utilizando la 2ª persona. Este caso se aplica a los llamados «discursos interiores» que corresponden a diálogos con el consigo o en «flujo de conciencia».
La diferencia con el narrador anterior radica en que el narrador de 1ª se habla a sí mismo como si fuera otra persona o le habla al lector. Un ejemplo práctico de esa apelación al tú es la escritura de una carta en la que el narrador de 1ª relata todas sus peripecias «contándoselas a alguien».
Ejemplos:
A su consigo: «Al final, imbécil, estamos aquí atrapados otra vez y es tu maldita culpa que yo me sienta como se siento ahora». Mientras hablaba, mis ojos en el espejo frente a mi imagen, iban deteriorando su expresión. «Te lo dije. Te lo dije», agregué y me señalé ahí, en esa imagen escuálida en la que me veía. Me repetí: «Te lo dije, idiota, pero nunca me haces caso» y me fui de espejo para dejar de verme.
Epistolar: «¿Sabes? Por aquí está empezando a hacer calor y el viento se ha suavizado. Me gustaría verte, si eso fuera posible».
Al lector: «Como bien habrás advertido, mi querido lector, el narrador de segunda se usa poco porque ya estás viendo que sus posibilidades son complejas y restringidas. Iremos contigo paso a paso y así comprenderás».
d) El narrador se refiere a sí mismo en 3ª persona para luego alternar esta distancia discursiva con la 1ª.
Ejemplo de esto, sería algo como la letra de este tango:
Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Sabe que la lucha es cruel y es mucha pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina… Uno va arrastrándose entre espinas Y en su afán de dar su amor, […] Si yo tuviera el corazón… (El corazón que di…) Si yo pudiera como ayer querer sin presentir…
Las personas gramaticales ofrecen una amplia y rica gama de posibilidades narrativas que alejan a los discursos de los elementos convencionales que les supone la ortodoxia.
Ofrecen un interesante juego de movimiento textual y ayudan a cubrir una paleta de expresividades no convencionales que amenizan y recrean desde diferentes ángulos lo puramente narrativo.
Sin embargo, para que no se produzcan desbalances o quiebres interpretativos, el juego entre las personas gramaticales y los discursos que les competen dentro del entramado de voces generales, debe ser construido con delicadeza, coherencia y eficiencia, para que el resultado no acabe en un galimatías en que los roles discursivos se superponen y confunden con la consecuente dificultad para el lector.
António Emílio Leite Couto, conocido como Mia Couto, nació en Beira, Mozambique, en 1955. En 1972 se instaló en Maputo, donde comenzó a estudiar Medicina. Dos años después abandonó sus estudios para dedicarse al Periodismo. Fue director de la Agencia de Información de Mozambique (AIM), de la revista Tempo y del diario Noticias de Maputo.
Su carrera literaria se inició en 1983, con el libro de poemas Raiz de Orvalho, al que siguió, en 1986, su primer libro de cuentos, Vozes Anoitecidas. Ha publicado novelas, crónicas y relatos breves. Su novela Tierra sonámbula fue elegida como uno de los doce mejores libros africanos del siglo XX por un jurado reunido con motivo de la Feria Internacional de Zimbabwe.
En 1999 Mia Couto recibió el Premio Virgílio Ferreira, por el conjunto de su obra.
En 2013 recibe el Premio Camões, el más prestigioso que se otorga a la creación literaria en lengua portuguesa, convirtiéndose en el segundo mozambiqueño en recibirlo.
Tanto en la realidad como en la virtualidad, suele salir la discusión acerca de qué es publicable o no. Es un tema que ha conseguido perturbarme desde que —a través de internet— comencé a leer textos vacíos, repetitivos, mal formados, con verdaderos problemas de escritura en estos «espacios virtuales», que, frente a las plataformas de libre publicación, salen a la venta de manera irrestricta.
Muchas cuestiones me llaman a la reflexión:
1) Las ideas que no progresan.
