No sé tu nombre ni si alguna vez tu rostro fue abrigado en un regazo. No sé tu dirección pero sí conocí la casa donde te aisló este mundo.
Hoy sé de tu horizonte breve y de tu hambruna tan cerca del trigo. Que tenías cuarenta y cuatro quién sabe si familia y alguna pertenencia tapada en una bolsa.
Me pregunto a qué virus le temías, si más a esta pandemia o a la ciega distancia a la que confinamos tus zapatos.
Pero te hiciste visible en una cifra e intento tu lugar como si en algo remediara trazarte aquí en mis ojos hoy que eres el octavo de la lista que más duele y nadie en tus retinas, ¡ah paradoja! cuando ahora que estás muerto, finalmente te sumaron.
* A un hombre en situación de calle, fallecido ayer en la 7 región. El 8vo.
Un vilano atraviesa las ventanas y se graba un vitral en tu cabeza, rapada, con su cruz venosa adentro estalla en haz de fulgores villancicos como arterias que brotan navidades en el desierto de tu carne.
Memorias y pensamientos se elevan, huyes del mundo al vapor de una lágrima, del sol mecánico que te respira y oscurece en tus párpados el pianito de tu hijo:
– no tengo miedo – hablaste como tres gotas de suero cayendo hasta abrazar nuestra vigilia de diciembre, porque la muerte no se posterga ni aparta al dolor de su precipicio.
Las luces digitales nos confunden, ¡cuánta fe innecesaria es todo esto! No estaba el celeste en la pared ni importaban los belenes, mientras aquella maquinaria …….. inútil apagaba las últimas letras que escribió tu corazón.
Quiero
Quiero una manta de lana suave como tu boca para entibiar esta pena, que a pesar del invierno, no combina con el frío ni con el quiero un chocolate, abriéndose lentamente al sabor del tacto que tanto añoro.
Quiero abrir los ojos sin que el sol me duela y extender mis brazos hasta reconocer idiomas de las no palabras, no ternuras y no risas, de cómo, a pesar de todo, arropa aquella frente sobre la almohada, de cómo quiero mirar más lejos o traspasar la neblina en las promesas que se agrietan como una duda derramándose a punto de hacernos aguacero.
Que sea posible unos ojos mirándome mientras desato mi cabello y que se sacuda en la caricia libremente como el oído cuando cobija la lágrima o este abrazo que nos late y me fecunda porque quiero.
Como quien juega
«Nel mezzo del cammin di nostra vita mi ritrovai per una selva oscura ché la diritta via era smarrita.» (Dante Alighieri, Divina Commedia, Inferno, Canto I)
Se hace tarde. Los treinta y cinco se tropiezan con tantas puertas abriendo laberintos. «Reniñez»* la llamaste, Gonzalo. Hoy lo saben estos ojos.
Desde las pupilas – dicen – parten las formas de una huida, un viaje o un sueño.
A veces, como si descendiera con las calles, con ésas que tienen su fin allá adelante frente al mar o las nubes escucho «que me parezco a todos los caídos», mientras regreso de soñar, latigada de sol, justo abajo, para dar la espalda a las alturas.
Y no sé decir cómo hubo paraíso sobre este derrumbe, sobre la tierra que las horas dejan.
Entonces, mujer o reniña, «era tu momento» – eco tuyo – profundo, de barro, más abajo, más cielo soy no más, como quien juega libremente a ser lo que quiera.
* Reniñez: Palabro de Gonzalo Rojas, con la que describía su periodo de vuelta a la infancia en plena vejentud. Un genio poético a quien dedico este poema con el que en el 2001 respondí por primera vez a su eco.
Dice de esta poeta chilena el autor argentino José Emilio Tallarico
“Antes de la palabra estuvo el gesto, y en ese gesto había una pregunta. Perplejidad y asombro fueron imágenes atravesadas por la vida. Por eso la Poesía, al trabajar con los primeros impulsos, es decir, con la ignición del lenguaje, coloca en un segundo plano las formulaciones clásicas que suelen requerir las certezas. ¿Cómo entender los estados de atención desarrollados por la autora, o la confrontación que entre el ser y el estar promueve buena parte de su poesía, si no se ingresa a ese ámbito donde la lejanía y el temblor prevalecen?
“…y no sorprenderse,
alfarera,
de girar en el centro del torno
como modelándose aquí
de tanto allá”
Rotación/ traslación: he aquí un ejemplo del movimiento paradojal con que nos toparemos en buena parte de sus poemas.
Porque la poesía de Solange Schiaffino, delicada, pero además fuertemente comprometida con su entorno y con los otros, acusa las marcas de una tensión metafísica que no se ve con frecuencia en los poetas de su generación. En este sentido es necesaria. Pero en particular lo es por su calidad de intensa y entrañable.
Hay color en su voz; un color que nos dice y reconoce. Como si en otro lado sucediera y se dijera cerca, muy cerca”.