2) Lo inverosímil de lo que leo.
3) La falta de formación en el oficio de escritor.
Y podría seguir enumerando porque en la generalidad no hay quien acierte con las correlaciones verbales aunque sean errores cuasi delictivos ni le encuentre uso a la coma y ni qué decir del punto y coma.
Luego, está el tema de los seguidores a los que —teóricamente— debe llegarles el mensaje de lo que uno ha escrito. Para ello, me planteo el supuesto de que a la mayoría les interesa el tema literario en cualquiera de sus formas (lectura, escritura, análisis de texto, infografía literaria) ya que siguen a un escritor, integran comunidades literarias y promueven sus propios escritos en cuanta plataforma virtual tengan a mano.
Pero, aquí comienza el calvario de demostrar la hipótesis precedente ya que yendo a la contabilidad pura y dura, nos encontramos con la sorpresa de que, apenas, el escritor de nuestro estudio cosecha unos pocos comentarios que no dicen nada, un montón —tampoco excesivo— de emoticones, pero pocos, por no decir ninguna opinión relevante y con relevante me refiero a incidir con objetividad en lo leído y que realmente le sirva. Se le tiran flores y paremos de contar.
Por supuesto, existen las excepciones, como en todos lados. Pero son justamente eso: excepciones.
Infiero que la gente le teme a los debates literarios o a dar una opinión realista de lo que ha leído porque le teme a su propia carencia de recursos, ya que es lo que abunda, es lo que hay, es lo que hacen todos y es lo que está emparejando hacia abajo al arte expresivo hasta el punto de sumirlo en una chatura infamante.
En un altísimo porcentaje de trabajos, no se ve una mínima «corrección del corrector de Word», porque una enorme proporción de los que se autotitulan escritores (desconociendo lo arduo y complejo que es realmente llegar en serio a serlo o creen en los espejitos de colores que les venden quienes lucran con «Se escritor en catorce movimientos» ) ni siquiera tienen el buen tino de editar las mayúsculas de versos que no son esticomíticos sino que pertenecen a un fraseo semántico consecutivo o sea, a versos que si los distribuyéramos en prosa, resultarían en una oración que debería leerse de esta manera: Hay que Sacar las mayúsculas DE principio DE Verso, Cuando Todas las palabras Conforman Una misma idea.
¿Un emoticón se puede tomar como opinión? ¿Un autor puede considerar el emoticón que le coloca un seguidor como una opinión? Creo que no. No se puede tomar como una opinión. Una opinión es expresarse con varias palabras después de haber reflexionado y llegado a una conclusión.
¿Qué conclusión es un emoticón? ¿Me gustó? Y entonces, frente al dedito levantado o las manitos aplaudiendo, uno se pregunta: ¿Qué le gustó a esa persona de lo que leyó?
El autor ignora lo que el lector percibe, porque un like u otro emoticón sirve para justificar presencia, si acaso no la mecanicidad de ir repartiéndoselos a todos los contactos pero no para saber qué recibió el lector de lo que uno dijo o si entendió o no entendió lo que se dijo o si por lo menos pensó lo que uno dijo.
Ahora ¿por qué no debatir? Una red social ¿no es intercambio de experiencia entre personas? Entonces ¿por qué evitar un debate o por qué evitar ejercer el sano ejercicio de opinar?
Esos son mis puntos en este asunto.
En la segunda parte de mi hipótesis me formulo la siguiente pregunta: ¿Cuál es el modelo de lector que sugieren los espacios virtuales (google, facebook, twitter y demás)? ¿Es posible escribir para «todo el mundo»?
Mi respuesta, hoy, es: no.
Un autor es una recuperación de un para quién. Ese «quien» es el otro, el lector.
¿Por qué reflexiono sobre esto? Porque cada una de estas plataformas donde las personas escriben no es sino la constatación de que el otro, en ellas, no existe como lector que se diga lector, sino apenas como un mero espectador, alguien que está de paseo en una plaza con gente, un hombre apurado por sus propios escritos que no deja huellas en los escritos de los que sigue, más allá de un emoticón, la mayor parte de las veces como un elemento de autropreservación, para que, a posteriori, el agasajado con él se vea en la obligación de ir a su muro a devolverle la gentileza.
Las huellas de estos lectores son efímeras, inconducentes, porque todo se dirime con un pulgar alzado, una carita sonriente o con el silencio. Esa es la dicotomía intrascendente que todo lo divide en me gusta y no me gusta, en el caso de que haya habido alguna clase de lectura referida.
Mi opinión es que la amplia mayoría de las redes sociales y sus plataformas impersonales y multitudinarias, han destrozado hasta desaparecer la figura del lector como ente participativo en el feedback de la creación literaria y al desaparecer el lector, el autor pierde la única referencia que tiene por objetivo el hecho comunicativo.
La llanura minada se convirtió en el exótico lomo de un armiño y durante los días sin sol, fue aquello lo único que uniformara el paisaje hasta que la mirada daba con los bosques de niebla: una sedosidad blanca, que fulgía.
Todo en los ojos era aquella quietud, leve y helada, que ocupaba los hombros y las barbas, los gorros y las manos, los rincones, desde el alba a la noche y desde la noche al alba.
Los niños del páramo jugaban a armar figuras a las que colocaban pipas de palo y manos de ramitas sin hojas. Bautizaban a todos sus muñecos con nombres milicianos y les cantaban himnos o inventaban para ellos marchas de desfilar.
Los hombres reían con los niños y sus ejércitos de muñecos de nieve y jugaban con ellos, como niños.
La vida iba pasando hecha de luces blancas y fuegos de artificio en los cielos lejanos que no estaban ahí. Podía verse en la noche el resplandor desde el páramo alto.
Era la guerra, que pervivía iluminando la noche como largos incendios que tronaban sobre otras distancias, casi en otros mundos con historias ajenas a la del Pueblo de los Siete Campanarios.
El sacerdote era un ministro hábil. Sabía hablar a la gente con una lengua rápida, seductora y sensible y golpes de timón efectistas y productivos.
Enseguida tuvo un templo para que todos oraran y un aula, para recuperar a tanto niño para Dios en base al catecismo.
Revolvió por sí mismo en el arcón del párroco anterior y se hizo con todo lo que pudo para que su función al frente de la grey tuviera calidad religiosa suficiente.
Puso a los hombres viejos de habilidad mediana a restaurar los íconos en las paredes deshechas por las bombas y con la ayuda de los dos pescadores que lo habían rescatado del mar, recuperó el campanario de los muelles que en el último ataque había perdido por los suelos su campana, cuando la artillería alcanzó el yugo. Echándola a vuelo, dio por bendito al pueblo renacido del último desastre.
Bendijo también el sobredimensionado camposanto detrás de la capilla-barraca miliciana y celebró por los difuntos, por los vivos y por los heridos todos los oficios que las mujeres le pidieron.
A Don Miros, como lo llamaba ya la gente, le gustaba pasear por los puestos de guardia de la boca del puente.
Llegaba con la siesta a saludar a los milicianos y se quedaba con ellos hasta un rato antes del atardecer, jugando cartas y contando anécdotas. Los hacía rezar antes de irse.
—Usted más que un sacerdote, parece un contador de fábulas —le había dicho Jael uno de aquellos días en que Don Miros entretenía a su tropa con pequeños relatos y transformaba a tanto hombre golpeado en tímidos muchachos que reían.
—La vida está hecha de fábulas, amigo mío —respondió el sacerdote, que tenía una sonrisa inhóspita a pesar de la afabilidad constante de su rostro–. Malo del hombre que así no lo comprenda ¿Cuántas veces tendrá que repetir su moraleja?
—Supongo que esa es la condición humana. El analfabetismo vital y vitalicio — replicó Jael y se alejó del grupo, porque entre Don Miros y él la empatía parecía imposible de concertar.
El sacerdote lo siguió con los ojos, distrayéndose momentáneamente de los demás milicianos que bromeaban.
Ya Irena le había comentado que el comandante Jael era un hombre difícil, de respuestas complejas y de actitud cínica, con el que era más que dificultoso simpatizar, porque él no lo permitía.
«No lo intente», había agregado Irena «Él levantará una barrera si lo hace. Debe esperar que él se acerque a usted».
A Don Miros la muchacha le pareció sabia e intuyó que hablaba por su propia experiencia.
—¡Tibor! ¡Binoculares!
Todos los hombres levantaron los ojos y el mocetón corrió con los prismáticos hasta su comandante, que observaba fijamente la línea entre el bosque y la planicie.
También él vio que algo se movía en un bloque disperso, como muchas partículas que fueran adentrándose en desorden hacia el manto de nieve.
Los demás milicianos tomaron sus armas y ocupa-ron sus puestos, tratando de enfocar en la distancia esa nueva incursión del enemigo.
—Parecen animales desde aquí —murmuró el sacerdote—. Ciervos tal vez.
Jael retiró los binoculares de sus ojos.
Una vaporosa máscara de aliento le envolvía los gestos que no hizo cuando apoyó su mirada sobre toda la tropa en posición.
Le extendió los prismáticos a Tibor y el muchacho enfocó nuevamente aquella mínima marea que avanzaba como un confuso éxodo de hormigas.
—¿Son personas? —se preguntó el joven— ¿Soldados?
—Marchan muy desordenados para ser una patrulla. Desertores quizás. De cualquier modo, aún están muy lejos. Hay que dejar que las minas hagan lo suyo. Nos encargaremos sólo si alguno sobrepasa la línea de minas.
—¿Y si no fueran soldados, comandante?—quiso saber Don Miros—¿Si fueran personas…civiles solamente?
—Mala suerte.
El sacerdote se evitó las muecas y solamente extendió la mano hacia Tibor, con un susurrado «¿me permites ver?», que el muchacho acató luego de un gesto afirmativo de su comandante.
—En cuanto estallen las primeras, entenderán que no se puede pasar –aclaró Jael, echándose aliento en las manos heladas que el frío le entumecía hasta hacerle perder la sensación de tenerlas.
Las sacudió varias veces, tratando de recuperar la movilidad que el agarrotamiento entorpecía y tomó su lugar frente a la nueva contingencia.
—Haga usted de vigía, iepiskop. Espero que no se impresione cuando vea volar tanto pedazo.
—No soy obispo, comandante —aclaró dulcemente el sacerdote, sin dejar de mirar lo que miraba.
—Igual están muy lejos. Se va a ahorrar el horror. No va a distinguir nada hasta que lleguen a las líneas antitanques —siguió diciéndole el comandante, sin mirar a Don Miros, con un tono metódico de pocas inflexiones—. Ya habrán volado varios para entonces… así que dejarán de avanzar.
En los ojos del sacerdote, las figuras sobre la nieve parecían ya zorros, ya conejos. Mínimas manchas oscuras, por momentos visibles o invisibles.
El sonido rotundo y explosivo se propagó vibrante por el aire, al tiempo que la nieve se elevaba de forma repentina, igual que un resoplido blanco desde lo más profundo de la tierra.
—Empezó el show —comentó el comandante y todos los hombres fijaron sus ojos en las miras y apuntaron al grupo, mientras desde los bosques se alzaban chillando los pájaros, en círculos.
Una segunda explosión se propagó como un temblor de tierra.
—Comandante… creo que tiene que ver esto —farfulló el sacerdote que observaba el decurso espantoso de los hechos, con un gesto alelado.
Jael extendió una mano y recibió los prismáticos, sonriendo mordaz con un mal pensamiento en la sonrisa sobre la curiosidad del sacerdote.
Las manchas corrían ahora, desbandadas.
Perdida en la manta nivosa, una estampida de pequeños muñequitos oscuros corría hacia adelante, como si el viento despetalara una flor seca.
Hubo más estallidos y más nieve, mientras los milicianos fijaban intensamente en sus miras al objetivo que corría hacia ellos, en una desquiciada e imposible empresa.
—Son civiles —aventuró alguien, entre el resto que observaba el desorden del avance.
—Son niños. Maldición… maldición… No puede ser. Son niños.
Hubo un enorme silencio entre la tropa. Un silencio invencible en los fusiles, en las nubes de aliento y en la escarcha, luego de los dichos de Jael.
El comandante bajó los prismáticos como sus hombres bajaron las armas.
Permanecieron todos mirando hacia adelante, donde seguían estallando minas que sembraban de sangre la nieve removida.
Llevo varios días dándole vueltas a la cosa y planteándome si escribir sobre esto no es, de algún modo, oportunista.
Quizás lo sería si fuera la primera vez que toco el tema o que miro hacia ese lado con cierta atención. Pero no. Este tema, el de esta humanidad de leviatanes, como dijo alguna de mis colegas poetas en el Foro, es el único y excluyente tema que he tocado en mis libros ya sea de manera tangencial o de manera directa. Toda la vida escribí sobre «las guerras» en que la Humanidad ha desarrollado su estilo de vida.
En realidad, he hablado sobre los hombres en las guerras porque me ha tocado servir en unas cuantas a lo largo de mi vida y creo que este oscuro desengaño con lo humano que me asiste y corroe, se ha producido a partir de conocer la cosa desde adentro, desde los hospitales de campaña, desde el rescate de los niños soldado, desde los huérfanos de guerra de los que nadie se hace cargo, desde las interminables columnas de gente a pie que huye de zonas en conflicto arrastrando sus almas hasta sitios en donde se les da la espalda por su color de piel o por su origen.
He visto tantos muertos, tantos muertos, que he perdido el asombro y he perdido el dolor.
Ahora, que esta guerra que es una guerra más y no «la guerra» ocupa todas las pantallas de los hombres, la boca de los hombres, los ojos de los hombres y el miedo de los hombres, me pregunto en dónde subyace la diferencia entre una y otra masacre si todas son masacres y si son niños, mujeres y hombres de a pie los que mueren en ellas. Qué diferencia hay entre una aldea en un lugar que nadie encontrará en el mapa y una aldea en esta nueva guerra que ocupa con sus gritos el resto de los gritos.
No pretendo hacer un alegato sino que me pregunto por qué hay tanta muerte que no le importa a nadie ni se habla de ella. Tanto niño anónimo muerto al costado de un camino por el que escapaba solo entre otros solos, ahogado en el Mediterráneo, bombardeado en su cuna, arrancado del vientre de su madre por un tajo de machete, enfermo de pestes que la Humanidad ya ha superado porque no hay nadie de las «humanitarias» que llegue hasta él con los medicamentos.
Ahora veo por todos lados voces y alegatos, poemas de dolor altisonante, banderitas como aquella vez de Charlie Hebdó, cuando todo el mundo era Charlie Hebdó cuando nunca fue nadie de todos los otros Charlie Hebdó que han muerto desde siempre.
Y luego, todo lo que no dio ninguna de las otras guerras que ocurren concomitantemente a esta –en lugares que no le importan a nadie– invadirá la poesía de esta parte del año y se olvidará de esto en cuanto acabe, como el hombre olvida constantemente todo.
Hoy ya no puedo leer lo que leía. La poesía, en su significado más íntimo es invariable porque habla de aquello que implica lo universal y es el mundo el que un día, por una circunstancia como esta, se mune de unas voces que cambian sus discursos, cada una a su manera y de este modo ilustran y acompañan un retazo de la realidad que lo constituye.
Luego, cuando baje la marea o se naturalice, la poesía olvidará para regresar a los problemas poéticos que siempre la han nutrido: soledad, amor y desamor, tristeza, individualismo, inconformismo y ese tipo de asuntos personales, tan propios de la indiferencia del ombligo.
La poesía, vestida con sus nuevas máscaras, también en este caso, con su Carnaval de Venecia acompaña la guerra en un mundo en que la palabra ha fracasado desde siempre.
Para crear efectivamente un personaje se debe creer en él. Un personaje no es un artificio sino una creencia, una certeza. No es una fabricación, un invento, sino una existencia.
Los personajes están vivos y se comportan como están: de forma viva y no como muñequitos de papel que el autor acomoda según le parece a la funcionalidad que quiere darles.
No se le tuerce el brazo a un personaje. El personaje le tuerce el brazo –o la idea– al autor, cuando logra manifestarse en toda su magnitud y expresarse según él mismo a través de un narrador que lo interpreta, lo secunda, lo avala o lo cuestiona como a alguien –no algo– que se puede tocar y que está ahí, con su propia idiosincrasia y sus propios elementos psicológicos que van apareciendo conforme el personaje se revela al tiempo que se rebela contra las imposiciones que el autor quiere que asuma.
Un personaje realmente creíble empieza por un autor que lo acepta sin condicionarlo, sin imponerle restricciones que son suyas y no del personaje: ese «pudor» que refieren muchos autores a la hora de que su personaje diga realmente lo que debe decir para ser un elemento fidedigno dentro de la narración.
Ya sea que el tipo sea un pobre anodino que no puede quebrar con su estoico anonimato o que sea un héroe inverosímil, el lector creerá en él porque ambos aspectos están desarrollados con la eficacia de la realidad. Lo más increíble se vuelve real si se ha trabajado de tal forma que así lo perciba el receptor del texto. La exageración de rasgos nunca es buena si no está trabajada en un contexto de otros rasgos normales que también adornan la misma psicología como elementos propios de la universalidad.
El lector siempre busca un grado de identificación independientemente de que el personaje con el que intenta eso sea un oficinista o un elfo. Es el personaje y sus características naturales las que consiguen la empatía necesaria que lo vuelva un villano o un campeón en la cabeza del lector.
Depende de la pericia narrativa del autor obtener un buen resultado del poder de sus personajes y para ello, el rango de credibilidad depende del equilibrio que se ponga en la construcción del rasgo. Por eso, para construir un rasgo creíble, debe creerse en él y estar convencido de que ese rasgo puede ser develado de manera efectiva en el desarrollo del plano psicológico más allá de las filias y las fobias del propio autor.
El error común es que el autor ve un personaje, una «creatura», cuando la cosa es justo al revés. El personaje es el narrador que habla sobre ese «creador» de sí mismo que es el personaje.
Muchos autores bisoños aplican a sus personajes características que condigan con la personalidad que le presuponen a su personaje. Si es un tipo valeroso, heroico, será alto, bien puesto y con una nobleza a prueba de tentaciones, porque no hay nada más fácil que estereotipar al personaje sin permitirle su propia humanidad. Es lo que el autor presupone que debe ser y no lo que el personaje «humano» es realmente. Por eso, la deshumanización de los personajes resulta tan notoria y se ve (generalmente en muchas películas) que el compañero del protagónico es un gordito simpaticón y miedoso o un travieso simplón sobre el que el protagónico ejerce un insustancial paternalismo, aunque el autor del libro no los haya descripto de esa manera.
La deshumanización del personaje para transformarlo en una suposición de estereotipo indica que la obra está «escrita» de manera efectista y no efectiva: un entretenimiento que no pasa de eso, pero que no ha requerido de un trabajo autoral real que cree en su personaje con sus propias características imperfectas, las que, al cabo, son las que darán verosimilitud a lo narrado.
Creer en las imperfecciones, en las dudas, en las negligencias y en los egoísmos del personaje es crear un ser humano que represente lo real de una psicología accesible y propia de toda la humanidad.